De célula a león marino
Por medio del impulso del alma, el cuerpo hizo que su cuerpo fuera creciendo a partir de una célula hasta un organismo parecido al león marino, y así surgió su personalidad.
Densificación hasta la materia
¿Como surgió la primera materia?
El artículo ‘Nuestras primeras vidas como células’ describe cómo el alma vivió primero solo una célula espiritual.
En el momento en que las primeras almas se escindieron del primer planeta, ese planeta se componía de sustancia espiritual.
El primer cuerpo celular de las almas individuales todavía seguía siendo puramente espiritual, se componía del mismo plasma etéreo que el planeta.
Cuando las primeras almas comenzaron con su primera reproducción como almas adultas, alcanzaron la unión como dos células espirituales.
Escindieron una pequeña sustancia espiritual de su cuerpo celular y se lo dieron el uno al otro.
Así formaron juntos sus primeros hijos, su primer fruto.
En ese momento vivieron su primera experiencia de reproducción, de alumbramiento y creación.
Una delgada membrana empezó a aparecer alrededor de su fruto.
Esa membrana fue el primer inicio para lo que se puede llamar la materia.
Por medio de esta experiencia y de muchas experiencias posteriores, el alma ha podido densificar su sustancia espiritual hasta formar un mundo material.
Desde célula hasta león marino
Cada nueva vida del alma aportó más experiencia, más densificación, más materialización.
Viviendo esa forma material también amplió la conciencia y los sentimientos embrionarios.
Por medio de la división celular, la dilatación y la densificación, el alma primero edificó de esta manera su cuerpo materializado hasta formar un serecillo globular con una pequeña cola para propulsarse.
Pudo seguir construyendo un poco cada vida por medio de la experiencia adquirida en la vida anterior.
Después de muchos grados de vida, su cuerpo se parecía a un pececillo, que nadaba en el agua.
Para poder respirar en esas aguas, formaron branquias.
Durante el crecimiento del embrión en la matriz, los restos de ese fenómeno de branquias todavía se pueden observar en el actual estadio en la tierra.
En la tierra nos dilatamos de una célula hasta un cuerpo adulto en menos de veinte años.
Repetimos entonces a velocidad astronómica lo que durante nuestra evolución material nos tomó millones de años.
Hemos desarrollado membranas entre los dedos para desplazarnos más rápidamente en el agua.
Surgió un órgano tras otro por el impulso de nuestra alma para hacer que evolucionáramos, para ampliar y densificar nuestra forma de vida en el agua del primer planeta.
Hemos formado nuestros sentidos para poder percibir materialmente la vida fuera de nosotros.
Para poder palpar nuestra comida hemos formado papilas gustativas y una lengua.
Y hemos creado nuestro oído para interpretar las vibraciones que se nos acercaban.
Pero ¿cómo terminamos teniendo dos ojos, si uno solo era suficiente para contemplar el mundo?
Debido a que ya al momento de la primera reproducción el fruto se componía de dos mitades de dos cuerpos celulares, muchos rasgos se desarrollaron doblemente, como nuestros dos ojos.
Por eso al final se puede distinguir un ojo izquierdo “materno” de un ojo derecho “paterno”.
Una vida tras otra, el alma formó tanto los órganos internos como las partes corporales externas por medio de su impulso, para hacer crecer su forma material.
Así desarrollaron también los órganos genitales, para densificar el empuje de la maternidad y de la paternidad.
En el primer planeta alcanzaron en siete grados de evolución la forma material más elevada que se puede comparar con el actual león marino en la tierra.
Pero en ese planeta, ese cuerpo seguía sintonizado con la vida en el agua, el alma todavía no había desarrollado órganos respiratorios para la vida terrestre.
La formación de nuestra personalidad
El alma está impulsando para llegar a evolucionarse.
Ese impulso amplía y densifica su cuerpo.
La personalidad del alma empezará a formarse por la vivencia del organismo material en cada una de sus millones de vidas.
Así al final tomaremos conciencia personalmente de nuestras fuerzas básicas con las que nuestra alma da forma a nuestra existencia material y hace que reencarnemos una y otra vez.
Empezamos a comer alimento material en el agua.
Éramos capaces de hacerlo porque mientras tanto el agua se había llenado de muchos organismos animales.
Se fue desarrollando en nuestro cuerpo la sensación de hambre.
La búsqueda de comida nos dio concienciación.
Fuimos reuniendo conocimientos sobre dónde encontrar comida, y cómo podíamos encargarnos de mantener aplacada nuestra hambre.
Fue nuestra primera forma de conocimiento, el comienzo del pensamiento.
No obstante, así también nació nuestro primer miedo.
En un estadio posterior, ya no siempre había alimento cuando nos entraba hambre.
Y también podía ser que otros nos lo quitaran.
El miedo por no poder encontrarlo es atávico e indescriptiblemente profundo si lo miramos desde la superficie de nuestros sentimientos actuales.
Ahora lo llamamos “miedo”, pero en ese momento era empuje, sensación, vivencia, experiencia, evolución.
Viviendo millones de vidas fuimos construyendo experiencias que empezaron a tomar forma como sentimientos.
La experiencia consciente de esos sentimientos formó nuestra incipiente personalidad.
En el primer planeta, esta todavía se componía de la vivencia natural y la aceptación de lo que nos traía la vida.
Vivíamos sobre todo nuestro cuerpo, tanto los procesos interiores como las formas corporales externas.
Nos dimos cuenta de lo que podíamos hacer con este cuerpo, y qué espacio podíamos explorar y experimentar.
Y aceptábamos todo como nos llegaba.
Un solo sentimiento dominaba nuestra personalidad, fue el enorme impulso de nuestra alma para evolucionar.
Este nos hizo encarnar una y otra vez y edificar, durante millones de eras, nuestro cuerpo desde una célula hasta formar un organismo parecido a un león marino.
Después nos arrastramos a la tierra que empezaba a formarse gracias al fango densificado.
Significó el final de esta vida material, porque en este primer planeta nuestro organismo todavía no había podido formar órganos respiratorios para la tierra.
Aun así nos arrastramos a esta tierra, porque nuestra alma quería continuar, hacia la vida en la tierra.
¿Cuándo comenzó nuestra primera vida?
No empezamos todos a la vez como almas en el primer planeta.
En el momento en que, después de millones de reencarnaciones, las primeras almas habían dado forma a su cuerpo por medio de sus experiencias hasta alcanzar un organismo parecido al del león marino, otras almas todavía comenzaban su primera vida como célula.
Y después, el primer planeta todavía siguió alumbrando durante millones de eras, hasta que toda su energía espiritual se hubo transformado en células para almas humanas.
La diferencia en el momento en que varias almas empezaron su primera vida en el primer planeta es la razón de la diferencia en grado evolutivo de estas almas, si en un momento dado se compararan entre ellos estos estadios evolutivos.
Un alma que ha comenzado antes ha vivido más vidas en un cierto momento, y por eso ha alcanzado un estadio evolutivo más avanzado que un alma que ha comenzado más tarde.
Las primeras almas abandonaron el primer planeta hace incontables eras, para continuar su dilatación material y espiritual en planetas posteriores.
Han terminado sus vidas terrenales en la prehistoria, y llegaron hace ya tiempo al séptimo grado de vida cósmico, el más elevado: el Omnigrado.
Los seres humanos que ahora viven en la tierra comenzaron mucho después en el primer planeta.
Cuando nuestra alma vivía su primera vida en el primer planeta, todo ese planeta ya estaba lleno de vida en todos los grados evolutivos.
Después de nosotros, durante millones de eras más hubo almas que comenzaron su primera vida.
Esto continuó hasta que se hubo gastado la última energía espiritual del primer planeta.
Las últimas almas en comenzar todavía tendrán que emprender más tarde su primera vida en la tierra.
El primer planeta dio todo su plasma espiritual a las almas humanas.
Todas las almas humanas que viven en el cosmos han comenzado aquí su evolución cósmica.
Después de que todas estas almas hubieron abandonado el primer planeta, este pudo comenzar con su proceso de muerte.
El artículo ‘Luna’ describe este proceso de muerte.
En ese momento, las primeras almas ya habían vivido sus vidas en la madre tierra, y habían evolucionado hasta la esfera luminosa más elevada en el más allá.
Estaban listas para encarnar en el siguiente planeta, que pertenece al cuarto grado de vida cósmico.