¿Dónde está la causa?
Si no se puede encontrar la causa en esta vida, ¿cuándo, pues, se vivió esa experiencia horrible que causó la fobia o el miedo?
Asustarse y aceptar
Durante una noche informativa se le preguntó a Jozef Rulof por qué una determinada mujer se despertaba de golpe cada 12 de mayo a las 3:45, fecha y hora en que había caído su marido en 1940.
Jozef aclaró que los acontecimientos que significan mucho para nuestra vida solo pueden ir sumiéndose en la profundidad cuando los hayamos vivido, procesado y superado por completo.
Esa mujer reaccionaba cada año en el momento del fallecimiento, porque no era capaz de desprenderse de esta pérdida.
Ella misma retenía el momento porque interiormente no la aceptaba.
Por eso volvía a entrar en choque en ese instante, una y otra vez.
Su voluntad retenía ese momento, inconscientemente no quería desprenderse de él.
Otra madre acudió a Jozef porque siempre volvía a despertarse de golpe en el momento en que su hija había tenido un accidente mortal muy desagradable en otro país.
Jozef le aconsejó que se desprendiera de todo, para liberarse así de sus propios deseos.
Porque su hija continúa viviendo y la volverá a ver.
Dijo a la madre que tenía que intentar vivir la desgracia de la pérdida, para que así muriera esa desgracia.
Se puso a ello, vivió la desgracia hondamente y superó el acontecimiento meses después.
En el aniversario del momento en que había empezado esa desgracia se quedó libre de miedos, porque ya no había sentimientos no procesados.
No hay fobia sin causa
Pero ¿qué hacer cuando desconocemos la causa de nuestro miedo?
¿Por qué se puede tener un miedo atroz al fuego, al agua, a los espacios pequeños, a las alturas, o precisamente a cruzar una calle, cuando en esta vida no ha ocurrido nada que pueda explicar ese miedo?
Otra persona no tendrá ningún problema con eso, encenderá tranquilamente una fogata, se va a nadar tan a gusto en el mar, no le provoca tensión un baño estrecho, se pone a silbar en lo alto de una escalera y cruza diez veces al día una calle transitada sin miedo.
Una fobia no puede surgir sin una causa.
Alguna vez uno debió vivir algo muy horrible para sentir más tarde semejante miedo por esas cosas.
Si esa experiencia no se encuentra en esta vida, ha de encontrarse antes de esta, en una vida anterior.
Si a uno lo quemaron alguna vez vivo sin poder encontrar una escapatoria, esa experiencia no se pudo procesar en aquella vida.
Cuando se fueron sumiendo todas las experiencias de esa vida en el subconsciente del alma en el “mundo de lo inconsciente” entre dos vidas, esa experiencia de la combustión en un espacio cerrado no pudo serenarse en los sentimientos.
En una siguiente vida el ser humano rehuirá los espacios pequeños, lo cual recibe el nombre de claustrofobia.
Si alguna vez al cruzar una calle hemos sido de repente arrollados por un carro tirado por caballos, en una siguiente vida tendremos un miedo atroz a cruzar calles o plazas, lo cual recibe el nombre de agorafobia.
Para quien se haya despeñado alguna vez y por eso haya empezado a tener vértigo de las alturas, subirse a una pequeña escalera ya puede suponer una amenaza.
Si alguien se ahoga en el mar, quizá en su siguiente vida no se pondrá a nadar tranquilamente en aguas abiertas.
Revivencias
Si alguna vez en una vida anterior muy lejana fuimos atropellados en la calle, puede ser útil cruzar ahora la calle muy conscientemente y permitirse sentir que ahora no lleva al mismo resultado.
Revivir la misma situación sin los temidos resultados mortales (ya vividos) puede fomentar el proceso de sanación.
La medida en que una terapia de revivencias servirá suele depender de la antigüedad de la causa.
Si el alma ya ha vivido muchas vidas entre el accidente mortal y la vida actual, el miedo a la calle ya puede haber remitido considerablemente.
Si la causa es más liviana, estará al alcance de la mano el remedio.
Jozef Rulof dio durante una noche informativa un ejemplo de algo que él mismo había vivido.
Al haberse disuelto por completo en sus sentimientos en el libro ‘El origen del universo’, perdió varios trenes y llegó con cuatro días de retraso a Viena donde lo esperaba su mujer.
Se echó una bronca a sí mismo, pero había sido presa de una agitación interior.
Estuvo soñando durante dos años que perdía el tren: nunca conseguía subirse a él.
Hasta que dos años más tarde tuvo que volver a tomar ese tren de verdad.
Esa vez actuaba con plena consciencia, ¡no le iba a volver a pasar!
Se subió al tren indicado y... ¡esos sueños se acabaron!