Duda y comodonería
Pilato simboliza la personalidad que por duda, comodonería o miedo reniega de amar de verdad todo lo que vive.
Un cuadro del pintor neerlandés Hendrick ter Brugghen (1588-1629) que representa el lavado de manos de Pilato
Se lavó las manos en inocencia
A Cristo lo llevaron delante de Pilato, que representaba entonces la autoridad social más elevada en Jerusalén.
Pilato tenía que pronunciarse sobre si se podía entregar a Cristo a la autoridad judía, que quería juzgarlo por supuestos pecados.
No constató ningún crimen por el que Jesús tenía que ser procesado.
No obstante, se lavó las manos en inocencia, porque no quería meterse en este asunto espinoso.
Eludió el verdadero juicio, para evitar poner en peligro de esta manera su posición social.
Así incumplió su posibilidad de imponerle un alto a lo más bajo en el ser humano, que quería quitarle la vida al amor más elevado de Cristo.
Sus reencarnaciones
Los maestros de la Universidad de Cristo siguieron las siguientes reencarnaciones de Pilato, para ver qué consecuencias tenían sus actos en Jerusalén para el desarrollo de sus sentimientos.
Veían que, en sus vidas siguientes, Pilato se interesaba mucho por el Evangelio de Cristo, y que empezó a esforzarse por difundirlo.
Una vida tras otra sirvió al cristianismo y hablaba de Pilato y lo ocurrido en Jerusalén, sin conocer su papel en el suceso.
Durante siglos, lo propulsó el deseo interior de trabajar por Cristo, sin saber de dónde venía ese impulso.
Así, por ejemplo, siendo obispo, se le persiguió por su fe durante la Segunda Guerra Mundial.
Su alma estaba mandando impulsos para corregir sus actos de entonces y para hacer a partir de ahora lo que sentía profundamente que debería haber hecho en Jerusalén.
La duda
El maestro Zelanus sigue en sus conferencias qué sentimientos llevaron a Pilato a sus actos en Jerusalén.
Pilato mismo no podía descubrir ninguna culpa en Cristo, pero aun así no usó su autoridad social para protegerlo de la violencia inferior que quería crucificarlo.
No quería atraer hacia él mismo el descontento de esa violencia inferior, y se lavó las manos en inocencia para protegerse.
El maestro Zelanus ve en la conciencia de Pilato un profundo abismo al que se le puede llamar “duda”.
Dudar para representar la verdad cuando el comportamiento correspondiente puede resultar en consecuencias negativas para la propia vida material.
Todos los que han hecho algo por la concienciación espiritual de la humanidad han tenido que librar la lucha con esta duda.
Sócrates, Platón, Aristóteles, Pitágoras y muchos otros sabían que quienes no los comprendían podían destruir su vida terrenal.
Pero no se dejaban detener por la duda que asfixia cualquier animación y que socava pensamientos más elevados.
También el apóstol Pedro tuvo que tomar esta decisión cuando se le preguntó si pertenecía a los discípulos de Cristo.
Oyó el canto del gallo cuando hubo renegado hasta tres veces de la verdad para salvarse el pellejo.
Más adelante, encontró la fuerza de dar fe del amor universal, y sufrir en ese tiempo una muerte violenta por esto.
El maestro Zelanus lleva esto a los actos cotidianos en la sociedad.
Cada vez que uno desliza la responsabilidad de un acto indebidamente a otro, se hunde el sentimiento elevado.
Si uno se deja cargar por la sociedad por comodonería, la diligencia propia no puede crecer.
Si no trabajamos para el conjunto, no podemos entender que estamos conectados con todo lo que vive.
Nuestra Omnifuente
Cuando nos dejamos guiar por la duda, la sociedad no nos juzgara por ello.
Pero ¿qué hace la duda con nosotros mismos?
En primera instancia, la duda puede indicar que estamos ante sentimientos, pensamientos o actos destructores.
Así, podemos tomar conciencia de estar ante una elección.
Las decenas de artículos sobre nuestra alma cósmica describen cómo nuestra vida es impulsada por la Omnifuente en nosotros.
Esta nos impulsa a reencarnar y a ampliar nuestra personalidad.
Cuando sintonizamos nuestros actos con esa animación interior, vamos recibiendo sentimientos y pensamientos cada vez más elevados.
La clave a nuestro crecimiento espiritual es cómo tratamos al Pilato en nosotros mismos.
Podemos ampliar nuestra personalidad cada segundo si sintonizamos nuestros actos con los sentimientos de verdad, justicia, armonía y amor universal.
Entonces, nuestra Omnifuente empieza a fluir con más fuerza, porque esos sentimientos representan el núcleo de nuestra alma.
Recibimos entonces más fuerza y vitalidad porque dejamos que las fuerzas básicas de nuestra alma funcionen en armonía con todo lo que vive.
Esas fuerzas básicas de la Omnifuente han creado planetas y soles, son inagotables.
Pero esos planetas y soles no habrían surgido si la duda hubiera tenido algo que ver en esto.
La duda en el proceso de creación resulta en demolición, tinieblas, destrucción.
No activar las fuerzas más elevadas en nosotros mismos conduce al estancamiento y al retroceso.
Después de Pilato vino Caifás, y los sentimientos inferiores destruyeron el amor elevado en la tierra.
Cristo trajo el amor universal.
Adquirir ese amor elevado requiere que le paremos los pies enérgicamente al amor propio del Pilato dentro de nosotros.
Esto no puede hacerse por una elección única, sino escogiendo millones de veces el amor universal que requiere más entrega, pero por el que se activan fuerzas nuevas y elevadas en nuestra Omnifuente.
Y así alcanzaremos finalmente el grado de los sentimientos espiritual, en que ni una duda minúscula siga impidiéndonos amar en cada momento todo lo que vive.