Renacidos para su tarea
Los apóstoles habían reencarnado para su tarea en la tierra desde el más allá, pero sus pensamientos estaban limitados por su grado de los sentimientos y el espíritu de los tiempos.
Los apóstoles (de izquierda a derecha): Pedro, Mateo, Tomás y Bartolomeo, pintados por Anthony van Dyck.
Nacidos para su tarea
No es casual que los apóstoles pasaran allí por casualidad y fueran contemporáneos de Jesucristo.
Habían “renacido para una tarea”.
Ya se habían preparado para el apostolado en el más allá, para poder cargar con su peso en la tierra.
Antes de reencarnar vivieron en la tierra crepuscular, el mundo espiritual que linda con la primera esfera de luz.
Al igual que Moisés y los profetas se les había infundido alma para traer al mundo la verdad de que hay vida después de la muerte.
Una vez en la tierra, percibían esa realidad espiritual porque ya la habían vivido ellos mismos.
Concienciación
También las mujeres de los apóstoles eran aptas para su tarea.
Cuando sus hombres abandonaron sus familias para seguir a Cristo, se encargaron solas de los cuidados de los niños.
Los apóstoles mandaban con cierta frecuencia un mensaje a sus mujeres en que describían el amor universal de su preceptor.
Porque las mujeres entendían la importancia del mensaje de Cristo para la humanidad, el apostolado de sus maridos no trajo disarmonía a sus familias.
Los sentimientos de los apóstoles todavía no estaban sintonizados con las esferas de luz, por eso Cristo todavía tuvo que enseñarles que con violencia no podrían vivir el amor universal.
Cuando Pedro usó su espada, Cristo dijo: “Pedro, Pedro, con un solo golpe dejas hecho añicos aquello por lo que he trabajado durante todos esos años”.
Cuando los apóstoles llegaron a Jerusalén con Cristo, empezaron a entender que se avecinaban unos nubarrones.
A Pedro le entró miedo de que le pasara algo a su maestro.
Juan explicó a los demás que no tenían que inmiscuirse en el camino del Mesías, sino que tenían que prepararse para su papel en el gran suceso.
Solo podrían llevar a cabo ese papel por medio de sus propias fuerzas de los sentimientos y por lo que comprendían de lo que decía su preceptor.
Pertenecían a las pocas personas en la tierra que ya se atrevían a reflexionar sobre esto, porque habían nacido para esa tarea.
Pero todavía no conocían su alma cósmica, Cristo solo podía explicar lo que se podía comprender en esos tiempos.
Dudar y renegar
Cristo se dirigió a varios grados de pensamientos y sentimientos, porque su mensaje universal iba destinado a todos los tiempos.
Por eso aceptó a todos los apóstoles, cada uno con su propio carácter.
Como lo describe el artículo ‘Judas’, ese apóstol todavía tenía rasgos de carácter exigentes.
Y Pedro, por ejemplo, renegó de Cristo, a pesar de los años que se le había concedido andar al lado del Mesías.
Entonces todavía no tenía la animación de los cristianos que más adelante entrarían a la fosa de los leones por su fe.
Aun así, Cristo había advertido a Pedro de que renegaría tres veces de su preceptor antes de que cantara el gallo.
Cuando se le preguntó a Pedro si venía con Cristo, aquel aseveró repetidamente que nunca había conocido a ese hombre y que no tenía nada que ver con Él.
Pero no solo Pedro era presa de la duda.
Todos los apóstoles dudaron cuando Cristo estaba colgado en la cruz.
En ese momento no podían creer que Él era el Mesías.
Pensaban que no era más que un rabino de lo más común que se había hecho pasar por Cristo y Dios, porque cuando llegó la hora de la verdad, se dejó crucificar como un pobre diablo sin defenderse.
Más tarde, Pedro comprendió que no podía renegar de Cristo porque el Mesías era intocable.
Sintió entonces que había renegado de la verdad que representaba Cristo.
Tenía miedo de que lo torturaran y asesinaran si reconocía la verdad.
El gallo solo cantó por la parte en él que dudaba y que quería eludir la tortura.
No cantó por su personalidad entera, porque Pedro también tenía rasgos de carácter fuertes.
Después de haber renegado así, Pedro atravesó Jerusalén a toda prisa, con una desesperación tremenda.
Se sentía quebrado en cuerpo y alma, y empezó a entender cómo podía haber evitado renegar así.
Tendría que haber expulsado todos los pensamientos y sentimientos falsos de su personalidad.
Si se hubiera convertido en verdad como su gran ejemplo, la mentira ya no podría haberle hecho esa mala jugada en ese momento crítico.
Dones espirituales
Allí estaban, pues, los apóstoles después de la crucifixión.
Durante años habían recibido sabiduría de su preceptor.
Pero ahora a su rabino lo habían matado de manera escandalosa y estaban ante sí mismos.
¿Qué habían asimilado de esta sabiduría ellos mismos?
¿Qué se había convertido en su propia posesión a partir de la que tenían que actuar ahora?
Estaban sentados juntos y esperaban a que se les infundiera alma de esta manera, no tenían la fuerza de llegar desde ellos mismos hasta la predicación del Evangelio.
Cristo conocía su estado y volvió desde el más allá para mostrarse a ellos: para su gran sorpresa atravesó así como así una pared con su cuerpo espiritual.
Y también después de que Él hubiera vuelto al Omnigrado, siguió ayudándolos, les mando el Espíritu Santo.
Los apóstoles todavía no podían comprender que en realidad eran los maestros de la Universidad de Cristo.
Pensaban que era Cristo el que los ayudaba a presenciar milagros.
Los maestros desarrollaron los dones espirituales en ellos en la medida en que los apóstoles podían procesarlo.
Cuando se reunían y tenían que tomar decisiones, incluso oían voces físicas.
Los maestros dejaban oír la voz directa. Lo hacían densificando el sonido de su voz espiritual de manera semimaterial, para que los oídos materiales de los apóstoles pudieran oírla.
Se profundiza más en este fenómeno en el artículo ‘aparato de voz directa’.
Gracias a esto, los apóstoles ya no tenían que dudar, oían su guía espiritual.
Por medio de esta palabra que infundía alma podían entregar sus vidas por su maestro.
A partir de ese momento, Pedro siguió aferrándose a su propia verdad.
Después dejó que sus perseguidores lo masacraran, y se sintió contento de haber vencido su duda.
Los apóstoles predicaban ahora el mensaje de Cristo en palabra y por medio de sus actos.
Al hacerlo, vivían clarividencia y clariaudiencia.
Pero todavía no podían dar ninguna “explicación a nivel del alma”, porque en esos momentos ellos mismos y la humanidad todavía no podían pensar tan hondamente.
De regreso en el más allá
Cuando también los apóstoles llegaron al más allá, aún no comprendían las reencarnaciones de nuestra alma cósmica.
Pedro pidió a Cristo que le diera un nuevo cuerpo para que esta vez pudiera aportar su testimonio de la palabra de Cristo desde el principio, sin dudas y con más alma infundida.
Los maestros le aclararon a él y a los demás apóstoles que no tenía caso, porque todavía no se podía alcanzar a la humanidad para más sabiduría.
Cristo les mostró lo que podría haber dado al mundo si este hubiera estado más desarrollado y si lo hubieran dejado vivir.
Entonces habría hablado sobre Dios como madre, de la Omnialma y Omnifuente, la luna, el sol y los grados de vida cósmicos.
Pero sabía que esto no sería posible sino después de dos mil años, en el Siglo de Cristo.
Entonces los apóstoles comprendieron que todavía no habían llegado a conocer mucho de la conciencia cósmica de Cristo en la tierra.
Emprendieron su propio estudio espiritual siguiendo el pasado de su alma cósmica y de la humanidad.
Los maestros les mostraron una era tras otra, y solo entonces Pedro dijo a Juan: “Lo ves, Juan, cuando viví en la tierra miré a Dios a los ojos, pero no lo comprendí.
El sol y la luna representan estas leyes.
Ven, tenemos que continuar y asimilar las leyes de Dios”.