Judas -- Fuentes

Textos primarios de los libros de Jozef Rulof correspondientes al artículo ‘Judas’.
Según los libros de Jozef Rulof.
Estas fuentes presuponen la lectura previa del artículo ‘Judas’.

La exigencia de Judas

El maestro Zelanus deja que miremos con él en los sentimientos de Judas:
Conocen los sucesos dramáticos en Jerusalén durante los últimos días de Cristo.
Sin embargo, no saben nada de lo que ocurrió con aquellos que estuvieron directamente involucrados en estos eventos.
Judas puso fin a su vida después de haber traicionado a su maestro, según dice la Biblia.
¿De verdad lo traicionó?
Y ¿qué vivió cuando entró al mundo astral después de su suicidio?
El otro lado les dice con insistencia: Judas no actuó vilmente hacia su maestro divino.
Solo quería incitar a Cristo a grandes actos.
Ya les mostraría a los sumos sacerdotes de qué era capaz su rabino.
Él, Judas, no dudaba de que su maestro era el Mesías.
La de milagros que ya había hecho su maestro.
Pero no le bastaba a Judas, Cristo podría hacer milagros incluso más grandes.
Y ¿qué iban a querer hacer todos esos presuntuosos sumos sacerdotes judíos y todos los demás enemigos de Cristo si su rabino alcanzaba esos grandes actos?
Él puede destruirlos, aplastarlos, y demostrarles así Su grandeza y divinidad.
O, adoraba a su maestro, solo le afligía que este no actuara en contra de Sus pequeños e insignificantes acosadores.
A Cristo Judas no le molestaba.
Como Él era divinamente consciente, conocía Su camino.
Esta lección le tocó aprender a Judas.
Había tenido que aceptar a su maestro en todo, había tenido que esperarlo.
Judas tenía exigencias para con Cristo —y ¿qué ser humano puede exigir?
Cristo no podía desviarse de Sus planes por Judas, pero todo esto no lo comprendía.
Y entonces quiso obligar a su maestro divino.
Desafió a Cristo y los sumos sacerdotes, llevó a los soldados al jardín de Getsemaní y esperó el milagro que se produciría.
Una multitud de sentimientos lo asaltaron en este momento imponente, albergaba tensión, orgullo por su maestro divino, un amor infinito, pero también, a pesar de todo, temor de que las cosas tomaran otro curso, un curso equivocado.
¿Haría su maestro ahora los milagros que él, Judas, había esperado con ilusión desde hace tanto?
¿Haría...?
Pero si no los hacía, y los soldados lo...
Pero ¡por supuesto que su maestro sí les golpearía con Sus poderes milagrosos!
Muchas cosas se iban desarrollando en el interior de Judas.
¡Y entonces tuvo que experimentar que Cristo se entregó como un cordero!
Nada de señas milagrosas ni actos grandes y apabullantes.
Cristo se dejó llevar tranquilamente por la soldadesca.
Confuso y sin comprender, Judas se quedó mirando cómo se iban.
Le dolió mucho el desprecio de los ojos de sus compañeros apóstoles.
El mundo de Judas se le desmoronó, se espantó por lo que había hecho, se arrepintió, había un ardor en su interior con los dolores más horrendos.
Mientras que ya no vivía una hora tranquila y vagaba por allí, sumamente desesperado, el drama ocurrió rápidamente.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
Ya se lo dije —pero no me cansaré de repetirlo, se ha pensado y escrito de manera demasiado terrible sobre Judas—: en él vivía una gran fe, adoraba a su maestro incluso más que los demás apóstoles.
Judas tenía una gran comprensión de las escrituras; siendo un buen alumno, se las sabía por completo.
Sin embargo, quería saber incluso más, y le habría dado igual ver a Cristo demostrar que de verdad era el Mesías.
Entonces los fariseos y los teólogos se habrían quedado con la boca abierta y ya no les habría quedado la oportunidad de negarlo o de engañar; tendrían que aceptar que Cristo era el Mesías.
Ay, con que su maestro estuviera primero ante los sumos sacerdotes, se vivirían milagros y se hundirían en la nada.
Pero Judas no conocía a su maestro, el curso de sus ideas fue erróneo, estos eran sus deseos propios.
Su aceptación y confianza eran grandes, pero ¡no lo suficiente!
Los maestros de este lado conocen la vida de Judas, saben que no quiso traicionar a su maestro.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
Judas piensa.
Ese está pensando, lo ven, Judas piensa que puede incitar a su maestro, se mete con algo a lo que no debería haber metido mano, el corazón, su vida.
Conferencias 1, 1950
¿Por qué, Judas, empezaste a pensar en la dirección equivocada?
¿Por qué te has metido con la autoridad divina? ¿Por qué?
¿Por qué has aceptado para ti mismo pensamientos equivocados?
Conferencias 1, 1950
Quería que el Mesías subiera al escenario, quería hacer que mostrara, quería que demostrara de lo que era capaz.
¿Tenía Cristo, tenía la Omnifuente que obedecer a un gusano, a semejante vida esmirriada?
Sí, sí que había deseo... sí que había deseo en Judas de hacer algo por la sociedad, de hacer algo por el rabino, de hacer algo por la fe, claro que sí, pero no había conciencia, no para eso.
Conferencias 1, 1950
Entran al jardín y allí va Judas, va a traicionar a su maestro con un beso.
“No”, dice Judas, “y ahora te voy a obligar.
Ahora vas a demostrar a ese maldito mundo bajo e inconsciente de lo que eres capaz, maestro”.
Cristo mira a un niño pequeño.
“Vaya, ¿por qué ha venido a mí, por qué no me dejó en paz?”.
“Más vale dar sabiduría al ser humano”, dijo Cristo, se preguntó Él mismo, “aunque dé Mi vida y dé Mi corazón, ni así será suficiente.
No, quieren mandarme por encima de la hoguera que no necesito, porque vivo otras hogueras”.
Allí está de nuevo, si esa Biblia se vuelve a escribir, allí está escrito otra vez: “No me toquen Mi vida, ni con las manos ni con sus pensamientos ni con sus sentimientos, tengo Mi propia tarea.
La llevaré a cabo como he de hacerlo Yo”.
Aquí delante de nosotros hay millones de libros, hay sistemas filosóficos en Getsemaní, están allí donde Pilato, están apilados en Jerusalén y el ser humano no los ve.
¿Por qué no?
Porque todavía hay que analizar esos sistemas filosóficos.
Sócrates y Platón no tenían nada de eso.
Son fundamentos espaciales.
Pero ustedes han de preguntarse, como Judas, como Caifás, como Pedro —puesto que ese es el ejemplo, puesto que eran criaturas, puesto que empezaron a servir—: ¿Por qué no me deja tranquilo? ¿Por qué quiere cambiar mis pensamientos sobre usted mismo?”.
Es decir: hágalo así, no, asá es como lo tiene que hacer.
Y entonces va el ser humano: “Quiero que lo haga exactamente de esta otra manera”.
“No”, dice el ser humano, “eso está mal”.
Conferencias 1, 1950

Renacido

Judas cometió suicidio:
Si Judas hubiera podido aceptarlo, habría entrado con los demás apóstoles a las esferas de luz.
Sin embargo, no aceptó a su maestro divino y al final incluso se suicidó, destruyendo así la santidad que le esperaba.
Ahora Judas tenía que aprender en primer lugar que no tenía que exigir nada, y que tenía que aceptar aquello que lo había alejado de Cristo.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
El único, la única alma de todos los millones que han seguido a aquello de allí, que han podido vivirlo, esa criatura se ahorca, pone fin a su vida.
Esta sola criatura sabía que Él era el Mesías.
Conferencias 1, 1950
Por medio del libro ‘Los pueblos de la tierra’ les he aclarado que, cuando Judas se hubo matado, tuvo un momento más de conciencia para ver en qué se encontraba.
No estaba muerto; vivía.
“Dios mío, Dios mío, ¿en qué me he metido?”, y luego se le enturbió la mirada, su conciencia volvió a hundirse hasta algo... sí, ¿qué es?
Pueden leerlo a su vez en los libros ‘Dones espirituales’.
Descendió hacia “el ataúd”.
Descendió hacia el desgarro de su espíritu respecto del cuerpo y entró al mundo de lo inconsciente, el mundo para el nacimiento, para empezar una nueva vida.
Conferencias 1, 1950
Aquí se derrumban miles de dichos que ha predicado la Biblia, porque allí Judas habría sido condenado para la eternidad.
Y eso simplemente no puede ser, porque este universo no es el Omnigrado, se lo he aclarado.
Ustedes continúan, porque se han originado un cuarto, quinto, sexto y séptimo grado cósmico.
Conferencias 1, 1950
Después de algún tiempo, Judas renació:
Judas volvió a nacer.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
Y como se menciona en la cita del artículo ‘Mundo de lo inconsciente -- Fuentes’:
“Recibió un nuevo cuerpo material, pero la vida de su alma no había cambiado en nada; durante todo este tiempo había dormido en el mundo de lo inconsciente”.
Después de esta oración, el maestro Zelanus describe la reencarnación de Judas:
Aunque nació en otro país, sí que entró en su propio pasado.
Sus padres judíos lo recibieron con todo amor y le dieron una juventud tranquila y agradable.
Albergaba el deseo de estudiar, quería saberlo todo sobre su fe.
Su vida del alma era imparable y vemos a Judas haciendo un profundo estudio de la fe tanto judía como católica.
Entra en el consejo judío como rabino y es de los más doctos que hay entre ellos.
Alcanza el punto de sentir conscientemente que Cristo era el Mesías.
Pero cuando habla con sus compañeros rabinos sobre sus sentimientos y pensamientos, y quiere convencerlos de que no hace falta que sigan esperando al Mesías, puesto que ya llegó a ellos en la persona de Cristo y que entonces, por desgracia, ellos lo clavaron en la cruz, el consejo lo expulsa.
Volvemos a verlo como desterrado en Jerusalén.
Allí Judas busca refugio, en la ciudad santa a la que ya desde niño se siente atraído.
Jamás lo soltó el deseo por esta ciudad, ardió en su interior toda su vida y solo lo puede apagar yendo allí.
Jerusalén, Jerusalén, qué apabullante es su emoción cuando la ciudad lo acoge.
Patalea como un niño alegre y entre lágrimas besa la tierra.
Se siente como renacido.
“Jerusalén, Jerusalén”, una y otra vez Judas murmulla la palabra.
Lo domina.
Aquí en esta ciudad llega a reflexionar profundamente, como rabino puede visitar todos los templos.
Y por su profunda meditación siente con incluso más fuerza que antes que Cristo es el Mesías.
“No sigas mirando las nubes, ¡aquí vivió el Mesías!”, se dice a sí mismo mientras deambula por las antiguas calles, con la cabeza inclinada hacia el suelo.
En ocasiones de pronto se detiene y entonces escucha la voz que habla muy en su interior.
Levanta la cabeza y entonces vuelve a mirar hacia abajo, y otra vez hacia arriba.
Y entonces dice entre dientes, mientras suspira: “No, mil veces no, lo que siento que arde en mi interior, ¡eso es, sí, eso es!
Sí, eso es, lo que siento, y nada, nada más.
¡Esto es!”.
Aquellos que ven su extraña aparición y que lo oyen hablando por lo bajo creen que es un santo, se apartan respetuosamente e intentan vislumbrar su santidad cuando pasa a su lado, ensimismado.
Pero aquellos a quienes habla sobre Cristo como el Mesías lo tachan entre gritos de demente, lo evitan y lo ven más bien como una maldición, un apóstata y un falsificador de escrituras.
Judas pasa por mucha miseria en esta vida.
Sufre dolor y carencias, pero no le importa.
Tiene ganas de pasar hambre y sed; quiere hacer penitencia, y aunque no sabe por qué lo quiere, lo hace.
Y al hacerlo libra una lucha interior tan horrenda como la viven pocas otras personas.
Lo consume un afán que nunca mengua de declarar a gritos que los judíos tienen que despertar, que tienen que aceptar a Cristo y que no tienen que seguir mirando las nubes.
Pero no llega a pronunciar palabras, solo puede musitar.
Hay algo en él que no funciona.
Cuando el fuego en él es muy fuerte, visita el jardín de Getsemaní, allí suele sentirse tranquilo.
Allí se acuesta en silencio y deja libre curso a sus pensamientos, porque tiene que pensar, jamás está sin pensamientos.
Tiene unos deseos muy fuertes de besar el suelo aquí, y en ocasiones, cuando sabe que nadie lo mira a escondidas, lo hace.
Entonces entra en éxtasis, una suerte de estado de sueño en que sin embargo sabe exactamente lo que hace.
“Aquí es, sí, aquí es.
No puedo equivocarme, es en este lugar... aquí vivió...”.
Pero no puede seguir más, tampoco ahora la palabra quiere salir de su boca.
Cristo, de Él quiere hablar, mencionar Su nombre.
Pero hay en él algo que lo detiene.
Siguen viviendo en él sentimientos y pensamientos que todavía no han podido pronunciar la conciencia necesaria.
Su alma se niega ahora, y también eso le causa una tristeza indecible.
Y esta tristeza surca su alma tan vívidamente que abandona el Jardín y va al templo para buscar allí sosiego en las escrituras.
Durante horas está allí, tranquilamente, ensimismado, leyendo y meditando.
Y entonces puede ocurrir que se levante de un salto y salga deprisa del templo.
Recorre su camino, hecho un pedazo de vitalidad —al monte Calvario.
Y mientras da un paso tras otro, le va entrando la palabra “Gólgota”.
La repite una y otra vez, saborea la palabra, “Gólgota, G ó l g o t a —Gól-go-¡Dios!
¡Dios!
¡Dios!
¡Dios!
Pero ¿por qué se altera tanto a sí mismo? Se cansa a sí mismo mortalmente.
En el Gólgota, Judas se busca a sí mismo.
Es allí que despierta el Judas en él.
Es allí donde puede hablar a sí mismo, es en este lugar donde llega a conocerse mejor que en cualquier otro de Jerusalén.
En él viven dos seres humanos, según siente aquí, él mismo y alguien más, y ese alguien también es como él mismo, aunque a la vez, distinto.
Y quisiera maldecir a este ser humano, incluso, si fuera posible, librar con él una lucha a vida o muerte.
Pero esto no dura mucho, solo escasos instantes se siente como ese extraño, luego vuelve a hundirse en su propio estado, así se siente más tranquilo que cuando ese otro ser humano surge en su cabeza.
Este es peligroso, lo amenaza y quiere dominarlo.
Judas también se niega a aceptar los pensamientos que deposita este ser humano en él.
Cuando vienen su corazón late con tanta fuerza que duele.
En el Jardín de Getsemaní se atreve menos aún a entrar en esos pensamientos, allí preferiría entonces enterrarse en la tierra para ya nunca salir de ella.
En ocasiones también allí le asalta con tanta fuerza su propia misera que no puede con ella.
Entonces Judas está a punto de sucumbir.
Con todo lo que hay en él intenta mantenerse en pie, mordiéndose los labios hasta que sangran.
En ese estado se queda días y noches en el Jardín, en ocasiones duerme, la mayoría del tiempo vela.
‘¿Por qué estoy aquí?, se pregunta entonces.
‘De todos modos no puedo pensar’.
Sus pensamientos se mezclan revoloteándose, no hay una línea en ellos y lo dejan horriblemente exhausto.
Finalmente, se desprende del lugar y vuelve a adentrarse en la ciudad.
Allí da vueltas rezando, murmullando fragmentos de las escrituras, y quien lo ve lo percibe, según ya se dijo, como un santo.
Le alcanzan pan y algo de beber, y él acepta las dádivas una vez que ha visto la cara de los que las ofrecen.
Las lágrimas le caen por las mejillas y enfila hacia el Monte Calvario.
Allí se come ávidamente el pan, sin prisas o sin saborearlo mucho, porque hambre de verdad no tiene.
Sí que su cuerpo traquetea como un esqueleto reseco, pero no tiene necesidad de alimento.
El fuego en su interior lo domina todo.
Se sienta en un lugar determinado.
Es muy especial, este lugar, según Judas sabe, sin que pueda determinar, sin embargo, por qué.
Algún día hubo aquí una cruz.
La cruz por excelencia.
Ahora juega un peligroso juego consigo mismo, según siente; ahora se sienta en el lugar donde algún día estuvo la cruz.
Se atreve, pero entonces no debe pensar en nada y menos en aquella cosa terrible que aquel otro siempre quiere dejar en su interior.
Tiene que mantenerse muy tranquilo, entonces llegará el momento en que las cosas en su interior se aclaren.
Un momento más tarde hace algo que en realidad lo sorprende a él mismo; empieza a cavar un hoyo en el lugar.
Y mientras que con las manos remueve la tierra, canta una canción piadosa.
Se siente ahora tremendamente rico, todo le pertenece, también la tierra en que está cavando.
Se convierte en un hoyo hondo, tan hondo que él mismo puede ponerse de pie en él.
Ahora que la cabeza le sobresale por encima del talud de tierra, canta y canturrea y espía sus alrededores.
Así puede mirar durante horas, mientras que se retuerce las manos y en ocasiones se lamenta, como si lo hubieran perforado y lo atormentara un fuerte dolor interior.
A sus pies se encuentra Jerusalén.
Espía las calles y en pensamientos sigue a las personas que ve andando por allí.
Haciendo esto y sintonizándose nítidamente con ellas, no tarda en saber todo de ellas.
Sobre todo le gusta seguir a los rabinos, puede seguirlos todo el tiempo que quiera.
Entra con ellos al templo y escucha sus conversaciones.
¿Qué?
Primero no lo cree, sintoniza con más precisión en su charla.
Sí, hablan de él, ese loco que se ha cavado un hoyo allí en el Monte Calvario.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
Judas ni siquiera tiembla cuando los oye hablar de él de manera tan implacable, incluso trepa fuera del hueco y se sienta para poder escuchar mejor.
Pero pronto empieza a aburrirle y baja otra vez a su morada de tierra.
Allí medita entonces todo el día sobre lo que allí han dicho sobre él.
Cuando no puede alcanzar una conclusión va con toda calma al Jardín de Getsemaní para volver en sí.
Donde tiene su morada casi no lo ven.
Judas está en todas partes y en ninguna, vive miles de problemas y no vive ninguno, ha reflexionado hasta reventar y a pesar de ello todavía no hay claridad en él.
Ya no es capaz de unir los añicos de su interior.
Aun así, lo intenta con desesperación.
“Busca... Vamos, ¡busca!”, sale de su boca, “busca, tú, Satanás, Satanás en mí, vamos, busca, tú, fari..., tú, teólo..., ¡alborotadores!”.

Habla entonces a sí mismo y a la gente con que se encuentra, pero que prefiere evitar.
En este estado, es como un niño indefenso.
En su interior siente cómo corta y punza y traquetea, es como una sensación de hambre.
Le molestan los harapos que lleva, le duelen, preferiría no llevar nada.
Ahora una piedra puede hacerle tropezar y entonces yace en el suelo sin la conciencia de ponerse de pie hasta que alguien lo encuentre y se ocupe de él.
Entonces ocurre con frecuencia que lo llevan a su pequeña habitación y lo acuestan en la cama.
Duerme días y días, y estas son las únicas horas que conoce el calor y la tranquilidad terrenales.
Cuando no es así, piensa y remueve y se tortura a sí mismo y busca su otro yo.
“Ay, Jerusalén, pero ¿por qué?
¿Por qué estoy aquí?”.
No quiere que los rabinos que son sus enemigos lo quiten de enmedio, tiene que mantener su libertad, aunque tenga que huir por los tejados, no se dejará agarrar.
Estos son los pensamientos de Judas, que para algunos es un rabino de una especie particular, y para otros un demente de remate.
Pero también hay quienes lo tratan con respeto.
Y esto le reconforta, le da confianza y le reaviva.
Vuelve a enfilar sus pasos hacia el Gólgota.
En el hoyo que cava y cierra una y otra vez empieza a entrarle luz.
Cuando cierra allí los ojos, ve a los habitantes de Jerusalén y oye cómo hablan los sumos sacerdotes.
Pero vive más cosas todavía y esto le hace gritar con júbilo.
De pronto sabe con una certeza sorprendente que este es el lugar en que algún día estuvo la cruz de Cristo.
Aquí murió el Mesías, el rey de los judíos.
Se sorprende a sí mismo de poder pensar de pronto con tanta claridad.
¿Ha aprendido algo?
‘Ya estoy’, piensa.
‘Ahora de pronto puedo pensar en ello.
Ahora ha salido de mí y puedo pronunciarlo.
¡Es aquí!’.
¡Aquí, en este lugar, es donde Cristo cambió la vida terrenal por la divina!
Loco de alegría por el hecho de que pueda ahora pensar tan claramente y sin interferencias va corriendo por el Monte Calvario, para volver después, sin aliento, a su lugar de siempre.
Ahora se mete lleno de alegría en el agujero y quiere seguir pensando.
Quisiera morir en este lugar que tanto quiere.
Con cuánto gusto moriría por Dios y Cristo si se le concediera saber y si se le respondieran las numerosas preguntas incomprensibles y martirizantes en su interior.
Qué alegría le da ya ahora que puede pensar de manera normal.
¡Puede pensar!
Pensar en todo que necesita, en esto de aquí y en aquello de allá abajo.
Puede pensar en todo sin que nada le moleste.
Se toca la cabeza, los brazos y las piernas, controla el latido de su corazón, pone los dedos en los ojos.
Los nervios de los ojos le avisan de tener cuidado y cuidarse más.
Está muy debilitado corporalmente, pero no le dice nada, puede volver a pensar como pensaba entonces... hace mucho tiempo.
“Aquí quiero morir”, vuelve a murmurar un poco más tarde.
Aquí, en este lugar, quiero morir”.
Ya vuelve a salir de su agujero y sigue a gatas, buscando y escuchando, otra vez hundido en un mundo extraño, en que solo hay lugar para él mismo.
Aprieta el oído contra la tierra y escucha con atención, no oye nada.
Y aun así es aquí, aquí oirá como se pronuncia la palabra liberadora, solamente puede ser aquí, en ningún otro lugar en la tierra... ¡solo en Jerusalén y en este lugar!
Judas sigue buscando la realidad de su propia vida y quien lo ve así llega a tener compasión de él.
Quiere enterarse de todos los grandes problemas, que lo han convertido en lo que es ahora.
Pero todo es en vano, no se entera.
Está aquí para rezar, según cree, y para pensar.
Quiere pedir a Dios que le quite lo horrendo, que le libere de todos sus pensamientos de los que no puede desprenderse.
¿Por qué no lo hace Dios?
¿Por qué no?
Pensaba tener certeza, pero... ¿son correctos sus sentimientos y pensamientos?
¿Por qué Dios no le da certeza y tranquilidad?
Los libros sagrados no lo hicieron más sabio, es más, las escrituras despotrican en su interior, se ahoga en ellas.
Tal vez pueda dárselo la tierra, decírselo...
Pero por más que escuche, la tierra no habla.
O ¿es que sí habla, pero su vida está muerta?
Esto lo entristece.
En su agujero en la tierra le ruega a Dios que le ayude.
Es cristiano, una criatura, según dice en su oración.
Quiere ver y saber, y le pide a Dios si quiere quitarle ese dolor.
Sin esos dolores podrá seguir viviendo mejor.
Durante días y noches, Judas sigue rezando y da vueltas gateando y palpando.
Los sentimientos en él son extraños, ya le gustaría abrazar a Jerusalén entero, incluso dar su vida por esta región.
Pero, en realidad, ¿por qué?
Así sus preguntas van multiplicándose cada hora.
Todos los dolores, las preguntas y la falta de todos modos no son capaces de quebrarlo, sabe mantenerse en pie y poco a poco va conociéndose mejor.
En ocasiones esto significa para él sabiduría, en otras, miseria y horror.
Y en Jerusalén lo dejan que haga sus cosas, ahora piensan que es un excéntrico inofensivo.
Entre sueños anda por las calles de Jerusalén, hablando por lo bajo y agitando la cabeza.
Expulsa las palabras entre gemidos.
“Mi maestro... ay, mi maestro...”, lo oyen balbucear.
Entonces Judas ve un destello de su vida anterior, se ve a sí mismo deambulando por las calles de Jerusalén, con él van otras personas a las que no conoce.
Entre ellos anda una figura tan celestial y divina que no puede ser más que el Mesías.
Judas se disuelve un momento en esta imagen, se desploma entre la gente y se queda en el suelo, gimiendo y balbuceando el nombre del Mesías.
Estos instantes son fabulosos para el alma de Judas, los espectadores ven reflejado el éxtasis en su cara.
A su lado, Judas observa ahora una figura hermosa, vestida con una vestidura nívea, radiante como un sol.
Los ojos irradian la luz eterna que ilumina a Judas, lo calienta a él y a los otros que estaban con él.
No comprende que ahora no se arrodillen todos para rezar y meditar.
¿Por qué la gente es tan insensible?
Judas sueña conscientemente, está dormido y aun así, despierto.
En este estado vive todas estas apariciones irreales.
Pero entonces todo se desvanece y al abrir los ojos ve a los espectadores, que lo observan con miradas respetuosas.
Aun así, estos ojos extraños le hieren y se aleja apresuradamente, lejos de los seres humanos, al seguro silencio de Getsemaní.
Allí se esconde debajo de los arbustos.
Intenta volver en sí.
Y entonces puede ocurrir que se asuste tanto de sí mismo que se fustiga.
También esta tarde se da una tunda, se golpea donde pueda darse hasta derrumbarse exhausto.
Agotado en alma y cuerpo se reencuentra, abre los ojos, pero entonces ya no puede aguantar el cuerpo torturado y cierra para siempre los ojos terrenales.
En ese momento su alma hostigada recibe alas, aletea hacia arriba, echa un breve vistazo en el espacio en el que llega, también allí quiere empezar a pensar y buscarse, pero entonces también esos ojos vuelven a cerrarse y Judas ya no se entera de nada.
Lo ha acogido uno de los muchos mundos que posee Dios y que creó para el ser humano.
Ese mundo lo mece hasta que se duerma, allí descansa y se prepara para un nuevo nacimiento, para una nueva vida en la tierra.
Lo encontraron en el suelo del Jardín de Getsemaní, sus labios tocaban la tierra, como si todavía en sus últimos instantes hubiera querido oír la respuesta de la tierra a sus numerosas preguntas angustiosas acerca de él mismo, en el ahora y en el pasado...
¿Era Judas?
Más de una vez lo había sentido, pero le era demasiado increíble para poder aceptarlo.
Sin embargo, ni la tierra ni los seres humanos podían confirmarle su sensación y tampoco le ayudaba que se quedara mirando durante horas el cielo o llorara a mares.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941

Un incendio interior

El maestro Zelanus también sigue las vidas posteriores de Judas, en las que este sigue enfocándose en el Mesías:
Volvía a nacer en una familia de padres judíos.
Ven que se convierte en rabino y que va escalando hasta el consejo judío.
Nuevamente, quiere convencer el judaísmo de sus sentimientos de cara al Mesías.
En este punto incluso es más fanático que antes, el fuego en él se ha prendido con todavía más fuerza.
Los judíos no quieren saber nada de él ni de sus ideas.
Pero Judas grita de voz en cuello: ¡Cristo es el Mesías!
Si no quiere escuchar las aseveraciones de sus compañeros sacerdotes judíos de que su Mesías todavía tiene que nacer y que esto ya no tardará mucho, se ve nuevamente exiliado.
Judas va otra vez a Jerusalén, aunque tampoco ahora sabe nada todavía sobre su pasado.
Allí enseguida sube al Monte Calvario.
Quiere meditar, pero entonces de pronto le entra una fuerte sacudida: mientras piensa así desciende inesperadamente en su pasado.
El susto es tan terrible que un ictus se lo lleva del mundo.
Nuevamente, su alma martirizada vuela al espacio, también ahora abre un momento los ojos, pero aquí las leyes de Dios exigen obediencia.
Vuelve al mundo de lo inconsciente, ahora no tiene que ver o pensar.
Se queda dormido y una energía invisible lo lleva a descansar.
Judas Iscariote vivió todavía muchas vidas, una tras otra, se me concedió seguirlo.
El fuego en él siguió ardiendo.
Más de una vez se preguntó por qué sería que luchaba tan fanáticamente por el Mesías, y por qué no cambiaba el judaísmo.
Unas veces más lo acogieron en el consejo judío.
Entonces Judas hablaba como un consciente, y cuando lo envolvía esta animación, se metía con todo lo de los judíos, para él solo existían el Gólgota y el Mesías.
Tampoco en esas vidas averiguó quién era.
Una y otra vez lo conducen a otros pueblos.
Pero tampoco en estas vidas consigue desprenderse de Jerusalén, este lugar tira de su vida con fuerza mágica, y le es imposible desprenderse de ella.
Aprende mucho en estas vidas y llega a estar en armonía con el espacio.
No obstante, sigue buscándose a sí mismo.

También durante su última vida en la tierra volvemos a ver a Judas en Jerusalén.
Ya de niño juega en el Monte Calvario.
También ahora lo atrae el Gólgota, y el niño se deja llevar.
Mientras juega, experimenta los propios sentimientos.
Judas conoce a un chico que, como él, está muchas veces sentado allí y se queda mirando con melancolía al espacio.
Le gustaría que este niño y él fueron buenos amigos, pero algo lo detiene, algo lo aleja con fuerza de esta vida.
Judas piensa que conoce a esta vida, pero no sabe de dónde.
Una y otra vez el chico vuelve a aparecer en sus sueños, con tanta frecuencia y nitidez que se vuelve particularmente molesto.
Crecen juntos, el chico no siempre está en Jerusalén, pero cuanto sí, busca a Judas para jugar y hablar con él.
Hace que Judas despierte.
En el Gólgota llegan a tener conversaciones profundas, el chico cuenta que él tampoco tiene sosiego.
Judas lo compadece, pero tampoco sabe ayudarlo.
Si Judas hubiera podido observar la profundidad de esta vida del alma, habría reconocido en su amigo el asesino que había colgado de la cruz a la izquierda de Cristo y que no necesitó perdón.
¡Al igual que Judas se buscaba ahora a sí mismo, esta alma buscaba el perdón que entonces desechó entre risas!
Conforme Judas va creciendo, le va entrando más sosiego.
Ahora está constantemente en el Gólgota, espiritualmente está lejos de la tierra, saca cada pensamiento de otro mundo, materialmente se vuelve ciego e insensible.
Está cerca del lugar donde estuvo algún día la cruz de Cristo, espera con calma y modestia el milagro que tiene que llegar y que lo mostrará a sí mismo.
Judas —¿es él Judas?
El milagro no llega, Judas se hunde en una profundidad espiritual y una parálisis cardíaca termina con esta vida.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941

También en el más allá

Judas despierta en el mundo astral:
En el mundo en que ahora abre los ojos hay figuras luminosas esperándolo.
Judas piensa que las reconoce.
‘¿No es este...?
Pero eso no puede ser, ¿no?
¿O es que sí son ellos?’, se pregunta.
Las figuras se acercan a él.
Una de ellas dice:
—Sí, hermano mío, somos nosotros.
Yo soy Pedro, allí están Juan y Andrés, y allá Jacobo y los demás.
¡Venimos a darte la bienvenida!
Pedro y los demás apóstoles saludan a Judas en las esferas de luz.
Pero Judas todavía no puede procesar mucho, y se queda dormido.
Cuando despierta, llama de inmediato a los apóstoles.
Pedro le pregunta si los ha reconocido.
Sí, sí, le asegura Judas, los ha reconocido a todos.
Se cae de rodillas, Judas, y hace preguntas a sus hermanos.
Pedro lo hace ponerse de pie y le explica lo que ha pasado con él.
Le enseña una escena tras otra y ahora Judas repasa así todas sus vidas, se le cae el velo de delante de los ojos.
Ahora comprende las preguntas y las tensiones que lo oprimían durante sus vidas terrenales.
Los apóstoles lo llevan a la primera esfera, donde puede descansar.
Aquí da las gracias a Dios por todo lo que le tocó vivir, ha aprendido sus lecciones y ahora comprende los errores que cometió contra Cristo como Judas.
Aun así no está libre de todo, todavía hay un fuego ardiendo en él, y también de este quiere verse liberado.
Judas escucha con atención cuando sus compañeros apóstoles le cuentan cómo tiene que actuar.
Lo acepta todo.
Entonces los apóstoles lo reconducen al Gólgota y vuelve a vivir en Jerusalén, pero ahora como personalidad astral.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
En la tierra, los apóstoles pensaron que Judas había sido condenado, pero en el más allá se les explicó la realidad:
Los apóstoles pensaban que Judas había sido condenado, pero pronto se les aclaró este milagro, porque ¡Dios no condena!
Jeus de madre Crisje Parte tercera, 1952
En el más allá, Judas llega a rehacerse:
Mientras que allí repasa su vida, le va quedando claro qué sigue ardiendo en él.
Quiere oír de boca de su maestro divino que este le perdona sus actos, de lo contrario no será feliz jamás.
Tal vez aquí su maestro venga a él.
Deseando con vehemencia la llegada de Cristo, repasa otra vez todas sus vidas y medita, mientras que los apóstoles han vuelto a sus propios cielos.
Su maestro no viene, y un sentimiento de desesperación se apodera de Judas.
Los pensamientos sobre la eterna condena no lo sueltan; ¿no podrá Cristo perdonarle sus actos, y por tanto tendrá que seguir cargando para siempre con esa maldición?
Pero aun así hay luz dentro de él, y de todos modos hay una enorme diferencia entre sus pensamientos y pensamientos aquí y los que tuvo durante su fantasmagórica odisea cuando deambulaba por la tierra.
Pero van pasando los meses y los años, y todavía vive allí esperando, en Jerusalén y en el Gólgota, implorando la palabra de perdón que le dará la felicidad eterna.
¿Acaso fue demasiado grande su acto para poder recibir perdón alguna vez?
Una y otra vez vuelve a sus vidas anteriores y vuelve a andar por allí con su maestro y sus compañeros apóstoles.
Cuando se deja ir así, cuando mantiene la calma y no permite que surjan deseos en él, alberga paz y felicidad.
Pero en cuanto se deja empujar por su deseo apremiante de perdón, surge en él la inquietud y percibe que vuelve a quedarse atrás.
Entonces vuelve a exigir —¿y no le dio a entender la vida que no tiene nada que exigir?
¿Acaso su terrible “deseo” tiene que volver a destruirlo?
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941

Aceptación

Ahora ahoga todo pensamiento que surja en su interior y que quiera obligarlo a hacer preguntas, a desear perdón.
Ahora nada debe ahuyentarlo, no debe albergar exigencias ni deseos, solo entrega pura, plena.
Solo entonces habrá vencido sus rasgos erróneos, entonces será maestro de sí mismo.
Y con estos nuevos sentimientos en su interior vuelve a vivir el drama del Gólgota, no le da miedo, quiere vivirlo todo, también su propio papel en el terrible suceso.
Reflexiona tranquilamente sobre todo, y ahora ya no hay en él nada que tenga que ver con exigir.
Y ahora puede pedir perdón, ¡ahora han entrado en él comprensión, entrega y saber!
Se arrodilla y reza para pedir perdón a su maestro divino.
Y ahora no está solo en el Gólgota, hay millones de almas que lo siguen, que siguen su vida con Cristo en la tierra y que también repasan sus propias vidas.
Así también ellos llegan a tener profundización, comprensión y entrega.
Y Judas reza:
“Dios, ay, Dios mío, perdóname mis errores.
No quería traicionar a Tu Hijo.
Quería despertar el judaísmo a sacudidas.
Lo enmendaré todo, pero no soy un traidor.
Tu Hijo y Criatura Divina lo sabe.
Te pido perdón, Dios mio.
Ayúdame, perdóname”.
Le han entrado luz, calor y felicidad.
Cuando pensó que nada funcionaba y cuando renunció a sí mismo y a todo, cuando ya no era absolutamente nada, sintió cómo se iba abriendo y hubo una luz que lo irradiaba a él y su interior.
La vida a su alrededor se disuelve, Judas se ve solo en el Gólgota.
Irrumpe una luz dorada, sus rayos alcanzan su pequeña vida.
Judas levanta la mirada y ve el rostro de su maestro divino.
“Maestro, mi maestro.
Eres Tú, el Mesías.
¿Puedes perdonarme?”.
Judas se siente acogido en la santidad y la gracia de la criatura de Dios, Jesucristo.
Sus ojos no logran desprenderse de Su radiante rostro.
Entonces oye cómo se dice:
“Judas, Judas, ¿todavía tiene dudas?”.
No puede decir palabra alguna, Judas, con lo apabullado que está por este imponente suceso.
Y entonces Cristo dice:
“Todo se te ha perdonado, Judas, todo, has llegado a conocerse a sí mismo.
Ahora vuelve a las esferas de luz y prosigue allí tu camino.
Conoces las leyes de Mi padre.
Ven, Hijo Mío, ahora todo ha quedado olvidado”.
Judas siente cómo es acogido en la vida de Cristo, ahora se sabe cargado por las fuerzas sagradas de Él.
Siente cómo se va elevando más y más.
Judas recibe la bendición de su maestro entre el cielo y la tierra.
Entonces Cristo se disuelve ante él, pero dentro de Judas canta ahora la felicidad, pues es libre de todo pensamiento equivocado.
Los pueblos de la tierra contemplados por el otro lado, 1941
Judas vuelve a tomar las riendas de su desarrollo espiritual y eleva su amor y conciencia hasta la tercera esfera de luz:
Regresa y por el camino se encuentra con los apóstoles.
Lo esperan, vienen a buscarlo y ahora lo llevan a la tercera esfera en la vida después de la muerte.
Donde todavía vive ahora Judas.
Sirve, está llevando a cabo grandes cosas para la humanidad.
Los demás apóstoles habían avanzado más, pero él también sigue y se eleva más y algún día alcanzará las esferas divinas.
Archives, 1945