Textos primarios de los libros de Jozef Rulof correspondientes al artículo ‘Eutanasia y suicidio’.
Estas fuentes presuponen la lectura previa del artículo ‘Eutanasia y suicidio’.
Estar atrapado y sentirlo
Lantos Dumonché accedió por medio del suicidio a la vida del espíritu:
Yo, llamado Lantos, fui uno de aquellos que pusieron fin a su vida terrenal.
Maté a una persona, después a mí mismo, pero resultó que eso me era imposible.
Entré a otra vida, la del espíritu.
El ciclo del alma, 1938
Esa vida espiritual fue para él una sorpresa decepcionante:
Miré a mi alrededor, ¿qué era eso?
A mi lado colgaba mi cuerpo material y vi que era yo mismo.
Mi cuerpo material colgaba allí de las rejas y yo colgaba junto a él.
Intenté apartarme, pero algo seguía sujetándome y volvía a tirarme hacia la vestidura material.
Aun así, quería alejarme de ese cadáver, pero había una fuerza superior a mí, y de golpe me vi arrojado de nuevo en mi cuerpo material.
Era horripilante.
Vivía en el espíritu pero no podía ir a donde quería.
¿Estaba soñando o estaba loco?
El ciclo del alma, 1938
Conoció el cordón fluido, la conexión de los sentimientos con su cuerpo material:
Quería saber lo que me retenía, pero primero tenía que recuperar la calma, mucha calma.
Vi un cordón que salía de mi cuerpo y que me conectaba con mi cuerpo material.
El cordón era elástico.
Rodeaba mi vestidura material entera y me era imposible romperlo.
El ciclo del alma, 1938
Conoció la muerte y la vida eterna:
Esta vida, lo sentía muy claramente, era tan diferente a la terrenal.
En esta vida pensaba y de inmediato estaba entregado a esos pensamientos.
En la tierra había que pensar antes de actuar.
Aquí ya había sucedido, lo que me había llamado la atención poderosamente.
Estaba descubriendo ahora un terrible problema.
Ya conocía la muerte y la vida eterna, aunque supiera tan poco de ellas.
El ciclo del alma, 1938
Pero su nuevo mundo espiritual estaba completamente vacío:
Pero me quedaría a la espera, tomaría buena nota de todo para asimilarlo.
Tenía la sensación de estar planeando entre el cielo y la tierra, porque como ya dije, este mundo estaba vacío y no sentía suelo bajo los pies.
El ciclo del alma, 1938
Entonces, sin embargo, tomó conciencia de lo que le esperaba:
De nuevo seguí el cordón, porque seguía sin poder aceptarlo.
Pero cuando sentí mi estado, me embargó una profunda pena, porque me parecía estar comprendiendo esta cosa horrible.
No, no era posible, no podía asimilarlo, porque me destruiría por completo.
Ahora comprendí que primero tendría que haberse descompuesto mi cuerpo material, antes de poder apartarme.
El proceso durante el que se consumiría lo tendría que presenciar yo mismo.
Se me encogió el alma cuando lo sentí.
Ahora entendí sus palabras, que los gusanos encontrarían su morada en mi alma.
Ay, qué horrible era esta verdad.
Por eso sentí ese empuje en mi interior, toda esa vida incomprensible.
Era indudable, esa verdad tenía que aceptarla, porque lo veía y sentía en mí mismo.
Me quedé completamente ofuscado, era una verdad aplastante.
Ninguna tortura, ninguna miseria en la tierra, por cruel que fuera, era comparable con este horror.
Ojalá que mi padre me hubiera apaleado hasta matarme, con cuánto gusto me habría entregado a él.
Lo que sentía y percibía me daba asco, porque el proceso ya había comenzado.
¿Cuánto tiempo duraría?
Iba a ocurrir algo inhumano y me tocaba vivirlo.
Me entró un olor horrible, y también eso lo entendí.
Había conservado en esta vida hasta los órganos olfativos.
Mis dolores terrenales y toda esa pena en el calabozo eran nimiedades en comparación con este nuevo dolor espiritual.
Si al final sí hay un Dios, un Padre de Amor, si hay justicia y misericordia, si existe la compasión que sienten los hombres y animales, si hay un Padre Todopoderoso en el cielo que cuida de todos Sus hijos, entonces me pregunto: ¿Cómo es que puedes aprobar todo esto?
Tenía que estar en el infierno.
Aunque no viera fuego, esto era peor.
Ay, Dios mío, después de tanto dolor, encima esto.
Era algo completamente desconocido en la tierra.
Qué profundos son estos problemas, qué terrible es el dolor espiritual.
Oh, hombre, no pongas fin a tu vida terrenal.
No te cierres a la luz del día, acepta, acepta todo, de lo contrario te encontrarás, de este lado, ante tu vida fracasada.
¡Cómo quisiera gritárselo a la gente en la tierra, a pleno pulmón!
Pase lo que pase, vivas lo que vivas, por terrible que sea tu dolor en la tierra, no lo hagas, aguanta hasta el final, porque todo llega a su fin.
Tienes luz, ves a gente, puedes ir a donde quieras, tienes tu voluntad propia, lo tienes todo.
Pero yo estaba aquí atrapado, tenía que vivir cómo se consumía mi cuerpo, sintiéndolo todo, porque sucedía en mi interior.
¿Qué es un amor roto, qué es perder a un ser querido, perder tus posesiones, tu dinero y otras miles de cosas, cuando sabes que hay una pervivencia?
Muchos ponen fin a su vida terrenal por tristeza o por otras cosas, pero entonces les tocará vivir esto, este horror, el proceso durante el que se consume su propia vestidura.
Aquí llegaba a reflexionar, descubrí estos problemas en el silencio de mi propia tumba.
Oh, ojalá pudiera contárselo a la humanidad, ojalá fuera posible que un día se me permitiera.
Si existían esas leyes y fuerzas, depositaría en ellas mis fuerzas del alma y describiría toda mi miseria para salvaguardar a la gente en la tierra de este terrible proceso.
El ciclo del alma, 1938
Se enterró el cuerpo terrenal de Lantos:
Sentí cómo me llevaban de este lugar, y también eso lo entendí.
Iban a enterrar mi cadáver.
No podía ver a la gente ni oírla hablar, y aun así sabía a dónde iba yo, lo que me estaba sucediendo.
Me esforcé por oír, pero no, no oía nada, no me llegaba ni un rumor.
Estaba cerrado a ese mundo y eso lo había provocado yo mismo.
Sentí cómo iba descendiendo y me calmé, pero no veía el ataúd en el que sin embargo debía encontrarme.
Lo que pertenecía a la materia me era invisible.
Todo era invisible, menos mi cuerpo, porque vivía en él, estaba atado a él.
Mi cuerpo y yo éramos uno por ese maldito cordón.
Cuando hubiera transcurrido mi hora, ¿se rompería entonces ese cordón?
El ciclo del alma, 1938
El proceso de descomposición resultó transcurrir en diferentes estadios:
De tanto pensar me había cansado y quería probar si conseguía dormir.
Pero tuve que abandonar, el proceso de descomposición me mantenía despierto.
Ya había perdido la noción del tiempo, porque había dejado de anotar los días en mi celda y aquí no podría hacerlo.
Mis sentimientos me decían que habían pasado meses, pero lo mismo eran años.
Seguí pensando y pensando y cada vez intentaba librarme.
Pero ya pude alejarme algo más de mi vestidura material, por lo que entendí que algún día llegaría el fin, aunque pudiera faltar mucho todavía.
En mi interior sentía muchos otros sentimientos, que me llegaban directamente de mi cuerpo material.
No podía detener esos dolores ni ese sentimiento, esa vida proseguía, tenía que proseguir, si no seguiría estando aquí para la eternidad.
Cuanto más rápido se completara este proceso, mejor me resultaba.
Como ya dije, obtuve cierto alivio de mi pensamiento, porque así hacía la transición a aquello en lo que pensaba.
Así comprendí que si era capaz de sintonizar con otras cosas no sentiría tan intensamente mis dolores ni todos los tormentos que estaba viviendo ahora.
Aquí todo es concentración, y aprendí a asimilar todas esas sintonizaciones de los sentimientos.
De repente me sentí traspasado por una fuerte sacudida.
Me pregunté lo que significaría.
Procedía de mi vestidura material.
Me concentré y entendí el significado de este acontecimiento, lo sentí y vi con nitidez.
Mi vestidura material había iniciado el segundo estadio de descomposición, ya había sentido una vez semejante sacudida.
Debido a que lo sentí y percibí, entendí este problema, grande y poderoso, por terrible que fuera.
Empezaría a vivir esta miseria cada vez con mayor intensidad, hasta que se descompusiera mi vestidura material.
Tenía que atravesar esto, asimilar todo hasta el final.
Fue un proceso terrible.
¡Inhumano!
El ciclo del alma, 1938
A medida que el cuerpo se descomponía, el cordón se estiraba:
De nuevo intenté alejarme y noté que ahora conseguía avanzar unos metros.
También me pareció estar percibiendo algo nuevo.
Era muy peculiar: cuando me miraba el cuerpo material veía tinieblas, pero por encima de mí había algo más de luz.
¿Estaría allí arriba el espacio?
Di vueltas a gatas, pero no sentí nada.
Solo veía esas tinieblas y aquella luz, no era posible palpar nada.
Pero quería saberlo y reflexioné sobre ello.
De manera inesperada sentí lo que significaba.
De pronto me vino ese pensamiento.
Aquellas tinieblas, donde yacía mi cadáver, allí estaba la tierra, y aquí, encima de mí, estaba el espacio.
De modo que al sentir con nitidez me encontraba en el borde de mi propia tumba.
El cordón iba estirándose al descomponerse mi cuerpo.
El mundo material estaba entre las tinieblas, y el universo se separaba, podía verlo claramente.
Aun así, era tan etéreo que yo seguía y seguía atravesando la materia.
El ciclo del alma, 1938
La conexión con el cuerpo terrenal se hizo más etérea:
Volví a sentir una de esas repentinas sacudidas y entendí que tenía que ver con mi cuerpo.
Mi pobre vestimenta aún no se había deshecho.
Ay, y si la hubiera cuidado, ¿cuánto tiempo habría tomado en ese caso?
Me sentía feliz de que no hubiera sido así.
El sueño que sentí había desaparecido ahora y bajé a las tinieblas para ver si se aproximaba el fin de este proceso.
Al comienzo era una densa emanación, que me envolvía la vestimenta entera y me unía como un cordón a mi cuerpo, pero ahora era traslúcida.
Me alegró mucho, porque significaba que faltaba poco para que recuperara la libertad.
El ciclo del alma, 1938
Por fin se fueron haciendo visibles los huesos:
Regresé otra vez a mi vestimenta material y quise saber cuánto había avanzado.
El hedor me dio náuseas, pero la emanación ya no me era visible.
No obstante, vi todavía mi vestimenta, pero en otro estadio, iban apareciendo los huesos.
Me alegré de sentir que el cordón estaba perdiendo fuerza y que podía alejarme cada vez más.
Pero al mismo tiempo sentía que el silencio y el sueño se hacían más intensos en mí.
Seguí avanzando a trompicones, fui alejándome más y más de mi cuerpo material, pero el sueño me forzó a descansar.
Sentía cómo iba hundiéndome, cada vez más profundamente, hasta que me caí, quedándome dormido.
Aún estaba en sentimientos junto a mi vestimenta terrenal, pero predominaban el sueño y el silencio, y perdí la noción de todo.
El ciclo del alma, 1938
El mundo vacío
Lantos se sentía feliz después de liberarse de su cuerpo terrenal:
Cuando me desperté me pregunté dónde estaría.
Tras un rato pensando, me acordé de lo que había vivido.
Era libre, podía ir a donde quisiera y por fin vería a seres humanos.
Me levanté de un salto del lugar donde me había dormido y comencé mi viaje.
Pronto los vería.
Oh, qué feliz me sentía.
El ciclo del alma, 1938
Pero esa felicidad no duró:
Seguí avanzando por el camino, pero no parecía tener fin.
¿Cuánto me habría desviado del mundo habitado?
El mundo en que me encontraba todavía seguía siendo ese mundo vacío.
Ni un animal ni planta ni ser humano, solo el silencio de la muerte.
Pero llegaría, sin duda.
Así que seguí caminando y en sentimientos me parecía que no había andado horas sino semanas.
¿Acaso no acabaría nunca?
¿Qué es lo que me tocaría vivir ahora?
Seguí avanzando, a pesar de todo, siempre más.
Más tarde vería a gente y me divertiría.
Era algo que ansiaba.
¿Cuánto tiempo había estado en soledad?
Primero en mi celda y después en este horror.
Pero ahora podía seguir, ya nada me detenía.
Más allá, siempre más allá, pronto llegaría.
Aun así, empecé a sentirme cada vez más triste porque tardara tanto y estuviera tan lejos.
Pero reuní todas mis fuerzas y seguí marchando hacia el país con sus muchos habitantes y su diversión.
Pero todo parecía seguir igual.
¿Acaso no era libre todavía?
¿Me esperaba un nuevo horror?
¿No había sufrido bastante ya?
¿No había un final?
¿También me habían engañado en eso?
Vivía, podía moverme y aun así no lograba alcanzar lo que quería poseer.
Volví a hacerme mil preguntas y me enfadé.
No, aún faltaba, tenía que avanzar más todavía, seguía sin llegar al final.
Después de descansar un poco me puse otra vez en marcha, miraba a mi izquierda y derecha, por encima y debajo de mí, pero todo seguía igual.
Me quedé a solas con ese desagradable silencio sepulcral que había sentido junto a mi tumba.
Ahora estaba en este mundo vacío, pero quería salir, como fuera.
Irme lo antes posible, a la gente y donde hubiera movimiento.
Así todavía me volvería loco, si es que no llegaba el fin.
Después de andar mucho volví a sentarme para descansar.
Ay, ay, qué terrible es esta vida, qué incomprensible e inhumana, todo esto me dejaba anonadado.
¿Cómo le puede parecer bien a un Dios?
Ya había sentido respeto por Él, pero ahora mis buenos propósitos volvían a sofocarse.
Estaba empezando a odiar y maldecir de nuevo.
¿Es que no hay clemencia?
Dios no condena, pero ¿no era esto una condena?
¿No se me está condenando ahora?
Es lo que me decía, pero al instante me obligué a tranquilizarme.
Tenía que esperar, estar tranquilo y seguir.
Pero sin duda que había andado ya durante semanas y todavía no se veía el final.
Ya había descansado tres o cuatro veces y seguía en este mundo vacío.
Con las últimas fuerzas que me quedaban emprendí otra vez el camino.
Ahora aceleré el paso y me puse a correr hacia lo desconocido, pero no hubo cambios y terminé desplomándome agotado, durmiéndome por enésima vez.
Desconocía el tiempo que habría estado durmiendo, pero aun así me acordé de mi estado.
De nuevo me puse en camino, porque ahora me sentía descansado.
Pero parecía que no había final.
Busqué medios para librarme de este horror, pero ¿cuáles?
No pude encontrar nada y me puse a echar pestes y a lanzar imprecaciones como un loco.
De pronto me sentí exhausto.
Se me cerró la garganta y me atormentaban el hambre y la sed y muchas otras cosas.
Mordiéndome los labios por este horrible sufrimiento decidí, sin embargo, retomar el camino, pero después de unos pasos volví a desplomarme y me desmayé.
Volví a despertarme y de nuevo me puse en camino.
Después de andar un tiempo empecé a dudar nuevamente.
Me puse a buscar mi vestimenta material, porque pensé que tenía que buscar el error en mí mismo.
Sin duda que me había ido sin tener aún permiso.
Pero por mucho que buscara, sintiera y palpara, era imposible encontrar mi vestimenta terrenal.
Qué remedio entonces que continuar, pero ahora intentaría conservar la serenidad y la calma.
Entretanto, ya llevaba una eternidad de camino, y seguía sin haber cambios.
El ciclo del alma, 1938
Lantos optó por su probada solución para deshacerse de su miseria:
Entonces junté las manos para ver si podía estrangularme; así me volvería loco.
Pero ni siquiera eso me fue posible, porque cuando pensaba en mí mismo, mis manos no obedecían y rebotaban sobre mí.
No podía alcanzarme.
Así experimenté que no podía destruirme.
Me unía telepáticamente con aquello en lo que pensara, pero contra mí mismo no podía hacer nada.
Yo era vida y esa vida era indestructible.
Solo sentía un leve mareo.
Era porque me instalaba en la disarmonía.
El ciclo del alma, 1938
Solo después de muchos años hubo cambios:
Retomé el camino y después de andar un tiempo me pareció sentir una leve brisa, ¿o es que me la estaba imaginando?
Sin embargo, la sentía.
Sí, parecía que por fin algo estaba cambiando, así que seguí, pero ya sin prisas, porque quería concentrarme en todo.
Esa leve brisa se convirtió en un murmullo y ahora la sentía claramente.
Me pareció ver vida a mi alrededor.
Estaba encima y debajo de mí, por donde mirara, y me entró una gran alegría de que por fin fuera a ver vida.
No entendía por qué había tomado tanto tiempo, pero se lo preguntaría al primer ser humano con que me encontrara.
Quería saber el significado de todo lo que había vivido.
Ahora sentía que iba por buen camino y continué.
Veía sombras delante, al lado y encima de mí, pero abajo había cada vez más oscuridad.
El suave viento que había sentido se fue intensificando y pasó a ser una tormenta, el zumbido se había transformado en un fuerte aullido.
La vida que me rodeaba iba cambiando a cada paso.
De qué manera tan natural sucedía esto.
Debajo de mí iba habiendo más densidad y me sentía como en la tierra.
¿Sería la tierra?
¿Estaba en el mundo habitado?
Las sombras fueron adoptando formas, todo se hacía más denso y era como si estuviera entrando en otro mundo.
Me latía el corazón en la garganta y sentí que me entró miedo.
Había estado solo demasiado tiempo.
Ahora estaba viendo vida y después vería a seres humanos.
Por delante de mí iba habiendo más densidad y más nitidez, y sentía que regresaba a la tierra.
¿Estaría aquí entonces en la realidad, en la vida espiritual?
Iba volando hacia la vida, no me cansaba.
Empecé a oír la violencia de un huracán y parecía que se acababan el cielo y la tierra.
¿Era esto el infierno?
Pero seguí, porque me sonreía, lo deseaba.
Ya no sentía ni miedo ni nerviosidad.
Conforme se iba haciendo más salvaje, mejor se me hacía.
Pero no era tan sencillo avanzar, porque me enfrentaba a vientos huracanados que me agotaban.
Pero a medida que progresaba, iba haciendo la transición a esta nueva vida, y una vez llegado a este punto ya no lo sentía tanto.
Aun así me pareció que algo me retenía, y me opuse a esa fuerza, porque quería ver a gente lo antes posible.
Pero esa fuerza opuesta me cansaba tanto que decidí descansar algo.
Sería que aún no era capaz de resistir esto, o que me faltaban fuerzas, y que tendría que habituarme.
Allá, delante, había una ciudad, así que habría gente viviendo en ella, pero lo que me rodeaba era oscuridad.
No obstante, podía percibir.
El ciclo del alma, 1938
Y entonces se le explicó a Lantos por qué había tenido que esperar tanto tiempo:
Mientras estaba pensando aquí, me pareció oír una voz.
Miré a mi alrededor, pero no vi a nadie.
De nuevo oí hablar y pregunté:—¿Hay alguien?
Oí:—Sí.
—¿Dónde está?
—Aquí, junto a usted, pero soy invisible para usted.
—¿Es invisible? —repetí—.
Entonces, ¿por qué no se acerca más?
—Escuche, amigo mío, tengo algo que decirle.
—¿Tiene algo que decirme?
—Sí, si es que me quiere escuchar.
—¿Podría decirme de dónde he venido?
—Se lo aclararé.
Escuché poniendo toda mi atención y ya entendí quién me hablaba.
Le oí decir:—Estuvo caminando y caminando, siempre más allá, sin que hubiera fin.
Sin embargo, el fin ha llegado.
Después de su redención, tuvo que experimentar el tiempo que habría vivido en la tierra en condiciones normales.
¿Le quedó claro?
Me quedé pensando y dije:—No, no lo entiendo.
—Entonces escuche.
Usted puso fin a su vida terrenal.
¿Lo sabe?
—Sí, lo sé.
—Pues bien, habría seguido viviendo en la tierra, y ese tiempo no podía agotarlo viviendo antes de liberarse de su cuerpo material.
Ahora entendí lo que quería decir la voz.
El ciclo del alma, 1938
Lantos comprendió que había tenido que pasar en ese mundo vacío todos los años que aún habría vivido en la tierra si no se hubiera suicidado.
Ha tenido que vivir hasta el final su tiempo de vida natural, hasta el último segundo que habría vivido en su cuerpo si no se hubiera suicidado.
Solo después se disolvió su mundo vacío, y él hizo la transición al más allá con el que estaba sintonizado.
Entonces podría ver por fin personas, personas que habían hecho la transición como él y que se encontraban en la misma esfera que él.
Se pone en camino por su mundo espiritual después de la conversación con su preceptor, para encontrarse con otra gente:
A cierta distancia vi a un ser humano que iba en la misma dirección que yo.
Sentí mucha curiosidad por saber si era un ser humano de la tierra, o si era el hombre astral.
Al acercarme un poco, vi que era una mujer.
¿Habría muerto o aún vivía en la tierra?
Me había acercado mucho y decidí toser un poco, pero no me oyó.
Nada la alteraba y siguió caminando, sin interrupción.
Ya fuera espíritu o persona material, era un ser humano.
Pero aun así quise que me percibiera, quizá podría hacerle algunas preguntas.
Cuando me encontré caminando a su lado me dirigí a ella, pero siguió sorda y por lo visto ciega también, porque ni me oía ni me veía.
Siguió andando absorta e hizo como si yo no estuviera.
‘Extraña aparición’, pensé.
Ahora intenté aproximarme a ella desde el otro lado, entonces tendría que verme sin que pudiera ignorarme.
Cuando hube avanzado unos pasos regresé, pero tampoco ahora me vio.
¿Viviría todavía en la tierra?
Entonces comprendería que no pudiera percibirme, porque los espíritus eran invisibles para el hombre que viviera en el cuerpo material.
Algunos habían visto espíritus en la tierra, pero yo no era uno de ellos.
También ella era ciega, igual que tantas otras personas.
Seguí andando pegado a ella, yo, ser humano muerto, mientras ella aún poseía su vestimenta material.
Me pareció muy interesante ver a un ser humano de la tierra y solo ahora entendí lo escondida que estaba la vida espiritual detrás de ese velo.
La emanación que escondía este mundo les era impenetrable.
Cuánto había estado buscando yo todos esos problemas.
Desde los primeros rayos del día hasta muy entrada la noche, y aun así no los había averiguado.
De modo que no era nada extraño que no me viera.
Me había adentrado ahora en esa vida incomprensible.
Tarde o temprano vendrían todos hasta aquí y les parecería tan asombroso como a mí.
Pero este ser humano no dejaba de avanzar y yo seguí andando a su lado, porque quería saber a dónde iba.
Llevaba una vestimenta preciosa, igual que la que solía vestir mi madre.
Por eso entendí que pertenecía a los primeros círculos, porque ese traje era muy costoso.
¿Era de día o de noche en la tierra?
De la manera en que se comportaba deduje que era de día.
Así no podría avanzar por la noche ni de madrugada.
Las puertas de la ciudad tenían su horario de cierre y quien no llegara a tiempo tenía que quedarse fuera o tener los papeles necesarios.
¿Era una forastera?
¡Me parecía tan peculiar!
Me estaban ocurriendo otra vez cosas nuevas.
No dejamos de avanzar.
Pronto atravesaríamos las puertas de la ciudad.
Aun así intenté hablar otra vez con ella y le pregunté:—¿Es usted de la tierra?
Pero continuó sorda y ciega.
Todavía pasó bastante tiempo antes de que alcanzara su objetivo.
Todavía seguimos caminando, uno al lado del otro, pero el paseo no parecía tener fin.
Empecé a aburrirme de tanto avanzar.
¿A dónde se dirigía?
Llevábamos ya horas de camino.
¿Significaría algo?
Cuanto más avanzábamos, más se me acercaba la ciudad.
Sin embargo, esta imagen era diferente a la que había percibido antes.
¿Y ahora esto qué significaba?
Yo quería ver el mundo habitado pero no hacía más que avanzar, por lo que el paseo era interminable.
También para ella.
Sentía que me encontraba ante un nuevo problema.
Mira, se me ocurrió algo: estaba pensando sin pureza.
Pensaba en todo y nada, salvo en la tierra, no en lo que debía pensar.
Así no llegaría nunca, porque se me desperdigaban los pensamientos.
Estaba de camino y no lo estaba.
Pero ¿y ella?
¿No era ella un ser humano de la tierra, no era un ser material?
Volví a mirarla y me asusté.
Mostraba un rostro teñido de profunda tristeza.
Tenía los ojos vacíos y sin embargo veían, porque continuaba andando, siempre más, pero caminaba con la cabeza inclinada hacia la tierra, sumida en pensamientos.
¿Veían esos ojos o era sonámbula?
Me encontraba en un estado muy extraño.
Ella daba la impresión de mirar a través de la tierra.
¿Y si no estaba yo conectado con la tierra?
Empecé a dudar de mí mismo.
¿Quién era ella y qué clase de persona era?
¿Un espíritu, un problema?
De pronto pensé sentir este misterio.
Intenté seguir sus pensamientos y en efecto, lo sentí claramente.
Ella había muerto en la tierra, porque me entraba la muerte.
Ahora entendí este milagro.
Se había suicidado y vivía en el silencio.
Me había encontrado con alguien que había puesto fin a su propia vida.
Por no haberme sintonizado bastante, lo vivía de forma errónea.
Ahora me sintonicé con la tierra y de inmediato este mundo se hizo más denso, por lo que vi la tierra frente a mí.
Cuando volví a sintonizarme con ella, pero sin perder la conexión con la tierra, vi que la envolvía una emanación.
Ahora era para mí una sombra, como los demonios que había percibido en mi calabozo.
Era asombroso este acontecimiento.
¡Un ser humano que había puesto fin a su vida, una mujer!
Ay, no había quien la ayudara, porque ahora entendía su estado general.
Podría seguir avanzando durante años, pero sin acabar nunca.
Solo me cabía esperar que en la tierra no hubiera llegado a los cien años, porque si no, su dolor sería inabarcable.
Yo también había estado caminando así, de modo que conocía su dolor.
Tenía que experimentar la vida, porque así agotaba su vida terrenal.
No, no podía oírme ni verme.
Pero algún día, este mundo en el que me encontraba ahora se haría visible.
Por triste que me resultara, aun así este mundo me parecía asombroso.
El ser humano que se quitaba la vida se cerraba para todo lo que vivía en el universo.
Esa mujer vivía ahora en un espacio vacío, como yo.
Nada, no había nada, solo ella y sus pensamientos.
La mujer pensaba y siempre seguía andando, un año tras otro.
¡Y sin embargo llegaría el final!
En ella vi pasar de nuevo ante mí todo mi propio dolor y toda mi miseria.
Ahora que lo percibí, entendí por fin con claridad mi propia vida.
¡Qué imponente!
Todo lo que hasta ahora me había tocado vivir era imponente y asombroso.
El ciclo del alma, 1938
Lantos aún tenía que aprender a dominar las nuevas leyes espirituales:
Ella había optado por el veneno y yo por la soga.
Cuando pensé en eso me volvió a entrar un dolor punzante.
Por pensar en ello, me volvían aquellos dolores, y pensando otra vez en cosas distintas, se me iban de nuevo.
Siempre era curiosa esa manera de intuir, pero yo quería seguir de esta manera.
Este estado me había enseñado a conectarme de diferentes formas.
Lo que me interesaba, eso lo sentía.
Me entraban las cosas más asombrosas.
Me entró su vida en cuanto quisiera pensar en ella.
Fui repasando todo claramente, porque todo esto tenía que servirme de enseñanza.
Lo que yo vivía era triste, pero así eran las cosas.
Allí caminaban el dolor y la profunda miseria, ¡una ruina humana!
Estaba muerta, pero aun así vivía.
Sin embargo, incluso en su vida no tenía conciencia de nada de lo que la rodeaba.
Estaba ciega y sorda, sola y abandonada, no era nada.
Me senté y me quedé mirándola.
Nunca dejaba de andar.
Allí caminaba un problema humano, que solo yo conocía y que no era más que miseria.
No me era posible expresar en palabras cómo la veía.
Caminaba en el silencio de su propia tumba, no había nada que la pudiera detener.
También ella sabía qué significaba el proceso de putrefacción.
Había vivido que su cuerpo maternal y divino se había descompuesto.
Ay, ser humano, ¿por qué diste ese paso?
¿Por amor?
¿Te partieron el corazón?
¿Te destruyó la vida en la tierra?
Podía ser tan bella allí, pero la vida de unos la destruían otros.
Yo había matado, pero me habían obligado a hacerlo.
Lo más preciado que tenía estaba siendo mancillado.
¿Quién se habría podido dominar?
Y a pesar de todo, ahora lo sabía, es lo que debería haber hecho.
No debería haberme dejado llevar.
El ciclo del alma, 1938
Lantos comprendió que esta mujer solo iría a su propia esfera espiritual después de haber terminado de vivir los años terrenales en el vacío, igual que él:
Pero después, ¿dónde entraría?
¿Se adentraría aún más en aquellas tinieblas?
También eso me quedaba claro ahora.
Cuando hubiera depuesto todo eso, primero iría a su sintonización directa.
Iría a parar a un infierno o a un cielo.
Solo entonces comenzaría para ella esta vida, solo entonces se uniría telepáticamente con esta vida, la real.
Era sorprendente lo bien que todo engarzaba.
Esas leyes eran las leyes de Dios, no era posible modificarlas en algo.
Mira cómo va allí, ¡la pobre!
No dejaba de verla, pero cuando me dedicaba a pensar en otras cosas dejaba de ser visible para mí.
Sin embargo, allí seguía, avanzando, siempre más allá, aunque ese infierno me resultara invisible.
De ese mismo modo a lo mejor habría innumerables infiernos invisibles, que yo quería conocer más tarde.
Merecía la pena saberlo todo sobre esta vida, cómo se organizaba todo esto, cómo era la gente que vivía en ella y lo que había hecho para llegar hasta ella.
El ciclo del alma, 1938
Lantos comprendió más tarde que él mismo había estado deambulando en el vacío durante treinta y dos años:
Pero continué.
Primero viví meses y meses y años.
El tiempo que a los...
Debería haber vivido otros treinta y dos años.
Esos treinta y dos años —ahora viene— los viví en un mundo...
Debería usted leer ‘El ciclo del alma’.
Preguntas y respuestas 6, 1951
Después Lantos quiso llegar a saber todo lo relativo a la vida espiritual.
Después de un estudio de centenares de años comprendió que el ser humano que se suicida se arroja temporalmente fuera de su propia evolución:
Es algo que no podrán eludir.
Basta con que se suiciden para también entrar en otra vida.
Basta con que lo hagan para que terminen en la tierra con su cuerpo —no tienen más que leer mi ‘El ciclo del alma’, es la vida mía— y vivan el proceso de podredumbre hasta que su cuerpo por fin haya desaparecido.
Presenciarán ese proceso de podredumbre, seguirán estando conscientes, estarán atados a ese cuerpo, y cuando este se haya consumido, quedarán libres y no tendrán ni vida ni luz; vivirán en un mundo que no existe, se habrán echado a ustedes mismos de esa vida, a patadas.
¿Hay alguna otra justicia?
Cuando llegue entonces el momento de morir de verdad, y haya pasado su tiempo, su vida terrenal, ese mundo se disolverá, se les caerán esos grilletes, y volverán a entrar en la realidad, en la armonía para su propia vida, para su propia evolución.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Lantos “se despertó paseando” solo después de haberse consumido el tiempo de vida natural.
En el otro lado, allí verán gente y no la verán.
La verán, pero será de modo borroso.
¿Por qué?
Porque siguen todavía sintonizados con la tierra.
Sí, no parece nada, no sienten nada, pero aun así estarán en un mundo incierto, inconsciente, porque todavía no han completado la muerte, todavía no han completado la vida.
Todavía no han consumido su aura.
Entienden, ¿verdad?
Así que les falta esa aura.
Tampoco la recibirán cuando ya haya pasado el cuerpo, esa podredumbre, porque entonces su tiempo vital los mantendrá presos en la tierra.
Y cuando llegue el momento de verdad, llegarán a recibir, como si dijéramos... o sea, andarán conscientemente dormidos en el otro lado, y entonces llegarán a recibirla, esa fuerza, y se despertarán, digamos, andando.
Preguntas y respuestas 6, 1951
El camino hacia la luz
Durante la vida terrenal de Lantos en la Edad Media, la Iglesia enseñaba a sus fieles que todas las personas que hubieran cometido graves pecados, como asesinatos y suicidios, estaban condenadas.
Esa condena consistía en arder eternamente en un infierno.
Por lo tanto, para la Iglesia Lantos habría tenido que purgar y sufrir eternamente en ese infierno por su asesinato y suicidio.
Cuando Lantos vivió su propio infierno, estaba contento, a pesar de todo el dolor y miseria, de que la Iglesia predicara falsedades y de que él viviera sin condena en su verdad y realidad espirituales.
Se besó a sí mismo por la alegría de que todavía viviera, es decir: espiritualmente, y que no estaba condenado.
A pesar de toda la miseria se daba cuenta de que había empezado una nueva vida espiritual en la que podía seguir viviendo:
Me di un beso a mí mismo cuando puse fin a mi vida y me colgué de las rejas del calabozo, porque ahora tenía la verdad.
Al final resulta que sí que era feliz, por estar ante la ley justa: a la propia vida, ni tocarla, porque es divina, y yo interrumpí mi vida de forma humana, como hombre.
Todos esos dolores allí en la tierra son indescriptibles, he tenido que vivirlos, y después tuve que aceptarlos.
Y cuando se liberó el momento en que se rompió el cordel en relación con mi cadáver, con mi organismo, y pude ir explorando con toda tranquilidad ese espacio, vivía en un mundo invisible para mí mismo.
No se veía a nadie, nada verde, nada de luz, allí me encontraba solo yo.
Estaba solo en una inconmensurabilidad.
No había luz, ni una palabra, nada.
No había nada que pudiera alcanzarme de eser amor divino —¿verdad?—, de esa sintonización divina, de esa justicia, de este ser uno universal.
No había nada que pudiera alcanzarme, ¿entienden?
Estaba ante la realidad, vivía solo allí.
Había otro suicida que yacía allí y vivía su propio grado.
Los rasgos de mi carácter habían construido un mundo propio, yo era invisible para otro suicida, porque esta era mi luz, era mi pensamiento, mi sentimiento, mi conciencia, mi amor...
No pueden ustedes vivir los dolores si solo leen eso; si hacen la transición en eso, es algo que ustedes mismos tienen que experimentar, solo entonces la ley divinamente justa hablará a su personalidad.
Pero yo veía —y eso es un fundamento divino nuevo por el que llegamos a conocer la Omnimadre como amor— que no se podía ver ninguna condena: me encontraba vivo.
No estaba en un infierno, no había fuego, sino que vivía; y andaba y paseaba, y seguía paseando, atravesaba ese espacio, sentía tierra firme bajo los pies; sí: era una materia blanda, y no veía a nadie.
Año tras año, porque aún tenía que vivir años y, finalmente —eso lo pueden leer—, esa niebla se disolvió, esa miseria, esas tinieblas, y volví a la realidad.
Mis ojos, mis sentimientos... cuando vi que volvía a haber vibraciones a mi alrededor —¿entienden?—, que el Dios de todo lo que vive volvía a despertar en mí, como ser humano, con la sintonización humana, ya me caían las lágrimas por las mejillas, porque pude decir: vivo, no hay nada que destruir, voy a seguir.
Di un paso en falso.
Ya entonces tenía que ver con la Biblia, con los infiernos, era religioso, era orante, pensante, un sentimiento más hermoso que ni se sabe; pero el ímpetu, lo terco en mí para poder atacar a un ser humano —aunque se me robara mi amor— me partió por completo, espiritual y físicamente.
Y sin embargo, alegría, alegría de poder decir por fin: vivo, hay espacio.
Hay un Dios de amor.
No: este espacio mismo es amor.
Me he salido un momento de esta armonía, de la justicia, hacia lo inseguro, hacia lo insignificante, el yo humano, el sentir pensante.
Pero después de esto me liberé de la putrefacción, de la peste, el cólera y de la lepra cadavérica, y pude seguir.
No había condena.
Conferencias 2, 1951
No solo se había desmoronado el dogma de la eterna condena, sino que la imagen completa de un Dios castigador tuvo que ceder su sitio a la realidad espiritual:
Hemos tenido que inclinar la cabeza.
Cuando puse fin a mi vida y entré en la tierra estaba al lado de mi ataúd y al mismo tiempo estaba anclado a él.
Porque mi cadáver decía: “Hasta aquí y no más”.
No, la vida decía: “Le di sesenta, sesenta y siete, sesenta y ocho años, dos días y tantos minutos y usted tiene que vivir ese tiempo, porque servía para su paternidad, o no podrá aceptar la maternidad”.
Es decir: me dediqué a asesinar, a golpear..., me maté a mí mismo, a golpe limpio me arrojé fuera de la armonía divina, de esa justicia divina, y ya no pude aceptar ni vivir ninguna armonía.
Viví y creé disarmonía, desintegración, destrucción para mí mismo.
Pero no había un Dios que me castigara.
Me castigaba a mí mismo.
Conferencias 2, 1951
Cuando Lantos salió de su vacío, su líder espiritual le explicó que había terminado su tiempo de vida terrenal natural.
Su líder le aconsejó centrarse en silencio en su evolución espiritual, pero para eso Lantos había estado demasiado tiempo en el silencio vacío:
Tiene ante usted al mundo astral, lo que oye es pasión y violencia.
Pero mire allí, allí hay otro camino.
Este lo llevará al silencio, pero a uno que es diferente al que ha sentido.
Es el camino a las esferas de luz, a la vida elevada.
Aún no es consciente y existen otras fuerzas que pueden destruirlo.
Pero si continúa buscando lo elevado, lo asistiré en su intento y lo apoyaré en todo.
—¿Soy inconsciente?
—Así es —se me respondió.
—¿Es esa la tierra, allí delante de mí?
—Es la tierra, hijo mío.
—¿Y dónde está el infierno?
—Este es su infierno.
—¿Mi infierno?
—Su infierno. —Oí que se dijo claramente—.
El infierno es la réplica de su vida interior.
—¿No hay fuego?
—No, pero sí el fuego de la pasión.
Me quedé pensando mucho tiempo y entonces oí de nuevo que se me hablaba:—¿Qué desea hacer?
—Quiero ver vida y encontrarme con la vida.
¿Qué me aconseja?
—Actúe según sus propios sentimientos y siga la voz de su corazón.
Cuando me necesite y haya problemas que requieran una aclaración, cuando sienta que quiere descubrir la vida, la nuestra, y empiece a intuir la importancia de su vida, cuando vaya entendiendo la pena en la tierra y quiera seguir ese otro camino, llámeme entonces y acudiré a usted.
—¿Es usted Emschor?
—Sí, soy Emschor, su espíritu guía.
El ciclo del alma, 1938
Lantos no podía elegir el camino del silencio, había estado deambulando demasiado tiempo en el vacío:
Ahora que tuvo la oportunidad, se abalanzaba sobre la vida, aunque fuera la vida en el país de odio y pasión y violencia, en la esfera tenebrosa en el más allá con la que había sintonizado por su asesinato y suicidio:
Entonces llegué a los infiernos, en los mundos tenebrosos donde vive el ser humano en disarmonía que ha aceptado las leyes vitales terrenales, que de forma orgánica ha hecho añicos las leyes armoniosas para la madre tierra y el ser humano que roba, asesina e incendia.
Con esos seres humanos me encontré.
Los seguí.
Viví a millones de ellos, y les pregunté: “¿Qué hacen ustedes?
¿Qué sienten?
¿Conocen a Dios?”.
Conferencias 2, 1951
Estaba feliz con toda su alma de que la condena no existiera y de que pudiera empezar con la continuación de su pensar y sentir personales.
Durante años y años, durante siglos llevé una venda en los ojos y en el fondo no hice otra cosa que vivir la vida, ya no me atrevía a mirar, de tan grande, poderosa y amorosa que me parecía la vida y que la vivía.
Esta vida que me liberaba del suicidio; tuve que enmendar cosas, y no obstante, recibí las nuevas “alas”, la nueva energía.
Mi sintonización volvió a estar en armonía, a la armonía y pude empezar con la continuación de mi vida, de mi espíritu, de mi pensamiento y sentimiento personales.
Y entonces me convertí en cordialidad, entonces me hice amor.
Conferencias 2, 1951
Entonces Lantos se convirtió en amor y empezó a sentir que solo avanzaba en su vida espiritual si empezaba a ayudar a otros.
Prevención invisible contra el suicidio
Lantos se siente sobre todo atraído hacia la gente que se encuentre en el mismo estado de los sentimientos en el que estuvo él durante su vida terrenal que terminó por suicidio:
Me precedía una mujer.
Había en ella pena y dolor.
Sentí claramente cómo me entraba.
Todavía era joven e iba en andrajos.
Iba a seguirla a ella.
¿A dónde iría?
¿Estaría sola en este mundo?
También ella tenía el corazón y el alma partidos.
No me encontraba más que con miseria.
Deambulaba de calle en calle.
Constaté que me encontraba en otro continente, porque el idioma que se hablaba aquí no era el mío.
Aun así la entendía.
En sentimiento hice la transición a ese idioma y a ese ser, y de esta manera interpreté sus propios sentimientos.
Era la conexión espiritual.
De este modo sentía todos los idiomas que se hablaban en la tierra.
No dejé de seguir a esta mujer, porque en ella había sentimientos de suicidio.
Esos sentimientos afloraron en mí cuando me hube conectado con ella.
Pensaba continuamente en ello.
Cuando pusiera fin a su vida, pensaba ella, habría terminado su dolor.
Para ella la muerte era muerte.
El ciclo del alma, 1938
Lantos conoce como nadie las terribles consecuencias espirituales del suicidio, por lo que está muy motivado para proteger a esta mujer de ello.
Pero sentí más cosas.
En y alrededor de ella vi el medio en que pensaba para poner fin a su vida terrenal.
Para ella era un salto al agua.
Pero en ese caso también quedaría unida a su cuerpo material, y fuera a donde fuera este, también ella tenía que vivir ese terrible proceso.
Aun así sentí que se la podía ayudar.
Quien no fuera alcanzable tenía que ser abandonado a su suerte.
El ciclo del alma, 1938
Primero tiene que arreglárselas para alejarla del agua:
En ella había dolor maternal y sentí por qué había llegado a este estado.
Había sido abandonada y en ella había una joven vida.
Si ponía fin a su vida, no sería la única que entrara en este mundo.
Sería un doble asesinato, que tendría que enmendar.
Ahora que lo sabía, haría todo lo posible para impedírselo.
¿Quién la habría llevado a este estado para luego abandonarla?
Era inhumano.
Allí, delante de mí, se desplazaba un terrible dolor, como jamás había vivido yo.
‘Dios mío’, pensé, ‘cuánto sufrimiento hay’.
Ya no volví a exclamar “¿Por qué a Dios le puede parecer bien esto?”; yo sabía.
Seguí conectado con ella y la apoyaba.
La alejé mucho del lugar a donde quería ir.
‘Eso no’, pensé.
No busque el agua, a usted la atrae.
El ciclo del alma, 1938
Entonces tiene que encontrar a gente en la tierra a la que pueda alcanzar como espíritu:
Se sentó en un banco en el parque para descansar y pronto se quedó profundamente dormida.
Sondé su sueño y determiné cuánto tiempo podría durar.
Dormiría unas horas, así que yo también tenía unas horas.
Quería aprovecharlas.
Me fui en busca de otras personas para conectarlas con ella y que pudieran ayudarla.
Me alejé y me concentré en las personas que me resultaran alcanzables.
Rastreé la zona, pero sin resultado.
Por eso me puse a deambular por la zona; a lo lejos vi un edificio grande.
Allí fui.
Cuando entré vi que era un monasterio y que en él vivían monjes.
El hombre en la tierra aún no había comenzado con su tarea diaria.
Me concentré en la hora y determiné que eran las cuatro de la madrugada.
Pero aquí había y vivía gente que podía ayudarme.
Fui de habitación en habitación.
Junto a cada cama sondaba al hombre que yacía en ella.
Después de entrar y salir de una decena de habitaciones, encontré lo que buscaba.
Este monje era alcanzable.
Estaba abierto a poder recibir los rayos y los pensamientos del espíritu.
El ciclo del alma, 1938
Lantos se hace uno en sentimiento con el monje:
Su sueño no era tan profundo, por lo que lo desperté.
Lo espoleé a que se despertara.
Obedeció mi severa voluntad, pero estaba asombrado de sus propios actos, aunque hiciera lo que yo deseaba.
Después de conseguirlo, me arrodillé y recé a mi Dios y a mi líder espiritual para que me ayudaran.
Lo que quería conseguir no era tan sencillo.
Cuando se hubo vestido también él, se arrodilló y rezó su oración matinal.
No podía molestarlo y me quedé a la espera.
En mí había una gloriosa calma.
Me concentré en él cuando terminó y quise que fuera a darse un paseo.
Pero tuve que renunciar a ello durante unos instantes.
Sentí lo que quería ir a hacer y lo dejé.
Se alejó y entró a una capilla.
Allí volvió a a rezar a su Padre en el cielo y le pidió que le bendijera el día.
El ciclo del alma, 1938
Seguidamente tiene que conseguir juntar a estas dos personas:
Entonces determiné cuánto tiempo se quedaría rezando y cuando lo supe me desplacé como un rayo a mi protegida.
Seguía profundamente dormida, por lo que la desperté.
Este despertar fue muy sencillo.
Elevé su sentimiento y después el espíritu retomó su trabajo, poniendo en marcha los órganos nobles.
Temblaba de frío, la pobre.
Entonces puse en ella un sentimiento alegre, el de que su dolor más grande había quedado atrás.
Después la incité a que se fuera.
Cumplió con mis deseos.
Cuando lo hube conseguido, la obligué a seguir en una sola dirección y me fui alejando a cada paso que daba ella.
Un paso de ella eran diez míos.
Así la fui llevando hacia el monasterio.
Una vez allí, vi que el monje había terminado de rezar.
Entonces quise que fuera a dar un paseo.
Se sentía inquieto, de modo que agucé mi concentración y logré mi propósito.
Cuando llegó al exterior quiso volver.
Estaba tomando conciencia de que le sucedía algo raro.
Lo obligué a que siguiera.
Date un paseo, le dije en voz alta, por temprano que sea.
Sus propios sentimientos y pensamientos estaban resistiéndome.
Pero aun así hizo lo que yo quería, aunque empezó a rezar de nuevo.
Me encontraba ahora en conexión con ambos seres terrenales.
A uno me lo atraía desde lejos y al otro ser lo intentaba llevar en una sola dirección.
Pero todavía me encontraba ante un caso difícil.
El monasterio estaba rodeado de un alto muro y estaban acostumbrados a quedarse dentro de ese cerramiento.
Pero saldría, como fuera.
Lo empujé con violencia hacia la salida, pero se oponía.
No se les permitía.
Supliqué que se me ayudara y mantuve la concentración fijada en la salida.
El ciclo del alma, 1938
Afortunadamente, cada espíritu que trabaje por el bien puede contar con ayuda espiritual:
De pronto hizo lo que yo quería.
Fue muy inesperado, por lo que entendí que se me estaba ayudando.
El monje ya no era él mismo, le había llevado a un estado de semitrance.
Una vez fuera, vi que también ella venía en esta dirección.
Unos segundos más y ambos se encontrarían.
Qué feliz me sentía.
Los conecté en un camino solitario.
El monje miró hacia el ser harapiento, pero pasó de largo.
‘Dios mío’, pensé, ‘¿ha sido en vano mi trabajo?’.
El ciclo del alma, 1938
Ahora hace falta concentración máxima:
Al concentrarme profundamente se detuvo y la miró.
Amor, nada más que Amor puse en él.
—Ayúdala.
Ayúdala, vamos, necesita su ayuda —le dije.
Pero qué difícil era conseguir esto.
Entendí su estado.
Este monje no estaba habituado a dirigirse a la gente, encima a una mujer, y sin embargo así tenía que ser.
Logré que se le acercara.
—¡Necesita su ayuda! —le exclamé.
De repente miró a su alrededor y a su lado.
Claramente, había captado mis palabras.
Aun así yo era invisible para él.
Entonces la obligué a ella a que se detuviera y mirara al monje.
Cuando también logré eso, volví a conectarme con él y le dije bien alto:—Ayúdala.
¡Dios es Amor!
Dios es Amor.
¡Tiene que ayudarla!
Por fin se venció a sí mismo:—¿Tengo que ayudarla? —preguntó.
Pronunció mis palabras sin saberlo.
Ella lloraba.
—Hermana mía, ¿puedo ayudarla?
Me envía a usted nuestro Padre Todopoderoso —dijo.
Cuando lo oí decir estas palabras sentí cómo me fui hundiendo.
Me entró una corriente de profunda felicidad.
‘Gracias a Dios’, pensé, ‘está a salvo’.
Sin embargo, me mantuve firme y vi que fue llevada al interior.
Las puertas quedaron cerradas a su paso y mi trabajo había concluido.
Me arrodillé en el lugar donde me encontraba para dar gracias a mi Padre, por haberme sido concedido ayudar a un ser humano.
El ciclo del alma, 1938
El ser humano terrenal interpreta la ayuda espiritual dentro de su propio cuadro mental:
Después fui a buscar al monje.
Estaba en la capilla, rezando a Dios y dando gracias a su Padre, igual que había hecho yo.
En mí veía al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo había bajado del cielo y le había dejado realizar este milagro.
Lo sentían como un milagro y pensaban ver en él a un santo, pero el que había sido el Espíritu Santo era yo.
Aun así, yo no estaba más que en el comienzo de mi verdadero camino, pero me hacía bien que lo consideraran un milagro.
Después visité a la joven mujer.
Yacía en una cama de un blanco inmaculado y lloraba de felicidad.
También ella daba gracias a su Padre.
Todos nosotros teníamos nuestro propio Dios y sin embargo, su joven vida había sido salvada.
Se la estaba cuidando, y su hijo iba a nacer en la tierra.
Así había vuelto a aprender mucho, haciendo algo por mis congéneres, quería seguir por este camino.
El ciclo del alma, 1938
En ‘El ciclo del alma’ se describe cómo Lantos ayuda durante cientos de años a otra gente en la tierra y en el más allá en su camino hacia la luz.
Mientras tanto fue conociendo todas las leyes de la vida espiritual y después de cientos de años alcanzó un grado de conocimiento y amor que recibe el nombre de ‘maestro’.
De ese modo es como recibió su nombre espiritual: maestro Zelanus.
Fue cuando había alcanzado como sintonización espiritual la cuarta esfera de luz y amor.
Finalmente, por medio de André (Jozef Rulof) recibió la oportunidad de describir su camino a la luz:
Pero algún día estuve en la tierra, algún día fui un suicida allí —André tiene ‘El ciclo del alma’.
¿Sienten mi ampliación?
Estaba condenado para la iglesia católica, y me hice cósmicamente consciente.
¿Siguen creyendo en la condena, André, seres humanos de la tierra?
Conferencias 3, 1952
Incineración después de suicidio
Algunas personas piensan que la incineración disuelve el “estar atrapado y sentirlo” en la descomposición del cuerpo terrenal.
Dicho en términos materiales es correcto, porque no es posible estar atrapado en el resultado de esa incineración: la ceniza.
Sin embargo, por la incineración aumentan mucho más las consecuencias dolorosas del suicidio.
Podrá encontrar más información al respecto en el artículo ‘Incinerar o enterrar’.
La esencia del suicidio
El maestro Zelanus resume la esencia del suicidio consciente de esta manera:
Esto es: violé el tiempo de vida que tenía.
Así que si uno se suicida, se va de la vida armoniosa, también el tiempo.
Y entonces va a parar a un mundo inconsciente, irreal, por no haber aceptado la realidad.
Preguntas y respuestas 6, 1951
Esa realidad abarca todas las circunstancias de la actual vida terrenal, incluyendo la duración natural de la vida.
Se está atado a ese tiempo, que podría ser de decenas de años:
Un ser humano que busca conscientemente la muerte, lo material —la muerte no existe—, el fallecimiento material, y que aún tiene treinta años, cuarenta, como aura para vivir...
Preguntas y respuestas 5, 1950
Ese tiempo de vida tiene que ver con aquello que vengamos a hacer en la tierra.
Esto varía para cada persona, por lo que también son diferentes la duración natural de la vida y las circunstancias vitales.
Podemos preguntarnos en qué grado podemos aceptar nosotros mismos todas las circunstancias de nuestra presente vida:
Señor, cuando alguna vez vea a un suicida, será mejor que no diga que ese hombre es tonto, sino que tiene que preguntarse —y así es como lo voy a considerar allí—: “Yo mismo, ¿me he quitado eso de encima?”.
Si un ser humano golpea a otro ser humano, señor, ¿qué hace usted entonces?
Cuando un ser humano es una carga para otro, cuenta chismes, habladurías y lo desintegra, ¿qué vamos a hacer entonces?
¿Estoy libre de eso yo?
Allí yo no me meto.
Mire, es cuando la vida empieza a valer la pena, porque uno empieza a verla de otra forma.
Pero ¿nos persiguen nuestras propias sombras?
No, señor, arrastramos toneladas enteras, incluso ahora, y eso es lo que se llaman las leyes del karma.
¿No lo cree?
Esto es esto, aquello es lo otro, y esto es asá y esto es aquello, tenemos desgracias, no avanzamos; queremos pero no podemos.
¿Qué es eso, señor?
Máscaras y máscaras y máscaras y máscaras, problemas.
Pero las hemos ido coleccionando, incluido el suicidio, todo.
Preguntas y respuestas 2, 1951
En este artículo solo se tratan algunos estados que pueden relacionarse con el suicidio y la eutanasia.
El maestro Zelanus indica que debería analizar todas nuestras vidas para explicar cada uno de ellos:
De ‘El ciclo del alma’ tendría que haber analizado todas las vidas de ustedes, y entonces llegarían a ver el suicidio universal.
Esto no era más que... no es más que un solo estado, de mí mismo.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Porque quien se suicida suele hacerlo ignorando las leyes vitales:
Es la ignorancia, hijo mío, por lo que miles de personas ponen fin a sus vidas y por lo que hay tantos enfermos mentales en la tierra.
Esto hay que enseñárselo al hombre desde niño: ¡el niño tiene derecho a conocer las leyes de Dios y eso no lo hará peor, sino más consciente!
Las enfermedades mentales contempladas desde el otro lado, 1945
El maestro Zelanus es consciente de que no nos puede dar la conciencia espiritual:
(Señora en la sala):—Maestro Zelanus, como principiante de la universidad espiritual le pregunto...
Acaba de decir usted: la conciencia espiritual no se la puedo dar.
Pero ahora le pregunto: ¿cómo puedo alcanzar la conciencia espiritual?
—Si la quiere vivir usted misma.
Yo no se la puedo regalar.
Puede leer los libros, puede escuchar, pero tiene que empezar usted mismo.
¿Es así?
(Señora en la sala):—Efectivamente.
Preguntas y respuestas 6, 1951
El maestro Zelanus solo puede informarnos sobre cómo funciona la pervivencia espiritual porque la ha experimentado él mismo.
Porque por mucho conocimiento y experiencia terrenales que acumulemos, nunca conoceremos las leyes del suicidio cuando no las transmite una persona habilitada por la experiencia:
Pero si ahora busca el más allá, el mundo astral, a través de usted misma, no lo averiguará tan pronto.
Y es cuando esos libros pueden volver a ayudarla, por el ser humano que vive allí.
¿Ha quedado claro?
Ahora recibe usted lo que el catedrático enseña al discípulo de usted, a su estudiante, para ayudar a un ser humano, para extirpar esas enfermedades del cuerpo.
Por ejemplo, si usted —usted ya comprende a lo que me refiero—, si le digo: “Tiene que empezar usted misma con ello”, sí, entonces esos libros le servirán de apoyo.
Porque entonces le contaremos, y eso es lo que haremos, lo que hemos vivido cuando pudimos alcanzar esto, aquello y lo otro, y acceder a ello.
Por ejemplo, ‘El ciclo del alma’ le ofrece una imagen: ¿por qué me he suicidado?
No haga eso jamás de los jamases.
¿Ve?
Porque si no conoce esas leyes, por muy cariñosa y buena y sincera y honesta que fuera usted, amorosa, nunca llegará a conocer las leyes para el suicidio.
Y el ser humano que se ha suicidado y que puede transmitirlo, ese le ofrecerá un asidero, y es quien la portará.
¿Entiende lo que quiero decir?
Solo entonces, cuando viva la vida, cuando hable con la gente —aquí, en la sociedad, llega usted a estar en contacto con miles de personas— podrá hacer el bien, pero entonces permanecerá en lo material.
O tendrá que poseer los dones para poder acoger ese espacio para ustedes mismos.
¿Lo capta?
Preguntas y respuestas 6, 1951
Eutanasia
Al final de la vida de Jozef Rulof, los lectores de los libros reciben la oportunidad de hacer directamente preguntas al maestro Zelanus.
Así es como alguien preguntó si hay motivos humanitarios que puedan justificar la eutanasia:
(Señor en sala):—Sí, maestro Zelanus, me gustaría hacer la siguiente pregunta.
Hace poco venía en el periódico: un médico en Estados Unidos ha inyectado aire en las venas de una paciente de cáncer en estado grave, por lo que se acortó su expectativa de vida.
Me gustaría que me dijera: ¿qué significa semejante acto para el espacio?
Porque, bueno, ese médico... digamos que su alma se vio infundida por motivos humanitarios.
—A usted lo que le importa es determinar: ¿puede hablarse de suicidio?
(Señor en sala):—Sí.
(Alguien en la sala):—O de asesinato.
—Asesinato.
Y suicidio.
A la enferma... por supuesto que a la enferma la habían convencido.
Preguntó a la enferma: “¿Le parece bien?”.
Al margen de ella... semejantes cosas no ocurren al margen de la conciencia.
Entonces sería un asesinato consciente.
Preguntas y respuestas 5, 1950
El maestro Zelanus repite que se trata de una situación en la que una paciente pide, plenamente consciente, que se la libere del sufrimiento:
“Sáquenme de este sufrimiento”.
“¿Le parece bien?
Entonces le ayudaré”.
Plenamente consciente, ¿verdad?
Preguntas y respuestas 5, 1950
El maestro Zelanus denomina esto “suicidio por otra persona”:
Cuando esa madre, o ese hombre, el ser humano, decide: pon fin a esta vida, entonces es suicidio por el otro.
No tiene que... el médico no tiene que hacerlo.
Juntos cargan con esta lucha.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Incluso cuando uno acorta su tiempo de vida con solo cuatro meses, se viven las consecuencias dolorosas del suicidio:
Y cuando a esta alma, a este ser humano, le quedan cuatro, cinco meses de vida, cuando era eso lo que le quedaba, por poner ella misma fin a su vida, por acortarla, termina metida con su cuerpo en la tierra y entonces vive el proceso de putrefacción con toda su fuerza.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Es imposible destruirnos nosotros mismos, no es posible destruir el alma, la personalidad espiritual, astral.
Así que uno termina con ese cuerpo metido en la tierra; lo agravamos mil veces.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Si la propia persona pide la eutanasia, entra en las consecuencias del suicidio.
Si la eutanasia se hace al margen suyo es un asesinato:
Si el médico... si el médico lo hace sin su conocimiento y sentimiento, entonces él es el asesino.
No es posible violar estas leyes naturales, no es posible acortar su vida por estar enfermo.
Para la tierra todo es posible.
La ciencia, la sociedad, el sentimiento de justicia se enfrenta a ello y dice: no, doctor.
La facultad dice: no, nosotros estamos para sanar.
Ya entenderán que cuando...
En los tiempos prehistóricos se masacró de esta manera a millones de personas.
Pero ya entenderán que si a la ciencia le pareciera bien que el médico liberara al enfermo de ese sufrimiento, se convertiría en un asesinato a gran escala.
Así que para el espacio somos...
Violamos nuestra vida.
¿O esa vida?
Ese cuerpo está enfermo, pero esa vida no está enferma.
Esa vida tiene que vivir todavía un poco, meses, quizá un año, dos.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Si la propia paciente no quiere la eutanasia, entonces no está forzosamente atada a la descomposición de su cuerpo.
Entonces no se ha suicidado, y por tanto tampoco es un “suicidio por otra persona”.
Así que su voluntad no está centrada en detener el funcionamiento del cuerpo.
La personalidad espiritual vive aquello en lo que está centrada la voluntad y la atención:
Esa madre... si esa madre hubiera dicho... la que tiene cáncer: “Yo no quiero eso.
Yo no quiero eso”, y sí se hace, porque el ser humano piensa: entonces esa criatura dejará atrás el sufrimiento... —dispone usted... manda sobre su propio organismo: “Yo no quiero eso”—, entonces a ella no llegarán a meterla en la tierra y estará libre de la putrefacción, porque no fue ella quien destruyó la vida.
Leyes, leyes.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Nuestra personalidad espiritual vive la dilatación de nuestro cuerpo hasta el último momento de nuestro tiempo de vida natural:
En todos esos estados sentirán ustedes la justicia natural para el cuerpo, el cuerpo necesita dilatación, experiencias.
Después llega por sí solo el proceso de morir.
No es morir, es quedar libres.
Pero también el alma del que se trata, no el alma, sino la personalidad astral como espíritu, es ella quien lo vive.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Las intenciones humanitarias del médico no quitan que esté violando el tiempo de vida de otra alma:
(Señora en la sala):—La intención con la que lo hizo el médico, con la que le inyectó aire a esa mujer...
—Sí.
—... ¿no cuenta en cierta medida? ¿No tiene un significado espacial para el... karma de ese médico?
—Mire, ese médico llegará algún día a un estado en el que dirá: “No volveré a violentar a un enfermo, porque seguiré...”.
Esta es una ley divina, su vida es una ley divina, eso es parte de usted, le pertenece.
No importa si están enfermos o sanos, pero no es posible quitarse la vida de la tierra ni cinco segundos antes de tiempo.
Entiende, ¿verdad?
Entonces se verá envuelta en conflictos, entrará en disarmonía con la transición, con el crecimiento, con el florecimiento, con el final, con la evolución, para su cuerpo.
Pero no con ese cuerpo; ¿qué aura llegará a tener todavía, qué clase de sentimientos llegará a tener en esos tiempo en ese cuerpo?
Preguntas y respuestas 5, 1950
Sobre quien lleva a cabo la eutanasia dice el maestro Zelanus:
Él no solo es el asesino, no solo es quien interviene aquí en una ley divina, en la evolución, en su tiempo, en su vida, en su sociedad, en todo, ese dolor, ya ese yacer allí...
No, es el pensar, el ser; ser aquí en la materia —deberían comprenderlo algún día— es lo esencial para el espacio, el alma, el espíritu, la personalidad.
Su vida tiene un tiempo.
Esa vida aún no está en sus manos, pero la echarán a perder, no, la vivirán, tienen que vivirla.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Analgesia
El maestro Zelanus no subestima los dolores humanos:
No hace falta pedir dolor.
El ser humano que se riera del dolor y se encoja los hombros es una persona inconsciente.
Preguntas y respuestas 6, 1951
Jozef Rulof aprendió por su mediumnidad sanadora que al tratar a los enfermos los maestros trabajan desde el amor y la seguridad.
Solo cuando por medio de Jozef Rulof podían aportar un avance para el cuerpo y también el alma conseguían curar.
Eso no es como el ser humano en la tierra que puede enviar al prójimo prematuramente fuera de esta vida terrenal por una forma de compasión:
Ese médico que los envía demasiado pronto allí, ese médico que los envía allí demasiado pronto por compasión...
¿Qué es la compasión?
En el otro lado, para Dios, ¿qué es la compasión?
¿Creen que Dios tiene compasión?
Preguntas y respuestas 5, 1950
Esta compasión sin conocimiento de las consecuencias puede conducir al ser humano a actuar de forma antinatural.
Si se conocieran las consecuencias de esos actos, ya ni se les ocurriría quitarle la vida a su prójimo.
Por eso los maestros advierten ya en su primer libro, ‘Una mirada en el más allá’, que una forma de compasión puede llevar a la perdición de uno mismo y los demás, si no se conocen las consecuencias espirituales de los propios actos compasivos:
También en esto reside claramente que sentir compasión puede ser la perdición.
Una mirada en el más allá, 1936
La compasión puede conducir a romper el tiempo de vida natural:
Resulta que ahora estamos ante una enfermedad.
¿Qué vive esa alma, esa personalidad?
¿Compasión?
Por la compasión nos ponemos a violar la naturaleza, a quebrarla, a mancillarla, a contagiarla, a deformarla.
Preguntas y respuestas 5, 1950
Cuando el ser humano ha consumido por completo su tiempo de vida, puede vivir la muerte como la transición al otro lado.
Nos remitimos al artículo ‘Morir como transición’ para una descripción de este proceso.
Durante este proceso de morir se desprende el alma del cuerpo terrenal.
Los dolores corporales pueden interferir en este proceso de separación.
Por eso es un acto beneficioso para el alma cuando la morfina y otros analgésicos facilitan la transición:
Pregunta desde la sala de una enfermera: ‘A los moribundos les suelen poner inyecciones de morfina para hacer más fácil el proceso de morir.
¿Qué sentimientos genera eso para el alma que tiene que hacer la transición, señor Rulof?’.
“Enfermera”, comienza diciendo Jozef, “eso lo podrá usted ver y vivir ahora, dado que todo esto lo tiene usted en su interior.
Esas inyecciones están bien.
Dado que entonces el pobre ser humano no siente tanto sus dolores, el espíritu se puede desprender tranquilamente para el otro lado, porque los dolores solo apartaron trastornos, eran gemidos.
Pero ahora llega la paz.
¿No sabía usted eso?
No es dañino para el alma, al contrario, ¡es una bendición!
En estos tiempos el ser humano puede aceptar esto, antes todavía no se conocía, entonces los lechos de muerte eran distintos, como todo, por cierto.
Entonces te abrían en canal con la conciencia despierta, porque ¡todavía no había anestesia!
Ya lo ve, avanzamos a toda máquina, y es comprensible.
¡Dentro de un tiempo habremos vencido toda la miseria!
Y ¡solo entonces el ser humano morirá espiritualmente consciente!”.
Preguntas y respuestas 1, 1950
Eutanasia pasiva
La reducción deliberada del tiempo de vida natural es un acto antinatural.
Pero el deseo de estirarlo también puede adoptar formas antinaturales.
Al decidir a lo que recurrimos y a lo que no en cuanto a posibilidades médicas, es importante que nos centremos en la naturalidad de nuestro cuerpo y sentimientos.
Cuando nuestro cuerpo está fatalmente enfermo y el médico propone otra operación más, es importante seguir la voz de nuestro interior:
Y usted, señora, ¿qué tiene que hacer usted?
¿Operarse?
¿Lo ve? Es una cuestión personal.
De todas formas no podrá actuar por la voluntad y la fuerza y los sentimientos de otra persona; a la hora de la verdad, usted actuará tal como es ahora.
Preguntas y respuestas 2, 1951
Antiguamente se usaba el término “eutanasia pasiva” cuando a un paciente terminal se le dejaban de aplicar tratamientos médicos que estuvieran destinados a evitar que muriera.
Sería mejor llamarlo “actuar de forma médica normal” y no una forma de eutanasia.
El proceso natural del cuerpo en la última fase ya no tiene necesidad de aparatos que impidan al cuerpo detenerse.
Tiempo de vida natural
La eutanasia activa suele adelantar el momento de la transición, en comparación con lo que habría pasado sin ella.
Esto tiene como consecuencia que la persona fallecida por eutanasia tiene que esperar hasta el final de ese tiempo de vida natural para proseguir su camino hacia la luz.
El momento natural de hacer la transición sin eutanasia no es arbitrario, ya está fijado desde el nacimiento:
¿O sea que en cada nacimiento está determinado cuándo morirá el alma y cómo morirá el ser humano?
—Sí, es una ley y también eso está determinado, pero cómo hará la transición y por qué razón no tiene nada que ver con eso.
El origen del universo, 1939
Ese momento natural de hacer la transición está determinado por las leyes para el alma:
Las leyes para el alma fijan su edad.
Las máscaras y los seres humanos, 1948
El alma prevé en el momento del nacimiento tanta aura vital como sea necesaria para llevar a cabo su programa vital en esa vida.
Pero ahora tengo que vivir cincuenta años, porque eso está en mi aura, en mi espacio vital para este nacimiento, mi plasma, es sentimiento, es plasma, eso me sirve para vivir cincuenta, sesenta años aquí.
Preguntas y respuestas 2, 1951
Cuando se ha consumido esa aura vital termina también el tiempo de vida natural:
El nacimiento te otorga una nueva vida y esta solo acabará cuando se haya terminado de vivir el aura vital.
Entonces de pronto la maquinita se niega a latir y el alma regresa para entrar en su siguiente vida.
Esas vidas acaban con una precisión absoluta.
Las máscaras y los seres humanos, 1948
Todo el mundo tiene una cantidad propia de aura vital:
¿Sabe usted cuántos gramos tiene usted?
Preguntas y respuestas 3, 1952
Con ella alimentamos nuestro cuerpo material:
Las auras son fuerzas vitales que alimentan la materia a través de las fuerzas de los sentimientos de los seres.
Una mirada en el más allá, 1936
Esa aura vital nos mantiene con vida:
Es usted una sola aura, vive usted por el aura, es el tiempo de vivir, es la vida como tiempo para su vida en la tierra, y eso es aura vital, es sabia vital, es leche vital de la Omnimadre por la que vivimos los seres humanos.
¿Qué es lo que lo mantiene en vida, señor?
¿Por qué vive usted? ¿Por qué no ha muerto aquí todavía?
Ciertamente, ¿por qué no se ha muerto aquí todavía?
¿Y por qué unos se van pronto y otros, tarde?
¿Por qué un ser humano tiene que llegar a los ochenta años, señor?
Preguntas y respuestas 3, 1952
Sin aura vital nuestro cuerpo no sería más que un barril de agua:
No es usted más que un barril de agua, más no, con sal y otras partículas del espacio, un poquito de pimienta también, oxígenos.
Preguntas y respuestas 3, 1952
Alguien que viene a la tierra para enmendar una serie de cosas a otra persona puede morir cuando se haya completado su programa vital.
De ese modo, el padre de Theo, del libro ‘Hacia la vida eterna a través de la Línea Grebbe’, puede morir pronto porque en ese momento ya había enmendado aquello para lo que había regresado a la tierra.
Theo pregunta a su padre si lo que tenía que enmendar era de cara a su madre:
—Y en su última vida regresó usted a la tierra para enmendar cosas con mamá.
—No solo por eso, también para liberarme por completo de la tierra y poder entrar por tanto a la vida eterna en libertad y sin ataduras.
Hacia la vida eterna a través de la Línea Grebbe, 1942
Su padre también explica por qué se murió tan pronto:
Cuando terminé en la tierra pude morir.
Es la explicación de por qué morí tan pronto.
Hacia la vida eterna a través de la Línea Grebbe, 1942
Dado que cada ser humano tiene un programa de vida diferente, este también determina el tiempo de vida de cada uno de ellos.
Por eso no podemos determinar de ningún ser humano cuándo ha terminado ese programa de vida, cuándo esa persona “puede” morir:
Y ahora en eso hay... cada ser humano es otro problema, una ley, y todas las transiciones son, pues, o bien personales, bien según las leyes, o bien naturales, o bien habla la vida.
¿Entienden?
Y entonces hay miles de...
Y aunque uno escriba miles y miles de libros sobre todos esos lechos de muerte y todos esos accidentes y todas esas coincidencias, sea lo que sea, aun así no habríamos llegado.
Así de profundo es, pues, el ser humano.
Y es allí hacia donde esto nos conduce.
Preguntas y respuestas 2, 1951
En caso de suicidio incluso es posible, de forma excepcional, que coincida con el final del tiempo de vida natural:
“Pero le puedo explicar que ocurren asesinatos, también suicidios, que aun así, a pesar de ese hecho, son transiciones normales.
Un ejemplo: unas personas tienen contacto con el otro lado.
Es un buen contacto; el médium es la hija.
El padre se va con su hijo e hija tres semanas de vacaciones a la montaña; la madre ya vive detrás del ataúd.
La hija está dos días allí cuando quiere regresar a Holanda.
El padre dice: ‘Vete, pero vuelve’.
Pero la hija se precipita en una acequia detrás de la casa y se ahoga.
O sea, volvió a casa para meterse allí en el agua y morir.
Cuatro meses después aparece y dice:
‘Padre, no me he suicidado.
Había llegado mi hora.
Dios no conoce los lechos de muerte, y mire, soy feliz, mi propia muerte me condujo hasta este desgarramiento, y me entregué por completo.
Fue la muerte y yo ya no tenía nada que decir, o sea, ¡mi propia evolución!’.
Preguntas y respuestas 1, 1950
Pero sin eutanasia o suicidio estamos seguros de que nuestro tiempo de vida natural nos conduce a nuestra siguiente evolución en el segundo exacto:
Se irán a la siguiente reencarnación, o a la siguiente evolución, a hora exacta, ni un segundo demasiado pronto, pero tampoco ni una milésima demasiado tarde.
Preguntas y respuestas 6, 1951