Sexta esfera; música espiritual

Pronto llegaron allí y por segunda vez entró en la vivienda espiritual de Alcar.
Reconocía todo de su viaje anterior.
Alcar se fue y volvería.
André se arrodilló para agradecerle a Dios por todo.
Era el mismo lugar en el que se había arrodillado ante su líder espiritual, para agradecerle todo cuando había dejado su vivienda para vivir la consagración espiritual.
Allí era que su alma sentía lo más profundamente, quería dar lo más sagrado y aun así le había causado tristeza a Alcar en la tierra.
El tiempo que había vivido en la tierra pasaba ahora ante sus ojos; veía en ella su propia vida.
Desde allí se encontraba en la esfera de la tierra, donde Alcar le había dicho lo que recibiría en este viaje.
¿Cuánto había visto, recibido en sabiduría y podido vivir?
Tenía la posibilidad de darle las gracias a Dios, lo sentía claramente.
Ahora sintió que lo atravesaba una fuerte corriente.
Se fue haciendo cada vez más intensa, tan intensa como no la había sentido nunca.
¿Qué significaría esto?
Lo aturdía.
Su alma succionaba esa fuerza a pleno pulmón y sentía que se iba hundiendo.
¿Tenía un significado?
Quería rezar, pero no podía darle forma a sus pensamientos; ya no quedaban fuerzas en él.
Ahora sentía nuevamente que se hacía más liviano y le entró una sensación como si en cualquier momento fuera a empezar a planear.
Sin embargo, era consciente de todo, sus sentimientos estaban fijamente sintonizados con lo que le estaba pasando.
Vaya, ¿qué era eso?
Vio que allí se le venía acercando un ser que le habló amablemente.
¿Había otros en la casa de Alcar?
—No tema, André, soy Cesarino, el maestro de su líder espiritual.

Entendió para qué servía todo esto; le llegó como en un fogonazo.
Estaba irradiado, envuelto en sus fuerzas, como Alcar ya había hecho para que pudiera entrar en estados insondables para él.
—¿Listo, André, dispuesto a seguirme?
No se atrevía a decir nada, pero en sentimientos le dio a entender al espíritu elevado que estaba listo.
En ese mismo instante se sintió acogido y estaba planeando hacia la sexta esfera.
Qué bello era este espíritu.
Tenía el aspecto de un joven de veinticinco años y según su líder espiritual, este espíritu tendría tres mil años.
Él era quien en la tierra había curado a Annie a través suyo.
Allí, no obstante, había visto a este espíritu de otra manera, pero sabía que podían hacer la transición en varios aspectos.
El mentor le hablaba poco, pero lo hacía sentir mucho.
En estas esferas no se hablaba.
Seguían cada vez más, hasta que en un momento dado el firmamento se desgarró y los iluminó una luz tremendamente bella pero potente.
“La luz de la sexta esfera, André”, le llegó, “y en un momento entraremos”.
Ahora André sintió lo mucho que hacía falta que fuera radiado por su irradiación.
La luz lo atravesó, pero logro mantenerse firme y seguir, precisamente gracias a estas fuerzas sagradas.
Qué país de las maravillas estaba viendo frente a él.
No se podía comparar la quinta esfera con esta sintonización.
Aquí vivía Ubronus.
Qué bello era todo.
El firmamento estaba envuelto en una emanación dorada y plateada.
Reflejaba en todo lo que vivía, una vida se reflejaba en la otra.
El espíritu lo miró y sonrió.
En esa sonrisa estaba su gran amor.
Qué sencillos eran todos con los que había podido encontrarse en las esferas de felicidad.
Qué sencillos eran los ángeles; este espíritu elevado lo acompañaba a lugares sagrados; era increíble.
No había suficiente concentración en él para poder abarcar todo esto.
Allí, ante él, estaba la esfera de la música.
—Ahora oirá música espiritual —le entró—, prepárese.
Seguiremos cada vez más hasta que hayamos llegado al lugar donde permanecen los maestros.

Por fin el espíritu descendió.
Ante ellos había un profundo valle y en el centro, un templo que se elevaba hasta los cielos.
Varios caminos atravesaban el valle; todos llevaban hacia el templo.
Por todas partes había flores en tonos extraños.
Estaba en una alta montaña y pronto tendría que descender.
Bajó mucho la mirada; todos los caminos habían sido trazados con ingenio.
Estaba aquí en un paraíso.
Vio miles de seres, todos iban camino del templo.
Otros rezaban y estaban arrodillados como si estuvieran sintonizándose para la fiesta.
En esta naturaleza uno podía prepararse.
Uno era acogido en la vida, en todo había un inmenso amor.
No había otros edificios salvo el templo de la música; la naturaleza era de una belleza arrolladora, todo estaba bañado en una luz blanca dorada.
Vio fuentes que llegaban hasta los cielos, aves y verdor, todas las cosas competían en ser aún más celestiales que las demás.
El valle era como un embudo.
Desde el centro del embudo se elevaba hasta la altura de los cielos el imponente edificio en el que los maestros tocaban música.
El maestro de Alcar le hizo sentir que descenderían.
Su camino serpenteaba lentamente a través de toda esta belleza y desembocaría, por lo que veía, junto al templo.
El templo se elevaba majestuosamente en el centro del valle.
Se iba haciendo más y más bello conforme se iban acercando.
A su alrededor había pájaros que cantaban su canción, toda la vida era feliz.
Ahora estaban en el valle; André se dio la vuelta y la montaña en la que hace un momento había estado se elevaba interminable por encima de él.
Cientos de seres recorrían el mismo camino y todos llevaban túnicas resplandecientes que relucían como soles.
La vestidura del maestro de Alcar era de una sustancia completamente distinta que la que llevaban ellos.
El significado ya le era conocido, y es que ellos vivían en la séptima esfera.
A diestra y siniestra crecían frutos y sin duda tenía curiosidad por saber cómo serían por dentro y qué sabor tendrían.
Si tan solo pudiera tener un fruto amarillo dorado de esos, qué feliz le haría.
Cesarino, que había seguido su conversación interior, le hizo sentir que podía tomar uno.
Escogió uno y quiso arrancarlo.
Se conmovió mucho porque, ay, ¿qué había hecho esta vez?
Después de que hubiera estirado la mano para recoger el fruto, este de pronto se deshizo en un fluido.
Le recorrió un susto.
Nuevamente había recibido una lección vital.
Él, el ser humano terrenal, quería recoger frutos espirituales.
Pero era demasiado basto para ellos.
En la esfera de Alcar había sido posible, pero solo ahora entendió que había ocurrido a través de las fuerzas de su líder espiritual.
Había en él una sensación como si hubiera matado.
Por su culpa, por su deseo se había destruido un producto de las esferas.
¿Por qué era que quería tenerlo todo?
¿No era ya una gran gracia poder vivir esto?
En la quinta esfera había recibido una lección vital y ahora también aquí, en la sexta.
Era horroroso; ¡qué basto se consideraba!
La naturaleza lo ponía en su lugar; ningún ser tenía que usar sus fuerzas para hacerlo.
Se había asustado muchísimo.
Allí estaba ahora, como un niño que sentía su pecado y era consciente de él.
El ángel le puso su bella mano espiritual en el hombro y dijo: “Vivir, André, es experiencia; experiencia es desarrollo en el espíritu”.
Ya no se volvió a mencionar el punto, pero él ya se había propuesto con todas sus fuerzas no volver a tocar nada y ya no desear nada.
Volvió en sí mismo y entendió qué grande era la gracia de que se le permitiera estar aquí.
La naturaleza le daba su lección de vida, pero ¿no era Dios mismo?
¿No residía allí la vida sagrada de Dios?
¿No era en realidad Dios?
Temblaba al pensarlo.
En sencillez y humildad volvió consigo mismo, estaba conociéndose a sí mismo.
Iban avanzando cada vez más, pronto habrían llegado al lugar donde le esperaba una fiesta.
Su lección estaba muy dentro de él, tendría presente sus lecciones espirituales constantemente.
Qué imponente era este edificio.
No podía observar la parte más alta.
Irradiaba una luz que sus ojos aguantaban a duras penas; estaba allí como un sol.
Miles de seres iban entrando.
Aun así se sentía tranquilo; una extraña fuerza lo ayudaba a entrar.
Cuando entró junto a su elevado guía, sintió que le esperaba un acontecimiento sagrado.
El interior era de la misma arquitectura que el templo de la felicidad que había visto en su viaje anterior y donde se le había concedido vivir una fiesta parecida.
Pero ahora estaba en la esfera de la música; esta esfera se había nombrado así por ese arte divino.
El interior del edificio era perfecto.
Aquí, todo vivía en una luz todavía más bella que en la quinta esfera.
En esta vida residía la liberación de toda la vida que el ser humano había depuesto.
No se conocían estados más elevados aún que esta esfera.
Casi era imposible que hubiera personas más bellas todavía que estos ángeles.
Pero era así, el ser humano seguía ascendiendo cada vez más, hacia otras regiones.
Los que vivían aquí eran santos; no podía encontrar otras palabras para representar su altura y su irradiación.
Hombres y mujeres, todos almas gemelas, hermanos y hermanas.
Eran hombres de la tierra; todos habían vivido allí, pero se habían liberado de la vida terrenal.
Se sintió mareado, porque ¿cuándo sería alcanzable todo esto para un ser humano terrenal?
Ni en miles de años llegarían hasta aquí.
¿Cuánto estaban alejados él y toda la gente de la tierra de esto?
Se sentaron en el centro —si es que se podía hablar de un centro, porque no veía que tuviera final.
Por todas partes florecían flores; donde viviera el ser humano vivía la naturaleza, se estaba rodeado de la vida.
El interior era esférico; en las esferas no había rincones ni finales; todo era profundo, interminablemente profundo, hasta que los sentimientos hicieran la transición a un estado aún más elevado.
El universo era vida y el ser humano era el intelecto que vivía en ella.
Este templo se dilataba; millones de seres podrían entrar aquí.
Aquí se le mostraba a André que la vida que estaba en la tierra tenía sintonización cósmica y podía ser divina.
Todo el edificio estaba repleto y se hizo el silencio, porque todos sentían que los maestros estaban por comenzar.
Ahora oiría pronto música espiritual.
Pero ¿qué era eso?
A unas decenas de metros vio una luz que parecía salir de la tierra.
Era como una emanación que iba ascendiendo lentamente, para disolverse encima de las cabezas de todos.
La luz pasaba cada vez hasta más lejos, hasta que se quedó.
¿Qué significaría?
Le entró una suave voz, que dijo: “Música espiritual; la música de la que tocan los maestros”.
‘Qué asombroso’, pensó André.
Continuamente veía colores en la luz, hasta que se convirtió en una emanación azul claro.
Sintió que se le conectaba con la luz y entendió el significado de este acontecimiento.
Era como si alguien estuviera respirando, como si naciera una joven vida.
Oyó que una suave música acompañaba a la luz.
Los maestros estaban interpretando estos colores.
Se sentía en la tierra, muy lejos de esta esfera, como si volviera a nacer.
Desde la lejanía oía ahora la música que llegaba hasta él como si la trajera el viento.
Sintió que lo atravesó el primer respiro en la tierra, vio la música en colores y oyó a los maestros interpretándola.
Entendió todo; muy en su interior estaba este saber.
La música suave era el despertar de la joven vida en la tierra; se le mostraba aquí en colores lo que sentía y vivía, y también a todos los que estaban presentes aquí.
Luz de colores, esas eran las notas, ¿cómo era posible?
La luz iba cambiando, oía que la música se acercaba cada vez más.
En la tierra vio a un pequeño ser; lo cuidaba la madre.
Vivía tres milagros a la vez.
Esta era una sinfonía de vida.
Empezaba en la tierra y terminaría en esta esfera.
Qué imponente era todo.
Todos los ángeles estaban conectados, lo vivían, se volvían a sentir en la tierra, y la madre los cuidaba.
Oh amor, ¡amor sagrado!
‘Dios mío’, pensó, ‘qué grande es Tu poder, qué inmaculados los ángeles que viven aquí, qué elevado el arte, qué grande la felicidad que emana de todo’.
Se representaba la vida en música.
Lo que había podido observar como artes plásticas, lo oía en esta esfera en música.
Veía que la luz cambiaba; la música era cada vez más bella, el ser humano en la tierra crecía, había solo felicidad en esta vida.
La joven vida había pasado los primeros años en la tierra y había crecido hasta ser un niño que jugaba en la naturaleza.
¡En verdad vivía milagros aquí!
Veía el niño ante él, lo veía jugando y oía que emitía sonidos suaves.
Ahora los colores iban cambiando; la música había pasado a ser un brincar juguetón y él también se sintió acogido, como si brincara por encima de pastizales y planicies, camino de una joven vida.
Se sentía libre de toda preocupación.
En él había solo felicidad, la vida de un niño; no sentía más que su propia felicidad, porque había hecho la transición en el niño.
Los colores eran cada vez más bellos y nítidos, pero la música también había ido in crescendo.
El niño fue creciendo, cada vez más, y sentía por la música y veía por los colores que en la tierra había llegado a los diez años.
Los colores revoloteaban juguetonamente, mezclándose en olas rítmicas.
En los colores estaba la edad, la felicidad del ser, en ellos sentía al niño y la música fue creciendo hasta formar un conjunto imponente.
Él también sintió pasar la vida por él, como todos los demás ángeles sentían y volvían a vivir su vida terrenal.
Volvió a recoger flores para llevárselas a su madre y era feliz porque ella también era feliz.
Al alcanzarle el ramo, sintió que las lágrimas de felicidad le caían por las mejillas.
Esto era música; los acordes que arrancaban a los instrumentos le vibraban en el alma.
Maestros en amor descendían en un alma infantil y tocaban lo que la pequeña vida sentía.
Representaban esos sentimientos interiores en los que en la tierra jamás se pensaría.
Sentía que desvanecería en el lugar antes de que llegara el final.
¿Qué edad cumpliría esa vida en la tierra que tendría que vivir en dolores, pena y sufrimiento?
Rezaba por fuerza para poder vivir estas cosas sagradas.
Si se pudiera lograr esto en la tierra, la gente quedaría conmovida hasta en lo más profundo del alma y emprenderían otra vida gracias a este arte.
Todos llegarían a estar bajo el encanto de estas cosas poderosas; los arrastraría; nadie podría librarse de ellas.
Su alma vibraba muy profundamente, le paralizaba los sentimientos, pero lo elevaba hasta arriba en el cielo y lo hacía volver a la tierra en belleza juguetona.
La luz no dejaba de cambiar; los colores eran cada vez más fuertes; la vida en la tierra alcanzaba una edad más avanzada; ya sentía la lucha, tenía pena y dolor, y se le atormentaba.
La música iba in crescendo y adquiría otros tonos, en los que se ocultaban toda esa pena y todo ese dolor.
La vida seguía otra vez; los colores iban siendo más fuertes y la música se hacía también más penosa.
Ahora todo se iba fundiendo en un acontecer poderoso.
Los colores se hicieron agudos, la música siempre más impetuosa, de modo que le quemaba el alma y le despedazaba la vida.
La vida se volvía más feroz, había alcanzado la edad masculina en la tierra.
En los tonos más agudos que oía residía toda la pena y el dolor.
Qué penoso era este sufrimiento: la vida de este hombre no abarcaba más que lucha.
Se sentía acogido en la vida plena; ¿dónde estaba el final?
Lo atravesaban tormentas, lo aplastaban y arrastraban por toda la tierra, hasta que volvió donde estaba su madre.
La vida había vuelto donde estaba la madre, pero no conocía sosiego y nuevamente desapareció.
La música iba in crescendo hasta ser un conjunto imponente y alcanzó una altura fantástica, de modo que le penetraba hasta la médula.
La vida terrenal era cada vez más feroz; proseguía su propio camino.
Vio cómo cambiaban los colores, la música representaba una intensa tormenta, que tenía que aplastar cielo y tierra.
El ser se hacía más viejo, sentía pena y dolor, vivía una vida de horror y destrucción.
Podía seguirlo en todo, vivía con él y en él vibraba esa vida; era uno solo, por lo que se sintió destrozado.
Los acordes eran hermosos, los maestros se sentían plenamente conectados y llegó a concluirse su fuerza creadora.
Todo lo que veía, oía y sentía era perfecto.
¡Lo que percibía era grandioso, lo que vivía era apabullante!
El hombre erraba por el mundo y por enésima vez había dejado la casa paterna.
En los colores flamantes veía una suave luz blanca, que significaba el sufrimiento de madre.
Era su amor por el niño.
La madre lloraba por su hijo, que estaba abandonado a poderes oscuros.
Su amor lo seguía; donde se encontrara su hijo, ella le mandaba su amor.
Entonces su luz dominaba a la de él y su amor obraba milagros.
Aun así no era posible protegerlo; primero tendría que perecer, y eso sucedería; no tenía escapatoria.
La música se hizo ahora estridente, como la luz coloreada de las esferas oscuras, llameante y bramante como un huracán.
La sinfonía había alcanzado su punto culminante, pronto llegaría el final de una vida terrenal, pero la vida tendría que encontrar un final destructor, y así sería.
Nuevamente los colores cambiaron a hermosos matices, la música se hizo más suave y ligera.
La vida en la tierra ya no era tan feroz, se inclinaba hacia un suave deseo.
Ahora André sintió felicidad, estaba dentro de él, pero por los colores vio que no duraría mucho.
Este acontecimiento se le fue haciendo cada vez más intenso.
Por enésima vez sintió que le quitaba las fuerzas, tomó la mano del maestro de Alcar y la sostuvo con fuerza.
Ahora aguantaría lo que fuera, pues sintió que lo invadía una fuerza nueva.
Ahora los colores se fueron borrando.
¿Qué significaría?
La música lo atravesaba como una corriente, cada vez más aguda, y los colores cambiaron a rojo fuerte y verde suave —la irradiación de los maestros en el mal, que había conocido en este viaje.
Era como si se paralizara.
De pronto oyó un ritmo agudo en la música, parecido a brincos caprichosos, que representaba la desdicha que se acercaba.
Nada podía pararla; la vida perecería en ella.
Los colores eran caprichosos y crueles, y sintió la terrible influencia de las esferas oscuras.
¿Dónde estaba el final y qué era?
Todo esto solo predecía miseria.
La música era retumbante, de colores que clareaban y destellaban.
Era cada vez más penosa y los colores se hacían más irregulares y fríos.
El mal en el hombre se revelaba.
Se manifestaba por la destrucción de la humanidad, la vida partía a la guerra.
Destruía lo que era y significaba la vida de Dios y ella misma perecía.
La vida partió a la guerra retumbando y redoblando.
Los colores cambiaban a horrorosos tonos pasionales, pasaban a profundos colores oscuros, la perdición triunfaba.
Ahora el conjunto pasó a un ruido tremendo que lo hacía temblar incluso más.
Oía sonidos terribles, tapado por un sonido chirriante.
Los colores se separaron bruscamente, porque había llegado el final.
Lo invadió una ardiente sensación de asfixia, era como si le arrancaran los pulmones del cuerpo.
Pero otra sensación le entró en el alma, aunque siguiera siendo el mismo horror.
Los sonidos que producía la orquesta eran espantosos, los colores eran terribles y sentía que todo eso le abrasaba el alma.
Aquí se le estaba mostrando una sinfonía de vida; así cada ser humano tenía su propia sinfonía y en ella había varias partes que eran igual de horrorosas que esta.
En cada vida había escenas similares; cada ser conocía la pena y el dolor.
Aun así ni una vida era igual; todas eran diferentes.
Por eso la música espiritual era inagotable.
Aquí no había límites.
La música interpretaba una vida humana; así mismo se podría interpretar cualquier vida.
¿Quién en la tierra pensaba en esto?
¿Por qué no se componía allí música que representara la vida de un ser humano?
Se hacía, pero no por completo.
Aquí se exponía el carácter, se desmenuzaba el ser entero; aquí se conocía ese ser, que se veía representado en colores y música y que por lo tanto se volvía a vivir.
No solo era grandioso, era fenomenal y no se podía describir con palabras.
Aquí vivía arte del grado más elevado.
Aquí se vivía la vida como no era posible en la tierra, porque el ser humano no comprendía su propia vida.
Solo aquí el ser humano se conocía a sí mismo y entendía su vida terrenal depuesta.
Aquí veía una película vital representada en arte.
Ninguno de los maestros de la tierra podía llevar a cabo algo así.
Su sintonización espiritual no estaba lo suficientemente desarrollada para eso; una vida terrenal era demasiado breve para lograrlo.
Ahora vio que la vida hacía la transición hacia el otro lado.
Esta vivía en las regiones oscuras, allí se estaba conociendo y se le estaba convenciendo de una vida más elevada.
Los colores fueron cambiando, la música sonaba pero los acordes ya no llegaban a esa sintonización terrenal, ya no eran tan bastos; eran sonidos espirituales, que en la tierra no se podrían oír ni entender.
Todo había hecho la transición al espíritu; la vida había entrado a la eternidad y había empezado una existencia más elevada.
Lo conmovió profundamente, porque había recorrido todo esto con su líder espiritual.
Vez tras vez alcanzaba a ver cómo cambiaban los colores y veía la terrible lucha en esos matices de colores; era la lucha para alcanzar una esfera más elevada.
Aun así los colores se fueron haciendo más claros, aunque siempre volvían a cambiar en matices más oscuros, una señal de que había recaído en su estado anterior.
Los colores claros siempre volvían; la música se iba haciendo más y más etérea; ya no oía tonos rudos, aterradores.
Ahora era la lucha espiritual, que se podía intuir en todo.
Lucha, nada más que lucha por la posesión.
La música se fue haciendo cada vez más bella y sentía y veía por los colores que la vida había alcanzado la primera esfera existencial en el espíritu.
Todos sentían que la vida había recibido posesión espiritual y que se había apropiado de ella.
Esto era una gran felicidad; le vibraba en el alma, era viable, lo acariciaba, lo portaba, lo llevaba a otras tierras.
Planeaba muy arriba por el cielo, se sentía acogido por la fuerza de los pensamientos; aquí la vida vivía en la del espíritu.
Lo sentía claramente en los acordes y en los colores reconocía las diferentes esferas que la vida ya había alcanzado.
Ahora estaba en la segunda esfera, el cielo despejado estaba dentro del azul resplandeciente que observaba y en él sentía y veía que la vida se acercaba a la tercera esfera.
Los colores empezaban a cambiar y hacían la transición unas en otras, el malva de la tercera esfera se mezclaba con ese cielo despejado que pudo observar algunas veces en la segunda esfera.
En la música se sucedían motivos alegres, el ser humano volvía a vivir.
Había humildad en esos acordes, ganas de vivir y amor en los colores; era felicidad, la vida quería volver a vivir, la vida sentía a Dios y había vuelto a Dios.
Oh, ¡qué música, qué arte se le estaba concediendo vivir como ser humano terrenal!
Los colores eran cada vez más bellos y la música más elevada, formaban un conjunto.
André sintió que la cuarta esfera estaba cerca, para entrar así a continuación a la quinta y la sexta.
Los colores se fueron haciendo cada vez más bellos, como los había observado en todas partes, porque la vida vivía en felicidad, no era más que felicidad e irradiaba una hermosa luz.
La vida de un Ángel en el espíritu se hacía sagrada.
Pronto se acercaría el final.
Veía los colores que lo habían irradiado a él también cuando había entrado a la sexta esfera.
Aquí la vida estaba conectada con toda la demás vida.
Vivía aquí, era feliz, era un ángel de la sexta esfera, porque había alcanzado esta sintonización.
La música se fue reduciendo poco a poco, los maestros iban terminando, los colores pasaban a ser una emanación, los últimos tonos se fueron apagando hasta un suave susurro; había llegado el final.
Los maestros habían interpretado una sinfonía vital, la vida “era” y había vuelto a encontrar a su Dios.
André estaba allí como aturdido; ya no podía más.
Poco a poco sintió que fue volviendo y despertando.
Se había encontrado en un estado muy particular; otras fuerzas lo habían ayudado; no habría podido procesar todo esto.
Dándole gracias a Dios por toda esta belleza dejó el templo de música con su maestro: había podido vivir música de la esfera de música, del sexto cielo.
¿Cómo agradecer a Dios por esto?
¿Qué eran los maestros de la tierra en comparación con los del espíritu?
Todos los Ángeles se fueron, profundamente conmovidos.