La fuerza de la oración

En este estado, André conoció la fuerza de la oración.
Un amigo suyo llegó con un señor que necesitaba ayuda.

—Tal vez —dijo—, tú puedas ayudar a este señor.

André le preguntó si venía a verlo para situaciones espirituales, porque no podía darse a sí mismo para asuntos materiales.
Resultó ser una situación espiritual y esperó a ver qué le transmitiría Alcar.
André tomó entre las manos el pañuelo del señor como “influencia”, y jugó con él unos instantes para sintonizarse.
Sentía a Alcar a su lado y seguramente su líder espiritual sabría para qué venía a visitarlo el hombre.
De pronto sintió que se tiraba de su brazo derecho y que era alzado.
Significaba algo y miró hacia arriba para ver si percibiría algo.
Ambos lo miraron preguntándose lo que iba a ocurrir ahora.
Alcar dijo que tenía que poner mucha atención, que le mostraría algo.
—Mira —oyó.
De repente vio que un rayo de luz iluminaba el pañuelo, y que fue dibujando algunas palabras en él, por lo que se asombró mucho.
Claramente decía ahora allí ante él “no puede irse”.
‘¿Qué significaría eso?’, pensó—.
Pásalo, André —oyó que dijo Alcar.
Pero primero le preguntó a su amigo, que también magnetizaba, si había percibido algo.

—No, nada —fue la respuesta de este.
—Escúcheme por favor —le dijo a su visitante—.
No sé para qué habrá venido, ni sé si le servirá de algo lo que estoy por contarle, pero le aseguro que lo que le diré ahora se me da desde el más allá: no puede irse.

El hombre rompió en sollozos.
Qué terrible, nunca antes había visto a un hombre de cuarenta años llorar así.
Esas palabras sencillas le habían pegado duro.
Tenía el corazón destrozado.
Estaba como roto.
André seguía sin saber por qué esas tres palabras lo habían perturbado tanto.
A su amigo también se le llenaron los ojos de lágrimas.
Seguía sin poder pronunciar palabra.
Sentía que su ver había sido puro y que para el hombre significaba algo terrible.
Por fin contó lo que significaban estas palabras.
El hombre llevaba años casado y últimamente las cosas ya no iban muy bien entre él y su esposa.
Había conocido a otra mujer, con la que quería casarse.
Pero no se atrevía muy bien, pues estaba convencido de la existencia de una vida eterna y por eso primero quiso consultar a una persona confiable para ayudarlo en su estado.
Tenía dos hijas pequeñas y si rompía ese lazo, sabía que tendría que pagar por ello.
Pensaba que sería feliz con esa otra mujer y averiguaba dentro de sí mismo lo que quería pero no se atrevía a hacer.
Pero no había contado con esto, lo había tomado por sorpresa.
Ahora, ¿qué tendría que hacer?
Las lágrimas seguían rodándole por las mejillas.
Amaba de verdad, pero André sentía que no significaba más que amor material.
Este amor también se derrumbaría pronto y entonces estaría irremediablemente perdido.
Su situación social era tal que si se sabía allí de su divorcio, podría resultar en que lo despidieran.
¿Y luego?
El final sería imprevisible.
André le dijo:

—Le aconsejo que haga caso de este recado.
Se me da desde el otro lado, allí deben de vivir amigos suyos que velan por usted y que lo protegen de la perdición.
Mi líder espiritual me dice que este mensaje viene de alguien que los ama mucho a usted y a su mujer e hijas.
Lo tranquilizó un poco.

—Mire aquí —dijo, pasándole a André una foto de la otra mujer—.
¿No es encantadora?
André miró la foto sondando a la mujer y en un segundo sabía quién era ella y qué quería.

—Pues mire, buen hombre, le diré cómo la veo.
Está usted convencido de que poseo un don y que veo y siento más que otras personas, ¿verdad?

Asintió con la cabeza dando a conocer que así era, pues lo acababa de vivir.
—Usted es una persona muy sensible, que en este momento anhela un poco de amor.
Y cuando un ser humano se encuentra en un estado así, ya no ve tan nítido como cuando se encuentra en un estado normal.
Ya ha perdido toda su personalidad.
Se ha anulado a sí mismo porque se encuentra bajo su influencia y por eso no ve más que su cuerpo.
Pero eso tampoco es más que materia, solo materia, sin sentimientos.
Como ella se pueden encontrar millones.
Lo que usted busca y quiere encontrar solo se encuentra poco en esta tierra, pero usted piensa verlo en ella.
Así que lo que lo atrae es su cuerpo y por eso no ve nada de su estado interior, que es lo que finalmente importa y que, entiéndame bien, no vale la pena para que les cause infelicidad a su mujer y hijas.
¿Siente lo que quiero decir?
Ella no quiere otra cosa que una vida buena y bella, y usted recibe a cambio un poco de materia, materia solamente, y ¿para eso quiere dejar a su mujer e hijas?
Usted, con su excelente trabajo, puede atraer mujeres así, miles a la vez.
Pero ¿es esa la intención?
Hay unas incluso más bellas que ella, pero interiormente todas son iguales.
Su felicidad no durará.
¿Es necesario, es justo procurar su propia felicidad a través de la pena y el dolor de otros?
¿Quiere su felicidad a costa de mucha pena y dolor?
Honestamente, ¿querría eso?
¿Lo vale ella?
¿El amor de ella compensa la pena y el dolor de su mujer e hijas?
Podría dejar su mujer fuera, pero sus hijas no han pedido esto.
¿Es mala su mujer?
—No —contestó—, no se le puede reprochar nada.
—Muy bien, ¿qué querría entonces?
¿Porque no le entiende?
¿Es esa una razón para abandonarla a ella y a sus hijas?
André sentía que lo estaba tocando en el alma y que su líder espiritual lo estaba ayudando.
Siguió con fervor; aquí quería salvar lo que se pudiera.

—Si esa mujer fuera un ser humano noble, lo habría mandado de vuelta a su mujer e hijas y ni se le habría ocurrido alejarlo de ellas para satisfacerse ella misma.
Si poseyera ese amor sagrado que hace radiar a un ser humano, entonces lo habría mandado de vuelta al lugar donde debe estar.
Este amor que se le está ofreciendo ahora es basto material, es incluso un amor que lleva a la humanidad a la perdición, es egoísmo puro y duro.
Este amor es pasión, nada más que pena y dolor, que destruye a cientos, nada más que veneno a costa de vidas humanas.
Es amor como una llamarada, se extingue luego como una vela en la mesita de noche.
Entonces, señor, entonces seguirá viviendo en profundas tinieblas.
¿Es esa la intención de Dios?
¿Es eso ser fuerte y poder hacer algo?
¿Es esa la fuerza masculina, es eso lo grande que admirará una mujer?
¿Es usted capaz de matar?
Este será el final de ella y de sus hijas.
¿Se atreve a quitarles su amor a aquellas que lo aman?
¿Es culpa de ellas la vida de usted?
¿Han pedido ellas llegar a este mundo?
¿No lo quiso usted mismo?
¿Tiene que quitárselas ahora de encima para esa mujer?
Vamos, hombre, mire lo que hace, pero no haga tonterías.
La que quiere alejarlo de su mujer e hijas no es digna de poseerlo.
Si fuera un ser noble y se la pusiera en el camino, todo habría sido diferente, pero entonces no habría sido la voluntad de usted, sino la de Dios.
Entonces se le daría este amor y le habría llegado de otra manera, de la que nosotros, seres humanos, no sabemos nada, porque son los caminos de Dios.
Ahora oyó que Alcar le dijo que parara.
El hombre había quedado desengañado por completo.
Le preguntó a André si podía volver cuando lo necesitara.
Le dio un cordial apretón de manos y se fue con su amigo.
Cuando André estuvo solo, Alcar le dijo:

—La raíz llega hasta la profundidad de su alma y por eso ha envenenado lo más sagrado.
La influencia de ella le ha contagiado el alma y si no usas todas tus fuerzas, perecerá.
Por eso te pido, en nombre del que vive de este lado, que hagas lo que sea e intentes salvarlo.
Hay muchos que te ayudarán a hacerlo y que te apoyan en sus oraciones.
Todos quieren salvarlo de su perdición, por eso volverás a saber de él.
Nosotros ayudamos, André.
André lo incluyó en su oración y diez, veinte veces al día elevaba su oración para todos ellos hacia Dios, para que se le concediera ser liberado de estos demonios.
A menudo rezaba con tanto fervor que quedaba exhausto por haber entregado todas sus fuerzas.
Nunca estaban fuera de sus pensamientos aquellos por quienes rezaba.
Siempre les estaba mandando sus pensamientos, sin parar, apoyándolos de esta manera.
Muchas veces descendía entonces en él una fuerza tan intensa, tan bella, que sentía que se le estaba ayudando.
A cuántos había podido ayudar ya por medio de su oración.
Qué grande era la satisfacción cuando todo había pasado y se había convertido en el bien.
Rezaba hasta que aquello por lo que rezaba se resolvía; no renunciaría antes, aunque tardara años.
Ahora rezaba a Dios para que a ese hombre se le abrieran los ojos.
Se lo pedían desde el otro lado; a ellos no los defraudaría.
Solo podía liberarse por un poder elevado, el alma le había quedado demasiado influenciada.
Se le había envenenado el alma y era aún más terrible que la peor enfermedad que se conociera en la tierra.
Esto estaba siendo su perdición espiritual.
Esas pobres niñas no tenían que ir a la perdición y ya tan solo por eso estaba dispuesto a hacer lo que fuera.
Le mandaba sus fuerzas desde lo más hondo de su corazón, yacía por decirlo así interiormente en él, y no lo dejaría libre ya.
Era una pugna entre el bien y el mal.
¿Quién ganaría?
Pronto volvería a André; llegó después de tan solo unos días.
Cuando entró, André vio que le faltaba mucho para curarse.
Ni siquiera se había sentado y ya tenía otra vez las mejillas empapadas de lágrimas.
‘En verdad’, pensó André, ‘este ser humano ama’.
Pobre hombre, qué profunda es tu pena.
¿Qué sigue teniendo valor ahora?
Ninguna riqueza, nada que pertenezca a la tierra compensa aquello para lo que, de ser necesario, quisiera dar su vida.
Qué profundo, que inhumanamente profundo era su sufrimiento.
André se le acercó y al que le sacaba ocho años lo tomó como un niño entre los brazos, dejando que se desahogara llorando.
Y mientras estaba siendo tan uno con él, oyó que Alcar dijo algo que también a él le hizo correr las lágrimas por las mejillas; lo había oído ya antes y también en ese momento le había servido de apoyo:
—Llore, llore bien hasta desahogarse, le hará bien; así se le aliviará el corazón.
Así cada uno libra su lucha, así cada uno intenta encontrar su camino.
Para algunos ese camino es el sendero hacia las tinieblas, para otros el que lleva con muchos recovecos hacia la luz de Dios.
A ti, hijo mío, te he indicado ese camino ya tantas veces y ahora díselo al que tienes en los brazos como un ser humano destrozado.
Dile que lo que está viviendo es la voluntad de Dios, pero que también será la voluntad de Dios dárselo.
A todos les digo:
“Ser humano: tú que buscas, tú que buscas el camino hacia la luz, deambulas y erras tan a menudo porque tu camino es un camino de muchos recovecos en profundas tinieblas.
Pero Dios te dice que hagas Su voluntad y entonces no puedes ni quieres escuchar la voz de Dios.
Pero cuando todo en la vida se te empieza a hacer demasiado pesado, reza, reza entonces.
El amor es lo más elevado y lo más sagrado, es más, lo más sagrado por encima de todo, pero no hay amor que te destrozará.
Ser humano, vence tus pasiones.
Dios te bendecirá por cada victoria que obtengas sobre ti mismo.
Pero es difícil y muchas veces te verás ante casos casi insuperables.
Entonces Dios dice: ‘Es tu obligación, hijo mío’, y contestas: ‘Dios mío, no puedo’.
Pero Dios dice implacablemente que es tu obligación y una y otra vez sientes Su inquebrantable voluntad.
Es tu obligación, hijo mío, así está bien y obedeces la voluntad estricta pero sagrada de Dios, entonces habrás logrado una victoria sobre ti mismo, aunque en la feroz lucha te costara la sangre de tu corazón.
Entonces Dios, muy quedo, te pone ambas manos en la cabeza, diciendo: ‘¡Bien hecho, hijo mío, estoy contigo!’.
Afronta la lucha pura sin intentar librarte de ella.
No se hará tu voluntad, sino la de Dios. Amén”.
—Díselo, André, le será de apoyo.

André le contó lo que había dicho su líder espiritual.
Sentía el amor inmaculado que todo esto irradiaba.
—Ya no puedo más, —dijo—, mi vida quedó destrozada y ya no vale nada.
Así no tengo vida y ¿dónde volveré a encontrar mi sosiego, si de todas formas no se me concede?
¡Ya no puedo trabajar!
¿A dónde irá a parar esto, cómo seré salvado y qué es lo que me quema aquí?

Indicó el lugar donde se encuentra el plexo solar, el centro de los sentimientos del ser humano.
Ardía allí por amor, al hombre lo estaba consumiendo el amor.
Esto no era pasión, sino un amor maduro, un fruto rebosante de jugo sagrado que lo haría feliz.
Un fruto de amor que tenía que ser recogido por manos suaves para no mancillar su pureza, lo que significaba belleza en el espíritu.
Estaba abierto en plena madurez, como una rosa.
Cada ráfaga de viento lo hacía vibrar y por esta violencia el fruto se hundiría.
Había madurado quedamente, por rayos de sol que lo mimaban y ahora vivía en la vida plena.
La tierra, donde pensaba despertar, lo absorbía y era impulsado por el viento, de este a oeste, de sur a norte, hasta volver, como quebrado en alma y cuerpo.
Le suplicaba a Dios que se le liberara de esa fuerza extraña.
Nunca antes había habido algo parecido en el fruto, no había pensado que el amor pudiera ser tan grande.
Qué grande no sería entonces el amor de aquel que se hacía llamar Dios.
El fruto rezaba a Dios para que lo liberara de ese tormento.
He ahí cómo actúa un ser humano.
Había escuchado atentamente esta visión que André le había transmitido.
Y cuando se hubo tranquilizado un poco, André volvió a hablarle.
Sentía dónde podía alcanzarlo.
—Y ahora, ¿qué va a hacer con todo ese amor suyo?
Cómo puede llorar un ser humano que sienta una semejante felicidad por dentro.
Dios le dio esta fuerza sagrada, ese don sagrado, lo hizo despertar y ahora usted dice: ¡Dios mío, apártalo de mí, me vuelvo loco, ya no sé qué hacer!
¿Sabe bien lo que está haciendo?
Toda su vida estuvo anhelando este amor.
Dios le puso otra vida en el camino por la que despertaría, y ahora la quiere poseer así sin más, de una vez.
Qué ingrato es usted.
¿Quiere que una de ellas deje su lugar a la otra?
¿Acaso no toda la vida es Dios e igual para Él?
¿Por qué quiere precisamente la otra y no aquella con la que todos estos años ha compartido todo?
¿Qué le ha hecho a usted?
¿Es culpa de ella que no le entienda?
¿Pensaba usted no poseer errores, o que Dios le habría dado este don para usarlo de esa manera?
¿Es eso lo que quisiera usted, lo que quisiera su fuerza, su amor?
¿Sabe con quién se está sintonizando?
Con el ser más espantoso que anda por la tierra, con el que se sacia a costa de otros.
Le repito, ¿quiere la felicidad a través de la pena y el dolor de otros?
¿Es usted un padre de amor?
Un animal cuida a sus crías y usted ¿quisiera quitárselas de encima?
Desgarrada la joven vida de ellas, haciendo jirones todo, no piensa más que en su propio amor y olvida el de ellas, al que tienen derecho.
¿Quisiera alejar de usted un ser humano que quiere, aunque todavía no puede?
Le digo: es su obligación quedarse con ellas, pues lo aman y usted les ha dado un lugar en este mundo.
Los que destrozan vidas humanas, que se sacian haciendo jirones lazos de amor, tienen que sufrir después de esta vida y deberán vivir en las tinieblas.
Imagínese por favor su estado si hubiera hecho lo que quiere ahora y después también la habría conocido como la veo yo.
Entonces habría nacido un sufrimiento tan terriblemente hondo que lo haría incluso más infeliz.
Pero entonces sería demasiado tarde, porque usted habría destrozado todo.
Entonces querría volver arrastrándose de rodillas para enmendar todo, pero sería en vano, porque la que usted habría dejado preferiría el trabajo más pesado antes que aceptar una limosna suya.
Solo cuando sienta y vea que se ha engañado, que no se trataba más que de una vida bella, de ropa fina, de placer, entonces se habrá hundido aún más y ya no quedará nada por salvar.
Y todo eso por cosas materiales, solo materiales.
—Eso está por verse —contestó.
—Vaya, ¿eso piensa?
Parece que todavía no ha quedado convencido de que ella es un ser material.
Óigame, le ha dicho que tiene hijas, ¿no es así?
Ella lo sabe e incluso así quiere que las abandone.
¿Eso es amor?
No, es egoísmo puro.
Imagínese que se encontrara con ella en un mismo estado y que ella se viera ante el mismo hecho que usted, dejándolo a usted.
Porque es una ley: lo que no quieras que te hagan, tampoco se lo hagas a otro.
Así que en el fondo lo que ella quiere de usted está en ella y es su personalidad.
Admite usted que es grosero querer que abandone a sus hijas, ¿no es así?
Y su mujer nunca lo haría.
¿Quién está ahora más arriba, ella o su querida esposa?
Amigo, lo que tiene es bueno, aunque ella no lo entienda a usted del todo, a ambos les queda por aprender eso.
No olvide nunca que ningún ser en este mundo es perfecto, usted tiene tanta culpa como ella.
Creo que su mujer, aunque yo no la conozca, es más sensible que usted con todo su amor.
Usted mismo dice que ella nunca hará algo así, que ni lo piensa.
Una mujer que hace añicos el amor infantil, que quiere privar a unas niñas del amor de su padre, es de un egoísmo puro, no siente más que interés propio, cálculo y amor propio.
¿Con un ser así piensa poder encontrar su felicidad?
¿No piensa que también esta felicidad quedaría extinguida pronto?
Le vuelvo a preguntar: ¿compensa este amor el sufrimiento de sus hijas?
Recuerde lo que le digo y piénselo todo, es por su propio bien.
Podría seguir así durante horas.
Por eso espero que vuelva a aceptar la vida como es, con sus hijas y con su querida esposa.
A ambos les queda por aprender.
De nuevo se despidió, como otra persona.
Sin embargo, André sintió que aún no había terminado, el veneno lo había penetrado demasiado.
Había vuelto a recibir valor y apoyo de una fuente de la que André sacaba todas esas fuerzas.
Esa fuerza era el amor verdadero y puro.
Rezó con mucho fervor por él y los suyos hasta estar seguro de haber vencido el mal.
Esta lucha era feroz; solo por la oración lograría salvarlo de estas terribles garras.
Una noche, su esposa querida fue a visitarlo.
Ya no podía más, tiraba la toalla.

—No se puede vivir con él —dijo—, si no quiere, entonces que se acabe, yo ya no aguanto así.
André vio que su trabajo se estaba esfumando.
También con ella habló durante un buen rato, mostrándole que él necesitaba tiempo y que todavía no había perdido todas las esperanzas.

—Deme algunas semanas, no tiene que hacer más que esperar y quedarse.
No he terminado aún, pero recibo ayuda desde el otro lado.
Déjeme todo a mí, pero no debe abandonar.
Si usted se va ya puedo irme olvidando, entonces ya no tendré contacto.
Piense en sus hijas y quédese con ellas hasta que yo le diga que ya no queda ninguna posibilidad de liberarlo de esas manos.
—Está bien —contestó—, me quedaré hasta que usted me diga que ya no haya que tener esperanzas.
A Dios gracias todavía sentía tanto amor por él como para quedarse.
—No olvide —continuó André—, que él está bajo una influencia terrible, mortal.
Quien esté bajo ella está perdido, a menos que vengan fuerzas elevadas para liberarlo.
Estaría dispuesta a dar sus fuerzas para un extraño si usted conociera estas fuerzas y se pidiera su ayuda.
¿Por qué entonces para él no?
Piense que él tiene que aprender, ya es lo suficientemente terrible que él lo tenga que vivir.
Arde en su interior y se corroe por dentro.
Sienta compasión por él y confíe en la ayuda espiritual.
Le pido: rece conmigo, que Dios nos dé la fuerza de poder salvarlo de su perdición.
Ella también había recobrado los ánimos y le prometió rezar con él.
—Él es mi hermano, y usted se ha convertido en mi hermana y lo seguiremos siendo hasta la eternidad.
Ella le dio las gracias de corazón, y con valor y fuerzas renovados volvió a su casa para empezar su nueva tarea: rezar por su marido, que había caído en otras manos.
Después de unos días, el marido volvió a visitar a André.

—Es que me siento simplemente atraído hacia aquí —dijo.
André no dijo nada, pero se sintió feliz de que obedeciera a su voluntad.
Vivía con sus fuerzas y ya no lo soltaría hasta que hubiera quedado liberado y salvado de todo.
Ya se lo había ganado a medias, porque su propia voluntad había quedado anulada parcialmente.
André incidía conscientemente en la gente para ayudarla de esta manera.
Le preguntó cómo estaba.
Aunque se sintiera un poco más tranquilo, todavía no se le había quitado ese fuego por dentro.
André le aclaró que seguiría así eternamente, que incluso se intensificaría a medida que se fuera desarrollando en el espíritu—.
Pero ¿qué dice, tiene que seguir así? —preguntó asombrado.

—Sí, ¿por qué no lo querría?
Es lo más sagrado que pueda recibir un ser humano.
¿No me ha entendido entonces, después de todo lo que le he contado?
Intentaré aclarárselo.
André sintió que su gran líder espiritual incidía en él y pronunció lo que Alcar quería y le transmitía.

—Cada ser que vive en este mundo tendrá que desarrollarse.
Hay miles de caminos, todos diferentes.
Así que cada ser tiene su propio camino y todos esos caminos desembocan en el de Dios, que algún día alcanzaremos.
Pero la manera en que esto ocurre es diferente para cada vida.
Aunque hay una sola cosa que es igual, una sola ley que tenemos todos y es aprender a dar amor.
Ya lo siente, es aprender a dar.
Nunca damos, pero todos seguimos pidiendo, por la sencilla razón de que no poseemos esta sintonización.
Así vivimos, pues, diferentes estados, todos ellos necesarios para despertar en el espíritu.
Ahora bien, las personas que despiertan en este mundo son quienes más dificultades tienen, porque, y de esto se trata, no se las entiende.
Esta falta de entendimiento les cuesta esfuerzo y lucha, así como sufrimiento, porque a costa de su propia felicidad, compréndame bien, quieren hacer felices otras vidas.
El ser humano dice: no se me retribuye nada, aunque haga así o asá, no se me siente ni se me entiende; todo esto se explica por lo tanto porque no se le entiende al ser humano de los sentimientos.
Pero precisamente desde ellos tiene que salir todo, en otras palabras: tienen que dar, para amarlos en todo, a pesar de todos sus errores.
Llevan dentro la fuerza y no importa quien sea, hombre o mujer, que posea esta sensibilidad, tendrá que apoyar a los demás.
¿Siente lo que quiere decir?
Pero qué es lo que ocurre tantas veces, y también es su caso: quieren encontrar a ese otro ser humano y se entregan al primero que se les cruce, pensando que han encontrado a su media naranja.
Entonces piensan que encontrarán la felicidad, pero es incluso más basto, más material que lo que tenían antes.
Entonces se olvidan de sí mismos y de todo lo que tienen alrededor, porque piensan que con aquella persona han recibido la verdadera felicidad.
Todo esto significa debilidad.
Es llevar una vida en palmas y destruir la otra.
Es egoísmo puro y nada más que amor propio.
Por estos estados se pierde la humanidad.
Ahora bien, el ser humano de los sentimientos que despierta en la tierra es un ser privilegiado, porque siente amor.
Otros a su vez tendrán que cargar con mucha lucha y dolor antes de alcanzar este estadio de los sentimientos.
Pero al mismo tiempo, este amor aún es material, porque buscan otras vidas entregándose a ellas, olvidando sus obligaciones.
Mire, no es justo, no es bonito, no es vigoroso, y ellos, por ser más sensibles, son incluso peores que los que ellos consideran fríos y distantes.
El ser humano de los sentimientos anhela amor, pero ¿piensa usted que todos los demás no quieren sentir calor?
No pueden entregarse así, porque todavía no llevan dentro esa libertad; eso también es desarrollo, pero ellos también anhelan, sin duda alguna.
Y porque quieren pero todavía no pueden, el ser humano de los sentimientos tendrá que ayudarlos, dándoles el calor que lleva interiormente para calentarlos, porque ellos se tienen que entregar por completo.
Los sentimientos de ellos son una sintonización material, así que no hace falta imaginarse que es usted más que otro que no sea tan sensible.
Se encuentra en un estado inestable; es así porque de pronto empezó a sentir otra cosa que lo que sentía antes.
Esos sentimientos repentinos lo han sacado de su equilibrio, por lo que ha empezado a mirar a los demás, lo que antes nunca habría hecho.
Por eso su estado es como en un niño, cuando la materia se queda atrás con el espíritu y vive en disarmonía.
Por lo tanto, el despertar es una sacudida, lo que es más sensibilidad, significa más amor y cuando logra mantenerse firme, esta sensación se extenderá, lo que equivale a vivir todo lo que vive en sintonización espiritual.
Así que si me ha entendido, ese fuego está en usted y seguirá allí; es más, la cosa se hará incluso más bella, porque usted seguirá desarrollándose para luego irradiar, y así iluminará a otros.
Eso es seguir el camino que nos enseña Cristo y que siempre nos enseñará, el camino que tenemos que caminar todos.
Ahora quiere darle todo ese amor a un solo ser humano, porque piensa recibirlo de vuelta de ella, pero no es cierto ni es posible, porque ella tiene que poseer esa fuerza; así que no recibirá usted nada.
Por eso le digo que usted y ella son egoístas que no poseen más que amor propio y se aman a ustedes mismos.
Y ahora que se le da la verdad desde el otro lado, usted lloraba como un niño pequeño que no recibe.
¿No se cree usted mismo ridículo?
Y luego, otra cosa más.
Usted quiere avanzar, porque sabe que la vida es eterna, es decir: que tiene que hacer que su propia vida valga la pena.
Sabemos que la vida espiritual es amor y que hay que poseerlo si se quiere poder ser feliz del otro lado, algo de lo que ya estaba enterado desde hace mucho.
Pero ¿cómo quiere justificar ahora todo esto si siente que usted atenta contra todo lo que Dios ha creado y que es Su propia vida?
No puede más que ser su perdición.
Cuando amamos tenemos que amar todo lo que vive, solo entonces recorremos el camino que siempre me indica mi líder espiritual, por lo que conocemos la vida espiritual.
Un ser humano es como un niño pequeño; aunque hayan llegado a la edad de noventa años, dice mi Alcar, siguen siendo niños en el espíritu.
Acabo de decirle que mucha gente solo despierta del otro lado, o sea que solo allí entra en esta sintonización, y tendrá que sufrir y aprender lo que usted vive ahora, si es que usted actúa en el espíritu.
Así que ya va por buen camino para trabajar en usted mismo.
Lo hará aún más si en este caso piensa primero en su mujer e hijas, y luego empieza a sentir amor por todo lo que vive.
Después seguirá cada vez más y algún día recibirá todo, pero entonces será el momento sagrado de Dios.
Una vez que haya llegado al punto en que pueda amar a toda la gente y que no les quitará ese amor para dárselo a otros, cuando sienta que la vida es Dios, solo entonces estará trabajando en usted mismo.
Así sigue el ser humano para aprender cómo hay que dar amor.
Ahora le habrá quedado claro que no es tan sencillo significar algo para otros en amor puro.
Pero cada ser lo tiene que aprender, quiera o no; cada ser tiene que aprender a recorrer el sendero espiritual, que significa felicidad en la vida después de la muerte.
Aun así el hombre no se dio por vencido todavía y preguntó:

—¿Acaso no poseerá ella entonces ese amor?
Tendré que verlo primero, ¿no?
André pensó: ‘Cómo es posible, no me quiere entender; esa pregunta ya me la ha hecho’.
No obstante, siguió aclarándoselo.
—¿No siente entonces que una mujer no posee amor, no siente nada ni es nada si quiere poseer ese amor por medio de la pena y el dolor de otros?
¿A eso le llama usted amor?
Cada vez que ha venido a verme siempre le he hablado de esto.
¿No siente entonces que el que quiera sumir en la desgracia a otros no puede ser una persona noble?
Le aseguro que más adelante la verá de otra manera que ahora, si tan solo recupera la tranquilidad y cuando su sensación ardiente se haya convertido en un suave deseo.
—¿Cómo es que usted la conoce mejor que yo, cómo lo sabe?
¡Ni siquiera la ha visto!
—Es la cosa más sencilla —dijo André—.
Se lo diré: solo amar lo que albergue vida; no sentir antipatía, darse por completo a todos, sin importar quién sea, empezando a intuir la vida en amor.
Solo por amor puedo sondar la vida que hay debajo de mí; así me lo ha enseñado mi líder espiritual y a diario vivo que ese es el camino, que esa es la manera de poder intuir la vida.
Lo que hago por usted, lo hago por todos; lo que siento por usted, lo siento por toda la gente.
Por eso no me hace falta ver a una persona.
La conozco por su letra, por una foto, por cómo camina, por la cabeza y las manos, por el timbre de su voz; en fin, ya no se me puede ocultar el ser humano porque lo siento hasta en lo más hondo de su alma.
Me hago uno con él y siento como se sienta él.
Entran en mí esos mismos sentimientos y entonces no es más que lógico que sepa cómo es su sintonización de los sentimientos.
Si puedo adoptar una enfermedad, ¿no podría entonces captar el estado de los sentimientos de un ser humano, si todo pasa de manera espiritual?
Por eso un ser humano no es hondo cuando uno percibe la mentalidad del hombre.
Como ya le dije, me lo enseñó mi líder espiritual, aunque lo tuve que asimilar, lo que me costó mucha lucha y por lo que todavía tendré que seguir luchando.
—¿Se puede aprender eso entonces?
—Claro que sí, ¿por qué no?
Yo asimilé estas fuerzas en cinco años.
A otros tal vez les hagan falta cien años.
Porque sabe usted tan bien como yo que pasan muchas vidas humanas en las que el ser humano no ha aprendido nada; a diario vemos esos estados.
El humano tiene que querer trabajar en él mismo, siempre sintonizarse interiormente con estados espirituales, eso es dar amor.
El ser humano tiene que olvidarse de sí mismo por completo y vivir para los demás; eso es todo.
¿No es sencillo?
Pero lo que hay que hacer es empezar con ello; usted ya está destruyendo una vida a favor de otra y para hacer algo de sí mismo, va en contra de las leyes.
Y es que no hay otro camino, porque lo que pude vivir del otro lado, desdoblándome de mi cuerpo material, es que este es el camino.
Empecé lo más pronto que pude, porque quería poseer estas fuerzas, como ellos, y si ahora sigo así, espero poseer un poco de luz cuando yo también me muera, y ser feliz en la vida después de la muerte.
—¿Esa es su fuerza?
—Exacto, ahora está empezando a entenderme.
Mucha gente no cree que pueda sentir de verdad tanto por otros como por mí mismo o por los que viven conmigo.
Sin embargo, es así; yo solo sé lo que es “vida”, las personas no me dicen nada.
Todo me dice lo que portan y son interiormente.
Así como llega a mí esa vida, así siento y actúo; de cualquier manera amo, y me siento uno con la vida, de modo que ya no puedo vivir de otra manera.
Ahora lucho por su felicidad.
Su felicidad es la mía.
Si no me puedo entregar por completo, no podré intuir su sufrimiento, su pesar.
Pero sus dolores son los míos, en una palabra: todo es mío, porque todos ustedes son mis hermanas y hermanos.
Esto se ha convertido ahora en mi posesión, no puedo sentir de otra manera, aunque quisiera.
Cuando puedo hacer algo por las personas que signifique felicidad, entonces me siento feliz, lo siento más hermoso y bello que lo que lo sentirían ellos.
Por eso su sufrimiento es el mío y siento cómo se siente usted y sé que aquella con la que piensa encontrar su felicidad, no es la felicidad y que no posee este amor.
Sentir amor fraternal es amar de manera universal, lo que supera y está por encima de todo amor terrenal.
Pero no piense que siento que lo supero a usted; yo también no soy más que un ser humano con muchos errores.
—Acaba de decir que ese amor supera todo amor.
¿Cómo es posible eso, acaso el amor maternal no es el más elevado de todos los amores?
—Vaya, ¿eso piensa?
Le mostraré que está equivocado.
Una tarde estaba con amigos en el campo, disfrutando el glorioso día estival.
Un hermano suyo llegó a visitarlos con su esposa e hijo y pronto yo me había hecho gran amigo del niño, un muchachito de tres años.
Jugué con el niño y descendí en él.
Entonces me siento como un niño pequeño, incluso lo soy, porque me he conectado de manera íntima.
Me gusta jugar con niños; debido a que muchas veces no me entienden los adultos, me siento fuertemente atraído por los niños.
Era tan uno con él que cuando me alejé a una buena distancia de él para esconderme, el niño me encontró detrás de los arbustos, lo que tal vez no podría haber hecho un telépata.
Lo que ocurría allí era muy sencillo: éramos uno y el niño no podía actuar de otra manera que como yo sentía.
Pero los adultos sienten su personalidad y porque se sienten a ellos mismos, tampoco alcanzarán a ningún niño, porque no quieren bajar de sus pedestales.
Por eso las personas se blindan contra toda la demás vida, y también contra sus propios hijos.
Esa tarde descendí en el ser del niño.
Viví esa sensación bella y sagrada, ese amor infantil inmaculado que una madre misma no sentirá, porque quiere acercarse al niño desde su propia sintonización de los sentimientos.
En resumidas cuentas: luego me dijeron que había hipnotizado al niño.
Imagínese, ¡yo, hipnotizar a un niño!
El niño me llamaba por la noche y por eso quisieron avisar a la policía.
¿No le parece horrendo?
Por eso muestro que el niño sentía mi amor, porque yo también era infantil y aun así actuaba con mi razón humana.
Que no solo puedo conectarme con niños, sino también con personas adultas, a quienes puedo ayudar tanto como a los niños.
Me entrego y no me siento diferente en ninguno de los dos estados, soy y sigo siendo como soy.
Mi amor por el niño fue percibido por él, pero no por los padres; ellos vieron en mí al intruso.
El amor maternal de ella es la posesión del ser.
No es amor universal, porque entonces también ella me habría sentido.
Y aún otra interpretación, más clara.
En un cine —pasó de verdad— había cientos de niños.
De repente estalló un incendio y las madres que lo supieron entraron corriendo para salvar a sus pequeños.
Pero muchas iban atropellando a otros pequeños con tal de salvar su posesión.
¿Eso es amor universal?
¿No eran la vida de Dios todos esos pequeños a los que atropellaron?
No, solo sus hijos; no se preocuparon por otro ser.
Por suerte no todas eran así.
¿No es este amor basto material?
Pisotearon vidas para salvar a aquella única vida que les pertenecía.
¿Por qué lo hicieron?
Porque no era más que amor propio.
Podría seguir así, aclarándole por medio de varios estados que nosotros los humanos seguimos sin amar.
Estaría dispuesto a dar mi vida por cada ser humano.
No es ningún mérito, porque para mí sería una gran gracia poder morir, pues sé que la vida del otro lado es más bella que aquí en la tierra.
Aun así para nosotros en la tierra es lo más grande que se podría dar y regalar.
Pero se puede ser útil de otra manera también, y logro más significando algo para la gente, ayudándola, que si diera mi vida por un solo ser.
Es precisamente en el acto más pequeño que reside la mayor fuerza.
Por eso le digo que seré feliz cuando pueda volver a hacerlo feliz junto a los suyos.
—Es un ser humano envidiable.
—Lo soy, y le aseguro que, si hace caso de mis consejos, no le traerá otra cosa más que felicidad, por lo que más adelante daré las gracias a Dios.
Si empieza ahora, entonces ya hace algo de lo que puede sentirse orgulloso.
—Es como el relámpago, vuela alrededor de mí de un lado a otro y me alcanza donde quiere hacerlo.
Sacude todo hasta dejarlo hecho pedazos, no me queda más que aceptar.
—Le agradezco el cumplido, pero no me dice nada.
Ya le dije: yo también no soy más que un ser humano con un poquito de amor y lo mismo dice mi líder espiritual.
Pero quiero decirle esto: no importa lo que traiga a colación, con la ayuda de mi líder espiritual lo desmenuzaré y destrozaré su pedestal.
—¿Qué piensa entonces ahora de mí y de mi estado?
—Ojalá que no espere cumplidos, porque no puedo dárselos; pero en pocas palabras puedo decirle cómo lo siento.
Escuche por favor.
Es un buen hombre y no tiene mal carácter, pero su único error es que se ama un poco demasiado a sí mismo.

Se rindió y les agradeció a él y a Alcar la terrible lección.
Planeaba por el espacio, pero aun así se alegró de sentir un poco de tierra firme bajo los pies.
—Quiero seguir su camino y lo haré.

Tendió ambas manos a André y este se las apretó cálidamente.
—Me parece fabuloso, así es usted un hombre del que uno se puede sentir orgulloso.
Así lo empezará a querer mucho su esposa, eso a ella le impondrá respeto.
Pero primero tiene mucho que enmendar y tiene que intentar recuperar su confianza.
Los primeros días todavía le tocará luchar, porque aún no ha quedado libre de esta terrible influencia.
—Vaya, ¿usted también lo siente?
—Sí, claro, todavía no es libre, pero vamos por buen camino.
Ahora quería tener una pintura de André, como recuerdo para siempre.
André tenía una acuarela muy linda, que podría haber vendido ya muchas veces, pero Alcar no lo quería.
“Se la hice a alguien”, decía su líder espiritual, “déjala allí, tarde o temprano vendrán por ella”.
En este instante, Alcar dijo:
—André, la acuarela es para él, en ella ve su propia vida.

Era formidable que los espíritus lo supieran todo, con mucha anticipación, porque André tenía la pieza desde hacía meses.
Qué grande era Alcar, qué problema se le estaba aclarando esta vez.
El hombre estaba muy entusiasmado.
La pieza era un símbolo de su propio estado.
Se la llevó y ambos, también su esposa querida; estaban muy felices.
Le había dado su palabra de honor de que enmendaría todo.
Pasaron algunas semanas.
A André le entró la sensación de que no sería mala idea llamarle por teléfono, y lo hizo.
Alcar le dijo que había recaído; a André le sangró el corazón como nunca antes.
‘Qué terrible’, pensó, ‘cómo es posible’, después de todo lo que había recibido de su líder espiritual.
De ella supo que faltaba mucho para que se arreglaran las cosas.
Le dijo que aguantara un poco más y que hoy o mañana volvería a llamar.
Alcar le dijo que estuviera preparado.
Recibiría un mensaje suyo para ir a verlo, para usar sus últimas fuerzas.
Seguía rezando por él, día tras día, no dejaría de hacerlo y entendió que lo había percibido claramente a él cuando este se había ido de su casa hace poco.
Esperó en silencio y se mantenía conectado con él.
Rezaba con fervor por la felicidad de ellos.
Muchas veces se arrodillaba pidiéndole fuerza a Dios, con tanto fervor que sentía que se le iban hundiendo todas sus fuerzas corporales.
Entonces se arrastraba cansado, extenuado por rezar, colándose a través de todo, poniendo a su alrededor una fuerza que ningún diablo penetraría.
Tenía que ganar, como fuera.
Por la noche, cuando despertaba de pronto, veía a las pobres pequeñas ante sí y les mandaba sus pensamientos, para que rezaran por su padre.
Más tarde supo que, inconscientes de todo, habían rezado por su padre querido.
Qué fuertes eran los pensamientos sintonizados en el ser humano de manera pura.
Pasó otra semana entera más antes de que se le concediera llamar y cuando quedó con la esposa en ir a verlos por la noche, ella se puso feliz.
Se habían convertido en hermanos.
André se preparó para visitarlos por la noche.
Jugaría todas tus bazas.
Sentía que el hombre lo evitaba y entendió que debía de seguir teniendo conexión.
Qué duro le habían dado al pobre.
Qué veneno se le había infiltrado en el alma.
Esto, lo sentía claramente, era el final.
Era sí o no.
No podría dar más, daría todas sus fuerzas, después ya no quedarían más para seguir ayudándolo.
Era lo último.
Si no, pues al abismo; a fin de cuentas, es lo que quería.
Pero ¿era posible?
‘Pero ¿qué estoy haciendo?’, pensó.
‘Cuando empiezo a pensar así me doy por vencido y triunfará el mal’.
No, eso nunca, o bien mataría todo en él o bien estaría perdido.
El amor que sentía por aquella otra mujer tenía que ser destruido, de lo contrario seguiría anhelando y no tendrían vida.
Sería un infierno para ellas y no podía ser.
Pero también entendió que necesitaría la ayuda de una fuerza elevada.
Era imposible para un ser humano terrenal llevar a cabo esto.
Solo Dios podía ayudarlo.
¿Acaso todas sus oraciones habían sido en vano?
¿Se destruiría todo su trabajo de varios meses?
Alcar le había dicho de antemano que muchos lo ayudarían con sus oraciones, ¿no?
Pero también ahora sentía que estaría bien, porque entonces se habría hecho todo para ayudarlo.
Aun así se daba miedo a sí mismo.
¿Cómo se podría erradicar ese amor de él si él mismo no lo quería?
‘Rezaré’, pensó, ‘como nunca antes y aguantaré hasta el final, entonces ya veremos esta noche’.
En su rinconcito, allí donde siempre le rezaba a Dios para pedir fuerza para su trabajo, para protegerlo contra malas influencias, para poder hacer siempre su trabajo de manera pura para servir a Alcar y los suyos, allí se arrodilló y mientras suplicaba se instaló en él y sintió lo contagiada que seguía estando su alma.
Estaba ante él como un libro abierto y André supo que otra vez había conexión.
Me había dado su palabra de honor; ¡no se podía confiar en palabras de honor!
Pensó que era débil, muy débil, no un hombre que infundiera respeto.
Ahora era uno con él, aunque viajara a otro continente.
Muy resuelto, después de su fervorosa oración para hacer por él lo que fuera, oyó que su líder espiritual dijo:

—Entrega todo, hijo mío, él lo vale.
André tembló y se estremeció de la emoción: tanto amor por un ser humano, eso se llegaba a vivir muy pocas veces.
Alrededor de las siete de una noche tormentosa fue caminando a verlo.
El viento bramaba, la lluvia le latigueaba la cara, la naturaleza se rebelaba.
Le hacía bien, le hablaba de fuerza y violencia, por lo que el corazón le empezó a latir con más velocidad.
Alcar caminaba a su lado.
Eran uno, en eso se habían convertido con el paso de los años.
Con su ayuda podría mover montañas.
Palabras no hubo; estaban conectados espiritualmente.
Alcar lo hizo sentir todo y a través de la lluvia y el viento sentía y veía la fuerza de su líder espiritual.
Alcar irradiaba una fuerte luz, lo que hizo que se le incitara a entregarle todo al hombre.
Pronto llegó y fue recibido de la manera más cordial.
Al darle la mano, André ya había adoptado su estado interior y sabía que tenía que volver a empezar desde cero.
Los primeros momentos fueron asfixiantes, era casi inaguantable.
Ay, si esa mujer tuviera que seguir viviendo en este infierno, en poco tiempo la consumiría su tristeza.
¡Cómo atentaba todo contra lo que significaba el amor puro!
Porque él amaba, le amargaba la vida a ella y allí estaba sentado, como si fuera un leño.
Tenía ganas de agarrarlo y gritarle: ‘Pero ¿no ves, hombre, que cada minuto es valioso?
¿No sientes que esto es para asfixiarse?’.
Casi lo dejaba sin aliento.
Todo lo que estaba a su alrededor era frío y su luz vital se había enturbiado.
Un ser humano que amaba permitía que otra vida pereciera de frío.
El amor irradiaba calor; aquí parecía el polo Norte.
Era ridículo, triste y penoso.
No era más que egoísmo, les robaba su felicidad a ella y a sus hijas.
André siguió el curso de sus ideas.
Sus pensamientos relampagueaban de él al ser que había contagiado su interior y sus sentimientos.
¿Cómo era posible, después de todo lo que había hablado con él?
¿Cuántas horas le había entregado?
¿Sería cierto, entonces, que todo había sido en vano?
¿Era un caso perdido?
En realidad, en qué se había metido; sentía claramente que antes que verlo prefería no verlo.
¿Por qué se había metido en la vida de ellos?
De repente se sintió como si alterara la tranquilidad y lo inundó una sensación muy peculiar.
Era la sensación de ser quien no se deseaba.
Lloraba en él, lo lastimaba, no había esperado algo así.
Allí estaba; no había logrado nada con toda su ayuda.
¿De dónde venía? ¿De él?
¿De ella?
La sondó, no, ella estaba abierta e irradiaba amor hacia él.
Era él; preferiría que André callara la boca sobre todo eso y no se metiera en sus asuntos.
Lo volvió a sondar y sintió que solo poco antes había tenido conexión con ella, lo que confirmó más tarde como verdad.
Cómo era posible; aquí no se podía ayudar, porque no quería cooperar.
No era de extrañarse que también ella tirara la toalla.
¿Tendría que perder André después de todo?
¿Era el mal más fuerte que el bien?
¿Para eso había rezado tanto tiempo?
¿Su oración no era escuchada?
Ahora ¿que restaba que importara?
Le suplicó a su líder espiritual que lo ayudara, y este le dijo que mantuviera la calma y la tranquilidad.

—Mira a tu alrededor, André —oyó que dijo Alcar.
Veía que nubes oscuras iban tapando el cuerpo del hombre y sintió compasión por él.
El mal se había apoderado de él.
¿Hasta qué profundidad se le lanzaría en las tinieblas?
Pobre, pobre hombre, qué terrible estar bajo estas influencias.
¿Quién las estaba estimulando?
¿El mismo diablo?
Unos minutos después oyó que Alcar dijo:

—Atácalo en este estado, te ayudaremos.
El hombre seguía sentado, encogido como un bloque de leña, pretendiendo que él y su mujer no estaban allí.
André se preparaba para empezar su lucha con él.
Si sintiera algo por él, tendría que demostrárselo ahora.
O estaría en la calle antes de que pasaran cinco minutos, o hablaría interminablemente.
Por eso le preguntó sin rodeos:

—Si prefiere que me vaya, solo tiene que ordenarlo y desaparezco.

Se asustó tremendamente.

Su esposa querida lo ayudó, diciendo:

—André tiene toda la razón, estás allí sentado como si no hubiera nadie más, ¿qué cosa te pasa, hombre?

Las lágrimas le rodaban a ella por las mejillas.
André continuó:

—Vamos, contésteme.
¿Tengo que irme?
—Cómo se te ocurre —respondió—.
Qué tonterías.

—¿Quiere que le diga de una vez —continuó André—, lo que es una tontería?
Que en su propia casa convierta la vida de su mujer e hijas en un infierno.
¿Así se hacen las cosas?
Se le olvida que tiene obligaciones.
¿Es usted un padre?
¿Se merece que le vaya bien en este mundo?
¿Olvida acaso que hay miles de personas que no tienen qué comer?
Más aún, ¿que no tienen una cama donde dormir?
¿Que no poseen una casa para guarecerse de la lluvia y el frío?
¿Sabe cuál es la desgracia de usted?
Su vida es demasiado buena.
Dios haría bien en hacerlo padecer hambre durante un tiempo.
Debería conocer las dificultades y la miseria, así ya no las buscaría más adelante.
Sígame en mi camino y ya verá la clase de situaciones terribles que existen.
Quiere echar a perder lo que posee todavía.
¿No entiende acaso que las posesiones terrenales también significan felicidad?
¿Tiene que destruirse lo que ha construido en todos estos años, solo porque ama a otra?
Es consciente de que si se llega a saber, lo despedirán.
¿Qué será de sus hijas, por no hablar de su propia miseria?
Le vuelvo a pedir que reflexione antes de que sea demasiado tarde.
¿Por qué no piensa en los años pasados?
Lo difícil que fue llegar a estas alturas.
¿Cuándo lo volverá a recibir?
Nunca, le digo.
¿Es entonces absolutamente necesario que se destruya?
¿Qué quedará de todo?
Luche por su felicidad, pero no de esta manera.
Así perecerá.
Si se tiene que romper de todos modos, entonces haga que el fuego lo consuma todo, pero no las atormente hasta sacarles la sangre.
Deje ya, hombre, de buscar conexión con ella.
Déjelo, será su perdición.
Tiene a la desgracia tocándole la puerta.
Con que solo abra la puerta, se le inundará la casa de miseria y dentro de un año será un hombre perdido.
En su oficina ya no lo necesitan (—dijo).
No rebatió nada, escuchó todo sin oponer resistencia.
André siguió con fervor.
Sentía que tenía que mostrarle sus posesiones, la posesión de toda la materia, además del pronunciado contraste, la profunda miseria, por lo que recapacitaría.
—¿Siente lo que significa ser rico en la tierra?
¿No valora sus posesiones?
¿Ya no siente lo que fue usted en algún momento?
¿Siempre conoció esa riqueza?
Acompáñeme a visitar a familias en las que el padre y los hijos están desempleados, a otros que quieren trabajar pero no pueden; otros más se vuelven locos de tristeza por haber perdido a sus seres queridos.
Aquí, sin embargo, todo no es más que felicidad, pero aquí el señor de la casa busca tristeza, pena y miseria.
¿No es terrible?
Lo que otros a veces reciben para su horror, y que los lleva a hundirse, usted lo busca de manera voluntaria.
Lo que no querrían dar muchos para poseer lo que usted tiene.
Ay, hombre, qué cosas está despedazando; destruirá mucho si quiere empeñarse a pesar de todo.
¿Para qué quiere destruir todo esto?
¿Por un poco de amor, material, que se puede recibir de muchas y por el que se hunde el mundo?
¿Para eso quiere que su mujer y sus hijas padezcan hambre?
¿Es esa su intención?
Le repito, haga lo que quiera, pero yo predigo su perdición.
Tal como en aquella primera mañana le dirigí esas tres palabras espirituales, ahora en efecto veo su perdición.
Cuando dijo esto su mujer lo miró y André sintió que él no le había comentado nada al respecto.
Ya no se detuvo.
Lo llevó por la tierra, le hizo sentir riqueza y pobreza, y luego volvía a su propio estado.
Las montañas y los valles de la sociedad pasaban ante su vista, comparaba todo con su propia posesión.
Le mostraba amor, material y basto material, incluso hasta en la sintonización animal, lo que le estremecía, porque de esta manera se le estaba mostrando su perdición.
Durante su alegato oyó que Alcar dijo que siguiera por este camino.
Allí se le podía alcanzar.
Volvió a empezar.
Ya llevaba dos horas hablando con él; ya casi no podía respirar por la fuerza que depositaba en ello.
De repente el hombre se levantó de su silla y le apretó las manos.
Inesperadamente, en él había empezado el deshielo.
Ya casi había quedado vencido el mal.
Pero André continuó de inmediato, no había quedado satisfecho aún.
Tendría que entregarse por completo interiormente, quería ver lágrimas, profunda tristeza, súplicas por perdón.
A ese punto quería llegar.
Ahora continuó en el espíritu, del que le había hablado tanto ya.
De nuevo le hizo sentir lo que significaba este amor.
Lo elevó mucho y lo llevó de vuelta, como se lo había enseñado Alcar.
Lo conectó con montañas y valles, planetas y estrellas, para luego volver a llevarlo a la tierra y mostrarle su condición y sintonización.
André le suplicó a Dios por ayuda, porque sentía que triunfaría sobre el mal.
Se había descongelado por dentro.
Finalmente rompió en sollozos desconsoladores y ambos se le acercaron (a André), arrodillándose a su lado como niños pequeños.
Del lado izquierdo su esposa querida, a la derecha el que ahora había vencido (André).
Los abrazó amorosamente.
Las lágrimas les rodaban por las mejillas, la irradiación del amor entraba en su corazón.
Fue un momento grande y sagrado.
André sintió una gloriosa influencia que lo reconfortó y por la que entendió que podría mover montañas.
Dios estaba con él, lo liberaría por Su fuerza sagrada.
Recuperarían su felicidad por la voluntad de Dios.
Ambos le ganaban en edad, pero en ese momento se sentía mil años mayor.
De repente se liberó y los dejó solos allí, arrodillados.
Como en un fogonazo le llegó lo que podía llevar a cabo en este instante.
Volvió a pasar a otra sintonización y recorría la estancia de un lado para otro, contándoles mientras tanto lo que percibía alrededor de ellos.
Al mismo tiempo lo miraban, habiendo dejado de ser ellos mismos.
Sus corazones eran uno, sus manos estaban fundidas.
Se les acercó, les dobló las manos e hizo que repitieran algunas palabras que les fue diciendo, y que también oyó pronunciar.

—Escuchen —oyó André.
—Escuchen —les dijo— lo que les voy a decir y preguntar a ambos y que ustedes obedecerán.
Les inclinó las cabezas acercándolas una a la otra y repitió lo que le iba diciendo una voz sonora desde el espíritu:
“Padre, gran Padre, te pedimos Tu apoyo para dirigirnos y protegernos.
Padre, dame la fuerza de velar por mi mujer y mis hijas, libérame de esas fuerzas malignas.
Así lo deseo, Padre, lo deseo tanto.
Así lo deseo, así lo deseo. Amén”.
Literalmente, claro y suave, de modo que todo el sentimiento residiera en sus palabras, repetían la oración que André les iba prediciendo y que venía desde el espíritu.
Ya no podían más, ambos estaban destrozados.
El alma de él había sido abierta como nunca antes y todo ese amor fue fluyendo a su interior como una corriente para erradicar el último veneno que todavía quedaba en él.
—Esta noche ocurrió algo bonito aquí y ay de ustedes si alguno de los dos mancilla esta felicidad en lo que les queda de vida.
Dios está con ustedes y con nosotros.
Siguió hablando un poco más, pero sobre lo que vendría ahora.
No les esperaba más que felicidad, empezaría una nueva vida.
Les habló de esa felicidad, hizo que sintieran el calor que esta irradiaba, hasta que empezaron a llorar fuerte, muy fuerte.
Todas las fuerzas habían sido consumidas, ya no podían más.
Volvieron a sentarse, exhaustos, aunque ahora de felicidad.
Ambos se sentían rejuvenecidos, como si fueran niños.
André se sintió feliz por la felicidad de ellos; aquí había vuelto la paz y se había vencido el mal.
Dios había oído las oraciones que estuvo mandando durante varios meses en sencillez y amor.
Había ganado una hermana y un hermano.
Se había obrado un milagro, pero ocurriría otro aún más grande.
Ni siquiera se sentía cansado; podría haber seguido hablando así durante diez horas.
Todo era milagroso.
Mientras hablaba vio hermosas imágenes, vio a su querido líder espiritual, que le transmitió las palabras, vio a muchas otras inteligencias: espectadores invisibles de la lucha de un ser humano por la felicidad de otro.
Las doce y media, ahora tenía que volver a casa; ¿en qué momento había transcurrido la velada?
Se había desbocado hablando durante cuatro horas y media, sin parar.
Era difícil tener que separarse de ellos.
Ahora sentía amor fraternal y entendía que este era más elevado que el amor maternal.
En la puerta, cuando quiso despedirse, oyó que Alcar dijo estas bellas palabras: “El amor es el bien más elevado que al ser humano le fue dado, el amor es lo que hace vivir y profunda emoción hace sentir.
El amor es todo, el amor es Dios, convierte a los pobres en ricos.
¡Qué destino sería el nuestro sin amor! Quedaríamos de todo privados.
Espíritu del Amor, guíanos; penétranos de Tu Ser.
Y si la vida es corta o larga, el Amor de Dios quita el temor a cualquier muerte.
El amor es lo más sagrado, sí: lo más sagrado, más sagrado que nada”.
Ambos habían escuchado con total atención y André se escabulló rápido, estaban con las cabezas inclinadas.
Superaba sus corazones.
Llegado a casa se arrodilló en el lugar donde esa tarde había rezado con tanto fervor y también entonces le rezó largamente a Dios, agradeciéndole la gracia de que le hubiera concedido ayudarlos.
Percibió a Alcar a su lado, rezaron juntos y ahora André sintió que había llegado el momento de separarse de él.
Pero interiormente seguiría dentro de ellos para siempre.
Aunque ahora hacía falta que también él pudiera volver a respirar en libertad.
Cansado pero feliz por haber logrado vencer a los demonios, se quedó profundamente dormido, soñando con la felicidad de ellos.
Todavía los veía como dos niños pequeños, jugando y riendo, con coronas de flores en la cabeza; nada más que felicidad, amor y felicidad.
Despertó en un mismo estado de felicidad.
Por la mañana ya habían llegado flores, en la tarjeta decía: “De parte de tu hermana y hermano, tus hijos agradecidos.
Para Alcar, para André”.
André lloró, dejó que las lágrimas corrieran libremente.
No le daba vergüenza; eran lágrimas de felicidad.
¿Quién no lloraría de felicidad por tanto amor, tanta felicidad entregados a otros?
Los que piensen tener que destruir más tarde toda esta belleza de un plumazo porque todavía no lo intuyan, que lo hagan; llegará el día en que también se les descongele el corazón y que intuyan lo grandioso de todo esto.
André le colocó las flores a su líder espiritual; a aquel al que le debía todo.
Por la mañana llamó por teléfono.
Se había obrado un milagro.
El hombre había despertado y no hacía otra cosa que llorar.
Había en él una sensación tan intensamente bella, tan sagrada, que no encontraba palabras.
Su esposa querida pensaba que volvería a empezar desde cero, pero cuando él contó que en ella veía algo, que en ella sentía algo que no había sentido nunca antes, cuando se arrodilló frente a ella, rogándole durante mucho tiempo por perdón, cuando su corazón lloró de felicidad, entonces también ella comprendió que había pasado un milagro, algo que no podían intuir.
El hombre había ido a su oficina pero tuvo que volver porque no se aguantaba allí.
Se sentía impulsado hacia su casa.
Se sentía renacido, había entrado a lo “abierto”, sentía el silencio del espíritu, había en él un sol por el que brillaban él, su mujer y las niñas, y también toda la casa.
Todo el amor que había sentido por aquella otra había vuelto a su propia esposa querida.
En ella veía algo bello, algo sagrado que lo emocionó y que no había estado allí nunca antes.
Él había dado un completo vuelco interior.
Para él eran misterios; dijo a ella:

—¿Qué habría hecho conmigo André?
¿Qué ha depuesto en mí? ¿Qué es lo que siento ahora, que me sostiene y me hace feliz?
¡Me ha hechizado!

André conocía este hechizo y sabía lo que era; no era más que amor sagrado; se había sosegado.
Se sentía como renacido; la nueva vida lo recibía sonriente.
Los mandó de viaje, diciendo:

—Vamos, vayan al sur; comparen sus sentimientos interiores con el calor sureño y cuando vuelvan, díganme entonces qué es lo más caluroso y qué los hizo más felices.
Salieron de viaje, ambos como renacidos; estaban nuevamente conectados, empezarían una nueva vida.
 
“H. y B.: unas palabras más para ambos desde este lugar.
Alcar quería que dejara constancia de esto, porque más personas deberían saberlo.
Reflexioné mucho al respecto y he decidido cumplir con el deseo de Alcar y representar todo en verdad.
Ya lo ves, hermano querido, no se ha perdido nada de nuestras conversaciones.
Alcar las plasmó en una película espiritual, en la que consta tu vida, y la proyectó.
Nadie perturbará la felicidad de ustedes.
Al contrario, les llegarán sentimientos de compasión de parte de los que lean sobre su lucha, y eso les traerá solo felicidad.
Vivan, hijos, y piensen mucho en estas horas, si llegara a haber nubes oscuras que oscurezcan la luz, y que esto los incite a velar por su felicidad.
Repito: lo quería Alcar.
Esto enseñará a la humanidad lo que puede lograr una oración pura cuando se eleva en amor.
El ser humano obra milagros solo en el amor.
 
Suerte para ambos.
Tu André”.