La mediumnidad; los espíritus lo saben todo

De niño, André ya poseía el don de la clarividencia y también el de hablar con seres invisibles.
Se acordaba muy claramente de cómo sentía durante su juventud y de que jugaba con niños espirituales.
Les daba bellos nombres y siempre veía junto a ellos a un gran hombre alto y negro que le traía a los pequeños y se los volvía a llevar.
Y cuando una cierta mañana se estableció la conexión con Alcar, y lo vio y oyó, entonces, en ese mismo instante, reconoció a su alto amigo negro de los años de su niñez, entendiendo por qué le había llevado sus amiguitos de juego.
Se le aclaró aún más cuando Alcar le contó en su vivienda espiritual sobre su vida, por lo que pudo verificar sus propias experiencias.
Había nacido con este gran don.
Tampoco se le habría ocurrido hacerse pasar por clarividente si no hubiera poseído ese don.
Le era un misterio que aun así hubiera tantas personas que se apropiaran de este don sin llevarlo como posesión.
Cómo se atrevían a ayudar a las personas, a curarlas, a disponer de las gracias y desgracias de otros sin poseer ese don.
No solo es que desacreditaba la mediumnidad, sino también que se mancillaba el espiritismo y que se les quitaba la fe a los que habían quedado atrás en pena y dolor.
Incluso había quienes pagaban caro a los que no eran médiums por esa sabiduría.
Cuántos no habían ido a verlo llorando como niños, porque se les había quitado toda fe.
Muchas veces eso le lastimaba, pero era su propia culpa por haber sido demasiado crédulos.
No sabían que muchos se hacían pasar por médiums sin saber nada sobre la vida del otro lado.
Se aprovechaban de los crédulos y eran los parásitos de la humanidad.
Alcar le dijo que eran mucho peores que los ladrones que roban bienes terrenales.
Y es que se escudaban en el pretexto de los seres espirituales y se sabían de memoria la Biblia, pero desde allí disparaban sus flechas materiales hacia los que sospechaban de nada.
Era imposible protegerse de eso.
Alcar le había dicho:

—Un ladrón es una desgracia para él mismo y para otros, pero los que viven como parásitos de los que estén en pena y dolor son el veneno de la vida.
Abusan de Dios y entonces ¿Dios tendría que proteger sus prácticas oscuras?
Hablan de amor y de Dios, y muchos caen en ese profundo hoyo, que es invisible.
Todos los que quieran conectarse con sus traspasados primero tendrán que vivir todo esto.
Entonces habrá tristeza como nunca antes.
Aunque no dure mucho, entonces se desmoronarán ellos y sus sagradas escrituras y se les descubrirá.
Pero entonces ya habrán pasado meses de pena; la pena y el dolor habrán crecido y los sentimientos habrán quedado destrozados, de modo que todo se habrá transformado en un estado sin esperanza.
Ha quedado pulverizada toda su confianza, ya no creen ni en un solo médium, el espiritismo se ha degenerado en obra del diablo.
Se sentían los médiums enviados por Dios, que habían llegado tan lejos por pruebas espiritistas.
Todo esto aparecía en sus sesiones de espiritismo, aunque la ciencia lo tachara de puras especulaciones y cosas por el estilo.
¿Era de extrañarse que se hablara así?
Cuando los crédulos iban a visitarlos, estaban extasiados por lo que sus espíritus de control les transmitían, pero no coincidía con lo puro que se daba desde el más allá.
No importaba donde se encontrara uno, en toda la tierra, allí donde se ofrecía alimento espiritual, se podía distinguir todo de lo demás porque proyectaba amor, lo que significaba verdad espiritual.
Lo suyo era basto, como su propia vida y sentimientos humanos.
A muchos que llevaban este don verdaderamente en el interior les dolía, igual que a él, que la mediumnidad fuera tan mancillada.
Conocía a personas que habían hecho la transición y que en la tierra habían sido grandes en amor pero que, al aparecer en sesiones, eran serecillos pobres y lastimosos.
¿Era posible eso?
Entonces ¿habían recaído en la vida después de la muerte?
Los controles lo transmitían.
Eran médicos que trabajaban a través de ellos y para los que servían de instrumento.
No solo se apropiaban de dones que no poseían, sino que también mancillaban un médico terrenal al que habían conocido o que habían designado sin más, al azar.
Ahora bien, cuando un médico así empezaba a hablar, ya no quedaba nada de su gloria terrenal.
Entonces se habían convertido en pobres diablos, recaídos y cambiados de golpe.
André los calaba y sabía que no eran médicos, sino que vivían únicamente en su imaginación.
Pero a los crédulos o a aquellos que no conocían estas leyes se les engañaba porque respetaban a esos médicos.
Así se mancillaba entonces no solo el ser sino también el nombre de las personas que habían vivido en la tierra dedicando su vida a la humanidad en sufrimiento, porque los médiums los hacían pasar por sus médicos.
Pues de eso no entendía nada.
Lo iban a visitar madres desconsoladas, que ya no tenían una noche de sueño tranquilo, que ya no podían con los nervios por los mensajes que se les habían dado.
Entonces oía largas historias que no terminaban nunca, tan terribles y tan inmensamente tristes que les había hecho sangrar el corazón.
Cada pena era más grande que la anterior.
“No”, decían, “no es él; él era muy distinto”.
Y cuando André les decía que era su propia culpa, contestaban: “Pero señor, hablan de la Biblia y de Dios”.
Así se les desgarraba el corazón y se les pisoteaba el alma.
Había quienes vendían ángeles de la guarda, cuando a uno le hacía falta.
Sus controles ya se encargaban de eso y cuando alguien se marchaba de su casa, podía estar seguro de que el ángel de la guarda iría caminando detrás suyo para protegerlo de todo mal.
¿No era terrible?
Había largas filas de ángeles de la guarda esperando en el más allá para ser admitidos y recibir una tarea en la tierra.
Pero que llegaría el día en que todos esos médiums tendrían que enmendar todo esto, en eso no se pensaba.
¿Tenían un don divino?
A los que representaban, ¿eran seres espirituales?
¿Estaban conectados con el más allá?
¿Era alimento para el alma, que fortalecería a los seres humanos?
¿Era esto lo que tenía que cambiar el mundo?
¿Sus chapuzas?
¿Ese era el apoyo para los que se quedaban atrás?
¿Eran conexiones espirituales establecidas por espíritus?
Todo era solo sensacionalismo, para aparentar algo a costa de la pena y el dolor de otros.
Ya de niño, André poseía su precioso don y estaba conectado con Alcar.
Aun así sabía que no podía desarrollar a ningún ser humano hasta ser un médium, pues este era un don innato.
Aun así había seres que organizaban cursos y que en tres meses suministraban a diez o veinte médiums.
¿Podía ser?
¿Era posible?
Había muchos.
Así se rompían corazones, heridos hasta sangrar.
Pobre sagrado espiritismo, ¡cómo se mancilla lo más sagrado que se le ha dado a la humanidad!
Rompían lazos, abandonaban a mujeres y niños, porque supuestamente tenían que llevar a cabo una tarea y tenían que entregarse a ella por completo, para lo que les estorbaba la lata que les daban sus hijitos.
Era repugnante.
Otros no tenían que hacer otra cosa que caminar por la naturaleza para desarrollarse y para que sus “médicos” pudieran alcanzarlos mejor que entre esos hoscos seres humanos.
Pero Alcar se lo había enseñado de manera muy distinta.
De no haber servido para su trabajo material, o si lo habría descuidado, entonces Alcar no habría podido usarlo.
Precisamente el que hiciera bien su trabajo terrenal, su ayuda a las personas, había sido el inicio de su desarrollo.
Primero había tenido que aprender a olvidarse por completo de sí mismo, desmoronándose interiormente parte por parte, antes de convertirse en un instrumento útil para Alcar.
Pero ¿cómo hacían esos otros?
Caminar por la naturaleza y llevar una vida que no significaba nada.
Desde meses antes se aterrorizaba a la gente con sus terribles predicciones.
¡Y eso encima lo decían sus ayudantes espirituales!
Eran hombres y mujeres videntes sumamente dotados.
¿Venía eso desde el más allá?
¿Eran esos espiritistas y médiums?
Eran seres de materia basta, que causaban más destrucción que bien.
Decían que todo venía directamente desde el más allá y que era amor, nada más que amor.
¿Servían a los seres elevados?
¿Eran médicos que habían dejado la tierra?
¿Eran almas con sintonización elevada?
¿Era eso representar el más allá?
¿Era seguir el camino que algún día nos enseñara Cristo?
Aquellos que volvían y que eran todos espíritus del amor, ¡no dejarían en la tierra a ningún ser humano en temor desde mucho tiempo antes!
La mediumnidad era dar amor, nada más que amor a los que se nos acerquen para ser ayudados.
Se servía a los que volvían a la tierra en felicidad y belleza para ayudar a sus seres queridos.
No significaría nada más que felicidad para ellos mismos y para todos los que los buscaran.
Esta era la mediumnidad, que curaba a los enfermos y apoyaba a ancianos y afligidos, que irradiaba como soles con los que otros podían calentarse.
Entonces era amor, lo más sagrado que Dios haya dado.
Cada ser sentía este fuego sagrado y los médiums irradiarían y podrían ayudar a otros, porque se sintonizaban con los que no eran más que amor.
André quería usar su regalo de Dios solo en amor para ser algo para otros.
Se le puso en el camino a uno de esos eruditos y Alcar le dio una lección de vida.
Algunas casas más allá en la calle en la que vivía André habitaba una anciana enferma, que él veía muchas veces sentada frente a la ventana para poder captar aunque fuera algo de la vida a su alrededor.
Se la veía muy enfermiza y porque André pasaba por allí a diario, le preguntó a Alcar si podría ayudarla, ya que de todos modos le quedaba de camino.
Alcar le dijo que pronto moriría, que solo le quedaban cuatro meses de vida.
Le pareció asombroso que su líder espiritual se lo pudiera decir así en el instante.
Los espíritus sabían todo acerca de todos los humanos.
Era una pena, pero no se podía cambiar nada al respecto, de modo que aceptó este mensaje por completo.
Podía fiarse de su líder espiritual.
Una tarde, su hija, que vivía un piso más abajo del de André, fue a admirar sus pinturas.
Sin que se lo hubieran propuesto la conversación llegó a tratar de su madre y ella le preguntó lo que pensaba del estado de esta.
André la sondó para saber cómo intuía ella misma la enfermedad de su madre, pues no quería inquietarla antes de tiempo.
Le daba miedo, pues varias veces había sentido la gran tristeza del que había recibido una predicción.
Pero cuando ella le dijo que ya no tenía esperanzas, él le contó lo que le había dado su líder espiritual.
—Entonces solo espero que no tenga que sufrir tanto tiempo.
Haría lo que fuera, pero nada sirve.
Ella también quiere mudarse, pero para algunos meses no tiene sentido ni la ayudará a mejorar.
La mujer le agradeció su mensaje y se fue.
Pasaron algunas semanas, cuando una tarde lo fue a visitar un señor que quería hablar con él.
Al entrar, Alcar le dijo que él lo había mandado y que André tenía que concentrarse en él.
Cuando alguien lo iba a ver pidiéndole que le ayudara en alguna cosa, de inmediato mandaba sus pensamientos hacia Alcar, esperando lo que recibiría.
Nunca tenía que hablar o preguntar acerca de esto de antemano; siempre había sido así.
Ahora, no obstante, se le avisaba por adelantado, lo que era algo particular y tendría un significado, tanto más porque Alcar le decía que lo mandaba él.
André estaba listo interiormente y tenía curiosidad por saber para qué venía su visitante.
De inmediato este empezó a dirigirse a él, hablando de la Biblia, que se sabía al dedillo.
Tomó un buen rato para que terminara con eso, y luego mostró cartas de recomendación de sus pacientes que iban saliendo como papeluchos viejos.
‘Vaya vaya’, pensó André, ‘es clarividente.
Hay que ver esto’.
Volvió con la Biblia, citando durante un breve rato partes de la misma.
Sacó a relucir a Cristo y a todos los santos e interiormente estaba llorando de emoción al pensar en todos ellos.
Hablaba sobre “Dejad que los niños se acerquen a mí”, demostrando que él mismo también seguía siendo uno de esos niños.
Finalmente soltó lo que tenía que decir, abordando el asunto verdadero para el que lo necesitaba.
Pero André a él lo sentía y conocía, y sabía con quién estaba tratando.
Se refería a la Biblia y los ángeles para escudarse en ellos y así hacer sentir que era un crédulo y un ser humano que sentía amor.
—Pero ¿para qué está aquí? —le preguntó André de repente.

—Pues mire, aquí en la calle tengo a una paciente a la que trato.
Mi médico dice que puede mejorar y ahora dice su hija que usted le contó que solo le quedan cuatro meses de vida.
Pero no es cierto, porque todavía podemos hacer que mejore.
Sin duda que ella tiene todavía remedio.
André se asustó.
Allí estaba frente a uno de esos héroes que podían mover montañas.
Aunque todo estuviera en su imaginación, a costa de mucha pena y dolor ajenos.
¿De dónde sacaba el hombre esa verdad?
Era imposible que André estuviera equivocado, ¿verdad?
Sería terrible.
Pensaba en primer lugar en esas pobres personas que habían hecho todo, que no habían escatimado gastos para hacer que mejorara.
Cuánto dinero no habían gastado, lo que causó sufrimiento a todos.
Si para él no era posible ayudar porque la enferma haría la transición, le parecía terrible causarles más gastos aún por mantenerla a flote.
Sería sí o no, ayudarlos o no; les comunicaría todo de antemano, de modo que ellos mismos podrían tomar la decisión.
Y este hombre se atrevía a decir que ella iba a mejorar, por lo que reunirían todo para darle a su madre ese tratamiento.
Costaba dinero y en esa casa se lo pensaban bien antes de gastar un centavo.
¿No pensaba ese hombre en eso?
¿Acaso no era buena persona, puesto que todo le parecía tan sagrado?
André no solo pensaba en la enfermedad, sino también en las preocupaciones.
Día y noche rezaba por la verdad; ¿ahora se la estaban privando...?
Le rogó interiormente a su líder espiritual esclarecerle este estado.
A través de la relación de la Biblia y todos los santos oyó a Alcar que le preguntó:

—¿Por qué dudas, André?

Y supo así que sentía puramente.
Ahora el hombre le preguntaba si no lo harían juntos.
‘¿Juntos?’, pensó. ¿Cómo era posible?
Nunca había vivido algo parecido.
Si no podía lograrlo un solo magnetizador, no haría falta que lo intentaran dos.
Alcar le dijo:

—Ayúdala, quiero darle a él una lección de vida.
Pero todo ocurrirá bajo tu supervisión.
Tal vez eso le abra los ojos.
Quedaron entonces en un día y a una hora en que irían a ayudar y el “clarividente” se fue.
Esa misma noche, André habló con la hija, preguntándole por qué habían llamado a alguien a pesar de todo.

—Sí —dijo—, ese viejo dice con tanta certeza que ella mejorará y por eso decidimos poner todos nuestro granito de arena para darle ese tratamiento.
Si lo oyes hablar no te queda otra opción, lo quieras o no, que empezar a creerle.
Creo que después de todo es una buena persona.
Es una gloria oírlo hablar sobre la Biblia y creo que se la sabe toda de memoria.

Ella también había entrado en su influencia, igual que él mismo, pues había llegado a dudar de sus propias fuerzas.
Lo llamaba el viejo “médico”.
André le preguntó:

—¿Por qué me lo mandó?
—Pero ¿qué dice? —le preguntó asombrada—.
¿Yo, habérselo mandado a usted?
—Sí, fue a verme y ahora iremos juntos a ayudar a su madre.

Le contó que su líder espiritual quería darle una lección de vida al hombre y que por eso se le permitía ayudar.
—Mañana iré a verla, y él también irá.
No le voy a cobrar nada, solo tengo curiosidad por saber cómo acabará todo esto.
Pero todo ocurrirá bajo mi control y usted tiene que ayudarme a que así sea.
No es la manera de trabajar, pero lo quiere mi líder espiritual y yo tengo mucha curiosidad por saber cómo recibirá su lección de vida.
A la mañana siguiente, el viejo estaba allí, conversando con la enferma, cuando André entró.
‘Ojalá esto termine bien’, pensó André.
La perturbaría más de lo que la tranquilizaría.
Le extrañó que su líder espiritual quisiera que ayudara.
André dijo que el hombre solo podría tratar las piernas y que le tenía que dejar el resto a él, y le pareció excelente.
Los martes y viernes vendría a tratarla, y él, André, los lunes y jueves por la mañana.
Al darle su primer tratamiento, el viejo ya había olvidado el acuerdo y le trató el cuerpo entero.
Alcar le mostró a André que no había respetado el acuerdo.
Le preguntó a su líder espiritual lo que tendría que hacer, y Alcar le dijo:
—Continúa, hijo mío, yo velo y controlo todo.
No te preocupes.
Así pasaron algunas semanas en las que no ocurrió nada particular.
El viejo se volvería a atener al acuerdo, tratándole las piernas, que estaban paralizadas.
“El viejo médico” —tenía sesenta años— se frotaba las manos porque todo estuviera funcionando tan de maravilla.
André pensó que si tenía que dejar que lo controlaran otros, lo dejaría de inmediato, pues entonces no serviría para este trabajo.
Quería ser independiente.
Otro día por la mañana, incluso antes de entrar, Alcar le mostró otra imagen.
André vio que la hija y el viejo intentaban juntos que la paciente caminara.
Más tarde le preguntó a ella si lo había visto bien y tuvo que admitir que André lo sabía todo.

—¿Cómo es posible? —dijo—, lo ve todo.
—Yo no veo, sino que mi líder espiritual sabe y ve todo —le respondió André—.
Recuérdelo, él está presente, así que no haga cosas malas.
¿Por qué no hace lo que acordamos? Pensé que me ayudaría y haría caso de lo que yo le diría.
Nuevamente había sido el viejo que la había convencido de hacer un intento con las piernas esta vez, que la enferma no había podido usar hasta entonces.
A André le pareció un ser humano peligroso y se arrepentía de haber empezado.
¿Cuáles podrían ser las consecuencias?
Al día siguiente llegó a verlo el viejo, pues andaba por el vecindario y quería hablar un momento, lo que le agradó a André, puesto que tenía algo más que decirle.
Empezó de inmediato:

—Si no deja de actuar según sus propias ocurrencias, lo dejo al instante.
No puede hacer nada por su propia cuenta.
¿Cómo se le ocurre hacerla caminar?
¿Quién le dijo que lo hiciera?
—Mi control —respondió.
—Vaya, así que su líder espiritual.
—Sí, mi líder espiritual.
‘Allí está’, pensó André, ‘¿ahora qué?
Para todo puede invocar su control’. Si ahora él mismo decía que su líder espiritual, Alcar, le había dicho no hacerlo, ¿entonces qué?
Se iba a complicar la cosa.
Pero también ahora se le ayudó.
André vio que Alcar se manifestó a su lado con otro espíritu y lo oyó decir que tenía que escuchar con atención.
—Este espíritu, que está aquí conmigo, era antes su médico de cabecera.
Sabe lo que está haciendo el hombre y lo quiere anular.
Dile, André, que este espíritu no está con él ni nunca lo ha estado.
Tendrá que dejar su nombre en paz.
Pero prepáralo y dale pruebas.
Yo te ayudaré a hacerlo.
Aquí se estaba desarrollando algo de lo que el viejo no sabía, oía ni veía nada.
André le preguntó si conocía bien a su líder espiritual, o control.
—Pues claro, está conmigo día y noche, ayudándome en todo.
—¿Era su médico de cabecera?
—Así es —dijo—, qué bien ve usted.
—No tiene nada que ver con esto; me parece sencillo porque se me da.
¿Está seguro de que es su líder espiritual?

Después, André le dio una descripción del espíritu que se estaba manifestando junto a Alcar.
—Sí, sin duda, es él; ¡como si yo no conociera a mi líder espiritual!
Ahora André empezó a sentir compasión por él, porque había sin duda un núcleo en su interior que quería el bien, pero por desgracia simplemente no poseía ese don.
—Entonces escuche, tengo un mensaje para usted.
Aguzó el oído, se volvió a frotar las manos, por lo visto era su costumbre, y escuchó.
—Se me dice que el médico cuyo nombre usa no es ni nunca ha sido su control.
Tampoco le dijo que usted ayudara a esta paciente.

—Sí —dijo—, y sin embargo ella está avanzando.
—Era como si con eso quisiera enmendar todo—.
No lo entiendo, si él siempre aparece en nuestras sesiones, aconsejándome en todo.
André sintió resistencia.

—Óigame bien, estoy viendo a ese médico; usted lo reconoce, lo que prueba que veo correctamente; pero ¿por qué entonces no acepta ahora ese otro mensaje?
Le da la verdad, lo que a mi modo de ver es una gracia, porque muchos hacen lo mismo y se les deja hacer; a usted le están indicando sus defectos.
¿No piensa que tendrá que enmendar todo esto?
Sobre todo si sabe que la vida es eterna.
¿No siente cómo atenta contra todo lo que es verdad en el espíritu?
Ese médico vino a la tierra para decirle que no es él ni nunca lo fue.
—¿Me habré equivocado entonces? —contestó el viejo.
—¿Cómo se puede equivocar?
¿Quién le dijo que sí era él?
Es decir, ¿quién le dio esa seguridad de que ella se repondrá?
De nuevo intentó demostrar que iba mejorando y André lo abandonó a sus propias ideas.
Sin duda haría lo que le decía su líder espiritual.
Alcar le dijo ahora que se fuera y volvieron a pasar algunas semanas sin que ocurriera nada especial.
Una mañana, mientras estaba tratando a la paciente, sintió que tenía fuertes cólicos en el estómago, y le preguntó a Alcar cuál era la causa de estos fenómenos.

—Dile al magnetizador por última vez que, si no para, lo dejaremos a su suerte.

¿Qué había pasado?
El viejo le había dicho que tomara agua de espinaca para favorecer sus evacuaciones.
Era más que terrible; había resultado en un cambio de su estado general.
¿Cómo se le ocurría administrarle a esta enferma medicinas de invento propio?
André nunca había tenido que administrar un solo medicamento, pues solo trataba a los enfermos por irradiación magnética.
Le daba miedo.
—¿Por qué lo permite? —preguntó a la hija—.
De verdad que ¿no siente usted misma que no le hace bien?
Solo ahora se le abrían los ojos y también la paciente prefería al “médico” joven por encima del viejo.
El viejo hablaba demasiado, según la enferma.
La hija le prometió a André que ahora estaría pendiente y si no quería hacer caso, lo echaría.
Era un misterio que André supiera todo sin más.
—Ahora veo el bien y el mal —dijo la mujer—.
A los que poseen este don y a los que pretenden tenerlo sin que sea así.
¡Vaya desgracia! —continuó—: qué peligrosas son esas personas; ya no quiero tenerlo en mi casa; se acabó.
André le aconsejó no hacer nada más que vigilarlo; todavía tenía que recibir su lección de vida.
Ahora André entendía todavía mejor.
Era la mediumnidad, que destruía más de lo que construía.
A esto estaban entregadas las personas, y el hombre iba de unos a otros.
¿Cuántos habrían perecido de la misma manera?
Los crédulos no podrían calar el pretexto de la Biblia y de los santos.
Esa mediumnidad era fácil; no exigía esfuerzo alguno ni suponía responsabilidad.
Aun así no quería eso y en su lugar nunca se le habría ocurrido hacerse pasar por médium de cualquier manera.
Como ese hombre había cientos.
Se mancillaba el verdadero don.
Pasó otra semana.
El viejo pensaba que la enferma iba excepcionalmente bien y se lo dijo a la hija.
No obstante, ella ya no hizo caso de su ver y esperó a que llegara André para que este la informara.
Una semana después, el viejo la encontraba todavía mejor y dijo:

—Ya lo ves, ya está, vamos por buen camino.
Llegó la mañana del lunes y André la fue a visitar como de costumbre.
La hija ya venía a su encuentro, diciendo:

—El viejo dice que la encuentra excepcionalmente bien, pero no me fío.
Para mí que está demasiado bien; podría ser una mala señal.

Cuando llegó donde la enferma, vio a la primera que la hija era más clarividente que el viejo.
De verdad que esto era sospechoso.
Oyó y vio de inmediato a Alcar, que le dijo que se concentrara en él con precisión.
Esta mañana duró mucho tiempo y cuando volvió de su trance, Alcar le dijo que terminaría pronto.

—Hará la transición antes de que termine la semana.
Te avisaré de antemano, pero en cualquier caso: esta semana.
André se lo contó a la hija y esta confió plenamente.

—Me parecería glorioso para ella, porque entonces ya no tendrá que sufrir.
Y es que nosotros seguimos —continuó—.
No lloraré su partida y le deseo de todo corazón la felicidad allá.
—A André le pareció valiente y fuerte, así no le hablaban muy a menudo.
Estaba convencida y probó que esa convicción le servía de apoyo—.
Pero —dijo—, ¿cuándo se le dará a ese viejo su lección de vida?

Pues eso tampoco lo sabía André y le dijo que habría que esperar.
El martes por la mañana volvió el viejo; la vio normal y dijo que estaba tan terriblemente ocupado que no volvería antes del viernes de la siguiente semana.
Él, André, ya se las arreglaría solo por esa semana.
Tenía que ayudar a mucha gente fuera de la ciudad.
A ella le pareció bien y el hombre se fue.
Ahora, André iba a visitarla todas las mañanas para asistirla durante sus últimos días.
Su fin se iba acercando.
Llegó el jueves.
Tenía el pecho lleno de flemas, lo que le dificultaba la respiración.
Aun así tenía conciencia de todo lo que ocurría a su alrededor.
Allí estaba, postrada, tranquila y calmada, sintiendo que se acercaba su final.
El viernes por la mañana estaba todavía más débil y André vio a varias inteligencias alrededor de la cama, que ya vendrían a buscarla.
Alcar le dijo que se concentrara en él, pues así le transmitiría varias imágenes.
La enferma lo perforaba con la mirada, como en su momento lo hiciera Annie, pero podía aguantarla.
Le hablaba interiormente.
Ella también tenía miedo a la muerte.
Cuánto le gustaría hacer las cosas en su lugar.
Él tenía treinta y cuatro años, ella era una mujer de sesenta y cuatro.
La muerte era un redentor poderoso, pero ella no sabía nada al respecto, y eso a pesar de que su hija hablara con ella varias veces de que algún día se volverían a ver.
No aceptaba; para ella no sería una posesión.
Se quedó con ella mucho tiempo, y vio que había manos amorosas que la apoyaban e irradiaban.
Sus padres estaban con ella, habían vuelto a la tierra para venir por su hija.
Veía amor, nada más que amor, hasta mucho más allá de la tumba.
Ay, si la gente tan solo pudiera aceptarlo.
Ella siempre había sido una buena madre y por eso sería feliz.
André contó a su hija lo que se le había concedido percibir y que más o menos al caer la noche llegaría su final.
La enferma estaba profundamente dormida y él volvería un momento por la tarde.
Pero cuando llegó a verla en la tarde, su estado no había cambiado.
Había dormido toda la mañana después del tratamiento y estaba muy tranquila.
Todavía era consciente de todo.
Se respetaba profundamente la ayuda de André y la hija ya había empezado a amar a Alcar.

—Realmente, —dijo—, en esas manos se siente una a salvo.

La conmovía profundamente cómo se había desarrollado todo.
Faltaba una semana para que hubieran transcurrido los cuatro meses.
¿Quién podría seguir dudando de una pervivencia eterna?
Había quedado convencida para el resto de su vida y le había dado un gran apoyo y confianza.
En pensamientos le deseó un buen viaje a la enferma y se fue.
Su tarea había terminado.
Mientras iba a casa pensó en el viejo.
¿Cuándo recibiría por fin su lección de vida?
No quiso preguntárselo a Alcar, porque no lo dudaba ni por un segundo.
Estando esa misma noche con amigos, habiéndoles hablado de su partida, de repente le llegó una hermosa visión de la partida de la mujer.
Sus amigos, observándolo, preguntaron:

—¿Qué estás viendo allí arriba?

—¿Lo que veo allí?
Ahora mismo te lo contaré.
—Alcar le dijo que prestara atención, no se pronunciaba una sola palabra.
André se concentró en su líder espiritual y en un momento dado la vio haciendo la transición—.
Miren (Mirad) el reloj —les dijo a sus amigos—, mi paciente está haciendo la transición; me llamarán por teléfono pero ya me voy.
Faltaba un minuto para que fueran las diez y media.

—Será para ustedes (vosotros) una preciosa prueba de cómo Alcar vela por mí y por ella.
Será incluso más bello cuando me haya ido, pues dentro de un momento sonará el teléfono.

André se fue y cuando llegó a casa, ya habían ido allí para comunicarle que ella había hecho la transición faltando un minuto para las diez y media.
Era milagroso.
‘Alcar’, pensó, ‘qué grande es usted’.
Qué verdadero, qué grandioso era todo.
Todos, toda la familia, sentían respeto por su líder espiritual.
No había palabras para expresarlo.
Era amor, nada más que amor.
La enterraron el martes.
El jueves por la mañana, su hija fue a visitar a André para agradecerle todo.
Llevó flores para Alcar, lo que alegró mucho a André.
Todo el mérito era suyo; él era su líder espiritual.
No se olvidaba al ser humano invisible.
Alcar le dijo que le diera las gracias en su nombre.
—Ahora todo ha pasado, André —dijo la hija—, pero aún así me gustaría saber cuándo se le dará por fin su lección a ese viejo.
Y es que ya no se puede, mi madre ya está debajo de la tierra, ¿de dónde tendrá que venir entonces esa lección?
Durante todos estos días de tanto ajetreo ya ni siquiera me he acordado.

Luego André oyó que Alcar dijo algunas palabras y en ellas estaba todo.

—El viernes por la mañana recibirá su lección de vida.

Al instante ambos comprendieron el significado de estas palabras.
Eran sencillas, pero latiguearían terriblemente el alma del viejo “médico”.
Sería para él una lección, de modo que, si las entendía bien, no se volvería a atrever a alzar la mirada hacia los espíritus el resto de su vida.
A ella le corrían las lágrimas de compasión por las mejillas.
No se podía cambiar nada al respecto, pues volvería.
A la enferma se le podía curar, ¿verdad?
Qué terrible será para él tener que recibir una lección así desde el espíritu.
Todo se le estrellaría ante los pies.
André lo veía como un hombre deshecho y lo compadecían en el alma.
Aun así fue nuevamente un momento en que Alcar le impuso respeto a ella.
Fue una prueba de cómo los espíritus saben todo y pueden ver con meses de antelación si lo quieren y si podría ser necesario.
Llegó la mañana del viernes en que volvería el viejo.
Más tarde, la hija le contó lo siguiente:
—Estaba en la puerta cuando llegó alegremente como siempre, diciendo: “Aquí estoy de nuevo”.
El corazón me latía en la garganta.
Me quedé muda.
“¿Cómo van las cosas aquí?” fue su pregunta, “¿Bien?
¿Cómo está tu madre?”.
Seguía sin poder decir nada ni me atrevía a mirarlo.
El viejo me miró, sintiendo que algo estaba mal.
Se puso de todos los colores y de repente preguntó: “Vamos, qué pasa, ¿puedo ir a ayudar a tu madre?”.
‘Pobre hombre’, pensé, pero le dije: “¿Mi madre? ¿Mi madre?”, y sentí que surgía mi tristeza, que no podía ocultar. “Entonces tendrá que ir al cementerio, allí está”.
Estas palabras le latiguearon el alma.
Me miró y pensé que se derrumbaría.
“Dios mío”, dijo, “en verdad, en verdad, eso sí que es un médium”.
De repente parecía que solo pensara en usted.
Se dio la vuelta, salió corriendo de la calle y desapareció.
Me dolió por él.
El viejo médico había recibido su lección de vida.
Todo esto le enseñó a André muchas cosas: que los espíritus lo saben todo de nosotros y que sin duda poseen un intelecto que supera en mucho al de los que siguen viviendo en el cuerpo material.
¿No nos da eso la fuerza de llevar la cruz que Dios nos ha impuesto?
Algún día veremos la luz y la felicidad, poseeremos un mismo amor, una misma sabiduría que los que viven del otro lado, si también nosotros queremos sintonizar nuestro amor en el espíritu.
Nos esperan del otro lado, si no hemos echado a perder nuestra vida terrenal.
Hay lugar para todos, porque hay muchas moradas en la casa de Dios.
Si lo queremos, allí nos espera la felicidad eterna, eterna.