Sesiones de espiritismo en trance

André había formado un círculo con el que de vez en cuando llevaba a cabo sesiones de espiritismo.
Invitaba a estas veladas a varias personas, de las que muchas volvían a su casa fortalecidas en cuerpo y alma.
Entonces, Alcar hablaba a los presentes a través de André.
Cuando hacía las sesiones de espiritismo, la habitación siempre estaba llena de flores, porque él tenía la convicción de que, a pesar de que no fueran tan bellas como las del “otro lado”, estas causaban una impresión agradable a los espíritus que llegaban a visitarlos.
También encendía incienso durante la humilde espera.
También daba muchas sesiones de espiritismo de dibujo y pictóricas, que eran maravillosas.
Nunca se sabía de antemano lo que vendría y por lo tanto había curiosidad por lo que llegarían a ver.
Ya había recibido piezas maravillosas, aunque nunca había ido a clases de dibujo ni de pintura.
Todo pasaba al margen de él; no era más que la herramienta.
Aun así había algunas personas a las que todo esto no impresionaba; para ellas tampoco tenía valor.
Les parecía una cosa normal y no pensaban en qué le pasaba.
Le parecía una pena, porque le encantaría que profundizaran en el asunto, que reflexionaran, porque entonces llegarían al camino correcto, que los conectaría con el más allá.
Cuando estaba en trance, su espíritu había dejado el cuerpo y una inteligencia había tomado posesión de su organismo.
Aun así, esto era materia de reflexión para la gente; sin duda que era algo extraordinario.
Esto probaba de sobra que lo muerto no está muerto, sino que aquellos que han muerto aquí en la tierra siguen viviendo e incluso son capaces de producir piezas pictóricas hermosas, y muchas cosas más.
Sí, miraban las piezas pero pronto habían olvidado de qué manera se habían generado.
Era así porque no podían mirar detrás del velo, como él.
De modo que no se lo podía tomar a mal y no quería enojarse con ellos.
Tenía que estar por encima de todo, le había dicho Alcar, y nadie debía poder afectarlo en esto.
Para él, todo era sagrado, pues venía del “otro lado” y había recibido sus dones de Dios.
No le afectaba lo que dijera la gente y por eso le ofrecía vez tras vez la oportunidad de vivir todo esto.
Sí que era asombroso; no tenía conocimientos profesionales y aun así había que admitir que eran obras de arte.
Pensaba que las personas eran muy terrenales, y que no tenían sensibilidad alguna por el trabajo espiritual.
De estas personas tenía que cuidarse mucho.
Siempre se entregaba sinceramente, pero aun así lo malentendían.
Muchos abusaban de eso.
Era triste.
Nunca podías exteriorizar del todo tus bellos sentimientos interiores; los tenías que blindar.
Alcar dijo que muchas personas llevaban máscaras y no se entregaban sinceramente; tenía que cuidarse de eso.
Poco antes se había rumoreado que iba a otra ciudad a comprar las piezas.
Así eran las personas.
Aunque vieran con sus propios ojos lo que sucedía, aun así había entre ellas quienes no podían o querían creerlo.
Entonces intentaba convencerlos de otras maneras, dándoles pruebas magníficas, pero muchas veces era un esfuerzo vano y seguían incrédulos como Santo Tomás, pobres de ellos.
Cuando recibía mensajes y los transmitía como le indicaba Alcar, muchas veces no dejaba contenta a la gente.
Esta esperaba otra cosa, algo material la mayoría de las veces, y Alcar daba todo desde el punto de vista espiritual, lo que no les satisfacía.
Lo que se les comunicaba no les resultaba fácil; significaba una lucha y no se atrevían a enfrentarse a ella.
Entonces la gente misma lo sabía todo mejor.
A este tipo de gente no se le podía ayudar ni aconsejar, porque no se atrevía a andar por el camino espiritual.
El de ellos pasaba por la materia; amaban la materia, era más fácil.
Se le hacía difícil mantener una buena amistad con todos estos tipos.
Lo que sí era fácil era tener todos los amigos que quisiera, siempre que hiciera lo que ellos querían.
Pero es que eso no podía hacerlo.
Sus pensamientos tenían que estar siempre con su trabajo espiritual y con Alcar, y eso no lo entendían.
Si los escuchaba lo sacarían de su trabajo por las tonterías terrenales que los ocupaban y que sin duda les interesaban a ellos, pero a él no.
Tenía que obedecer estrictamente a su líder espiritual y vivir y trabajar solo para sus dones.
Quería estar lo más desconectado posible de la materia y aprovechar los años que le quedaban por pasar en la tierra.
Para él, cada día era valioso.
No se pensaba en eso y por lo tanto tampoco se entendía nada de las cosas ocultas tras el velo.
Tampoco les llegaba del todo la idea de que había recibido sus dones por algo.
Cuando hablaba de eso, todo se le tomaba a mal, todo se malinterpretaba, y se decía que él no quería, por lo que la amistad se entibiaba porque él no hacía lo que se esperaba que hiciera.
De esta manera estaba siempre solo y la vida le pesaba.
Pero había una persona que lo ayudaba y era Alcar, el amigo en quien podía confiar, su líder espiritual y su maestro en todo.
Alcar siempre estaba a su lado y siempre lo comprendía.
Alcar sabía cómo era interiormente, cuáles eran sus intenciones y cómo amaba a todas las personas.
Decía con frecuencia:

—Sé fuerte, André, la gente no quiere entenderte.
Tampoco se esfuerzan, e intentarán lograr que estés de su lado.
Cuídate de eso, porque de lo contrario, otros vivirían tu vida en lugar de que la vivas tú mismo.
A menudo tenía días sombríos que apenas lograba acabar y en los que chocaba con todos.
Entonces se dedicaba a cavilar acerca de estas situaciones y tenía que llegar Alcar para que pudiera pasar el mal rato.
En este estado podía calar a las personas.
Entonces las entendía y sentía hacia dónde querían ir.
Entonces todo era triste en su interior.
Ay, qué difícil eran para él esos momentos.
Era cuando veía y sentía exactamente lo malas que eran otras personas y anhelaba estar donde se encontrara Alcar.
Ay, y si Alcar no lo animaba en esas ocasiones...
Pero en eso podía confiar.
Las personas tendrían que poder leer en el corazón de los demás; antes no lo creerían de todos modos.
Ya había visto y experimentado lo suficiente para saber eso.
Nunca les era suficiente, pues siempre exigían más, siempre más.
Nunca se atrevían a enfrentarse a uno abiertamente.
Todo esto ocurría en silencio, detrás de las espaldas de uno.
Cuando la gente no entendía el trabajo espiritual, decía que él era un fantasioso y entonces empezaba el chismorreo entre ellos, no abiertamente, sino detrás de las máscaras a través de las que nadie podía ver.
Aun así, él veía a través de ellas, una tras otra.
Alcar ya lo había desarrollado hasta el punto en que podía ver e intuir eso.
Estas personas lo hacían todo en silencio y antes de que se diera cuenta, ya le habían dado un fuerte mordisco tan atinado que hizo brotar sangre de dolor.
Sin embargo, tenía que aguantar, le había dicho Alcar, porque la gente no era capaz de otra cosa.
Pero ahora sí aguantaba, porque con todo vivía mucho tiempo en las esferas; allí estaba siempre en pensamientos.
Su mitad material se quedaba en la tierra, pero su espíritu estaba allí donde siempre hay armonía y felicidad.
Cuando le llegara el momento de morir, qué feliz sería con Alcar.
Por eso tenía que librar esta lucha.
Había rezado muchas veces por que se le concediera morir, porque le parecería lo más glorioso poder estar para siempre allí donde ahora solo iría de vez en cuando: en la esfera feliz donde siempre hay armonía; con aquellos que están en la luz.
Allí puedes darle tu punto de vista a todos abiertamente sin que tus palabras se tuerzan.
Cuando se hace una promesa, se cumple; allí todo es sincero y verdadero.
En la tierra la gente le cuenta todo “en confianza” a cualquiera que quiera escucharlo.
En las esferas oscuras también ocurre, como decía Alcar, pero esto se sabe de antemano y entonces se puede tomar en cuenta.
Los espíritus que viven allí no son de fiar; viven en la oscuridad y la frialdad.
Los que en la tierra le cuentan todo “en confianza” a los demás podrían ver en las esferas oscuras de qué manera se daña la confianza.
En la tierra no es posible mirar a través de otro porque el cuerpo material lo impide, pero una vez llegado al más allá y habiéndose librado del envoltorio material, ya no le es posible al espíritu ocultarse de los demás.
En las esferas elevadas se tiene mucha confianza en todo, porque si ya no se tuviera, entonces ya no sería su casa ni tampoco aguantaría estar allí, porque entonces ya no tendría la sintonización con esta situación.
Tampoco podría ya aguantar la luz que se posee en esas esferas.
Allí todos son para los demás como un libro abierto, porque leen en los pensamientos de los otros.
Allí todos viven de manera honesta e íntegra, en perfecta armonía.
En la tierra, eso no parece ser posible.
Sin embargo, esa es la dirección en que hay que llevar las cosas.
En la tierra, la materia oculta todo lo espiritual, así como las buenas características del ser humano.
Y si estas se tienen que reprimir con frecuencia, ya no se atreve uno a manifestar su opinión ni tampoco a darse honestamente.
Y a lo largo de toda la vida terrenal, se tienen que ocultar por tanto los sentimientos interiores.
¿Y por qué hace falta?
¿Por qué?
Porque si no, todos los demás lo obstaculizan a uno, aunque no haya hecho nada malo.
La causa es tan solo el odio y los celos.
Cuando comprendía a las personas, se reía en él algo que le hacía bien, porque entonces sabía de antemano a dónde querían llegar.
Entonces estaba preparado y podía protegerse contra las malas influencias.
Nunca abusaba de lo que adoptaba de ellos de manera telepática, porque entonces podría seguir días.
Dejaba que se le resbalara todo como si no supiera nada, y de ser posible cumplía sus deseos.
Entonces sentía que estaba por encima de ellos, aunque ellos pensaran que de todos modos no lo intuía de ninguna manera.
Pero los dejaba hacer, siempre y cuando no se propasaran.
En ese caso Alcar le avisaría con tiempo; eso lo sabía.
Una vez había estado con amigos en una gran ciudad en el extranjero en la que unos años antes, durante la guerra, había habido batallas feroces.
A sus amigos les daba igual, pero él no podía ser feliz allí.
Toda esa miseria, toda esa tristeza, toda esa pena, todo ese dolor de antes lo oprimían mucho.
Lo entristecían todo el odio y toda la ira de los que intuía la mala influencia.
Esa ciudad era un lugar horrible y le parecía terrible que eso no lo sintieran todos esos miles de personas.
Era infeliz hasta lo más profundo de su ser; veía a los soldados errando por las calles, no como seres materiales, sino como espíritus.
Seguían luchando y no sabían parar; a tal grado los animaba el odio.
Veía toda esa miseria con sus ojos espirituales y por más que intentara sustraerse de ella, no lo lograba.
Era una ciudad maravillosa, se decía, pero él por poco se había asfixiado allí, aunque nadie se dio cuenta.
Había visto pasar claramente a los soldados, con diferentes uniformes, todos salvajes y furiosos.
Era una guerra de verdad, para él todo ocurría como en la realidad y oía cómo se gritaba “¡Muerte, muerte!”, y blasfemias y maldiciones.
¿Qué se había logrado con esa guerra?
Nada más que una miseria innombrable.
Las personas se azuzaban contra otras.
Pobres de aquellos que tengan la culpa de ello; a esos necios les espera algo terrible.
Los esperarán millones una vez que hagan la transición al más allá.
Mejor que recen mucho, muchísimo, mientras todavía estén en la tierra, para que Dios los proteja de estos demonios, aunque ellos mismos sean unos.
Porque son demonios los que los esperan, porque les han causado toda esa pena y dolor.
También sentía una profunda misericordia por aquellos que cargaban con un crimen así en la conciencia, porque no pueden evadir su castigo ni pueden por ahora pagar por el crimen.
Había visto claramente todos esos pobres espíritus y también la sangre que corría por las calles y seguía impregnándolo todo.
Sin embargo, todos estaban felices y nada parecía molestarles.
Sentía y veía a esos caídos en combate; significaba que todo no había pasado aún, sino que seguían luchando.
Incluso ahora, a pesar de haber dejado el cuerpo material.
Era imposible observarlo a través de ojos materiales.
Habría querido huir, lejos de esa ciudad mala.
Ya no podía estar despreocupado ni alegre.
A sus amigos les pareció rara su actitud y no lograban entender por qué andaba tan triste, por qué no se interesaba por nada ni se divertía.
Le dolía y lo lamentaba por ellos, porque no quería causarles sufrimiento, pero no podía contarles nada por miedo a que se burlaran de él.
Ay, no había remedio.
¿Y qué tenía que decir?
Pues de todos modos ellos no lo veían y preguntarían por qué tenía que pensar en todas esas tragedias.
Y es que para ellos todo esto era agua pasada.
Sí, había pasado, por lo menos para ojos materiales, pero él tenía que verlo, sentirlo y vivirlo a fondo como había pasado en la realidad.
Así era el mundo, así vio él qué maldición es la guerra para la humanidad.
Ya no se pensaba en las innumerables víctimas, los supuestos muertos, que no están muertos sino que de pronto han sido expulsados de su cuerpo material, que han llegado con una sacudida al más allá, que han seguido luchando allí como espíritus, indomables.
El mundo retrocedía así cientos de años en sentimientos espirituales.
Y luego nadie se detenía al pasar ante las víctimas que seguían viviendo en la tierra, los heridos, los pobres e infelices mutilados que habían quedado ciegos o sin brazos ni piernas.
Muchos de ellos poblaban las calles y había visto cómo cientos de personas pasaban de largo sin darles nada.
¿Dónde estaba su amor al prójimo?
¿No les sobraba nada a estas personas?
¿No lo tenían?
Aunque dieran unos pocos centavos.
Poquito a poco se les posibilitaría a ellos la existencia.
Pero ¡si estos pobres hombres habían quedado mutilados en la guerra!
Lo había lastimado y le había sido imposible divertirse en medio de toda esa miseria, entre toda esa gente fría que ya no portaba ni un mínimo destello de luz en su interior.
Se había acercado a uno de esos desgraciados y le había dado todo el dinero que llevaba; no sabía cuánto.
Bien podrían haber sido veinte o treinta francos, o incluso más.
¡Cómo lo había mirado ese pobre soldado mutilado!
Estaba fuera de sí de felicidad.
André sintió que una voz interior le dijo que había hecho bien.
Le había parecido glorioso.
Había sido su única satisfacción en esa tenebrosa ciudad.
Y cuando siguió su camino, el inválido levantó sus bastones en señal de agradecimiento.

—Disfruta tu comida, come mucho hoy, ¡te lo mereces! —le había dicho desde la distancia al pobre hombre.
Al soldado le habían brotado lágrimas de alegría y luego André no había aguantado un segundo más en su presencia y había huido.
Pero después había sentido un momento de felicidad gracias a la de ese pobre soldado.
Por todos lados había este tipo de pobres personas pero ya no tenía nada que darles.
Tenían las caras demacradas, y se podía leer en ellas un dolor y una miseria profundos.
Ay, no aguantaba verlo.
Cómo era posible sentarse frente a la ventana de un restaurante para comer con apetito mientras que del otro lado de la calle hubiera uno de esos pobres inválidos.
No había podido hacerlo, porque se le hacía un nudo en la garganta.
Sin embargo, muchos lo hacían sin siquiera darse cuenta de lo que había fuera.
Tampoco de que les entraba una maldición.
Allí estaba su hermano, a cuyo lado habían luchado, que ya no tenía qué comer y siempre tenía que permanecer fuera, bajo la lluvia y el viento, mientras ellos saboreaban su comida.
¡Así es la vida, así es el hombre!
Había escrito a casa que se moría de infelicidad en esta bella ciudad, en la que no veía más que miseria y tristeza.
Cómo iba a adquirir nuevas impresiones y juntar fuerzas, si todo le parecía un insulto.
Se había hecho este propósito: mientras viviera en la tierra, no volvería nunca a esa ciudad.
Aun así, fue llamativo que después de su partida, y apenas saliendo un poco de la ciudad, toda la tristeza de repente se le había ido.
En la naturaleza, lejos de esa atmósfera oscura, de nuevo había podido respirar desahogada y cómodamente, y había recuperado la alegría y la felicidad.
De modo que estar en el más allá, en las esferas de luz donde todo significa armonía y felicidad, era sin duda más glorioso que estar en la oscura tierra.
La mayoría de la gente tiene miedo de morir.
Pero no hace falta si se sabe lo feliz que uno puede ser en las esferas y si está dispuesto a aparecer ante el Trono Divino.
Pero aquellos que buscan su felicidad en las cosas materiales de la vida cotidiana no se dan cuenta de esto.
No les interesa y por tanto tampoco lo aceptan como verdad, hasta que en algún momento también a ellos se les convencerá del valor de una vida más elevada.
Entonces empezarán a ver de una manera totalmente diferente hacia la vida terrenal y también cambiarán su opinión acerca de sus prójimos.
¡Las cosas que se decían por allí!
La guerra (la Primera Guerra Mundial, 1914-1918) había terminado y los inválidos que se veían eran mendigos que montaban una farsa.
Pero lo que él había visto no era una farsa, sino una tragedia vital, ni tampoco se trataba de mendigos, sino de pobres infelices a los que se les pasaba por el mismo rasero que a los maleantes.
Alcar le había dicho que le había mostrado toda esa miseria para que pudiera entender todavía mejor lo malos que son los habitantes de la tierra.
Lo que más le gustaba era estar en su habitación, entre todas las obras de pintura que había recibido del “otro lado”.
Allí veía las esferas, cuando Alcar lo conectaba con ellas y también la gran luz que en aquella ciudad ya no se podía ver.
Allí era feliz con su líder espiritual, como lo era en la naturaleza, donde los momentos sombríos pasaban rápidamente.
Después de llegar a casa había contado a muchas personas lo que había visto, pero ni siquiera les parecía tan grave; lo había sabido de antemano.
Y es que tampoco podían creerlo, ni las otras verdades invisibles que él había presenciado y vivido.
Alcar dijo que podía tomar siglos antes de que estas almas infelices pudieran encontrar la paz.
Esto es lo que conlleva la guerra y cuando termina, todo ha terminado, por lo menos para la tierra, y ya no se piensa que sea tan terrible, porque la gente no puede o no se atreve a arrastrar las consecuencias.
Y esta guerra apenas ha pasado cuando ya se está pensando en otra nueva que causará aún más desgracia y perdición.
—Ser humano, hazte más sabio.
¿De qué sirve todo esto?
Decide tú mismo qué sentido tiene asesinar a tus hermanos —dijo Alcar.
Las personas sienten materialmente y no de otra manera.
Están sintonizadas así y adoran la materia.
Todo el arte en esa ciudad era hermoso, pero lo más hermoso pierde allí su valor al ser despojado de fuerza espiritual.
Las personas no quieren entenderlo y tampoco lo ven, ni ven que el mundo está enfermo.
No sienten nada de esto ni quieren sentirlo.
Alcar dijo que la tierra está enferma y es mala, y que las personas están espiritualmente enfermas.
Es aún más terrible que si sufrieran de una de las más temibles enfermedades.
Ya no tienen sensibilidad ni luz en su interior.
André casi se asfixiaba bajo esa mala influencia.
Esta no era la influencia que sus amigos espirituales traen a la tierra; esa es sagrada e inmaculada.
En la tierra, en cambio, todo está despojado de luz y calor y en todos lados reinan las pasiones.
¿Dónde había quedado el amor verdadero que en algún momento había dado Cristo?
Ya ni siquiera se conoce, porque lo que se encuentra es amor propio.
Las personas le parecían temerarias; ni siquiera se daban cuenta de que muchas veces jugaban como si nada con el sagrado fuego del amor.
Después descubrirán que se ha tratado con temeridad el amor verdadero, y por ello sufrirán mucho y se arrepentirán.
Pero luego no tomará mucho tiempo para que la gente vuelva a jugar con él de manera tal que en muchos haga surgir el dolor del corazón.
Así de crueles son las personas.
Le era imposible imaginarse por qué no querían comprenderse mejor unos a otros.
¿Acaso no sabían que el amor era la creación más grande de Dios y que ellos mismos podían estar sintonizados con todo lo bello que significa felicidad, si tan solo quisieran seguir el camino que lleva hacia arriba?
Se estremecía al encontrarse con personas así.
Para él, el amor sagrado significaba felicidad eterna.
También le irritaba cuando llegaban a verlo personas que querían presenciar sesiones de espiritismo por sensacionalismo o pasatiempo y luego no profundizaban en el asunto.
Cuando asistían a una noche pictórica o una sesión de espiritismo, en las que Alcar hablaba a través de él, pronto ya habían olvidado todo porque no entendían ni sentían su sacralidad, ni cuánto apoyo y felicidad les aportaba.
Era gente que siempre arruina todo en todas partes.
Pero para él este trabajo era sagrado; luchaba, junto con otros miles, por la gran causa: convencer a las personas de la verdad de que hay vida después de la muerte material.
Alcar siempre lo alertaba sobre aquellos que no querían creer eso.

—No te fíes de ellos —decía—, porque significan un peligro para nuestro trabajo.
Blíndate contra estos seres; yo te ayudaré a hacerlo.
Entonces podrás contestarles por medio de nuestro saber puro.
Vemos y conocemos cada estado del alma.
Los calamos a todos.
André les tenía miedo a estas personas y por tanto las mantenía a distancia.
Como hace muy poco, cuando había organizado una bella sesión de espiritismo pictórico con mucha asistencia.
Alcar le había dicho que comprara un lienzo grande, que se destinaría a un pintor marítimo alemán que había caído en combate durante la guerra y ahora deseaba pintar a través suyo.
Había comprado la tela (0,90 m por 1,50 m) y también la pintura y otros requisitos, y tenía curiosidad por saber qué se pintaría en ese gran lienzo.
Estas sesiones siempre las organizaba por la tarde, aunque no fuera necesario, porque ya se habían hecho en la oscuridad dibujos con unas líneas hermosas.
Entonces, antes de que fuera inducido al trance, tenía que rezar; luego se sentaba ante el caballete, esperando lo que viniera.
Las inteligencias no se hicieron esperar mucho y después de unos momentos estaba en trance; entonces su espíritu se desdoblaba de su cuerpo material, de cuyo organismo tomaba posesión un pintor espiritual.
Esa tarde habían llegado puntuales todos los invitados, entre quienes había algunos pintores.
El pintor que apareció había armado una pieza con una técnica asombrosa.
A todos los presentes les pareció sumamente interesante ya que, como dijeron ambos pintores, una técnica así solo podía pertenecer a alguien que había realmente tenido estudios en la materia.
En dos horas la pieza había quedado terminada y representaba ‘En la costa irlandesa’; era un mar con rocas.
Después su espíritu había vuelto a su cuerpo.
Pero después de un rato Alcar lo había inducido nuevamente en un trance, hablándoles a los presentes de la siguiente manera:
—Ya ven, mis queridos, que nos es posible, después de la muerte material y a pesar de ella, seguir trabajando en la tierra.
Esta bella pieza es obra de un pintor alemán de nombre Erich Wolff.
Este joven artista, que murió en el campo de batalla en su última guerra mundial (al publicarse el libro en 1933 se trata de la Primera Guerra Mundial), pintaba durante su vida terrenal en la costa escocesa e irlandesa.
Muchos familiares los saludan y que Dios los bendiga a todos (—concluyó).
Había terminado la sesión de espiritismo.
Un tiempo después recibió varias obras más de este pintor.
Una de ellas fue pintada de manera excepcionalmente realista.
Esta pieza llevaba por nombre ‘En la costa escocesa’.
Alcar se la regaló a un amigo de André.
Había trabajado para Alcar sin saber a qué fin servía.
Todo esto había sido Dirección.
Después de que Wolff hubiera terminado la pintura, lo hizo ver en estado clarividente cómo y dónde los barcos rodeaban esa costa.
Cuando le llevó la obra a su amigo, le contó lo que el pintor le había comunicado, lo que le pareció muy interesante.
Era un macizo rocoso muy particular con dos largos salientes, bañado por el mar, que representaba el ambiente de una hermosa noche estival.
Cuando la pieza ya llevaba algún tiempo colgada en la pared de su amigo, llegó a casa un cuñado suyo que trabajaba de maquinista en la navegación de altura. Al entrar reconoció de inmediato la costa escocesa.

—¿Cómo tienes aquí la costa escocesa?
¿Compraste este cuadro en Inglaterra? —preguntó.
Pero el amigo de André solo se rio y dejó que siguiera hablando.
El marinero contó:

—Navegamos dándole la vuelta a la costa por aquí para llegar a Holanda. —Mientras que indicaba en el cuadro de qué lado—.
Esos picos rocosos son visibles ya desde lejos y muchas veces nos sirven de punto de orientación.
Entonces nos decimos en el barco: “Los picos están a la vista”.
Está pintado con llamativa exactitud, justo como es en realidad.
Cuando hubo terminado de hablar, el amigo de André le contó que esta pieza la había recibido un médium que en primer lugar no sabía pintar en circunstancias normales, y en segundo lugar, que cuando sí lo hacía no era consciente de ello, porque estaba entonces en trance, y en tercer lugar, que nunca había visto Escocia, Irlanda o Inglaterra.
Al marinero le pareció asombroso y estuvo mirando la bella pieza pictórica un largo rato.
De este modo se probó sin duda que otra persona había estado trabajando aquí.
Que no lo hacía él, André, sino que otro había usado su organismo.
Wolff hizo así seis grandes piezas para él, hermosas todas.
André estaba feliz, sumamente feliz con sus dones y con todo su trabajo.
Esa era la razón por la que deseaba tanto que las personas profundizaran en el mismo.
Descalificaban este trabajo llamándolo obra del diablo.
¿Acaso Alcar, Wolff y los otros espíritus eran diablos?
¿No?
Hasta ahora los había conocido como espíritus del amor.
Así por ejemplo, poco antes, había sido hermosa la manera en que Alcar lo protegía y cuánto cuidaba sus dones.
André se sentía enfermo; tenía un fuerte resfriado.
Sin embargo, había hecho ese día su trabajo, a pesar de que anhelara estar en la cama.
Por la noche le dio mucha fiebre y pensó en acostarse pronto, pero para su gran desconcierto le llegó un recado de Alcar alrededor de las siete, en el que se decía que quería pintar.
Dijo para sus adentros:

—Pero por el amor de Dios, ¡estoy enfermo!

Sin embargo, inmediatamente después oyó que Alcar le dijo por segunda vez:

—Asegúrate de estar listo alrededor de las ocho; ¡pintaremos, André!
Así que dejó de suspirar.
Lo que Alcar deseara tenía que ser bueno.
Cuando se lo contó a sus padres les pareció muy extraño y le desaconsejaron con vehemencia que accediera a esa solicitud.
¿Cómo podría pintar con el cuerpo enfermo?
Dudaba; finalmente sus padres lo convencieron de que se negara y decidió acostarse.
Pero ocurrió aquello con lo que nadie contaba.
De repente llegó a estar bajo influencia, entró en trance y Alcar les habló a sus padres a través de él:

—Ya ven, mis queridos: cuando queremos, somos capaces de lo que sea.
Yo mismo pintaré esta noche y no entenderán sino más tarde por qué tomé posesión de su cuerpo material justo entonces.
Se fue a la habitación de André, preparó todo y se puso a pintar.
Desde las ocho menos cuarto hasta casi las diez, André permaneció en trance y cuando despertó, de inmediato se dio cuenta de que la fiebre y la enfermedad habían desaparecido.
Le pareció glorioso y se apresuró a ir a ver a sus padres para contárselo.
Poco después, Alcar le dijo:
—Las flores que pinté no son tan bellas.
Mi intención era hacer que mejoraras, y lo logré por completo.
No podía hacerlo mejor que tomando posesión de tu cuerpo.
Así lo ves, mi hijo: entrégate siempre, confía en mí siempre.
Tu cuerpo material está bajo mi protección.
Sigo velando por ti.
Esa noche, André lloró de felicidad y agradecimiento porque los espíritus eran tan buenos con él y también sus padres agradecieron en su oración a Alcar por la gran ayuda y por esta maravillosa prueba que habían recibido de su parte.
Este era amor inmaculado y puro; amor de Espíritus de las esferas elevadas.
¡A cuántos había podido convencer ya gracias a las pruebas que Alcar les había dado!
¿Acaso no había que vigilar entonces escrupulosamente esta causa sagrada?
¿No eran diablos buenos?
¿No eran diablos que aman a las personas?
¿Si se hacía todo por darles evidencias, para convencerlos de que hay una vida después de la muerte material?
El espiritualismo y todo lo relacionado con eso era para él una causa sagrada.
Aquellos que trabajan detrás del velo, sin esperar agradecimientos, quieren hacer lo que sea para traerles a las personas la felicidad y la verdad.
¿Acaso no había que arrodillarse humildemente y aceptar todo con gratitud?
¡Ellos quieren ver a las personas felices!
No, no son diablos, estos espíritus del amor, aunque las personas en la tierra, en su supuesta sabiduría, los tomen muchas veces por diablos.
Piensan que con su sabiduría terrenal pueden entender lo espiritual, y no es cierto.
Tendrían que estar sintonizados con todo esto de manera interior; entonces lo podrían intuir, pero están demasiado materializados.
La sabiduría terrenal no es fuerza espiritual ni tiene nada que ver con ella.
¡Como si no fuéramos todos iguales ante Dios!
¿Acaso en la tierra un rey siempre está en un nivel espiritual más elevado que un carpintero?
Claro que no.
Sin embargo, muchas veces se tiene esa idea.
Había visto tantas veces que los supuestos grandes hombres que en la tierra eran eruditos, incluso teólogos, y que aparecían en las sesiones de espiritismo, estaban muy infelices, profundamente infelices y pedían que se les ayudara.
Solo entonces entendían que el espiritualismo es algo bello.
Allí estaban entonces, con todos sus estudios y su sabiduría, que no los habían ayudado a avanzar espiritualmente.
Y es que no habían vivido espiritualmente.
Sin embargo, también había eruditos que sí habían encontrado la luz y la felicidad del “otro lado”, pero a la vez habían vivido mejor en la tierra; no habían olvidado a Dios y habían sido buenos con los demás.
Era lo bueno que llevaban dentro, como Dios lo quería de ellos.
No llevaban máscaras, como otros a quienes algún día también les llegará su tiempo del otro lado.
Allí las máscaras se caen y estarán desnudos; entonces su poder habrá desaparecido.
Pero en la tierra son los que echan a perder todo y contra quienes siempre lo previene Alcar.
Esto ni siquiera le parecía tan terrible, pero cuando lo hacen bajo el disfraz de lo espiritual, entonces es mucho peor y están perdidos.
Entonces edifican una pared espiritual frente a ellos y desde allí disparan sus flechas materiales con el objetivo de alcanzar a personas honestas y sencillas.
Así son sus máscaras para este mundo.
Así viven bajo el disfraz de seres espirituales.
Para ellos, todo es pasatiempo.
Pero el trabajo espiritual es demasiado sagrado para eso.
Sus corazones están y permanecerán fríos ante todo, y en ellos, lo bello nunca ocupa el primer plano.
La chispa divina, con la que podrían estar sintonizados con las esferas elevadas y todo lo bello, ya no arde, sino que se ha consumido lentamente, apagándose como un pabilo en la mesita de noche.
Por gente así había pasado por mucha lucha y ahora que había llegado al punto en que entendía a dónde querían llegar, jugaba con ellos porque ahora poseía la fuerza.
Ahora comprendía a todos.
Alcar lo había llevado tan lejos y había desarrollado hasta este punto su sensibilidad espiritual.
Es lo que no hacen estas personas, porque una y otra vez recaen en su mundo material.
Aun así, Alcar quería que se entregara siempre, porque a nadie le podía faltar nada, puesto que los que se entregaban honestamente también iban a buscarlo.
—Mantente por encima de todo —decía Alcar—, para que tu corazón no esté cerrado para los buenos.
Pronto podrás intuir cuándo se acerca a ti un corazón abierto, porque ese corazón te enviará su radiación.
Ten siempre disposición, por más grande que sea la lucha que se te presente, porque esta te enseñará.
Así que confía; estamos a tu lado y seguiremos siendo tus ayudantes invisibles.
Alcar le hablaba así muchas veces y le sentaba bien, porque a veces todo lo había superado y entonces casi no podía seguir por las preocupaciones y la tristeza.
Las personas querían cada vez más, y más, hasta que finalmente nada tenía ya valor para ellas.
¿Ahora qué sería lo que pasaría esta noche?
Tal vez iban a admirarlo de nuevo para luego tirarlo al suelo en algún lugar.
Pero estaría preparado, por más difícil que se lo pusieran.
Alcar y sus amigos no lo hacían nunca.
Son finos y puros en sus respuestas.
Nunca ofenden a nadie y siempre van por un solo camino, el del amor.
Lo único que les importa es su tarea: trabajar para el espiritualismo.
La gente lo entiende solo a medias y no quiere aprender de ese modo, por más bellas que sean las lecciones que reciban.
Sin embargo, las reciben por su propio bien, porque a través de ellas tienen que desarrollarse.
No es por el sensacionalismo que se puede entrar en contacto con aquellos que han muerto en la tierra.
Esa no es la intención del mundo de los espíritus.
La humanidad tiene que avanzar, subir por el camino hacia Dios.
Pero a mitad del camino no pueden seguir adelante y recaen hasta aquel lugar en que la vida vuelve a serles fácil.
Eso no les cuesta: las cosas van por sí solas.
Así continúan dando tumbos; se cumple la vida y para ellos no es más que una vida de placeres terrenales.
Su estado de ánimo sombrío seguía sin querer ceder, pero con los ánimos así podía entender tan bien el gran sufrimiento de Cristo.
Cristo se había dado a la gente.
Daba cada vez más y cuando ya no pudo dar más, lo pegaron.
Cristo los dejó hacer y todo fue empeorando, porque querían aún más.
Estaban empeñados en tener Su Carne y Sangre.
Y solo cuando lo estaban clavando en la cruz, el pueblo vio en Él al verdadero Hijo de Dios.
Cuando se desgarraron las nubes y apareció la Luz de Dios, todas esas personas vieron que Él era el Ser Humano sencillo, que se había querido dar por completo.
Cristo era también el hijo de un carpintero, pero Él tenía una fuerza mucho mayor que la suya.
Cristo obraba grandes milagros.
Cristo era el Gran Espíritu.
Él, André, obraba milagros en pequeño.
Aun así, se le concedía hacer el mismo trabajo y también curar enfermos.
Pero no podía hacer que los ciegos vieran, como lo hacía Cristo, porque no era más que un ser humano imperfecto, uno con muchos errores.
Cristo era el ser humano Perfecto, el Hijo de Dios, que se había entregado plenamente por los seres humanos; sin embargo, lo crucificaron.
Pronto la gente olvidó ese gran milagro y siguió pecando, siguió sin cesar.
Cuando estaba triste y sombrío, podía sentir y entender tan bien lo que ese sufrimiento debió ser para Cristo.
Cristo, el corazón sencillo, que fue torturado y flagelado por sus hermanos y hermanas.
Ni siquiera bastó que fluyera Su sangre.
Así es la gente.
Alcar le había puesto a Cristo como ejemplo, diciéndole:
—No caviles y haz tu trabajo, André.
Debes estar preparado por todo y tómalo como ejemplo a Él, que sufrió para todos nosotros.
Haces el mismo trabajo, hijo mío, pero todo en pequeño y no intentes compararte con Él.
Debes estar contento con esta felicidad y mantenla encarrilada (—concluyó).
Le quedaba mucho por aprender, lo sabía bien, y aprendería mientras estuviera en la tierra.
En algún momento había sentido la gran satisfacción que debió sentir Cristo y por eso lo había entendido todo aún mejor.
Lo habían mandado buscar para ver a un bebé de nueve meses que estaba en la cuna gravemente enfermo, con mucha fiebre e inmóvil.
No sabía cómo había llegado a ese punto y no se quiso imaginar nada, pero cuando estuvo junto a la cuna les había dicho a los padres:

—Ahora sí que les enseñaré cómo curaba Cristo.
Lo miraron extrañados, pero no dijeron nada; la situación era demasiado grave para eso.
Se arrodilló y rezó fervorosamente, como siempre cuando tenía que tratar a un enfermo.
Les imploró tanto a Dios como a Cristo por ayuda y rezó:

—Dales a Tus enviados la fuerza para poder ayudarme con este bello trabajo.
Oh, Jesús, ayúdame.
Quiero curar a este pequeño en Tu nombre, como Tú lo hacías.
De repente —nunca se le olvidaría este hermoso momento grande— su brazo fue elevado ligeramente y una fuerza ajena lo llevó a la cabecita del niño, mientras que lo atravesó una gloriosa sensación de gran felicidad.
Después de unos minutos su brazo fue conducido de vuelta y al instante el pequeño abrió los ojos, empezó a reír, gritar y patalear, y se había curado.
Los padres lo miraron llenos de admiración y se les llenaron los ojos de lágrimas.
Oh, ¡qué día aquel!
¡Qué milagro tan grande había ocurrido!
Alcar le dijo:

—Se te concedió hacer esto gracias a tu gran amor por Cristo y por nuestro trabajo.
Se sintió en el séptimo cielo.
En sus oraciones pedía siempre ayuda, pero también entendía que no a cada enfermo se le podía curar en seguida, porque entonces tendría que ser igual a Cristo y no podía serlo ni en miles de años.
Pero era para él un mandamiento sagrado asegurarse de estar siempre dispuesto para recibir las corrientes elevadas para transmitírselas a los enfermos.
Había curado al niñito poniéndole la mano en la cabeza.
Así lo había hecho también Cristo durante su vida en la tierra.
Si bien no se le flagelaba ahora a él, a André, era posible que lo encerraran en la cárcel porque no era médico y por lo tanto, según las leyes terrenales, ejercía la medicina ilegalmente.
Hacía muchos siglos, Cristo fue el Ser Humano Perfecto en la tierra y no volverá a aparecer otro Cristo en la tierra para sacrificarse por la humanidad, pues después de todos estos cientos de años, Jesús sigue sin ser comprendido.
Así se pasó el día cavilando.
No podía dejarlo atrás y estaba cansado de tanto reflexionar.
Pero ya era hora de dejar de hacerlo, pues los invitados ya habían entrado y la sesión de espiritismo empezaría enseguida.
Seguro que Alcar le daría fuerzas, como siempre.
La sesión empezó.
Primero se recibieron muchos mensajes con la cruz y el tablero; llegó algo para todos y muchos volvieron a entrar en contacto con familiares y amigos que habían perdido temporalmente.
Así se les reconfortaba, se les reconfortaba espiritualmente, y eran felices por entrar en contacto con sus seres queridos.
¡Qué bello era!
Terminada esta parte de la sesión llegó un momento de descanso; después, Alcar lo indujo al trance y se dirigió a los presentes para decirles con su voz clara las siguientes palabras:
—Buenas noches, hermanas y hermanos míos, hoy quiero hablarles acerca del reloj humano.
Los quiero ayudar y es lo que voy a hacer.
Siento tantas ganas de ayudarlos, pero ¿cómo?
Les dije ya en muchas ocasiones, vez tras vez: los quiero ayudar, si Dios quiere.
Ahora escuchan con mucha atención todo lo que les voy a decir y que en el fondo saben desde hace mucho tiempo.
Sin embargo, eso no quita que, por más que lo sepan y aunque de vez en cuando lo piensen, ustedes, seres humanos, con sus pensamientos humanos, no siempre actúan conforme a este saber.
Tic tac, sube y baja, ese es el tiempo.
Es el péndulo del reloj.
Es tan regular: tic tac, tic tac. Tan ininterrumpidamente: tic tac.
Pues ahora piensan que su vida también seguirá de manera tan regular como el reloj al que el relojero le da cuerda.
Pero ¿acaso esa vida transcurre de manera tan lisa y regular para todos?
¿Es para todos ese tic tac tic de las ocupaciones, actividades o encargos diarios?
¿O hay allí un sonido que no oyen?
¿No hay allí un sonido que sí sienten y que los distingue precisamente a ustedes, los seres humanos, de ese tic tac cotidiano y monótono del reloj?
¿No es precisamente la chispa divina en ustedes la que los distingue de eso y que los sitúa por encima de todo lo mecánico?
¿Y no se encuentra la Fuerza del Amor Divina en esa chispa divina?
¿No es precisamente lo que la gente llama amor lo que hace que valga la pena vivir y haber experimentado?
¿No es lo más bello, lo más rico y lo más Divino en el ser humano?
Todos lo anhelan desde pequeños; casi diría: desde antes de nacer se anhela el amor.
Y ese amor va creciendo, y se vuelve más bello; se vuelve más fuerte y mueve montañas.
Sin ese amor, la vida sería un desierto.
Aquellos que conocen el amor, ellos son los felices.
Quienes conocieron el amor siguen viviendo en él y quienes no lo conocieron son felices al sentir interiormente esa gran fuerza, esa gran fuerza divina, la sacralidad de lo que podrían dar.
¿Lo comprenden, amigos?
¿Lo sienten, amigos?
¿Que su vida podría ser una vida en pensamientos?
¿Comprenden cuánto podrían dar?
Dejen que lo que hay en ustedes sea lo más bello y lo más sagrado, incluso lo más sagrado por encima de lo demás; siempre.
¿Les conté muchas cosas nuevas esta noche?
¿No saben todo esto desde hace mucho tiempo?
Y sin embargo me pregunto: ¿no los he ayudado, no los he arrancado brevemente del sueño, no les he sacado a relucir un momento lo mucho y bello que hay en el ser humano y que lo distingue de la máquina?
Y cuando Dios, en Su gran bondad, les hace sentir ese amor en su vida terrenal, confíen entonces, amigos.
Es la voluntad de Dios, no lo olviden nunca, que reine ese amor y que exista ese lazo de amor.
¿Entonces podría ser posiblemente la voluntad de Dios que un lazo así se rompiera?
Les digo que no.
Tengan entonces plena confianza en una vida de amor sacralizado y permitan con confianza que el reloj vital siga andando.
Es la voluntad de Dios.
Llegará el día del final de toda máquina, el tiempo en que estará desgastada y desvencijada.
En ese momento el reloj vital deja de andar.
Entonces ya no se escucha ese tic tac y es cuando se echa de menos.
Y eso deja un vacío en tantos y hay gran tristeza en ustedes por aquel fiel amigo, aquella alma fiel a la que amaban.
Aquí en la tierra se echa entonces tanto en falta el alma fiel que los apoyaba, a la que ustedes apoyaban, que los ayudaba, a la que ustedes ayudaban, a la que ustedes daban amor y que les daba amor.
Es cuando les aparece frente a ustedes el vacío, porque no creen en el más allá.
Y cuando el reloj ya no anda y ya no hace tic tac, recuerden entonces el gran amor que irradiaba esta persona.
La gran cantidad de amor que dio, pero también la gran cantidad de amor que quiso pero no pudo dar porque ustedes, los seres humanos, con pensamientos humanos, no lo entendían y no sentían el amor que quería darles.
No vieron las manos que les llevaron eso, sino que inconscientemente las hicieron de lado.
Lo pueden ayudar mucho en su oración a Dios, en la que deberán pedir perdón por no haber querido ver tanto amor.
Le pueden pedir en su oración que deje que Su Luz alumbre el alma que daba tanto amor, o quiso darlo.
Le pueden pedir perdón por los pecados de él, porque todo ser humano comete pecados, sea o no su intención.
El ser humano peca porque no es más que un ser humano.
Y cuando llegue el momento en que le plazca a Dios parar también el péndulo de ustedes, que haya muchos que elevan una oración a Dios para ustedes, para llevarlos pronto a la Luz.
Confíen en Dios, confíen en el amor de Dios y crean en su propio amor.
Amén.
Alcar había terminado de hablar y se había ido silenciosamente.
Había sido una sesión preciosa y había una sensación de estar en tierra sagrada.
Todos estaban felices.
Oh, ¡que verdad tan hermosa y gloriosa poder vivir después para siempre en el más allá!
La velada había acabado.
Los invitados volvieron a sus casas y preguntaron si podían volver a estar presentes en las siguientes sesiones para escuchar otra vez esta bella voz clara que se había dirigido a ellos con tanto amor.
Unos días más tarde, Alcar ya anunció que quería volver a organizar una sesión de espiritismo y en esa ocasión André invitó a otras personas más, de modo que el círculo se hizo incluso más grande que la vez anterior.
A todos les hacía falta el apoyo y la fuerza espiritual que se les brindaba del “otro lado”.
Ahora sus padres también podían ayudarlo, porque la predicción que le había transmitido a su padre, tal y como Alcar se la había hecho muy al principio, se había cumplido.
También esa noche muchos entraron en contacto con sus seres queridos que ya se encontraban del otro lado y cada prueba que recibieron era aún más convincente que la anterior.
Todo rezumaba verdad y amor.
Esto ofrecía un piso firme; esto era saber puro.
¡Era glorioso!
No se les llamó a los muertos, sino que estos llegaron por iniciativa propia y hablaron con aquellos que se habían quedado atrás.
Ya no era necesario dudar; la gente sabía que los muertos están vivos.
Ofrecieron unas lecciones gloriosas, libres de amor propio o egoísmo.
Todo estaba siendo transmitido de manera inmaculada y pura.
Así lo trajeron aquellos que los habían precedido.
Y de esta manera podían ser felices no solo aquellos que seguían viviendo en la tierra, sino también los que ya se hallaban del otro lado, porque Dios les permitía traerles a sus seres queridos que se habían quedado en la tierra, en pena y dolor, esta felicidad para la que les dio la fuerza y el contacto.
Los amigos del otro lado estaban felices por poder exclamar:

—¡No estamos muertos; vivimos!
No estén afligidos; venimos a ustedes y los ayudamos.
Vemos a través de la materia y podemos guiar sus caminos a través de todos los pantanos.
Vemos el peligro porque estamos despojados de la materia basta.
Somos ahora delicados y vivimos en la Luz.
Esa es la fuerza que recibimos aquí en la Eternidad de parte de Dios.
No tapen los oídos; estamos con ustedes y queremos ayudarlos.
No nos busquen demasiado lejos; estamos cerca.
No nos busquen en la tumba; estamos a su lado y vivimos.
André había escuchado esas palabras ya en tantas ocasiones, pero una vez tras otra le sonaba a él y a todos los demás como una agradable música ese “No estamos muertos, vivimos”.
Nuevamente, los datos fueron recibidos primero por la cruz y luego apareció Alcar, quien habló a los presentes de la siguiente manera:
—Aquí estoy de nuevo.
Buenas noches, amigos y amigas míos, hermanas y hermanos.
Esta noche quería hablarles sobre la fe, la esperanza y el amor.
Algún día estaremos juntos para la eternidad.
Recuerden estas palabras ahora que todavía viven en la tierra.
Es tan glorioso acudir a verlos para traerles la Luz del “otro lado”; la luz que Dios nos da para traérsela a ustedes.
El amor de Dios.
Y ¿por qué es tan glorioso poder estar aquí?
Porque entre ustedes hay armonía; una concordancia de alma con alma, algo tan necesario.
Porque esa armonía crea un ambiente que es sagrado y bello, como se encuentra solamente en el caso de pocas personas.
Y por eso estoy agradecido porque me sea concedido poder venir entre ustedes.
Entiéndanme bien cuando digo: me es concedido.
Porque no es mi voluntad, sino la voluntad sagrada de Dios, que yo llevo a cabo.
Y agradezco que me sea concedido llevarla a cabo.
Es tan glorioso estar entre ustedes, porque percibo a mi alrededor todos los rayos emitidos por ustedes y me da una confianza tal de que nunca sucederá aquí nada más que lo bueno.
Todos ustedes irradian algo bueno, porque saben y quieren lo bueno.
Porque están llenos de deseo de hacer lo elevado, y de querer solo eso.
Y aunque no lo noten de inmediato ni lo sepan todavía ustedes mismos, me gusta tanto decirles esto, porque tal vez sea un incentivo para ustedes para seguir por este camino, lo que los fortalecerá y edificará.
Vamos, todos necesitan apoyo en la vida, y sé que unas palabras mías les harán bien.
Allá, miren todos hacia arriba.
Con el brazo derecho, Alcar apuntó hacia arriba.
—Allí ven la fe, la esperanza y el amor y de este último es de lo que más verán; es el amor y es bello.
Ay, es tan hermoso.
Crean en él y actúen de acuerdo a él, porque sin la fe en el más allá, sin la esperanza de algo mejor y sin el amor que forma un lazo, la vida sería desoladora.
Las tres palabras: fe, esperanza y amor les ofrecen un vistazo en la gracia divina.
Si Dios les da fe, esperanza y amor, es más de lo que merece un ser humano.
Y si no se poseyeran, ¿entonces sí sería soportable la vida?
Si no se creyera en Dios, si no se creyera ni confiara en que Él nos dará todo eso, ¿acaso la vida aquí en la tierra no sería profundamente triste, muy triste?
Esa trinidad es tan bella, tan sagrada y tan elocuente para el alma humana.
Es tan grande, tan inmaculada.
Es más de lo que puedan abarcar.
Pero aunque tomen de todo eso tan solo una partícula minúscula y aunque tengan tan solo un poco de fe, una pizca de esperanza y un destello de amor, entonces ya toman y agarran algo de eso infinitamente claro, de aquello tan bello, de aquella cosa divina.
Y tú, ser humano, tienes que asegurarte de que crezca, se expanda, se fortalezca y embellezca; que en ti viva una nube de fe, una nube de esperanza y de que hagas brillar un sol de amor con un resplandor azul.
Solo entonces estarás rodeado de una irradiación etérea.
Entonces irradiarás algo tan bello, tan glorioso que Dios verá a sus hijos como le gusta verlos.
Tengan fe, tengan esperanza y amen, y Dios los bendecirá.
Y entonces podrán invocar a Dios, postrarse ante Él en agradecida humildad y agradecer lo bello, lo sagrado y lo divino que trajo a su vida.
Eso es entonces lo bello de la vida; es la luz divina.
Pero desgraciadamente sigue habiendo tantos que no ven o no quieren ver esa luz.
Y si uno mismo sí lleva en su interior la fe, la esperanza y el amor, y no los encuentra en su camino, entonces este se vuelve tan difícil, tan pesado, tan árido; entonces uno está como perdido.
Entonces uno encuentra en todas partes zarzas que crecen en ese camino y uno tiene que separar con las manos los arbustos si es que uno encuentra el sendero correcto.
Entonces esas manos empiezan a sangrar y se tiene uno que sacar las espinas de la carne porque lastiman tanto.
Entonces, el camino es difícil.
Pero dentro de ustedes mismos, la fe, la esperanza y el amor tienen que creer y tienen que ser conscientes de que con la ayuda de Dios pueden desenmarañar los arbustos, porque entonces podrán encontrar el camino hacia lo bello, lo elevado y lo sagrado.
Tienes que confiar en que puedes encontrar ese camino, y finalmente también lo harán.
Confíen, confíen.
Crean en sí mismos, esperen algo mejor y dejen que el amor florezca dentro de ustedes.
La lucha es buena, amigos, la lucha los fortalecerá, pero la lucha tiene que llevarlos a lo más elevado, a la trinidad: fe, esperanza y amor.
Tienen que luchar hasta que alcancen a ese objetivo.
Llegará el día en que vencerán.
Pero mientras quieran sustraerse a las dificultades del camino, su lucha se hará cada vez más difícil y su sendero más pesado.
Entonces no solo habrá espinas de zarzas en su camino, sino que crecerá en él todo lo que tenga espinas, alto como una montaña.
Y no podrás atravesarlo hasta que te inclines ante la voluntad de Dios, hasta que te arrodilles en humildad y digas: ”Dios, perdóname, he hecho mal”.
Y cuando entonces levantes la mirada y veas a lo lejos los colores resplandecientes con los que están escritos esos “fe, esperanza y amor”, habrán desaparecido ante ti todas las espinas y el sendero estará liso, resplandeciente y abierto como un camino de luz.
Y te acercarás a la luz con los brazos abiertos y estarás agradecido porque se te haya concedido alcanzarla.
Ten fe, ten esperanza y conoce el amor.
Conoce el amor por tu prójimo, conoce el amor por todas las criaturas de Dios, conoce el amor por aquellos que han partido de tu lado.
Conoce el amor por Dios y conoce el amor por aquellos que no te entiendan.
Tu camino no siempre es fácil, pero con la ayuda de Dios, con la fe, la esperanza y el amor que Él deposita en tu corazón, entrarás en la luz.
Confía en eso, confía siempre en eso.
Es tan glorioso estar entre ustedes y poderles dar todo esto; poder decirles lo que brota del corazón, encontrar un oído que escucha, un ánimo que entiende y un alma que busca lo elevado.
Que mis palabras que son tan sencillas y aun así significan tanto les depositen en los corazones un poco de la fuerza omnipotente de Dios.
Que en los momentos difíciles, todos ustedes crean, tengan esperanza y vivan en el amor de Dios.
¡Que Dios los bendiga!
Amén (—concluyó).
La sesión de espiritismo había acabado y todos volvieron a sus casas, en silencio y ensimismados.
Nuevamente, un enviado de Dios se había dirigido a ellos y se sentían fortalecidos por ello, espiritual y corporalmente, porque las palabras de Alcar les habían brindado una paz beneficiosa y una fuerza sagrada para el espíritu.
Era la influencia del “otro lado”, traída por los “muertos”.
Nuevamente, todos habían recibido pruebas de su pervivencia y por tanto estaban convencidos de que lo muerto no está muerto.
Sentían la sacralidad y la pureza de estas bellas veladas.
—Habrá más veladas como esta, André —le dijo Alcar—, y continuaremos trayéndoles fuerza a las personas desde el más allá.
Sé fuerte y rézale a Dios por que siempre nos sea concedido recibir esa fuerza para regalársela a través de ti a la humanidad.
Te doy las gracias, hijo mío.
Ahora me voy.
Alcar había dejado de hablar, pero aun así André lo sentía a su lado, lo que sin duda seguirá siendo así siempre mientras esté todavía en la tierra.
También siempre seguirá rogándole a Dios que pueda conservar a Alcar, puesto que su trabajo le es sagrado y preciado.