La transición

La tía de André ya llevaba enferma algunos años; a veces su condición mejoraba, pero la mayor parte del tiempo estaba mal.
No poseía belleza física, pero era amada por su bello carácter, pues siempre intentaba animar a la gente y ayudarla; dar lo más que podía.
Según la opinión del médico podía vivir todavía un tiempo más, pero Alcar le comunicó a André que no había curación posible y que pronto haría la transición.
Durante los últimos meses, André había hecho muchas cosas por ella; la reconfortaba y disfrutaba enormemente con que fuera a verla para ayudarla.
—Hijo —decía siempre—, hay algo bello en ti.
Todavía podrás ayudar a mucha gente.

Con frecuencia le mandaba alguna cosa para los demás enfermos.
Él la quería mucho; era muy cariñosa y buena.
Alcar le había dicho que la enfermedad se agravaría esta semana; ya le diría con más precisión lo que tenía que hacer.
Su madre estaba muy afligida, lo percibía claramente.
A él mismo no le causaba tanto pesar que su tía tuviera que morir, puesto que en el más allá sería feliz.
Y es que ya había sufrido suficiente.
Al partir quedaría liberada de todo su sufrimiento y estaría de nuevo sana y podría caminar, después de deponer su vestimenta material.
André hablaba mucho con su madre cuando estaba desalentada y caía presa de la tristeza.
—Vamos, mamá, por favor no esté tan triste.
Y es que ella será feliz.
No tiene que preocuparse por ella; es una buena mujer, una persona excepcional y no será infeliz, porque está dispuesta a morir y partir.
Para ella es una liberación.
¿Me cree?
Confíe, mamá; Dios le dará a usted la fuerza de cargar con esto.
No se complique más las cosas; Alcar nos ayudará.
Con tantas cosas que ya hace por nosotros el mundo espiritual.
Cuántas cosas hemos recibido últimamente, ¿no es así?
Vamos, hay que ser fuertes y estar agradecidos.
Bastante tiempo ya ha sufrido mi tía; ¿quisiera retenerla aquí? ¿No ha sufrido suficiente?; ¿acaso quisiera que tuviera que seguir así, en la cama?
No, no es así, no quiere eso.
Para eso la ama demasiado.
¿Qué es la muerte para ella?
¿Acaso todas mis palabras y las de Alcar no le dicen nada?
¿Acaso la muerte no es una salvación si se sabe que la vida es eterna?
Ahora muestre que lo sabe.
Vamos, mamá, ya no llore.
André la animaba porque ella amaba tanto a su hermana, que ahora partiría de su lado.
‘Sí’, pensó la madre Hendriks, ‘André tiene razón’.
Un año tras otro, la enferma había estado siempre en cama y ahora llegaría el final.
Su muchacho le daba valor y fuerza, lo sentía bien, para soportar la pérdida.
Hablaba con la convicción de alguien que sabe.
Siempre pasaban juntos los domingos.
No iba a ninguna parte y tenía solo pocos amigos.
Apenas eran unos cuantos con los que podía hablar de estas cosas que lo ocupaban tanto y a las que se entregaba por completo.
De todas formas, la gente no lo entendía y él no sentía deseo alguno de hacer las cosas que quisieran los demás.
No, ya no podía, ahora que había recibido algo tan bello.
No hablaban de otra cosa que de nimiedades terrenales y esas ya no le interesaban.
No se sentía atraído hacia esas personas y por eso ya no buscaba su compañía.
Tenían tantas ganas de llevarlo por el camino que serpentea sin rumbo por la vida.
Se sentía feliz con todos los tesoros espirituales que Alcar le había dado y enseñado, y evitaba a los demás, porque no querían hacer más que las cosas fáciles.
Pues que todas estas personas vivieran entonces conforme a como vieran la vida; él no estaba para eso.
Quería vivir como sentía que había que hacerlo, conscientemente.
La mayoría de las personas no vivía por su propia cuenta, sino que eran vividas a través de la voluntad de otros.
Le causaban repulsión las personas que intentaban imponerse a otros, obligando a los demás a hacer las cosas que ellas querían.
También le parecía terrible cuando le ofrecían regalos que involucraran interés propio; lo sentía de inmediato y entonces carecían de todo valor para él.
Lo que no se daba con amor, desde el corazón, ataría al que recibía, y a él le era imposible seguir tratando a ese tipo de personas, que así quisieran imponerle su voluntad.
Se sentía incómodo en su compañía.
Entonces más valía estar solo e ir por el camino que se le había mostrado; con honestidad y rectitud en el amor verdadero hacia Dios.
La gente tenía que dar por amor, no para recibir bienes terrenales ni influencia mundana, o para las apariencias; ni tampoco para recibir gratitud.
Quería vivir como lo quería Alcar.
Colmado de estos pensamientos bajó una mañana, y encontró a su madre sola.
Después de haberle dado los buenos días, le preguntó:

—¿Dónde está papá?

—Tu padre fue a la iglesia; yo ya fui, fui a misa de siete.

Su madre lo miró, pero no dijo nada más.
André sintió bien lo que quería decir su madre; la iglesia no los dejaba en paz.
Después de desayunar, se vistió.
—¿Hace bueno, mamá?
—Sí, hijo, es un día glorioso.
—Bien, entonces voy a dar un paseo.
Como a las doce seguramente estaré de vuelta, mamá.
—Muy bien, André.

Su madre lo miró irse; amaba mucho a su hijo.
¡Cómo había cambiado!
Últimamente no había ido mucho a la iglesia.
Desde que había comenzado con esas cosas, ya no la había pisado.
Bien sentía ella que su padre no había dicho la última palabra al respecto.
Cada vez volvía al asunto.
Le gustaba que lo acompañara.
Pero André no lo hacía; no sentía ya nada por la iglesia, pero a Hendriks eso no le bastaba.
El chico bien podría ir a la iglesia a pesar de sus extrañas ideas, le había dicho a su mujer.
Hendriks llegó a casa alrededor de las once.
—¿Dónde está el chico, Marie?
—Fue a dar un paseo, papá; me dijo que regresaba alrededor de las doce.
—Qué bello sermón el de esta mañana, Marie.
No entiendo que no le atraiga al chico.
No me entra en la cabeza; con lo bello que es.
No, Marie, no me deja contento.
Aunque a su madre le habría gustado ver que acompañara a su padre, tomó partido por André.
—Vamos, Willem, déjalo.
Si no hace nada malo.
Si reza, lo dice él mismo, todos los días.
Es cierto, últimamente ya no podemos entenderlo, lo admito, pero a pesar de eso se porta bien.
Todo lo que hace es bueno, ¿no es así?
Eso sí que tendrás que admitirlo.
—Sí, será muy cierto todo eso, mamá, pero aun así debería ir a la iglesia.
André estaba fuera, pasándolo de maravilla en la naturaleza.
Allí lo tenía todo, veía la vida en todo y disfrutaba de todo.
Esta era la creación de Dios y la gente ni se percataba de ello.
No entendía que sin razón alguna, incluso sin pensarlo, pudieran destrozar esto tan bello.
Destrozaban a golpes las hermosas flores que aquí crecían a diestro y siniestro, sin razón, mientras iban caminando por allí.
Cuando estaba fuera, siempre sentía a Alcar a su lado.
Ay, si tan solo las personas pudieran ver, aunque fuera durante unos minutos, entonces sabrían lo maravilloso que era el mundo a su alrededor, en todo su resplandor.
Entonces también verían a sus hermanas y hermanos, pues vivían todos detrás del velo.
De las personas a quienes se lo contaba, pocas podían creer que fuera hablaba con su nuevo amigo.
Estaba unido tan íntimamente en lo espiritual con Alcar; se había convertido en un lazo tan estrecho.
Desde la mañana, al despertar, oía a Alcar dándole los buenos días.
Así era todas las mañanas.
Desde un principio siempre había sido así.
Muchos se burlarían de él si lo contara, y aun así era la verdad.
Alcar era lo más preciado que poseía en la tierra y sin embargo no era visible para las demás personas.
Fuera su contacto era tan pleno y cuando en casa se sentía oprimido, Alcar siempre lo mandaba a la gloriosa naturaleza de Dios.
Entonces su líder espiritual decía:

—Vete afuera, André, allí siempre podemos alcanzarte.
Sobre todo cuando estaba tan triste después de haber estado en las esferas, era la naturaleza la que le daba fuerzas.
En esas ocasiones no aguantaba estar con otras personas; las diferentes influencias le oprimían mucho.
Las personas no sabían qué influencias había alrededor de ellas.
Él sí las sentía.
Ahora ya había alcanzado el punto en que podía diagnosticar una enfermedad, cuando la persona que venía a pedirle consejo se concentraba con fuerza en el enfermo.
Era el hilo de la telepatía, decía Alcar, pero lo que era sin duda lo más asombroso: sentía entonces la enfermedad y el dolor en el mismo lugar donde los sentía la persona en la que se pensaba.
Luego, después de pasar esto, veía todo muy claramente y también muchas cosas diferentes de aquellas en las que pensaba el visitante.
Luego la telepatía se volvía a desconectar y se le conectaba con el enfermo.
Hace poco, le había dado pruebas maravillosas de eso a alguien, de las que se había sorprendido y que había considerado milagros.
Era asombroso, pero para él ya no lo era; le parecía de lo más normal.
Pero le había tomado mucho tiempo llegar a este punto.
Ay, qué tiempos tan terribles tenía a las espaldas.
Ahora lo peor había pasado, le había dicho Alcar.
Aun así, siempre llegaban nuevas fuentes de pena y de dolor.
No venían de Alcar, porque este era un espíritu del amor, sino de las personas.
No obstante, aquí afuera, en la naturaleza de Dios, todo era glorioso.
En esas horas de tristeza rezaba mucho y entonces poco a poco todo el sufrimiento iba desapareciendo.
Esta mañana también le pareció tan gloriosa; dentro de él rebosaba de júbilo.
Aun así, sentía que su padre no estaba contento porque no iba a misa.
A todos les habían dado una educación católica y la de sus padres había sido muy severa.
Naturalmente, la iglesia se esforzaba por retenerlo.
A pesar de ello estaba plenamente convencido de que no necesitaba de la iglesia.
Aquí fuera podía alcanzar a Dios; mejor que entre toda esa gente en la iglesia.
Siempre le molestaba mucho que el párroco se contradijera a sí mismo en sus diferentes sermones, pero el buen hombre no daba para más.
Le había pedido consejo a Alcar, y este le había dicho:

—Te hemos dado la nueva fe, hijo, la fe pura, por lo menos cuando no es una actitud sensacionalista.
Porque mucha gente piensa que ya basta con que participe en una sesión de espiritismo.
Pero no queremos sensacionalismo, no ofrecemos alucinaciones, no idolatramos, sino que sacamos lo espiritual de todo.
Eso nos lleva hacia arriba; eso se tiene que dar por sentado.
No importa qué religión se profese, siempre que busquemos a Dios y queramos el bien.
A Dios no se le encuentra necesariamente en un palacio; acuérdate de eso.
Todas las religiones son una en la medida en que quieren el bien.
En su habitación tenía un rincón tranquilo donde podía acercarse a Dios.
Allí estaban colgadas todas sus piezas religiosas que había recibido por vía mediúmnica, que le habían dado los espíritus elevados.
Había amor y luz en ellas.
Allí le rezaba a Dios, pidiéndole fuerza.
No, no le era posible volver a la iglesia, como le gustaría tanto a su padre.
En la naturaleza podía desprenderse de todo.
Las personas no lo sentían y él no podía entenderlo.
Después de haber estado fuera, estaba lleno de pensamientos elevados y volvía entonces a casa reforzado en cuerpo y alma.
Era glorioso; Dios vive más allí que en ese bonito edificio.
El resplandor del oro y de la plata en la luz oscilante de las velas, el incienso y las apariencias eran un impedimento para hacerse uno con la creación de Dios.
En la naturaleza de Dios a uno no le hace falta todo esto.
Mucha gente no veía la fuerza divina en todo; no podía hacerse una con ella, porque dentro de ella había frío.
Solo veían la forma, pero no sentían la vida que Dios ha depositado en todo.
Pero después, a uno la forma no le sirve para nada.
La forma, ¿qué es la forma?
La forma es materia pura, egoísmo puro, tan solo lo terrenal, así lo sentía y veía él.
La gente que ya solo se aferraba a la forma, que la mantenía durante un rato más en el camino recto, esta gente no veía que la tierra es un gran jardín de la vida.
Dios dio tal infinidad de cosas, pero nada de eso se ha apreciado.
No hizo más que aceptarlo como si fuera lo más natural, sin pensar por un momento agradecer esta gracia.
Cuántos enfermos estaban atados a la cama y tendrían ya un cielo en la tierra y querrían trabajar duro, si pudieran y se les concediera caminar en la gloriosa naturaleza que Dios creó para nosotros, pero lo que suele pasar es que la gente no valora y ni siquiera ve lo que hay en abundancia.
¡Escucha ahora cómo cantan los pájaros!
Qué dulce es su canto.
Allí pasaba volando una madre con alimento para sus polluelos.
Todo por amor, por puro e inmaculado amor.
La gente no siente la gran fuerza en la naturaleza que domina todo por un amor infinito a todo lo creado.
André veía y sentía ese amor intensamente en todas partes.
En la naturaleza no se había deformado nada aún; allí todo era real y puro, porque no hay poder humano que pueda cambiarlo.
Una vez tras otra la humanidad pecaba contra las leyes divinas y cuando después se le echaban encima por su propia culpa el sufrimiento y la desgracia, refunfuñaba y se rebelaba contra Dios preguntando: “¿Cómo es posible que Dios apruebe esto?
¿Por qué no interviene?”.
No entendía que no era Dios quien la castigaba, sino que sus propios actos y pensamientos erróneos le habían traído la desgracia.
Qué idea tan mísera se tenía de Dios.
Dios, que es amor, no castiga nunca.
Dios, que es justo, ama a todos Sus hijos y es Su intención que todos sean felices, hagan el bien y se eleven cada vez más.
A André la gente se le antojaba necia; todos hacían de su vida lo que querían y cuando las cosas terminaban mal, no buscaban la culpa en ellos mismos, sino en Dios.
Nunca intentaba conocerse a sí misma; el conocimiento de uno mismo permitiría encontrar a Dios en todo.
Hoy pensaba mucho en su tía.
Su padre le haría una breve visita y luego, cuando llegara a casa, ya le diría cómo estaba ella.
Ya no debía de faltar mucho.
Alcar le había dicho que tenía que ayudarla.
Durante sus caminatas oía muchas veces la voz de Alcar; a menudo del lado derecho de su cabeza y con mucha claridad.
Últimamente pasaba mucho, aunque también de otras maneras recibía noticias suyas, a veces por medio de transmisión de pensamientos o inspiración, pero muchas veces también veía un tablero negr y una mano que escribía en ella con tiza blanca.
De esta manera recibía entonces encargos de cómo tenía que actuar.
Para la última manera de transmisión tenía que estar tranquilo; no se podía mientras caminaba.
El propio Alcar también escribía a través de él, sirviéndose entonces de la mano izquierda de André, cuando en realidad era diestro y no sabía hacerlo con la zurda.
Se había colocado en una alta colina, desde donde se divisaba toda la ciudad, y como pasaba muchas veces cuando estaba allí tranquilo, disfrutando, empezaba a ver.
Siempre podía ver cuando quería, y eso hacía falta cada vez que alguien pedía su ayuda.
Podía entrar en conexión con Alcar en cualquier momento.
De repente vio el tablero delante de él; luego al propio Alcar.
Después este volvió a desaparecer, aunque su mano se quedó y empezó a escribir.
Primero su nombre; luego escribió: “¿Puedes leerlo todo?”.
‘Sí’, dijo André en sus pensamientos, y de inmediato la mano escribió: “Maravilloso.
Quisiera usar este método para darte algunos mensajes para mañana.
Mira.
Esta mañana fui a ver a tu tía; la enferma empeora ahora rápidamente.
Prepara a tus padres, porque mañana hará la transición.
¿Me comprendiste, André?”.
Contestó afirmativamente, porque había leído todo, asustándose mucho.
De inmediato, Alcar continuó escribiendo: “También te ayudaré con tu padre; no lo tiene contento que no vayas a la iglesia.
En la mañana te mandé fuera para poder incidir mejor en ti.
Ábrete esta tarde, hijo mío, y lo convenceremos”.
Alcar escribió su nombre en la parte de abajo del tablero .
Luego no siguió nada más, aunque ahora oyó que su líder, que controlaba todo, dijo:

—Cuéntame lo que viste, André.

Lo hizo y Alcar dijo que estaba bien.
Este control era necesario, porque cuando había que convencer a la gente para su sanación, no se podían cometer equivocaciones.
Entonces se entregaban de buena gana para recibir tratamiento.
No quería que los pacientes le dijeran nada acerca de su estado de salud; iban a verlo para consultarlo y él tenía que decirles lo que no estaba bien.
Para eso era magnetizador clarividente.
Alcar se lo había dicho así: “Recuerda, André: nada de adornos, solo lo necesario”.
Con eso quería decir: la enfermedad.
Y porque Alcar le enseñaba todo de diferentes maneras, siempre podía comunicarles a las personas las causas correctas de la enfermedad y eran pruebas convincentes para ellos.
Se sentía feliz cuando había podido ayudarlos.
Ahora oyó que la voz de Alcar dijo:

—Escucha, André, quiero contarte algo que tiene que ver con la partida de tu tía y sobre su lugar en esta vida.
Intenta comprenderme.
Muchas, muchísimas personas están en el mundo con las manos vacías y esto podría y debería ser completamente diferente.
Queda mucho por hacer y es tan difícil, hijo mío.
Ojalá todos desearan con fervor lo elevado.
Ojalá la gente anhelara un lazo como el que hay entre nosotros.
Entonces todo sería tanto más fácil y bello en la tierra y en la vida.
Pero cuando hay momentos en que uno quisiera ofrecer a manos llenas lo más bello y lo mejor que hay en él, entonces de repente se da cuenta de que tiene las manos vacías, porque no puede ser para el mundo ni para la gente.
Y de esta manera se arrincona lo bello que posee el ser humano, el más sagrado don divino.
Y entonces uno ya no quiere que sea prominente esa cosa bella ni quiere ya mostrarla, porque en cada vida humana llega en algún momento aquel que nunca tiene suficiente de eso.
A tu tía eso le afligía mucho, André.
Por eso sus manos llenas seguían sin estar lo suficientemente llenas.
Y hay gente que siempre quiere tomar más, tener más.
No por egoísmo; uso esta palabra adrede, André, sino sobre todo para poder dar ella misma a manos llenas.
Por eso le era tan difícil, porque daba más de lo que ella misma había recibido.
Toda la gente lo vivirá una vez en la vida.
Una vez, solo una vez, porque Dios solo pone el amor sagrado en el corazón de las personas una vez.
Un amor para siempre, eterno.
A algunos les llega antes, a otros más tarde, pero en algún momento todos lo recibimos.
Y si no pudiéramos confiar en eso, si no supiéramos que Dios, en Su gran bondad, nos regalará ese amor, entonces seríamos infelices, profundamente infelices.
Así tenemos en nuestra vida la confianza en lo que Dios dispone de forma sagrada, la seguridad de que solo Él pone amor en nuestras manos y también de que finalmente portamos ese amor y lo llevamos a donde debe ser entregado.
Y cuando hayamos llegado al lugar correcto, entonces esas manos se abrirán y el amor fluirá, cuanto más tiempo, más abundantemente fluirá y entonces es como si vieran las flores de Dios, que Él esparce desde las manos de ustedes; entonces también ustedes verán la luz que va a su encuentro.
Ese es el momento sagrado que Dios ha elegido para ti, ser humano.
Espera tu tiempo, espéralo; llega para todos, para todos, tarde o temprano.
Y ¿qué es una parte de una vida humana, medida a la luz de la Eternidad?
¿Qué son diez, veinte años de vida terrenal, en comparación con la Eternidad?
¡Nada! ¿O sí?
Da felicidad y recibe la felicidad que pueda recibir en la tierra, en ese amor sagrado.
Pero sé que en el más allá la vida es mucho más larga, infinitamente larga.
El amor es lo más elevado y lo más sagrado, más sagrado que cualquier otra cosa.
¿Acaso no quiere decir, hijo mío, que no hay nada más sagrado que el amor?
¿Acaso podría ser de otra manera?
Da amor, como lo hacía tu tía.
Porque el amor que Dios pone en el corazón de las personas es el bien más bello y más sagrado que se pueda recibir.
Confía, confía en la fuerza divina de Dios, en Su justicia y ten fe en que cada uno reciba en la vida lo que Dios quiera, en el momento en que Él lo quiera.
Y aunque digas, ser humano, en tu estrechez de mente, que piensas que para ti ese momento ha llegado ahora, has de saber entonces que no lo entiendes.
Porque ese momento no llegará antes de que estés maduro; aunque seguro llegará.
Porque muchos están en la vida con las manos vacías, otros muchos con las manos llenas de entrega; estos últimos serán entonces felices.
Y nosotros, del “otro lado”, damos gritos de alegría al ver cómo Dios les ayuda a ustedes, seres humanos.
Gritamos de alegría porque Dios los ayuda para la Eternidad.
Donde viva el amor inmaculado, allí está la bendición de Dios.
¿No podemos gritar de alegría entonces? ¿No debemos gritar de alegría?
Hay muchas personas que aman y que llevan el amor de Dios dentro de ellas.
Eso resulta en tanta belleza a su alrededor, y todo lo que sea bello, lo que sea inmaculado y sagrado, causa alegría de nuestro lado.
La tía llevaba ese amor dentro de ella.
Las personas que amen, que lleven el amor de Dios por dentro, no pueden ser malas, porque hacen que el mundo avance y también nos ayudan a nosotros mientras todavía viven en la tierra.
Y si luego llega el momento en que se les cierren a las personas los ojos y que la luz desaparezca de ellos, entonces no le habrá llegado su fin a ese amor, porque seguirá viviendo del “otro lado”.
Así ha sido, así seguirá siendo y confiar en eso te debe ser un consuelo.
Y aunque la separación pueda parecer larga, has de saber entonces que los que te aman siempre están cerca de ti, que te apoyan y ayudan donde se pueda.
Y si todas las personas pudieran ver, se darían cuenta de que están allí a su lado, anhelantes.
Así es como la vida merece ser vivida.
Porque Dios le ha dado a cada ser humano su cometido.
Tu cometido todavía no se ha cumplido, André; el de ella, sí.
Aquí se está preparando el momento de su llegada, y les exclamo a quienes se quedan atrás: no se quejen ni refunfuñen, porque es la voluntad de Dios.
El amor es lo más elevado, lo más elevado en la tierra y de nuestro lado.
Porque el amor es una chispa de la Luz de Dios, de la Luz Sagrada y eterna de Dios.
Así la recibirá ella, André, y diles a todos que tienen que ser fuertes cuando ella parta.
Alcar había dejado de hablar.
Ese fue el sermón para André, llegado directamente desde el más allá.
Esto fue lo que le dijeron los muertos.
Ay, ojalá todas las personas pudieran oír esto, entonces serían felices, como él.
En sus pensamientos le dio las gracias a Alcar y volvió a casa despacio, con las palabras de Alcar en el corazón y disfrutando de la Armonía que reinaba en la naturaleza.
Estos eran los jardines de la vida de Dios en la tierra, en los que la gente podía ser feliz con tan solo ver en todo la obra de Dios.
Entonces esta gloria sería accesible para muchos, para todos.
Aquí se elevaba su oración, lo sentía.
Aquí todo era puro y Dios estaba en todo.
La gente podía aprender mucho de las palabras de Alcar y le daría apoyo si tan solo quisiera escucharlas.
Encontró a sus padres desanimados y pensó de inmediato en su tía.
—Hola papá, hola mamá.
—Hola hijo.
—¿Fue a ver a la tía, papá?
—Sí, está empeorando.
Pensó en las palabras de Alcar y casi no se atrevía a decirlo, pero tenía que hacerlo de cualquier manera.
Sentía la presión de Alcar.
—Mañana hará la transición, papá, y esta noche la velaré.
Esta es la última noche.
Hendriks y su mujer se asustaron sobremanera; aun así se mantuvieron fuertes.
André sintió que su padre estaba desalentado y que pronto volvería a la carga; Alcar ya lo había puesto sobre aviso.
Últimamente adoptaba rápidamente los pensamientos de los demás, aunque nunca se aprovechara de eso, tampoco cuando podía usarlos en su propio beneficio.
Se preparaba entonces a solas para lo que vendría.
Así hizo ahora.
Su madre estaba afligida; estaba triste ahora que su hermana empeoraba.
André pensó: ‘Si tan solo empezaran, entonces podría animarlos y apoyarlos’.
No podían sobrellevarlo como él.
No habían visto el más allá.
Sin embargo, tenía que hacerlo.
Porque sabían muchísimo sobre la vida después de la muerte.
Su madre empezó a llorar.
André se levantó enseguida y se acercó a ella poniéndole las manos en la cabeza.
—Tranquila, madrecita, sea fuerte.
La voy a magnetizar, le daré nuevas fuerzas; entonces la tensión ya volverá a bajar.
En efecto, después de unos minutos se tranquilizó.
—Vamos, mamá, sea fuerte, por qué no trata de dominar sus lágrimas.
Vamos, ya está.
Ande, sea fuerte; ¿por qué llora?
No es bueno que llore y esté triste.
¿Acaso no fue ya suficiente tiempo de estar enferma en cama?
¿Quisiera que se quedara aquí más tiempo?
¿No estuvo ya años postrada en cama?
Ay, mamá, no sabe lo que hace usted.
No sabe lo que significa la muerte.
Ahora usted ya ha vivido, oído y visto tantas cosas, y aun así está abatida y hay que ayudarla.
Sean fuertes los dos y ayúdenla.
No le compliquen más las cosas, porque una persona que hace la transición está muy sensible, muy sensitiva.
Esa sensibilidad está relacionada con la muerte.
Muchas veces su estado es de estar medio inconsciente.
En ese estado el espíritu está receptivo a todas las vibraciones que se le mandan; así que, mamá, ¿qué pasa ahora?
Por llorar y por su gran pena le está dificultando la separación.
Por eso le vuelvo a pedir: no se altere y no le dificulte la partida.
Créame, mamá, morir es una gloria.
Oh, si pudiera ver lo que yo veo, si el velo se le levantara tan solo un momento, ¡qué feliz sería conmigo!; entonces estaría convencida.
Pero sé que no es fácil para usted, porque no puede ver.
Ella va al más allá y allí será feliz para siempre.
Alcar me lo dijo esta mañana.
Ella es un alma que ha recorrido el camino recto; no se extravió, aunque ella también tendrá que ser purificada todavía al llegar al más allá, porque los humanos cometemos errores, mamá, lo queramos o no.
Para usted todo esto debe ser una evidencia.
André estaba ahora entre sus padres y de vez en cuando los miraba profundamente a los ojos.
Lo miraban en silenciosa admiración.
A veces volvía a ser un niño; a veces hablaba de manera imperativa.
Ya no reconocían a su propio hijo.
André prosiguió con voz fuerte:
—Qué glorioso sería todo en el mundo si todas las personas supieran; entonces el ser humano viviría mejor y no lo consumirían sus bajas pasiones, que en algún momento tendrá que abandonar de cualquier manera.
Las personas cuidarían mejor de ellas mismas y de su nivel espiritual.
Ahora se obstaculizan unas a otras; unos le infligen a otros pena y dolor.
Y les pregunto: ¿por qué?
Porque no saben.
Olvidan que para Dios todos somos hermanas y hermanos, y lo seguimos siendo para siempre.
Eso nos lleva hasta Dios.
Si la gente no quiere darse cuenta de cómo debe ser y cómo también será algún día, entonces no podrán intuir lo sagrado de eso.
De verdad, si el mundo supiera, si la gente supiera, no existirían esos desmanes.
Entonces la separación tampoco les sería tan dura y la partida de la tía no les significaría una pérdida, sino solo una breve despedida, porque todos nos volveremos a ver, y si hemos vivido bien, como lo quiere Dios, entonces llegará el día en que seremos felices.
La tía es una mujer que fue un ejemplo para los demás.
Vivió como deben vivir los verdaderos cristianos.
Y ella lo sabía, mamá, porque sentía que no iba a ser condenada.
Lo sentía porque estaba abierta al amor de Dios e incluso lo sabía; por mal que se cumpla la vida, Dios no condena a nadie.
Es precisamente lo que me aleja de la iglesia, papá.
Mejor hablemos de eso de una vez.
Hendriks se ruborizó.
André estaba tocando el punto delicado; pero este fingió no darse cuenta de nada y prosiguió:

—Nadie está condenado, papá; es lo que nos dice nuestra fe, ¿no?
¡Condenado!
¿No es terrible que se le pinte al ser humano esa imagen?
Créame, les quita a muchas personas el valor para empezar a vivir mejor.
Les es indiferente.
Ay, ¡qué enorme error han cometido esos sabios al enseñárselo así!
¿Esta es la imagen que se hacen del Omnipoder de Dios?
¿Acaso piensa que voy a hacerles caso a ellos?
¿Cómo podría, papá?
¿Puede usted exigirme eso? (—preguntó.)
Hendriks no dijo nada y André siguió:
—Pues no, no puede hacerlo, papá.
Ni siquiera esos sabios eclesiásticos pueden llevarme a hacer eso.
¡Condenado!
Es espantoso.
No puede ser cierto; siento que no es cierto y ¿piensa que entonces voy a fingir, aunque de todos modos no pueda creerlos?
Alcar es mi clérigo y me enseña la verdad pura, mi nueva religión.
Es la verdad del “otro lado”, es la verdad de la que los mismos muertos que no están muertos vienen a convencernos.
No se preocupe.
Rezo mucho, día y noche, por fuerza y apoyo por mis pacientes y también por mí mismo, y puedo hacerlo mejor fuera o en mi habitación que entre toda esta gente en la iglesia.
Allí se distrae el ser humano que quiere ser uno con Dios.
¡Cómo se pueden tener esos pensamientos sobre Dios, de aquel que es todopoderoso en todo!
¿Cómo podría condenar a un niño?
Disparates, papá, es mentira; no puede ser.
No vamos a parar a ningún infierno ni tampoco seremos quemados.
Es lo que cree la gente, pero tampoco es cierto.
No existe ningún infierno, ni tampoco el supuesto purgatorio; todo eso no existe.
El ser humano se convierte a sí mismo en un infierno y lleva un purgatorio dentro de sí mismo.
Es lo oscuro en su alma, porque no vive como debe ser.
Uno puede sentir un cielo dentro de sí mismo; si uno vive con sencillez, si reza en humildad y si no hace más que la voluntad de Dios, entonces se puede poseer el cielo ya aquí en la tierra.
Créame, papá, ni siquiera los peores ni los que han caído más bajo serán quemados, y sin embargo es lo que se les enseña.
Pero se le hace creer a esta gente y si se han desvariado les cuesta volver a tomar el camino correcto.
Pues bien, ¿qué es lo que dicen?
“Ay, de todos modos soy demasiado malo; no tengo ya remedio, estoy perdido”, y entonces persisten en sus pecados.
A estas personas se les ha quitado su último resquicio de esperanza; ya no ven la salida ni tienen ya la fuerza de mejorarse, de elevar su nivel espiritual.
No, papá, si tuviéramos un Dios así, si nuestro Padre Todopoderoso fuera así, ¡qué defectuoso sería entonces su Omnipoder!
Entonces nosotros, los seres humanos, deberíamos apiadarnos de Dios.
Nadie se echa a perder, papá, nadie.
Todo lo que está vivo seguirá vivo.
Algún día todos serán felices.
Esta es la nueva verdad y el núcleo de todo está dentro de nosotros mismos.
No tiene que ser solamente una sensación, sino que debemos trabajar en nosotros mismos con fervor, debemos mejorar.
Esta gloriosa, sagrada verdad debe elevar nuestro nivel espiritual.
Alcar nos da alimento espiritual.
Le repito, papá, ¿quisiera que fingiera acompañándolo a la iglesia?
Le digo: no se deje influenciar por un clérigo que no posee él mismo la fe pura.
Según Alcar, el clero se ha perdido en su propia doctrina, que se ha convertido en una doctrina fría, despojada de toda calidez.
Son palabras huecas, sin amor.
Pronuncian sermones llenos de unción en los que se predica la condenación eterna.
Eso muestra lo poco que se le entiende a Cristo.
Pero ¿acaso no es glorioso, papá, que hablemos con los muertos, que viven y son felices, lo vivimos todos los días, no solo yo, sino también ustedes dos?
Y todos ellos, los millones de personas que viven del “otro lado”, dicen: “No hay infierno, no hay purgatorio”.
Todas ellas dicen que el ser humano lleva el infierno en su interior; lo lleva todo en su interior, lo posee todo él mismo, porque se ha convertido a sí mismo en un infierno.
Así es.
Pero si el ser humano es malo y quiere mejorar, entonces Dios lo ayuda, porque ama a todos Sus hijos, tanto a los perfectos como a los imperfectos.
¿Acaso no es triste, papá, que en este siglo el ser humano siga sin liberarse de esta doctrina, de estos castigos que se impone a sí mismo?
¿Acaso debemos seguir aceptándolo todo sin reparo alguno?
Si piensa eso, papá, entonces le digo: desde el “otro lado” se nos trae una nueva verdad.
¿Debemos seguir creyendo si podemos saber, si podemos saber puramente?
Antes, usted pensaba igual que ese clérigo.
A los muertos teníamos que dejarlos descansar; pero por suerte usted mismo ha visto que vinieron a nosotros por iniciativa propia.
Sí, papá, vinieron por su propia cuenta.
Y ni usted ni mamá, ni yo tampoco, ninguno de nosotros tres ha invocado un solo espíritu.
Y ¿no puede ser feliz entonces, ahora que nosotros mismos hemos recibido las evidencias?
Con eso podemos seguir viviendo.
¿Se le ocurre una gracia aún más grande?
Puede creerme, papá, lo amo, los amo a los dos y con la edad que tienen no les haré el más mínimo daño.
Los ayudaré y compartiré las alegrías y las penas con ustedes.
Déjese de estos pensamientos.
Deje que el párroco diga lo que quiera.
No hago cosas malas, busco a Dios en mi propia habitación, solo, o en la naturaleza.
Allí puedo rezar.
Allí puedo entregarme.
Allí siento que mi espíritu sube hasta Dios como debe hacerlo el espíritu de Su hijo.
¡Las cosas que han pasado!
¿Acaso usted no ha recibido suficientes pruebas convincentes?
Si pudimos ver por nuestra cuenta cuánto erran estos clérigos.
¿Esos son seres espirituales, papá, los que le imploran a Dios para que haga que su país gane la guerra?
Se han desviado del camino correcto y arrastran a miles con ellos en su aberración.
Cada párroco le rogaba a Dios por la victoria de su país, pero Dios no daba nada; los dejó que hicieran.
Pensaban que Dios era sobornable e intentaban, por medio de ofrendas y oraciones, lograr que Él estuviera de su lado.
Pero las oraciones que se elevaban al cielo pretendían en primera instancia el asesinato y en segundo lugar estaban repletas de amor propio.
Eran un montón de diosecitos, cada uno por su cuenta, que querían convertirse ellos mismos en un Dios.
Ay, qué aberración, papá, es terrible.
Hace poco pudimos ver cómo se bendecían todos los coches que participaban en la columna.
Duele el corazón cuando hay que presenciar algo así.
Ahora no se vaya a alterar por eso.
Le digo, papá, es burlarse de las leyes de Dios; de Dios mismo.
¿Hay que bendecir las cosas materiales para evitar accidentes?
El ser humano haría mejor en implorar la bendición para sí mismo.
Su propia alma es la que la necesita más.
Y ¿cuál fue la consecuencia de esa bendición?
No obstante hubo accidentes y es que no podía ser de otra manera, porque fue un acontecer material.
Y detrás de las nubes, aquí arriba de nosotros, miles y miles más de inteligencias miraban desde lo alto a aquellos que impedían este acontecer frío, para que esta burla no llegara hasta las esferas.
Pero Dios lo ve todo y Dios lo sabe todo.
Así Dios sabe que esto es una burla de Él, porque Él no bendice coches; sí a las personas que le imploran ser bendecidas.
Así Dios lo sabe todo, y por lo tanto también que estas personas erran.
La religión en la que me educaron no logra satisfacerme, Padre, pero ahora ya no me dejo engañar.
Y dentro de mí hay júbilo, porque ahora puedo explicarle a usted todo de manera tan clara.
El núcleo de todas las religiones es el mismo.
Con que el ser humano quiera el bien, ¿qué importa entonces si es judío, cristiano o musulmán?
Todos estos caminos llevan a una misma meta: el más allá.
La gente dice: “Ya veremos quién tiene la razón”, pero les digo que todos tienen la razón si recorrieron el camino recto y buscaron a Dios con sencillez y humildad.
Si los cristianos siguieran realmente la doctrina de Cristo, actuarían con más amor hacia sus prójimos.
La doctrina que se ha construido alrededor del Gran Ejemplo está muerta y dura; se ha convertido en un oficio formal.
Ahora la gente manda a sus hermanos a la guerra; si fueran en verdad cristianos, no matarían.
Papá, no quiero causarle tristeza.
Manténgase en su fe, pero le predigo que antes de que hayan pasado dos años, será espiritualista, así como lo soy yo.
Celebraremos servicios nosotros mismos, puros y libres de todo amor propio y egoísmo.
Amo a todas las personas, porque son hijos de Dios.
Y si llegara otra guerra, papá, no participaré en ella.
Prefiero recibir la bala yo a quitarles la vida a otros.
Entonces iré donde Alcar, al más allá, que es más bello que toda la belleza de la tierra y vale más que todos los tesoros terrenales.
No creemos; sabemos.
Estamos en conexión con la Eternidad, formamos parte del Universo y seguimos formando parte de él, incluso cuando ya no vivamos nuestra vida terrenal.
Eso no se lo ofrece su fe, papá, este saber, este vivir la comunidad con aquellos que viven del “otro lado”.
Hay un solo idioma, Padre, que todos entienden; es el idioma del amor.
El idioma del amor, el idioma de Dios lo puede entender cualquiera que quiera comprenderlo.
Ese idioma interior, esa chispa de Luz Divina que hay en cada uno de nosotros, unirá a toda la humanidad.
Esta parte del Fuego Divino nos llevará hacia Dios, si queremos ser Sus hijos y recibir Su bendición.
Tenemos que intentar vivir como hermanos y hermanas ya en la tierra, sin importar nuestra convicción.
Estar en armonía con todo, ser uno con todo lo que vive: esa es la voluntad de Dios.
Ya no podrá existir el odio, porque todos querrán el bien.
Y llenos de estas buenas intenciones recibiremos lo elevado.
¡Las cosas que nos quieren hacer creer, papá, todas las diferentes tendencias religiosas!
Hace poco tuve una conversación con un señor que me preguntó si conocía la Biblia.
Le contesté: “No”. Y luego él dijo: “Yo sí”.
Durante nuestra conversación me expresó la convicción de que, cuando llegara su hora de morir, llegaría donde Cristo al Paraíso, porque el mismo Cristo le había dicho al asesino cuando estaba en la cruz: “Hoy estará conmigo en el Paraíso”.
¿Acaso eso no lo dice todo?
Le pregunté: “¿Así que piensa que, cuando deje la tierra, llegará a la esfera de Cristo? Porque Paraíso significa esfera.
Cristo tiene su Paraíso y es Su esfera.
Este es Su entorno, ¿no es así?”.
“Sí” me contestó, “sin duda alguna”.
“¿Eso es lo que piensa?”, le volví a preguntar.
“Sí, señor, eso pienso y eso lo sé”.
Lo dijo provocándome.
Le pedí que no se enojara, porque no hacía falta.
“Pero” le dije, “así no pienso yo al respecto, señor.
Quiero hacer todo como hay que hacerlo, como es debido.
Vengo con amor genuino y no con amor propio.
No quiero mentir ni engañar, mucho menos causar daño a nadie.
Quiero dar amor lo más que pueda.
Con esto le quiero decir, señor, que quiero vivir bien.
Quiero ser una persona sencilla, un hijo que ama a Dios en sencillez.
Y aun así, cuando me llegue mi hora no llegaré a la esfera de Cristo.
A fin de cuentas, hemos venido a la tierra para aprender.
Sin embargo, espero poseer un poco de luz, lo cual ya significa felicidad en el más allá”.
“Vaya, no”, dijo, “yo voy al Paraíso”.
Entonces le pregunté si era uno con Cristo.
Dudó un momento y luego contestó que no podía dar respuesta a esta pregunta.
Me fui, papá.
No se puede razonar con personas que estén llenas de amor propio, vanidad e idolatría.
Nosotros, pobres personitas materiales, ¿podríamos ser uno con Cristo?
Nosotros, aún llenos de errores, de debilidades humanas, que somos insignificantes y materializados, ¿querríamos compararnos con Él?
Ay, ¡en qué poca estima tienen estas almas al Hijo Perfecto de Dios!
Es sin duda un claro ejemplo de que no entienden la doctrina de Cristo.
Las personas con este tipo de ideas no saben que están llenas de soberbia, porque se quieren comparar con el Hijo de Dios, Su Hijo Perfecto.
Nada más que idolatría, papá.
Cristo es un océano y nosotros somos gotas de agua, en comparación con Él.
Se nos olvida que estamos en la tierra para aprender.
Cristo vino para enseñarnos; nosotros, en cambio, estamos en la tierra para purificarnos de nuestros errores.
Y, ¿por qué no podemos llegar al Paraíso al hacer nuestra transición, papá?
Porque ningún ser humano, entiéndame bien, ni un solo ser humano que vive en la tierra está sintonizado con el Paraíso de Cristo, o con su esfera.
Ni siquiera podríamos aguantar la luz que Él irradia: nos cegaría si Él apareciera frente a nosotros en la noche.
Vi esa luz en mi primer viaje a las esferas, con Alcar.
Fue imponente y sagrado, papá.
Ay, ser humano, no vueles demasiado alto ni te imagines demasiadas cosas.
Tu decepción será tan grande después de dejar la tierra y al llegar en el más allá.
Allí tienen valor solo tus posesiones espirituales, lo que lleves interiormente.
“Pero”, preguntan estas personas, “y ¿qué hay de todos nuestros grandes hombres?”.
Que lo investiguen, entonces experimentarán que muchos grandes hombres son infelices más adelante, si en toda su idolatría nos han dado un ejemplo equivocado aquí en la tierra.
Le digo, papá: un ser humano necesita cientos de años para desarrollarse.
Solo entonces, si amamos a Dios, si lo queremos nosotros mismos, poco a poco nos convertimos en seres humanos en el sentido verdadero de la palabra.
Del “otro lado” continuaremos por el camino hacia la perfección.
En la tierra no es posible llegar a esa altura; para eso, la vida es demasiado corta.
Y qué significa poseer erudición y conocimiento terrenal si se olvida lo espiritual, o si se intenta engañarse a uno mismo con algo que no existe, que no está incluido en el Liderazgo de Dios.
Si estos eruditos, estas personas de la razón se imaginan que poseen esa luz elevada que posee un Cristo, entonces le digo, papá, que yerran.
Estas personas son idólatras y esto les trae gran sufrimiento, que solo sentirán plenamente cuando hayan depuesto la vestimenta material.
Qué gran decepción experimentarán al darse cuenta de que no están en la esfera de Cristo, sino que han sido llevadas a una esfera que es igual de fría, egoísta y carente de amor que su doctrina.
Con lo que estén sintonizados interiormente, así será su esfera.
Es amor propio lo que poseen estas personas, nada más que imaginación y ofuscación, que viene de ellas mismas y de los demás.
¿Sabe lo que significa ser uno con el perfecto Hijo de Dios?
¿Qué somos nosotros en comparación con Él?
No, papá, no lo acepto.
Ni siquiera sería capaz de aceptarlo, porque siento en mi interior que no existe.
No podemos esperar algo tan bello como seres humanos después de nuestra partida de la tierra.
Aquellos que creen eso porque hay unos eruditos que les pintan así las cosas yerran: ellos y esos eruditos.
Y su pena y dolor serán grandes.
Construyen a su alrededor una roca que no existe.
Se colocan en un pedestal y cuando Dios se lo quite de debajo de ellos, no podrán mantenerse firmes, se vendrán abajo y quedarán heridos o serán aplastados por su amor propio, su idolatría y sus alucinaciones.
Muchos eruditos que recorrieron el camino espiritual son profundamente infelices en la vida después de la muerte, porque su doctrina estaba desprovista de todo calor y amor.
Hace poco lo experimentamos en nuestra sesión de espiritismo, papá.
Los espíritus que llegaron hasta nosotros, ¿no eran personas de los mejores círculos de la sociedad y no llevaron esos eruditos a miles con ellos por su camino?
Y estas personas, ¿no fueron despistadas?
Digo la verdad, ¿no es así?
Usted lo vivió.
Entonces, ¿no es lógico que nosotros, desde la tierra, no lleguemos a la esfera de Jesús?
Sin embargo, ellos piensan que sí, y por eso me gustaría decirles alto y claro: “Examínense ustedes mismos y conózcanse; entonces verán que no poseen la fuerza espiritual.
Déjense flagelar y crucificar por nosotros y verán que el cielo no se abrirá.
No habrá masas oscuras que taparán el sol ni la tierra se agrietará; todo permanecerá como es y nada cambiará al morirse ustedes, porque todo en ustedes es material.
Dios lo ve, pero los deja hacer porque no son más que seres humanos.
Porque son seres humanos con sus errores, como nosotros, y no diosecitos con fuerza espiritual”.
Todos los que piensan que recibirán esta son cegados por aquellos que piensan saberlo, pero su saber no es más que sabiduría terrenal, pensamientos propios, desprovistos de sentimiento espiritual.
Que nos prueben y muestren quiénes son.
Cristo no volverá a la tierra porque después de todos estos cientos de años todavía siguen sin entenderlo.
Solo cuando el ser humano entienda Sus palabras actuará conforme a Su Espíritu, volviendo a Él y a Dios, a quien en su aberración le han dado la espalda desde hace tanto tiempo.
Evaden los caminos de Dios en el más allá, como decía el líder espiritual, y tienen que vivir como Él lo quiere.
Solo entonces estarán dispuestos para ser hijos de Dios como debemos serlo, sin vanidad ni amor propio.
También hay quienes piensan que Cristo habla a través de ellos.
Hasta ese punto ya han llegado algunos en la tierra.
Pero en el más allá eso se considera un sacrilegio.
Estas personas ya no hablan en el nombre de Dios, sino, como dicen, con la voz del mismo Cristo.
Esas personas están en el camino espiritual, pero son idólatras.
Abusan del poder de Cristo y pierden el contacto con ellos mismos.
Waldorf lo ha vivido.
Le contaré esto: verá entonces de qué manera se escuchan nuestras oraciones y cómo se trabaja del “otro lado” para ayudarnos.
Waldorf servía de instrumento y tenía que llevar a cabo este trabajo espiritual.
Me lo contó todo; también lo tuvo que ayudar Alcar.
Me contó que había sido terrible, pero había salido más fuerte y había aprendido cómo tenía que rezar y cómo tenía que amar a Dios, sin interés propio.
No se lo pude contar antes a usted; de cualquier modo, no me habría entendido.
Waldorf era el médium para Alcar y sus amigos, lo que no se le contó hasta que hubiera pasado todo.
Servía de instrumento para el mundo elevado.
Un día se le puso en contacto con un señor, una persona buena e íntegra.
Rezaba con fervor y mucho, y le rogaba a Dios por fuerza; desde hacía mucho había pedido en sus oraciones sabiduría, fuerza y amor.
Era muy sensitivo y se le ayudaba por medio de inspiración.
Recibía muchos versos y escritos y eso lo hacía sentir muy feliz.
Pero pronto fue demasiado lejos.
Muchas personas alrededor suyo le aceptaban todo porque, así era su razonamiento, era una persona particularmente piadosa y ponía en todo su amor hacia Dios.
Si poseía la luz, podía estar por encima de todo y dado que pensaba que realmente la poseía, aunque no fuera más que vanidad, todos los demás eran cegados junto con él.
Habría seguido viviendo así, como tantos en la tierra, de no haberle rogado a Dios hacerle conocer la verdad.
Rezó con fervor por la verdad y Dios se la dio a través de Sus enviados, que trabajaban a través de un instrumento terrenal.
Así se le enseñó la verdad y Waldorf fue conectado con él.
Después los líderes espirituales de Waldorf empezaron a ayudarlo.
Primero recibió pequeños mensajes, luego más grandes, que se hacían cada vez más bellos, todo para aumentar su vanidad.
Y gradualmente se fue creyendo tan alto que pensaba ser infalible.
Los mensajes por escrito que recibía acerca de su condición espiritual se iban haciendo más y más elevados y de forma lenta pero segura se fue construyendo una roca, hasta que esta roca se convirtió en un pedestal.
Fue aún más lejos y finalmente llegó al punto en que pensaba que ya no lo guiaban espíritus, sino el mismo Cristo.
Pero ni eso fue suficiente.
Se imaginaba que ahora se había desarrollado tanto que Cristo hablaba a través de él; su vanidad había llegado al punto culminante.
Pero esto le fue fatal.
¿Qué pasó entonces?
De repente, Waldorf recibió un escrito sobre la sabiduría, la fuerza y el amor y se lo tenía que mandar.
Waldorf seguía sin saber con qué fuerzas estaba tratando, para quién trabajaba y cuál era el propósito de todo esto.
Sí sabía que servía de instrumento para el más allá.
Pronto recibió una respuesta del señor en la que le expresaba su admiración por los mensajes que había recibido bien.
“Imagínese usted”, así le escribía, “todo es correcto.
Durante años recé por sabiduría, fuerza y amor y ahora se me dan a través de su mediación, sin que usted supiera que he rezado por eso”.
Esto no podía ser una coincidencia, papá, porque en la tierra nadie lo sabía.
Su oración había sido escuchada y para él fue una enorme evidencia que lo hizo sumamente feliz.
El propósito de todo esto fue demostrarle que había fuerzas invisibles que conocían la condición interior de su alma; pero eso no fue todo.
Los mensajes que Waldorf recibía se hacían cada vez más contundentes.
No obstante, ahora ya no era a favor del otro; al contrario, se le hacía bajar de su pedestal.
Ahora recibió la verdad por la que había rezado.
Pero no quiso ceder.
Se quedó encima de la roca que él mismo había construido.
Luego llegó la lucha, la lucha espiritual, papá, y quedó herido, lo que hizo que el corazón se le contrajera.
Todos a su alrededor le tuvieron muchísima lástima.
A un mensaje le seguía otro; todo fue cumpliéndose.
Aun así no quería entender que todo esto se le daba porque pedía con fervor la verdad, que se le llevaba por caminos terrenales.
A pesar de ello se aferró a su posición elevada, rehusándose a bajar.
Waldorf recibió un mensaje que iba en contra de todo, pero el temerario no quiso aceptarlo.
Montó en cólera y le mandó un escrito a Waldorf, que, según decía, había recibido él mismo desde el otro lado.
Waldorf tenía que intuirlo y leerlo, y luego ya entendería quién era el remitente.
Waldorf lo sostuvo entre las manos y se puso nervioso, para él una señal de que no era puro.
La influencia elevada tranquiliza, papá, y hace que uno se sienta feliz; la influencia que emanaba de este escrito no estaba por tanto en un nivel elevado.
Contenía las siguientes palabras:
“Seres humanos, líderes espirituales y espíritus, hasta aquí llegaron, ya se acabó.
Ahora hay que seguir Mi voluntad, Mis órdenes.
Mi hijo ya no soporta más; ya lo han atacado lo suficiente.
Dejen ya de escribir; todo está mal.
Los líderes espirituales no saben que Yo estoy aquí con Mi hijo.
Él hablará con Mi Voz y quiero que escuchen.
Todas las órdenes que le daré tendrán que ser obedecidas.
Tengan cuidado y no lo lleven demasiado lejos”.
El escrito abarcaba aún más.
Justo después le llegó un mensaje a Waldorf de que tenía que dejar de ir a verlo.
Esto se lo daban sus líderes espirituales.
Del primero escrito se podía deducir claramente que los espíritus elevados sabían qué era lo que pedía el hombre.
Pero cuando recibió el escrito que tenía que traerlo de vuelta, que le decía que sus inspiraciones no servían, entonces nada, pero realmente nada fue correcto en lo que los líderes espirituales de Waldorf, y no Cristo, le habían dado.
Su escrito se lo había dado Cristo y nadie podía competir con eso, dado que Él estaba por encima de todo.
Era un instrumento, a través del cual el mismo Cristo hablaba, y ya no aceptaba nada de Waldorf ni de sus líderes espirituales, porque Waldorf, con su sabiduría terrenal, estaba muy por debajo de él.
Así que, ¿cómo era posible que Waldorf le dijera lo que tenía que hacer?
Eso no lo aceptaba y por tanto no entendía que había volado demasiado alto, porque se construyó una roca que en el camino espiritual se pulverizaba con la menor tormenta que la azotara.
No quería descender porque entonces tendría que volver a liberar a todos los amigos que había puesto bajo su influencia y no se atrevía a afrontar esa humillación.
Él, que era uno con Cristo, era tan débil que no soportaba la verdad espiritual.
Todo lo que pedía, todo lo que escribía eran sus propios pensamientos.
Pero porque había rogado fervorosamente por la verdad, se le había dado.
Esto me dice, papá, que fue ayuda espiritual del “otro lado” la que le trajo la verdad.
Entonces de repente André entró en trance y Alcar continuó a través de él:
—¿Acaso no hablaba por casi todas sus preguntas el diosecito humano, que se había rodeado de su propia aureola?
¿No parece que este tipo de personas piensa ser infalible, mientras están repletos de errores humanos?
¿Acaso no es cierto que no quieren bajarse de los pedestales en los que ellos mismos se han colocado?
¿Y no son casi todas las palabras de desesperación y duda la consecuencia de que se hayan colocado en su pedestal fabricado por ellos mismos?
Mientras estas personas se eleven a sí mismas para ser sus propios diosecitos y en esta dignidad se coloquen a sí mismas en pedestales, no podrán arrodillarse humildemente ni tampoco les será posible ver a Dios por encima y a través de todo.
Y solo esa es la primera exigencia: intuir la omnipresencia de Dios, la cercanía de Dios, ver el camino de Dios.
Pero el camino a Él lleva por muchas decepciones, porque una y otra vez se tropezarán y la caída mayor será la caída de su pedestal.
Y del “otro lado” se celebran estas decepciones, porque, en caso de comprenderlas bien y de haber efectivamente sentido bien esta decepción, se habrán de hecho acercado un paso más al camino que Dios nos muestra.
Oigan, seres humanos, ¡sean finalmente hijos de Dios!
Sientan por fin, a pesar de su superioridad, que no son más que insignificantes motas de polvo.
Ser humano, quítate la corona que tú mismo te has colocado en la cabeza, inclínate mucho y concédele a Dios un momento de confianza; solo entonces sabrás qué pequeño, qué lastimosamente pequeño eres en realidad.
Estas palabras también se las dirijo a quienes dudan del espiritismo.
No necesitan saber más.
Pero también díselo a André; él me entenderá.
Es tan sencillo, pero el ser humano no busca a Dios, sino en primer lugar a sí mismo.
Y aunque no quiera saberlo, se busca a sí mismo a pesar de ello.
Y aunque piense que solo quiere buscar a Dios, desgraciadamente se vuelve a buscar tantas veces a sí mismo, porque se considera infalible, ¿no es así?
Pero finalmente verá la luz, la eterna luz infinita y el amor de Dios lo ayudará a encontrar el camino correcto.
Y aunque sea a menudo también un camino de espinas, y aunque muchas veces se haga la oscuridad a su alrededor, aun así, aquel que lo desee verá algún día la luz eterna de Dios, la luz sagrada, la Luz de luces.
Dios bendiga su trabajo.
Qué glorioso es decirles esto.
Me hice cargo de la conversación de André porque les quiero mostrar que estoy con él y que lo ayudo en todo.
Todo lo que les ha contado es la verdad.
André volvió a su cuerpo y prosiguió:
—Por eso han venido los espíritus hasta nosotros, papá; para revelarnos el único camino que lleva a Dios.
Por eso el espiritualismo es un asunto sagrado.
Esta es mi nueva religión.
¿Por qué le he contado todo esto, papá?
Porque la iglesia no me da esto, pero la ayuda espiritual del “otro lado” sí.
Los espíritus ven quién y qué es Cristo cuando están en las esferas más elevadas, pero un ser humano que aún vive en la tierra simplemente no puede estar sintonizado con eso ni mucho menos ser uno con Cristo.
¿Qué se pensaría ese hombre?
Se imaginaba ser el único hijo de Cristo.
¿Acaso no nos ama Dios a todos, y Cristo con Él?
¿Era el único hijo?
¿Cristo había muerto solo para él?
No, papá, eso es demasiado.
Es el amor propio y la idolatría los que le hicieron una mala jugada.
También habría tenido que ser mucho más fuerte, infinitamente más fuerte, para no haber salido herido; si en verdad hubiera poseído esta fuerza, no se habría caído.
Nuestros propios sentimientos, nuestra propia intuición, nos dicen que no puede ser así y cuánto mal genera eso.
Este caso nos muestra qué consecuencias tiene cuando alguien está tan cegado, no solo para él mismo, sino también para los muchos que lo siguen.
André había hablado con sus padres durante dos horas.
Su madre estaba llorando nuevamente; ya no por la tristeza de que su hermana haría la transición, sino porque su hijo había hablado como nunca antes.
¿Era este su muchacho?
Ay, ¡cómo era posible!
Hendriks miraba, quieto, inmóvil.
Luego miró a André y dijo:

—Hijo mío, recorre tu propio camino, así como se te dice, porque nosotros ya no podemos ayudarte; siento que tienes razón.
Alcar nos habló y nos hizo bien.
André se acercó a su padre, le puso las manos en la cabeza y lo estrechó entre los brazos lleno de amor.
Este consentimiento le alegró mucho.
—Se lo agradezco, papá.
La tía llegará también allí donde están ahora Alcar y todos los líderes espirituales que siempre nos ayudan a nosotros, los seres humanos.
Estoy tan contento de que hoy nos hayamos podido hablar con franqueza.
Pero ya es suficiente; ya volveremos sobre eso luego.
Vayan los dos otro rato con la tía; yo ya me quedaré entonces en casa, porque esta noche velaré.
En la mañana hará la transición y entonces podré ver cómo nos precede a la Vida Eterna.
Sean valientes y fuertes, porque nosotros, los que sabemos, llevamos nuestra pérdida con resignación.
No le dificultemos su partida.
Pasará por la puerta, la puerta al más allá, y no se le detendrá.
Y será bella, papá, joven y bella.
Eso lo tiene reservado Dios para todos cuando queramos acercarnos a Él en sencillez, como hijos Suyos.
Los padres se fueron.
—¿Qué te parece ahora ese muchacho, Marie?
Ya no era él quien nos dirigía la palabra.
¿De dónde sacará toda esa sabiduría?
Estoy realmente impresionado y podemos estar agradecidos a Dios de que le sea concedido hacer este trabajo.
Ahora ambos habían quedado convencidos, firmemente convencidos, de que no le había tocado nada más que el bien.
¡Qué manera de hablar, qué claro les había explicado todo!
André se quedó solo y fue a su habitación.
Tenía ganas de estar solo, solo con Alcar, a quien escuchó ya pronto.
—Dale gracias a Dios por semejante gracia, André, y reza porque siempre podamos recibir la fuerza de convencerlos a todos.
Asegúrate de que siempre intentes acercarte a Dios en sencillez.
Mientras hablabas te adopté; sabes cómo lo hago.
Déjate ir siempre así y está siempre abierto a mí, pero entonces fíjate bien en aquello que te llevemos.
Préstales mucha atención a todas las voces que oigas.
La voz más grave te hará escuchar la verdad; todas las demás son erróneas.
Te ayudaremos en todo; no nos excluyas con tus propios pensamientos ni con tu propio saber.
Entonces ya no podríamos llegar a ti, porque no oirías nuestras voces.
Entonces tu propia voz te arrastraría alejándote del camino correcto, es decir: cuesta abajo.
Reza, reza mucho; siempre de nuevo.
Implora sencillez y fuerza para poder hacer el bien.
Todo por Dios, porque Él lo quiere.
Alcar se fue.
Después de volver sus padres, André fue abajo.
—Acaba de estar el médico, André —le contó su padre—, y dijo que temía lo peor.
André, que se quedaría a velar a su tía en la noche, acordó con sus padres que a las cinco de la mañana irían a buscarlo, porque Alcar le había dicho que haría la transición alrededor de las siete.
—Veremos si se cumple, papá, pero cuando lo dice Alcar, lo tenemos que creer.
—Vale, André, iremos.
Pasó la noche dibujando.
Alcar volvió a hacer una hermosa pieza y la llamó “Entra”.
La tía también entraría.
Pronto entraría por esta puerta al más allá.
Tenía relación con su fuerza interior.
Así que, ¡cuánta riqueza interior debía de tener!
La puerta era una abundancia de flores, de magníficos colores.
Al mirar a través de ella, a lo lejos se veía un glorioso paisaje, bañado en un sinfín de hermosos colores.
En una colina había un templo y frente a este se veía una cruz que, como símbolo de Cristo, bloqueaba la entrada como si les preguntara a los que habían hecho la transición: “¿Tienes disposición de entrar aquí?”.
Su tía bien estaría dispuesta a entrar y no la detendrían los rayos luminosos que emanaban de la cruz.
Ella podría aguantar esta luz.
Cuánto amor por él había en Alcar, para hacérselo visible todo en imágenes.
Entendió este dibujo y sintió lo que su líder espiritual quería decir con él.
Su padre había ido un momento a ver a su tía y André le preguntó cómo seguía ella.
—No está bien, hijo, siente el pecho pesado y le cuesta trabajo respirar.
—La ayudaré, papá; le hará bien.
Les dio las buenas noches a sus padres y se fue.
Primero dio una buena caminata porque quería estar fresco por la noche.
Alrededor de la medianoche tocó el timbre y le abrió la enfermera que cuidaba a su tía.
—¿Cómo sigue mi tía, enfermera?
—Sigue igual, no está bien.
Se acaba de ir el médico.
Si empeora, tendremos que llamarlo de inmediato.
André fue a la habitación donde su tía estaba en cama.
Estaba sumida en un profundo descanso; tenía los ojos cerrados y las manos dobladas.
Seguramente está rezando, pensó.
¡Cómo había sufrido la pobre mujer!
Y aun así querían mantenerla aquí, ella que desde hace ya algunos años estaba postrada en la cama.
Pero ahora Dios la llamaba a Él.
Qué gloriosa era en el fondo la muerte, que la libraría de todo su sufrimiento.
Si las personas tan solo pudieran ver eso, entonces no tendrían miedo y ya no estarían temerosas por morir.
Pero tampoco se quitarían ya la vida, porque se darían cuenta de que no se puede uno privar de la vida, pues el espíritu sigue existiendo eternamente del otro lado de la tumba.
André se acercó a la moribunda y la magnetizó durante algún tiempo, lo que al parecer le hacía bien, porque abrió los ojos y lo miró.
Sonrió para indicarle que le parecía bien.
Luego se sentó frente a su cama, en espera de lo que pasaría.
Habían pasado varias horas, en silencio.
Ya había visto a Alcar, quien le había dado a entender que tenía que poner mucha atención.
Una tenue luz roja iluminaba la habitación, y él sentía una influencia que le decía que aquí en verdad iba a pasar algo.
La enferma se inquietó y se volvió a acercar a ella.
Seguía con los ojos cerrados.
Nuevamente le puso las manos en la cabeza, lo que la volvió a tranquilizar después de unos instantes.
Pero pronto salió de su pecho un ruido sumamente áspero y parecía casi imposible que pudiera todavía respirar.
André sintió que tenía mucha fiebre, aunque después del tratamiento sí que la temperatura había bajado un poco.
La enfermera quiso saber cómo había logrado ese resultado y él le contó lo que había hecho.
Ya había hablado con ella en otras ocasiones y algo sabía ella de estos fenómenos.
—Venga a sentarse aquí conmigo, enfermera, entonces le diré lo que veo y así le permitiré vivir conmigo cómo un ser humano hace la transición a la Vida Eterna.
Ahora veía con claridad a dos personas detrás de la cama y Alcar le dijo que eran sus padres que venían a buscarla.
La enfermera no veía nada, pero escuchaba todo lo que André le susurraba con plena atención.
Vio que ambos espíritus volvían la mirada sin cesar, como si esperaran a alguien.
De nueva cuenta Alcar dijo:

—Pon atención, André.
Unos minutos después vio aparecer otros cuatro espíritus.
Dos de ellos eran un poco más jóvenes que los demás.
Constató un fuerte parecido familiar entre estas inteligencias más jóvenes.
—Ahora veo seis espíritus, enfermera, de los que los dos más jóvenes seguramente serán su hermano y hermana.
Eran gemelos; murieron muy jóvenes y ahora serán más o menos de mi edad.
El tercero de los cuatro que llegaron los últimos es alto y robusto; al cuarto no lo conozco tampoco.
André se concentraba para poder seguir viendo bien todo.
Después de que todos los demás se hubieran alejado de la cama, uno de los últimos en llegar empezó a hacer movimientos de roce magnético encima del cuerpo de la tía, de las piernas hacia la cabeza.
André le contó a la enfermera cómo se hacía; a ella le pareció muy extraño.
Después de que este tratamiento hubiera durado más o menos quince minutos, oyó que Alcar dijo:

—André, ¿viste ese espíritu?
—Sí, Alcar —contestó.
—Pon atención a todo lo que hace, porque es él quien se tiene que encargar de la transición de tu tía; es un médico espiritual que llevará a cabo este trabajo.
Sabe cómo hay que llevarse a los moribundos y de qué manera se les tiene que liberar de su cuerpo material.
Para tu tía hace estos movimientos de roce magnético tres veces, aunque a veces sea necesario hacerlo repetidas veces.
Eso depende del estado espiritual de quien hace la transición.
A muchos no es fácil liberarlos; tiene relación con su vida espiritual y la manera en que hayan amado a Dios.
La lucha conocida como agonía será terriblemente pesada para los que amaron con fuerza la materia, que anhelaban lo material y no lo podían soltar, porque no quisieron encontrar a Dios en su vida terrenal.
Para ellos se tendrán que repetir estos movimientos tal vez hasta diez o veinte veces.
Es un estado terrible cuando el médico espiritual tiene que efectuar su trabajo en un alma así.
Con tu tía pasará tres veces, André, una indicación de que su transición no supondrá una lucha.
Ahora él se ha ido por un momento, porque no solo tu tía, sino otros más harán la transición esta noche.
Así cada uno tiene un cometido que cumplir en el más allá, que quiere cumplir con todo amor.
Este médico espiritual sabe más que sus colegas terrenales, pues aquí se ve ante muchos casos que tiene que intuir y diagnosticar puramente con su fuerza espiritual, para ayudar al ser humano que hace la transición.
Ahora va a ver a otros moribundos.
Su trabajo es atenuar la sacudida que recibe el espíritu al dejar el cuerpo y apoyar a los renacidos antes de que entren a la Vida Eterna.
No pienses que es tan sencillo introducir a un espíritu en las esferas para siempre.
El médico tiene que cuidar todo; en primer lugar la ruptura del cordón fluido.
Si se hace correctamente, el espíritu no sufrirá consecuencias negativas al llegar.
Todo tiene que hacerse a tiempo, ni demasiado pronto ni demasiado tarde.
De eso tiene que estar plenamente enterado el médico espiritual.
Saca sus cálculos según la irradiación del moribundo, en la que se refleja su estado espiritual.
De allí puede deducir exactamente lo que tiene que hacer y cuántas veces tiene que repetir los movimientos de roce magnético.
En algún momento, este médico vivió en la tierra, y de volver allí, la tierra estaría bendita, porque ha aprendido infinitamente mucho del “otro lado”.
Ahora te podrás imaginar lo terrible que es cuando el espíritu es arrancado del cuerpo de repente, por ejemplo por un accidente.
Entonces pasa demasiado rápido y la sacudida es demasiado fuerte.
Muchos de los que llegan aquí de esta manera están inconscientes durante mucho tiempo.
Esto también tiene relación, a su vez, con su estado espiritual en el momento en que hacen la transición.
No se piensa en todas estas posibilidades en la tierra.
La transición es el nacimiento del espíritu en las esferas, como el niño que nace en la tierra.
Pero al nacer, el espíritu necesita más ayuda que el niño.
El médico espiritual necesita todas sus fuerzas para ello y usa además las de los demás para recoger a los moribundos.
También los pueden ayudar los pensamientos de los que se quedan atrás, para poder desprenderse de su cuerpo más fácilmente (—explica).

Todo lo que Alcar le decía a André, este se lo contaba a la enfermera, que se mostraba muy interesada.
—Y ahora tiene que prestar atención, enfermera, pronto mi tía volverá a estar inquieta, porque veo a su madre al pie de su cama.
Se concentra con fuerza en la moribunda, y la tía sentirá sus pensamientos y los asimilará.
Esto les pasa muchas veces a los que hacen la transición.
Se lo cuento de antemano porque sospecho lo que pasará.
Muchos de los que van a morir invocan a los familiares que han partido antes.
Se piensa entonces que deliran, pero de ninguna manera es así; en efecto, con los ojos espirituales ven a sus seres queridos ante ellos.
Mira, la tía ya se está inquietando y ahora veo a los otros espíritus en la cama.
En un momento dado, André y también la enfermera oyeron que decía en voz suave:

—Mamá, ay mamá, ¡ayúdeme!
Al hablar se había enderezado un poco, pero después volvió a caer en las almohadas.
—Ya lo ve, enfermera, me alegra haber podido decírselo de antemano, cuando mi tía estaba todavía tranquila.
Ahora ha visto a su madre.
Y ya le dije que mi abuela intentó hacérsele visible por medio del contacto entre ella y su hija, lo que de hecho logró.
Durante alrededor de una hora, la respiración de la enferma se había vuelto muy dificultosa, y la situación empeoraba cada vez más.
El médico espiritual había vuelto e hizo, así como la primera vez, movimientos de roce magnético encima de ella.
Después de este tratamiento miró durante bastante tiempo la parte superior de su estómago.
Alcar dijo:

—Este es el lugar donde el espíritu, desatado por completo del cuerpo material, es soltado.
A eso lo llamamos la célula vital y al cordón con el que el espíritu está conectado con el cuerpo material, el cordón vital, como ya te dije antes.
En la tierra, a ese lugar se le llama el plexo solar.
Allí empieza la separación.
Es el lugar que examina el médico y a medida que se atenúa la luz vital, establece cuánto tiempo más pueda tomar.
Esa luz se vuelve más y más tenue, pero luego, cuando el espíritu se haya soltado del cuerpo espiritual, volverá a ser plenamente visible.
Ahora veo claramente que tu tía hará la transición a las siete; veo cómo está ocurriendo.
Eran en ese momento las tres; así que a la moribunda le quedaban cuatro horas más de vida en la tierra.
Todo esto se lo contó André a la enfermera; así podría ver si se cumplía.
La enferma seguía inconsciente y André preguntó a Alcar si podía hacer algo él también.
—No te preocupes, hijo mío, recobrará una vez más la conciencia.
También eso lo veo y lo puedo constatar de antemano.
La gran alegría al ver a su madre, que no fue un delirio, sino que la vio de verdad, la dejó impotente, pues el cuerpo ya no resiste las grandes emociones que experimentó a raíz de eso.
Viste las consecuencias que esto tuvo.
La enfermera preguntó si no tenía que avisar al médico, pero André le dijo que no hacía falta aún, puesto que al rato volvería a despertar.
—No podemos hacer nada aún, enfermera, porque recibí un mensaje del “otro lado” de que recobrará la conciencia por su propia cuenta.
Así que podemos esperar a ver qué pasa.
Las horas de la noche se fueron arrastrando lentamente y la enferma despertó alrededor de las cinco y media de la mañana.
—Ya lo ve, enfermera, todo se está cumpliendo.
Me lo comunicó mi líder espiritual; de lo contrario yo no habría podido saberlo.
Cuántas cosas saben los espíritus, ¿no cree, enfermera?
Sus padres también habían llegado ahora y André primero tuvo que ayudar a su madre, porque si no, la emoción la sobrecogería demasiado.
Se avisó al médico, que llegó enseguida.
Alcar le dijo a André que durante el examen del médico tenía que salir a dar un breve paseo; había suficiente tiempo.
Luego estaría fresco de nuevo y podría concentrarse bien al dar comienzo el gran evento.
Así que salió y el aire de la mañana le hizo bien.
El paseo duró media hora y volvió a entrar completamente refrescado.
El médico estaba conversando con sus padres y la enfermera, y André sintió que esta les había contado algo de lo que ella había vivido.
Se volvió a sentar en su rincón frente a la cama.
Ahora la enferma se inquietó mucho y eso se debía a que el médico espiritual estaba de nuevo ocupándose de ella; era la tercera vez.
A partir de este momento poco a poco se llevaría a cabo el gran proceso; la tía haría la transición.
André estaba en tensión; eran las seis y cuarto y la tía aún vivía.
Alrededor de su cama vio claramente una emanación gris que se iba volviendo más blanca.
La moribunda yacía envuelta en una nube; todos los espíritus seguían presentes y la miraban tensos.
Así que no solo del lado terrenal había tensión; del lado espiritual era incluso más grande.
André vio que el paso de la tía se esperaba con impaciencia.
—Es un gran acontecimiento, André —dijo Alcar—, que puede ir acompañado de pena y dolor, pero también de gran felicidad.
En este caso es una persona feliz la que hace la transición.
Será muy bella, pero aun así todos esperan con una sensación de temor la sacudida que el rompimiento del cordón fluido puede causar.
Había pasado otro cuarto de hora y la emanación blanca flotaba ahora claramente visible encima de la cama.
El médico espiritual pidió a los espíritus masculinos que lo ayudaran.
Entonces el proceso empezó.
Casi eran las seis y media.
—A los que son felices —volvió a proseguir Alcar—, se les tiene que ayudar sin embargo unas dos o tres veces y ya te dije que hace falta mucha fuerza y mucho oficio para poder hacerlo bien.
En el caso de tu tía, todo está sucediendo en silencio, pero para muchos que están atados a su cuerpo y que deben seguir así los primeros días después de su muerte, esto es un terrible suplicio.
Para ellos, morir es muy pesado y les trae mucha pena y dolor: ni las fuerzas del médico espiritual pueden ofrecer remedio.
El mismo ser humano se proporciona esta miseria, porque lo ha querido él mismo.
Podría seguir hablando de esto durante mucho rato, pero lo pospondré a otro momento.
André se percató de que el médico espiritual se había inclinado por encima de la moribunda.
A ambos lados de ella estaban los otros, y vio claramente que la emanación blanca se desplazó hacia su cabeza.
Allí se mezcló y quedó suspendida como una gran masa.
—El espíritu que pronto hará la transición utilizará esta emanación; es para los primeros días de su vida en las esferas.
Para tu tía es posible usarla porque tiene una condición espiritual elevada; sin embargo, a los infelices les falta esta fuerza espiritual porque no están dispuestos a morir.
Y les hace falta y lo sienten, porque es el primer alimento espiritual del que tienen que vivir en las esferas.
Lentamente se fue elevando la nube blanca, pero André aún no podía distinguir nada en ella claramente.
De repente la tía se movió y se incorporó.
Habló, pero nadie pudo captar algo inteligible.
La madre de André estaba con ella y la abrazaba.
Ya no podía hablar con claridad, pero aun así pronunció un par de palabras más, que todos entendieron.

—¡Allá, allá! —dijo.
Luego le salió de la boca algo de flema y la madre de André la volvió a acostar en las almohadas.
Poco antes, el médico le había tocado los pies, agitando la cabeza.
André dedujo que su tía había muerto.
De inmediato se empezaron a mover las inteligencias.
Ambas mujeres eran visibles de nuevo y muchos otros espíritus, que no conocía, también se habían reunido alrededor de la cama.
La nube blanca seguía elevándose lentamente, tan lentamente que casi no se notaba.
En lo que veía, André no lograba distinguir alguna forma conocida que se pareciera a algo.
Fue un momento solemne, que nunca olvidaría.
Ahora oyó a Alcar:

—Cuando el médico espiritual estaba inclinado encima de ella, rompió el cordón fluido —dijo.
No lo había notado porque había tantas cosas que pedían su atención.
Por eso agradecía que Alcar se lo hubiera dicho.
Arriba en la nube se empezó a formar ahora una imagen que parecía una cabeza, y luego, se pudo ver claramente, vio que dos manos tapaban los ojos, como protegiéndolos de mirar en una luz demasiado resplandeciente.
Así se fue elevando lentamente el cuerpo espiritual.
Las dos inteligencias femeninas, su madre y su hermana, la apoyaban y la abrazaban.
Oh, ¡cuánto amor emanaba de todo esto!
André lloraba silenciosamente en su rincón.
Qué cosa más gloriosa poder ver esto como persona material.
Estaba profundamente conmovido por este gran acontecimiento.
Su tía había dejado ya la mayor parte de su cuerpo y ahora veía con claridad su rostro, porque ya no lo tapaban las manos.
¡Qué bella y rejuvenecida estaba!
Se había quitado de encima por lo menos treinta años y parecía ahora una mujer de treinta y cinco años.
Su cuerpo espiritual irradiaba varios colores, que la rodeaban por completo.
Ahora se había hecho visible hasta más arriba de las rodillas y el desdoblamiento empezó a ser un poco más veloz.
Ya se hacían visibles los pies; la tía había dejado su cuerpo material por completo.
La emanación que había alrededor del cuerpo se cerró y la tía se había liberado.
De inmediato volvió a oír a Alcar.
—Permanecerá en esta luz hasta que despierte en las esferas.
Está profundamente dormida y sus familiares la llevarán al lugar con el que está interiormente sintonizada.
Luego los verá a todos.
Muchas veces ocurre antes.
Algunas veces nada más dejar el cuerpo, pero eso tiene que ver con los diferentes estados.
Los colores que viste indican la fuerza espiritual de tu tía.
Emana esta luz, emana estos colores; es el reflejo del estado de su alma, sus propias posesiones, su felicidad.
Alcar había hablado con calma y serenidad y André había entendido todo claramente.
—¿No verá ahora su cuerpo, Alcar?
—No, André, ella no.
Muchos sí.
No es que no podamos despertarla para que pueda contemplar todo por un momento, pero está tranquila y así seguirá, no importa a donde la lleven.
También hay muchos que no se duermen mientras dejan el cuerpo.
Aunque se les provoque un estado más o menos anestesiado, del que pronto vuelven a recuperarse.
Te decía que podría contarte mucho al respecto, pero lo haré más adelante y trataré todo por separado (—dijo).
Los familiares miraron una última vez a la madre y al padre de André, que se quedaron junto al cuerpo material de su tía.
La madre de su madre se acercó a ella, y André vio que la besó, de lo que su madre no se percató, aunque lo vio claramente y oyó el beso.
Todo esto se desarrollaba para él solo.
Luego vio que el médico espiritual le quitó algo al cuerpo material; después empezó el viaje a las esferas.
Ahora ya no quedaba nadie.
Se hizo la oscuridad ante él y el bello suceso que se había desarrollado aquí a lo largo de la noche, la transición de un alma al más allá, había terminado.
André no encontraba palabras; había silencio en él y estaba impresionado con todo lo que se le había concedido vivir.
Su tía estaba bella cuando partió; lo había visto con claridad.
Se le consideraba fea por fuera, pero aquí se había podido observar cómo era por dentro.
Eso era lo real.
Morir y partir a aquel otro mundo era glorioso.
¿A eso era a lo que le tenía miedo la gente?
Con lo glorioso que era, siempre que uno estuviera dispuesto a partir.
Se notaba por lo ocurrido que Dios lo sabe y lo conduce todo.
Eran las siete y tres minutos; todo lo que Alcar había predicho se había cumplido, otra vez más.
Su madre estaba muy afligida.
El médico le había cerrado los ojos y junto con otra persona, la enfermera se encargaría de amortajar el cuerpo.
Primero rezaron y cuando terminaron, André vio que incluso la última nubecita ligera se había disipado encima de la vestimenta que le había servido a su tía en la tierra.

—Venga, mamá, vamos a casa.
En casa André contó a sus padres todo lo que había visto y oído esa noche.
Su madre se calmó mucho cuando se enteró de lo bello que había sido lo que él había visto.
Incidía tranquilamente en ella; parecía que gracias a este nuevo conocimiento hubiera recibido fuerza.
La descripción que André le había dado de sus padres era completamente correcta y la hermana y el hermano que había visto eran en efecto gemelos y habían muerto muy jóvenes.
André fue a su habitación para dormir unas horas.
Seguía viendo todas las imágenes.
Primero la nube, luego esos bellos colores, después su tía, a la que en esa nube se le llevaba a su lugar en el más allá, y finalmente, los familiares.
¡Qué bello era todo!
¡Qué grandioso era todo!
Qué todopoderoso era Dios, que velaba por todo y regulaba todo.
Esto lo tenían que saber las personas; entonces podrían vivir de manera más fácil y mejor.
Al verlo no serían despojados de su valor, como es el caso de muchos.
Aquí les esperaba algo bello; recibirían de inmediato luz y serían felices.
La tía poseía esa luz; una luz bella, de un blanco claro, que la iluminaba a ella misma y a todos los demás que habían venido por ella.
Cuánta fuerza interior debía haber llevado.
Ahora a André todo le resultaba claro y comprensible.
Y es que en la tierra siempre la había visto en esta misma luz.
Esta luz era su propia irradiación.
De esta manera podía reconocer a todos los seres humanos.
A partir de su irradiación podía ver cómo eran interiormente y ahora sabía mejor que nunca lo que significaba esta luz de colores.
Alcar le dijo que lo había visto bien y que esa comparación era correcta.
Sí, era maravilloso morir así.
Qué bellos eran todos los que habían venido por ella, y qué felices.
Alcar dijo que más adelante vendrían alumnos del médico espiritual, hombres y mujeres, llenos de luz todos ellos, llenos de felicidad y juventud.
Y ¡qué armonía había!
Todo estaba arreglado y ocurría en el momento oportuno.
Del “otro lado”, todos tienen su tarea y todos hacen el trabajo que se les ha encargado sin meterse con el de los demás.
Todos trabajan por una sola causa: llevar el bien, hacer el bien.
Así tendría que ser también en la tierra.
Allí también las personas tendrían que entenderse de esa manera; qué glorioso sería.
Con estos pensamientos se quedó dormido y no sintió que el líder espiritual, que lo amaba tanto y que trabajaba con él y a través de él —como su instrumento—, hacía largos movimientos de roce magnético por encima de él para quitarle todo el cansancio.
Después de unas horas despertó fresco, como si hubiera dormido toda la noche, y Alcar le dijo lo que había hecho.
Sintió que debía ser cierto, tenía que haber recibido ayuda, si no, el cansancio no podría haber desaparecido.
Su padres estaban contentos y tranquilos después de todas las pruebas que les había dado y ahora no les quedaba más que estar convencidos de que lo muerto no está muerto.
También la enfermera que había estado presente toda la noche estaba muy asombrada de que se hubiera cumplido todo como él lo había visto y contado de antemano.
Ella le prometió seguir por el camino que ahora se le había enseñado.
André estaba feliz de que todo se hubiera cumplido una vez más de manera tan bella.
Así fue avanzando cada vez más y pronto daría grandes pruebas de su don de ver, y del buen contacto con Alcar.
Y sobre todo demostraría lo bueno que es que un médium se asegure de no hacer nada sin tomar en cuenta los líderes espirituales.
En el ver reside un gran peligro cuando no se eliminan los pensamientos propios.
La tía había ahora entrado al más allá por la puerta.
Alcar le dijo que seguía dormida.
En su caso tomaría unos días, lo que era muy poco, visto que muchas personas tardan semanas o meses.
También suele suceder que los que han hecho la transición vuelvan a la tierra unas horas después de la muerte, para entonces, liberados del cuerpo material, poder vivirlo todo y consolar a los que se quedan atrás.
Según el tiempo terrenal, su tía pasaría unos días más en estado dormido, y luego despertaría para siempre en las esferas de felicidad, amor y vida.
André volvería a vivir pronto otros acontecimientos nuevos, porque a diario lo llamaban o iban a verlo personas que lo necesitaban.