El hombre pone y Dios dispone

André ya lleva mucho tiempo casado y ahora su mujer está embarazada.
Habían pasado años de esperar la felicidad que seguía sin querer llegar, y ahora se alegraba de que se le daría una joven vida.
Rezaba día tras día para que Dios depusiera en el ser sabiduría, fuerza y amor.
Oh, ¡cuánto amaba a los niños!
Leía en una joven vida como en un libro abierto y sentía el estado del alma del ser.
Podría indicarle a una madre varias transiciones de los sentimientos, por las que conocería a su pequeño.
Pero no se atrevía a conectarse con niños, porque una madre no quería que otros metieran las narices con su amor.
Si pudiera recibir esta gran felicidad, incidiría en silencio en su hijo, haciéndolo sentir su amor.
Se conectaría con el niño precisamente por concentración de los pensamientos, por lo que también se desarrollaría en el espíritu.
Pero cuando cavilaba interiormente sobre todo esto, sintió que iba surgiendo algo en él que perturbaba su felicidad.
Era extraño; la sensación le impedía ser feliz por lo que vendría.
Cada vez era más potente, a tal grado que ya casi no se atrevía a pensar en su hijo.
Cuando su mujer le hablaba sobre el niño, lo que en el fondo era necesario todos los días, lo atravesaba un escalofrío, que no alcanzaba a entender.
Entonces mantenía largas conversaciones consigo mismo, preguntándose por qué no podía ser feliz e intentando resolver este misterio.
Cuando tocaba la ropita era como si le latiera el corazón más rápidamente y se le cortaba el aliento.
Alrededor de esta ropita había algo que percibía claramente.
Pero ¿qué?
Algo lo retenía para poder esperar desde ahora en plena felicidad el gran momento en el que se le daría la joven vida.
Así pasaron algunos meses.
Cuando no se hablaba de ello, también dentro de él había calma y tranquilidad, pero cuando su mujer empezaba a hablar de su posesión, sentía resurgir su miedo, que lo dejaba completamente confundido.
No dejaba que notara nada al respecto, quería aclararse él solo.
¿Le sería dado el niño, o pasaría alguna cosa que los privaría de esta felicidad?
Cuando quería preguntarle a su líder espiritual al respecto, no le contestaba y sentía entonces que Alcar no quería hablar de eso.
‘Ahondo demasiado en mis sentimientos’, pensaba entonces, ‘todo está bien, ¿no?’.
Su mujer se sentía sana y él tenía que desechar los pensamientos de miedo.
Entonces le volvía la felicidad y pensaba en muchas cosas bellas.
¡Qué grande era la felicidad de poder recibir algo así!
Pero después de unos días volvía a ser exactamente la misma cosa.
Sentía en él dos fuerzas: sufrimiento y felicidad.
El sufrimiento intentaba desplazar la felicidad y a veces el sufrimiento llevaba la peor parte.
Pero entonces regresaba, interrumpiendo su tranquilidad, de modo que no quedaba nada de sus glorias y la lucha volvía a empezar.
Muchas veces reflexionaba sobre quién ganaría, porque le constaba que significaba algo.
¿Estaba Alcar haciéndolo sentir que algo pasaría?
¿Tendrían que volver a renunciar a la felicidad que habían esperado durante años?
¿No les estaba reservado a ellos?
Pero no tardaba en desechar enérgicamente también esto y ya no quería creerlo.
Quería conservar la joven vida y así se iba haciendo muchas preguntas, contestándolas según sus sentimientos de querer poseer el niño.
Sondaba los sentimientos de su mujer, pero no había nada en su estado por lo que debía preocuparse.
Día tras día trabajaba y nunca se había sentido tan bien.
De repente Alcar le dijo que tenía que empezar su segundo libro.
Oh, eso era maravilloso, entonces no tendría que pensar tanto en su miedo, que no cesaba.
Se preparó y esperó las cosas que vendrían.
Escribiría, ya lo sabía, sobre todos los estados vividos en el espíritu y en la tierra.
Entre ellos estaban las muchas curaciones en la tierra que se le había permitido efectuar a través de Alcar, de las que algunas eran muy asombrosas.
Fue por papel para escribir y algunos días antes de que Alcar empezara, vio toda la obra ante él, y sabía cómo se irían sucediendo los capítulos.
No se había perdido nada de todo lo que se le había concedido vivir.
Una vez que se le conectaba, terminaba de escribir un capítulo tras otro.
A veces llenaba cien hojas sin pausa, sin querer parar.
No sentía cansancio, porque se encontraba en una sintonización especial.
Y así es como en algunas semanas terminó toda la obra.
Y es que la mediumnidad escritora era un don precioso.
Entonces quedaban suspendidos todos los demás dones que poseía y cuando hiciera falta, se podían volver a activar.
Cuando escribía ya no sentía nada de la vida terrenal y vivía en otro mundo.
A veces permanecía en esta sintonización durante semanas.
No debía durar más, porque le suponía demasiado esfuerzo corporal.
A veces vivía estados curiosos.
Una mañana había salido de su casa temprano para visitar a sus pacientes.
Se fue a pie y en tranvía, ayudó a su gente y cuando estaba en su sala por la tarde de pronto se despertó de golpe.
Ni siquiera pudo acordarse si era la tarde o la noche.
‘Vaya, me quedé dormido’, pensó, y se fue corriendo donde su mujer para preguntarle por qué se le había olvidado llamarlo.
Entonces lentamente volvía en él su conciencia terrenal, y Alcar le mostraba que había hecho su trabajo bien.
Tanto descendía entonces en su vida espiritual.
En otra ocasión, su esposa querida le pidió que la acompañara a dar un paseo.
Paró de inmediato y fue con ella a pasear en la gloriosa naturaleza.
Habían estado fuera una hora y al volver sintió de inmediato que era acogido en su estado de escritura.
Cuando su mujer fue a acompañarlo una hora después, él le preguntó qué tiempo hacía, porque se sentía tan frío e infeliz.
No recordaba nada de la caminata y aun así había hablado con ella de varias cosas.

—Qué extraño —dijo ella.
Cuando después se puso a revisar sus escritos, vio que había escrito sobre las regiones oscuras, donde vivían los infelices que se habían olvidado en la tierra.
Mientras escribía atraía esas influencias hacía él y estaba conectado con ellas.
Una vez ocurrió que mientras escribía oyó decir: “Tocan el timbre, André, y no hay nadie en casa porque tu querida mujer salió”.
Se acercó a la puerta dando traspiés, abriéndola con la llave.
Allí frente a él había una persona desconocida, a quien preguntó qué quería.
Pero era su mujer, que había salido sin llave; pasó a su lado tranquilamente, consciente de que estaba de nuevo en otro mundo.
Entonces André no se acordaba de nada después.
No obstante, sentía en todo que se velaba por él, podía entregarse de buen grado y sabía que Alcar lo cuidaba.
Por eso estaba contento, ahora no podía pensar en ese miedo.
Los capítulos se iban sucediendo, hasta que llegó a un punto que hizo volver su miedo.
Había empezado con el cielo y el infierno y figuraba allí un pasaje sobre la clarividencia de la madre.
Lo asombroso era que ya había hablado con su mujer al respecto, porque en su estado también ella poseía clarividencia.
‘Pero’, pensó, ‘¿por qué lo escribo precisamente ahora, mientras que ella está en ese estado?’.
¿Era coincidencia?
¿Significaba algo?
Lo leyó por lo menos diez veces y por eso sintió que su miedo volvía.
En ese capítulo, Alcar les contaba a las madres que volverían a ver a sus pequeños que hicieran la transición.
Apoyaba a las madres en su profundo sufrimiento, intentando a la vez aclararles que hacía falta sintonización si querían volver a ver a sus pequeños.
Era terrible, le abrasaba el alma.
Él se resistía a la sensación con violencia, pero esta no quería ceder.
‘Escribo mi propia pena y dolor’, pensó, ‘mi mujer será la primera a la que Alcar quiera apoyar’.
No era posible, ¿no?
Reflexionó largo rato y llegó a la terrible conclusión de no seguir escribiendo, e hizo trizas el capítulo.
Pensaba que iba a enloquecer.
De no haberlo vivido, habría pensado estar bajo influencias malas.
Pero se le había concedido vivir todo por desdoblamiento y ahora no dudaba de ello.
Aun así se negó enérgicamente.
¡André se estaba rebelando!
Nunca había sido así y ya no se conocía a sí mismo.
Le rezó con fervor a Dios para que este cáliz fuera apartado de él.
Toda la semana esto ocupó su mente y se sentía liberado del miedo.
Sin embargo, algo lo corroía por dentro.
Ay, ¡qué difícil era!
Estaba a punto de destruir lo construido en muchos años de lucha.
Rompía por la mitad lo más sagrado, su conexión con Alcar.
El que quería dar su vida para el otro lado se negaba a trabajar para él.
¿No era terrible?
Se veía a sí mismo en las esferas, y en sentimientos vivió el gran momento en que dejaría otra vez la casa de Alcar.
Se veía a sí mismo arrodillándose ante su líder espiritual, diciendo: “No tengo mucho que contar, pero quiero decirle algo antes de que nos vayamos de aquí”.
No quería ni pensarlo, le daban escalofríos sus propias palabras.
Le prometió a Alcar que no le complicaría las cosas, y ahora, ¿qué estaba haciendo?
Él, el instrumento de Alcar, se negaba.
No, era increíble.
En silencio buscó papel, volvió a preparar todo y esperó si su líder espiritual empezaría.
Le hacía falta su ayuda, pues solo no lograría nada.
Si tuviera que seguir escribiendo solo, se marearía teniendo que distinguir todos esos estados psíquicos y sintonizaciones espirituales que había vivido.
Ahora su miedo creció aún más, era el miedo de tener que perder a su líder espiritual.
Llevaba noches sin dormir y por dentro pidió perdón, muy fervorosamente, para que por lo menos se le concediera volver a empezar.
Una tarde sintió que Alcar quería escribir y sin decir nada prosiguió.
No tardó en terminar el capítulo y había quedado más bello incluso que la primera vez.
Después llegaron otros estados diferentes y descendió para dejar constancia del infierno en todo su horror.
De nuevo se sentía uno con los que vivían allí.
Sus influencias eran tan intensas que incluso incidía en su cuerpo material mientras escribía.
Cuando hubo terminado también eso y su querida mujer, que estaba sentada a su lado, lo miró, de repente exclamó con asombro: “¡Qué viejo pareces!
Parece que tuvieras nada menos que sesenta años”.
Le contó cómo era posible, intentando liberarse de ello, lo que logró por completo.
Era tan sensible que incluso ahora que vivía en su cuerpo material, esas fuerzas todavía tenían influencia en su cuerpo.
Entonces lentamente se fue retirando a su vida material consciente y sintió cómo se iba liberando.
Estando en las esferas oscuras con Alcar había conocido sus vidas y sentido sus fuerzas.
Lo habían asaltado varias veces.
Ahora estaba feliz de que eso también fuera algo del pasado.
Después de las esferas oscuras empezó con las elevadas y sintió que volvía en él su miedo.
Era el capítulo en el que Alcar le mostraba la esfera de los niños y volvía a hablarles a las madres que se quedaban atrás para apoyarlas.
Su miedo se incrementó aún más cuando Alcar le dijo que por ahora lo dejara; seguiría más tarde.
Esta espera significaba algo.
Alcar había parado allí donde les decía a las madres afligidas dónde vivían sus pequeños.
¡Pensó nuevamente en el niño!
¿Será que tiene que morir de todos modos?
De nueva cuenta el sufrimiento destrozó, hizo trizas y pulverizó la felicidad.
Su felicidad fue solo breve y el sufrimiento volvió a colarse en su alma.
No le mostraba nada a su mujer, no había posibilidad de que lo hiciera.
Aun así sentía que tenía que prepararla y empezó una conversación con ella sobre las esferas:
—Escúchame por favor, Anna, te leeré algo de la esfera de los niños, para que oigas lo bello que es allí donde viven los pequeños de la tierra, que hicieron la transición a corta edad.
Oh, es un lugar tan hermoso.
Allí, los pequeños viven en palacios y ningún niño de la realeza de la tierra poseerá la felicidad que ellos sienten allí.
Ya te he hablado de esto antes, pero ahora se ha demostrado.

Pero ella no quiso saber de ninguna esfera y André sintió que tenía que parar.
Pensó que era un bruto por haber tocado el asunto ahora que ella se encontraba en este estado.
No obstante, volvió a surgir en él ese fuerte deseo y volvió a empezar a prepararla.

—Si tienes tiempo, no dejes de leerlo —dijo, y esperó a que ella reaccionara.
Pero no lo hizo.
Temblaba por dentro cuando pensaba lo que le vendría encima a esta joven madre.
Otra noche, cuando sintió que era posible, empezó de nuevo a hablarle sobre las esferas de los niños.
—Ven, por qué no me escuchas —le dijo.
André sintió que se le conectaba interiormente y le contó lo que percibía en estado clarividente—.
Allí, hay espíritus elevados que educan a los pequeños.

Habló con fervor y sintió que había depuesto todas sus fuerzas en su terrible alegato.
—Qué hermoso y bello es todo, que a uno le sea concedido vivirlo como ser humano terrenal, y cuando hay gente que tiene que echar de menos a sus pequeños, poder apoyarla de esta manera.
Qué gran gracia es, ¿no te parece a ti también?
—Sí —dijo de repente—, pero no querrás echar de menos al pequeño, ¿verdad?
Por más buena y bella que sea su vida allí, no querrás desprenderte de tu hijo, ¿no?
André sintió resistencia.

—Echar de menos, no, eso no —continuó—, y es que lo volverás a ver.
Allí seguirá creciendo y te esperará en radiante belleza cuando nosotros algún día hagamos la transición también.
La conexión es eterna y tu estás conectada con el niño, ¿verdad?

En este momento estaba arriesgando todo.
Intentaba con vehemencia ocultar su estado interior, y le dijo:
—Pero ahora imagínate, nunca se sabe cuál es la voluntad de Dios, que se nos quitara.

La sondaba para intuir su estado interior.

—Entonces, Dios llama al ser consigo y queda protegido de mucha pena y dolor.
Es un gran apoyo para muchas madres, ¿verdad?
—Pues será muy cierto todo eso —dijo—, pero no querrás perderlo, ¿no?
De nuevo estaba donde había empezado.
De todos modos había que hacerlo, todavía no era necesario que supiera nada; aunque solo quedara una pequeña chispa en ella, más adelante sería su apoyo para retomar su vida.
Con timidez empezó:

—Si lees lo terrible que es... —Pero no pudo seguir; ella lo interrumpió, diciendo:
—Por el amor de Dios, para ya, tú siempre con tu morir.
No quiero echar de menos a Gommel, ni a cambio de mil cielos y palacios, quiero quedarme con Gommel y ya basta de hablar de esto.
André se asustó.
Había ido demasiado lejos.
‘Gommel’ pensó, ‘Y esa, ¿qué clase de palabra será?’.
Ella era vienesa y le dijo que era su dialecto y que traducido significaba pequeño gnomo.
Era su apelativo cariñoso para el pequeño que llevaba.

—Este verano iré a pasear con Gommel —añadió, para ir a mirar al mismo tiempo la ropita que ya le había hecho a su Gommel.
André pensó, ‘He ido demasiado lejos, ojalá no sienta mi miedo’.
Tenía el corazón desgarrado, sangrando.
Y es que solo él poseía ese conocimiento.
Se sentía desesperado y su miedo se hacía cada vez más grande, más intenso.
¿Habría sentido algo?
Cuando regresó la volvió a sondar, aunque ahora para sentir si había notado algo.
Se propuso no decir una palabra más sobre el asunto.
Le dijo:

—¡Los paseos que daremos este verano!

La tocó de lleno en lo que le interesaba y ella misma siguió hablando de ello.
André se sintió feliz al darse cuenta de que ella no había ahondado en lo que había dicho él un poco antes.
Su felicidad estaba en ella y era su saber; su sintonización era tan diferente que la suya.
Era la posesión de la vida, de la que ella no dudaba un segundo.
¿Ahora qué?
Se había asustado de sí mismo.
Era verdad que era cruel hablar de un estado semejante cuando todo aún tendría que confirmarse.
¿Qué cosas no podrían pasar todavía?
No, se pareció extraño a sí mismo, no tenía que reflexionar tanto sobre esto.
Aun así pensó: ‘Imagínate que lo acepto absolutamente, ¿podría entonces seguir escondiéndoselo?’.
¿No hace falta para eso un poder sobrehumano?
¿Poseería esa fuerza como ser humano terrenal?
¿Cuál era el propósito de todo esto?
¿Podía procesarlo?
Intentó desplazarse en ese estado, pero sintió que sucumbiría.
Ya llevaba seis meses dudando para aceptarlo.
Seguía planeando entre dos estados de sentimientos, era sí o no.
Sí significaba pena y dolor, y no, felicidad.
El “no” estaba lo más cerca de él y era lo más difícil de retener.
El “sí” se volvía a colar vez tras vez en su alma y entonces sentía una lucha a vida y muerte.
Si Alcar se lo hacía ver sin dejar lugar a dudas, ¿seguiría dudando incluso entonces?
Cuando por la mañana iba a ver a sus pacientes, dejaba sus escritos de tal modo que ella lo tendría que ver, pero no decía una sola palabra sobre el asunto.
No se le podía alcanzar; no podía penetrar en ese muro de felicidad.
Estaba a su alrededor como una fortaleza, no permitía que nada se lo quitara.
Unos días después tuvo una preciosa visión.
Se veía desplazado a una institución en la que una madre daba a luz.
Lo vivía todo.
Era un espectador invisible.
Pero por más que quisiera, no podía observar a la madre, era como si se la mantuviera invisible.
Traía al mundo a una niña.
Estaba muerta y él entendía que detrás de esta visión se ocultaba una gran verdad.
Por más que se concentrara, no lograba verle la cara.
‘Una niña’, pensó, ‘¿y muerta?’.
No sería posible, ¿no?
Se le rompía el corazón interiormente; se sentía herido hasta sangrar.
El poder invisible le regresaba una y otra vez hasta que aceptó.
Pero no quería aceptar, ¡quería la niña, nada más que la joven vida!
Qué terrible era ser clarividente y ver y sentir todo de antemano.
La sensibilidad era hermosa, pero para él no era ahora más que lucha, una lucha contra su felicidad.
No podía ser que no se le dejara en paz.
Una y otra vez sentía una incidencia misteriosa.
¿Era Alcar?
¿Quién más podría ser?
Pero provocaba a ese poder invisible y se propuso con absoluta firmeza quitarse todo de encima.
Ahora había llegado a ser una lucha abierta entre él y las fuerzas invisibles.
Se le quería imponer algo, nada más que miseria, nada más que tristeza, no lo buscaban para nada más.
‘Vengan si quieren’, pensó, ‘no lo acepto, nunca, sin importar quién sea’.
No quería ver ni oír ni sentir, todos los dones estaban suspendidos ante este problema, no se les podía poner en marcha.
Sentía claramente que jugaba a las escondidas, y tenía cierta curiosidad por saber quién ganaría.
Era un juego cruel, como jugarían pocos en la tierra.
No, nunca se le habría ocurrido a él mismo; ¿cómo se explicaba, cómo era posible llegar a estar en una situación así?
Llamaba sin duda la atención que se le ayudara en todo lo que atañía a sus otros dones.
En todo sentía a Alcar, aunque sabía muy bien que precisamente chocaba con este problema.
No se atrevía ni a pensarlo.
No se atrevía a pensar ni en las esferas ni en los desdoblamientos ni en las pinturas, en nada.
Hacía su trabajo en pleno amor, pero para este conocimiento no se le podía alcanzar.
Así volvieron a pasar algunos días, hasta que Anna de repente le preguntó:

—¿Qué piensas que será?

¿Lo que será?
Lo alcanzó un puñal, porque era como ser conectado de repente con su visión.
Lo conmovió mucho y le despedazó el corazón.
Le contestó que todavía no lo sabía, pero su lucha había vuelto a empezar.
De nuevo pensó en su visión.
Intentaba de todos modos conectarse para volver a percibir el acontecimiento.
Pero por más que se esforzara, no veía nada, no era posible la conexión.
Y de nuevo se lo quitó de encima y dejó de pensar en el asunto.
Aun así estaba convencido de que jugaba un juego terrible.
Era una comedia como nunca había interpretado y él mismo era el primer actor.
Una noche su líder espiritual le comunicó que quería dibujar.
Para la criatura, añadió Alcar, lo que lo hizo feliz.
‘Ya lo ves’, pensó, ‘me preocupo por nada.
Todo es precioso.
Se siente bien, ni una nube en el horizonte que oscurezca la luz.
Alcar incluso dibuja’.
No podría esperar, no esperaría más, ¿no?
Su querida esposa estaba feliz de que desde el otro lado se mostrara interés por su Gommel.
Alcar le dijo que tenía que colgar el dibujo o bien encima de la cuna de la niña, o bien encima de la cama de ellos, y cuando André se lo comunicó a su esposa, ella dijo:

—No, si es para Gommel, tendrá que colgar también encima de su cunita.

André tenía otra vez nueva materia de reflexión.
¿Por qué tan categóricamente encima de su cuna o bien encima de la cama de ellos?
¿Significaba eso también otra cosa y era la intención que precisamente no se colgara encima de su cuna?
Pero no tuvo mucho tiempo para reflexionar, pues Alcar lo puso en trance y se había sintonizado su interés en ello.
Resultó un dibujo precioso.
La primera vez que Alcar trabajó en él ya era precioso.
Era una estrella de siete picos, con una cruz en el centro.
Después Alcar dejó el dibujo algunos días y André tuvo tiempo de reflexionar.
No le gustaba la cruz dibujada en el centro.
No era una cruz como las que Alcar siempre dibujaba en sus obras, con las que representaba fe y amor.
La estrella era Belén, el nacimiento, pero ¿para qué hacía falta esa cruz?
Nunca dibujaba cruces semejantes.
‘Siete picos’, pensó, ‘significa el más allá’.
Había siete esferas, en sintonización espiritual.
¿Qué quería decir Alcar con este dibujo?
Por enésima vez se rebeló y sintió que su juego había vuelto a empezar desde cero.
¿Alcar su oponente?
No, esto era demasiado, estaba yendo demasiado lejos.
Si tan solo pudiera enmendar esto.
Sentía que había dibujado su propia pena y dolor.
Primero había dejado constancia de su miseria; ahora dibujaba sin creerlo.
Dibujaba la muerte de su bebé; ay, qué difícil le era aceptarlo.
Veía el dibujo rodeado de un velo de luto.
La muerte estaba en él, y la sentía.
No podía desprenderse de esto, su amigo invisible le había ganado el pulso.
Pero esto ya era el colmo.
‘Es cierto que sigo viviendo en la tierra, que sigo pudiendo desprenderme de todo’, pensó, ‘quién quiere impedírmelo?’.
Había en él una sensación, que no dejaba de crecer, que lo hacía rebelarse, que lo incitaba a no dibujar.
“No dibujes”, oía muy claramente que le decían, “dibujas la muerte de tu propio bebé.
¡Qué clase de padre!”.
Oía risas.
“¡No dibujes!”.
No oía ya otra cosa que estas palabras.
Así se acostaba y pasaba horas despierto.
Cada vez pensaba en esa voz interior que lo azuzaba contra su líder espiritual.
Eran malas influencias que había atraído por negarse.
Se quedó dormido en plena rebelión y cuando por la mañana despertó en un mismo estado, lo primero que hizo fue despedazar el dibujo.
Cuando tuvo los pedazos en las manos, sintió un escalofrío.
Había ocurrido, no podía cambiar nada al respecto.
Por la tarde sintió un terrible remordimiento.
¿Qué había hecho?
Había destruido la obra de Alcar y el regalo para ella y para la criatura, así como el amor de ellos.
Sentía a Alcar, pero no se atrevía a mirarlo.
Tal vez entendía su terrible lucha.
Él también era solo un ser humano, con muchos errores.
Aun así era cruel de su parte: había destruido el amor de su bebé.
Eso era, supuestamente, un padre de amor.
¿Podría educar al bebé?
La nena ni siquiera había pisado el mundo y el padre ya destruía la felicidad de la niña.
Él, que quería amar a todo lo que vive, había quitado el amor a tres personas.
¿No era terrible?
¿Podía un padre dibujar la muerte de su propio bebé?
No sabía nada de eso, pero se mostraba dispuesto, ¿no?
¿Eso era humano?
¿Eso era amor?
Era demasiado basto de su parte mostrarse dispuesto.
¿Era eso lo que quería Alcar?
¿Un espíritu del amor?
No, sentía que no había hecho mal en despedazar el dibujo.
Se negaba a entregarse.
Pero una noche Alcar lo volvió a poner en trance, mientras leía el periódico, y dibujó a través de él.
No podía aportar nada, absolutamente nada.
Se dibujaba.
Ahora se terminó de una vez y quedó precioso.
Debajo de la estrella había una rama vital.
Un dibujo para el Gommel de su esposa, que la puso muy feliz.
Alcar le dijo algunas palabras, que eran:

—Esto sí que es para la criatura.

Ahora que lo vio terminado, también a él le pareció precioso.
Después de este dibujo, Alcar lo volvió a poner en trance e hizo otro dibujo simbólico.
Nuevamente, Alcar le dirigió solo unas cuantas palabras:

—Dibujé un estado del alma.

Era una pieza muy peculiar.
La miró durante largo rato, pero no podía encontrar una explicación y la guardó.
Ahora esperaba las cosas que vendrían.
Pero seguía sin abandonar toda la esperanza de que su hija nacería viva.
Había tranquilidad en él, su lucha disminuía.
Alcar no le decía nada y André pensó que su líder espiritual ya se lo perdonaría que le hubiera llevado la contraria y que no hubiera entendido su amor.
Una noche de nuevo fue ocupado.
Había surgido en él tan espontáneamente que después él mismo se puso a temblar.
De repente sintió que se le tomaba del brazo derecho.
‘Eh’, pensó, ‘¿qué es, y eso ahora qué será?’.
Últimamente ya no lo dejaban en paz.
No obstante tomó lápiz y papel, y se entregó.
Qué extraño, ¿quién lo había agarrado ahora?
No salió más que 6 x 7 - 12 x 1, 6 x 7 - 12 x 1, así se llenó toda la hoja.
No entendía nada y lo tiró a la papelera.
Su mujer le preguntó qué cosas hacía y le dijo que se había incidido en él pero que habían sido números sin significado.
El tiempo fue pasando lentamente.
Una tarde los fue a visitar un amigo, que era muy sensitivo.
André le mostró el dibujo y lo sondó para ver qué sentiría.
El amigo de repente se quitó el sombrero y André sintió que por dentro temblaba.
Ignoraba por qué razón, pero fue un acto peculiar el que había hecho.
Lo entendía por completo.
A su lado veía a su líder espiritual, incidiendo en él.
Fue una incidencia repentina, que desde el otro lado solo se podía sintonizar hacia personas sensitivas.
Se le podía alcanzar.
Esta fue para él la última prueba, ahora aceptaba.
En ese mismo instante vio claramente a su líder espiritual a su lado para mostrárselo a través de otro ser humano.
Su amigo no sabía nada de su acto inconsciente, aunque sí sintió, como lo comentó más tarde, que había estado bajo incidencia.
El dibujo le pareció milagroso y un valioso regalo.
Ahora André sintió que iba surgiendo en él una profunda tristeza.
Se había resistido durante siete meses.
Había luchado por su felicidad contra el ser humano invisible que quería convencerlo de una verdad que no quería aceptar.
Claro que había otros que lucharían hasta gastar sus últimas fuerzas, pero esta había sido una lucha muy peculiar.
El ser humano invisible, que en la tierra se consideraba muerto, lo había vencido.
Su felicidad había quedado destruida, el sufrimiento era el vencedor y el “sí” le había ganado al “no” en una lucha lenta pero con cálculos probados.
Ahora inclinó profundamente la cabeza cansada ante el vencedor.
Había recibido las últimas pruebas de Alcar.
Una vez solo, se arrodilló para pedir perdón durante un largo rato.
Su resistencia tenaz se había roto de una vez por todas.
Se entregó de buen grado y esperó lo que pasaría.
Ojalá todo terminara pronto, anhelaba la verdad.
Antes de que partiera su mujer, una amiga suya los fue a visitar para despedirse.
Ella también sintió la muerte en el dibujo.
Aun así a él ya no le decía nada, solo pensaba en ella y en lo grande que sería su decepción.
Estaba llegando, tenía que venírsele encima.
Veía acercándose desde lo lejos pena, dolor, nada más que tristeza.
La aplastaría; no era posible que ella pudiera guardar a la niña, también su fortaleza se destruiría.
Por fin llegó el momento y en la mañana del 5 de enero la llevó al centro.
En ese mismo instante sintió surgir en él dolores peculiares.
Era como las mareas, se iba y siempre volvía.
Se lo contó y ella también sentía el mismo dolor.
Alcar le dijo que lo había conectado con ella y que también él y un médico espiritual la ayudarían y asistirían.
Tendría que incidir desde la distancia, para eso se le estaba conectando y sentía los dolores, porque era uno con ella.
Cuando llegó a casa, podía agacharse solo a duras penas.
Era asombroso adoptar sus dolores desde la distancia.
Y sin embargo así era.
Llegó el seis de enero.
A las once de mañana aún no había nacido nada.
Ya había hablado por teléfono tres veces y le dijeron que no llamara antes de la una.
Pues bien, André volvió a casa.
Sentado en su habitación la oía gritar; pensaba volverse loco.
Qué suplicio oír y sentir todo desde la distancia.
Aun así no podía hacer nada más; tenía que esperar.
No, preferiría cien veces vivirlo él mismo antes que en este estado.
Era espantoso oírla.
Como fuera quería pensar en otra cosa que pudiera aliviarlo un poco, pero la sensación volvía a él aún más intensamente.
Llegó el mediodía, tendría que esperar una hora más.
Rezó con fervor para que sus dolores no fueran tan intensos.
Todo era tan antinatural.
Sus gritos por ayuda le atravesaban el alma.
El tiempo fue pasando lentamente y ya eran las doce y media.
La señorita que lo asistía lo llamó a comer.
Apenas se había sentado en la mesa, sintió que sus dolores se disolvieron de repente.
¿Dónde habían quedado?
Ya se había familiarizado con ellos.
Significaba algo.
Se sentía completamente libre.
Se concentró en ella y la vio frente a él.
El bebé, una niña, sin vida.
Había nacido a las doce y media.
Salió corriendo para hablar por teléfono y le dijeron que tenía que venir en seguida.
‘Ya estamos’, pensó, ‘mal, todo está mal’.
No tardó en llegar.
Por fin la verdad, que habían querido darle en el segundo mes, pero que no había querido aceptar.
El médico lo estaba esperando.

—¿Cómo está mi esposa, doctor? —preguntó André, antes incluso de que este pudiera pronunciar palabra.
—Bien. —Fue la respuesta.
—Y la niña, ¿muerta, doctor?
—¿Le han dicho algo?
—No, eso no, ya lo sé desde hace siete meses.
—En un fogonazo pasó ante él su lucha—.
¿Puedo visitarla?
—Claro que sí —contestó, mirándolo como si se hablara un idioma que nunca antes hubiera oído.
Extraño, muy extraño le parecía al médico.
Se sentía excepcionalmente tranquilo y quería apoyarla ahora.
Un nudo en el cordón umbilical había significado el final para la criatura.
Estas situaciones se daban rara vez.
Sí se daba alrededor del cuello, pero en este caso la niña se había pasado por él, y se cercenó ella misma la vida.
Se apresuró a la sala.
Allí yacía, sin Gommel.
Su pequeño gnomo había partido.
La lucha de él había sido librada, la de ella empezaba.
Ella también se sentía impotente.
Su felicidad fue solo un sueño, una visión, nada más.
Había sentido la felicidad de poder llevar una joven vida, debajo y muy cerca de su corazón; ahora esa felicidad había quedado destrozada, convertida en pena y dolor.
La apoyaba y veía pasar ante él una película.
Se le mostraba ahora un trozo de su película vital, tan genuinamente humana, tan trágica y profunda como las películas vitales rara vez serán.
Se acordó y vio pasar el momento en que había tenido una conversación con ella sobre la esfera de los niños.
“Iría a caminar con su Gommel y no quería perdérselo ni por todo el oro del mundo”.
El hombre ponía, pero Dios disponía.
Ahora ella tendría que seguir viviendo, sin Gommel.
André le habló de su espantosa lucha, que él no había querido aceptar hasta que unos días antes de este final había recibido la convicción.
Esto la apoyó y él sintió que la reforzaba.
—Luché durante siete meses, mancillando el amor de Alcar.
Le pediré perdón, porque sabe que no soy más que un ser humano y me perdonará.
Entrégala, ponla en las manos sagradas de Dios.

Ella se resignó.
—Gommel era demasiado buena para este mundo.
Allí, en el lugar del que te conté, allí vive ahora, feliz.
No vería un amanecer terrenal.
André era médium, médium en todo.
Todo eso significaba que escribía para otros, que los convencía de la pervivencia y que también él viviría en el significado profundo.
Viviría todo; no se le regalaba nada, absolutamente nada.
Esto era servir a poderes elevados, era la mediumnidad psíquica.
Tenía que cumplir una tarea, que levantaría el velo para la humanidad.
Tendrían que vaciar este cáliz hasta la última gota, y lo harían.
Entendía y sentía todo.
Pagaba su mediumnidad con su propia felicidad y con la de ella.
Sin embargo, ahora se sentía feliz de que le fuera concedido trabajar para ellos, sí, lo decía con sinceridad, era feliz a pesar de todo.
Pronto su esposa querida se había recuperado y volvió a casa.
André llamó a alguien para que enmarcara el dibujo de ella.
En el mismo instante en que quiso hablar, oyó que Alcar dijo:

—También el otro, André.
—¿Cómo?
¿Cuál otro? —preguntó por dentro.
—Este —volvió a oír y vio en una visión el otro dibujo.
Colgó el gancho y no podía más, se sentía destrozado por tanto amor.
Era el dibujo que representaba el estado del alma de la niña.
Dos a la vez, era imponente.
El primero significaba la muerte, el segundo la transición y la vida eterna.
Cómo era posible dar tantas pruebas de la pervivencia a la gente que no quería creer.
Lloró, dejó fluir las lágrimas y sintió a su lado su gran y amoroso Alcar, su líder espiritual, que no estaba enojado con él a pesar de todo, que era amor en todo, que haría que conociera a Dios.
Era genuino, suave y grande.
Le infundía respeto, nada más que respeto.
Era un acontecer formidable.
Los muertos vivían y los vivos estaban muertos.
Sentía esa verdad.
Los muertos llevaban una ciencia que para los vivos era demasiado imponente y que estos no aceptaban.
Los muertos sabían todo, pero en aquel momento no quiso aceptar su verdad.
Qué grande era el problema.
¿Cuántas pruebas de pervivencia había recibido ya?
¿Acaso la muerte no era intelecto?
¿Se percibía esta gran fuerza?
Su lucha habría sido innecesaria de haber aceptado todo de inmediato.
Pero ¿habría sabido aguantar?
¿Habría sabido ocultar todo?
¿Quién podría?
¿Era tan extraño que se hubiera rebelado?
¿Acaso no es cierto que todavía no somos más que seres humanos, serecillos humanos con un corazón pequeño y con tan, pero tan poco amor?
Sentía sus deficiencias y por eso había estado afligido, había sentido pena y dolor, porque estaba en rebelión.
Pero si hubiera entregado todo, todo habría sido diferente.
El problema completo se desplegaba claramente ante él, como un libro abierto: primero Alcar se lo había hecho sentir; él no lo había creído.
Alcar volvió y escribió para apoyar a su querida esposa y a todas las demás madres.
Nuevamente se quitó todo de encima y se liberó de esta verdad.
Lo único que quería poseer era eso, el bebé.
Luego su visión, también esa la entendía ahora por completo.
No se le había permitido ver a su propia mujer, pero habría tenido que prepararse para todo; entonces también todo habría llegado a él en otro estado y habría recibido la fuerza para eso también.
Pero no, se liberaba de todo alejándolo lo más que podía y ni siquiera creía lo que percibía.
¿Cómo podía un ser humano engañarse tanto?
Había recibido una lección vital, tan intensamente profunda y terrible que le bastaba para toda su vida en la tierra.
Después Alcar dibujó.
No quiso creerlo, pero había dibujado la muerte de su hija.
Solo ahora permeó en él lo grandes, lo imponentes que eran estas pruebas de la pervivencia eterna.
¿Quién había dibujado por medio de él?
¿Habían sido vibraciones?
¿Vibraciones que no quería recibir?
¿Se conocían en la tierra vibraciones inteligentes que pudieran dibujar?; es más, ¿que supieran de antemano que iba a nacer un niño pero que llegaría al mundo muerto?
¿Conocía la ciencia esas vibraciones?
Nunca había oído que existieran vibraciones que vivieran fuera del ser humano, que poseyeran el mismo razonamiento inteligente que Dios le había dado como regalo sagrado solamente al hombre.
¡Lo más divino que se le hubiera dado al hombre!
¿Se conocían en la tierra otros planetas con los que estuvieran conectados?
¿De dónde provenían esas vibraciones inteligentes?
¿De dónde?
¿Lo sabe usted?
Vamos, dígame dónde viven vibraciones inteligentes fuera de la sintonización humana.
Ciencia, tú también inclina la cabeza ante esta verdad.
¿O es esto el subconsciente?
¿Cómo podría surgir un subconsciente que no quisiera aceptar en concienciación?
Es lo mismo que lo que se mencionó más arriba.
¿Conoce usted un subconsciente que no quiera recibir pero que sí recibe?
¿Se puede alcanzar a un ser humano cuando no lo quiere?
¿Puede un ser humano lograr algo cuando no lo quiere, cuando no quiere recibir?
Nunca había oído que estos fenómenos pudieran contener verdad.
No, despedazaba todo lo que su subconsciente quería darle, lo que esas vibraciones querían contarle.
No quería tener nada que ver con su subconsciente ni con las vibraciones.
Pero qué grandes, qué potentes en amor eran ambas cosas.
Aun así su subconsciente era más fuerte que sus fuerzas conscientes en la vida terrenal.
En su conciencia no podía reprimir su subconsciente; este volvía y dibujaba.
¿No tenía el ser humano voluntad propia?
Y a su subconsciente, ¿le habría sido posible detener su vida consciente?
¿Conocía la ciencia algo así?
¿Se conocían esas fuerzas?
Él no las conocía, pero conocía otra verdad, una verdad sagrada, bella, y era que los muertos dibujaban por medio de él, que solo eran los que habían vivido en la tierra pero que habían depuesto sus cuerpos materiales.
Era tan sencillo e imponente ser feliz por esto.
¿No es una gran felicidad que a uno se le conceda exclamar, y que pueda hacerlo: “¡Ser humano, seguimos viviendo después de deponer nuestra vestidura material, nuestra vida es eterna!”?
Un ser que dejó la tierra hace muchos años dibujaba, sabiendo que la hija de André nacería muerta.
Qué poder, qué capacidad de pensamiento, cuánto más grande la sabiduría de ellos que la nuestra.
Se inclinará, el hombre se inclinará ante el saber de ellos.
El que vivió algún día en la tierra volvió y dibujó para un vivo la transición de su hija.
Pero también dibujó la vida eterna.
¿No es un consuelo?
¿No le dice nada a usted?
¿No es imponente cuando uno lo siente?
¿Acaso no hay que inclinarse ante ellos?
¿Es obra del diablo?
El que vivía detrás del velo quiso convencerlo el tiempo necesario hasta que lo aceptara.
Lo aceptó y había ocurrido.
André sintió surgir en él un poder tremendo.
Para esto daba su vida, para esto quería sacrificar todo.
Para poder convencer al ser humano en la tierra, para disolver el sufrimiento de miles de personas, para eso quería luchar y ahora agradecía a Dios que se le hubiera permitido vaciar su cáliz hasta la última gota.
Ahora que sabía ya no era una lucha, y también su querida esposa se resignaba ante este mensaje sagrado y se conformaba.
Ambos sentían la fuerza que les daban quienes vivían detrás del velo.
Para ellos daba su vida; era para todos los seres humanos, para convertir su sufrimiento en felicidad.
Ser humano en la tierra, tus muertos ven, oyen y están contigo para ayudarte, pero los vivos de la tierra son sordos y espiritualmente ciegos.
Desgraciadamente, es la verdad, André también lo vivió, mientras que veía, sentía y oía.
Pero aun así no quería ver, no quería aceptarlo.
Esto es espiritismo, espiritismo sagrado y no es obra del diablo.
No es una mesa que baila, sino saber, saber puro de que nuestros muertos están vivos y que nos apoyan y quieren ayudar en todo.
Unos días después de nuevo oyó que le hablaba su líder espiritual, que le dijo:

—Aquí estoy de nuevo, hijo querido, de nuevo estamos juntos.
André lloraba, Alcar era inagotable en amor.
Le daba calor a su alma, a la que tanta falta le hacía.
—Escucha, André: el hombre pone, pero Dios dispone.
¿Te queda claro?
¿Lo entiende todo mi hijo?
¿No vale la pena vivir la vida, por más difícil que parezca?
El hombre pone y pide: “Padre, que pase de mí este cáliz”, pero Dios dice: “Vamos, hijo mío, es por tu bien”, y el ser humano sigue su camino, al que se le debe obligar.
Otra vez lo estás viendo así.
El hombre pone y pregunta: “¿Lo haré así o asá?”.
¿Qué camino recorreré?
¿Este o aquel otro?”.
Mucha gente tiene abiertos muchos caminos.
Pero ¿cuál es el que hay que recorrer?
¿Derecha o izquierda?
No lo saben, porque el camino de Dios es tan difícil de encontrar.
Uno de los caminos parece tan fácil, tan ancho y no es tan fácil que se pierdan.
Pero el hombre no siente ni ve su propia perdición, pues se deslizará alejándose de ese camino.
Y entonces el hombre considera: ¿Tengo que recorrer este camino o aquel otro?
Este otro que tienen enfrente es tan difícil y entonces siguen un camino que los lleva directamente a las tinieblas.
Y así el hombre sigue suspirando y pregunta: pero ¿qué camino entonces?, y explora todos los caminos vitales que pueda recorrer.
Sopesa y pone, pero Dios dispone.
Dios le enseña el camino, como también a ti se te ha enseñado el camino.
Pero aunque el ser humano no quiera seguir ese camino, algún día lo recorrerá, a pesar de todo.
Y si se resiste hasta el final, si sigue poniendo todo en la balanza durante mucho tiempo, aun así Dios los llevará a todos por Su camino, de rodillas si hace falta, porque es el único camino para todos los hombres.
Es el camino que lleva a Él y que significa Su camino.
Has puesto todo en la balanza durante mucho tiempo, hijo mío.
Has recorrido muchos caminos, pero Dios te llevó al Suyo, por el que tenemos que ir todos, y que nos falta por recorrer.
Porque es la voluntad de Dios y todos los caminos desembocarán en el Suyo; entonces el humano alcanzará su Dios.
Después de largas andanzas, después de muchos pecados, después de muchos pasos en falso, el ser humano llega hasta Dios.
Dios ha dispuesto y finalmente todos aceptarán.
¿Tan fácil es encontrar el camino de Dios?
No, es muy difícil.
Y a la vez también es tan sencillo encontrarlo, y podría ser tan fácil, porque el camino de Dios es un camino de luz; pero el ser humano no quiere verlo.
Andan a ciegas y se tapan los ojos con las manos para evitar ver la luz de Dios.
A veces lo hacen inconscientemente, pero muchas veces de manera consciente y entonces se blindan con toda intención contra el camino que deben recorrer, errando hasta recapacitar.
Hasta que en algún momento el amor de Dios hable en sus corazones y tomen conciencia de que Dios es su Padre de amor.
Entonces se destaparán los ojos y verán la luz de Dios, en toda su gloria.
Entonces el ser humano se inclina mucho, muchísimo, e implora perdón por todos sus caminos equivocados.
Entonces dan las gracias a Dios, a su Padre, por haberles enseñado el camino.
Y solo entonces podrán decir: Dios, Tú dispones, porque no puedes consentir que Tu chispa de amor viva en profundas tinieblas y en pecado.
André, sopesemos y consideremos en la vida, queramos el bien, entonces también será más fácil de sobrellevar.
Lo que Dios dispone, en todo Su gran amor por nosotros, está bien hecho.
Algún día, todos, tanto tú como nosotros, nos veremos ante nuestro Padre Divino.
Entonces estaremos ante Él en nuestra plena desnudez y no habrá un solo rincón que no sea iluminado por el amor de Dios.
Entonces ya no habrá nada que Dios no sienta.
Y aunque las personas estén enfrentadas en la tierra y aunque allí sepan ocultar sus sentimientos más hondos, cuando estén frente al santo Padre ya no habrá un solo rincón, es más: nada que Él no vea, no haya visto, y entonces recorrerán Su camino.
Reza a Dios, hijo mío, reza mucho, en cuerpo y alma, por mucha luz, para poder ayudar a otros.
Reza para que tus pecados sean iluminados, para que tú mismo puedas ver, y veas siempre, para combatirlos tú mismo.
Reza para ver siempre luz ante ti, la luz sagrada de Dios, para que siempre la mantengas delante, para que veas Su camino, de modo que se te pueda dar la verdad.
Y una vez que hayas conocido la luz en plena fuerza y que se te haya concedido verla, entonces ni tú ni ningún otro humano querrá ya ver otra.
Amén.
Dile que nos encargamos de su pequeña y que su hija vive.
Para siempre, para siempre.
También dile que, si quiere volver a verla más adelante, tiene que sintonizarse con el ser, lo que solo se puede desarrollando amor en el espíritu.
Dios dispuso de esta joven vida.
Mi amor, mi lealtad siempre están contigo, donde sea que estés; donde vayas recibirás amor.
Ahora te aclararé varios estados.
En primer lugar sabía que el bebé vendría, pero también que volvería.
Te lo hice sentir de antemano y tú, André, lo tendrías que haber aceptado.
No me era concedido dártelo más claramente, no habrías podido cargarlo todo.
Ese destello de esperanza te permitió vivir.
Tu lucha no habría sido una lucha si hubieras sentido en ti este saber.
Aun así lo llevaste a cabo, porque Dios lo quería.
La joven vida vino para vivir el proceso de concienciación en la materia.
Antes de nacer regresaría.
No vería el amanecer.
Es una ley que conocemos de este lado y de la que te he hablado en nuestro último viaje.
En la vida estaba esa fuerza que no se puede sondar en la tierra, de la que el ser humano no sabe nada.
La vida cercenó la vida y volvió.
Esta fuerza estaba en su subconsciente.
Sonda, ser humano, ¡no sientes lo hondo de este acontecer!
Esto se lo digo alto y claro a la ciencia, hijo mío.
No había nada que se pudiera cambiar en esto.
Me lo comunicaron espíritus elevados, por lo que saqué mis cálculos.
Cuando tú no aceptaste, fui construyendo mis pruebas, de modo que resultó en toda una fuerza de pruebas.
Si hubieras aceptado, no habría sido posible para mí.
Yo, hijo mío, puse en ti esas fuerzas que obstaculizaban.
Para mí lo que importaba era ver lo que quería mi instrumento.
Vaciarías el cáliz hasta el fondo, por lo que luego me estarías agradecido.
Supongo que todo te queda claro, ¿no?
Mantuviste una pugna interna que ya no tendrás que volver a librar.
Convertí este estado en un gran conjunto poderoso, exigiéndote todas tus fuerzas para ello, por lo que podrás convencer a la humanidad.
Todas las pruebas que te he dado son para demostrar la vida después de la muerte.
André, cuanto más hondo el sufrimiento de la gente, tanto más grande su felicidad.
Yo jugaba al gato y al ratón, no tú.
Yo, hijo mío, le exigí todo a mi instrumento.
Reflexiona bien sobre todo, te servirá de apoyo durante tu vida en la tierra.
Serás feliz de poder dar ese saber a la humanidad.
El ser humano recibe felicidad inmaculada y pura por tu pena, por el dolor de ella.
Es el saber de que sus seres queridos viven, en felicidad y amor, para siempre.
Ahora puedo demostrar, porque es la voluntad de Dios, que vivimos eternamente.
Por eso le exclamo a la humanidad desde este lado: acepta estas pruebas, son verdaderas y puras.
Yo, Alcar, que viví en la tierra hace algunos cientos de años, volví a ti, y dibujé la pena y el dolor en un acontecer humano.
Le estoy agradecido a Dios de que se me haya concedido la gracia de poder convencerte de nuestra vida.
Qué grande es nuestra felicidad por poder usar instrumentos terrenales para así transmitir nuestra verdad.
Hermanas y hermanos, ¡estamos vivos!
Todos te esperamos y preparamos todo para ti, para más adelante recibirte de este lado.
Por eso te exclamo: tú también ponte en camino con miles a la vez y prosigue tu peregrinación como aquellos que viven de nuestro lado pero que pese a ello ignoran que han muerto en la tierra.
Sigan el camino del amor, para poder alcanzar la tierra de amor.
Tus seres queridos viven, todos te esperan.
Sintoniza con ellos en amor, para que de este lado seas vidente.
La vida eterna es una sola realidad.
Ahora te aclararé los dibujos, André.
El primero representa la muerte.
La estrella de siete picos: el nacimiento y la vida de nuestro lado.
La cruz significa el final en la tierra, así como la rama vital quebrada, lo que sentiste claramente.
El segundo dibujo representa un ciclo del alma, o la vida eterna.
Arriba ves un ave madre; lleva en el pico una cruz con forma de espada.
Significa amor, a través de pena y dolor.
Arriba a la derecha: el polluelo que vuelve a la madre en paz y felicidad, trayéndole paz y felicidad, nada más que verdad eterna.
Ambos están conectados por medio del corazón de amor.
La cruz representa el corazón de ella; no hay mayor sufrimiento imaginable para el ser humano que el que una madre deba entregar su posesión.
El círculo pequeño es la sintonización en el espíritu del ser.
Nuevamente está conectado por amor.
Ves la cruz espiritual, la fuerza de su amor.
Desde este estado descendió a la tierra la vida.
Hay una flecha que desde el espíritu apunta hacia la tierra; así el pedestal es la materia donde iría a vivir la concienciación.
Luego una flecha de que volvería en esta vida.
El círculo grande significa el ciclo del alma y los diferentes signos son estados vitales que el ser ha recorrido, lo que yo podría llamar reencarnación.
La reencarnación solo es útil para poder vivir este proceso en la tierra.
Cuando haya completado su ciclo, el ser volverá en lo divino.
Todo lo que has recibido, André, es verdad sagrada.
Cuando yo convenza a algunos, muchos serán felices conmigo.
Todavía no estoy listo y vivirás muchos otros estados que te iré aclarando en otros viajes.
Amigos, pueden poner las cosas en la balanza, pero Dios dispone de todos Sus hijos.
Dios dispone de su vida, porque la vida es Dios.
 
Te espera felicidad eterna, eterna.
Y a ti, hijo mío, te agradezco tu amor, y también a ella.
Saca fuerzas de esta fuente de sabiduría, verdad y luz.
Algún día volverá a encontrar su felicidad, en radiante belleza, en felicidad eterna.
 
Dios da a cada uno su cruz.
 
Ahora parto.
Tu Alcar.
 
André seguirá para convencer a la humanidad y usará su don de Dios de forma pura para seguir el camino de Alcar, el camino de la luz.