Cómo Alcar veló por una joven vida

Una mañana, Alcar despertó a André ya temprano, para informarle que a las doce tenía que ir a darle tratamiento a la pequeña Dora, la hija de año y medio de su amigo Jacques.
‘Qué extraño’, pensó.
‘¿Qué le pasará a la niña?
Apenas anoche jugaba en su silla, toda alegría’.
No entendía nada, pero obviamente se aseguró de llegar a casa de sus amigos a la hora indicada.
Nel, la mujer de Jacques, abrió y dijo que su marido aún no había llegado, aunque no tardaría.
—Vengo a ayudar a Doortje —dijo André.
—¿A Doortje? —preguntó Nel asombrada—.
¿Acaso le pasa algo?
—No lo sé todavía, Nel.
Pero esta mañana, mi líder espiritual me ordenó venir a ayudarla.
—Ya veo —dijo Nel—.
Sí, ha tenido la cara sin mucho color últimamente y a veces de repente empalidece.
Los niños pueden enfermarse antes de que nos demos cuenta.
Mientras hablaba, Nel había sacado a Doortje de su sillita, para pasársela a André.
Pero la nena no quería saber nada de eso e intentaba apartarlo con sus manitas, como si ya sintiera lo que estaba por ocurrir.
No obstante, él había contado con su resistencia y había traído unas golosinas, que podrían convencer a la pequeñita para rendirse de buena gana.
Nel la volvió a sentar con sus dulces y cuando André quiso aprovechar este momento favorable para magnetizarla, oyó que Alcar le dijo que debía darle tratamiento sobre todo en el lado derecho de su cabecita.
Su líder espiritual lo ayudaría a dárselo.
Lo asaltó un miedo repentino.
¿Lo había oído bien?
¿Alcar lo ayudaría?
Esto ocurría solo en casos graves.
¿Acaso la condición de Doortje era tan grave?
¿Qué era entonces lo que le pasaba?
Seguía sin saberlo.
Le puso ambas manos en la cabecita, a pesar de que ella intentara impedírselo como podía.
Al surgirle ese miedo, se había hecho el propósito de concentrarse como nunca antes, porque sentía por intuición que la enfermedad de Doortje era más grave de lo que podía sospechar.
Mientras magnetizaba entró en trance, pero en ese estado no pudo percibir nada más que una emanación gris oscura del lado derecho de la cabecita.
Alcar le informó que había visto bien y que después de un cuarto de hora tenía que volver a tratarla.
Entonces entendió que debía estar muy gravemente enferma.
—¿Es cierto, Alcar? —preguntó angustiado en pensamientos, para que Nel no lo oyera.
—Sí, hijo mío, pero todo se arreglará.
Tienes que volver a ayudar a la pequeña.
Nel le preguntó qué opinaba, pero André, que seguía sin saberlo él mismo, contestó que le había detectado un resfriado.
Por eso quería darle tratamiento de nuevo.
Nel se conformó con esta respuesta, porque ignoraba que magnetizar dos veces seguidas indica un caso grave.
¿Qué significaba todo esto?
¿Esta emanación gris era la enfermedad?
¿Por qué dos tratamientos tan seguidos?
Por suerte, Alcar no lo hizo esperar mucho en su inquietud.

—A ayudar, hijo —se le susurró—, después todo te quedará claro.
El segundo tratamiento que le dio a la muchachita fue más intenso aún que el primero y también le rezó con fervor a Dios por que se le diera a Alcar la fuerza para salvar esta joven vida.
Durante todo el tratamiento rezó por eso y también intentó adoptar la enfermedad en su propio cuerpo, algo que siempre lograba.
Entonces, succionaba lentamente todos los lugares dolorosos y después de que esto hubiera pasado, podía establecer el diagnóstico de manera clarividente.
Lo único que constató ahora era una sensación de rigidez en el lado derecho de la cabeza y escalofríos en la espalda.
Después del tratamiento se fue a casa y en el camino se encontró a Jacques, al que puso al tanto de todo lo que había ocurrido durante su ausencia.
A Jacques le sorprendió mucho, porque él tampoco había notado nada anormal en su pequeña antes de salir a trabajar.
—Tal vez Alcar haya descubierto algo extraño anoche, cuando estuvimos contigo.
En todo caso, el tratamiento no le hará daño.

Su amigo quedó convencido sin reservas, ya que, después de que en su momento su médico de cabecera lo declarara incurablemente enfermo, se le había concedido recuperarse por completo gracias a la ayuda de Alcar y André.
Así que le estaba sumamente agradecido a Alcar por su intervención y muy conmovido por esta prueba de amor por él y los suyos.
Por la tarde, su líder espiritual le comunicó a André que Jacques vendría a buscarlo alrededor de las nueve, y exactamente a esa hora su amigo tocó el timbre.
—Ven conmigo rápido, André —dijo—.
Doortje tiene un aspecto terrible.
Hay un gran tumor del lado derecho de su cabecita, tiene uno de los ojos completamente cerrado y desde el centro de su cabecita corre una raya azul al tumor.
¿Qué podría ser, André?
Como en un fogonazo le llegaron estas palabras:

—Dile que le dio un resfriado y que ahora se está manifestando.

Le pasó este recado a su amigo, que así se tranquilizó un poco.
En el camino volvió a tener contacto con Alcar, que le dijo:

—No temas, André, todo el peligro ha pasado.
Se nos ha concedido salvar a Doortje de las garras de una peligrosa enfermedad infantil.
No obstante, mientras no te dé permiso para hacerlo, no puedes contarles nada a los padres, porque aún no pueden conocer la verdad.
Adelante, tranquilízalos.
Pronto llegaron donde la pequeña enferma.
Tenía un aspecto realmente horrible.
No era extraño que sus amigos estuvieran muertos de preocupación.
Pero André los tranquilizó y dijo que tenían que alegrarse de que el resfriado se hubiera soltado.
Doortje estaba en el regazo de su madre, mirando tranquilamente a su alrededor, y André intentó tomar su cabecita entre las manos con cuidado.
Pero ahora no había absolutamente nada que hacer con ella.
Por eso mejor desistió de su intento y esperó las órdenes de Alcar.
Tenía la carita terriblemente hinchada y la raya azul tenía un aspecto alarmante.
De repente, gracias a Dios, oyó la conocida y tan amorosa voz que le susurraba:

—Ayúdale ahora también dos veces, por más que grite.
Una terrible verdad se escondía en estas palabras.
De todos modos se controló, para poder magnetizar tranquilamente a la pequeña con la ayuda de Jacques y Nel.
Se tenía que concentrar después del segundo tratamiento.
Así que se abrió y Alcar le pasó sus datos por medio de inspiración.
Mimaron a Doortje y la llevaron a su camita; después André acordó con sus amigos que tenían que llamarlo cuando lo necesitaran.
—¿Acaso hay entonces peligro? —preguntó Nel.
—No —le contestó André—, por suerte no hay peligro.
Alegrémonos de que el resfriado se haya soltado.
Una vez en casa reflexionó largo rato sobre el caso.
Después de dos tratamientos, parecía que su estado había mejorado ostensiblemente.
Pero, si era cierto que todo peligro había cedido, ¿por qué no había podido decirles la verdad a Jacques y Nel?
En realidad seguía sin saber lo que le pasaba a la pequeña.
Alcar solo le había dicho que había habido peligro de muerte, pero que se les había concedido salvar a Doortje.
No se sentía tranquilo por dentro; el desarrollo de los acontecimientos lo satisfacía solo a medias.
Por fin se quedó dormido, para despertar por la mañana con la misma sensación insatisfecha.
Sus primeros pensamientos fueron entonces para la niña tan enferma.
La noche había pasado sin que nadie lo hubiera llamado.
Era extraño.
Se empezó a angustiar.
¿No había escuchado bien esta vez y por ello actuado mal?
No era posible, ¿no?
En otros casos nunca dudaba de las palabras de Alcar.
¿Por qué entonces ahora sí?
¿Había hecho mal en irse a dormir?
¡Las cosas que podían haber pasado durante la noche!
¿De qué manera podría justificar todo?
¿Estaba seguro de que le había dedicado suficiente cuidado al tesoro más valioso de sus amigos?
Ellos también habrían dormido, porque no sabían nada del peligro.
¡Cómo había podido olvidarse tanto y mantener a su hija lejos de las manos de los médicos!
Había sido una irresponsabilidad y muchas cosas tenían que cambiar en él si quería convertirse en un instrumento amoroso para las Inteligencias elevadas.
¿Qué debía hacer ahora?
¿Ir a ver a Jacques y Nel?
Pero aún era tan temprano.
¿Acaso no entenderían que la niña de sus ojos estaba muy gravemente enferma?
No, no podía hacerlo.
Lo asaltó una gran tristeza.
Ay, ¿cómo podía enmendar todo?
Le rogó a Dios por perdón y rezó:

—Padre, tengo tantos deseos de servir como Tu instrumento puro.
Así que sea esta una lección para mí, Padre, una lección vital.

Ya estaba viendo a sus amigos deshechos por la tristeza.
Por su culpa habían perdido lo más preciado que poseían en la tierra.
Estaban quebrados para el resto de sus vidas.
Y, ¿quién estaba más triste?
Alcar, obviamente.
Lo había eliminado por completo por desconsideración imperdonable.
¿Quién seguiría creyendo en su Alcar ahora, si su instrumento ya no servía?
Ay, ¡qué angustiado estaba!
¿Y dónde estaba su líder espiritual ahora?
¿No sentía su sufrimiento?
En otras ocasiones siempre lo consolaba cuando estaba triste y preocupado.
¿Por qué entonces ahora no?
La cabeza casi le estallaba y estaba atontado de tanto pensar.
Ojalá no fuera posible haber perdido a Alcar, destruido su trabajo.
¡Ojalá pudiera ver algo!
Tal vez ya se habían perdido sus dones.
Qué pobre sería entonces.
Más pobre incluso que el ser humano más pobre que no tiene ya qué comer; porque ¿qué significa la falta de dinero y bienes en comparación con la pobreza espiritual?
Alcar le había hecho ver tantas veces que la riqueza terrenal no significa posesión espiritual ni eterna.
¿Qué es el oro terrenal en comparación con las posesiones espirituales?
¿Qué significa todo lo terrenal en comparación con sus dones?
Nada, sin duda.
Preferiría morirse de hambre a tener que vivir sin sus dones: su oro espiritual, su cristal eterno en el que las esferas brillaban en todo su esplendor, en toda su belleza.
Y ahora tal vez había destruido el trabajo de Alcar, su tarea de curar a los habitantes de la tierra y de convencerlos de que hay una pervivencia eterna, en una forma de existencia superior.
Debió quedarse con Doortje esta noche y velar escrupulosamente por esta joven vida.
Y ahora había deshilachado uno por uno los lazos de amor que lo conectaban con Alcar, jugándose así su confianza.
Dios le había regalado la gracia de poder trabajar para el Espiritualismo, y le había concedido ayudar y consolar a sus prójimos que sufrían por medio de sus dones.
Se le concedía apoyar a los que habían tenido que desprenderse de sus seres queridos, mostrándoles que la “muerte” significa vida.
Se le concedía curar enfermos, visitar las esferas como hombre de la tierra.
¿Y estaría lo suficientemente convencido de lo grandioso de todo esto?
¿Sería lo suficientemente sagrado para él?
¿Seguro que entendía bien que nunca podía darle suficiente amor a Alcar, que había dejado la tierra desde hace ya siglos y sabía infinitamente más que él?
Dios había puesto todas estas cosas sagradas en sus manos y si no intuía suficientemente el inconmensurable valor de este regalo de Dios, más adelante sería muy infeliz.
Miles de Inteligencias que han dejado a sus seres queridos en la tierra y los protegen mientras ellas perviven detrás del velo lo miran ahora desde arriba.
¿Estará completamente consciente de que tiene que vivir su vida de eternidad ya en el presente?
¿Que tiene que renunciar a todo lo que pertenece a la tierra?
De haber cumplido con su deber, sus amigos lo habrían amado incluso más de lo que ya hacían ahora.
Habría podido convencer aún más a la ciencia de que los médiums nobles y amorosos son capaces de asistirla por medio de clarividencia, fuerza magnética y otros dones.
Cuánto trabajo útil se le había concedido hacer ya.
Había podido ayudar a médicos y había hecho en unos cuantos minutos diagnósticos de los que ellos mismos no habrían sido capaces sin la ayuda de sus colegas espirituales, porque con la ayuda de Alcar podía ver dentro del cuerpo humano.
Todo habría sido diferente si hubiera escuchado bien.
Las personas no se entregan fácilmente a un magnetizador.
¿Las madres querrían todavía confiarle a sus hijos ahora?
¿No preferirían ahora mil veces verse en manos de los médicos a observar con resignación que él los privaba de toda asistencia médica?
¿No era para ellas mucho mejor saber que habían hecho todo lo posible que ofrecerle a él su confianza desacertada?
Era completamente consciente de lo grave de su negligencia.
Esto ya no era justificable.
Allí estaban sus piezas que había recibido de manera mediúmnica, pintadas por Alcar, que lo había usado como instrumento.
¿Todavía se atrevía a mirarlas, mientras a él lo retribuía con ingratitud?
En el espíritu no se hacen las cosas a medias.
O todo, o nada; eso sí que lo había aprendido a lo largo de los años.
Tendría que escoger entre o bien ser un médium bien desarrollado, o bien perder su mediumnidad, dado que esta es un don de Dios, y el Altísimo no deja que se burlen de Él.
¡Cuánto silencio se había hecho a su alrededor!
Parecía el mismo silencio y la misma calma que reinaban en la Tierra Estival cuando en su momento había entrado allí con su líder espiritual.
Se hizo más silencio aún, un silencio tal que podía oír la respiración de la vida.
Esto le sentó bien.
Lo tranquilizaba y se le relajaban los nervios.
El sentimiento de angustia se fue diluyendo y empezó a sentir la cabeza menos pesada.
Lo recorrió una sensación placentera.
¡Cómo era posible!
Pensó captar algún sonido por encima de su cabeza.
Era como si se le hablara susurrando.
Le sonaba como algo melódico.
Parecía música que le llegaba por el impulso del viento; música celestial que lo ponía feliz.
Ya no podía volver a imaginarse el estado de angustia en el que se había encontrado antes.
¿Dónde había quedado esa miserable sensación?
Sintió que lo iba invadiendo la felicidad con aún más intensidad.
¿Qué le estaba sucediendo?
Las paredes de su habitación desaparecieron ante sus ojos, para ceder su lugar a un asoleado y extenso paisaje de montaña.
Vio árboles con copas de colores oscuros y claros.
Justo ante él había un gran estanque en el que chapoteaban muchos pájaros como nunca había visto; y alrededor del estanque floreaba y desprendía su olor una abundancia de flores en matices de colores tan resplandecientes, de un esplendor tan apabullante como no se pueden contemplar en ningún lugar de la tierra. Bordeando ese jardín de flores celestial serpenteaba un sendero por todo el paisaje montañoso que se podía observar hasta llegar al horizonte.
Allí desaparecía de su campo de vista.
Escrutó su alrededor, pero no pudo distinguir ningún ser humano.
Qué pena que no vivieran personas aquí, pues qué felices serían rodeadas de toda esta belleza, en este jardín de la vida divino, como Alcar ya le había enseñado uno anteriormente.
¡Qué riqueza de armonía, delicioso sosiego y paz cubría este paisaje, iluminado por luz dorada!
Vio que algo se movía al final del sinuoso sendero.
No era mucho más que un punto, pero a pesar de eso pudo ver que se estaba desplazando.
Lentamente se fue acercando más y más.
Parecía ser una figura vestida de blanco.
Entonces, ¿sí sería un ser humano?
Qué indecible gloria debía ser entonces para esa persona que se le concediera vivir en este paraíso.
La figura siguió acercándose.
Entonces se detuvo y respetuosamente tomó unas flores entre las manos.
Durante un buen rato, la figura solitaria estuvo haciendo allí exactamente lo que había visto hacer algún día a Alcar.
Así que la figura también amaba las flores y la vida que está en todo.
¿Podría, al igual que Alcar, intuir la vida en todo?
Era una figura alta y delgada.
Así, vista desde lejos, era de la misma altura que su líder espiritual y en sus actos había un gran parecido a los de Alcar.
Qué pena, ahora desapareció detrás de los arbustos con flores.
¿Volvería?
La tierna vida la ocultaba a la vista de André.
Por suerte, allí la volvió a ver; a través de los arbustos pudo distinguir su sombra.
¡Qué serenidad había en sus movimientos!
Ahora de nuevo era claramente visible, pero todavía no podía distinguir con nitidez su rostro; para eso aún estaba a demasiada distancia.
Ahora de nuevo se venía acercando poco a poco.
En todo su ser había armonía y pensó distinguir una sonrisa en su bello rostro.
¿Sería hombre o mujer?
La cabellera de la bella persona le caía hasta los hombros, pero todos sus movimientos sugerían, en cambio, belleza masculina.
Sí, seguramente era hombre.
Ahora podía distinguir mejor su vestidura blanca; cuando la alumbraba el sol, brillaba en incontables matices.
A veces se la veía en una emanación rosa suave, otras en una azul celeste o de color vino, y se destacaba contra el fondo verde claro.
Era como si todos los colores celestiales de las flores entre las que se encontraba se reflejaran en esta vestimenta blanca.
Ahora el desconocido se volvió a detener, para tomar flores entre las manos por segunda vez.
Se inclinaba mucho hacia ellas, envolviéndolas con ambas manos, para así acariciarlas.
¿Ahora estaría también rezando, como Alcar, que rezaba a Dios a través de las flores?
A través de la vida que Él ha puesto en todo.
¿Sabría hacerlo también este bello desconocido?
¿Su sintonización sería la misma que la de su líder espiritual?
Probó si podría conectar con él concentrándose con fuerza.
Pero no podía penetrar en él.
Al llegar sus pensamientos hasta él, sentía que algo lo detenía, tirando de él, haciéndolo retroceder, y a pesar de su esfuerzo no lograba lo que sin embargo le era tan fácil en la tierra.
¡Cuánta fuerza y esfuerzo le costaba ahora!
¿Por qué era imposible sondear a esta persona?
Sentía claramente que su fuerza de concentración disminuía cuando se acercaba a él.
Había ahora algo que rodeaba a ese desconocido y que no podía penetrar.
¿Era acaso su irradiación, más fuerte y bella que la suya?
¿No podía ser conectada su luz con la de él?
¿Rebotaba en la suya?
Sentía en todo que el desconocido era superior a él.
¿No quería ser alcanzado?
¿No era susceptible de ser influido?
¿Poseía esa fuerza consciente de sí mismo?
André comprendió.
Rebotaba en él, como las olas del océano rompen en las rocas.
Esta persona podría desafiar huracanes y mover montañas.
Nadie más que Dios podría derribarlo de su pedestal.
Y Dios le dejaba su paz y su felicidad porque amaba la vida con un amor que se correspondía con el Amor sagrado de Dios.
Así que vivía en armonía con el Infinito y tenía que saber obrar milagros, solamente a través de su amor.
Eso también lo entendía André; se lo había enseñado Alcar.
Y si se aseguraba de ser un buen instrumento, algún día también a él le sería concedido poseer esa fuerza.
Sentía que no le era concedido seguir ahora, despilfarrando sus fuerzas.
¿De qué servía esto?
¿Se le concedía llevar una influencia que interfería en el sosiego del espíritu?
¿Esto era amor?
¿Le era concedido perturbar este sagrado sosiego, que no era de la tierra?
¿No sería mejor esperar pacientemente lo que pasaría a continuación?
Se arrepentía de ya haber ido demasiado lejos; tenía que aprender a controlar su curiosidad, pues esta no es más que amor propio.
¡Qué expresión tan apacible había en el noble rostro del desconocido solitario!
Parecía que era el Ángel de la Paz en persona.
Despacio, paso a paso, se fue alejando ahora del lugar en que había estado durante un rato considerable y continuó tranquilamente su camino.
Mantenía el rostro girado hacia la izquierda, como si estuviera observando algo allí que le llamaba la atención.
Pero... de repente se dio la vuelta y había desaparecido.
André se dio cuenta de que debía ser a causa suya.
¿No habría estado mal espiarlo así mientras rezaba?
Tenía que reconocer ante sí mismo que seguía siendo una persona lamentable y un basto habitante de la tierra a la que le faltaba mucho para estar sintonizada con lo espiritual, porque chocaba con lo que se le concedía contemplar aquí.
Tendría que haber observado todos sus actos con gran amor; entonces habría sido completa su sintonización y su espíritu habría estado en armonía con lo Eterno.
Pero el habitante de la tierra de materia basta no percibe de manera tan fina, tan espiritual, tan pura.
¿No sería mejor ausentarse en lugar de observar la belleza de las esferas, que hacía que el corazón le latiera con emoción?
¿Era digno de que se le concediera contemplar todo esto?
Seguía teniendo frente a él el paisaje extendido en todo su sosiego y belleza.
¿Quién sería entonces el afortunado que deambulaba allí tan gloriosamente?
En él vivía el espíritu de Dios, el espíritu del Padre.
Allí lo estaba viendo de nuevo.
Era extraño.
Si pensaba en él en amor, se volvía a mostrar de inmediato.
¿Podría captar sus pensamientos?
Sólo sabía hacerlo Alcar; nadie más que Alcar.
Lentamente se fue acercando.
Si tan solo siguiera por el camino enfilado, pronto podría verlo con más claridad.
No obstante, reprimió su fuerte deseo, porque lo entristecería profundamente si se volvería a retirar por su culpa, por la interferencia de sus pensamientos faltos de armonía.
¡Cuánto tiempo tendrá que pasar antes de que el ser humano pueda llamarse y tenga permiso de llamarse espiritual, y cuántos miles de años más tendrán que transcurrir antes de que en la tierra reinen condiciones mejores y el amor entre la gente sea espiritual, inmaculado y puro!
Solamente podría conectarse en amor con el bello desconocido.
Le quedaba claro.
Por tercera vez se detuvo allí entre las flores, un mar de flores, y extendió los brazos hacia ellas.
A continuación envolvió una gran flor azul con sus manos bellamente formadas e inclinó con humildad la cabeza, a la que iluminaba un brillo sobreterrenal.
El momento en que empezó a hablar fue solemne, sagrado.
Los sonidos le llegaron exactamente como poco antes había oído esa música gloriosa, y la voz, tan suave como esa música, le sonó igual de melodiosa.
Era una oración que elevaba al Creador:
 
 
—Flor mía, que portas la vida que Dios ha puesto en tu interior y en el mío, por medio tuyo mando mi amor a Él.
Conectándome contigo me conecto con Dios, porque Él nos ha dado la vida a ambos, porque ha depositado en nosotros la vida eterna.
Por tu bello color me mantendré en armonía con el Infinito, por tu dulce olor me fortaleceré.
Tu color, que es del espíritu, inunda los campos de la vida eterna.
El que respire tu olor se sentirá fortalecido, porque el aliento del Padre vive en ti, vive en mí.
Porque nuestro Padre es la Vida, nos ha dado la vida.
Tus aromas que intensifican la fuerza del alma de las personas serán dulces.
Por eso sentirá la vida como nos fue dada, porque Dios solo da una vida, que para él significará: hermosa tranquilidad, paz eterna, amor santificante.
Por eso me mezclo contigo, para acercarme al Creador en amor y humildad.
Mezclo mi luz con la tuya, porque juntos intuiremos la Luz de Dios, Su Luz eterna y sagrada.
Conservaremos nuestro amor, que es uno, que es eterno, que es la vida, porque Dios nos dio amor eterno, vida eterna.
Dios te dio la vida, tu resplandor azul y tu olor.
Dios me dio el Intelecto pensante y depositó en mí sabiduría y fuerza.
Sin embargo, nos dio una vida y un amor.
Por eso Dios nos hizo uno.
Estamos eternamente conectados a través de la vida y en amor.
Así vivimos en amor por Dios; en serenidad, en paz, en felicidad y en armonía por Dios, porque llevamos dentro una vida.
¿Podrá entender la gente en la tierra, donde viví en su momento y donde ahora tengo nuevamente trabajo que hacer, que somos uno?
¿O pensarán que somos necios?
Si conocieran tan solo un poquito de la felicidad que poseemos, que llevamos dentro, ya serían felices y habría paz en la tierra.
Ojalá supieran, bella flor, que el amor es fuerza y significa vida; que el amor puede hacer que se sequen los mares.
Pero solo cuando es de origen divino.
Si tan solo sintieran lo que es el amor universal, entonces podrían, como nosotros, ayudar y apoyar a los demás.
Pero los ayudaremos a usar la fuerza divina de Dios para hacer que despierten otros que todavía no intuyen la vida ni saben vivirla, que aún no están vivos.
Les enseñaremos a confiar en la fuerza divina de Dios.
Intensificaremos su confianza en todo.
Si tan solo la gente en la tierra pudiera tener más confianza; sería fuerte en su lucha.
Bella flor, confía; por eso es tuya la vida, tu vida se ha convertido en sentimientos, tus sentimientos en amor y tu amor en tu vida.
Ojalá la gente en la tierra supiera que la confianza en ella misma la haría capaz de obrar milagros; que la confianza en ella misma haría crecer y florecer su amor y lo embellecería.
La confianza en uno mismo es la fuerza de toda vida.
La confianza en uno mismo es la fuerza divina que Dios llama vida.
La confianza en uno mismo conecta al ser humano con Dios.
¿Por qué el ser humano duda que haya una vida eterna?
Porque, bella flor, no siente su vida eterna, no la entiende; porque no es consciente de ella.
Sigue siendo una posesión suya inconsciente.
Por eso lo llamamos un muerto en vida.
Se enoja, bella flor, cuando se le dice la verdad, cuando se le muestra la verdad.
Oh, podría contarte tanto sobre el ser humano terrenal, mas no quiero perturbar tu sosiego.
El ser humano en la tierra desconoce nuestro sosiego, porque vive en disarmonía y no siente armonía, porque su vida carece de armonía, porque está en disarmonía con su Padre celestial.
¡Cuántas cosas bellas no podríamos contarle de nosotros!
Pero le parecería demasiado melindroso, demasiado aterrenal.
A tal grado se han materializado sus sentimientos espirituales.
Cuando queremos instruirle por medio de nuestros instrumentos, pidiéndoles hacerlo tal y como lo vemos y sentimos, porque vivimos y estamos despiertos, entonces piensa que los médiums se han convertido en nuestros esclavos.
Lo piensan principalmente los que creen saber algo de sintonización espiritual.
Si tan solo nos tuvieran más confianza, podríamos indicarles sus errores, llevarlos al camino correcto y conectarlos con nuestra vida, que es vida eterna.
¡Cuánto podríamos darles entonces!
Pero, bella flor, incluso los que ven espiritualmente, que llevan dentro el don de luz, carecen de suficiente confianza en sí mismos.
También ellos se tambalean todavía y están sometidos a influencia.
Ahora saco fuerzas de ti, mi flor.
Con tu savia alimenté y fortalecí vida joven.
Ahora me voy, pero volveré, para contarte todavía más sobre las personas, cuando no perturbe tu sosiego.
Aunque tu amor será lo suficientemente fuerte, porque viene de Dios.
Haré comprensible lo incomprensible y desarrollaré el espíritu humano en la tierra.
Así quiero dirigir a las personas y sintonizar sus sentimientos con Dios.
Entonces todos sus temores y dudas se convertirán en confianza en ellos mismos.
Vive, flor mía, vive.
Deja que viva la vida que hay en ti.
Deja que siga siendo tu felicidad y vida eternas.
 
A André le latía el corazón con fuerza.
Ahora sabía lo suficiente y entendía todo.
La figura luminosa que tenía frente a él no podía ser nadie más que su propio líder espiritual, su propio y amado Alcar.
Ahora lo había visto como nunca antes.
Sí, entendía todo.
Su temor había sido innecesario y su confianza se había tambaleado.
Todavía le habían faltado fuerzas para enfrentar el peligro.
Tendría que haber reconocido a Alcar de inmediato sin dudar nunca de su ayuda.
Se sentía como paralizado y apenas tenía fuerzas para cargar con todo esto.
Entonces oyó la amada voz que conocía de sobra, que susurraba:

—André, hijo, el que quiera realizar todo en amor será inagotable, porque el Amor es Dios y Dios es inagotable.
André alzó la mirada.
Ahí, frente a él, estaba su líder espiritual.
¡Qué bello era!
Durante sus viajes a las esferas no se le había mostrado nunca con una belleza tan resplandeciente.
—Solo me verás así cuando estés completamente sintonizado conmigo y, como ahora, vengas a mí en gran amor humano.
Amor que me diste a través de tu miedo, visto que tu miedo era amor, y que está sintonizado con esta esfera.
Esta prueba de tu amor por mí me hizo decidir poner fin ahora, y para siempre, a la falta de confianza que había en ti.
Conocía esta desconfianza, hijo, y por eso te mantenía fuera de todo y no eras más que mi herramienta.
No obstante, así no habrías aprendido nada, pero tu amor se ha sintonizado con el mío por tus sentimientos profundos.
Así nos hicimos uno y pude conectarte con ese amor, con esa esfera, donde sentías el sosiego que pone armonía en todo, lo que significa vida espiritual.
Durante la enfermedad de Doortje quise fortalecer tu confianza en ti mismo, para mostrarte que solo el amor es confianza en uno mismo.
Ya no se te mantendrá fuera de la verdad, porque ahora sé que todo te es sagrado, que tu amor crecerá y florecerá y que obraremos milagros en el nombre del Padre, porque Él es la Vida de toda la vida.
Ahora todo te habrá quedado claro.
Pero siempre has de estar alerta de no convertirte en marioneta de tus sentimientos y sobre todo también de no pensar que sabes más que nosotros, porque eso significaría vanidad, de la que nunca te podremos advertir demasiado.
Ya no te dejes influenciar de manera errónea; recuérdalo.
La incredulidad es el veneno que ha infectado a la humanidad.
He aquí ahora otra imagen.
André vio a Doortje frente a él y le dieron ganas hasta de gritar de felicidad, pues la niña estaba viva.
Así que se había preocupado sin motivo, porque no había confiado suficientemente en Alcar.
—¿Sientes ahora —preguntó este—, por qué Jacques y Nel no deben saber nada?
Si supieran de la seriedad de la enfermedad de su hijita, nos la quitarían para confiarla, por su miedo, a un médico terrenal.
Pero está a salvo en nuestras manos y por medio de dos tratamientos magnéticos hemos podido salvar a la pequeña de una meningitis.
A André ya no le sobresaltó esta información, visto que ya no era posible que se tambaleara su confianza en Alcar.
—Ahora todas las sustancias malignas dejarán el cuerpecito; pronto lo notarás.
Yo velaré por ello, André.
Confía, confía, confía.
Y luego esto.
No te sobrevalores, pero más que nada tampoco te subestimes, porque entonces, ¿cómo podrías ser consciente de tu propia fuerza y convencer a otros de nuestro saber?
Y también muestra que de ti emana amor, porque el amor obra milagros.
Tu amigo no vendrá y mañana la niña estará mucho mejor.
Alcar se había ido y André estaba solo de nuevo.
Había aprendido mucho durante las últimas horas y había entendido bien la visión.
Qué felicidad era para él haber podido ayudar a su líder espiritual a conservar una joven vida para los padres.
La noche después, fue a ver a Doortje.
Nel vino a su encuentro desde el pasillo exclamándole:

—¡Doortje está mucho mejor, André, pero salió un montón de suciedad de su orejita!
Esta tarde a las tres se reventó el absceso, acompañado de un olor terrible.
¡Cómo ha debido de sufrir mi pequeño tesoro!
La pequeña estaba otra vez en su pequeña silla y lo miraba con su carita sonriente, como si se diera cuenta de que ya todo se había arreglado.
Ya no hacía falta que la ayudara.
El milagro había sucedido gracias a los dos tratamientos.
Pero no se salvó de volver a caer enferma, porque su oreja izquierda empezó a hincharse poco a poco y la piel alrededor a teñirse de rojo, hasta que finalmente apareció un tumor detrás de ella.
André la trataba dos veces por semana, como le había ordenado su líder espiritual, mientras que le había comunicado también que este proceso se repetiría cinco veces y que el segundo tumor sería algo más pequeño que el primero.
El último sería del tamaño de una canica.
Les pasó este mensaje a sus amigos, que se quedaron muy impresionados.
Les pareció terrible.
Este primer tumor era casi del tamaño de una nuez y podía reventarse en cualquier momento.
Una tarde, Alcar dijo que eso sucedería por la noche y que había que vendar bien a la pequeña, pues se liberarían muchas sustancias malignas.
La mañana siguiente, Jacques fue a contar que lo que Alcar les había comunicado se había cumplido.
El primer tumor había desaparecido.
Aun así la orejita seguía roja e hinchada, y desde el momento en que se presentó la hinchazón hubo y seguía habiendo sangre en la orina, lo que según Alcar cambiaría después de que desapareciera el último tumor.
Lentamente fue apareciendo el segundo y desapareció nuevamente como el primero.
Y cuando por fin este proceso se hubo repetido cinco veces, el color de la tez de la pequeña afortunadamente empezó a mejorar y ya tampoco había rastro de sangre en la orina.
—Ahora Doortje está curada —dijo Alcar—, y no volverá a enfermarse por ahora, pues hemos sacado todas las sustancias malignas, lo que será de gran peso para el resto de su vida.
Entonces André les contó a sus amigos con cuánto amor su líder espiritual había velado por su tesoro y de qué temida enfermedad la había salvado.
Naturalmente, esta información los conmovió mucho y estaban profundamente agradecidos por todo lo que Alcar había hecho por ellos en su gran amor.
—Podemos ayudar a las personas en todo —dijo Alcar—, y en caso de enfermedad grave no se esperará un minuto de más si resultara que hay que pedir ayuda médica terrenal.
Siempre velaré, día y noche, porque el espíritu ya no necesita dormir ni conoce el cansancio.
Pero a ti te toca cumplir todo según nuestros deseos.
Entonces no hay peligro.
Entonces la gente se entregará con disposición a nosotros y la ciencia nos aceptará, porque habremos ganado su confianza.
Los médicos acudirán a nosotros por ayuda cuando estén impotentes ante casos de enfermedad grave.
Inclinarán la cabeza y depondrán su pudor fingido, porque muchas veces se ven ante problemas que no lo son para el espíritu, porque nos conectamos con la materia y vemos a través de ella.
Entiéndeme bien: yo probaré a la ciencia que pervivimos; yo, llamado ahora Alcar, que antes vivió en la tierra.
Viví en su tierra hace siglos pero el nombre que entonces portaba sigue siendo pronunciado con deferencia por muchos de ustedes.
En el mejor momento de mi vida, con algo más de cuarenta años, me llamaron para dejarla.
Antes de ese momento, sin embargo, ya estaba convencido de que mi vida no terminaría con la terrenal.
Y cuando tomé conciencia en qué estado había dejado a muchos hermanos y hermanas, me invadió, gracias a Dios, un intenso deseo de poder convencer a las personas terrenales de que hay una pervivencia después de la muerte material.
Hace mucho ya que también todos mis amigos están de nuestro lado y me ayudan y apoyan en esta tarea.
En la tierra de ustedes llevaban nombres destacados, que siguen perviviendo allí y que ciegan a la gente, mientras que para ellos ya no tienen valor, porque hemos aprendido que es solo el espíritu el que le da valor a la vida.
Si se pudiera aceptar que detrás del velo trabajamos con gran amor para ellos, intentando ayudarlos con todo, entonces también nos podrían aligerar mucho nuestra tarea, actuando conforme a nuestros deseos, pero al pensar que lo muerto, muerto está, no quieren tener nada que ver con la vida.
Por eso volvimos a la tierra, yo y tantos otros, para despertar a la humanidad y convencerla de que vivimos, porque Dios, que es Amor, nos dio a nosotros y a ella una vida eterna que gracias a una constante evolución llegará a ser perfecta algún día, como es perfecto el Padre en los Cielos.
Así se me concedió, pues, salvar una vida joven a mí, el ser humano descorporizado con mi intelecto pensante desarrollado, mientras que nadie en la tierra sabía qué enfermedad peligrosa sufría y por lo tanto nadie habría podido intervenir de manera contundente, de modo que no habría quedado más que materia, solo materia.
Con eso quería demostrar que mediante un médium sanador noble podemos ayudar al ser humano a resolver sus problemas y que queremos darle amor siempre.
Si tan solo aprendiera a comprender que los “muertos” viven.
Desde el más allá le exclamamos: vivimos, vivimos de nuestro lado en gran felicidad.
Vivimos en amor eterno e inmaculado; un amor como en la tierra no lo conoce ni percibe ningún ser humano.
La vida eterna es indestructible, pero se puede desarrollar completamente en el espíritu solo después de la muerte material.
Es indestructible porque la Vida es Dios y Él no destruirá Su propia Vida.
Pero cuando llegue el momento en que Dios lo llame y se produzca la supuesta muerte, lo único que tendrá que hacer el ser humano es deponer su vestidura material, como depone tantas veces una prenda, gastada o no.
Entonces el espíritu se liberará de sus cadenas para poder elevarse hacia regiones desconocidas, más arriba, siempre más arriba.
Nosotros, que hemos depuesto nuestra vestidura material hace tanto tiempo, nos acercamos a las personas para contarles esto, porque sabemos que siempre evolucionaremos, para adoptar formas de existencia cada vez más elevadas hasta que seamos demasiado sensibles, con una sintonización demasiado elevada para poder seguir conectándonos con los habitantes de la tierra.
 
Terminé por demostrar que el magnetismo es la fuerza bendita que ayudará al ser humano a curar a sus enfermos, porque es una fuerza curativa pura y natural, y todo lo natural y puro recorre el camino que lleva a lo Elevado.
Yo, que hace tanto tiempo vivía en su tierra, salvé una joven vida porque era la voluntad de Dios.
Así que solo me será posible cuando mi fuerza no atente contra la fuerza de Dios.
Nosotros, que intuimos el espíritu mucho más intensamente que el ser humano, sabemos lo que podemos y se nos concede hacer en sintonización con Dios.
Espiritualmente, el ser humano sigue inmerso en un profundo sueño, del que no despertará del todo hasta que sea uno de los nuestros.
Salvamos a Doortje.
¿No les prueba a los humanos que volvemos a ellos para hacer nuestro trabajo rodeados de ellos?
Dios nos dio la gracia de poder volver a ellos.
Por poseer la luz, vemos en su oscuridad que nuestra luz iluminará.
Hombre de la tierra, acepta la luz, porque esa Luz es Dios.
Te abrochamos el salvavidas del espíritu.
Ten presente que en el mar de la vida no hay tormenta capaz de destruirte.
Te mantendrás a flote, porque la Vida eterna te mantendrá a flote.
En ti está la sagrada chispa divina, la fuerza salvadora por la que estás sintonizado con Él.
Seguiremos velando las vidas jóvenes y también las vidas que aún están en mantillas —que podrían llamarse jóvenes todavía en el espíritu—, aunque hayan llegado ya a la edad de setenta o incluso de ochenta años.
A ellos y a los jóvenes queremos ayudarlos.
Y por eso digo a todos ellos: ahora te queda tiempo, ahora sigues en tu cuerpo terrenal, en la posesión de tu vida terrenal.
Hay que salvar, amigos, lo que se pueda salvar.
Pero no hay que salvar materia, sino el espíritu, y hay que purificar su alma.
Entonces al final habrá una vida de Amor eterno, de felicidad eterna en la Casa de Dios mi Padre, cuando tu peregrinación terrenal haya tocado a su fin.