Maestros en el mal

André volvió otra vez más la mirada al ser que seguía muy inclinado ante su terrible máquina.
Seguían zumbando, como si ya estuvieran extrayéndole sus jugos vitales al pobre ser humano.
—Logrará su propósito, André; nadie podrá detenerlo en estas tinieblas y no lo olvides: el hombre tiene voluntad propia, se pone a sí mismo en una sintonización horrible.
No tardaron en salir.
André miró el extraño edificio, sabiendo ahora lo que significaban las extrañas torres que había en todas las esquinas.
Toda la construcción respiraba temor y horror.
Atravesaron varias calles para volver a desembocar en una plaza en la que había muchos seres.
Algunos andaban solos y abandonados, rehuyéndolos a todos, pues ya no querían encontrarse con seres humanos.
Ahora también entendía por qué estos seres se aislaban.
Otros más estaban violentos y agitaban brazos y piernas, por lo que dedujo que seguían sin ser conscientes de lo profundamente trágico de sus vidas.
Se habían reunido en bandas.
Alcar le dijo:

—Tienes que quedarte aquí esperando un rato, André.
Quiero trabajar un poco, no tardaré.
—¿Tiene que irse?
—Sí, hijo mío, ¿no estarás angustiado?
No olvides que, si se te dirige la palabra, o si alguien te molesta, puedes volver a tu propia sintonización.
Si tu concentración está dirigida hacia mí, nos encontraremos en nuestro propio estado.
En nuestro primer viaje y en el anterior no fue posible dejarte solo; ahora, sin embargo, te has desarrollado hasta ese punto.
A André le daba escalofríos la idea de tener que quedarse solo.
—¿Miedo, André?
No estaba tranquilo por dentro, pero quería esforzarse.
Alcar se fue.
Allí estaba, solo en estas tinieblas, en las que no vivían más que demonios.
Ojalá que no pasara otro desfile de estos, le hacían temblar y estremecerse.
¿A dónde habría ido Alcar?
Esto no había ocurrido nunca antes.
No se atrevía a alejarse.
Del otro lado de la calle estaba mirándolo un individuo ruin, lo que no le agradó.
Fingió no sentirlo, pero le infundía miedo.
Intentó expulsarlo de sus pensamientos, pero sintió la imposibilidad de hacerlo.
¿Qué quería de él?
Qué tendría que hacer, Alcar seguía sin volver y su líder espiritual había dicho que no tardaría mucho.
El hombre seguía mirando en dirección suya y quería conectarse con él.
¿Ahora qué?
El corazón le latía en la garganta, el individuo se le estaba acercando.
Es lo que le faltaba.
Pensó rápidamente lo que tendría que hacer y decidió quedarse.
Era una figura alta, vestida con una túnica peculiar.
Podía ser oriental, pero también él no llevaba más que el rojo estridente o el verde veneno; estos colores predominaban en toda su túnica.
Tenía el rostro moreno.
—¿Qué esperas? —le preguntó de manera muy hosca.
—No espero a nadie —contestó muy rápidamente a su pregunta, para mostrar que estaba tranquilo.
—¿Así que vienes solo?
—Sí, estoy solo, ¿y qué?
—Nada, solo te pregunto si estás solo.
André lo sondó, pero sintió que chocaba contra él.
‘Qué extraño’, pensó, ‘siempre lo logro con los que tienen otra sintonización a la mía, más baja, pero con él no puedo hacerlo.
¿Por qué ahora no?’.
Pero no tuvo tiempo de reflexionar, porque el ser le preguntó:

—Si te interesa, ven conmigo, sé dónde podemos divertirnos.
‘Divertirnos’, pensó André, ‘conozco sus diversiones y sé cómo festejan’.
No lo acompañaría por nada en el mundo.
—No —le contestó tajantemente—, no lo acompaño, no me hace falta.
—¿Por qué no? ¿No estás aburrido?
—No lo estoy.
Dejó pasar su mirada junto al hombre para ver si su líder espiritual no volvía aún, pero no veía rastro suyo.
—¿Esperas a alguien? —le preguntó el ser sin rodeos.
Rápidamente volvió a pensar qué replicar y dijo:

—Sí, a un ser humano.
El ser estalló en risas, diciendo:

—¿A un ser humano?
André sabía qué quería decir el hombre.
¡Aquí no había seres humanos!
Pero ¿estaría enterado de eso?
¿No llevaba la misma vestidura que miles de otros y no vivía en estas tinieblas?
Pero ¿cómo podía sentir ese hombre lo que él quería decir?
Le era un misterio; todavía no había conocido estas fuerzas.
El ser se estaba haciendo cada vez más descarado, lo agarraba por el brazo y quería llevárselo.
—¡Quiero que se me deje en paz! —le gritó André—, ¡quiero estar solo! —Y pensó que había llegado el momento de volver a su propia sintonización.
‘Qué horroroso’, pensó, ‘¿por qué Alcar me deja solo tanto tiempo?’.
Aquí el peligro acechaba desde todas partes.
Le habría encantado poder seguir esperando, pero le era imposible.
El individuo lo agarró y por eso decidió desaparecer.
Se concentró intensamente y sintió que se estaba liberando de sus garras, entrando en otro estado.
Allí estaba, completamente solo, ¿cómo lo encontraría Alcar?
Aun así esperaría y sintonizaría sus pensamientos en Alcar.
¿Qué era eso?
¿Estaba viendo bien?
Allí venía acercándosele el ser del que había huido hace un momento.
¿Cómo podía liberarse ese hombre de la tierra del odio?
Nuevamente estaba viviendo leyes que su líder espiritual no le había aclarado.
¿En qué sintonización se encontraba ahora?
A su alrededor había luz, no podía haberse equivocado.
¿Bajo qué influencia se encontraba?
¿Cómo era posible que ese hombre pudiera entrar aquí?
El forastero se le venía acercando y ya desde alguna distancia le habló, diciendo:

—Ya ves que yo también puedo seguirte.
—¿Quién es —le preguntó André—, qué quiere de mí, por qué me sigue?

El hombre no contestó, pero le entró otro sentimiento, que lo llevó desde este ser hasta su líder espiritual.
¿Sería posible?
¿Estaba frente a su líder espiritual?
Sintió a Alcar en él.
—¿Sientes quién soy —preguntó entonces el ser—, y ahora que me sientes, me acompañarás entonces?
Volvió a sondar al hombre que tenía frente a él y que era tan misterioso.
Por segunda vez llegó hasta su líder espiritual.
Ahora ya no dudó y exclamó con fuerza:

—Alcar, ¿de qué sirve todo esto?
¿Por qué tiene que dejarme solo?
—Lo entenderás más adelante.
Has de saber que hace falta.
André estaba abrazado al forastero y se arrepentía de haber insultado a su líder espiritual, tildándolo de “individuo”.
—No podrías haber hecho otra cosa, hijo mío; los que viven allí son individuos.
Quise dejarte solo para quitarte todo el temor que hay en ti antes de que descendamos hasta los maestros en el mal.
Por eso lo hice.
Puedo convertirme en todas las nacionalidades si me concentro en una sintonización, aceptándola.
Descenderemos y volveremos al país del odio.
No puede haber en ti nada que signifique temor.
Visitaremos ahora una de esas órdenes temidas en las que solo pueden descender seres con sintonización más elevada que los intuyen en todo.
Allí hay autócratas, genios, artistas, príncipes y princesas, en pocas palabras: los intelectuales de la tierra, que se sintonizaron todos con el mal.
Por eso quise quitarte todo temor porque la menor duda de tus propias fuerzas espirituales puede terminar siéndote fatal.
Tengo que conectarme con ellos, pues de lo contrario no intuirás su profundidad.
Mientras estemos allí abajo tienes que mantener tu concentración enfocada en mí y hablamos en nuestra sintonización, es decir: interiormente; de lo contrario, es imposible.
Entraremos como orientales y te ayudaré en eso.
Sintoniza tu concentración en mí, intuye esta sintonización bien y claramente, y así cambiará tu aspecto.
Alcar era la misma persona que había representado un momento antes.

—En el espíritu, todo es posible, André.
En la tierra, podemos concentrarnos en nuestra propia vida.
De lo contrario, ningún ser humano de la tierra volvería a reconocer a sus seres queridos, porque hemos rejuvenecido.
Un espíritu de la luz que haya dejado la tierra a edad avanzada tiene que concentrarse en la vida que vivió en la tierra si quiere que lo reconozcan, y entonces lo verán de edad avanzada.
Aun así es joven y bello en el espíritu.
Como ves, también esto nos es posible.
¡Todo es concentración y fuerte voluntad!
Si mi cuerpo empieza a cambiar, ¿por qué no sufriría un cambio entonces mi ropa?
Mi aspecto adopta todo lo que quiero interiormente, incluso el sonido de mi voz cambiará de timbre.
—Lo acabo de vivir, Alcar, ¡es asombroso!
—De otra manera no nos sería posible penetrar en sus santuarios.
Pero podemos hacer todo porque podemos hacer la transición a todos los estados que se encuentren por debajo del mío propio.
En la tierra siempre me muestro a ti en mi atuendo de pintor, pero también es posible en mi túnica espiritual.
Pero André no pudo mantener su estado y sintió que lo iba penetrando otra fuerza, por lo que se le hizo más fácil concentrarse.

—¿Qué es lo que estoy sintiendo, Alcar?
—Nada más que la fuerza de mis pensamientos, porque siento que no puedes sintonizarte lo suficiente.
Pero intenta asimilarlo, para eso me hacen falta tus fuerzas, lo que entenderás más adelante.
Aquí estamos donde quería llegar y entraremos.
André no vio nada que se pareciera a un templo o un edificio; era una bóveda subterránea allí donde iban entrando.
Ante la entrada había guardias.
Alcar se acercó a ellos, intercambiaron algunas palabras y pudieron entrar.
Unos cuantos metros más adelante había otros que les estaban esperando y para ellos Alcar abrió su vestidura, mostrándoles algo de lo que no había hablado con André.
Después su líder espiritual se acercó a él y le abrió su vestidura, mostrándoles a los guardias un broche verde brillante que él mismo no había notado.
Estaba sumamente sorprendido.
‘¿De dónde he sacado esta cosa y qué significa todo esto?’, pensó.
De repente le llegó: “Conozco esta orden; sin embargo, todo es concentración y fuerte voluntad; así que déjame todo a mí.
Tampoco sé qué contraseñas están usando actualmente, pero me conectaré con ellos y lo adoptaré de ellos”.
André sentía admiración por su gran líder espiritual; qué grandes eran las fuerzas de Alcar.
Ahora entendía por qué su líder espiritual lo había dejado solo.
Si pudiera repetirlo, actuaría de manera muy diferente de como lo había hecho.
Qué insignificante era en comparación con Alcar.
Pasarían años antes de que hubiera asimilado esas fuerzas.
El guardia los llevó a través de varias salas.
Parecía un castillo subterráneo, que no se podía percibir desde fuera.
Aquí todo estaba espléndidamente amueblado; no se podía deducir de nada que se encontrara en las esferas oscuras.
Todo lo que veía era terrenal, en un estado parecido aunque construido en representaciones animales.
Pero esta era una de las órdenes más peligrosas que se conocieran; en ella habían entrado.
El guardia llevaba una vestidura resplandeciente y nuevamente no veía otros colores aparte del rojo sangre claro y el verde falso.
Alcar le dijo:

—Estos seres son espías, pero en pensamientos no logran alcanzarnos.
Sin embargo, no hacen otra cosa que sintonizar con nosotros y sentir si acaso somos negros.
Con eso se refieren a un ser de sintonización más elevada.
De modo que desciendo en ellos y no pienso en otra cosa que no sea muerte y perdición; quiero que lo sientan.
Son sorprendentemente agudos en sus pensamientos.
Uno de los guardias se les acercó y Alcar le susurró algunas palabras que André no logró entender.
Pero le entró la traducción y no significaba otra cosa que la aniquilación de toda la vida.
Después de que hubiera ocurrido eso, el guardia se inclinó respetuosamente y siguieron.
Ya habían atravesado cuatro, cinco salas y entonces llegaron ante una alta puerta que, cuando se acercaron, se abrió por sí sola, y pudieron entrar.
En un amplio espacio había cientos de personas.
André pensó: ‘Ya se nos acercarán enseguida’, pero ocurrió lo contrario.
No se fijaban en ellos, les parecía muy normal.
Aun así se había asustado mucho cuando de pronto la puerta se había abierto sola.
Intentaba controlarse en todo y sentía que su líder espiritual incidía en él.
Había mujeres y hombres, divididos en grupos.
Había quienes usaban hermosas túnicas, pero también aquí no veía más que esos colores horrendos, cuyo significado conocía.
Intentaba registrar bien los entornos pero sintió de inmediato, por una gloriosa sensación suave que entraba en él, que no le era concedido hacerlo y entendía el significado que tenía.
Su líder espiritual estaba incidiendo en él en silencio, y André veía los entornos en sí, pues se le estaba dando en una visión.
En el centro de la habitación había una gran estatua, debajo de la que se sentaron.
A su lado estaba su líder espiritual.

—Primero tendremos que superar algunas pruebas; por eso se está incidiendo en nosotros en silencio antes de que nos admitan en su círculo —le dijo.
La estatua estaba detrás de una reja; a su alrededor había asientos, en los que algunos otros seres se habían sentado.
—Está reunida una compañía selecta; todos son seres horrendos, lo que te quedará claro más adelante.
Algo tiene que estar por pasar aquí; nunca han estado reunidos tantos, porque viven en la tierra e inciden en el ser humano.
Han llegado aquí desde la tierra con algún propósito.
Absorbe bien todo, pero recuerda nuestra conexión.
Había podido seguir claramente a su líder espiritual; cada palabra le había quedado grabada en el alma.
Había pasado bastante tiempo durante el que no había ocurrido nada particular.
André vio que sus túnicas fueron cambiando y que de sus ojos salían disparadas chispas.
Estos seres eran peligrosos.
Fue surgiendo en él una extraña sensación.
Lo perturbaba, de modo que le empezaron a temblar los párpados.
Luego sintió cómo se fue hundiendo, pero echó mano de todas sus fuerzas para combatir este fenómeno.
Lo asaltó un fuerte cansancio, se estaba perturbando su conciencia.
¿De dónde había surgido ese sueño tan de pronto?
Volvió a oír: “Es una fuerza que nos mandan y si flaqueamos bajo estos pensamientos agudísimos, estamos perdidos y tenemos que volver.
Así que esfuérzate para poder resistirlos, yo te ayudaré en todo.
Toda la concentración está enfocada en nosotros, aunque de eso no veas nada”.
Por la ayuda de Alcar, André sintió cómo se fue liberando otra vez.
Qué peligrosos eran todos estos seres; quién lo habría sospechado.
Todo era traición y perdición, era vil hacer algo así.
Después de unos segundos sintió que le llegaba otra incidencia.
Sintió que lo atravesó una corriente gélida, que hizo que se congelara.
¿Ahora qué le tocaría vivir?
De inmediato oyó que Alcar dijo: “No hagas nada, André; deja que todo incida en ti tranquilamente”.
Estas suaves palabras amorosas de su líder espiritual obraron milagros.
Los dejó hacer, pero fue horrendo, porque pensaba que iba a quedarse pasmado.
¿Qué tipo de monstruos con figura humana había aquí?
Tenía las manos como congeladas y a pesar de eso no podía permitir que se notara nada.
¡Qué sencillo era todo, pero qué vil!
Todos los que desconocieran estas fuerzas se dejarían engañar.
Los demonios estaban allí sentados sin hacerles caso alguno, pero intentaban de varias maneras subyugarlos.
Cuando algunos miraban en dirección suya, sentía que los atravesaban con la mirada como si fueran aire.
No existían para ellos.
En diagonal frente a ellos estaba una señora con ropa terrenal; estaba ataviada de perlas y otras joyas.
Esta estaba inmersa en una conversación profunda con algunos de ellos; aun así sentía a través de todo sus agudos pensamientos, que tenían una sintonización asesina.
A ratos reinaba un silencio absoluto y solo entonces sentía claramente la atmósfera asfixiante.
Todos estos seres repugnantes eran viles.
¿Eran maestros en el mal?
¿Y las mujeres maestras?
De inmediato oyó:

—Ellos no, los maestros vendrán luego.

El frío desapareció como había llegado.
¿Qué fuerzas viles sintonizarían ahora con ellos?
En verdad, allí se les venía acercando un sirviente que puso frente a ellos un líquido rojizo y desapareció sin pronunciar palabra.
Conocía sus bebidas y se preparaba, pues ahora seguramente iba a desaparecer su líder espiritual.
Pronto podría volver a respirar con algo más de libertad.
Aquí no se sentía feliz.
Con aquellos otros por lo menos podía moverse, aquí no podía cambiar de lugar.
Estaba listo, pero en el mismo instante oyó que su líder espiritual dijo: “Toma tu vaso, como yo, en la mano izquierda, y haz como yo”.
André mandó sus pensamientos de vuelta a Alcar, preguntando: “¿O sea, que no nos vamos, Alcar?”.
“Por ahora no, pero haz lo que te dije”.
Estas palabras le habían llegado en un fogonazo e hizo lo que Alcar quería.
Qué difícil era comprender a los demonios.
Tomó el vaso en la mano izquierda, vio que Alcar lo mantenía entre el pulgar y el dedo índice, que lo alzó, lanzándolo por encima de la cabeza, de modo que se hizo añicos contra la estatua.
Él también hizo lo que había hecho su líder espiritual y se preguntó qué significaría.
Qué vil era todo, qué profunda su bajeza en todo esto.
¿Qué pensarían de eso?
Pero todos hacían como que aquello no fuera con ellos.
Alcar dijo: “Este sencillo acto tiene un significado profundo.
Es la prueba de que estás preparado para lo que sea, nada más”.
Después de este suceso uno de ellos se levantó de su lugar y caminó alrededor de la estatua.
Cuando el ser se acercó a él, se detuvo y André sintió que lo estaba sondando de la manera más terrible.
Empezó a sudar de pura angustia, tan espantosos eran sus pensamientos.
Hizo como si observara algo por encima de él, pero lo perforaba hasta lo más profundo de su alma.
Habría querido precipitarse encima del monstruo, pero sabía que entonces estaría perdido.
“Déjalo hacer, André, y mándale tus mejores sentimientos.
Acércate a él en amor, de lo contrario no será posible la conexión”.
¿Había que acercarse a un ser así en amor, encima de todo?
“Y aun así hay que hacerlo”, volvió a oír, “el amor es nuestra fuerza.
Sus fuerzas ganan en intensidad precisamente si tu amor no es puro, y entonces descenderás en ellos”.
André entendió a su líder espiritual; no podría haberse dicho más claramente.
Era extraño; ahora que se acercaba a él así, no sentía nada de su incidencia.
Agradeció en silencio a Alcar por esta ayuda.
Después de un breve momento el ser se fue, y oyó que Alcar dijo: “Nos han acogido, André.
Ahora podemos movernos con libertad”.
Alcar se levantó de su lugar. André lo siguió y juntos caminaron por toda la sala.
Ningún ser habló con ellos.
Miró la estatua; era el mismísimo diablo, una escena animal, de modo que ya no se atrevía a mirarla.
El demonio que había querido sondarlo entró a un cuarto contiguo para volver solo un instante después, cargando un modelo a escala de la estatua grande frente a la que se habían sentado.
¿Qué pasaría ahora?
Todos los presentes se levantaron de sus butacas, mientras que cuatro de ellos dieron un paso adelante.
Alcar le hizo sentir que se volverían a sentar y André esperó con impaciencia para ver qué pasaría ahora.
Vio que de la estatua se elevaba un vaho.
Los cuatro seres formaron un círculo y, al tomarse de las manos, estaban conectados entre ellos.
Qué extraño era todo lo que observaba.
Qué misteriosas todas estas personas.
Habían estado así desde hace ya algún tiempo y sentía que se concentraban.
¿Se conectarían con fuerzas aún más oscuras?
A su alrededor se fue haciendo la oscuridad, poco a poco se fue apagando lo que en estas tinieblas se llamaba luz.
A su alrededor había una oscuridad como boca de lobo, pero a pesar de ella podía observar.
Había vivido una sensación idéntica en el valle de dolor.
Podía ver claramente todos los seres porque estaba conectado con ellos.
¿Estaban invocando a alguien?
Esto seguramente representaba algo así.
Vio una emanación verde clara alrededor de la estatua, que se estaba haciendo cada vez más densa.
Era un acontecer horrendo, le recorría el cuerpo, le entró furtivamente en el alma.
Allí estaba royendo, como si quisiera succionarle los jugos vitales.
Pensaba que se asfixiaría.
Luego oyó que su líder espiritual dijo: “Fuerzas mágicas, André.
Por ellas se conectan con los maestros”.
Ahora cayó en la cuenta.
Se hizo ahora un gran círculo alrededor de la estatua y otros también llegaron a reforzarlo.
Contó quince seres, todos concentrándose.
¿Hasta dónde descendían estas personas? ¿Hasta dónde les era concedido ir y podían conectarse?
Ahora vio una luz amarillenta que con sus rayos envolvía la estatua entera.
Poco a poco esta luz fue haciendo la transición a un rojo estridente, conectándose con la verde.
Después vio cómo la luz desapareció dentro de la estatua, de modo que también esta desapareció por un momento.
Pero no duró mucho; luego fueron saliendo largas tiras de luz desde la estatua.
Se fueron alejando mucho de la estatua, por encima de todos los presentes, como si esta luz los acogiera e influyera en ellos.
También hasta él llegó la luz, que le hizo temblar las piernas, viéndose presa de un mareo.
Fue tremendo, emanaba una horrenda influencia de ella.
¿Con qué precisión estaban sintonizados los pensamientos de todos los que estaban alrededor de la estatua para que pudiera alcanzar cada ser que se encontraba en la sala?
Aun así lo estaban consiguiendo.
Por su voluntad los demás estaban siendo conectados mágicamente.
André resistió esa vil presión, esa terrible fuerza.
Luego los vapores de colores volvieron a la estatua.
En ese vaho residía el veneno que destruía la vida.
Por su concentración la estatua quedaba iluminada y relampagueaba, y era posible conectar a cada ser con ellos.
Era la transición a lo animal, a lo más profundo; al parecer se traspasaban aquí incluso las últimas fronteras.
Una mujer, que en la tierra habría sido muy guapa, dio un paso al frente.
Se interrumpió el círculo porque ella lo iba atravesando; se colocó junto a la estatua y esperó.
Estaba inclinada hacia adelante y tenía los brazos extendidos encima de la estatua.
André sintió que ella constituía la conexión para este acontecer.
Un médium como él, pero aquí para fuerzas mágicas.
Qué horroroso, cómo podía prestarse una mujer a esto.
¡Qué profundo había caído ese ser!
Tal vez había sido madre y había amado, pero se había hundido tanto.
Se había animalizado y en eso había alcanzado un grado.
Con los ojos cerrados, en profundo trance, ella también trazó un pequeño círculo alrededor suyo, en el que se blindó contra todos los demás.
Lo aturdía la influencia que ahora emanaba de todo.
Volvió a oír a su líder espiritual a través de todo lo que lo ocupaba: “Aguanta, André, ya vienen los maestros”.
La palabra “maestros” le devolvió su conciencia.
Quería conocer a estos seres.
Juntó las fuerzas que había en él, pero sentía que era imposible mantenerse en pie.
Aun así tenía que lograrlo, pues quería aprender a comprender las fuerzas tan misteriosas, las fuerzas mágicas de las que había oído tanto hablar.
No sería fácil que pudiera vivir un acontecimiento parecido, le quedaba claro de sobra.
‘Oh, ayúdenme’, rezó a Dios y a su líder espiritual, ‘que se me permita aguantar todo esto’.
Su oración era intensa y después de unos momentos también sintió de verdad que incidía en él otra fuerza, más intensa aún, por lo que nuevamente podía seguir todo claramente.
¿Quién le estaba ayudando ahora?
Su líder espiritual dijo: “Nuestros amigos, que están aquí”.
André entendió que no habían sido los únicos en irrumpir, sino que estaban presentes otros espíritus, más elevados.
Pero le hizo bien; ahora podría aguantar todo.
La influencia que emanaba de la estatua se fue haciendo cada vez más fuerte.
Sintió un silencio aterrador.
Ahora oyó que canturreaban y todos participaban en ese cántico penoso, incluso atormentador.
Estaban jurando interiormente, lo sentía con nitidez.
En esto residía todo su interior, todas las blasfemias de veneno y sangre, de pasión y violencia.
Era tan horroroso, tan profundamente vil, que a cada resonancia que lo penetraba agudamente sentía cómo se iban hundiendo sus fuerzas.
Le resultaba desgarrador, porque había allí algo espantoso.
‘Ojalá gritaran’, pensó, ‘ojalá profirieran sus quejas a gritos, sería soportable y no tan atormentador’.
Esto lo tomaba por sorpresa, esto era como un serrucho separándole el cuerpo del alma.
Era asesino, una sensación de tortura, porque estaba conectado con ellos.
Oyó que su líder espiritual también canturreaba entre dientes, pero al concentrarse en Alcar le entró otra sensación.
En ella había amor y calor, que invadían su alma.
La terrible luz se fue haciendo más intensa y formaba una bola alrededor de la estatua.
La estatua era como un faro en las tinieblas y la luz era cada vez más vil, pues se estaba acercando a lo preanimal.
La mujer ahora se había desplomado a los pies de la estatua.
Su sueño era profundo, no sabía lo que pasaba con ella ni alrededor suyo.
Después de estos fenómenos percibió un olor repugnante que le quitó el aliento.
Nunca había olido algo tan espantoso; no podía encontrar palabras para describirlo.
Era diabólico.
Después de pasar también por eso, dejó de molestarle.
Empezó a haber algo de vida en esa bola verdusca, amarillenta y rojiza.
Se estaba formando algo allí dentro que se asemejaba a un ser.
Cambiaba continuamente, haciéndose cada vez más denso, hasta que hubo adoptado la forma de un ser humano.
Alrededor de esta estatua se manifestaban muchas otras sombras, adoptando formas todas ellas.
Eran seres humanos.
Pero permanecían envueltos en una emanación densa.
Le preguntó a su líder espiritual lo que significaba todo esto, pero otra voz, desconocida para él, le contestó: “Satanás en su reino, André, el diablo en persona, el que reina sobre millones de personas.
Han destruido continentes y harán lo que sea para lograr esto en la tierra”.
El que le había hablado no era su líder espiritual.
André preguntó en silencio si podía saber quién lo estaba apoyando.
Su líder espiritual estaba sentado a su lado, como una estatua en su pedestal, inmerso en cavilaciones.
André no quería interferir en él, sentía lo que ocupaba a Alcar.
Le entró una sensación suave y gloriosa al oír el nombre del espíritu que había acudido en su ayuda.
“André”, oyó, “soy Ubronus”.
“Oh, Ubronus querido, queridísimo, usted, ¿quien me guió en la vivienda de Alcar?
¿También en las tinieblas acude en mi ayuda?”.
“Su líder espiritual me llamó porque quiere conectarse por completo, quiere conocer las fuerzas de ellos, para lo que hace falta toda la concentración.
Así que fui yo quien incidía en usted.
Su líder espiritual se encuentra en otra sintonización, a través de la que quiere seguir las conexiones mágicas”.
André entendió porque sentía que Alcar se encontraba en una sintonización para él desconocida.
A Alcar lo rodeaba un muro de fuerza espiritual.
Nada en él se movía.
Ahora podría vivirlo todo.
En la luz mágica veía ahora claramente que se iban haciendo visibles algunos seres y al mismo tiempo olía ese hedor, que aumentaba en intensidad.
Los seres que se manifestaban eran llevados por este olor repugnante; influía en los presentes, de por lo que se les conectaba con sus maestros.
En la quinta esfera había vivido una consagración espiritual que había sido celestial; aquí veía lo animal en el ser humano.
La diferencia era imponente.
Allí él había sido elevado, aquí lo estaban alcanzando hasta en lo más profundo de su alma.
Qué abismo había entre ambos estados.
Qué elevado el ser humano que vivía en las esferas elevadas; cuánto se habían hundido aquellos que se manifestaban aquí.
Ahora del círculo surgió un ser; los otros se apresuraron a cerrar la cadena y este ser se acercó a la mujer, que aún yacía allí, profundamente dormida.
André se asustó, pues lo reconoció.
Era el genio al que había visitado con Alcar.
¿Por qué entraba en ese círculo?
En la bola luminosa de horror y miseria vio ahora una aparición verde clara, que descendió un poco más.
Un ser humano, pero ¡qué clase de ser humano!
Vio a un diablo, el maestro más elevado que ellos conocían.
¿Qué eran los demás en comparación con él?
Nada.
La diferencia en fuerza era demasiado grande.
Era el ser más elevado, pero el más hundido.
El genio estaba arrodillado y miraba hacia arriba.
Tenía en las manos la misma insignia como la que había mostrado Alcar cuando ellos entraron, pero esta era más grande.
También descendieron todos los demás que habían llegado con el maestro, formando la misma cadena que los que se agrupaban alrededor de la estatua.
Había llegado el momento culminante.
El genio alzó una mirada anhelante hacia su maestro, esperando qué diría.
A André le lloraba el alma de tristeza al ver tanta miseria como la que había aquí.
El maestro habló:

—Hermanos, los mandé llamar a todos para que vinieran a mí.
Uno de los suyos ha sido admitido en el círculo de los maestros y está aquí entre ustedes, está arrodillado a mis pies.
Seré breve.
Los mandé llamar porque se está admitiendo a Geoni en nuestro círculo y por eso ha sido elevado.
Quiero que todos le obedezcan y sigan, que lo apoyen en su trabajo, en particular los que están y viven en la tierra.
Geoni, siga con sus investigaciones, le mandaré algunos ayudantes para que pueda conectar el oeste con el norte, el este con el sur.
Uno de nosotros siempre estará cerca de usted, uno que me trajo este mensaje también a mí.
El satanás extendió sus garras por encima del inventor, murmuró algo y se retiró a su estado anterior.
Los que habían llegado con él se adelantaron uno por uno, con los brazos cruzados en el pecho, miraban al genio en los ojos y desaparecían.
La reunión había terminado.
Los maestros se retiraron, la luz se fue borrando, se hizo una oscuridad cerrada a su alrededor y las cadenas se interrumpieron.
Se hicieron largos movimientos de roce magnético por encima de la mujer, que seguía tendida, y ella también volvió de su horrendo sueño.
Ya no veía a Geoni; el genio había desaparecido sin dejar rastro.
Devolvieron la estatua al lugar del que la habían sacado, el acontecimiento espantoso había pasado.
Ahora volvió a oír que le hablaba su líder espiritual:

—Descendió, André, porque ascendió más.
André lo entendió.
Había conocido aquí lo más terrible.
Alcar se levantó de su lugar y caminó hacia un rincón de la sala, donde se sentó en una mesa.
André miró a su líder espiritual preguntándose qué estaría por ocurrir ahora.
Pero pensó que podría adivinar las andanzas de su líder espiritual.
Miró a todos los demás, que estaban ahora de humor ruidoso y festivo.
Llegaron sirvientes cargados de bebidas y refrigerios.
Los vasos se vaciaban de un solo trago para luego ser arrojados al suelo, de modo que los añicos volaban a diestra y siniestra.
Todo lo que vivía aquí era extraño y misterioso.
¿Qué inspiraba a esos seres?
También a ellos les dejaban bebidas, pero Alcar le dijo que no tocara nada.

—Volveremos, André, a nuestra propia sintonización; ha concluido el viaje a las esferas oscuras (—dijo).
‘Gracias a Dios’, pensó André, ‘qué bueno que nos vayamos’.
—Prepárate, hijo mío, en un instante se abalanzarán sobre nosotros porque no bebemos.
No les dejaré ese honor a sus maestros.
Antes de que su líder espiritual hubiera terminado de hablar, sintió que lo atravesó un rayo punzante.
Todos los seres se levantaron de sus asientos, atravesándolo con sus pensamientos punzantes, como si quisieran despedazarle el alma.
Algunos se les acercaron preguntando por qué no brindaban por el bienestar del maestro.
Allí oyó que Alcar dijo:

—Toma tu vaso, André, y ponte a mi lado.

Hizo lo que quería su líder espiritual y se posicionó a su lado.
Los seres, que habían permanecido a corta distancia, pensaron que Alcar les tendría que decir algo sobre lo que habían vivido.
André se sintió aupado y cuando habían llegado a otro estado, aunque todavía siendo visibles para ellos, le dijo Alcar:

—Amigos, nosotros también estuvimos entre ustedes.
Asombrado por tanto descaro, oyó que gritaban detrás de el:

—¡Negros!
¡Apuñálenlos!
¡Negros entre nosotros! ¿Y nadie puede irrumpir aquí?
—Y sin embargo aquí estuvimos —dijo Alcar, todavía con el vaso en la mano—.
Amigos —prosiguió Alcar—, conocemos otras fuerzas, que aniquilan las suyas.
Conocemos a Dios, sí, un Dios de amor y por esta fuerza irrumpimos entre ustedes, ninguno de ustedes nos lo pudo impedir; ni siquiera los maestros, por más que se hayan hundido, por más que eleven sus fuerzas mágicas.
Llegará el día en que ustedes también conocerán estas fuerzas; entonces lucharán por la luz, el bien, en amor por toda la vida.
Adiós, y saluden a aquel que se hace llamar el maestro.
Alcar les tiró el vaso frente a los pies.
André también lo hizo y con un tremendo rugido todos se precipitaron hacia el lugar en que habían estado.
André sintió que entraba en otra sintonización.
Todos habían desaparecido de delante de sus ojos, había dejado atrás el país del odio.