Muertos en vida

André reflexionó acerca de todo, pero se sintió aturdido.
Qué sabiduría poseía su líder espiritual.
¿Quién era para poder conectarlo cósmicamente?
Le había hecho la pregunta a Alcar sobre cómo pensaba acerca de la espiritualidad de la tierra para poder recibir esta sabiduría.
Qué grandes eran los sentimientos de Alcar, qué respeto le tenía al amor.
No podía agradecer lo suficiente a Dios que se le concediera visitar las esferas con Alcar.
Se comparaba con todas estas fuerzas, que podía poseer la vida.
¿Qué era él entre esos millones de fuerzas, comparado con todo esto?
Nada, no era nada.
¡Cuántas cosas le quedaban por aprender!
Qué insignificante era todo lo que poseía, todo lo que significaba su yo.
¿Y luego, el ser humano en la tierra?
¿Qué era la erudición terrenal, dónde quedaba todo al lado de esta verdad?
No era nada aún, ni quedaba nada de ella.
La vida que vivía en la tierra ni siquiera sabía de su propia existencia; qué lejos se encontraban todavía de esta ciencia.
Ahora entendía que en la tierra no se puede dar amor inmaculado.
No habíamos llegado tan lejos aún, no sentíamos el calor ni conocíamos aquellas fuerzas que poseería un amor así.
Todo lo que sentía el ser humano, también él, era egoísmo, nada más que amor propio.
El nivel humano era un tercer grado de desarrollo.
Ese grado significaba fuerza del amor.
¿Qué se sabía en la tierra de grados, de grados espirituales?
No sabían nada, no conocían ni sentían grados cósmicos de otra mentalidad.
Todo esto era invisible para el ser humano, como a él le eran invisibles e imperceptibles las fuerzas del amor de Alcar.
¿Qué era el amor universal?
¿Se podía abarcar o rodear eso en la tierra?
No era posible porque ni siquiera conocían su propia vida.
Allí se hablaba de estados en cuarta dimensión y ni siquiera se conocía la propia sintonización ni se entendía lo que significaría y representaría.
Se hacían conjeturas, como les pasaba a los que querían calcular el universo y se encontraban con números que ni siquiera podían pronunciar.
Eran miles y millones de cifras que se podían pronunciar durante años seguidos sin llegar al final.
Tan lejos estaba la ciencia de ellos, y aun así podían enumerar cifras.
Y tan lejos estaba el amor universal del ser humano en la tierra.
Él tampoco conocía ninguno de estos estados y Alcar también dijo que seguía siendo un niño en amor.
André entendía que el estudio más grande de los seres humanos era el de conocerse a sí mismos.
Alcar le había puesto un espejo delante en el que había conocido la vida.
¡Y qué vida!
Lo aturdía.
¿Y no era la verdad?
¿No sentía cada ser que podía ser así?
¿Acaso no era aptitud para la vida, que podía intuir la vida?
¿Sentía la vida otra cosa?
Pero ¿qué?
¿Era posible otra teoría?
Sentía y creía a Alcar, porque para su líder espiritual todo era sagrado y amaba toda la vida.
Y aquellos que amaban no se burlarían de otras vidas que todavía no percibieran esa altura.
No, estaba lejos de él, aunque también a él lo pusiera feliz.
Pero también sentía que surgían en él miles de otros estados que iban en su contra.
Porque, ¿qué eran las posesiones en la tierra?
¿Qué era el ser humano?
Un átomo de lo grande, que era Dios.
Qué insignificante, pero también qué grande podía y quería ser.
Alcar le dijo que el ser humano en la tierra (se debería) alegrar de que se le concediera morir allí.
¿Lo oye?
Tenemos que alegrarnos de que se nos conceda morir allí.
¿No es para muchos un horror tener que oír que deben alegrarse de que se les conceda morir?
¿Había que ponerse feliz por que fuera concedido hacer la transición?
¿Le había entendido bien y claro a Alcar?
Sí, porque dijo: Dios tiene otra felicidad para la vida que vive en el planeta tierra.
¿Y qué hacían los seres humanos?
Lloraban, sí, muchos quedaban destrozados cuando una persona vieja hacía la transición, y los dejaría.
Destrozados de tristeza, perecían por su tristeza.
¿Cuánto tiempo más tardarían en poder ceder con júbilo y alegría a sus seres queridos que iban hacia una vida más elevada?
¿Cuánto más faltaría para ya no poseer amor propio?
¿Cuándo vivirían en la tierra personas que llevaran esta sabiduría interiormente?
¿Cuándo se podría exclamar: saluda a los que ya se han ido?
¿Cuándo podrían hacerlo?
Faltaban miles de años, hasta entonces la muerte los seguirá torturando.
Mientras tanto seguirían alimentando a su bestia preanimal por su tristeza, lágrimas y sufrimiento.
Los chupaba hasta vaciarlos, quitándoles todos los jugos vitales.
Ese pensamiento era animal.
Se estremecían y temblaban ante la muerte.
Ahora, André lo había entendido.
La palabra muerte era la maldición del diccionario.
Mancillaba todos los demás pensamientos que estuvieran relacionados con la vida.
La palabra muerte asfixiaba todo, quitando a los vivos la fuerza para poder seguir viviendo después de perder a sus seres queridos.
No, no había muerte; la muerte no había existido nunca, jamás.
La muerte era una ficción.
La muerte era nada y todo, la muerte era vida.
La muerte vivía, ¿cómo era posible?
Aquí miraba dentro de la vida tras la muerte; ¡de nuevo esa palabra, muerte!
En la vida después de esta vida, las personas seguían viviendo.
Eternamente, eternamente junto a aquellos que ya estaban aquí y estaban vivos de nuevo.
Para él, la muerte era vida.
Esta vida era grandiosa.
Oh, ¡qué bella le parecía la muerte!
Habían trabado amistad, era su mejor compañero, sin contar a Dios ni su Alcar.
Luego seguía él, y lo que más amaba, sin duda, era la muerte, porque le daba la vida.
Para él, la muerte era Dios, una con Dios, así era la muerte.
Le hablaba tan a menudo en silencio.
Tenía envidia a todos los que hacían la transición.
No tenía envidia de nada, solo de aquellos a quienes se les concedía morir.
Oh, muerte, tú, bella vida escondida detrás de ti.
Tú, poderosa liberadora.
Te amo porque eres y significas vida.
Todo lo que hay en mí es para ti; sientes mi deseo por el momento en que tú misma vendrás por mí, lo que será para mí solo felicidad, nada más que felicidad eterna.
Muerte, oh querida muerte, conozco tu vida porque pude ir con él para conocerte.
Las personas en la tierra te han dado ese nombre porque en ti, oh muerte, no ven ni sienten vida.
Cuántas veces, cuando estaba junto a lechos de muerte, cantó esta canción, envidiando a los que partían.
Entonces sentía su sufrimiento, su dolor, aunque de otro modo.
Entonces era uno con aquellos que conocerían la vida y la muerte.
Oh, si llegara el momento en que él también podría partir, entonces a través de su poder podría vivir como quería hacerlo, dando su sangre para otros que en la tierra no querían aceptársela.
Solo que no durara tanto; ya lo anhelaba desde ahora.
Era el regalo más grande que se le pudiera dar en la tierra.
Alcar lo miró y dijo:
—Durará un poco más, hijo mío, antes de que te llegue la gran felicidad.
Nos falta convencer a muchas personas de que morir no significa más que felicidad.
Se sentirán mareados al oírlo, pero entonces les exclamaré que para nosotros también hay poderes que hacen que nos inclinamos ante el que gobierna todo esto.
Estamos en camino para desarrollarnos, también aquellos que se encuentran en los cielos más elevados.
Y solo entonces, cuando hayamos alcanzado las regiones mentales, intuiremos y asimilaremos mucho de lo que ahora nos sigue siendo incomprensible, para actuar de acuerdo a eso.
Entonces, todo será sabiduría en el espíritu.
Todo lo demás sigue siendo tenebroso, también para nosotros.
Ahora estamos en otra esfera, allí donde viven los muertos en vida de la tierra.
André vio un país que se parecía al planeta tierra, como se lo había aclarado su líder espiritual.
Estaba envuelto en una emanación gris.
Aquí hacía un frío áspero.
Había más vida que en aquellas otras esferas, pero todo estaba todavía en un estado antinatural.
En la tierra todo era verde, aquí la naturaleza llevaba una túnica gris.
Veía a personas, muchas de ellas viejas, con las espaldas encorvadas.
Cargaban con el sufrimiento de la tierra.
Les oprimía los hombros.
Los hacía perecer.
No veía a personas jóvenes, vigorosas, no se las podía encontrar aquí.
Aquí solo vivían ancianos, interiormente estaban viejos y gastados.
Tampoco había niños.
Era extraño no ver más que ancianos.
Donde vivieran personas, vivía de todo, también niños, también jóvenes, ¿no?
Le parecía muy extraño.
¿Cómo explicarlo, cómo era posible?
¿Qué significaba?
Era terrible verlos así.
Ahora pensó en las explicaciones que Alcar hizo de todas las otras esferas.
Llevaban esta vejez interiormente.
Era su sintonización espiritual.
También vio muchas casas y edificios.
Además, iglesias y a lo lejos una pequeña ciudad.
Todo era pelado y frío.
En la tierra, todo era más bello, y eso que estaba en la eternidad.
Este estado era triste.
En la tierra estaban cien veces mejor que en la eternidad.
—¿Dónde están los jóvenes, Alcar, que no veo aquí?
—Viven en otras esferas; más tarde te contaré cómo son todas esas sintonizaciones.
Todos tienen otra sintonización.
André conoció a las personas que vivían aquí.
Lo miraban como si fuera un milagro para ellos.
Eso lo notó claramente.
—¿Qué significa, Alcar?
Mira cómo se nos quedan mirando.
—Eso también es sencillo, hijo mío, ¿tenemos el mismo aspecto de ancianos como ellos?
André entendió.
—Estamos en una sintonización diferente de la suya.
Si nos mostráramos en fuerza propia, pensarían ver milagros, lo que vivirás más al rato.
Es la aclaración de lo que te comuniqué acerca de todos los demás planetas.
Ves que construyen sus casas e iglesias también aquí.
Lo hacen conforme a las fuerzas en su interior, pero les faltan los medios para lograr algo bello.
Ven, vamos por aquí, para evitar esa pequeña ciudad.
Allí no los encontraremos.
Muchos seres deambulaban por allí, las cabezas agachadas como si pensaran encontrar algo.
Era triste verlos así.
—¿Qué buscan, Alcar?
—No buscan nada, André.
Son los que pronto irán a una esfera más elevada.
Se sienten infelices.
Sienten remordimiento y quieren enmendar todo lo que hicieron mal.
Pronto se les ofrecerá la posibilidad de hacer el bien.
Se aíslan de todos los demás, su vida les da asco, sienten otra vida, más elevada.
Por eso vienen aquí espíritus ayudantes que los ayudarán, mostrándoles el camino para poder hacer la transición.
Otros, no obstante, viven en plena felicidad, lo que demuestra claramente que no conocen su propia vida y que no están convencidos de su miserable existencia.
El cielo estaba envuelto en una emanación gris, no se observaba una sola nubecita.
¿Dónde estaba el hermoso azul que se veía en el cielo desde la tierra?
Todo lo que percibía en esta esfera era triste.
También veía montañas y planicies.
Todo estaba esperando el calor; no había sol que despertara la vida con sus rayos.
Todo esperaba aquellos primeros rayos, por los que la vida viviría, se transformaría en tonos calurosos y más suaves.
Todo era opaco, mortecino, así como los que vivían aquí.
Eran unos pobres diablos.
Daba pena verlos así.
Aquí no podría sentirse feliz, se estaba entonces mejor en la tierra.
Las personas a las que tantas veces había oído decir en la tierra, cuando hablaba con ellas sobre el más allá, que preferían quedarse allí por estar seguras ahora de lo que tenían, pero no saber lo que recibirían a cambio, tenían razón.
Si entrarían a este estado, estaban mejor en la tierra.
Muchas eran felices allí.
No sentían nada de su monótona existencia.
Estaban bien, no querían otra cosa.
Y es por eso que estaban muertas.
Solo ahora que las estaba percibiendo, entendió bien el hecho de que estuvieran muertas en vida.
—Mira, André, allí están los habitantes de esta esfera.
André vio un gran valle, donde estaban reunidas cientos de personas.
¿Qué buscaban allí?
Vio a mujeres y hombres juntos, todos viejos y arrugados.
—Tenemos suerte —dijo Alcar—, se están reuniendo.
También lo hacen en la tierra.
Ya ves lo natural que es su vida.
Nos quedaremos aquí, tal vez nos escuchen.
Quiero intentar dirigirme a ellas y tú, hijo mío, me ayudarás a hacerlo, ¿no es así?

André miró a su líder espiritual, como si quisiera decir: ¿tengo que dirigirme a ellas?
—Sí, André, ¿no quisieras contarles lo que te he mostrado y lo que te mostraré?
Si lo lográramos, entonces ábrete, yo te ayudaré.
Quiero ver si en todos los años que hemos estado juntos has aprendido.
También si puedes vencer dificultades.
Si podemos convencer a un solo ser, nuestro trabajo ya quedará recompensado, porque así mostramos lo agradecidos que estamos porque Dios nos regalara todo esto tan bello.
Empéñate con todas tus fuerzas, André.
Incide en ellos e intenta conectarlos unos con otros.
Haz que sientan tu amor, elévalos y conéctalos con la vida, e intenta descongelar sus fríos corazones.
Recuerda, André, todo depende de tu convicción, tu concentración y tu fuerte voluntad de darles algo a los demás.
Y sobre todo: nada de miedos.
Haz que sientan lo que sientes, que vean lo que ves y que oigan lo que oyes (—dijo).
André se sentía nervioso.
¿Qué se lograría con todo esto?
Alcar le dijo:

—Ahora, hijo mío, ya estás bajo su influencia.
Haz que piensen como quieran, dales un lugar en tu corazón, adóptalos en tus sentimientos, siente amor por ellos, el amor obra milagros.
Si dudas, tenemos que seguir, porque también ellos nos atacarán, pues nos consideran intrusos.
¿Por qué miedo, André?
¿Te pueden enseñar algo?
No te sobrestimes, pero sobre todo no te subestimes.
Significará tu perdición.
No hay nada que temer si sientes más amor que ellos.
Ahora me voy.
André se quedó solo.
Allí, frente a él, había cientos de seres y a lo lejos se venían acercando más hacia este lugar.
¿Se reunirían aquí?
Eran muertos en vida.
Él, como ser humano terrenal, sabía más de la eternidad que ellos.
En la Tierra Estival había visto a su tía, que había dejado la tierra como vieja para llegar allí rejuvenecida y bella.
Inmediatamente después de deponer su vestidura material había adoptado su estado espiritual.
Era bella y joven en esta vida, y ¿cómo eran ellos?
Estos seres tenían las espaldas encorvadas, eran viejos y todo esto por falta de amor.
Oh, ya deseaba que hubiera llegado el momento, que pudiera empezar.
Deseaba con fervor que le fuera concedido abrirles los ojos.
Sintió que se tranquilizaba, lo fue invadiendo un glorioso sosiego.
Allí ante él vio a una persona alta, vestida como un clérigo terrenal.
¿Era uno de esos seres que incluso aquí predicaban sobre el infierno y la condenación?
Se alejó de todos los demás y se ubicó en un pedestal elevado.
¿Hablaría él también?
¿Y dónde estaba Alcar?
No veía a su líder espiritual en ninguna parte.
El clérigo lo miró y André sintió que veía en él a un extraño, que no debía estar aquí.
Era como si le preguntara lo que buscaba aquí, tan solo.
No le quitaba ojo, como si quisiera perforarlo.
Resistió esa mirada cruel y sintió cuánto frío hacía en su interior.
Allí estaba Alcar, su líder espiritual apareció de entre ellos.
Alcar se acercó al clérigo e intercambió algunas palabras con él.
Claramente oyó que Alcar dijo:

—¿Podemos dirigirle la palabra a su congregación?

Desde su pedestal el clérigo miró a su líder espiritual de manera desafiante, con los brazos cruzados en el pecho, y tardó unos segundos en contestar.
André hubiera querido abalanzarse sobre él y gritar: “¿No ves quién está allí frente a ti?”.
¿Tenía ese hombre que tratar a su líder espiritual así, con desprecio?
Sin duda, eso no hacía falta.
Ay, ¿cómo se sentiría Alcar?
Finalmente habló, y su pregunta fue hosca.

—¿Quién es usted?

—Nosotros —oyó que decía Alcar—, somos sus hermanos, venimos a usted desde otra tierra, en amor, en el verdadero significado de la palabra.

El clérigo sonrió con sarcasmo.
Seguía allí, de pie, mirándolo con altanería, como en su momento Nerón mirara a Roma.
Su viejo rostro tenía profundas arrugas.
Finalmente habló.
Fue un momento de tensión.
Qué sencillo era Alcar, y en toda su sencillez esperaba cuál sería la decisión del clérigo.
André sintió una lección de vida en la acción de Alcar, solo se podría lograr algo en amor.
—¿Viene en nombre de Dios?

Estas palabras le latiguearon el alma, por ser pronunciadas tan fríamente.
Este infeliz le preguntaba a su líder espiritual si venía en nombre de Dios.
He aquí el ser humano.
Qué se creía.
Alcar lo miró con respeto y contestó:

—Venimos a ustedes en nombre de Dios, como ya le dije, en el verdadero sentido de la palabra.

—Le doy media hora —fue su respuesta.
André pensó: ‘No es mucho’, ese tiempo le haría falta a su líder espiritual mismo.
En cualquier caso, le parecía bien, la suerte estaba echada y Alcar se acercó a ellos y se dirigió a la multitud:

—Hermanas y hermanos.
Su líder me dio permiso para hablarles.
Si todos quisieran sentarse, podremos empezar.
Los seres lo miraban como si Alcar fuera un milagro.
También el clérigo había cambiado notoriamente.
Alcar les habló con su suave pero sonora voz:

—¿Por qué, amigos queridos, el ser humano es el culpable de su propia desdicha?
¿Por qué, les pregunto, el ser humano no se conoce a sí mismo, si Dios le ha dado un intelecto pensante?
Dios colocó al ser humano por encima del animal, y el animal siente cuál es su lugar, pero el ser humano no.
El animal no descenderá, siempre vivirá como siente, porque sus sentimientos le indican el camino y le dicen cómo seguirlo.
Y el ser humano, ¿cómo actúa?
El amor del animal es un amor que se entrega en plena fuerza.
Pero ¿qué hacemos?
¿Siempre entregamos nuestro amor inmaculado?
¿Lo damos con todas nuestras fuerzas?
Pues no.
¿No hay en nosotros una fuerza que cada vez nos devuelve a nosotros mismos?
¿Y no es nuestro propio yo?
Dios puso al ser humano por encima del animal, dándole una fuerza divina, una razón, en mayor o menor medida.
¿Y usamos siempre esta razón para seguir nuestro camino?
Ninguno de nosotros lo hace.
¿No nos desviamos siempre de nuestro camino para hacer el bien?
¿No da el animal entonces un amor más bello que lo que damos nosotros, que el ser humano en general?
¿Hablé demasiado?
¿No se conoce mejor entonces el animal que lo que nos conocemos nosotros?
¿No vive el animal de manera más consciente?
¿Y somos conscientes de nuestro propio estado?
¿No es terrible, no es triste que tantas veces no podamos acercarnos al animal?
¿No sentimos muchísimas veces estas limitaciones, no es nuestra propia culpa?
Dios nos dio un intelecto pensante, una fuerza como es Él mismo.
Dios nos dio la gracia de ser una personalidad propia, una gracia divina, que recibe cada ser humano.
Pero tenemos que cuidar que no nos hundamos.
Dios nos dio razón.
¿Y esa razón sirve para cultivar nuestro propio yo?
¿Sirve para formar una aureola de amor propio y egoísmo?
¿No es la perdición de nosotros mismos?
¿No nos dice que no entendemos la vida y que nos colocamos demasiado en un primer plano?
¿No queremos ser la persona en el centro de todo, por lo que perdemos nuestro equilibrio?
Dependiendo de nuestras experiencias, nos volveremos a conducir hacia la verdad.
Así nos conoceremos a nosotros mismos.
¿No quisiera admitirme que Dios dio esta razón con otros propósitos?
Tantas y tantas veces decimos: ser humano, ¡usa la razón!
Y esta razón nos sirve para conectarnos con Dios.
Dios quiere decir entonces con eso: ser humano, usa tu don divino, que has recibido para buscar tu camino hacia la luz, hacia Mi tierra santa de amor eterno.
Dios nos dio el intelecto pensante y nos ubicó por encima del animal, para significar algo para otros.
Pero ¿no son nuestros sentimientos elevados nuestra propia desdicha?
Ser humano, siente tu gracia divina y vive gracias a la vida.
Usa tu razón no para ti mismo, sino intuye tu propio estado y actúa según tu entendimiento elevado.
Ser humano, vive.
¡Hay que despertar, amigos!
Dios les dio esa gran gracia de sintonizarse con Él, lo que solo es posible gracias a Su fuerza divina, que está en nosotros.
Amigos, hay que agudizar la razón para los demás, para todo lo que vive, hay que intentar elevarse encima de los animales.
No la guarden para su egoísmo personal, sino que conviértanse en altruistas de la humanidad, para servir la vida.
Usen sus fuerzas para salvar su alma, para salvar su egoísmo humano de pasión y violencia, e intenten salir victoriosos de allí.
En toda vida hay lucha, lucha para conocerse uno mismo.
Y en ustedes debe estar el ímpetu de ir elevándose.
Es su vida espiritual, para acercarlos a Dios.
Es la lucha por poder entrar a las esferas elevadas.
El ser humano siempre tiene que ir elevándose.
Pero muchos han emprendido un camino que lleva a profundas tinieblas.
Han usado su razón de manera equivocada.
Sus caminos eran caminos que no llevaban a Dios.
Dan vueltas en un círculo del que no salen si usan la razón.
Pero cuanto más practiquen y aprendan a usar su razón, más se desarrollarán sus sentimientos, lo que será su felicidad y les significará luz.
Ser humano, usa tu razón para desarrollar tus sentimientos en el espíritu.
Ábranse camino a través de todo, amigos, y sepan que Dios les ha puesto en el camino todas las dificultades y que las tienen que vencer.
Sepan, amigos, que les esperan esferas más bellas y hermosas, de las que les hablará mi hermano en un momento, a las que pueden llegar si saben usar las fuerzas que Dios les ha dado.
Luchen, amigos, por su propio yo, pero no perezcan haciéndolo.
Intenten vencerse a ustedes mismos.
Sepan que la fuerza sagrada de Dios está en ustedes, sepan que les ha dado Su vida Sagrada.
Despierten, pues su vida es eterna.
Despierten de su profundo sueño, Dios está en ustedes.
Griten por ayuda, pídanle a Dios fuerza para ayudarles a encontrar su camino.
Y cuando se inclinan en humildad, dejando todo ante los pies de Dios, entonces también les será concedido que todo sea diferente.
Recen, amigos, recen mucho, pidan que les sea concedido conocer las fuerzas que hay en su interior.
Recen para que siempre pueda iluminarlos la luz de Dios que algún día verán en toda su fuerza.
Es la voluntad de Dios que Su amor se use para ayudar a otros, para calentar a otros, que no perciben aún Su amor.
Sepan, amigos, que es posible ir elevándose.
Dios les dio un intelecto pensante, la gracia de vivir eternamente.
Aprendan a usar su razón al servicio de Dios, por más difícil que les sea.
Aprendan a confiar en que Dios, en su infinita bondad, los ayudará a todos para que les llegue la felicidad eterna.
Amén.
Reinaba entre ellos un profundo silencio.
Todos miraban a Alcar colmados de admiración.
Sentían un profundo respeto por todo.
Como en un fogonazo le llegó a André: “Habla de la naturaleza y conéctalos con la vida”.
Empezó de inmediato y sentía que se le estaba ayudando.
—¡Hermanas y hermanos!
Venimos de otra tierra para contarles lo bello que es donde nosotros y les pedimos que visiten nuestra tierra.
Nuestra tierra es hermosa, también la naturaleza es diferente que aquí.
El cielo es de color claro y en todas partes crecen y florecen flores, que no se marchitan nunca, sino que se mantienen frescas eternamente.
Construimos nuestras propias casas, como lo queramos nosotros mismos.
Ninguna de ellas tiene la misma arquitectura.
Es porque cada ser también es diferente, posee una personalidad propia.
Como nos imaginamos nuestra casa interiormente, así será.
Podemos construir nuestra casa según nuestros deseos, entre las montañas o en planicies, junto a agua y ríos.
Pero en ninguna otra tierra podemos conseguir lo necesario para ello.
Podemos recurrir a todo lo que crece y vive en nuestra tierra.
Al mismo tiempo sabemos que en otras tierras donde igualmente viven personas tampoco es posible comprar material de construcción de otras tierras.
Tenemos que obedecer leyes.
Esas leyes se corresponden con el estado interior del ser humano que viva allí.
Significa que no podemos ni debemos ir por encima de nuestras fuerzas.
No podemos incorporar los materiales de otras tierras por la sencilla razón de que en la nuestra reina otro clima, por lo que todo se derrumbaría.
Convivimos como hermanas y hermanos.
Vivimos en amor por los demás y nunca les mentiremos o engañaremos, ni siquiera en pensamientos.
Lo que les parecerá extraño es que lo sabríamos de inmediato, pues podemos seguir el curso de los pensamientos de otros.
Por eso, todos son honestos y un hermano o una hermana se abre, se abre por completo a todos los demás.
Cuando vemos a una hermana o a un hermano, nos vemos a nosotros mismos, porque poseemos un solo amor y estamos en un solo amor, por lo que nuestra vida no es más que felicidad.
Hacemos arte según nuestras preferencias y jugamos entre nosotros como niños.
Nos divertimos y pasamos alegría, tan bella es nuestra vida.
Vamos a fiestas ataviados con hermosas túnicas, y también a funciones, donde se reúnen y ofrecen conciertos diferentes maestros.
No tocan con partituras, sino según la naturaleza, que irradia en diferentes matices de colores.
Cada maestro es uno con la naturaleza, y los maestros representan por medio de sus hermosos instrumentos la vida de cada uno como se siente.
Donde nosotros es asombroso, y en comparación con su tierra, a la nuestra se la podría llamar paraíso.
Tenemos hermosos templos y edificios, y lo que les parecerá increíble: nuestros templos tienen eco.
Significa que el sonido se distribuye, de modo que se puede seguir el concierto incluso sin encontrarse dentro del templo.
Se distribuye hasta miles de millas más allá, porque todo es uno y significa vida.
Nosotros conocemos y poseemos muchos milagros, que entendemos todos, porque sentimos el milagro de manera interior.
Así ya no hay secretos para nosotros, porque un secreto es otra vida, y cuando experimentamos esa vida, la asimilaremos y nos pertenecerá.
Así avanzamos cada vez más, nos elevamos cada vez más y agradecemos a nuestro Dios todo lo que se nos ha dado.
La felicidad nos sonríe en todo.
Rezamos en la naturaleza, nunca en edificios o templos, porque esta es Dios, y porque a través de la vida que vive en la naturaleza podemos acercarnos mejor a Él, porque es Su fuerza sagrada la que reside en todo.
Y con ella nos conectamos y no se nos molestará en nada, porque nuestro estar juntos es uno, y queremos conectarnos en sencillez y naturalidad.
Así sentimos a Dios e intentamos acercarnos a nuestro Padre todopoderoso en amor.
El amor nos es lo más sagrado, lo más bello y lo más potente que Dios haya creado y nos haya regalado a nosotros humanos.
Es la fuerza sagrada que es Dios mismo, y cuando podemos amar a otros nos acercamos a Él, porque Dios no es otra cosa que amor.
Entonces todo nos irradia y seremos siempre felices.
Nunca envejecemos.
Donde nosotros no conocemos la vejez.
Nos es desconocida una vejez como la que poseen ustedes aquí.
Somos como las flores, siempre, sí, eternamente frescas.
Si les cuento otro milagro, digo de antemano que parecerá increíble, pero también les digo que es la verdad, tanto como que ustedes están vivos.
Nosotros, y muchos otros donde nosotros, ya tenemos miles de años y a pesar de eso somos jóvenes, somos bellos y podemos ser infantiles, en el sentido hermoso de la palabra.
¿No es increíble?
Y aun así digo la verdad.
Ya no podemos envejecer.
Somos viejos interiormente, pero jóvenes de aspecto.
Nuestra vejez es nuestra sabiduría, que posee cada ser donde nosotros.
No importa a quien vea o con quien hable donde nosotros, todos poseen sabiduría, que llevan interiormente.
Nuestra sabiduría es nuestro sentimiento, porque intuimos la vida que reside en todo, y así podemos entender todo.
Podría enumerarles otros miles de milagros.
Había donde nosotros muchos forasteros, que venían a visitarnos, pero que ya no querían volver con sus familiares.
Nuestra belleza los mantenía presos.
No llegaban a entender por qué todos éramos tan jóvenes y tenían el deseo de saber cómo podían lograrlo.
Nuestros maestros, que donde nosotros conducen todo, les dijeron qué podían hacer para que pudieran quedarse en nuestra tierra y poseer una vida joven.
Les dijeron lo siguiente: “Todos los que vivimos aquí, vivíamos en algún momento en otra tierra.
Cuando todavía estábamos allí, unos forasteros que nos vinieron a visitar nos convencieron de una tierra más bella, que llamaban la tierra del amor.
Nos dijeron que todos teníamos que levantarnos para emprender nuestra peregrinación.
Nos explicaron cómo ir y por su ayuda nos fuimos miles para llegar a su tierra de amor.
También nos contaron que sería difícil, pues en el camino sufriríamos mucho.
Pero una vez allí, todo significaría únicamente felicidad”.
Fuimos miles, solo algunos volvieron.
Le pedimos fuerza a Dios, para apoyarnos en nuestro difícil y duro viaje.
Así fuimos avanzando, cada vez más, y ocurrió lo asombroso: nos fuimos rejuveneciendo conforme nos íbamos acercando a la tierra de amor.
En el camino compartíamos todo.
Nos unía el amor, y ayudábamos y apoyábamos con todas las fuerzas que tuviéramos a los que ya no podían seguir.
Cuando hubimos avanzado un tramo, despertamos y entendimos lo que quisieron decir los forasteros con que nos conoceríamos a nosotros mismos.
Muchos ya entendían cómo sentían interiormente, cómo era su sintonización, y que no se habían conocido, porque no habían sentido la vida que Dios ha depositado en todo.
Ahora estábamos conociendo la vida y nuestra propia vida, a través de pena y dolor, venciendo dificultades.
No era otra cosa que lucha, lucha y más lucha, pero seguimos y comprendimos que nos esperaba felicidad elevada.
Se podía ver en todo donde nos encontrábamos, porque íbamos rejuveneciendo en medio de la lucha.
Así llegamos a otra tierra, que no obstante no era todavía la tierra de amor que nos prometieron, donde vivían los forasteros.
Éramos todos felices por haber dejado nuestra propia tierra.
Qué frío era todo allí en comparación con la tierra en la que ya nos encontrábamos.
Sin embargo, la tierra de amor era todavía más bella.
Y seguimos nuestro camino con nuevos bríos, siempre más lejos, hasta que una mañana hermosa entramos en la tierra de amor.
Qué felices estábamos.
Oh, esos primeros instantes, cuando por decirlo así despertamos, fueron como si estuviéramos soñando, cuando sentimos lo grandes que eran los poderes de Dios, cuánta belleza reserva Dios para todos Sus hijos.
Cuando pudimos contemplar la luz sagrada de Dios, nos arrodillamos todos, agradeciendo a Dios toda esa belleza.
Rezamos durante mucho tiempo, la cabeza muy inclinada, por todo lo bello que se nos estaba dando.
Todos nos ganamos la tierra de amor, con lucha, con pena y dolor.
Todos entendimos que Dios no es más que amor.
Dios es luz, Dios es vida.
Todos éramos jóvenes, vigorosos y bellos.
Todos, sin faltar uno solo, gritamos a todo pulmón: ¡Dios es amor, Dios es luz, Dios es vida, vida eterna, eterna vida!
Todos éramos felices.
André había hablado con mucho fervor.
En pensamientos, todos estaban conectados con él.
También el clérigo estaba radiante, su viejo rostro reflejaba la felicidad y el deseo de poder poseer esta belleza.
Sus miradas anhelantes lo conmovieron mucho.
Así sintió que todos estaban bajo su influencia, y también que en ese momento habría podido mover montañas.
Siguió rebosante de ardor.
—Nuestros maestros nos dijeron: “Vuelvan a su tierra y sigan el camino que hemos seguido nosotros y muchos otros.
Muéstrenles el camino, cómo deben seguirlo y apóyense unos a otros durante su difícil viaje.
Todo depende de ustedes mismos.
Está en sus manos su propia felicidad.
Y si aguantan, a pesar de mucha pena y dolor, pronto pueden estar aquí, donde miles de personas los esperarán, y nos aseguraremos de que todo esté listo para recibirlos.
Todos los que sigan nuestro camino pueden entrar aquí.
Hay aquí felicidad para todo ser, nada más que felicidad.
Los espera felicidad eterna y sagrada.
Pero no olviden que aquí no pueden entrar nunca si no han seguido su camino en amor, si no han amado todo lo que encontrarán en su camino”.
André vio que el clérigo bajó de su pedestal y se acercó a Alcar.
Prosiguió.
—Los forasteros volvieron a su propia tierra y miles de personas se pusieron en camino para alcanzar la tierra de amor, para empezar su peregrinación.
Y a ustedes, amigos, a todos ustedes les digo: dejen ustedes también esta tierra fría, les espera una felicidad diferente, más elevada.
Dejen este valle de lágrimas y sigan el camino que ellos recorrieron y que recorrerán todos, porque es el camino que Dios nos enseña y enseñará siempre.
Levántense, amigos, sigan el camino de amor.
Sigan el camino que los llevará a la tierra de eterna felicidad, donde viven sus amigos que ya llegaron.
André sintió que en ese instante le era concedido seguir más, y les dijo gritando rebosante de fervor:
—Amigos, les diré todavía más: es la verdad, como todo es verdad.
Escuchen, escuchen bien y no lo olviden nunca.
Todos vivían en la tierra y murieron allí.
Viven en la eternidad, pero han echado a perder su vida terrenal, porque era material, por lo que han llegado a este estado; no saben nada de una vida espiritual, porque se han blindado contra esa vida.
Recen para que Dios les abra los ojos.
¿Dónde están sus hijos?
Ellos también viven aquí, de este lado, aunque en otras tierras.
Son más bellos e inmaculados, de modo que no pueden verlos, porque poseen esa sintonización más elevada.
Sientan su estado antinatural y comparen su vida con una más elevada, espiritual, donde algún día vivirán eternamente.
Ahora chocan con todo lo que hay en esa tierra, también con sus propios hijos.
Ni aquí ni nunca jamás volverán a ver a sus hijos (aquí).
Los encontrarán allí donde no hay más que amor, en belleza celestial.
Es la voluntad de Dios, amigos, que sigan Su camino.
Dios es amor, amigos, Dios es luz, felicidad y vida.
Ahora todos habían cambiado.
Oyó que el clérigo exclamó:

—Dios es amor, ¡queremos seguir el camino de amor!

Las voces de todos se confundieron gritando:

—¡Dios es amor, queremos ir a la tierra de amor, queremos volver a ver a nuestros hijos!

Fue un final magnífico, que no se habría atrevido a esperar de antemano.
Muchos lloraban, las lágrimas les corrían por las mejillas.
Ahora todos se habían descongelado, sus corazones se habían derretido.
El amor entraba a mares, el frío tuvo que ceder su lugar a un sentimiento más caluroso y bello.
Era lo nuevo, en toda su belleza.
Alcar le dijo que parara y que desaparecerían ante sus ojos.
Como en un fogonazo le llegó: “También a ti te convenceré de lo que puede lograr el amor, de lo que son las fuerzas del amor”.
—Prepárate, André, y dame la mano como contacto.

En su interior, André no sentía otra cosa que felicidad.
—Ahora sucederá de lo que te he hablado en las esferas tenebrosas.
Concéntrate ahora en mí, se requiere de todas las fuerzas.

El clérigo estaba frente a su congregación, y oyeron miles de voces que decían:

—Dios es amor, queremos ir a la tierra de amor y felicidad, queremos volver a ver a nuestros hijos.
Los miraron por última vez; luego André oyó que le decían que estuviera preparado; sintió que lo auparan espiritualmente hacia otro estado y desaparecieron ante sus ojos.
Todavía alcanzaron a oír:

—Ha ocurrido un milagro, Cristo estuvo entre nosotros, Cristo estuvo aquí, Cristo se manifestó con un apóstol.
Dios es amor, no es más que amor.
—¡Óyelos, hijo mío!
Piensan que el Hijo Sagrado de Dios estuvo entre ellos.
Es la fuerza del amor que puede poseer un ser humano y por la que se puede hacer invisible para estados y sintonizaciones más bajas.
Así que no es otra cosa más que la fuerza del amor, con sintonización espiritual.
Siguieron planeando tomados de la mano, hacia otra esfera.