Si Rembrandt aún viviera, tío Frederik, tomaría clases con él

Hoy tenemos un día festivo como todavía no hemos conocido ninguno, tan increíble es.
René ha cumplido veintiún años, y Hans —cómo es posible— ha vuelto a casarse justamente en el día de su cumpleaños, con una criatura ¡tan hermosa, tan cariñosa, tan extraordinaria, que todos la consideramos un regalo del cielo!
Y esta mujercita en el fondo no encaja con él.
Es una lástima que lo diga.
Tengo que desearle esa felicidad.
Y es lo que hago, pero Hans mismo dice:

—No sé por qué me merezco esto... así de maravillosa es Elsje.
Le saco veinte años a esta niña tan estupenda.

Hans lo ve como una tacha sobre su máscara, son salpicaduras que con una meticulosidad exasperante dejan una sensación mustia, y que se ha colocado encima de la mesa de los novios como un precioso jarrón con flores sin que nadie pueda alterarlas.
Esas florecillas son lo más naturales posibles, colocadas dentro de ese conjunto, y encima delante de sus narices.
Ambos tienen que verlas, quieran o no, ¡ahí están!
Y este no es un regalo nuestro, fue el propio Hans quien las puso en la mesa.
A nosotros se nos dejó admirarlas, y a todos nos pareció un milagro, algo tan hermoso no se ve todos los días.
Cuando nos hubimos saciado de todo este encanto aceptamos con naturalidad que así tenía que ser e inclinamos la cabeza ante esta ley, ante esta posibilidad de empezar una nueva vida.
Hoy estamos de fiesta en el castillo de Hans.
No queda ni rastro del jolgorio de baja estofa de Hansi.
Hans se hizo con esta niña, esta joya de belleza humana, en algún rincón de la región de Achterhoek.
No te lo vas a creer, pero no es de origen campesino, para nada.
Elsje tiene veintitrés años y Hans —santo cielo, incluso me quedé corto—, casi cuarenta y cinco.
Este milagro, que tan pronto se convirtió en señor catedrático, ha añadido otro a sí mismo, aunque humano, y se ha hecho uno con él.
Cuando ves a Elsje no queda más remedio que pensar que esta niña tiene una naturalidad heredada, que a mí, como conocedor del sexo femenino —al que por otra parte he tratado muy poco—, me acaricia por dentro, me agrada.
Es como el capullo de una flor, y te aseguro que ¡incluso ahora ya lleva pequeñas sandalias!
Ahora ya... y sin embargo tan joven.
Tiene una antigüedad, una vocecita que te sitúa delante del parloteo espacial de las flores de un solo color..., esa voz es dulce como el almíbar, de una calidez natural de la que surgieron las primeras sopranos de todas, que te canta ‘la canción del espacio’, si estás abierto a la música sacra, tal como la hizo Johann Sebastian Bach y nos la legó a los mortales.
¡Elsje es un gran milagro!
Canta que es una delicia.
Podría conquistar el mundo sin esfuerzo alguno, pero no lo hace.
¿Tú lo entiendes?
Yo no, pero quizá algún día logre averiguarlo.
Es como una mariposita, de un color azul y rosa, un profundo pardo rojo, tal como se ven en los países meridionales, donde esos animalitos llegan a tener los colores universales; las nuestras son pobres diablos en comparación.
¡Elsje es el no va más!
También escribe poemas.
Nos leyó un poemita de esos en el día de su boda.
Naturalmente, lo anoté y lo guardé para más adelante.
Aquí está:
“Estoy tan callada, pero ¿por qué?
Estoy tan feliz, pero ¿por qué?
¿Soy Vida?
¿Soy Alma?
¿Soy Espíritu?
Pongo todo en tus manos: por quien vivo es por ti, sobre todo”.
Y más tarde, en esta noche tan maravillosa, todavía oímos:
“¡Quiero ver el silencio en mí, sí!
Quiero ver ese silencio como espacio, y si es así:
¿Dónde podré encontrar todo esto?
Busco, vivo, soy como el viento, ¡quiero dar!
Quiero ver el día en la noche
Y a ser posible percibir su susurro en la ‘Noche Eterna’...
Quiero conocer el invierno
El verano, otoño y la primavera
Si Dios quiere, si Él lo quiere...
¿Estoy dispuesta?
Canto mi canto
Pensé hacerlo
Dándolo todo, regalándolo todo.
¿Lo veré a Él entonces
Elevado por encima de todo?
Ser portada... estar abierta para todos...
¿Lo recibiré?”.
Vi que René tenía los ojos casi desorbitados de felicidad.
Y Hans se lo deseaba, igual que todos nosotros.
La juventud veía cómo se revelaba la juventud.
Elsje es una mujer mayor...
Ama a Hans, está abierta y es consciente de su amor por un hombre mayor, porque de lo contrario —lo sé— esta vida sucumbiría.
Hans se me acercó con sinceridad —Karel y Erica estaban allí— y preguntó:
—¿Que les (os) parece, gente? ¿Puedo hacer esto?
¿No soy demasiado mayor para esta niña?
¿Qué les (os) parece?
Ya lo saben (sabéis): ¡ella es una revelación y sabe lo que hace...!
Dijimos:

—Eso es cosa tuya, Hans.
Aclárate tú mismo.
Sabemos que a Elsje le pareces un milagro.
Anda, agarra tu felicidad con las dos manos, Hans..., acéptala como un regalo divino.
¡No hay más!
Así que Hans se casó con Elsje.
Y todos nosotros somos amigos de ella.
A la menor oportunidad estaba con nosotros.
Antes de que tuviera lugar esta fiesta ya se quedó varias semanas en nuestra casa, porque Hans tuvo que irse de la ciudad y no quería dejar sola a su Loto.
Elsje sabía lo que hacía.
Lo comenté con ella.
Recibí su respuesta, sus sentimientos y pensamientos antes de que empezara con ello.
Hans me dijo una vez:
—Casi ni me atrevo a tocar a esta criatura, Frederik.
Me avergüenzo, pero ¿tengo que dejar que esta vida se vaya a pique?

Claro, había un tufillo, una pequeña abolladura, porque a Elsje no la entendían y la trataban como a una chacha del campo.
En solo unos meses Hans convirtió a Elsje en una dama, por arte de magia.
Fue eso lo que hizo que Elsje aceptara a Hans, lo viera como la primavera, el otoño, el invierno, el verano, como su Dios, porque ¡creyente sí que es!
La familia campesina en la que nació ya no se ríe ni presume en este mundo, sino desde el otro lado de la tumba, por lo que estos sentimientos como de huérfano echaron una limosna al consabido cepillo, permitiendo así que ella y Hans pudieran dar el salto.
En resumidas cuentas, hizo que estos dos seres humanos se acogieran el uno al otro.
Hans, hombre honrado y recto que es ahora, no quiere empezar, pero Elsje le dijo:
—Me ves como una jovencita, pero no lo soy.
Piensas: esto fracasará sí o sí, pero ya me encargaré de que eso no ocurra.
No quiero un mocoso... soy mayor por dentro.
No me vas a echar, ¿no?
Te amo, Hans.
A mí qué me importa que hayas estado casado.
¿Nada, Hans? ¿Nada?
Siempre esperé tener un médico.
¡Siempre!
Créeme, ya verás, vamos a hacer una buena pareja.
¿Me crees, Hans, mi muchacho?
¿Me amas?
Con que me quieras solo este poquito ya soy feliz.
Seré una mujer, una hermana, una madre para ti.
Sabré serlo porque soy mayor, ya aprendí tantas cosas...
Si me quieres abandonar aquí, pondré fin a mi vida, no será este mi lugar.
Etcétera...
Hans me dejó leer algunas cartas, a lo que yo le dije: “Hazlo..., haz que esta vida sea feliz”.
Tú también tienes derecho a ello.
Hoy observo a todos mis hijos.
Erica regaló una preciosa túnica a Elsje; René, uno de sus bodegones con flores, porque se ha convertido en un buen pintor, aunque sigue aprendiendo y todavía nos falta mucho por llegar.
Regreso en pensamientos, estoy viéndolo cuando lo sacamos de la clínica y pudo comenzar su nueva vida.
Al día siguiente fui con él a Ámsterdam y le mostré las obras de los antiguos maestros, de Rembrandt.
Le salieron estas palabras:

—Si este Rembrandt aún viviera, Frederik, tomaría clases con él.
—Hay más que lo quisieran, muchacho, pero ese sobrenatural ya no está.
¿Y?
También nos podemos conformar con otros; lo más elevado de todo, René, solo te deja tirado en el suelo.
Tómatelo con un poco más de tranquilidad y no intentes asaltar los cielos, o tendremos que pagar después el precio.
No hubo manera de apartarlo de los maestros.
No se cansaba nunca.
Por el camino se sumía en un mundo propio y ya no me era posible alcanzarlo.
Este mundo quedaba totalmente cerrado para mí.
Poco antes de llegar a casa me dice:
—Y ahora quiero aprender a dibujar y a pintar en regla, Frederik.
¿Cómo nos agenciamos un preceptor?
—Voy a mandarte a una academia, René.
Allí primero tienes que aprender a dibujar.
Y después unas clases de anatomía.
Mientras tanto aprenderás bien tu propio idioma.
Ya sé, no es algo tan sencillo para ti, pero urge que lo hagas para tu futuro.
En esta sociedad no puedes vivir si no sabes escribir tu propio nombre.
Es imprescindible.
¿Lo harás?
—Lo intentaré, Frederik.
—Ya te ayudaré.
Ya llegaron los libros, así que vamos a empezar con dos cosas a la vez, pero cada una servirá para la otra.
La semana próxima te vas a venir conmigo a Ámsterdam.
Allí te buscaremos un preceptor.
En casa vas a estudiar.
Buscaremos por los alrededores un profesor de lengua que te enseñe un neerlandés decente.
Y si es posible, más tarde, alguna otra lengua más.
Si más tarde quieres irte conmigo a Oriente, tendrás que saber bien inglés, o no te servirá de nada.
Entonces tendría que aclararte todos esos poderosos asuntos porque desconoces el idioma, y así perdería de entrada la gracia.
Con eso haces un gran favor a nuestros amigos de allá.
Te prometo que si te esfuerzas, haremos ese increíble viaje.
¿No estás deseándolo?
—Y mucho, Frederik.
Haré todo lo que pueda.
Y, ala, ahí fuimos al preceptor.
Encontré lo que quería tener.
El hombre empezó y René se esforzaba.
Hacía lo que podía en estas circunstancias.
El primer medio año le resultó un suplicio.
Por mucho que se esforzara, la materia no se le quedaba.
Siempre venía a buscarme llorando y entonces estábamos ante problemas.
Le dije:
—Mira, René: todo lo que los seres humanos no sabemos todavía es difícil de aprender.
Y una vez que hemos empezado lo acabamos.
Luego ni te darás cuenta.
Basta con que primero hayas logrado captar la base.
Te diré una cosa: si piensas que puedes hacer cualquier chapuza, me retiraré de todo.
Entonces te dejaré completamente solo y tendrás que arreglártelas.
Todos los comienzos son difíciles.
No se regala nada, tenemos que poner lo mejor de nosotros para cualquier cosa en nuestra vida.
Después me preguntó dónde había aprendido a hablar idiomas.
Le hice ver que en la escuela había aprendido los principios básicos del francés, alemán e inglés, por lo que tuve que darme por completo, y que más tarde, estando en el extranjero, había aprendido otros idiomas, igual que si me los hubieran regalado.
Dijo que haría todo lo posible por llegar a la meta.
Y no pudimos quejarnos.
Tiene algo que le hace superar cualquier cosa.
En estos años dejé de pensar en pesquisas espirituales.
Me esforcé con él estudiando.
Vivimos juntos el idioma neerlandés.
Karel y Erica, y hasta Anna —que igual que él se puso a estudiar neerlandés oficial, inglés, francés y alemán— le tomaron el gusto.
En la mesa dimos un golpe de timón y optamos por nuestro propio idioma, algo necesario, de hecho.
Nos ayudábamos unos a otros para que René llegara a buen puerto.
Y su profesor ya podía estar contento con esa ayuda conjunta.
Mientras tanto, ya había vuelto de Ámsterdam tras sus primeras clases de arte.
Resultó que no era tan malo para esas cosas.
Prácticamente, ya no se veía nada de su pasado.
A los chicos y chicas de su clase les pareció algo callado y que se lo tomaba un poco a la tremenda, pero su bondad, suavidad y camaradería superaban lo demás y hacían que la gente no viera lo otro, que lo aceptara como algo que tenía que ser así.
Yo sabía: ¡ese es el camino!
Ni yo ni nadie de nosotros veía aquella otra cosa, ¡conocíamos esta vida!
Ese tremendismo era para mí la profunda veracidad de esta vida y de este ser, y tendrá que manifestarse algún día para nosotros y muchos más; había algo que lo oprimía, que vivía en él con una máscara, pero que tarde o temprano resultaría ser el núcleo más profundo del alma y espíritu.
Quien lo veía a él no lo percibía.
Pero a veces veías en su mirada —muy elocuente— un destello, una sombra de lo que me esperaba.
¿No tiene todo el mundo algo de apesadumbrado?
¿No sentimos todos en algún momento el silencio?
A René le pesaba día y noche, incluso cuando dormía, se alimentaba de ello, pero entonces eran suspiros interiores, o había relajación para aquello que estaba aún por venir.
Después de un año pudimos decir que las cosas iban bien.
Ya no volvimos a ver trastornos.
Se me concedió disfrutar de su vida interior durante unas horas.
Una tarde —hacía buen tiempo, era pleno verano— estábamos echados juntos en el bosque y nos quedamos dormidos.
Habíamos hecho un recorrido largo, paseando por extensiones de brezo..., nos habíamos tostado al sol, hablando un poco sobre el arte y los antiguos maestros.
Después se nos echó encima el sueño y nos quedamos dormidos.
En este ser umbrío, natural, en esta vida forestal, de repente oí cómo me hablaba.
Me desperté y vi que todavía dormía, pero se le movían los labios, hablaba quedamente.
Me incliné por encima de él y presté atención a lo que tenía que decir.
Primero no quise dar el paso, pero después no me quedó más opción que aceptar que no eran ensueños interiores, sino que se me estaba manifestando su alma; le oí decir:
—Estoy susurrando..., ¿lo oye?
Respondí igualmente susurrando.

—Lo oigo, estoy esperando, ya llevo tanto tiempo esperando...
—Entonces le ofreceré mi primera palabra.
¿Sabe usted cómo me puede despertar?
—Todavía no lo sé, dígamelo ahora, si es posible.
—Escuche.
Estoy despertando.
Estoy en vías de despertar.
Pero usted no me verá por sus propias fuerzas ni podrá vivirme.
¿Siente lo que es capaz de hacer usted?
—Dígame lo que es.
—Escuche..., cuando cumpla veintiún años..., y usted vuelva a vivir que en el exterior llega a ser uno conmigo, aplicará sus fuerzas.
Tendrá que permanecer a la espera hasta que yo haya alcanzado esa edad.
¡Antes no aplicará su hipnosis!
¿Me oye?
—Lo oigo.
—Entonces me repetirá las palabras...
¿Qué dije?
Conté lo que había oído.
Después añadió:
—Tal como estuvimos en Isis, tal como la vivimos, así le hablarán a usted mis vidas.
Me obligará usted a explorar el espacio.
Por medio de mi vida explicará las leyes.
Así iremos edificando una universidad.
¿Conserva usted todos los fundamentos?
—Así lo he hecho.
—Entonces está bien.
¡Así, por hipnosis!
¡Solo por medio de su sueño impuesto me obliga usted a ver desde mi vida interior!
¡Por medio del sueño que no lo es!
Esperará.
Me seguirá dejando en paz.
Cumpliré mi tarea; ahora siento que seré capaz de hacerlo.
¿Y después?
¿Lo ve?
—No veo nada.
—¡Eso también está bien!
¡Lo veo!
¡Lo oigo!
¡Lo vivo!
¡Oh, diosa mía!
Depositamos nuestras vidas a los pies de ella.
Duermo y más tarde despertaré.
Pensé: ‘Arréglatelas con esto.
A mí ya no me puede pasar nada, ha roto a hablar un loco’.
—Nadie tiene que saberlo —sigue después—.
¡Nadie!
¡Nadie!
¡Nada de presión!
¡Nada de ayuda!
¡Así tampoco hay disgustos!
Nada, nada lo perturbará.
—¡Amen! —dije.
Mientras pensaba me quedé dormido, y así seguí hasta que me despertó.
—Frederik..., ¡tenemos que ir a casa!
El chico no sabía nada de lo que me había contado allí.
Nada.
Hice la prueba hasta el final, pero pude aceptar que no él supiera lo que me había dicho allí a mi vida.
Por lo demás no hubo síntomas.
Karel y Erica daban saltos de felicidad.
Tuve razón en todo.
Todo el barrio saltaba de felicidad, con nosotros.
Sí que nos fijamos en que no hubiera oro bajo nuestros pies, ahora ya no éramos tan tontos.
Más bien hicimos cosas buenas así, porque lo convertimos en un suelo bien transitable.
¡René estaba aprendiendo!
Su neerlandés estaba mejorando.
Los tiempos más miserables habían pasado; después hubo cálculo, pero eso su vida lo rechazaba de plano.
No insistimos más en que esto también era necesario; y no exigimos todo de su delicada constitución que durante años había padecido una miseria demasiado grande.
El arte estaba despertando.
Al comienzo eran dibujitos de trastos variados, nada más que dibujos.
Pero poco a poco las líneas fueron adquiriendo profundidad.
Las notas que recibió por su trabajo lo catapultaron a él mismo a las alturas.
Cuando empezaron las clases de anatomía era el primero de la clase.
Para él eran pan comido, dijo su preceptor, y añadió que el chico sería apto para convertirse en médico.
Karel estuvo sopesando brevemente si enviarlo a la universidad, pero tuvo que volver a inclinar la cabeza, porque de ninguna manera René sería capaz de abrirse a ello.
“¡No!”, fue su respuesta inmediata, “¡eso jamás!
Y, además, papá, voy rezagado.
Porque eso ya no voy a volver a recuperarlo.
Para esto hace falta primero una sólida formación escolar.
Y no la tengo.
No se preocupe, papá, de verdad, ya llegaré”.
Y Karel de hecho no se preocupó más; Erica, tampoco.
Todo iba bien.
En esos años no tenía nada en lo que ocuparme.
Solo tenía que cuidarlo a él y a mí mismo; no tenía que hacer anotaciones en el cuaderno de bitácora, no había.
De ese modo pude entregarme por completo a él.
Después del segundo año se fueron abriendo —para él y para su arte— otros aspectos.
A los mejores de la clase se les ofreció hacer un viajecito a Italia.
Una excursión de tres semanas.
Nos encantó que René pudiera ir, que también él pudiera participar.
Tres semanas de vacío en casa.
Tres semanas sin preocupaciones.
Hans me prestó unos caballos y me fui por ahí.
A Sientje la había vendido.
Cuando Karel y Erica empezaron a preocuparse me uní a ellos y renuncié a mi noble animal.
Hans todavía tenía otros animales preciosos, de los que todos podíamos disfrutar, si queríamos.
También a René le había enseñado a montar, pero él no se concedía el tiempo para hacerlo.
La pintura lo absorbía por completo.
Fuimos recibiendo preciosas cartas desde Italia de nuestro hijo.
Las niñas ya lo perseguían, pero él ni las mira.
No quiera saber nada de ellas, sueña, para esto aún duerme.
Erica está encantada.
Dice: “Así por lo menos podré disfrutar un poco de mi hijo, hemos tenido que perdernos tantas cosas de su personita, aunque le deseo toda la felicidad”.
No ve a las chicas, ¡el arte lo es todo!
Regresa de Italia a nuestra vida con muchos amigos.
Erica ha preparado una gran cena para los chicos y las chicas.
Nosotros también participamos y los jóvenes nos hablan de los momentos preciosos que allí vivieron.
¿Ya estuviste alguna vez en la Capilla Sixtina, Frederik?
Cuando le dije por dónde sí y por dónde no había estado en el mundo, llevándome a las chicas y los chicos a lugares de tierras yermas, a través de desiertos, por mares, barco tras barco, accediendo a templo tras templo, ya no acabaron las preguntas y comprendieron de dónde había sacado René todas esas historias y esa sabiduría.
“Ajá”, exclamó una —estupenda la niña, pensaba Erica, la mejor de todas las chicas—, “¡es el tío Frederik!”.
Pero aun así el tío Frederik no se dejó persuadir.
Cuando los chicos ya se habían ido oímos de su boca cómo la (lo) habían pasado allí.
Los milagros de Roma lo habían apabullado.
La Capilla Sixtina le había resultado una revelación, y el Vaticano..., al que habían podido acceder, era igual de hermoso que todo lo demás.
Solo se preguntaba por qué el Santo Padre no iba de gira por el mundo.
Conseguiría tantas cosas de esa manera.
Esta reflexión subyugó todas las demás y ya no le salió ni una palabra.

—Lo que en ese instante tiene lugar debajo de su cráneo —dice Erica—, es algo que desconoces, pero me encantaría saberlo.
De esta forma no llegas a conocerlo nunca.
Pero, bueno, no puedo quejarme, ya me callo, oh, Señor, ¡que todo siga así!
Cada pensamiento que adquiriera espacio material nos generaba reflexiones.
Yo comprendía a Erica.
Como madre deseaba conocer a su hijo.
Y aun así sentía gratitud hacia el Omnipoder.
Y así nos vamos al año en que ha cumplido veintiuno.
Mientras tanto ya habíamos oído que Hans estaba bajo los efectos amorosos de la primavera.
Al ver el hermoso retrato dibujado de Erica, se le escapa:
—Vaya, y ¿quién ha hecho eso, Erica?
René odia poner su nombre debajo de sus creaciones.
En el pasado no era así.
Ahora hay algo que vela para que eso no pase.
No se ve ningún nombre.
En sus estudios sí que pueden verse unos garabatos, con los que uno puede elaborar su monograma.
Erica dice:
—Pues, Hans, adivina.
Hans dice varios nombres.

—No —dice Erica—.
No, no y no.
—¿Quién entonces, Erica?
—Nuestro René, mi querido Hans.
—¡No fastidies!
Espectacular.
Muy acertado, precioso, Frederik, digno de mi enhorabuena.
He de reconocer que está progresando.
—Pues, vente un momento, mi Hans querido, no está.
Ya te enseñaré algo.
Hay cuadros colgados por todas partes en la habitación de René.
Hans tiene los ojos como platos.
¿Qué le parecen a Hans esos simbolismos?
Frederik, ven un poco.
Ya estoy.
¿Ves esto?
¿Viste aquello?
¿Viste esto también?
Mira, ven, Hans, ve esto, en mi habitación.
¿Qué te parece este templo?
¿Cómo están estas ruinas?
Mira estos esbozos que hizo en Italia.
¿Ves esto?
El corazón humano cuando duerme, dice René.
Esto de aquí, el fruto en la madre.
¿Te parece extraño?
Ya me gustaría que hubiera miles de estos.
Mira, un cerebro.
Observa cómo están dibujados los tejidos.
Karel se ha llevado algunos para el laboratorio anatómico.
Son como fotos.
Hermoso, ¿no?
Y esto no es más que el comienzo.
Sí, podemos estar contentos.
Por qué no abres un momento el cuaderno de bitácora, Hans.
Y ahora regresa diecinueve años...
¿Qué estoy diciendo, Hans?
¿Qué se me ocurre ahora?
Dios mío..., hombre..., pero tú ¿qué edad tienes?
Hans se larga.
Se va corriendo.
Se ha asustado.
¿Por qué?
Voy a visitarlo cuatro días después.
Como de costumbre estamos en nuestros sitios tomando una copa de vino, por supuesto que no falta un buen puro holandés.

—Oye, Hans, ¿por qué te fuiste como un rayo?

Hans se mece en su silla y se muestra muy tímido.

—Vamos, que ya no tienes veinte años.

Y entonces oí:
—Pues, cómo decírtelo, Frederik.
Creo que he vuelto a tener una relación.
—¿Qué?
¿Cómo dices?
¿Tienes una nueva relación?
¿Tú?
—Pues ¿tan especial te parece eso?
—No, eso no, pero me he asustado.
Imagínate que te vuelven a vender gato por liebre, Hans.
—De ninguna manera, Frederik.
Es algo muy diferente.
—¿De qué se trata?
¿Asuntos familiares?
—Bueno, tampoco es eso, es huérfana, pero ¿cuántos años crees que tengo?
—A ti..., a primera vista, cuarenta y tres.
—Gracias...
—¿Y la flor?
—¿Cuántos crees?
—¿Cómo voy a saber eso yo?
—Bueno, así ¿al tuntún?
—¿Cuarenta?
—Menos.
—Treinta, entonces; me quedo algo corto, así de golpe, pero me lanzo.
—¡Más joven!
¡Más joven todavía!
—Esto empieza a ser delicado para mí, y para ti, desde luego.
Te pregunto, ¿cuántos años tienes ahora?
—Cuarenta, Frederik.
—Eso lo aprendiste de mí, ¿verdad?, pero, qué le vamos a hacer, Hans.
Entonces ya desembuchó.
Elsje es un milagro, es una flor de loto.

—¿Qué tengo que hacer?
¿Qué me aconsejas que haga?
Anda, coméntalo un día con Karel y Erica.
Ya iré yo a verte, será mejor.
Hans es incluso más viejo de lo que pensábamos.
Se llevan nada menos que veinticinco años.
Pero, como ya dije, al final sí que salió adelante.
Y aquí estoy ahora, solo, cavilando.
Los años de mi vida pasaron volando, no podemos quejarnos.
Y tal como lo veo yo, a Hans no le fue tan mal.
Pero creo que René piensa: ‘Qué hermosura esa, hay que ver, no?
¡Qué color!’.
Lo oigo decir:
—Elsje —Nos hablamos de “tú” y charlamos de otra forma cuando estamos juntos, agarramos el toro por los cuernos y no nos andamos por las ramas. Oigo—: Elsje, ¿puedo retratarte?
Elsje dice:

—Pregúntaselo a papi.

Hans oye estas palabras y se acerca.

—¿Qué opinas, papi?
—Pero, cariño, claro.
¡Si René es tan amable!
Todo va bien, demasiado bien, creo.
Vivimos una felicidad que no se agota y que no termina nunca.
René está pensativo, vive en su mundo.
Ahora que a Hans le parece bien ha vuelto a avanzar mucho, y allá, en la lejanía, lo veo todavía.
Para mí ha comenzado un tiempo que estremece y me hace temblar.
Realmente, tiemblo.
Karel lo ve y pregunta:
—¿Qué te pasa, Frederik?
Es como si tuvieras fiebre álgida.
Vamos, venga, vamos a tomarnos una botella de champán entre los dos.
Entonces ya le retorcerás el pescuezo a esa fiebre.
¿Cómo te sientes, Frederik?
¿No estás feliz ahora que hemos llegado tan lejos?
Basta que veas a mi hijo.
Frederik, salud... a todo, a todo, ¡también a todas mis pequeñas zanjas!
Estamos sentados en un rincón de la gran casa, el salón de baile en el que vive Hans, el harén como tal..., tan a gusto tomando unas copas los dos.
Vamos a por otra botella.
Al hablar, a Karel ya se le traba un poco la lengua..., a mí no, yo de esto me liquido sin problema diez botellas, hace que me calle.
Y también en esto no he cambiado nada todavía.
Cuanto más bebe Karel, más divertido se hace su personajillo.
De vez en cuando caemos rodando en una de sus pequeñas zanjas, otras veces subimos las escaleras corriendo y nos tiramos los trastos a la cabeza.

—Qué bicho fui contigo, Frederik.
Qué bu que fui...
Oye, pero ¿de dónde he sacado esta palabra?
—Chsss... —digo—, Karel, no levantes la liebre.
—Pero ¿dónde estaba entonces, Frederik?
Karel habla dialecto cuando siente que le arde la nariz.
Eso también es una gloria, ¡la sangre no engaña nunca!
Entonces saca a remolque toda la granja y se porta como un niño, como un pillo.
Va dando tumbos contigo por los jardines, vuelve a darte patadas por detrás, tan a gusto, hasta dejarte boca abajo, y lo infla todo.
A Erica le da un ataque de risa...

—El champán —dice— te enseña a volar.

René no bebe.
Elsje sí, ya lleva unas copas encima y Anna me confesó hace un instante que ella llevaba cuatro.

—Pero, claro, Frederik, es que esa cosa es muy rica.

Tiene la mirada destellante, me mira como si estuviéramos echados al pie de la pirámide, tan lejos alcanza su mirada que ya ni siquiera la puedo seguir.
Dice:
—¿Viste esa palomita, Frederik?
No podías verla, ¿verdad?
Lo sé, pero es que he sangrado por ello.
Se va corriendo porque quiere esquivar mi respuesta, temerosa de que la haga sangrar aún más de lo que ya hizo.
Pero no puedo hacer otra cosa.
Aun así, salimos un rato juntos.
Estuvimos navegando... a vela, sobre un gran lago, y solos.
Entonces le conté varias cosas.
El final del día fue que ya no quisimos volver a casa.
“Ya no me vuelvo”, dijo, “ahora me quedo aquí.
Ya no me iré de tu lado.
Tú a la gente le sacas el corazón de entre las costillas, ahora entiendo a Erica y Karel”.
Dejamos el barco y nos olvidamos de él.
Las máquinas de perforación las dejamos funcionando, pero nosotros mismos yacíamos bajo la pirámide, y nos habíamos dormido.
Todo era tan infantil y hermoso, pero la esfinge me pinchó, y casi desfallecí.
Entonces le dije lo que llevaba encima desde hacía años, y que con eso se las tuvo que arreglar.
Le prometí que cuando volviera a ir a Egipto me le llevaría conmigo.
¡El pequeño René también!
Después nos quedamos dormidos a la holandesa; estuvimos durmiendo horas, soñando con pececitos en el agua y gente en la orilla, flores en un jardín, una fiesta de Navidad con velas, bocadillos con granos de anís azucarado que ya no se preparaban para nosotros, cigüeñas, que no llevaban niños, sino palos, negros como el azabache, con los que haces muñecos de San Nicolás, y más cosas así.
Pero el final de este hermoso y breve viaje fue una deliciosa cena al aire libre en alguna parte, regada con un espléndido vino.
Entonces nos hicimos con un día del que pudimos nutrirnos mil años.
Fuimos tambaleándonos a casa, como dos patitos engordados.
Entramos sin hacer ruido, pero en la puerta nos acogió gente que estaba igual de tarada que nosotros.
Karel volvió a rellenar un poco las copas, Erica llevaba una túnica nueva, no una mía, porque esa aún no la había visto, tan solo ayer se la di.
La que le di cuando René volvió a casa casi ni se atreve a llevarla de tanto miedo que tiene de que en algo afecte a su vida.
¡Y así es ahora!
Erica, Karel, Hans y Anna... estamos bebiendo champán juntos.
René no habla, Elsje ha ido un momento arriba y no hay más amigos.
Hans ha marginado a los eruditos de los viejos tiempos y ya no valen.
Aun así, luego vendrán otros, pero son los primeros ayudantes de Hans.
Sonia también vendrá, el viejo Piet y la joven prima también.
La señora Van Soest, nuestra querida Falkenstein no puede por estar enferma.
Hans le ha mandado flores y Elsje, bizcocho y un pastel.
Tiene que participar, nadie ha sido olvidado.
Hans ha dado una bofetada a los Tenhove, porque Tippy quiso intentar derribar las puertas aquí por su propia cuenta, pero Hans asegura que ha escarmentado lo suficiente.
A mí me pareció genial, los pajarracos pueden llegar a aburrir.
De este modo estamos completamente solos y ¡nos divertimos, felices!
Y lo más bonito de todo es que deseamos que venga Piet.
Hans quiso que este fuera un día libre para todos nosotros.
Ahora brindamos por la salud de René.
Este no quiso llevar su túnica oriental.
Lo hará, dice, cuando haya llegado el momento.
¿Tú qué dices, Karel, de una persona tan sensata?
¿Podías haberte imaginado esto y aquello?
Yo no, pero tú, viejo Frederik, jovencito, porque tú nos ganas la partida a todos, a ti no hay quien te haga envejecer, tú sí, ¿verdad?
¡Tú lo sabías!
Siempre lo intuiste, ¿no es así, Frederik?
¿Cuándo iremos todos juntos a... ¡no quiero ni pensarlo! A..., oye, ¿cómo era el nombre de ese hombre?
¿A casa...?
Pero son las palabras de Erica, Karel no se aclara.
Él hubiera querido decir “el sultán”.
La leche de los zulúes sabe rica, Frederik, pero a mí mejor dame de esto.
¿Qué opinas?
¿Verdad que me he hecho un hombre feliz?
Basta con mirar a mi chico; lástima que esté tan callado, pero ya tengo suficiente alboroto en casa.
Menudos tiempos aquellos, ¿verdad, Frederik?
A las dos llegamos a casa, con luna llena, a la que soy tan sensible, con Anna a mi lado, hablando y sin decir nada.
Todavía hemos añadido una horita, sentados en el salón, ¡viviendo todo de nuevo!
¿Qué opinas, Frederik?
¿Seguirá esto así?
Menudo tesoro, Elsje.
Ojalá que a Hans no se le olvide nunca.
Sí, así son las cosas.
René se ha ido a dormir.

—¿Lo viste, Karel?

—¿A quién? —pregunta Karel—. ¿A quién tenía que haber visto?

—A René, a nuestro René.
—Miro a Erica y sin embargo no quiero mostrar que yo también vi algo—.
¿De qué hablas? —pregunto.
—¿No viste a René?
No paraba de mirar a Elsje.
—Pues claro..., ¿quién no lo haría?
Ve arte en este ser.
¡Qué bien sabe cantar! ¡Qué hermoso como toca!
Es una delicia, lo tiene todo.
Belleza y arte, amor y felicidad.
Hans ahora lo entiende.
Su edad es algo excesiva, pero aún es posible.
Ella es como una niña, una mujer y una amistad para Hans.
¿Qué más quieres?
—Yo, nada, Frederik.
Sí, pero un ser humano, una madre sabe pensar, ¿no?
Y siempre piensas en tu propia dirección, hacia tu felicidad.
Sinceramente, Elsje me parece más idónea para René que para Hans.
Uno no debería decir cosas así, y no lo volveré a hacer.
Ya te sentí hace un momento.
Pero aun así tengo que sacarlo, o no dormiré esta noche.
Ya no pensaré nunca más en eso, lo siento como una bofetada en la cara de Hans, y no debe ser así.
Pero, claro, ¿es que no es cierto?
Ya me callo.
Afortunadamente, ese ya duerme.
Si no, no habría dicho palabra sobre esto.
Entre nosotros, Frederik, ¿qué crees tú?
—Tienes razón, Erica, pero... no te metas, no es cosa tuya.
¡Elsje es un ángel!
Hay que ver cómo se enredan a veces las cosas, cómo nos llegan.
Él podría ser su padre.
Hans es un encanto con ella.
He de decir: podemos estar contentos.
Lo que salga de aquí siempre será bueno.
Elsje es eficaz y no quiere ayuda, todo lo quiere hacer sola, pero eso no es posible.
Hans ha buscado dos mujeres, de su confianza, que la ayudarán.
Mejor que no nos preocupemos por esto.
Estoy en la cama y vuelvo a tener escalofríos.
René ha cumplido veintiún años.
Me entrego.
Al destino y a fuerzas que todavía no conozco.
Ya veremos lo que vendrá.
Aquí lo oigo dormir, pero al mismo tiempo me habla.
Me cuenta en sueños que no tengo que permitir que me den fiebres álgidas.
Lo que me espero ahí está.
¡Y lo que él espera, ahí está!
Lo que es eso, lógicamente no lo sé.
Me voy hundiendo y pierdo todo lo de este día, ya no sé nada, estoy dormido.
Aun así, vuelvo a despertarme.
Tengo que pensar.
Me levanto y me pongo delante del diario.
Anoto:
“Lo que estuve esperando todos estos años lo tengo ahora delante de mí: un pedazo de vida saludable.
Creo que vamos a empezar.
Que esto sea algo sensacional para mí lo puede deducir cualquiera del espacio divino.
Nunca pensé que fuera semejante papanatas, ya casi se me hacía imposible aguantarlo.
Y creo que he descubierto algo que no puedo confiar a nadie en el mundo.
Me permite ser feliz y veo que se me acerca como una nube oscura.
Creo que es esto lo que me despertó hace un rato”.
Ahora que he escrito esto ya no lo guardo en mi interior.
Ya no siento fiebre.
Pero ahora siento otra cosa.
¿Qué es?
Un fuerte calambre domina mi mano.
Me miro.
Lo que ya viví alguna vez en el pasado ha vuelto con vigor.
Yo mismo miro a mi mano derecha, que escribe:
“¡Primero vete de viaje!
¡Vete con René y deja a Anna en casa!
Suena duro, pero si lo quieres, si lo sientes, si lo sabes, si lo comprendes, si lo puedes aceptar, ¡te vas solo con René!
¡Vete a Mohamed!
Vete al sultán.
Haz primero un viajecito.
Así que, Frederik: vete, ya no pienses en nada mas, ¡vete!
¿No te sientes halagado?”.
Volví a leerlo y me decido a cerrar el libro.
Es cotorreo champanero.
¡Ya estoy dormido!
Pero vuelvo a despertarme.
Y de nuevo tomo el cuaderno de bitácora y me siento a escribir.
Todavía llega:
“Si por mí fuera, es Erica quien está en lo cierto.
Por suerte, Karel no sabe nada de esto, pero ¡estas dos personas están hechas la una para la otra!”.
Mi mano se niega.
Lo que no había hecho nunca antes lo hago ahora.
Arranco estos garabatos del cuaderno de bitácora y escribo de nuevo lo que ya ponía.
Entonces fui a dormir.
¿Qué nos traerá el día de mañana?
René va a la escuela, toma sus clases.
Aquí estoy, esperando.
Las señales no me engañan, todo va bien y sus dibujos ya tienen un significado profundo.
Los simbolismos son preciosos.
La cosa marcha, ¡estamos avanzando!
No tengo de qué quejarme, de nada.
Anna no tiene que venir.
Lo comprendo.
Pero es que Anna no es René.
Nos vamos solos, si a Erica y Karel les parece bien.
Más adelante nos iremos todos.
Creo que esto será lo mejor.
Estoy cansado, muerto, y aun así, qué día tan hermoso fue hoy.
Se me ha olvidado lo que es comer y beber, me basta lo rebosante que es esta vida.
Tendré que ser más cuidadoso.
Ahora hemos llegado, pero ¿qué nos trae este riachuelo?
Hemos pasado el desierto.
Este viaje se podía considerar concluido, si no fuera porque tenemos que volver a hacerlo por muchos otros asuntos.
Y volvemos a irnos de viaje, ahora nosotros, ¡estamos nosotros mismos!
¡Ya no puedo más!
Ahora estoy yo solo en el escenario, durmiendo.
Los demás ya se fueron, yo también me voy.
Todavía me sale:
—¿Viste planear esta nueva máscara delante de ti?
Yo ya lo veía.
Hay quienes han sentido conmigo este contacto.
Pero de eso no quiero hablar.
¡Hasta luego..., Frederik!
¡Había tantas flores!