Pero ¿es que no ves, Frederik, que nuestro hijo se está quedando sordomudo?

Debido a los apuntes se me abalanzaron los problemas, que uno tras otro exigían ser vividos y escritos.
Un nuevo fenómeno que merece mi atención.
Es culpa de los expertos.
Si esa gente no hubiera hablado de Sócrates y Platón, no creo que mis antenas habrían reaccionado con tanta agudeza a los líos científicos a los que ahora me veía sometido.
Ahora se me han convertido en fantasmas.
Es extraño..., mal, bien, justicia, amor y felicidad, pasión y violencia, encanto y bondad: todo el diccionario para el bien y el mal; son todos los rasgos humanos los que llevan una máscara y están ante mí.
Y ahora: a ver, echa un vistazo detrás de eso.
Quieren ser vividos, lo exigen, me desafían.
Y, finalmente, veo a René.
El niño está jugando con los rasgos humanos como con soldaditos de plomo.
Uno por uno agarra con las manitas un rasgo de esos y contempla la escena.
Dirías, según pienso para mis adentros, que ya ahora sabe lo que es bueno y malo...
Cuando de su vida parte ve a un buen soldadito delante de él, entonces observo que por detrás de su máscara se asoma una sonrisa, que sin embargo se esconde como un rayo o que otra fuerza aparta de la vista, para regresar un poco después como algo muy diferente.
Y entonces René arroja el cacharro.
Lo pisotea con sus patitas, mira hacia todos lados, igual que yo... y entonces para él también empieza a ser como que ve delante de él esos rasgos como personalidades vivas.
Ahora empieza a superarlo al niño, se echa en medio de la habitación y quiere dormir.
¿Es una visión?
¿Significa algo?
Cuando la imagen ha desaparecido me siento algo aliviado, el ímpetu de todos esos rasgos humanos va disminuyendo.
¿En qué vivo realmente?
¿Cuál es el propósito de todo esto?
¿Volveremos a vivir desgracias?
En mi libro está escrito:
“Creo que nos encaminamos a otra era.
Vendrán cambios para René.
Primero pensé que me dedicaría a analizar apuntes científicos, ahora resulta que es René.
Aún no lo he averiguado, pero algo dice.
No siento miedo, pero empiezo a entender que allí me necesitan.
Es el diccionario humano lo que está viviendo el niño y que ve delante de él como figuras.
Hay un sentimiento en mí que me dice que estamos completamente sintonizados el uno con el otro, y que René me transmite los asuntos de su joven vida.
De modo que sí que es posible influir desde lejos; o poseemos —lo cual sin duda puedo aceptar— una unión telepática, que de hecho puedes percibir en la naturaleza por todas partes.
¡Esto es!
Mejor no sigo, ¡esto es!
Somos flores de un solo color, somos de un solo tipo de sentimiento, también creo que nuestros caracteres viven esa unión.
¡Y es por eso que todo habla!
¡No es raro!”.
Entonces me eché y pronto me dormí.
Poco después —empieza como algo muy borroso, como si anduviera en la niebla— me siento fuera.
El tiempo se despeja.
Es de mañana, el rocío cubre los campos y se ha fijado en todas partes.
Pero llega el sol y pronto todo es diferente.
Va a ser un día espléndido.
Ya lo verás.
Atravieso bosques y llanuras, fuera todo lo verde me sonríe, los pájaros cantan.
Allá hay un árbol grande, vuelvo a ver otro.
Mis ojos miran al suelo y allí veo a un niño.
El pequeño ser se apoya contra el poderoso gigante.
¿Quién es?
Pienso en René...
Nos separa una amplia acequia.
No puedo alcanzar el niño.
Lo llamo, pero no obtengo respuesta.
Mi clamor se intensifica, el niño mira tan solo un instante y vuelve a dormirse.
Y sin embargo está despierto.
Vuelvo a llamar: “Ré-nééééé...”.
Enfatizo ambas sílabas.
Constato un leve susto; el niño dormita y no da señales de vida.
¡Siento dolor, pena...!
Juega con algo y siento desde lejos que son los soldaditos de plomo.
Yo también decido sentarme, sigo al niño desde mi lugar.
Durante un rato no hace nada y tiene la mirada perdida.
No me ve.
Ahora empieza a haber movimiento en el niño.
Cuando se levanta se cae de bruces al suelo.
Vuelve a levantarse, pero se tropieza.
Otra vez más se incorpora de un salto, pero no logra avanzar.
Me parece que el niño está mareado.
Sin embargo, quiere irse de aquí, hacia la naturaleza.
Pero no lo consigue.
Vuelve a sentarse, apoyándose contra el enorme coloso.
No se pueden ver florecillas.
Esta es otra naturaleza, es otra vida.
El niño se duerme.
Pienso, me froto la frente, quiero saber lo que puede ser, y un poco más tarde alzo la mirada para ver cómo van las cosas allí.
¡René ya no está!
El niño se ha disuelto.
Al rastrear los alrededores, veo cómo desaparece allá por encima de una colina.
Esta vida se ha ido para mis ojos y mi entorno.
¡La vida camina!
Pero lo que pasará durante un tiempo es que...
¿Qué es?
Después de semejantes sueños siempre me despierto.
Entonces pienso conscientemente en lo vivido y casi siempre veo la respuesta.
¡También ahora!
Me dice que entramos en otra era.
Lo sé cuando me compruebo a mí mismo, pero por medio de comparaciones hacia René.
Ahora bien, los seres humanos podemos decir que todo es casualidad, pero vuelvo a ver esos soldaditos de René donde los eruditos.
Es el diccionario, pero hace que René se derrumbe.
Y ese diccionario vive en él.
Lo que los expertos llaman subconsciente ronda por el interior del niño.
Quiere decir que algo se cuece en esa vida que la somete a una presión mortal.
Es tan pesado que tiene a esta vida completamente dominada.
Pero detrás de eso vi espacio, ¡nueva vida!
El niño sí recibe de pronto la fuerza para seguir adelante.
Así que, ¿desgracia y felicidad?
¡Brillaba el sol!
El día lo acoge, ¡hay luz!
¿Tenemos que desesperar?
¡No!
¡Vuelvo a estar preparado y voy a dormir!
No han pasado ni cuatro días cuando Anna irrumpe en mi despacho para contar la gran noticia.
Primero tiene que librarse del llanto.
Está completamente alterada.
Entonces dice:
—Ven, Frederik, creemos que René se está volviendo loco.
—¿Qué me estás diciendo, Anna?
René, ¿loco?
Vamos, tranquila, ... hasta allí no hemos llegado (—respondo).
Por el camino oigo lo que ha pasado esta vez.
Karel tiene la notita, la veré enseguida.
No se trata tanto de la notita, sino que René aparenta estar sordomudo.
Karel me espera.

—Toma, Frederik —dice—, mírala tú misma.
Leo entre los garabatos...
“Cuando veo el trasero desnudo de Anna, grito ¡ja, ja ja!
Grito ¡ja, ja, ja...!”.
Vamos arriba.
Erica dice:
—Pero ¿es que no lo ves, Frederik?
¡Nuestro hijo se está quedando sordomudo!
René está en su camita, no mira, solo tiene la mirada perdida.
Dios mío, cómo es posible, ¡está allí igual que apoyado contra ese árbol!
Quiere levantarse, pero vuelve a caerse.
Se levanta de nuevo... se cae, intenta incorporarse otra vez y se derrumba de nuevo...
Erica se lanza hacia el niño, pero antes de que haya alcanzado a René estoy delante de ella.
—¡Un poco de paciencia, solo un momento!
Deja que haga (—digo).
René intenta volver a levantarse, pero ¡le es imposible!
El niño cae rodando y se da un golpe hacia atrás en la camita.
Sé lo que está pensando Karel.
Se me ocurre... polio, pero yo no creo en eso, René sigue echado, cierra los ojitos.
Pongo la mano un instante en su frente, la tiene fresca.
No hay fiebre.
De hecho, Karel ya lo está diciendo.
No hay fiebre...
Pero entonces ¿qué?
¡René ya está durmiendo!
Estamos abajo.
Erica está llorando...
Anna está llorando.
Las mujeres suben.
Karel dice:
—¿No es terrible esto, Frederik?
Tengo que hablar...
Tengo que contarle lo que he soñado.
Pero Erica y Anna tienen que venir abajo, ellas también han de saberlo.
Karel las llama y vienen al instante.
Todos estamos serios cuando comienzo a hablar.
—Olvidémonos un momento de esa notita.
Eso ya vendrá luego...
Lo que ven (veis) ahora es de carácter pasajero.
Como todo, a fin de cuentas.
¡Yo sigo manteniendo que René es un niño prodigio espiritual!
Mi sueño y este acontecimiento son un solo estado.
¿O no tienen (tenéis) fe en esto?
La ciencia no nos dice nada.
La ciencia todavía no tiene fe en los sueños.
La ciencia todavía no sabe que los mayores y los niños, estos y aquellos, se apoyan unos a otros en esta vida, sobre todo cuando se trata de asuntos naturales y sobrenaturales.
Siento que esto les (os) servirá de poco, pero ahora lo siguiente.
Lo he controlado..., así que hablo por experiencia propia, ¿por medio de pruebas?
Hay dos personas en este mundo que quieren escribir.
No saben nada la una de la otra... así es como cada una comenzará a escribir un libro.
Cuando se publicó el primero también salió el segundo.
Ahora estamos ante el hecho.
Ambos libros son exactamente iguales, una lo tiene que haber robado de la otra.
Se celebra hasta un juicio, pero no hay pruebas, fueron uno estos seres humanos por una fuerza sobrenatural.
Lo que sea exactamente da igual: ¡ocurrió!
Cae por su propio peso que hicieron un sorteo para ver cuál de los dos saldría primero.
Los escritos se parecen como dos gotas de agua.
Cada capítulo es idéntico: inicio, desarrollo, ¡todo!
A quien no crea en unión espiritual este ejemplo no le sirve de nada.
¡Ahora les (os) digo que René se va a recuperar...!
Lo vi desaparecer tras las montañas, había sol, luz, caminaba solo, pero sabía adónde iba.
Mientras lo estaba contemplando vi cómo se caía y se volvía a levantar.
Lo intentaba una y otra vez.
No lo lograba.
Aun así, el niño lo volvía a intentar, no le salía, se daba de bruces, igual que arriba en su camita.
¡Eso es todo!
Erica está un poco más tranquila.
Anna no logra entenderlo, pero dice:
—Y esa notita, ¿qué, Frederik?
¿No es terrible eso?
—Así es, Anna, pero eso no lo quiebra.
—René no es un tipo adulto, ¿no?
Tengo la sensación de que se me está espiando.
Ya no me atrevo a desvestirme.
¡Qué mal...!
Karel está hundido.
Las mujeres vuelven a subir.
Digo:
—Cuando lees esto, Karel, parece como si estuviera escrito al compás de la música.
Así que tiene hasta sentido musical.

Silbo la musiquilla.
No lo comprendo, pero allí está, es música.
Me voy como una flecha arriba y llamo a Erica.
Un poco después está delante del piano de cola.
Busco las notas, porque creo que ya he oído antes esta musiquilla.
¡Exacto!
Ahora que oigo las notas lo sé.
¡Es Erica!
Cuando tocaba como endiablada, este octavo volvía una y otra vez, y me daba escalofríos, de tanto que me desquiciaba.
Entonces comenzó esa bestialidad, que me estremecía de arriba abajo, por lo que la llamé hasta gata salvaje.
Pero ahora ¿qué?
A Erica le parece una estupidez y se larga.
Se lo explico todo a Karel.
No lo entiende; tampoco sabía que Erica estuviera tan alterada por aquel entonces.
Yo a esto lo llamo la influencia por medio de la madre.
Karel piensa ahora que es posible.
Si la madre siente barbas y esas cosas, el niño también es capaz de vivir, de experimentar, por parte de la madre el mismo proceso, porque ambas vidas son una.
Logro sacar a estos pobres de la penuria...
El sol vuelve lucir por unos instantes.
Sin embargo, en la casa hay una presión enorme.
De esta manera la vida se hace pesada, no hay quien pueda procesarla.
Karel tiene que aceptar, sin embargo, que esta es la única solución.
Los garabatos siguen siendo un gran misterio.
Para mí es un hecho que es la única posibilidad de determinar lo que está pasando en el fondo.
Esta es la única explicación.
René no está anclado en líos diabólicos.
Es algo que surge desde dentro y que mira hacia este mundo podrido.
Fue precisamente entonces cuando aquello vio a Anna en cueros, nada más...
—¿No es algo que te hace reír, Karel?
Karel se ríe, en efecto.
Dice:
—Desde luego que es como si estuvieras construyendo una nueva universidad.
—Estoy en ello, Karel, estos son los cimientos.
Pero Anna tiene el susto metido en el cuerpo y eso es aún peor, porque no sé lo que puedo hacer contra ello.
Al subconsciente le gusta gastar una broma de vez en cuando, Karel.
Eso se ve.
Ese ser ríe.
¿No lo sabes?
Pues ¡ya ves!
No creo que René esté embrujado.
Erica cree que los diablos del infierno lo tienen entre sus garras.
¡Yo no lo creo!
¿Se desvistió Anna en presencia de René?
—No he pensado en eso, Frederik.
A ver, llama a Anna.
Anna se encuentra ente los juzgados.
Está llorando, le cruza los labios:
—Ahora me voy, ¡me voy para siempre!
¿Crees que volveré a...?
—No, Anna, no lo creo, no digas esas cosas.
No queremos ni oír la palabra.
¡Te creemos completamente!
Aquí hay otra cosa en juego, mira a través de las paredes, Anna, ¡no es otra cosa!
Continúa tranquilamente, no vuelvas a pensar en eso y no amenaces con partir.
Pero ya hablaremos, ¿sí, niña?
Anna se va, está destrozada.
Me entra la risa y a Karel le pasa lo mismo.
Tiene que decir:
—Aquí, maldita sea, pasa todos los días otra cosa.
Aquí parece que pululan las brujas... esto son cosas diabólicas.
Pero al menos también hay un bromista, que te hace troncharte de risa.
Ay, esa Anna.
Si no fuera porque es tan triste, me partiría de risa.
Y Karel se ríe...
Se baja del escenario, no sé a dónde va.
Inmediatamente después oigo que llama a Anna.
—Anna, ¿por que no bajas un momento?
¡Salta a la palestra si no te importa...!
Se abre la puerta, Anna entra, tapándose la cara con el mandil... le caen lágrimas por las mejillas.
¡Pobre Anna!
Karel dice:
—Escucha un poco, Anna.
Lo que estamos viviendo aquí es algo que nos afecta a ti y a nosotros.
Te pido en nombre de René: no te vayas, el niño te necesita, sin duda.
Soy médico...
He visto a más personas desnudas de lo que te puedes imaginar y te aseguro que es igual.
Todos somos exactamente iguales.
No harás caso alguno a esas miradas, ¿entendido, Anna? (—dice).
‘Esto no sirve de nada, Karel.
Así no vas a conquistarla, así desde luego no vas a apoyarla.
Eso mejor déjalo a mí’.
Tomo a Anna del brazo y me voy con ella.
Salimos por la verja y nos metemos en el bosque.
La gente ni nos mira, nos conocen.
Sin embargo, a Anna se le ocurre una idea.
Me agarra de un brazo y me arrastra con ella.
De vuelta a casa.
Arriba, a René.
Y, mira, el niño está despierto, yace allí tranquilamente.
Anna lo levanta en brazos, lo baña como una flecha, vuelve a vestirlo, lo echa en la carriola (el cochecito) y me dice:
—Vamos... al bosque, tiene que venir con nosotros.
¡Anna se queda!
Ahora que nos serenamos un poco, dice:
—¿Qué tengo que hacer, Frederik?
Dije algo... es un hermoso fenómeno.
‘¿Cómo es posible?’, pienso, ‘cuando te hace falta algo la naturaleza te da todo’.
—Mira, Anna.
Ya habrás oído hablar de infiernos, infiernos en los que viven seres humanos que han dejado el valle de lágrimas terrenal.
Que si tenemos que creer en eso es algo que no sé, porque sabemos demasiado poco al respecto.
Pero según noticias recogidas en la Biblia, en ellos viven seres humanos.
Y esos seres desean un poco de calor, calor humano, bien los gustaría volver a ver nuestras buenas vidas, pero las perdieron.
Esa gente nos espía día tras día.
Es como si estuvieran mirándonos, subidos a pedestales elevados.
Las mujeres miran a los hombres, los hombres a las mujeres.
Porque para Dios no hay nada que esconder, Anna.
A mí me parece que es nuestra desnudez ante el Omnigrado.
Los seres humanos no podemos ocultarnos; cuando no está la gente hay otra cosa que nos ve, por lo que la ropa carece de importancia, igual que la desnudez.
—A todo le echas mucho cuento, Frederik, pero ¡a mí me aterra!
—Eso precisamente, no, Anna.
Tienes que ver las cosas como son.
Yo sé, por ejemplo, que Dios lo sabe todo de nosotros.
El hombre, cuando fallece, sigue viviendo, según la Biblia.
Hay seres humanos en este mundo que hablan con quienes han muerto y que reciben mensajes de ellos.
—¿Es posible eso, Frederik?
—Empiezo a creer, Anna, que es posible.
Y si esas personas miran un poco por encima de la valla a lo que hay en tu jardincito, ¿tan grave te parece?
Tienes que empezar a verlo de forma humana.
Pero tienes que poder decirte: no tengo nada que esconder, mira tranquilamente...
Soy como todos los demás.
Que si estoy desnudo o vestido ante ti, Dios nos conoce a todos.
Y resulta, Anna, que tener bebés es lo más hermoso que hay.
Podría contarte tantas cosas, pero eso ya vendrá, solo entonces creerás que los seres humanos ya no tenemos máscaras.
Si estuviéramos allí donde todas esas personas viven una pervivencia, Anna, verías que nacimos desnudos y que estaremos desnudos en todo cuando ese otro poder judicial hable sobre nuestra vida.
Si te cerraras a los ojos materiales, ya estarás.
Y nadie entre nosotros pensará que perdiste tu castidad, estás todavía de lo más intacta...
Oh, Anna, ¿no es maravilloso? ¿No es para morirse de risa?
¿Es que a ti no te gusta divertirte de vez en cuando?
Regálale a ese muchachito invisible algo de tu propia belleza.
Concede a todos una mirada dentro de tu corazón, pero ¡has de saber que te pertenece a ti!
Esto solo ocurre, Anna, porque tú misma no tuviste retoños, entonces piensas de otra manera sobre todo.
No hay desgracias... cada quien es como es y actúa de forma consciente.
La naturaleza entera está desnuda ante nosotros.
¿No es esa la intención de Nuestro Señor?
—Bueno, si lo ves así, Frederik...
—Otra cosa no hay, Anna, tienes que verlo así.
—Y ahora con este niño, ¿qué?
—René ya se las arreglará.
Míralo tú misma, duerme como una rosa.
¡Ya lo superaremos!
Te lo juro, Anna (—dije).
Al volver, Anna se ha recobrado.
Karel me espera, quiere hablar.
Erica también está.
Él pregunta:
—¿Qué, Frederik? ¿Quién le ha puesto el pañal? ¿Ella misma o tú?
Reímos.
Erica hace una mueca.
No se ríe.
Es incapaz.
Sin embargo, sus ojos irradian otra cosa.
Está reflexionando sobre algo o está ocupada poniéndose otra túnica.
Cuando lo diga lo sabremos.
Baja del escenario, pero nos lanza:
—Solo ahora me he dado cuenta de que lo que no tengo son ojos...
Los que tenemos por dentro, hombres de la ciencia, miran a través de la máscara; estos otros, los cotidianos, son ciegos...
¡Somos unos lelos!
¡Y Erica desaparece!
¡Estamos reflexionando!
Karel piensa en voz alta...
Dice algo y yo entiendo:
—¡Es mi origen campesino!
Cuando piensas que estás desnudo, te encuentras insultándote a ti mismo en una túnica romana.
¡Si estás con faldas, estás desnuda!
Ahora ya no me hacen falta los demás, porque lo único que hacemos es que en la calle hablan de nosotros.
Les doy las gracias a todos.

Y a mí:
—Cierra el pico, Frederik.
Por lo menos, de momento.
Voy un momento arriba a contarlo.
Espero un poco.
El campesino regresa.

—Bien, vamos a resolver esta cuestión entre todos.
A los psicólogos, creo, ya no los necesitamos por el momento.
Pues entonces que René se quede sordomudo, no puedo hacer nada contra eso.
No dejaré que me amarguen la vida, de eso me encargo yo (—dice).
Pensamos unos instantes, y después viene:
—Y sin embargo, Frederik, es para morirse de risa.
Esa Anna, hay que ver (—dice).
Volvemos a callarnos un momento, abismados en nuestras meditaciones, y vuelve a ser Karel quien rompe el silencio:
—Pero sí que es una cosa extraña... ¿De dónde salen esas palabras conscientes?
Es imposible aclararlo.
Estoy completamente detenido.
No puedo ayudar a nadie, tiemblo.
No soy capaz de prescribir recetas médicas.
Ya no veo a enfermos.
Lo que domina todo es esto.
Es música.
Lleva música dentro —es lo que me parece—, pero ahora también hay tormenta.
Maldita sea..., ¿es que entonces un ser humano nunca es él mismo?
¿Nunca estamos solos?
¿No podemos escondernos de nada?
¿Qué profundidad tiene la vida?
¿Y cuál es la de un ser humano?
¿Es capaz el subconsciente de ver detrás de la máscara?
¿También a este le gusta la desnudez?
¿Dónde viven en nosotros los rasgos apasionados?
¿Será que es en el dedo gordo?
¿En tus manos, tu cabeza, tu constitución, que ha sido creada para ello?
¿Tiene que ver algo con esto el cerebro?
¿El corazón humano?
¿La circulación?
¿Qué es?
¿Cómo está ensamblado?
Frederik, ¿realmente somos capaces de pensar como adultos antes de nacer?
¿Ya sabemos entonces, tan pronto, lo que es el amor? ¿Lo que son besos?
¿Ya sabemos entonces, tan pronto, lo que seremos?
¿Ya sabemos entonces, tan pronto, si somos hombre o mujer?
¡A mí me supera y se me hace demasiado profundo!
Pero, he de decir... en eso hay alguien pensando.
Que si es para o por medio de René: desde allí se piensa y se nos mira a los seres humanos.
Allí se sabe si estás desnudo o si te estás paseando con traje de noche, ¡allí se sabe lo que estás haciendo, lo que piensas, comes y bebes!
¡Da miedo, Frederik!
Conservaré el juicio... tienes razón, tenemos que seguir.
Ahora voy a ocuparme de la psicología...
Es tremendamente interesante, ya solamente para entender a René.
Si no, pondré fin a esta vida.
¡Me da náuseas!
Estamos pensando.
Yo estoy sentado y él anda de un lado para otro.
Erica, que vuelve a entrar, ¡hace lo mismo y ella también está pensando!
Cada uno tiene sus propios pensamientos, tenemos nuestros propios mundos.
Unos lo ven de una manera, otros, de otra, y aun otros lo llaman sentimiento o personalidad o sensibilidad.
Lo que realmente es ya lo aprenderé más tarde, aunque lo tenga delante de las narices riéndose de mí.
La casa vuelve a estar tranquila.
La tensión permanece, René duerme... no se piensa en comer y beber.
Estamos preocupados.
Son preocupaciones que tienen un significado sobrenatural.
Sé lo que me espera, lo haré lo mejor posible.
Hay cartas, las he transmitido directamente.
¿Qué vendrá ahora?
Unos días más tarde volvió a haber una nota.
Anna no me llamó; le parecía mejor no dramatizar la situación.
Y ha actuado con mucha sensatez.
Erica y Karel no lo saben.
Le conté que esto era mejor que un montón de desgracias en casa.
Acordamos que en adelante, si buenamente era posible, ya nos arreglaríamos entre nosotros.
Miro la nota.
Siento música.
Pone: “Toritotitotó...toritoritotó... mira el agujerito... toritoritotó”.
¡Es música!
Lo que tiene que ver aquel agujerito es algo que aún no sé.
Música... música...
Oigo toda la escala.
Es una cancioncilla, pero también una frase.
La música sabe hacer poemas.
Algo está creciendo, hay algo que quiere manifestarse.
¿Qué es?
Es un loco que llega a manifestarse.
La vida casi se desborda de tanta animación.
¡La vida casi estalla de inspiración!
Lo aceptamos.
Anna también lo cree, pero me pregunta si René no se está volviendo loco.
Ahora que mira detrás de la camita encuentra un trozo de papel.
Un trozo de papel con un agujero.
El papel está arrugado, René ha estado jugando con él.
Me pongo a pensar.
Siento un caos.
Lo del día y de la noche ha llegado a la unión.
También lo de nuestra vida le dice algo al niño.
Claro, ve un agujero.
Y lo otro son letras, ¡notas!
El niño se trabuca con todo, también de forma muy natural.
Volvemos a quedarnos a la espera y tomamos distancia respecto a todo el caso.
Para Anna esto también parece lo mejor.
Y todavía hay tranquilidad en la casa.
Ahora los propietarios no se alteran.
Sentimos que tenemos un vínculo.
Empezamos a ver que somos padres y madres, y que René es nuestro hijo.
A Anna le parece una buena solución.
En eso se apoya ahora y a mí me parece bien.
Karel y Erica necesitan tranquilidad.
Karel tiene que poder trabajar, los nervios de Erica requieren paz.
Por eso esperamos que se nos conceda a nosotros poder respaldar a esos dos, a la madre y al padre verdaderos.
Sentimos que en nuestro interior portamos un secreto.
Es como si comprendiera yo a Anna aún mejor, y ella a mí.
De pronto nos hemos acercado todavía más.
Ahora ya no tiene miedo de que se la vea desnuda; incluso creo poder constatar que está empezando a tener rositas en las mejillas.
Si no me equivoco, ahora ella se mira a sí misma.
No es más que una suposición, pero también estos pensamientos fluyen por mi alma.
Me gustaría decir: Anna, continúa.
¿Qué edad tienes ahora?
Creo que cuarenta y cinco... es una mejor hermosa.
Qué figura tan espléndida tiene.
Una frente bonita con una mirada resuelta.
También unos ojos preciosos, serenos, labios bien formados.
No anda tambaleándose, tiene el paso de una dama, que Erica podría envidiar.
La veo con un hermoso vestido.
La veo sentada en la mesa con un vestido de noche, rodeada de mucha gente.
Dice algo, habla con franqueza, tiene una conversación excelente.
Yo estoy en un rincón y la miro.
No me ve.
No es consciente de ello.
¡Qué rolliza es!
¡Ahora Anna lo sabe!
Y eso ¿por René?
¿No es algo fantástico?
De hecho, los que tendrían que saberlo son Karel y Erica.
Con solo pensar un poco vuelvo a ello, porque después ha desaparecido, o se le caen pedazos y entonces ese frágil florero queda dañado.
Es hermoso, casi diría: ¡sagrado!
¡Hay que ver lo hermoso que es un ser humano!
Anna se ha mirado ahora a sí misma, ¡nunca se había visto aún!
Ni siquiera sabía que existía.
No era consciente de poder estar desnuda, siempre llevaba la ropa puesta.
Ahora esa ropa ha desaparecido, ¿era una máscara?
Y el pequeño René, de un solo puñetazo, hizo añicos la coraza entera.
Anna no busca los trozos, ha tirado el conjunto por la ventana.
Mira esta nueva vida y le parece un milagro.
Ahora lo sé, y Karel y Erica también lo pueden saber; pero están ciegos.
Y ahora también sé que de esto no digo ni mu.
Pero estoy atento; es asombroso.
Pero ¡qué grande que es René!
Así que opto por volver al bosque.
Sentado en mi sitio habitual, continúo.
¡Hay que ver, René! ¡René, René!
¡Qué artista que eres!
¡Cómo es posible!
¡Dios mío, qué talentoso eres!
Dios mío, qué incomprensible eres para un ser humano, pero qué normal es todo, tan natural.
¡René es un milagro!
De eso no es capaz la gente corriente y moliente.
¡Es psicología más elevada!
Porque vi que Anna ya no anda sobre zapatillas, ya lleva zapatos.
Frederik, ¿viste cómo iba vestida?
¿Cómo le sentaba esa falda?
Simplemente: ¡un milagro!
¿Viste su rostro?
Es nuevo, ¡tiene treinta años!
¿Viste sus ojos?
¡Están radiantes!
¿Viste sus labios?
¡Listos para besar!
¿Viste cómo andaba?
Una dama no sería capaz de superarla.
Y se cuida de lo que dice.
Ha cambiado, de golpe, y ¡eso por un loco, por un sordomudo!
No, por un mirón, ¡que no ha visto ni a un ser humano de carne y hueso!
¡Es un milagro!
Es un milagro increíble, si quieres que te diga la verdad.
¡Hay que ver, esa Anna!
Oh, este René...
Ay, este pequeño René, ¡qué milagro eres!
En mi diario pone:
Hoy viví milagros.
Verdaderos milagros.
He descubierto una psicología que no es de este mundo, sino que tiene un contenido “sobrenatural”.
¡Convierte a los inconscientes en conscientes, a los pobres en ricos, a los campesinos en gente urbana y a una sirvienta en una dama; hace radiar como soles a los ojos muertos, hace del cuerpo humano un Adonis, de la palabrería cotidiana, “ciencia”, del fallecer, nueva vida...!
Todavía no sé si es algo que te puede ser inyectado con una jeringuilla o con unos polvitos con agua, todavía no lo he averiguado, pero algo de eso lo vivo y me hizo increíblemente feliz.
Ahora creo que esa mujer de la Biblia podría haber conseguido a los cien años no un solo hijo, sino cuatrillizos.
Así es cómo te agarra, es tan todopoderoso para tu alma, vida, espíritu y entidad material que solo ahora empiezo a comprenderlo, según me parece.
Ahora sale fluyendo de mi vida: ¡creo en los milagros!
Ahora creo que un ser humano puede cambiar de golpe, y además para bien.
Sí que sabía que un ser humano puede transformarse de repente en un diablo, que puede hacer las cosas más raras e inmisericordes, que como persona pragmática te dejan con la boca abierta y te hacen pensar que es el propio Satanás quien ha montado una carpa de feria; pero ¿es bueno para un ser humano?
No lo sabía, tampoco lo había vivido todavía... para mí eran precisamente las historias menos creíbles que nos cuenta la Biblia, pero que ahora ya nunca suceden.
¡Y ahora están ahí!
Creo que tampoco yo me conozco a mí mismo todavía.
Ahora pienso que un ser humano puede cambiar hacia la naturaleza.
Y lo más raro de eso es que lo reconozco abiertamente...
¡Ahora me ha entrado el deseo de verme desnudo a mí mismo!
¿No es raro eso?
Aun así, se me hace lo más normal del mundo; creo que nunca antes me había visto.
¡Y entonces también sucedió ese milagro!
Primero de forma algo contenida... castamente.
Después con un poco más de conciencia y naturalidad, y después me solté.
‘Pues no’, pensé, ‘no estás nada mal, de verdad que no había pensado que tuvieras un castillito tan notable, tan hermoso.
Y ese bigote te queda muy bien.
¡Eres un hombre!’.
Todavía anduve un poco por ahí, me puse el pijama y tonteé un poco conmigo mismo.
¡Por supuesto que de forma casta!
¡Me parecía que yo mismo era una creación!
Es tan natural, tan por descontado, que parecía que la naturaleza competía conmigo; llegué a ver una figura, la circulación se aceleró como un motor que se revoluciona al máximo, me latía el corazón hasta en la garganta, y a mí, como la personalidad, me entró la sensación de dedicarme a la caridad.
Me di cuenta de que estaba silbando, y que después estaba murmurando.
Y, finalmente, me entró una concienciación de tal calibre que era como para tirar cohetes hoy mismo.
¡He rejuvenecido mil años...!
¡Hoy!
¡En un solo día! No, ¡en unas horas!
Hoy es el día veintiuno del año mil novecientos y tantos, casi estamos a mitad de invierno, pero yo ando en una primavera con la testa al viento, floreciendo.
¡Anna, también!
Karel y Erica no saben nada de esto, no lo ven.
Qué suerte para nosotros.
Lo velaré.
Creo ahora también que sé hacerlo.
Pero ojalá que Anna no pise las diferentes florecillas, estos arriates acaban de plantarse.
Lo que yo aún desconocía unos días atrás lo sé ahora.
Anna ha cambiado, René sigue siendo exactamente el mismo.
Sí que pensamos que el niño pueda terminar sordomudo, pero ahora todavía no nos damos cuenta de verdad.
Su vida ya no habla, hay algo por dentro que se está asfixiando.
Esa vida calla ahora como una tumba, es como si durante un tiempo hubiera estado regalando sus fuerzas.
O como si hubiera sido detenido el motor que hace marchar su máquina.
¡Queremos ver sol!
Karel dijo a Anna —lo cual para mí ya era suficiente para saber que él mismo estaba muy equivocado:
—Me alegro, Anna, de que me hayas hecho caso.
Anna no dijo más que:

—Vaya, entonces todo está bien.
Karel de hecho no sabía hasta dónde podía contar con ella, pero yo podía adivinar esos pensamientos; Anna seguía todavía un poco de mala uva, y también era comprensible.
Oh, Karel, qué bueno sería si por fin pudieras ver detrás de esta máscara, entonces ¿qué te parecería?
Es cierto que he de aceptar que un campesino, de todas formas, por mucho que vaya a la ciudad, no deja de sentir sus tierras.
Ahora anda sobre un piso bien firme, pero también siente la tierra arada.
Y ese es su tambalear, que los marinos tampoco pierden nunca.
¡Karel sigue siendo un campesino!
Anna tiene ahora cimientos científicos, lo que es completamente nuevo para su vida y de lo que Karel ha hecho un estudio, pero cuya psicología pura desconoce.
Anna mira ahora hacia delante de manera científica, y esto guía sus actos.
Pero ¡es René!
Karel no entiende de estas cosas.
Ya le gustaría, pero eso no se consigue a cambio de nada... puede costar hasta sangre.
Anna ha comprado ahora un montón de ropa.
Antes de ayer se fue un rato de compras, pero como una dama.
Erica se la quedó mirando, cree que ve algo, que siente algo diferente en su vida, pero aun así vuelve a sumergirse en ella misma.
¡También en esta ocasión miró en un sol y no vio la luz!
Pero, mira, qué diferencia.
Ahora no hay síntomas, está siendo por completo ella misma, y sin embargo está ciega como un topo.
O sea: aunque creas que estás siendo tú mismo, no ves todo.
Y ahora quien tiene una máscara puesta eres tú, no eres natural.
O ¿es otra cosa?
Erica no veía que allí se había descubierto una nueva estrella y que René es el astrónomo; ni siquiera sabría aceptarlo.
En caso contrario quizá su cerebro sería alcanzado por un rayo y se volvería... ¡loca de remate!
Tendrías que ver cómo lleva Anna el pelo ahora.
De verdad que espero que no se exceda, entonces su secreto terminará en la alcantarilla.
Hay labios que entran en movimiento, tienen algo que decir, ojos que ven algo más, y ahí estás, tirado.
Cuando hay otra gente que se inmiscuye deja de vivir, se le cava la tumba al instante.
Ahora la estrella cae como una montaña en erupción, te sacan de tu órbita y puedes empezar desde cero.
Pero ¿dónde vuelves a encontrar semejante inspiración?
¡Creo que en ninguna parte!
Creo que René es el único que lo posee.
Creo que ella conoce el límite hacia donde tiene que ir.
Y allí verá entonces su propia parada.
Su vida sigue siendo ahora anchurosa y luminosa.
A nuestro alrededor ocurren milagros, volvemos a mirar por pequeñas grietas, esta farola tiene una fuerza desconocida, están entre el cielo y la tierra, o ¿es de hierro fundido ese cacharro? ¿Está provisto de luz?
A mí ahora todo me resulta posible.
Ahora me veo fuera, en la naturaleza.
Esa madre también me pregunta:
—¿Qué aspecto tengo?
Siempre fui así, pero lo sabía (—dice).
¿No es maravilloso eso?
Creo que las personas no saben lo hermosas que son; si lo supieran, no destrozarían una parte tan grande de su belleza.
¡Cuántos castillitos no se han destruido en los pasados siglos!
No quiero ni pensarlo.
Ahora veo que aunque estés desnudo, Dios siempre te daba otra pequeña vestidura, pero ¡mucha gente lo convertía en una máscara!
Las personas en la sala ya se están mirando.
Unas son aún más hermosas que otras.
Nunca habían visto algo tan hermoso.
Y la obra es muy cautivadora, impacta.
¡Quisieran verla hasta diez veces!
René les arranca las máscaras.
Nos preparamos para el siguiente acto... y de nuevo hubo flores.
¡Ahora para el pequeño René!
Anna y yo estábamos tan contentos.
Erica y Karel están arriba... ya se están vistiendo para la siguiente escena.
Y ¿ahora? ¿Qué pasará esta vez?
Te digo: ¡las máscaras ya no me dan miedo!
Porque también detrás de ellas vive la inmaculada claridad.
¡Todavía pido algo más de ese amor loco!
Creo que se me ha pegado el gusto.
Hasta luego.