Frederik, ¿crees que esta es la buena?

“En la medida en que cada pensamiento, consciente o inconsciente, tiene que representar un mundo propio”, reza mi diario, “y otorga al alma una voluntad, personalidad, tiene que ser posible aclarar dónde aquella comenzó a pensar y a sentir para esta sociedad”.
Eso ya lo volví a encontrar algunas veces en el libro... pero allí no figura la respuesta, ni aparecerá de momento.
No obstante, pongo mis cimientos, continúo.
René ha levantado cabeza un poco, vuelve a portarse a ratos muy normal y de vez en cuando está algo apático.
Pero a lo que se dedica en sus sueños es algo que aún desconocemos.
Lo que quiere en su sueño sí que lo sabemos, porque ayer preguntó a Karel:
—¿Qué te parecería, papá, si me pusiera a dibujar y a pintar un poco?
Uno juraría que este niño ni está loco ni apático.
Pero, qué sigue:
—Eso se lo cuentas a tu abuela, pero no a mí.
Karel estaba fumando un buen puro, recién encendido.
Lo arroja al suelo y quiere agarrar a René.
Este va al jardín, Karel lo sigue; entra otra vez, sube las escaleras, entra a la habitación y cierra con llave.
Allí está Karel.

—Abre la puerta, te lo ordeno.
¡Abre esa puerta, René! ¡Ábrela!

La puerta sigue cerrada.
Karel baja las escaleras y trepando entra por una ventana.
Cuando está en el alféizar ve a su hijo.
René está en la cama, ya duerme.
Karel mira y sigue mirando, oye:
—Voy a ser pintor.
Voy a ser dibujante.
Dibujo y pinto, ¿verdad, papá?
Karel piensa que le está tomando el pelo, se abalanza sobre la cama y sacude al extraño crío hasta despertarlo.
Despierta claramente, porque dormía.
Mira el niño a los ojos, todavía duermen.
Se domina y tira la toalla.
Una vez abajo enciende un nuevo puro y medita.
Después de una hora le sale:
—¿Es un loco eso, Frederik?
¿Tú te aclaras con esa alma?
Yo no.
Creo que le habría puesto la mano encima.
Me alegro de no haberlo hecho.
Pero de dónde demonios viene ese sueño.
¿Será que ese loco de Vanduin, con su sueño hipnótico, sí que tiene razón?
Me faltan las palabras.
En realidad, Frederik, ¿qué es el hipnotismo?
—Es un ser humano que empieza a dormir por la voluntad de otra persona.
Ese sueño se me cae así, sin más, de la boca: es un sueño impuesto por una voluntad que obliga, que domina, que se hace una, creo, con las demás voluntades de las que aún no sabemos nada.
¡Y eso es hipnotismo!
—¡Vete a la porra, Frederik!
—Gracias, doctor, muchas gracias.
No hemos conseguido avanzar más.
Yo tampoco sé lo que significa un sueño hipnótico; pero sí sé que René se va sumergiendo así como así en un sueño y que ahora ya no sabe nada de este mundo.
¡Antes eso se llamaba polio!
Ahora ya hemos llegado al punto en que sí vamos hacia el sueño hipnótico y en que preguntamos honrada y honestamente de qué hombre se trata en realidad.
¿Están las cartas encima de la mesa?
No estamos barajando las cartas, sino badajeando..., hablando por los codos, pero ni un codazo conseguimos darle, así de duro es este ser humano.
No lo sé, figura en el libro.
Quizá jamás lo consiga averiguar, porque es un concepto extrañísimo.
Sí sé que donde René es más feliz, es justamente en ese sueño.
Sueña y sabe más que durante el día.
Cuando se encuentra soñando, habla y piensa mejor, y entonces es, al menos según Anna, como un niño santo.
No se le ve alterado entonces, casi se diría: allí el niño es como debería ser aquí, pero es que es no es posible, sería demasiado bonito para todos nosotros.
Creo que solo entonces comprenderemos mejor a ese terrible Dios y así tampoco haría tantas distinciones entre Sus hijos.
Ahora Corry va al manicomio.
Cualquier otra persona daría palos de ciego; Corry ha sucumbido.
No acude a Hans, sino que va a otro sitio, donde suelen permanecer; Hans se ha montado como una zona intermedia; considera que a esa gente la hace falta algo así, una zona de paso, antes de que desaparezcan para siempre de la sociedad.
Que si René también tiene que ir allí, preguntó Anna.
No quiero ni pensarlo.
Frederik, creo que entonces me convertiré en pirómana.
Y vuelvo a leer: “En la medida en que el pensamiento nos pertenece, posea conciencia diurna, bien me gustaría saber de dónde viene ese extraño sueño que asalta a René así como así.
‘Ya está’ —gritó Karel— ‘ya lo tengo.
Hemos estado buscando mal.
Cómo es posible que no se me haya ocurrido nunca antes’.
Y entonces lo sacó: ¡Epilepsia!
¡Convulsiones!
Exacto, pero eso no lo padecía unos años atrás.
Déjame ver, Karel, es algo recién descubierto.
Todavía no podrías haber remediado nada.
Karel ya ha empezado.
‘El caso lo vamos a combatir’, dice, ‘haré lo que pueda y ¡el resto lo dejo en manos tuyas!’.
Punto de exclamación, ¡¡y doble!!”.
Por hoy ya había sido suficiente.
He venido de visita.
Hans ya está en casa.
Volvemos a estar sentados donde ya hemos hablado tantas veces: delante de la chimenea.
Tengo la caja de puros a mi lado, no tarda nada en servirme una copa de vino bien llena.
Para los nervios, Frederik.
Anda, que necesitas un piscolabis, oigo.
Un manicomio de estos desgasta mucho.
¿Oíste las habladurías?
¿Has oído lo que dice la gente?
Lo sé.
Es inevitable, pero da pena.
Uno ya quisiera decirles cuatro cosas.
El estimado público, Frederik.
Cualquier cosa que le des a ese bicho y sabrá cómo despellejarte.
Cuéntame, cómo están las cosas allí.
Ya sabes que me ausento mucho.
Lo sé, lo sé ya desde hace tanto tiempo.
Bebo, me lo trago todo de una vez y relleno otra vez mi copa, que va por el mismo camino que la primera.
Me dio sed, según noto, a Hans también le llama la atención y dice:
—Es de la tensión allí, Frederik.
En el fondo deberías tomarte un descanso.
Supongo que de eso de hacer de niñera ya estarás harto desde hace tiempo, ¿no?
—No lo llevo mal, Hans.

Y seguidamente:

—Me produce placer.
—¿Acaso quieres hacerme creer, Frederik, que sigue siendo un “niño prodigio espiritual”?
Sin duda que ya no seguirás pensando lo mismo.
Creo que gané la apuesta.
Menuda lindeza.
Pero ¿es que no sabes lo que dice la gente?
—Y ¿haces caso a esas cosas, Hans?
—Yo no, pero hay un límite, Frederik.
—Sin duda, hay un límite y ese límite lo vemos todos los días.
Pero ¿qué quieres?
¿Que me crea que este niño llegó a este mundo por una chapuza?
Oigo y veo todo, Hans.
Erica también, pero no sabe todo.
¿Tengo que hacer caso a las habladurías? O ¿tú?
Mañana será mi hijo.
Mañana será de Anna y mío, y los Wolff ya no tendrán nada que ver.
Aunque Anna no padeciera las molestias, y aunque el embarazo lo llevara Erica, lo trajo a este mundo para Anna y para mí, la gente ya se olvidó de su embarazo.
Cómo es posible.
Salud, Hans, ponme otra copa.
Cuánto tiempo sin tomarme un buen vino.
—Allí te estás deshidratando, Frederik.
—Es posible.
Pero creo que tú te agotas antes que yo, que tú llegaste antes que nosotros al punto muerto.
Cielos, pero ¡qué cantidad de cosas aprendemos!
—¿De esas habladurías y de su (vuestro) loco?
—De las florecillas, Hans, de todas esas nomeolvides que hacía tanto que no veía.
¡Son milagros!
—Ya no creo en eso.
Tengo que decirlo.
Ahora ya estoy seguro de que te estás estrellando.
—¿Y ahora estás tan seguro de eso porque tienes una novia?
Hans me mira.
Revuelve los bolsillos pero no encuentra nada.
Por fin vuelve a encontrar su tesoro.
¡Mal, Hans!
Esto —dicho crudamente— está lo que se dice “rematadamente” mal.
Si no sabes dónde está tu amor, no es amor.
Ya lo verás, Frederik.
Pregunta:
—¿Es esa la buena, Frederik?
¿Crees que esta es la buena?
Miro la carita.
Se me escapa (en alemán):
—“Como la Noche junto al Rin...
¡Tómate una por el corazón y bésame...!”.

¡Hans picó!

—No lo sé —dije— lo que tienes que hacer es aclararte.
—Creo que me voy a casar con ella, Frederik...
Completamente... ella y yo.
¿Qué te parece?
—No lo sé.
No entiendo de mujeres.
Una cosa sí que veo: su ojo izquierdo es diferente al derecho.
No hay más.
Su corte de pelo parece un atadijo demasiado tieso, pero tiene una carita hermosa, eso sí.
Hans sabe que no me sonsacará más.
¡Ha cambiado por el amor!
Pues allá él.
Ahora nos hemos alejado, pero seguimos siendo amigos.
¿Ha desaparecido René de su mente?
Todavía está la familia Wolff, y yo, además de Anna.
Se ha echado a correr.
Sin embargo, pregunta:
—¿Qué piensas de René, Frederik?
¿Es cierto que Karel detectó epilepsia?
Estuvo hablando de eso.
¿Crees que es esto?
Entonces todos somos víctimas.
Te digo que pronto lo podrás traer aquí.
Es lo mejor que puedes hacer, créeme, así te quitas toda esa miseria de encima.
Por cierto: ese niño ya no debería estar en casa.
Para eso hemos construido clínicas psiquiátricas.
Aquí están bien, nosotros sabemos cómo tratar esas vidas.
Los profanos no entienden de eso.
Este trabajo es extremadamente difícil, nos estrujamos los sesos con estos problemas, ¿qué van (vais) a poder hacer ustedes (vosotros)?
Frederik, mejor háblalo un día con Karel, o, no, ya lo haré yo mismo.
—Gracias, profesor, gracias...
Anda, sírveme otra copa...
Hansi sigue en la mesa...
Hansi aquí y Hansi allá, pero Hansi ya lleva una hora sobre la mesa y Hans... el esposo de este pequeño retrato, no lo ve.
Hansi y Hans, ¿se convertirá eso en una sola vida, una sola alma, un solo sentimiento?
Que cuente lo que quiera, pero no a mí.
Hansi ya está empapada de las gotas que hemos derramado, pero allí sigue Hansi.
Cuando veo que Hansi ya está flotando la miro por él... de algo sirve.
Hansi se muda a su bolsillo izquierdo.
Allí está a salvo, cree Hans, ¡y a mí me parece bien!
Hansi es de un colega...
Una belleza alemana, vive en Leipzig, adonde tiene que viajar ahora otra vez.
¿Y allí echará los últimos fundamentos para su profesorado?
A mí me parece bien, lo conseguirá.
Allí se dedica a estudiar, allí se dedica al amor y allí será feliz con Hansi.
Se casa con un nombre.
No con una mujer; Hans se casa con un nombre, ya lo verás, pero no se lo digo.
Aun así me entra fuerza en el alma, que se opone a esto.
“¿Qué tiene Hansi para ti?”, me pregunta esta máscara.
Díselo, para más tarde, ¿comprendes?
Para más tarde.
Hans vuelve a llenar los vasos.
Es un buen vino francés.

—¿Qué opinas de Hansi, Frederik?
—Mira, amigo mío.
No quiero meterme donde no me llaman, pero ahora que me lo vuelves a preguntar te digo honestamente: ¡esa mujer no es para ti!
Hans ríe.
Ríe demasiado fuerte y con demasiado sarcasmo, por lo que sé que ya es demasiado tarde.
¡Es Hansi!
Oigo que en el fondo empezaron a llamarla Hansi por lo mona que era la combinación.
Se llama Trude...
Ahora Trude se llama Hansi y Hans está como loco por ella, ya se metió a Hans en el bolsillo, pero él no lo sabe.
Para eso es demasiado soberano.
Demasiado rico, también.
A mí ni Hansi ni Trude me parecen una mujer para un médico.
Lo que Hans echará luego por la puerta es lo que Hansi pescará.
Hansi lo convertirá en su propio club de caza, lo convertirá en bolera, cuando luego no esté Hans lo convertirá en un bar, rodeada de muchos colegas, porque Hansi no soporta eso de estar mucho tiempo sola, es una bailarina de primera, Hansi traiciona a Hans, lo vende, ahora ya maneja sus coches, viste su ropa, huele a sus perfumes... hace un poco de patinaje para él y parpadea con los ojos... cuando ya no esté la lámpara.
No hay más, pero yo digo algo muy diferente.
—El que tiene que decidir eres tú...
Hans... no me parece indicada para ti.
—¿Por qué no, Frederik?
—Porque su carácter no encaja con el tuyo.
—No me hagas reír.
Encajamos perfectamente.
Lástima que no lo veas.
Lástima, pero ya me las arreglaré, Frederik.
No te lo tomo a mal.
Viniendo de ti lo puedo soportar, pero si hubiera sido otra persona ya sería harina de otro costal.
Es que yo soy así.
La amo como me amo a mí mismo.
Es ella y nadie más.
¿Lo sabes?
—Lo sé, Hans, y me uno.
Nos tomamos otra y después opto por irme.
Hans nota que me ha perdido.
Se esfuerza por reducir el distanciamiento.
Me pregunta:
—¿Qué fenómenos has descubierto tú mismo, Frederik?
Quiero decir los de meses atrás.
—No hay nada, Hans.
Tenemos un loco en casa y no nos queda otra que aceptar eso.
Nuestros caminos se separan y no tienen espacio.
Yo recorro el mío y tú vas por el tuyo propio, pero no hay fenómenos.
Sin embargo, quisiera decirte: ¡cuida tus arrebatos!
Cuida tus arrebatos, Hans.
Últimamente, has cambiado.
Creo que es porque la vida ha despertado.
Cuando nos hacemos mayores todo resurge en nuestro interior.
¿No lo crees tú también?
—Lo acepto, Frederik.
Me he hecho más colérico.
Da igual si es un rasgo de mi carácter o si me he hecho así por el trabajo, pero soy irascible.
No aguanto mucho.
A veces tiemblo.
Creo que ya estoy celoso.
Jamás pensé que pudiera serlo, pero ahora lo creo.
Es que cuando recibes algo así de hermoso ocurre por sí solo.
¡Soy yo!
Lucharé contra ello, Frederik, pero soy yo.
¿Cómo me ves en general, Frederik?
Le di todo y dije:
—Más tieso, más vacío, más pequeño, y además con un poco de ínfulas: es por tu erudición.
Creo, Hans, que te has hecho muy erudito.
Ahora ya sabrás todo al respecto, ¿no?
—¿Quieres bronca?
—Dios me libre, Hans.
¿No te sientes erudito?
¿No estás ahora en vías de alcanzar lo más elevado?
¿Te olvidaste de tu pequeño Frederik?
¿Aún conoces esta casa? ¿Todavía sientes algo del tiempo en que hablábamos de René?
¡No, mejor que no intentes convencerme de eso!
—¿Te refieres a Hansi, Frederik?
—¿Que si estoy hablando de tu Hansi?
De dónde sacas eso.
¿Hansi?
Ni siquiera sé cómo pronunciar un nombre así.
¿Es Hansí o Hánsi...? ¿Hay que estirar esa “i”?
Hay algo de lo que estoy seguro, Hans.
Has avanzado mucho.
Ya no te conozco.
Al menos: echo de menos a aquel otro, pero eso es por el amor.
Te lo deseo de corazón, pero cuida tus arrebatos, querido Hans... cuídalos, o pasarán desgracias.
Un poco después se me revela el viejo Hans.
Pregunta:
—¿De verdad crees, Frederik, que vas a tener razón?
¿Que René sí va por delante de todos nosotros?
¿Que esto es algo que nosotros aun no conocemos?
¿Que posee poderes sobrenaturales?
¿Que se olvida de todos nosotros? ¿Que está colocándonos, a ti y a mí, a Karel y a Erica, ante el hecho por el que entonces empezaremos a sentir a un nivel más elevado?
¿Tenemos que ver aquí con fenómenos que adquieren significado, incluso al margen de mi clínica?
¿O es un loco común, un enfermo, una inseguridad infalible para mí?
¿Crees habrá cambios en la buena dirección?
Que no, Frederik, ya te lo digo yo, lo suyo es incurable, ¡lo digo en serio!
Karel también lo dice, estamos esperando a que ingrese.
No lo he visto últimamente, pero es algo que oí en la calle.
Frederik, ¿quieres hacerme creer que este niño está siendo él mismo?
No me refiero a las habladurías, no me refiero a Dios y Su justicia, ni a rezar y hacer el bien, sabes que todo lo veo de otra manera.
Nosotros estamos con todas esas desgracias.
Nosotros ya no preguntamos si Él tiene aún más de este tipo, ya no adjuntamos notas, de todas formas no obtienes respuesta.
Para esto ya no necesitamos respuestas, está más claro que el agua, Frederik.
Estoy esperando la llegada de este niño, lamentablemente, ¡no hay otro camino!
—Dicho de otro modo... la naturaleza lo deja directamente en tus manos.
Consciente o inconscientemente: tú lo esperas.
Elocuente o sordomudo, tú estás esperándolo.
Para bien o para mal, tú lo estás esperando.
Hans, ¿qué es en realidad el subconsciente?
—¿Y eso me lo preguntas tú?
No lo sabemos.
Por cierto, preguntas por el camino trillado, Frederik.
—Yo creo que es así como vas a parar al manicomio.
Por el momento, el subconsciente sigue siendo una incógnita.
Te diré que todos los días vivimos debajo y encima de ella: y eso es por ese loco nuestro.
Pero tú no tienes nada que ver con eso.
Karel tampoco, Erica lo hace picadillo, ella toma su té... y a ti te servirá para casarte.
Te deseo lo mejor, que te vaya bien, Hans, ya tendremos noticias tuyas.
Saluda a Hansi de mi parte.
¿Podremos saludarla?
¿Veremos pronto su amor?
Que seas feliz... y saludos a Viena, porque por allí seguramente que también pasarás.
Camino por el bosque.
Ay, ese Hans.
Sigo caminando.
Durante mucho tiempo no he caminado, no de madrugada, al menos.
Me sienta bien.
Me preocupa Hans.
Cómo ha cambiado.
Qué irascible es ahora.
Cuando despierta la naturaleza, cuando la vida empieza a hablar, la personalidad hace cosas extrañas.
Este es un gamberro.
Hans está empezando su segunda juventud.
Ay, ¡qué peligroso es!
Que no cuenten conmigo para eso.
Estoy empezando a sentir que van a pasar cosas raras.
Para todos nosotros.
Son verdades de la vida, ¿no?
Es algo que aún tengo que investigar.
Lo que a edad temprana aún duerme en nosotros despierta cuando también crece y despierta el organismo; bueno, según la Madre Naturaleza.
Creo que solo entonces llegamos a conocer nuestro propio yo.
Antes de eso no es posible, y nuestro “sí”, nuestro amor, no significa nada.
Mañana, de todas formas, seremos diferentes.
Basta con que me mire a mí mismo.
Solo cuando un árbol llega a la madurez aparecen los frutos.
Y luego siempre queda por ver si son comestibles.
Pero ¡ahí están!
¿Es un ser humano diferente?
¡El árbol lo somos nosotros mismos!
Los frutos son los rasgos del carácter.
Van creciendo y madurando uno por uno.
¡Están y no están!
No los conocemos, porque nosotros mismos somos mucho más de lo que pensamos poseer.
¡Los seres humanos somos alma, espíritu y vida, y materia!
Esa es la máscara que tenemos enfrente.
Árbol..., ¿quién eres?
Hans está cayendo, está completamente disuelto.
Este que está delante de mí es un perro callejero común y corriente, no tiene raza auténtica alguna.
Cualquiera conoce esta especie.
Y lo sé.
¿Cuántos padres no han perdido a sus hijos por esto?
Cuando empiezan por su cuenta los padres ya no tienen nada que decir.
Sobran los consejos, están ciegos.
Consciente o inconscientemente nos enfrentamos al sufriente.
Y este dice ser psicólogo.
Encima de psiquiatra, dentro de poco catedrático.
Velaré por que no se haga con René.
Pase lo que pase.
Hans no se hará con nuestro René.
No será un conejillo de Indias para él.
Que Karel no piense en eso, que le parezca normal y corriente, es algo que entiendo.
No es capaz de calar a este Hans.
Eso, por cierto, tampoco es posible para un experto.
René se curará...
René es un milagro, y aunque vendrán tiempos amargos, llegaremos.
Y ni importa cómo lo vean, tendré razón, a pesar de todo, ¡sea como sea!
Lo verán y tendrán que aceptarlo.
¡Voy a tener razón!
La naturaleza me dice:

—Así será, pues, Frederik.
Pero ¿viste eso, mi pequeño René?
¿Viste eso?
¡Muy agradecido!
Aunque haya pocas cartas que repartir, ¡te doy las gracias!
Basta con que me ayudes a cavilar.
Seguiré alerta para no envejecer demasiado.
Quiero conservar esta cosa infantil, ¡y eso me salvará!
¡A todos nosotros!
Cuando llego a casa Karel y Erica están esperándome.
Quieren saber cómo le va a Hans.
Bien, tiene que ir a Leipzig y piensa regresar con Hansi.
—¿Qué me dices...? —pregunta Erica—.
¿Se está buscando la vida allí?
—Imagino que dentro de poco ya la verás.
Solo que el clarividente no ha visto cuándo.
Así lo creo, si quieres saber mi opinión..., pero ¡mejor no digo nada más!
—Vamos, Frederik, continúa.
—Erica, esto no son cosas para una persona con dos dedos de frente.
Tampoco sé lo que Karel piensa al respecto.
Yo por mí estoy dándole vueltas.
Quería decir que algunos clarividentes sí que cosechan aciertos, solo que —en mi opinión, al menos— no deben mirar a lo que piensan ellos mismos: también es sentir, creo, pero tienen que dejar que el reloj funcione mejor, va atrasado.
Ven y sienten a la vez... y eso es completamente natural, pero en este caso o bien el sentir está mal o bien están ciegos del todo y ya solo hablan por hablar.
Ese reloj..., sí, ese reloj..., o sea, ese relojito: ojalá conociera esa cosa; ¡estoy seguro de que entonces veríamos el drama!
Pero entonces ya no es nada humano.
O dicho de otro modo... ¡te da vueltas la cabeza!
Pero ¡va a ser un drama!
Por Dios, no hablen (habléis) de esto, Hans me mataría.
Y no me gusta hablar sobre los amigos.
Ya lo verán (veréis): ¡va a ser un pequeño drama!
—¿Cómo es que estás tan seguro, Frederik?
—Es Karel quien lo dice.
—Pues, doctor, ¿crees que recibirías felicidad si esta Erica fuera domadora de leones?
—¿O sea que la otra es una tipa del circo?
—Es una universitaria con aire de trapecista, si lo digo bien, que ahora está siendo ennoblecida.
Ya estoy viendo a Peter... (diciendo en alemán): “Ah, mi dulce placer, ¿a dónde quieres que te lleve?”.
¿Creen (creéis) en milagros sobrenaturales que están en la calle así como así?
No, Hans tampoco.
Por eso eligió la más tonta de todas, también la más banal, la peor.
También la más hermosa... si quieres verlo así, me da igual.
Ese café tan cargado me hace temblar.
No quiero que se me quemen los ojos, no quiero lastimar mi corazón, y tiemblo por un frío inesperado... ¡prefiero irme!
El hombre es ciego, sorda el alma y su espíritu revolotea, es un instinto diurno... sin saberlo.
¡No lo sabe!
Y yo no soy un vidente.
Pero ¡sí que va a ser su muerte!
¡Ay, esa Hansi!
En fin, ya la verás más tarde.
Y ahora ya nada de tonterías, mis intenciones eran buenas.
A él también se lo dije, pero no me oyó.
No es raro, basta con que te fijes en ti mismo, siempre, sin excepción, oímos errores; qué cosas tan hermosas, ay, los seres humanos somos así.
Se siente por dentro cómo piensan (pensáis) sobre esto, cuando oyes el tic tac natural.
Porque ¿entonces?
De verdad, mis intenciones eran buenas, pero es imposible ayudar a los niños, menos aun cuando han superado los cuarenta.
Ahora anda con sus pequeñas sandalias, pero son de plomo, y tienen agujeros, están apolilladas, creo.
Si se me hubiera concedido verlas con nitidez, las habría dibujado.
Interpretado literalmente sería: no te preocupes, húndete en un baño de lodo, algún día llegará la “inmaculada claridad”, pero entonces yo no tendré que ver nada.
Karel no dice ni una sola palabra, y eso no lo acepto.
Todavía digo:
—Una cosa Karel: no hablo sobre amigos, ¡esta es mi ciencia!
Te lo digo desde unos sentimientos... científicos.
A ti eso te suena inhumano, y sin embargo lo tienes ante tus pies, y si no prestamos atención, romperemos nuestro propio yo a cada segundo.
¡Son fragmentos rotos!
Y no tiene que ver nada con grafología ni con parapsicología, es el sentimiento de un ser humano con los pies bien en la tierra.
Nada más, pero tampoco ni un solo gramo menos.
Y ahora caen las florecillas.
—Enciéndete otro cigarro, Frederik.
¿Quieres beber algo más?
—Ponme lo que tengas, me ha dado sed.

Su vino es de lo mejorcito.
Ahora sé que Karel no habla nunca de esto con Hans, de lo contrario ya lo habría llamado mañana, y eso no tiene que ser.
Ahora todo está en orden, aunque Karel ya no crea nada que venga de mí.
Ya no tengo que hablar con él de niños prodigio, me asesinaría ataría en el acto, y se entiende.
Seguimos un rato más, tranquilamente, pensando.
De pronto —cómo es posible— oímos unos gritos terribles.
Anna entra volando a la habitación.
Antes de que pueda decir nada, yo ya estoy arriba.
Es René.
El niño está de pie encima de la cama e interpreta una comedia.
Baila como lo haría un loco verdadero.
Es tremenda la fuerza que se requiere para aguantar eso, él lo consigue.
Lo observamos, y todos hemos de aceptar que este niño está loco.
Los ojos están sobre la frente, se han soltado de las cuencas.
Erica dice:
—Claro, eso es por tus malditos medicamentos.

Anna se deja caer sobre una silla, se ha derrumbado.
René baila hasta la extenuación, se tira de lado y se queda dormido.
Eso es todo.
Volvemos a estar abajo, Anna ya está recostada en la cama, recuperó la conciencia por sus propias fuerzas.
Karel dice:
—Ya no sé a qué santo encomendarme.
Me he perdido.
Lo dejo, me voy a desprender de todo ahora mismo.
Ya no voy a hacer nada.
Ya no puedo hacer nada.
Tienes razón.
Ya no se me irá la mano, me niego.
Después siguen unos cuantos consejos maternales, y me toca hablar a mí.
Tengo que decir lo que opino yo.
¿Lo que pienso yo?
—René está estresado.
Aún no ha superado la terrible pelea con los chicos.
Todavía tardará bastante.
—¿Cómo es que vuelves a estar tan seguro de eso, Frederik?
—No soy médico, Karel, eso lo sabes; sin embargo, hay algo que me dice: las cosas van bien.
Te digo: es relajación.
No te preocupes.
Sabes que este niño no es normal; quiero decir: que no es como otros niños.
Como piensa de otra manera, este niño actúa de otra manera, y por eso tampoco es capaz de procesar semejantes emociones en un solo día, o en pocos.
Y ahora que ya no hace falta librar combates, simplemente, baila.
Pero no es él, es la vida, el empuje, la naturaleza.
Quién sabe lo que viviremos todavía.
Quizá lleguemos a ver arte.
¿Qué te parecería un bailarín?
No estoy seguro, pero ¿es esto tan antinatural?
Mejor que nos vayamos a dormir.
Estoy en mi habitación.
Anna viene a verme.
—¿Qué opinas, Frederik?
—Pues, que baile, Anna.
Tiene que bailar hasta la extenuación, así no podrá hacer daño a otros con su exceso de fuerza.
Te digo: es relajación.
No te preocupes, Anna, seguiremos.
Ahora vete a dormir y confía, yo ya estaré pendiente.
¡Vete, Anna, ahora, vete!
¿No quieres ir todavía?
¿Por qué te estás entreteniendo tanto?
¿Quieres hablar más?
Pero ¡si no hay nada más!
Qué hermosa se ha puesto Anna.
Sin embargo, ahora no me atrevería a besarla.
Estoy convencido de que volvería a desplomarse y de que en semanas no recuperaría la conciencia.
Así de grave es.
Realmente, estoy empezando a sentir que necesitaremos todas nuestras fuerzas.
Pero ¡René lo conseguirá!
En el diario dice:
¡Hans está cayendo!
¡Es estúpido!
¡Es chapucero!
¡Se ha desbocado!
Hans se ha quedado prendido, sin saber que ha llegado a casa con un caballo negro, aunque se fuera con uno blanco.
Las ventanas golpetean, hace frío en casa, pero todas las estufas están encendidas.
¡Lo busca en el vino...!
Anna se ha hecho amor.
¡Su alma es como la mía!
¡Entre nosotros vemos a René!
Son tres árboles... los tres en flor.
Y Dios sabe que nuestras intenciones son buenas, ¡Cristo también!
Ahora estaré un poco más pendiente de ella.
Ay, qué hermoso va a ser.
Creo que dice por dentro, que me dice en voz alta:

—No te irás nunca, ¿verdad?
—No, jamás.
Yo no.
Entonces me quedé dormido.
Aun así oí todavía...
Yo no, nunca salgo de mí mismo, jamás... creo, ¡sé ahora!
Pero, entonces ¿qué pasará si despertamos en una dirección equivocada?
Veo una caja y lucecitas, están encendidas, una de ellas no consigue dar luz... ojalá no sea yo mismo... es como para que te dé miedo tu propia palabra, tu sentimiento, tu pensar.
Hay silencio... paz.
¡Gracias!