Son los diablos de Dios, Frederik

Otra vez nos hemos hecho mayores, terminó el verano, nos acercamos a la fiesta de Navidad que esperamos poder celebrar todos juntos.
¡René también!
En los meses después de mi investigación de la locura han vuelto a pasar muchas cosas.
Pero el médico de René nos dio buenas noticias.
Es un placer para los oídos y reconforta al corazón humano.
Te permite recuperar el aliento por unos instantes y abrirte a otras cosas.
Podemos detectar un avance provisional.
El carácter se va formando él solo.
Solo tenemos que aguardar.
Erica, Anna y Karel se mantienen de maravilla.
Quieren visitar a René, pero su médico no quiso saber nada de eso.
Le di completamente la razón.
El hombre lo contempla todo de modo muy natural.
Dice: demasiadas visitas alteran la vida interior del niño.
Los padres tienen que ser capaces de dominarse.
El reencuentro para la madre, claro, es maravilloso, ¿quién no desea su propia sangre en una situación así?
Para el alma es penoso y doloroso, tiene un efecto demoledor para la conciencia diurna.
El médico dice: esta vida tiene que desprenderse de todo lo que experimentó durante los fenómenos, hay que romper cualquier contacto si queremos poder ir construyendo una nueva vida.
Y René despierta, se abre a todo y está hipersensible, según los informes que recibió Karel.
Pero de eso lo sabemos todo, no nos supone nada nuevo.
Unos días después de mi regreso a casa hemos hecho varios planes.
Hans y Karel estaban muy entusiasmados y me brindaron toda su cooperación.
Inicié una semana de preparativos, pero cuando supe cómo actuar volví a acudir a Hans.
Comencé con el viejo Piet.
Los convidé a todos, alegré corazones e hice nuevos amigos.
Entonces volví a estar rodeado de ellos, de otra manera muy diferente.
Mi aspecto con la bata blanca era benévolo.
Los hombres me reconocieron, pero no se daban cuenta de lo que en esos pocos días había estado tramando.
El doctor Franciscanus se me acercó de inmediato y me preguntó si quería asistirlo, estaba desbordado con todos esos apestados...
Lo que hoy construía mañana lo volvían a desintegrar.
Necesitaba un herborista experto.
Todos tenían algo bueno para mí, cada uno algo más que el otro.
El erudito de los idiomas quería darme clases de latín, francés, alemán, inglés, español, etcétera, pero pedía doscientos cincuenta florines por adelantado.
Podía hacerme inscribir al instante, pero debido a la cantidad de gente solo en la hora determinada.
Pensé: hay que ver cómo la están liando otra vez, esos lelos.
Solo el viejo Piet se mantenía en un segundo plano, ese me miraba desde su vida y pensaba con un poco más de conciencia que los demás.
Lo llamé y cuando lo tuve delante dije:
—Oye, Piet, vente conmigo.
—A mi prima, señor... y ¿cómo te llamabas?
—Van Zeul, Piet.
Soy Zeultjes.
Anda, ven.
Estamos fuera.
Voy paseando con Piet, charlando un poco.
Me responde, pero piensa de manera confusa.
Habla de la prima, que lo engañó.
No creo que Piet vea ninguna diferencia entre miles de primas.
Aquella en concreto no le abrió un boquete en esta conciencia.
Y eso tendrá que ser su salvación.
Cuando lo hablé con Hans, este quería saber lo que Pedro quería en realidad.
Le aclaré su conciencia.
Por medio de una hipnosis impuesta, de la que ya habíamos hablado alguna vez en el pasado, quise ofrecerle a Piet la posibilidad de empezar una nueva vida.
Hans me quería ayudar en todo.
Ahora que estoy fuera con Piet, le pregunto por varias cosas naturales con las que nos encontramos en el entorno.
—¿Ves esas flores, Piet?
—Sí, claro, son hijitas de Nuestro Señor, las flores me gustan bastante.
Las flores me encantan, si te interesa que te lo diga.
¡Pero, bueno!
—¿Qué te parecería, Piet, si nos fuéramos a dar un magnífico paseo, ¿eh?
Así, entre la gente, y ¿mañana o pasado mañana al cine?
—Pero ¿es que eso está permitido?
—Ahora sí, Piet.
Pero primero nos vamos a casa, bebemos té, nos dan pastel.
—Estupendo, y después a mi prima.
¿No es así?
—Así es, Piet.
Piet mira a su alrededor.
Todavía no siente que esté libre, pero eso vendrá luego.
Hans está en casa, Karel también viene.
Vamos andando a su castillo.
Tengo un plan fenomenal.
El dinero carece de importancia; por medio de él curamos a gente, con dinero puedes hacer bailar a los diablos, pero con el dinero también puedes hacer milagros.
A nuestra llegada nos reciben Hans y Karel.
A Piet primero le dan té con pastel, que come con gusto.
Uno diría que ya es un ser humano normal.
Desde el inicio ha entregado todo lo que tiene a Hans, pero allí no lo creen.
Enseguida hablaremos de esto, primero tenemos que intentar hipnotizar a Piet, dar a la voluntad la fuerza que le falta, por lo que él actúa con tanta inseguridad.
Seré yo o no seré yo, lo intentaré.
Creo que es posible.
Piet ha bebido y comido.
Lo colocamos sobre un sofá.
Piet hace todo, no siente miedo.
Me pongo en el borde del sofá, Karel y Hans miran y siguen todo.
Le digo a Piet:
—Piet...
—Mi voz penetra hasta su alma y pongo énfasis en mi sonido; la fuerza de mi voluntad tiene que influir en esta vida, y dominarla...—.
Piet, ahora te dormirás un rato tranquilamente.
Muy tranquilamente, así te dormirás, Piet, y después te despertarás y serás feliz.
Cuando te duermas estaré contigo.
Entonces nos iremos al cine y comeremos y beberemos bien a gusto.
Pero lo primero que haremos es ir a dormir, cerramos tranquilamente los ojos, tranquilamente, te duermes ahora con toda calma, pero entrégate por completo, ¡ah, qué delicia es dormir! (—digo).
Miré a Piet en los ojos, alcancé penetrar hasta la pupila y miré sin más a través de él, descendimos juntos a la profundidad de su alma y, mira, ... se le cierran los ojos.
La vida consigue dormirse tranquilamente, Piet está hipnotizado.
Ciertamente, en unos días me he hecho hipnotizador.
Poseo lo que jamás me había imaginado.
Dios mío, empiezo a sentirlo: qué cosas tan hermosas se pueden hacer gracias a esto.
Piet duerme, pero ¿ahora qué?
Hans y Karel están muy interesados.
Hans quiere saber lo que voy a hacer ahora.
—Bueno, Hans, primero miraremos lo que hay presente en esa vida.
¿Qué es lo que ocupa a esta alma, lo que la hace hablar y pensar, y lo que interfiere en su conciencia diurna?
No lo sabemos.
¿Qué efecto quieres que vayan a surtir los medicamentos?
Ninguno.
De esta manera nunca conseguiremos entrar en contacto con la vida y el ser interiores.
Empezaré a comprender lo que tengo que hacer.
Ya lo sé, Hans, esta sabiduría es algo que se me regala.
No creo que sea Franciscanus.
Lo pensé mucho tiempo, pero esto se ha convertido en mi propia posesión.
Ese don estaba latente en mi interior, y ahora he dejado que se despertaran los sentimientos predominantes.
Por mi búsqueda de la realidad, el deseo de saber lo que vive detrás de todas esas máscaras, se me ha caído la mía propia.
Estoy regresando a algo que quizá yo mismo llevé a un estado latente.
Espera un momento, voy a empezar.
—¿Ves..., buen hombre, lo que vive allí delante de ti?
Los labios de Piet quieren decir algo... murmuran algo.
Pregunto:
—¿Me oyes, buen hombre?
¿Me oyes?
Me llega:

—Sí..., lo oigo.
—Perfecto.
Entonces escucha, escúchame a mí, solo a mí, la voz que te habla.
Esta voz no te hace nada, buen hombre, nada, esta voz es amor, no hace más que el bien, te da fuerza, te devolverá la cordura.
¿Sabes lo que es eso y lo que supone?
¿Qué es ser cuerdo, buen hombre?
Llega:

—¿Ser cuerdo?
¿Ser cuerdo?
¿No es la cordura lo mismo que hacer el bien?
Ya, ya lo tengo.
La cordura es hacer el bien, la cordura es...
—Silencio, buen hombre..., cuando esta voz te pregunta algo no tienes que contestar más que a lo que se te pregunte.
No vas a pensar tú mismo.
Solo tienes que responder a lo que te pregunte la voz.
¿Me oyes?
—Lo oigo.
—¿Sabes lo que quiero decir?
—Lo sé y lo tendré en cuenta.
Piet piensa por su cuenta y eso no debe ser.
Está pensando de forma más educada, ahora es “usted” y “ustedes”.
Me comporto con algo de torpeza, pero ya me iré habituando.
No soy un experto hipnotizador, pero es que tampoco es necesario.
Lo hago por medio de mí mismo, no tiene nada que ver con erudición.
Cuando Hans quiere decir algo, hago un gesto con el dedo sobre los labios, hay que callar... esperar a cómo reaccione Piet.
Sé que tenemos contacto con la vida interior de Piet.
La vida duerme, reaccionará por mi voluntad.
Pregunto:
—¿Me oyes?
Llega:

—¡Lo oigo!
—¿Ves allí a esa mujer, buen hombre?
—¿Dónde?
—Allí ya viene caminando.
—La veo...
La veo...
Sí, la veo.
—No pierdas la calma ni la tranquilidad.
Es tu prima...
Peter...
Piet..., o ¿cuál es tu nombre?
—No lo sé...
—Entonces te llamaremos Piet.
—Eso..., eso..., eso.
—¿Ves allí a esa dama?
—La veo, ¿qué quiere?
—Es tu prima...
Es ella, de la que pensabas que era tan guapa, tan auténtica, tan honesta.
No la conoces, no la viste tal como era.
Esa vida la tienes que ver de otra manera.
Tienes que mirarla, pero sin que por eso te caigas.
¡No te caigas!
La verás como una cosa cariñosa, que no es para ti.
No es para ti, verás otra cosa muy diferente.
Algo muy diferente.
Te la mostraré...
Ya llega...
Mira, allí ya está.
La llamaré.
Pero solo puedes mirar.
No hagas nada...
Puedes verla.
¿La ves?
Piet dice:

—Sí, la veo.
La veo, la veo.
—Con eso basta, puedes verla, puedes seguir viéndola, pero tienes que esperar hasta que haya vuelto a ti.
No te olvides, tú a esperar, te quedas tranquilo, seguirás esperando hasta que llegue y entonces la verás de otra forma.
Quizá aún más guapa, más tranquila, ¿no es así?
—Exacto, así es...
La veo, ya la veo.
—Haré que se vaya...
Ahora presta mucha atención, ahora se disolverá ante tus ojos.
Allí se va, pero volverá, más tarde, mucho más tarde, y entonces todo estará bien.
Volverá, pero tú te quedarás esperando.
Así que, ¿qué harás?
—Esperaré, esperaré hasta que vuelva.
—Y ahora te quedas tranquilo... te quedarás tranquilo, no te dejarás alterar por nada.
Por nada, cada hora estarás tranquilo.
Estarás tranquilo todas las horas del día.
Lo sabemos, estás tranquilo.
No te puede suceder nada, nada, vives, estás en la sociedad, la prima vendrá más tarde, pero vives.
Piensas bien y normal, no dejas que nadie ni nada te altere, sabes lo que quieres, lo sabes tan bien, ah, lo sabes tan bien.
Y de eso no te olvidas.
¡No lo olvidarás nunca!
¡Jamás!
Así eres, así seguirás siendo, así vivirás, así pensarás, así sentirás, no hay inquietud en nada, sabes muy bien lo que quieres.
Piensas y hablas a la gente, pero por medio de tu serenidad.
Quieres estar tranquilo y seguirás estándolo.
¿Lo oyes?
—Lo sé, conservaré la tranquilidad, soy tranquilidad, soy tranquilidad, soy tranquilidad.
Miro a Hans y Karel.
En un noventa y cinco por ciento dejo a Piet libre en su pensar y sentir.
En él permanece un cinco por ciento de mi voluntad.
Aquello que le faltaba a Piet, lo que había perdido por estar sintonizado con una sola cosa y por lo que en su desesperación se desbocaba, rompiendo ventanas, con las que estaba obsesionado, ahora lo tiene que enmendar mi voluntad.
A esta fuerza de los sentimientos que permanece ahora en él, a eso lo llamo la hipnosis impuesta, Hans y Karel.
Lo verán (veréis): el alma, por medio de esta serenidad impuesta, asimilará lo otro.
Veo su grado de vida, vive en un quince por ciento bajo el yo de la conciencia diurna, que es recuperable.
Entrego por ello mi vida.
—Lo que quiero es lo siguiente.
La enfermera que estuvo bajo mi influencia ayudará luego a Piet.
Por medio de su ayuda él recuperará poco a poco su yo anterior.
Por una sola alma estoy dispuesto a pagar mil florines, o más.
¿Lo sientes?
Entonces seguimos.
Hans y Karel saben lo que quiero.
Aunque todavía no se ha completado el modo de hablar y de imponer la voluntad, sé que el alma “Piet” reaccionará como yo desee.
Que Piet ya empezará a hablar con más educación demuestra que él es normal mientras no esté dominado por el caos.
Karel dice “¡Sí!”, y también Hans lo tiene que aceptar.
Piet duerme tranquilamente.
Ahora le puedo dejar comer y beber.
Le ofreceremos té y pastel, y tendrá la sensación de haber ido al cine.
Continúo un poco más.
—¿Me oyes?
¿Me oyes?
—Lo oigo.
—Mira, ¿ves lo que tengo aquí en la mano?
Una buena taza de té y en la mano izquierda, un delicioso pastel que te había prometido.
Cuando nos hayamos bebido y comido esto nos vamos al cine.
A beberte el té.
¿Sientes la taza?
—La siento.
—¿Está bueno?
Piet hace un chasquido con la boca, le gusta el té.
Ahora el pastel.

—Ahora cómete el pastel.
Te la pondré en la boca.
¿Qué tal?
Está buena, ¿verdad?
Piet hace un chasquido, no puede decir ni una palabra, tiene la boca llena.
Le tapé un momento la boca con mi mano.
Da bocados y come.
Mira este niño, siente el alma, ¿qué es un ser humano?
Piet dice:
—Mira este niño, siente el alma, ¿qué es un ser humano?
Continúo y respondo:
—El ser humano es un milagro.
Tú también eres un ser humano.
Ahora, como seres humanos, vamos a mirar a los seres humanos.
Ahora tienes que ver cómo son.
¿Ves esos cristales...? Esos de allí.
Te dan miedo, ¿verdad?
Ay, te dan tanto miedo.
¿Sabes por qué?
¿Sabes por qué los tienes miedo, Piet?
¿Lo viste?
¿Lo viste?
¿Viste que hay un incendio?
¿Viste ese incendio allí?
Entonces querías irte.
Fue entonces cuando rompiste los cristales.
Ah, no hace falta que tengas miedo; estoy contigo.
Ahora ya no pasará nada.
Estoy contigo y no estás solo.
Podrías haberte ido por las escaleras y entonces no habría pasado nada.
Pero rompiste todos los cristales.
¿Lo viste?
Te digo: no tengas miedo, estoy contigo.
Me quedaré contigo, pero ya nunca más tienes que romper los cristales de las ventanas, nunca más, jamás de los jamases, porque no está permitido.
¡Eso no está permitido!
¡Eso no está permitido!
¿Lo oyes?
—Lo oigo, podía haber ido por las escaleras, ya no romperé los cristales, ya no estaré solo nunca más, nunca más, ya no tengo miedo, ya no voy a romper cristales.
Para..., para..., para...
El verbo “parar” cruza sus labios por medio de mi voluntad.
Así que Piet está siendo telepáticamente uno con mi vida y ser, con mi voluntad.
Hans y Karel lo constatan.
Se lo demostraré.
Pregunto a Karel:
—¿Qué quieres que haga Piet?
¿Quieres saber la hora?
Karel me mira como si viera un fantasma.
Pero las cosas se ponen a rodar, una tras otra.
Lo que vi en Oriente y contemplé con mis propios ojos ahora se revelado a mi propia vida.
Yo también sé hacer eso, pero por medio de la vida de Piet.
Pregunto a Piet:
—¿Ves qué hora es?
¿Quieres mirar un momento en este reloj y decir qué hora es?
Mira, tengo el reloj en la palma de mi mano.
¿Lo ves?
¿Lo ves bien?
¿Qué hora es ahora?
—Las dos y cuarto... —responde.
Son las dos y cuarto...
Hans y Karel observan el milagro.
¿Se ha hecho Piet clarividente?
Adopta pensamientos, Piet cuenta lo que sé y veo.
Nada más.
Es posible por medio de la “hipnosis impuesta”, de la voluntad de otro ser humano.
Piet lo acata y lo transmite.
Así es posible blindar esta vida para que no recaiga más en las profundidades.
Es todo por hoy.
Todavía vamos un rato al cine.
Piet tiene que mezclarse con la gente.
Tiene que verla desde su sueño y eso es algo que tiene que asimilar, igual que un niño pequeño el andar.
Siento esta alma y ahora soy capaz de ver en su subconsciente.
Yo ya lo hacía y sentía que en alguna parte Piet había vivido un miedo que había abierto una brecha en su vida.
Cuando Piet se rebela, cuando se pierde a sí mismo, rompe los cristales de las ventanas.
¿Por vandalismo?
¡Por miedo!
Podría haber perdido su vida en ello.
Piet hacía trizas los cristales; si vuelve a rebelarse, si el miedo lo vuelve a asaltar, los romperá de nuevo y tendría que aceptar a la clínica psiquiátrica para siempre.
Piet no saldrá nunca si no se le ayuda.
Es como un niño pequeño que tiene que aprender a andar, pero para Piet no hay piernas, se las tengo que regalar yo.
Solo entonces saldrá de su laberinto espiritual.
Siento en lo que vive Piet, pero lo tiene que decir él mismo, y también eso es posible.
Se lo digo a Hans y Karel y a ellos les parece un diagnóstico natural.
Ahora vamos un rato a la calle.
—¿Me ves?
¿Ves cómo soy?
¿Me conoces?
¿Me oyes otra vez?
¿Me reconoces la voz?
—Lo oigo, lo veo.
Lo oigo todo.
—Entonces está bien.
Mira, ahora vamos a salir.
Los cristales ya no te dan miedo.
No te pueden hacer nada.
Sirven contra el viento y la lluvia.
La lluvia y el viento dan frío.
¿Lo sientes?
¿Sientes el frío que hace?
Piet tiembla y se estremece.
La vida tiene frío.
Continúo.
—¿Ves todos esos cristales?
¿Ves ahora que a los seres humanos no nos está permitido destrozarlos?
Ya nunca más los romperemos a golpes.
Luego iremos a ver qué es lo que nos da tanto miedo.
Miedo, ¿verdad?, miedo, ¿no?
Ay, cuánto miedo.
¿Ves este vidrio?
¿Ves cómo lo tengo en mis manos?
—¡Sí! ¡Lo veo!
—¿Ves que no le tengo miedo al cristal?
No le tengo miedo a un cristal porque sé que ese... cristal..., a ver, dilo, ..., sirve..., vamos, dilo, ..., ¿es para...?
—... el viento y la lluvia.
—Fenomenal.
Y el viento y la lluvia ¿te dejan..., te dejan..., te dejan...?
—...frío y mojado...
—Estupendo, así es.
Y como ahora eso lo sabemos, ya no vamos a romper, ya no vamos a romper...
—...nunca más los cristales.
—Perfecto, fenomenal, estupendo..., genial..., fenomenal, eso ahora lo sabemos.
Eso lo sabemos.
Los cristales sirven... para...
—...protegerte...
—Muy bien, entonces ya no hay miedo.
Y toda esa gente aquí son nuestros amigos.
Esa gente que va andando por ahí es como nosotros, viven y están haciendo la compra.
Y allí está el cine.
Allí actúan para nosotros y ves a la gente en la pantalla.
¿La ves?
¿La ves?
—La veo.
—Y ¿ves lo que están haciendo?
Están jugando al fútbol.
Ya sabes...
Corren detrás de una pelota y dan patadas a esa cosa para lanzarla.
Ya sabes a lo que me refiero.
—Sé lo que es eso del fútbol, lo conozco.
—Sigamos entonces.
Ahora estamos cansados, vamos a dormir.
Solo una horita.
Cuando haya transcurrido nos despertamos y estamos descansados.
Descansados que da gusto, plenamente despiertos y entonces pensaremos en todo.
Ah, cuántas cosas hemos visto.
Nos despertamos y ya no le tenemos miedo a los cristales.
Ahora nos despertamos.
Hemos dormido que es una delicia, fue delicioso.
Una delicia.
Piet abre los ojos y está despierto.
Hans sirve té.
A Piet le dan pastel y un purito, y está asombrosamente bien.
Hans habla con él y le dice:
—¿Te gustaría trabajar para mí, Piet?
—Y ¡cómo, señor!
—¿Sabes quién soy, Piet?
—Usted es el médico, ¿no?
—Así es.
Ellos también son médicos.
—Lo sé.
—Entonces ya hablaremos de esto, ¿no, Piet?
—Lo hablaremos..., señor.
Piet hubiera querido hablar después con Hans, pero entonces llegó el propio pensamiento y se recuperó.
Piet ya se ha tranquilizado en unos cuantos puntos porcentuales y ha recuperado algo de su propia personalidad.
Podemos estar contentos.
Quedo con Hans y Karel en que seguiremos en unos días.
Piet tiene que volver con los enfermos, veremos cómo se comporta ahora allí.
Alberga la fuerza para pensar.
En una determinada dirección, en una determinada línea, a saber: hacia la sociedad.
Piet lo hace fenomenal.
Vamos a los hombres, no ve ni uno.
Piensa.
Piet tiene unos cincuenta años, todavía puede hacer algo con su vida.
Entretanto empezará una nueva vida entre los internos.
Hans lo seguirá.
Busco a esa prima.
Llego a saber que Piet ha recibido una pequeña herencia.
Una prima tendrá que convertirse en su mujer, toda una familia está al acecho del dinero de Piet.
Hay que recurrir a un médico, Piet actúa como un salvaje y rompe los cristales.
Tienen que encerrarlo.
Piet no siente nada por esa prima, pero le hablan hasta que él se disuelve por completo.
Ahora queda sometida su naturaleza infantil.
Un familiar de Piet, un primo, consigue someterlo a tutela; al notario y el médico les parece de lo más normal.
El médico lo trata como a un enfermo, pero no sabe nada de su pasado, ni de sus ataques de llanto ni de sus miedos.
Este gran niño se convierte en juguete del mal en el ser humano.
Piet termina en manos de un médico que quiere vivir para él mismo y para su clínica, que quiere progresar, que prefiere el diablo a Dios, porque ayuda a servir al plan sucio.
Los miles de florines han caído en manos de demonios, es Piet quien se estrella y que solo ve a la prima.
Pero la prima está casada y tiene cuatro hijos.
La familia espera a la vida de Piet como chacales.
¿Si Piet desapareciera?
¿Si Piet se estrellara?
¿Si Piet no regresara jamás?
Los diablos de Dios juegan con fuego sagrado.
El doctor tiene la culpa de todo.
Cubren los gastos de Piet, pero él mismo ya no puede opinar nada sobre sí mismo.
Es un muerto en vida.
Su vida sentimental infantil, de una hermosura maravillosa, se ha desmoronado.
Cuando Piet empieza a vivir su tristeza esta vida llega a parar a otro mundo.
Cuando la tristeza se hace consciente, Piet recae y se hunde como la verdadera personalidad en ese otro mundo, el mundo del espacio del alma, y cuenta tonterías.
Pero esas tonterías son de una sencillez pueril.
Piet va a volver, ¡lo sé!
El médico tendría que haber mirado detrás de esta máscara.
El médico, que da color y forma a su clínica, se mantiene a costa de los locos.
Mientras se pague por esos locos él y su clínica están bien cuidados.
Pero Piet y los demás buenos de espíritu no volverán a salir nunca, permanecerán presos.
Los diablos de Dios gobiernan a los seres humanos, porque se acepta este dinero manchado de sangre.
Ya me encargaré yo de eso en cuanto Piet esté mejor, normal; ¡tenemos a Hans y Karel, y a otros que nos apoyan!
Cuatro días después voy a buscar a Piet.
Ya trabaja y ayuda en lo que puede.
En la sala está tranquilo, habla menos, piensa.
Ya estuvo preguntando por mí.
La enfermera que fue hipnotizada cuida a Piet.
A ella le dice:
—He visto a mi prima.
Ahora sé cómo es.
Pero no es para nada algo para mí, para nada, la veo de otra manera.
Ay, qué distinta la veo.
Por lo demás, la enfermera se encarga de que lo entretengan.
Él la acompaña por los jardines, cuida de las tierras, hace algo.
Piet ya está trabajando, ya piensa, está mejorando.
Cuando estoy delante de él entra volando a mi vi vida y es tan feliz.
—¿Volvemos a la ciudad, señor?
—Me llamo Frederik, Piet; Frederik, solo me puedes llamar Frederik.
—¿Vamos a la ciudad, Frederik?
—Pues venga, vamos a la ciudad.
Vamos a tomar otra vez un té y a comer pastel.
¿Te acuerdas?
—Pues claro, Frederik, ¡qué rico estuvo eso!
Acudo a Hans, Karel no está.
Cuando entramos, Hans se acerca a Piet y le da cordialmente la mano.

—Hola doctor —sale de la boca de Piet.

Piet se acuesta.
Me acerco a él, lo miro a los ojos y digo:
—Vamos a dormir, Piet, a dormir tranquilamente, igual que hace unos días, no tenemos miedo a nada, estoy contigo.
¿Lo oyes, Piet?
¿Me oyes?
¿Oyes que tengo la misma voz?
Piet ya está por debajo de su sueño.
Le pregunto:
—¿Estás allí, Piet?
¿Me oyes?
—Lo oigo.
—Ahora volvemos, vamos a ver en tu juventud, allí donde hubo un incendio.
¿Qué edad tienes ahora, Piet?
Inmediatamente llega:

—Cincuenta y uno.

Estupendo, estamos haciendo la cuenta atrás, regresamos a tu juventud.
Contamos, Piet.
Cincuenta, cuarenta y nueve, cuarenta y ocho, en tu vida no ha entrada ningún incendio, ningún fuego, ningún miedo, regresamos diez años.
¿Dónde estás ahora?
¿Qué ves?
—Estoy con Waalsberg...
Es mi amigo.
Jugamos a los dados, al dominó, a las cartas.
—Entonces regresamos más, Piet, veremos dónde viste el incendio.
Vamos a los veinticinco, veinticuatro, veintitrés, veintidós, veintiuno, veinte, diecinueve, dieciocho, ahora tenemos diecisiete años y todavía no ha habido ninguna desgracia.
Regresamos, Piet, regresamos aún más...
A los dieciséis, quince...

A Piet ya le está entrando miedo, tiembla y se estremece.
Digo:

—Vamos a los catorce años, Piet, a los catorce.
Ahora vemos los meses, los días y las horas.
¿Sientes cuánto dura una hora?
¿Sientes una hora?
Seguimos...
Piet.
Pero se niega a seguirme.
A él y a su vida digo:
—Vemos los meses, Piet, estamos haciendo una cuenta atrás con los meses, los días y las horas.
Atención, tienes catorce años.
Ahora acaba de ser tu cumpleaños.
¿Sabes cuándo cumples años?
¿Lo sabes?
—El dieciocho de junio —la sale de la boca.
—Muy bien, Piet, ahora contamos...
Enero, febrero, marzo, abril y todavía no hay ninguna desgracia, no hay miedo.
Mayo, junio, julio, agosto, tiemblas y te estremeces, Piet, pero conservas la calma.
Agosto..., ¡el uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete de agosto...!
Piet pega un grito.
Le digo:
—Mantén la calma, Piet, ¿qué te dije?
No hace falta que tengas miedo.
Estoy contigo.
Es de mañana, te despiertas.
Comes y bebes, tu madre no está.
¿Dónde está mama?
—Mamá murió, papá tampoco está, trabaja fuera de la ciudad.
Ese es papá, ya llegó papá.
—Veo a tu padre, Piet.
Vamos a trabajar, trabajaremos.
Estamos trabajando, Piet, no pensamos en nada.
Veo lo que haces, ¿tú también lo sabes?
—Estoy trabajando en los muebles.
Hago una bonita mesa.
Una mesa muy bonita.
Y ahí está... ahí viene... fuego, fuego, fuego...
—Tranquilo, Piet, ahora no vamos a romper cristales, vamos a atravesar la fábrica hacia la escalera de mano y entonces estamos fuera.
¿Ves la escalera de mano?
¿Ves que no hace falta que destroces cristales para llegar al exterior?
¿Lo ves, Piet?
¿Has visto ahora que no es necesario que tengas miedo?
Habrías salido de todas formas.
Si rompes todos esos cristales, dejas de ser tú mismo.
Tendrías que haber seguido siendo tú mismo, ¿lo ves?
—¡Lo veo!
—Entonces podemos seguir.
Volvemos a tu edad.
Vuelves a ser el viejo Piet.
¡Contamos!
Veinte, treinta, cuarenta años.
¿Sabes, Piet, que contamos de diez en diez?
¿Que saltamos años?
—Lo sé.
—Ahora vas a seguir tú mismo.
Tú sigue contando, Piet.
Y comienza...

—Cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres.. —Va hasta los cincuenta, llega a los cincuenta y dice—: Cincuenta y uno... y enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio... ahora es mi cumpleaños.
Estamos festejándolo.
Es mi cumpleaños.
—Pero, seguimos, Piet, hubo más meses que transcurrieron.
Hemos tenido julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y ahora ¿cuál viene?
Diciembre..., el uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez..., el once..., el once.., el once...
—¿A qué esperas, Piet?
—No puedo seguir contando.
No puedo seguir contando.
Me he quedado detenido (—dice).
Es el once de diciembre del año mil novecientos y tantos.
Nos encontramos en el castillo de mi amigo Hans, que más tarde se hará catedrático.
Bajo mis manos está un enfermo mental, un niño de cincuenta años, al que hubieran querido asesinar.
Piet ya está casi recuperado.
Está llegando al despertar.
Cuando abre los ojos suspira profundamente.
Le pregunto:
—¿Qué pasa, Piet?
—Estuve enfermo, señor Frederik.
¿Dónde estoy?
¿Dónde vivo?
¿Quién tiene mi dinero?
—Vas a recuperar tu dinero, Piet, y te has curado.
Te daremos algo más para que te fortalezcas y entonces volverás a trabajar.
Se le da de comer y beber.
Se fuma su purito.
Karel viene a ver.
Acabamos de terminar.
A Hans le parece asombroso.
Piet ya no va a su clínica, se viene con nosotros a casa.
Tenemos una habitación sin ocupar.
Ahora lo cuidará Anna.
Después se podrá encargar de él la enfermera, hasta que también ella pueda decir que ya está bien.
Piet vive entre nosotros y está tranquilo.
Con Anna habla muy animadamente.
Se viene a hacer la compra, le encanta ir de tiendas y se comporta como un niño pequeño.
Cuando al día siguiente se queda dormido me llama Erica.
—Piet se va a dormir, pero ahora va volando a su incendio.

Ya lo hace por su cuenta.
Puedo aflojar mi voluntad.
Piet está llegando a mejorarse, dice que no puedes destrozar cristales, primero tienes que mirar si hay escaleras.
Tienes que dominarte en todo.
La conciencia cambia.
Piet vuelve a escalar hacia lo normal.
Van pasando los días.
Entretanto voy a ver a la señora Van Soest.
Hace el bien y quiere hacerlo, se estrelló por su bondad.
Ella y los demás quieren cargar con la pobreza de este mundo.
Eso la señora Van Soest lo sabe, pero ya no la creerán hasta que sucumba.
Hablo con ella.
La llevamos sola al despacho de Hans para que la examine.
Primero lo intento con palabras suaves, después con hipnosis.
Se echa y se duerme de golpe, pero no dice ni una sola palabra.
Su alma se ha cerrado por completo.
Sé lo que es, la han obligado de todas las maneras posibles a decir algo.
Esta personalidad vela por ella misma.
Tampoco la necesitamos.
Duerme y sigue haciéndolo varias horas, se despertará ella misma y por ella misma, pero por una voluntad que está sintonizada a distancia.
Hans hace que la lleven a una habitación separada.
Son las once de la mañana, tiene que despertarse a las cuatro.
Mientras tanto deposito en su vida lo que dejé donde Piet por medio de palabras.
Esperamos.
Hans entra a la habitación a las cuatro.
Faltan unos segundos.
Los va contando... y, mira, la enferma abre los ojos.
Pregunta:
—¿Dónde estoy?
Pero ¿dónde estoy?
¿Qué hicieron conmigo?
—¿No me reconoce? —pregunta Hans.
—Claro que lo reconozco, usted es el médico.
La llevamos de vuelta a la sala.
Allí lo único que tiene que hacer la enfermera es seguirla.
Piensa, quiere pensar y después de media hora pregunta:
—Enfermera, ¿dónde estoy aquí?
¿Quién me trajo aquí?
—Está usted enferma, nosotros la cuidamos.
—Pero ¿dónde estoy?
¿Dónde estoy? ¿Quién me trajo aquí?
Llega Hans.
Se la lleva a su despacho.
Allí estoy yo.
Cuando entra y se sienta pregunto:
—¿Me reconoce?
—No, no sé quién es usted.
Pero ¿dónde estoy?
—Está usted en mi clínica, señora Van Soest.
Soy su médico.
Estamos curándola.
Se quedará aquí y volverá a la sala.
Conserve la calma, hacemos todo lo posible para ayudarla.
La mujer se desploma.
Se golpea contra el suelo, inconsciente.
Cuando Hans le devuelve la conciencia llega la enfermera para llevársela.
La cuidarán como tiene que ser.
Hans pregunta:
—¿En qué situación se encuentra, Frederik?
—Lo que sé al respecto, Hans, vive en tus manos y está a tu alcance.
Esta vida no está loca.
Ni nunca lo estuvo.
¡Dinero, dinero! ¡Eso es! ¡Dinero!
Los diablos de Dios la encerraron y tú no lo viste.
Está estresada, la golpearon mortalmente en su corazón maternal, su bondad le resultó fatídica.
Seguramente que hay miles como ella encerradas, a quienes los médicos se entregan por completo, mientras las damas o los caballeros se lo pasan en grande.
¿Nunca supiste eso, Hans?
—Te lo juro, Frederik.
—¿Cómo llegó a ti?
—Como una ruina... la viste, ¿verdad?
Lo reconozco: las últimas semanas ha cambiado.
—Esta alma, Hans, se estrelló por su bondad.
Su dolor, su miseria la llevó a este estado.
Pero este sueño recondujo al alma a la conciencia diurna.
Unas pocas horas de sueño por una voluntad impuesta le brindaron el regreso al yo normal, al yo de la conciencia diurna.
Si esta alma fuera tan sensitiva como varias otras mujeres, entonces estaría ante el estar poseída, ante la incidencia e influencia astrales, creo; todavía no sé cómo son esas leyes.
Ahora la vida está siendo atacada y el alma se muda a su mundo, pero se siente blindada ante nuestra sociedad.
Lo que unos experimentan por medio de pasiones, para otros es religión.
Con Sonia lo tenemos un poco más difícil, pero ella también es curable.
La señora Van Soest primero tiene que ser ella misma, tú y Karel y los demás la tienen (tenéis) que examinar.
Necesitamos pruebas.
Mañana dormirá de nuevo y ya ves de lo que es capaz la hipnosis.
Si sientes estas leyes, Hans, comprenderás que ella y Piet viven por medio de mí, que se mantendrán firmes por mí, hasta que puedan valerse por ellos mismos.
Me he dividido.
Lo que les falta lo reciben de mí; los seres humanos somos capaces de ayudarnos.
¿No lo sabías?
Ya lo ves: volvió a despertar cuando la llamé, sin fallar ni un segundo.
Y el alma humana escucha porque es posible por un sueño, por una voluntad.
No quiere hablar, pero eso también vendrá, mi querido Hans.
Al día siguiente, la señora Van Soest volvió a someterse al sueño impuesto.
La dejamos dormir ocho horas y también esta vez se despertó a la hora fijada por nosotros.
Se despertó llorando, estaba como rota de dolor, era el miedo de tener que regresar a la sociedad.
La dureza de la gente la quebró.
La tranquilizamos y le dimos la fe de que ahora estaba siendo ayudada y de que tendría nuevos amigos que la apoyarían.
Abrió su vida a nosotros después del cuarto tratamiento.
Es madre de dos hijos.
El esposo y los hijos la enterraron en vida.
El esposo y los hijos —una hija y un hijo— opinaban que su madre tenía que ser sometida a tutela y privaron su vida de contenido.
Cuando se opuso, cuando su estrés rompió la conciencia diurna, la encerraron.
“Naturalmente”, dijo, “ya no era yo misma, pero sí sabía lo que hacía.
Entonces la pena me hundió en un mundo muy diferente y ya no me volví a encontrar”.
Hans está furioso, Karel no menos.
Con Van Hoogten y Stein expulsarán los diablos de Dios.
Y está volviendo a sentirse confiada con la ayuda material y espiritual, con los médicos.
Después del séptimo día está entre nosotros.
Hablamos de todas estas cosas terribles y ahora sabemos cómo son estos desgraciados.
Su marido se pega la gran vida, los hijos escogieron su propio camino y les pareció que así estaba bien.
Mamá era despilfarradora, tiraba el capital por la ventana y eso no podía ser así.
Visitaba a enfermos e infelices, exageraba su bondad hacia los demás.
—¿Cómo han podido mis hijos creerlo a él? —sale como un grito áspero de su boca.
Pueden quedárselo todo, ya no quiere tener nada de todo ese dinero, quiere terminar el ocaso de su vida con serenidad y en paz.
¿A qué debió todo esto?
¿Cómo le puede parecer esto bien a Dios?
Pero ¿por qué?
Son preguntas que hemos planteado nosotros y que plantearán millones de personas más.
Pero ¡somos nosotros mismos!
El día duodécimo la señora Van Soest se traslada a casa de amigos que la acogen con hospitalidad, hasta que tenga su propia casita.
También el viejo Piet recupera su dinero y para él tenemos un pequeño negocio, para que tenga algo que hacer.
Hans quiso darle primero un puesto de trabajo, pero tras considerarlo todo a mí se me ocurrió una idea muy diferente.
A Piet le encontré una prima, una viuda, que perdió a su marido en un accidente.
Una antigua criada mía.
Y estas almas van a empezar una nueva vida.
La enfermera se instalará mientras tanto en su casa para supervisar la situación, pero sabemos que Piet ha regresado a la normalidad y que sigue siendo él mismo.
Ves que esta vida va cambiando todos los días.
Sabe lo que quiere, su espíritu ha rejuvenecido.
Esta alma aún no recibió nada de la vida.
Piet no se imaginaba nada, delante de él veía a su prima, la tiene, aunque sea otra persona.
Y entonces Piet sollozó de felicidad.
Pensé: ‘Hay que ver lo que es capaz de hacer un poquito de voluntad, es posible curar la gente con ella’.
Lo que los diablos llevan a cabo también se puede alcanzar por medio del bien.
Solo faltan los demás.
La señora Van Lakenstein nos costó más esfuerzo, y aun así recupera la forma de pensar y de sentir normales.
También ella se estrelló por ese maldito dinero.
Su familia quebró su vida.
Quebrada en cuerpo y alma tiró la toalla en esta lucha desigual.
Constaté que a toda esta gente se la puede ayudar, siempre que no tenga la terrible sensibilidad de la demencia profunda.
Cuando habla la pasión uno se encuentra ante problemas más profundos, cuyas leyes aún desconozco.
De todas formas pienso que se puede ayudar a muchos de estos enfermos, porque los seres humanos poseemos una fuerte voluntad, aunque la mayor parte de los millones de habitantes de este mundo todavía no se lo crea mucho.
También intento reunir pruebas para ello, y tengo la sensación de que se me brindarán.
La vida de ella requiere algo más de paciencia.
Pero su sitio ya no está entre esas otras mujeres en casa.
Ya después del cuarto tratamiento hubo más serenidad, pensamiento normal; habla de forma seria, meditada, ya no oyes expresiones anormales.
Pero su sistema nervioso ha sufrido muchísimo.
Y de eso se encarga Hans, ahora ella recibe un delicioso tratamiento, también los otros médicos están completamente abiertos a estos enfermos.
Quieren limpiar sus nombres, fueron contagiados por los diablos.
¿Cómo es posible?
Pues basta con ir a echar un vistazo: el médico se olvida de sí mismo porque quiere conservar su clínica, o perdería su entidad.
¿Cuántas de estas personas no están presas?
Dios mío, y ¿eso en el siglo veinte?
Ahora me encontraba delante de Sonia.
Primero fui a hablar con ella.
Fuimos dando un paseo fuera y poquito a poquito empecé a llegar a ver su vida.
Sonia se quedó dormida al instante.
Durante su sueño llegamos a saber por qué le gusta tanto bailar.
Aparecen problemas asombrosos que representan en sí mismos un mundo propio.
Sonia nos envía a un mundo del que todavía no sabemos nada.
El barón —que no lo era, pero a quien sí donó toda su fortuna— quería deshacerse de ella.
Cuando Sonia se volvió loca de dolor acudió un neurólogo y este le hizo varios volantes.
Fue trasladada a una clínica psiquiátrica para que sus nervios reposaran un poco.
Pasaron siete años y sigue en una clínica, fue pasando de unas manos en otras y termina en las de Hans, que ya la tiene en observación desde hace un año, pero que no consigue que pueda empezar con la vida material.
Cuando la obligamos a regresar a su juventud, cuando la obligamos a que ella misma mire dónde empezó su deseo de dedicarse al arte resulta que ya tenía esos deseos antes de nacer.
Eso me llevó a miles de problemas.
Llegamos a ver que esta alma, igual que las otras dos mujeres, fue arrumbada como si nada; debido a que el género masculino tiene los ojos puestos en otra cosa, más joven, más hermosa, con algo más de felicidad y entidad.
Pero Sonia terminó quebrada como las demás, como miles que aún no conozco, pero que existen y que tienen que aceptar su cautiverio.
Hans y Karel tienen que reconocer, junto a los otros médicos, que la hipnosis impuesta puede causar milagros.
Les expliqué que estas personalidades permanecen bajo mi voluntad y que por eso tienen más fuerza para experimentar la vida social.
Les falta algo de este sentimiento, fuerza de voluntad, aún no han llegado al punto en que podían vivir sus dolores por su propia cuenta, se perdieron, por el dolor y la pena, por la miseria.
A quienes les falta algo más de conciencia les corresponden los grados más graves.
Ahora estamos ante las profundidades del alma con todos sus rasgos intrínsecos, que requieren todos y cada uno un desarrollo propio.
Pero a Sonia la recuperamos hasta lo normal.
En el cuaderno de bitácora pone:
“Comportándome como un loco he vivido asuntos asombrosos, me he hecho hipnotizador.
Sin duda creo que ahora podré ayudar a René.
Se me concedió tomar nota de vidas sentimentales naturales y antinaturales, y vi los espacios con una claridad cristalina, por lo que pude rellenar —taponar— los agujeros en semejantes personalidades, lo cual sucedió por mi rigorosa voluntad.
Porque dejo algo de mí en esas personas.
Debido a que se quedan dormidas, esas fuerzas siguen actuando, alimento esas almas a distancia.
Ahora empiezo a comprender lo que se ha vivido allá en el Antiguo Egipto.
Empiezo a comprender lo que saben hacer los faquires y los magos, aunque no aprecio sus vidas.
¡Empiezo a sentir de lo que allí es capaz un yogui sano!
¿Es increíble?
¡Tenemos pruebas!
Sonia regresó a su vida anterior, aunque para eso aún me faltan pruebas.
Pero creo sin duda que de eso oiremos más, y solo entonces nos encontraremos ante una nueva “universidad”, un nuevo siglo, ¡es un milagro!
A las otras mujeres las pudimos rescatar porque les falta una sensibilidad por la que surgen todas esas horribles enfermedades.
Estoy seguro de que entonces no hay quien las ayude, debido a que estas almas aún no poseen como seres humanos el sentimiento para esta existencia material.
Entre ellas hay mujeres —y con los hombres he podido constatar algo parecido— que se estrellaron por el amor corporal.
Eso me pareció lo más terrible que hay.
Así es como empiezo a ver para mí mismo los grados de la conciencia humana.
Empiezo a ver que hay una presencia de grados de conciencia animales y humanos.
En lo que respecta a la sobrecogedora homosexualidad (véase el artículo ‘Homosexualidad’ en rulof.es) empiezo a comprender que esos sentimientos son materiales o espirituales, pero que las correspondientes leyes corporales nos envían directamente a la paternidad o maternidad.
Quiero decir que no creo que el alma, como ser humano, únicamente pueda experimentar un solo cuerpo por medio de Dios.
Y con esto quiero decir que el alma, como ser humano, tiene que experimentar ambos organismos.
Entonces tengo que anotar que también yo una vez fui... madre.
Claro, sonará muy raro, pero si esto es así, Dios nos servirá más y más como asidero, porque Él también es Padre y Madre.
Y entonces nosotros ¿por qué no?
Cómo Dios llegó a ser Padre y Madre, pues... eso es algo que no sé.
Pero nosotros, como seres humanos, tendremos que vivir ambos organismos; de lo contrario, diría yo, viviríamos una injusticia en esto.
Porque sin duda que me encantaría vivir ese cuerpo maternal, ya que dar a luz y el embarazo desde luego que tienen algo que decirnos también a nosotros, los hombres.
Cuando pienso todo eso me entra una placidez al alma, empiezo a sentir calor, es una sensibilidad en extremo agradable, porque ahora soy uno con todo en este espacio.
Cuando medito eso —créeme— me veo ante miles de problemas, estoy encima de ellos, para los que de pronto tengo respuesta, aunque entonces nuestros conocimientos universitarios estallen en mil pedazos; pero entonces mi vida adquiere sentido para esa humanidad tan torpe, nuestra existencia occidental, la de volver a nacer y de la afinidad entre las almas, una vida después de la muerte como ser humano consciente e infinitud de posibilidades más, que para el alma son mundos a los que pertenece y con los que nada tiene que ver.
Entonces empiezo a aceptar conscientemente que aquella homosexualidad no es otra cosa que el desprenderse de la vida anterior, de ser hombre o mujer... y que el alma, como personalidad, ha perdido su sintonización natural durante la vivencia de uno o más cuerpos.
Ya lo estoy diciendo mal... porque la cuestión no es que haya una pérdida: el alma ha tenido que deponer temporalmente esa vida como cuerpo material.
Debido a que las leyes de la naturaleza la obligan a ello entra ahora en una entidad antinatural, pero es entonces cuando está ante lo anormal.
Si además se añaden sentimientos que aún no ha superado conforme a nuestros conceptos, entonces el alma se desploma.
Y si encima es atacada por un ser invisible, que es el alma como una personalidad espiritual después de la muerte material, entonces me encuentro ante una lucha a vida y muerte, y ellos ante su miserable existencia, porque ¡ahora el mundo espiritual se desboca por completo por medio del material!
Pero todavía no he llegado a ese punto, siguen siendo suposiciones, todavía no tengo los fundamentos para mi hipótesis.
Estoy muy convencido de que también los recibiré, porque vi fijada la dirección.
Pero ¿después?
Ah, no quiero ni pensarlo, entonces estaremos ante cuestiones que darán un vuelco a la psicología moderna.
Ay, Parquita... ¡entonces ya no serás la muerte!
Y tu terrible guadaña se habrá transformado en margaritas, violetas, nomeolvides, ¡entonces el ser humano sí conocerá tu máscara!
¿Nos haremos buenos amigos?
Digo honestamente que aún no he llegado a ese punto.
Las mujeres y los hombres que se han olvidado de sí mismos precisamente poseen demasiado poco para mantenerse firmes en esta vida.
Creo que Hans podrá hacer mucho para esta facultad, en este momento pisa con otros pies esta tierra.
Es algo que atraviesa sus máscaras, ahora ve las asombrosas leyes ante las que se encuentra.
Lo que hace un tiempo consideraba majaderías ahora es imponente, porque pudo contemplar los diablos que por dinero y propiedades embellecen sus clínicas, lo cual desde luego ¡no puede ser la intención para Dios y el ser humano!
El hombre con todos sus conocimientos de idiomas es curable reconduciéndolo a la nada.
Pero eso toma un rato.
Si eres capaz de reconducir el alma hasta el punto donde aún tenía que empezar, entonces esa cabeza pesada se disuelve por completo, hay que echar por la borda ese lastre.
Creo que estas clínicas podrían ser convertidas en circos, en espacios para otra cosa.
Nos quedarán los grados pesados, los grados animales, y para esa gente ya encontraremos otra cosa.
No soy un fanático, pero ¡ahí están las pruebas!
Si poco a poco le vas proporcionando al alma los nuevos fundamentos sobre los que esta siente poder colocar sus delgadas piernas, entonces tenemos que poder alcanzarlo mediante nuestro pensamiento.
Lo llamamos “sueño hipnótico”, pero es la voluntad humana la que obra milagros.
Y en ese estado atamos de pies y manos todas esas preocupaciones, todo ese tinglado erudito, obligamos al alma a desprenderse de ello, porque esta misma alma es capaz de hacerlo por haber vivido miles de vidas y por haberse encargado también de todo eso para sí misma.
Bien sabemos que muchos psicólogos ya están en ello, pero ¿prosiguen sus investigaciones?
Hans y Karel conocen estas leyes, ahora se abren a ellas aún más y conseguirán muchas cosas.
Así es como pienso; ya sé: no soy más que un profano, pero ¿cuántas cosas no podríamos hacer por todos estos enfermos?
Por medio de mis rarezas hemos curado a cuatro personas en poco tiempo.
¿No clama al cielo que nuestra sociedad sea capaz de semejante desintegración?
¿Es algo a lo que se han de prestar, de entregar, los médicos?
Dije a Hans: “Por haber mirado demasiado la enfermedad descuidaste el trasfondo, que son los diablos que hacen que semejante criatura se estrelle para esta vida”.
Me estremezco cuando pienso en todas esas madres y padres —son niños— que han sido contagiados por completo por una peste, pero eso ¡es posible por culpa de quienes pasan por encima de cadáveres!
Visto en conjunto fue una época maravillosa para mí.
Vi y aprendí cosas enormes.
Lo que se consiguió con mi investigación no hay dinero que lo pague; es una “universidad”.
Estoy agradecido a Erica por sus fenómenos, comencé esto por ella, por nuestra pena y miseria.
Y ¡todavía no hemos llegado!
Quién sabe lo que aún viviremos.
De momento voy a seguir.
El viejo Piet ya volvió a la sociedad, se abrieron vidas a asuntos y cosas hermosos, llegó el amor a corazones humanos y sobre todo la fe de que Dios no tiene nada que ver con todas estas desgracias.
Voy a seguir mis tesis con rigor y ya les puedo poner fundamentos firmes.
Ahora voy a comenzar conscientemente con el pequeño René, voy a apoyarlo.
Sé: llegará, va a llegar, porque la vida de sus sentimientos está abierta a mí.
Me reafirmo: René es un “niño prodigio espiritual”, aunque no tengamos todavía señales de milagros.
Las noticias de los últimos días son algo menos alentadoras, pasó por el campamento como un vendaval, ha vuelto a recaer y una vez más ha entrado en contacto con la sábana de fuerza.
Pero eso no importa.
Ahora voy a visitarlo.
Lo único que quiero es verlo.
No es casualidad que lo quiera ver, y al médico no le pareció mal.
Aunque él no entienda lo que quiero, mi sentimiento está, no obstante, plenamente justificado.
Voy a ayudarlo por medio de mi voluntad; siento esa necesidad más que nunca.
No me creo que lo tengamos en casa para la Navidad.
Erica y Anna quieren venirse, pero eso no debe ser todavía.
Ya llevan sin él tanto tiempo, los corazones se hacen oír, esto tarda demasiado, pero aun así tendrán que seguir dominándose un poquito.
Por terrible que sea, es lo que hay, no podemos pedir peras al olmo, ¡tendrán que esperar!
En esta vida se piensa en muchas cosas... la gente quiere riqueza y además posesiones, quiere poseer todo lo que haga más placentera la vida... pero de lo que se olvida es de edificar una personalidad mejor y más sana.
Creo que nuestro desarrollo como ser humano adquiere forma mediante el pensamiento, por ver las cosas tal como son, y ¡solo entonces estamos ante esa “inmaculada claridad”!
Ahora se caen las máscaras, pero es algo que tienes que querer tú mismo, ¡si no no llegarás nunca!
Lo que vive detrás de ello tiene un imponente grado de felicidad, de amor, de justicia, ¡es un cielo!
Y ¡eso es lo que quiero asimilar!
Hubo muchas flores anoche, pero las compré para mí mismo y los demás.
¡Hay que ver las cosas locas que puede hacer el ser humano!
Yo salvé vidas de ese modo... porque Él me envió allí... pienso, y ahora ¡todo está bien!
¡Seguimos!