Creo, Frederik, que andas muy equivocado

René tiene ahora cuatro años.
Y en todo ese tiempo no se nos concedió ni hemos podido vivir algo especial.
Hans ríe por dentro, todo le parece un chiste divertido, a lo que no hago caso alguno, dado que ciertamente no hay síntomas.
No tenemos que propiciar las cosas malas, dije.
Pero sentía cómo su hombro se quedaba pegado al mío, sentía un freno interior, un ojo que destellaba, un paso más seguro que unos meses atrás, una orejita sonrosada que preguntaba por la verdad, pero que caía por su propio peso, tan tremendamente sencillo era.
Él hace su trabajo y yo paseo, me he comprado un caballo igual que los demás, y de vez en cuando me adentro en el espacio.
Es un deporte maravilloso, amo los animales y con los caballos puedes hablar.
¡Erica es completamente ella misma!
Su vida te pone la cabeza como un bombo.
Lo que le van son sus tés, y de vez en cuando monta a caballo, igual que nosotros; Karel no cesa de hablar de su granja, de su casa de campo para la que, según creo, ahorra mucho.
Le ofrecí instalarse en una casita mía, pero no le apetece nada, quiere ganársela con su trabajo.
No es alguien que considere los bienes recibidos como suyos.
Yo no lo veo así.
¡Hay amistad o no la hay!
¡Yo para eso pongo toda la carne en el asador!
La familia se siente satisfecha, porque no hay nada que les cause trastornos.
Karel se fija ahora algo más en sus pacientes, ya no se le van demasiados.
Creo que su vida irradia algo más de amabilidad que antes, está más abierto a sus enfermos.
Aún recuerdo que hasta hace unos años le parecía que tanta charla de todas formas no servía para avanzar.
Ahora raja durante horas con sus enfermos, y ya hay algunos que por nada en el mundo querrían estar sin él.
¡Y ese cuento corre como la pólvora y desde hace mucho ya que ha demostrado ser la mejor publicidad!
¡No hay receta mejor que esta, pero es que ninguna! ¡Es eso!
Ya ves, también en eso volví a acertar.
Y él lo sabe, pero es un asunto que no hay que mencionar nunca.
Eso aún no lo ha superado; veo, no obstante, que ha logrado avances para él mismo y su entorno.
Ahora Erica está endeudada con él.
Anna cuida de René.
Está contenta y a mí me ven como a un hombre mayor.
Regreso otra vez al viejo mueble.
A veces parece que me toman por cuentista, pero uno inofensivo.
En honor a la verdad, he de decir que no hay nada en o de René que apunte a un atraso; el niño es sano, y punto.
Erica ha dejado de ver sus serpientes y osos, Anna ha expulsado los aullidos del chacal a los bosques, se ha erigido una barrera de la que nadie sabe en qué consiste en realidad.
Y lo que es llover, ya tampoco llueve...
Cuando afuera hay un vendaval eso es algo del todo normal y carece de cualquier valor para estas personalidades tan conscientes, que tanto se sienten.
Hans echó un poco más de leña al fuego con estas palabras:
—Creo, Frederik, que andas muy equivocado (—dijo).
Karel no lo oyó, a Erica no le parecieron hacer efecto y yo no entré al trapo de ninguna manera.
Pero de esto ya pasaron meses.
Poco después de nuestras profundas conversaciones, Hans se fue brevemente de la ciudad, pero me escribió una nota breve.
“Frederik, en el tren te escribe mi alma.
Hombre, qué feliz me siento.
Qué milagro eres para mí y para todas las personas.
Eres un amigo de verdad, no quiero perderte nunca, Frederik.
Créeme, no soy sentimental, pero yo también tengo un corazón, también en mí hay sangre humana, el experto y el hombre están abiertos a ti.
¡Concédeme un poco de tiempo, Frederik...!”.
Unos meses más tarde lo oigo decir, sin embargo: “Creo que vuelves a andar muy equivocado”.
Y entonces me blindé un poquito mejor, ya no hablé tanto, decía lo justo para no ser maleducado.
Comprendí; Frederik está pensando... y eso era lo que hacía, pero en muchas otras cosas, ¡porque yo no me quedé quieto ni un segundo!
Cuando estoy junto al niño vivo mundos.
Cuando lo tengo sobre mi regazo es como si se me abrieran mundos de una belleza refulgente.
Esta pequeña alma tiene una carga eléctrica, no dando codazos a los demás, algo que todos conocemos y que el fútil ser humano tanto anhela, esto es otra cosa.
Te infunde silencio, es serenidad..., ah, hay que saber sentirlo.
También Anna lo absorbe a fondo; Erica eso lo desconoce, ¡no está abierta a eso!
Ella no tiene eso, carece de ese sentimiento.
Mientras, sigo y veo todo.
Nada de mí mismo se me escapa, tampoco de los demás.
¡Pienso más allá!
Siento más allá y más hondamente que ayer, pero callo... ya estoy lleno a rebosar.
Aun así, sigue sin haber nadie que me necesite.
No hay cartas, pero la oficina está abierta todos los días, hasta bien entrada la noche.
Por si acaso llegara alguna cosa que implorara cuidados urgentes.
¡De modo que estoy en mi puesto y no desatiendo nada!
René es hipersensible.
La cabeza se le está reduciendo un poco, tiene una mirada lúcida, pero cubierta por un velo.
De vez en cuando los ojos se sumergen, la luz desaparece por completo, un poco después ves a otro niño.
Te digo: eso los demás no lo ven, a mí no se me escapa de ninguna manera.
Pero René ha sido envestido de animación.
Agarra todo lo que se preste a ser descrito.
Hay que mantenerlo alejado de los lápices y bolígrafos, porque todo lo llena de garabatos: Erica no da abasto con él.
Pero forma parte de ello.
Nadie ve nada especial en eso, Anna tampoco.
No, dice Karel, ¡esto va bien!
Y así es... todo va viento en popa.
¡René escribe, hace garabatos!
Lo que más le gustan son los lápices de colores.
Le llevé uno, y ahora oyes todos los días: “Quiero lápices, tío Frederik”.
Cuando pronunció aquel “tío Frederik” casi me da un patatús, por lo que a su vez asusté a Anna, aunque ella no entendiera por qué me estaba poniendo tan pálido.
No me preguntó por la razón de mi susto, le parecía que no era necesario, porque el niño aparentaba ser normal y corriente.
Pronto me recuperé, tan pronto que Anna no tuvo la oportunidad de hacerme esa pregunta.
Pero, pensé, ese “tío Frederik” yo lo he oído otra vez.
¿Dónde fue?
Y, mira, cuando abrí mi diario lo leí.
El sonido, la pronunciación, el énfasis en aquel “tío”, la manera de decir la efe, la erre, la ka: todo era como entonces.
Es ahora cuando sé de repente, reflexioné, que Hans recibirá golpes; que René se convertirá en un milagro espiritual y que mi universidad luego podrá seguir construyéndose sobre los cimientos echados.
Un poco después me encontraba paseando de nuevo, porque quería vivir el caso.
Anoté:
“Aunque esos pobres diablos piensen que todo va bien, aunque Hans piense que ya tiene ganada su apuesta y que los profanos hemos de aceptar que no entendemos nada de la psicología, que no tenemos que tocar semejante arte, aun así los animales en la selva acechan y esperan su venganza.
¡Nuestro viaje aún no ha empezado!
¡Eso es!”.
Me encuentro más seguro que nunca.
René pronunció mi nombre igual que cuando habíamos llegado aquella vez a la unión en ese otro mundo.
Ahora no me queda más remedio que aceptar que el alma es allí una personalidad.
Ay, santo cielo, ¡cuántas víctimas habrá!
Vaya estudio que es este.
Qué profundo, y hay que ver lo imponente que es.
¡Ay, iglesia!
¡Ay, teólogo!
¡Ay, la de cosas que habrá que echar por la borda!
Me encuentro tan seguro de mí mismo —ahora ya— que hasta me dan ganas de llorar.
Ahora miro a través de esas máscaras con una fuerza de la que yo mismo aún no puedo determinar la profundidad, pero que más tarde, quizá mucho más tarde, parecerá inconmensurable y que aun así se podrá razonar humanamente.
Continúo...
Esos de allá piensan que he vuelto a quedarme dormido, pero da igual, me da la paz que necesito.
¡René dibuja!
¡El niño está dibujando!
Ese dibujar es lo más normal del mundo.
Pero ¡para mí no!
¡René está buscando!
Pero eso no lo ven.
¡Todo niño busca!
Todo niño quiere escribir, pero alguna vez eso indica que hay un talento.
¡Y entonces esto está bien!
René está tranquilo, tiene la mirada bien.
No para mí; no ven que algunas veces esos ojos los cubre un espeso velo.
Y un momento después desaparece.
Eso para mí son los trompicones del niño, del alma, de la personalidad posterior.
Pero ¡nosotros aguardamos!
Yo también.
Yo hago borrón y cuenta nueva, con lo vivido durante mi sueño.
¡Es un sólido fundamento!
René a veces es muy agitado.
El niño tiene una postura robusta, se le ve relleno.
Parece que ha nacido para la suerte y una buena vida.
Más tarde irá a estudiar, va a ser médico.
Primero tendré que verlo.
Duerme bien este hijo de Erica y Karel: ¡no tiene molestias algunas!
Cuando a los demás les sobra algo de tiempo nos vamos por allí con los caballos.
Ten Hove y su señora también participan.
Van Stein y Van Hoogten están demasiado ocupados y les parece una afición demasiado cara.
Todavía no comprendo que ese Van Stein haya vuelto.
Karel dice: “¿Qué vas a hacer si a esa gente la tienes como a perros delante de la puerta? No vas a echarla por las malas, ¿no?”.
Tiene razón, aquí se acaba todo, a fin de cuentas son colegas.
Cuando ves a Ten Hove montado sobre su caballo no puedes más que sonreír.
Este tipejo tieso encima de un caballo es como un barco en la tormenta, da bandazos de un lado para otro, suele estar encima del cuello y gime durante la marcha.
Lo oyes piar con miedo.
Nos hace gracia y no quisiéramos perdérnoslo por nada en el mundo.
Es como con las marionetas.
Está encima del caballo igual que un niño sobre su caballito de feria, mira a todos lados para comprobar si la gente lo ve.
Es parte de su carácter ser también muy ruidoso.
Lo veo como el hombre que saluda a todo el mundo, pero ahora desde las alturas.
Si miras su sombrerito no puedes más que reírte, así de bufonesco le queda.
Además, la pajarita le revolotea debajo de la barbilla y no pega ni con cola; la mira continuamente.
Su mujer, a la que hemos bautizado como Pinzoncita, porque es igual de orgullosa y está igual de encantada con el esplendor de su cabellera teñida, es una amazona magnífica.
Está sobre su caballo como una princesa del baúl de los recuerdos, y he de decir que es llamativa, pero sus morritos siguen siendo rústicos.
Ten Hove da un repaso a su familia entera para encontrar nombres para los caballos, lo que resulta serle bastante complicado, porque ya llevan con ello medio año.
Si esto sigue un poco más les pondré yo los nombres, que les divertirán mucho.
Tippy —así es como él la llama a ella, aunque hubiera sido mejor que la llamara Tipsy (Achispada), porque es de buen beber— ha puesto a su caballo como nombre “Amorcito”, pero amor verdadero no hay.
Amorcito hace lo que le da la real gana, como si sintiera la monada que tiene encima de su espléndido cuerpo, porque no está contenta con su dueña.
Se ve en todo, así de infalibles son las reacciones del caballo.
Con su cara de besugo le dice cien veces “Amorcito”, hasta que se te revuelva el estómago, antes de que las espuelas den la señal de partida.
Ya habrá quedado claro que no tengo en estima a esta gente hueca.
Puedo ponerme hasta malo de estos caracteres vacíos.
Es que no puedo hacer nada, aunque vaya a contracorriente, no me sirve de nada.
Creo que es un error mío y haré lo que pueda para combatirlo en la mayor medida posible.
Hans monta como un vaquero del Lejano Oeste.
Eso ya le costó a Peter, su animal preferido, un pedazo de carne y casi una nuca partida, por lo que ahora se lo toma con más calma.
Tiene talento, pero es demasiado temerario.
Karel no vive este deporte como un arte; está sentado en su caballo, es todo.
Erica monta mejor que Karel, elle tiene su propia manera de hacerlo, y ni siquiera un domador la superaría.
Llamó a su animal René, lo que a Karel le pareció un disparate, pero ella piensa que por eso René lo disfruta.
Cuando Hans dejó caer la palabra “Murciélago”, la vida del animal de inmediato recibió animación y “René” fue historia.
A todas horas era “Murciélago”.
Ya quedó algo abreviado, porque ahora se ha convertido en “Murci”.
¡Hay que ver cómo son las mujeres!
El caballo de Karel se llama “Pedro”.
Más sencillo, imposible.
Hans por supuesto que se compró dos, los animales son asombrosamente buenos, unos cuadrúpedos magníficos, tienen siluetas regias.
¡Así es Hans!
Dicen que yo monto el mejor caballo de todos.
Erica me sigue, me echó estas flores, y los demás han de aceptarla.
¡Estoy montando!
¡No estoy sentado, estoy montando!
Me impresiona lo hermoso que es este deporte y se lo deseo a cualquiera.
No veo a nadie, no quiero ver a nadie, pero tampoco caigo rodando de mi silla.
Formo una completa unidad con el animal, lo cual es una sensación imponente; sientes que te entra cada nervio suyo, es como sentir el corazón animal tan poderoso en mi interior.
El animal me habla.
Sientje me comprende, no es preciso gritar, todo va solo, obedece bien y hace todo para hacérmelo lo más agradable posible.
Es Sientje —no yo— la que tiene el talento para construir esta unión, sintoniza con el ser humano y yo la sigo en todo.
Una tarde hice una salida por mi cuenta, primero al paso, después a galope.
Cuando me encontré en una zona bonita desmonté.
Me eché y me quedé dormido.
Primero había tinieblas, poco a poco fue habiendo más luz.
Sientje está a mi lado...
Sujeto al animal por las riendas.
Duermo y vuelvo a despertar.
Veo un hermoso paisaje... es verano.
Vaya, ¿dónde es esto?
¿No he estado aquí antes?
Se parece a Italia... una llanura preciosa, flores por todas partes, la naturaleza en su máximo esplendor.
Veo una llanura, pasto bien cuidado por todas partes.
A allí, delante de mí, un árbol, uno solo, lleno de florecillas.
Pienso, me pregunto si no he oído ya antes sobre esto.
¿Y...?
¿Y...?
¿Qué veo allí?
Los nenes.
Busco a René.
No lo veo.
¿Qué hacen los niños?
Recogen las florecillas caídas, las ponen en cestitas coloridas y continúan, cantando, alegres y animados.
Entonces pensé: ‘¡Esta es la “pradera” de René!’.
¡Lo creo!
Veo que el niño posee verdad.
Pero ¡yo estoy en la luz!
Cierto, he ido detrás de él, pero he llegado aquí por mis propias fuerzas.
Todavía miro rápidamente adónde van los niños, pero ya se fueron, no los veo, por ninguna parte.
Me levanto y miro al árbol en flor.
Veo y puedo sentir —después comprender— lo que significa esto.
¡Soy tan feliz!
Pero ¡qué joya de árbol!
¡Esto es un ser humano!
Cuando yo y tú estamos así entre las florecillas, con esta pequeña pradera segada rodeándonos, bajo este sol y cielo azul, esas flores resplandecientes, puedes decir: ¡ya se me fueron todos los disgustos, soy maduro, soy “primavera nacida”!
Entonces se hizo de noche para mí y ya no pude ver nada más, pero un poco después estaba despierto del todo.
Miré a mi alrededor, ¿dónde estaba Sientje?
El animal estaba echado detrás de mí, me mira, consciente y elocuente, con sus ojos de caballo, y se levanta de un brinco.
Lloro... no puedo remediarlo, ¡Sientje es casi como un ser humano!
Continúo, sigo pensando en la “pradera” y siento cómo me crece por dentro la felicidad.
También de ella participa este noble animal, porque quiere actuar como lo esperan de ella las personas.
No me veía infantil a mí mismo, sino tremendamente etéreo, como no la había estado en años.
Ya ahora veía dentro de esa inmaculada claridad, y vivía dentro de ella,... podía aceptar que todo iba bien, ¡solo tenía que quedarme a la espera!
Cuando unos días más tarde le conté a Hans lo que se me había concedido, sus palabras fueron un jarro de agua fría: “Frederik, necesitas un trago, estás perdiendo tu conciencia masculina”.
Pensé: ‘Pues gracias, Hans, ya hablaremos en otro momento’.
E inmediatamente después dijo:
—Frederik, ¿crees que un caballo tiene ahora el carácter de un perrito de las praderas?
—¿Qué...?
—Callé cuando prosiguió diciendo:
—Lo digo mal, no hace falta que te asustes.
Quería decir algo muy distinto.
Quiero decir: el caballo, ¿adquiere por el carácter este cuerpo?
O ¿es al revés? ¿Adquiere esta personalidad por el cuerpo?
No respondí y todavía añadió:
—Te juro que estoy hablando en serio, Frederik.
Mi alma se niega, pero aun así un poco después me sale de la boca:
—No lo sé, pero creo que todos los organismos animales dan cuerpo y personalidad a la vida interior.
Es decir, que ¡el alma del animal determina el organismo!
Ahora pregunta asustado:

—¿Qué me estás diciendo?
—Te estaba contando algo sacado del baúl de los recuerdos, Hans.
Ahora ya no lo sé.
Callar, que me hace llegar el sentimiento... ¡pérdida!
Eso era así entonces, ahora todo ha cambiado.
No obstante, me pregunta:
—¿Por qué no te extiendes un poco más, Frederik?

Y, mira, ese es el Hans de antes.
Él mismo dice algo, y oigo:
—No tienes que olvidar, Frederik, que estoy dándole muchas vueltas.
—Lo sé, Hans, lo veo.
—¿Y?

—El alma determina el organismo, Hans, creo que es así.
—¿Rige así para todos los animales?
—Imposible responderte a eso.
Pero ¡creo que sí!
—Y el animal, Frederik, ¿tiene alma?
Espero unos instantes y entonces sale:

—Sí, una que es inconsciente en comparación con la de nosotros.
Pero sí que puede pensar y sentir como una persona.
Fíjate en Sientje, por ejemplo.
—Realmente, ¿qué quieres decir, Frederik?
—Quiero decirte que también los animales cercanos a nosotros han conquistado una entidad propia.
Pienso, incluso, que es posible dar a diferentes especies animales una razón humana.
Toma, por ejemplo, un buen perro, sin olvidarnos de la paloma mensajera.
Tú no encuentras el camino de regreso a casa cuando te has tomado una copa.
Entonces llegas a parar adonde los vecinos, Hans, con el pantalón desgarrado y tu abrigo hecho jirones, las manos destrozadas y ensangrentadas.
Eso no le ocurre a una paloma.
E indica, creo yo, que semejante animalito se encuentra cerca de la conciencia humana.
Lo miro, y entonces pregunta con timidez:
—¿Quién se ha ido de la lengua, Frederik?
—Tú no me veías, amigo, doctor, ni tus colegas tampoco, pero casi me arrollas.
Créeme, aunque te hubieras partido el cuello, yo no habría movido un dedo.
Quería ver si aprendías algo.
Quisiera decirte, Hans: los tragos no te sirven de nada, si no lo conviertes en alguna pócima médica, te agarras una borrachera monumental.
—Vaya, Frederik, ¡allí me diste!
—¡Gracias!
—Pero, oye, por qué no continúas.
—Si tratamos lo que dicen los teósofos, Hans, entonces probablemente les darías la razón.
Pero yo lo veo de otra manera.
Cuando dentro de ti sientes latir el corazón animal, cuando el alma del animal habla sobre el yo independiente, que igual que el nuestro tiene que representar un mundo propio, no te queda más remedio que aceptar que también ellos regresarán al Omnigrado, y que representan, junto a nosotros, Su Yo.
¡Siento que esta vida es una capa depuesta de nosotros mismos!
—Pero ¿qué me dices?
—No lo sé.
Eso lo deberías haber retenido tú.
Fue al margen de mí mismo, no guarda relación alguna con mi pensar ni con mi sentir.
—Eres insondable, Frederik.
—No es así, Hans, es diferente, pero estoy al margen.
—Eres un tipo raro.
Ya no puedo seguirte, Frederik.
—Yo sí a mí mismo, Hans, ... veo pequeñas rendijas... pero las crucecitas se partieron el cuello.
Mira lo que te voy a decir, pero entonces escúchame bien.
Los animales y los seres humanos son uno solo, Hans.
¿Nunca has pensado sobre estas cosas?
¿Nunca te has preguntado por qué los animales desconocen la locura?
Claro, existe la rabia, pero ¿es eso locura?
No creo que un animal esté poseído.
Cuando ves que los seres humanos armamos una escena por nuestro yo obtenido —no tienes más que ver a esos dos infelices delante de ti— empiezas a verlo muy distinto y solo entonces puedes hacer comparaciones.
El animal ha seguido siendo sí mismo en todo.
Pero, Hans, ¿es que no ves que el animal está libre de sentimientos bajos, de una mentalidad destructiva, los follones animales del hombre tan conocidos?
Empiezo a sentir —escúchame bien— que todo lo que vive procede de una sola célula.
—¿De una sola célula?
O sea, de Dios.
—Eso cae por su propio peso...
Pero si sigues esa evolución, entonces regresas a ti mismo, y detrás vive Dios.
—¿A dónde quieres llegar, Frederik?
—¿No te dije que estoy en vías de conocerme a mí mismo y el reino animal, la naturaleza?
Si sales liberado de tu propio castillo, Hans, entras en contacto con el espacio.
Vuelvo a estar en flor, pero esta es aún más hermosa que la primera.
Cuando ves el primer árbol, cuando has visto todo de él, empiezas a sentir que estás evolucionando y ya no vuelves a meter la pata nunca más.
Ahora va como por sí solo, pero primero tienes que atravesarlo, lo que no es tan sencillo.
—Y ¿qué es lo que quieres decir en el fondo con esa única célula, Frederik?
—Es el origen de la vida, Hans.
Dónde exactamente ha comenzado es algo que aún desconozco.
Lo que piensen los teósofos al respecto puede ser muy bonito, pero yo voy por mi propio camino.
Si entro en contacto con lo sobrenatural para el Universo... pues, sí, entonces ¿qué?
Entonces ¿qué?
Una cosa sí que sé: vuelvo a ver en todo la sangre de mi cuerpo, aunque allí tenga otro color.
Y en cuanto al siguiente estadio: eso ya me lo contará Sientje, ya está muy ocupada con eso.
Ahora un perro y un gato también tienen algo que decirte, sin olvidarnos de la paloma mensajera y de la especie más elevada de todas: el ruiseñor.
—Te estás yendo por las ramas, Frederik...
¿No te estarás pasando un poco?
—¿Has podido constatar en uno de mis actos que esté actuando de forma anormal?
De eso me encargo, Hans.
Pero tú vives en otra parte, estás en otra ciudad.
—Eso me hace pensar en otra cosa, Frederik...
La semana que viene me voy de la ciudad por unos meses...
A Leipzig, Berlín, Viena... esas ciudades me llaman.
—Si es necesario, tienes que ir.
Ya darás alguna señal de vida.
Saluda a Viena de mi parte...
Vete hasta Franzel Kersten.
Tómate su Stinkenbrunner, invito yo...
Pero no dos litros, Hans, entonces te quedarás mamado pero de verdad... santo cielo, ¡qué tiempos fueron los de allí!
—Vente conmigo, Frederik.
—No, eso nunca... no puedo irme ni un segundo.
Mis palomas serán las primeras en entrar, creo, y después tengo que ponerme a correr.
—Eres de lo que ya no hay, Frederik.
¡Voy a trotar un poco! (—dijo).
Allí va el alocado otra vez.
¡Peter es como una tormenta salvaje!
Ojalá esto termine bien.
Hans ha desaparecido del mapa.
Los demás ya están pensando que se ha partido la nuca, pero al llegar al café para tomar una taza de té, el señor ya está allí, igual que un niño travieso.
Peter suda a mares, al animal eso no le disgusta, quiere ver la llanura.
No es un caballo de estas latitudes, ama el desierto, el pura purasangre es feliz.
Hans no...
Está cavilando, pero yo sé por dónde sopla el viento.
Se fija un poquito más en las mujeres que antes.
Mira, para eso creo que tienes que irte a Viena...
Pues, tú mismo, apáñatelas.
Va por sus estudios, el resto ya tendré que verlo, pero forma parte de ello.
Va a haber fiesta... van a matar un cerdo... vamos a ver y oír mucho follón y ruido.
¡Yo voy por mi camino!
Los animales nos llevan a casa, cada uno va por su lado para cumplir su tarea... no tiene nada de interesante, la vida te deja la cabeza anulada.
Pero mientras tanto voy elaborando mi diario... empiezo a ver las cosas con mayor claridad; lo que antes estaba envuelto en tinieblas ahora lo ilumina el sol.
Mire donde mire hay flores.
Eso será el futuro.
Nada es capaz de hacer que me descarrile, seguiré esperando, porque vale la pena.
Empiezo a ver una justicia elocuente, unión universal en todo, lo que para nosotros, los seres humanos, son desgracias y miseria contiene el núcleo de Dios, su Ojo Omnividente, Su Personalidad.
La mayor felicidad vive bajo el corazón humano, como un vínculo que nadie puede romper, que ¡solo y exclusivamente es “amor”!
Después de mi tarea diaria voy a caminar.
Ahora doy gracias a Él por poseer los medios para poder caminar.
No es necesario preocuparme por nada.
Empiezo a comprender que esto es algo que me está reservado.
Todo tiene un propósito propio, fue calculado de antemano.
Ahora pienso por miles de personas, demasiado vagas para hacerlo ellas mismas, disueltas en la vida de todos los días.
De nuevo empiezo a sentir un breve descanso, la preparación a lo demás que va a venir.
Es un pequeño tramo de camino donde te detienes un rato para ver el futuro en su conjunto, para comer y beber algo, y para meditar.
Ahora sé que tengo que dejar reposar todo, pero ¡es parte de mí mismo!
No hay nadie en el mundo que me pueda privar de esto.
Hay un descanso en la sala... la gente recibe su taza de té y fuma su cigarro, igual que todos nosotros que participamos para dar forma a la obra sobre su vida.
Por el bullicio ahí fuera oyes lo que piensan de esto.
Hace un momento ya llegaron flores.
Se las regalé al pequeño René y las verás cuando se abra el telón.
René tiene ahora casi seis años... el niño dibuja y escribe a su manera.
Anna le enseñó a hacer garabatos.
Un poco más y seguimos...