Expertos y profanos
Anna corre por la casa, está al mismo tiempo arriba y abajo, quiere saltarse partes, y lo consigue.
Sabía que tenía una personalidad fuerte, ahora me lo demuestra a mí y a cualquiera que tenga ojos para ello y que sepa valorar el trabajo ingrato de una sirvienta.
Es un servilismo con aspecto dulce; ella ha crecido más que los demás, es la capitana de esta nave, que ahora da la señal de levantar el ancla para iniciar un viaje hacia lo desconocido.
Cuando regreso con unas flores de mi propio jardín ya está lista con un florero... así de bien sabe lo que se le pasa por la cabeza a todos los que quieran comprenderla y valorar su poderoso carácter.
Es un faro para Erica, para Karel es un práctico de puerto... es ella quien domina la materia, que no teme ni a las tinieblas ni a las tormentas, aunque las olas vuelen por encima de la cubierta.
Ama todos los colores del mar... porque es hija del mismo Padre que creó los elementos.
—¿Qué estás esperando, Anna?
—¡Hay que ver!
¿Hay otro nacimiento en ciernes, Frederik?
—¿Es que no lo ves?
—Entonces sé lo que me toca hacer.
Aquí ya no hay ser humano que lo alcance.
Esos tipos con sus palabrerías no lo saben.
¿Crees de verdad, Frederik, que esto será permanente?
Murmura palabras de las que no puedo comprender el sentido.
Hace unos instantes gritó: “¿Viste eso, Anna?
Eso sí que es una serpiente marina.
Pero luego veremos animales terrestres.
Esas gaviotas nos acompañarán hasta que estemos en mar abierto.
Frederik sabe lo que hace”.
¿Será que está delirando?
—Déjala, no te preocupes, Anna.
—¿Lo dices sinceramente, Frederik?
—Lo digo en serio.
—Entonces ya no entiendo nada.
Si Karel no deja de meter en esto a todos esos tipos, igual hasta la mata.
Pero qué mundo, ya no lo sé.
Y ahora incluso estamos navegando en el mar, vemos serpientes y también habrá animales terrestres.
Santo cielo, esto desde luego parece una casa de locos.
—Aún tienes que esperar un poco más, Anna.
Luego volverás a reconocerla.
Escucha bien lo que cuente sobre lo que ve durante el viaje.
No te preocupes, no pasa nada.
—Es lo que también dice Karel, pero de él no te puedes fiar.
Y los demás me son indiferentes.
Si no viene ayuda de otros, ya lo haré yo.
Anna regresa a Erica...
Karel me llama.
Entro.
Me presenta a sus amigos.
En primer lugar... al doctor Ten Hove.
A Van Hoogten ya lo conozco.
Ten Hove me decepciona, la primera impresión es mala.
El tiempo demostrará que tengo razón.
Ten Hove es un tipo despabilado, parece un granjero cualquiera, pequeño y macizo.
A Karel le cae bien, huele sus propios orígenes.
El hombre es de una pequeña ciudad de provincias, pero hace como si lo respaldara la Casa Real.
En la mano derecha veo que lleva una ingeniosa obra de orfebrería... demasiado fanfarrona para un médico.
Pero estoy sentado.
Karel habla y me sirve una copa, los caballeros también toman algo.
Fuman tanto que una chimenea se llenaría de orgullo.
No sigo la conversación, sino que observo a los expertos.
Aun así percibo el parloteo de Karel, según me doy cuenta un poco después.
Se está refiriendo a una persona enferma... no tiene nada que ver con Erica.
Ten Hove escarba en su bolsillo y busca algo.
Veo que allí lleva unas pequeñas tijeras, que no usa jamás.
Tiene el pelo castaño claro, con una raya muy marcada en el lado derecho, y una mirada engreída.
Ya lo dije: un careto de campesino... mucha imaginación, muchos aspavientos.
Imagino que toda su familia habrá contribuido a costear sus estudios.
Anda sobre rosas, ya conozco sus andares.
Lleva botines, porque los zapatos bajos no le sientan bien.
Conozco a esta gente de antes; lo que más les gusta es andar con ropa de noche, ¡con algunos botones dorados!
¡Y eso se ha hecho médico!
Van Hoogten es más alto y más delgado.
Una cabeza estrecha con una narizota sobre un cuello espigado.
Parpadea, pero por lo demás es muy tranquilo.
Ten Hove no está ni un segundo quieto, es como si él también tuviera picor del pulgón.
Mira un instante los calcetines de lana, de lo que deduzco que el hombre no es un sucesor directo de Robert Koch... ese era imperturbable.
Por algo será, pues, que es influenciable.
Karel y Van Hoogten no reaccionan, Karel cuenta bien, sabe presentar las cosas con gracia y es un muy buen analista.
Muchos lo envidiarán, sé que maneja a estos dos, los tiene completamente en el bolsillo.
Ahora comprendo que Karel, hace mucho, ya les ha contado todo sobre mi vida.
Empiezo a tener la sensación de que son serenos, porque lo habitual es que durante semejante conversación recibas sus impulsos, lo que permite conocer sus caracteres.
Ten Hove continuamente se pasa la mano por la frente, solo fuma puros, y los disfruta a fondo.
Toma sorbitos de su copa, como hacen las mujeres que no quieren saber que les encanta.
Karel ha contado su historia, vuelve a la carga y empieza a hablar de Erica.
—¿Tú que opinas, Frederik?
—¿Qué piensas tú? ¿Qué piensan los caballeros?
Yo soy un profano.
—Eso es verdad... pero tú la conoces, Frederik.
—Insisto, Karel, soy un profano.
Pero aún está lloviendo un poco para ella, todavía hay algo de tormenta, pero eso ya cambiará.
Los caballeros sonríen, estoy alerta.
Karel no logra arrinconarme.
Y se encierra.
Cuando Ten Hove me pregunta si pienso que estos síntomas aparecen directamente a partir del propio niño, sé que Karel me ha tomado el pelo.
Reacciono ante la pregunta y le respondo con otra:
—¿Qué quiere de mí? ¿Tengo que hacer un diagnóstico?
Ahora reconoce que Karel ha hablado sobre la cuestión.
Karel siente mi irritación y me pregunta:
—¿No es este estado el mismo, Frederik, que el que hemos visto todo este tiempo?
—Creo, Karel, que también esto es empuje.
Leyes naturales... pero, claro, no soy más que un profano.
Supongo que también ahora el niño está influyendo en la madre.
Lo que ella vive actualmente ya lo vimos nosotros entre el tercer y cuarto mes.
Una vez hablé con un médico que colocó un anuncio para averiguar cómo llevaba su embarazo un gran número de madres.
No sé si conoces esa historia.
Se convirtió en un extenso estudio, según supe; enviaron cartas muy hermosas al hombre.
—Bueno, ahora no pares, Frederik —le pide Karel.
—Me dejé convencer de que entre ellas había madres que durante el embarazo tuvieron molestias de barbas.
De pronto, Ten Hove se carcajea.
Van Hoogten permanece serio, Karel sigue al primero.
Continúo:
—Para quienes son expertos, como ustedes, debe sonar horroroso.
Aun así esta madre dijo: “Supe de antemano que tendría un niño.
¡Y es lo que fue!”.
Sin duda curioso, opina Ten Hove: Karel se ríe y piensa ahora que lo echo a patadas en mi acequia.
Pero Van Hoogten pregunta:
—¿Hubo más cosas?
—Hubo, por ejemplo, una carta de una madre que durante el embarazo tuvo planes suicidas, pero que no obstante tuvo la fuerza de no ceder.
Hubo otras cartas, muy interesantes, como aquella sobre una madre que quiso llevar ropa bonita durante el embarazo y que luego se dio cuenta, cuando el niño se fue haciendo mayor, que este rebosaba altanería.
También hubo una entre ellas que temía perder el niño.
No ocurrió nada, pero al final el niño murió atropellado.
Ahora pregunto a los caballeros: ¿Es posible que el alma, la vida, ya pueda pensar incluso antes del nacimiento y que con sus pensamientos pueda penetrar hasta la conciencia de la madre?
Por ejemplo: ¿El niño ya sabe algo de una barba?
Karel ríe a carcajada limpia.
Ten Hove esgrime una mueca.
Van Hoogten está pálido como un muerto.
Se prepara para desaparecer.
Karel lo ve, yerra el tiro y piensa que a sus amigos los echa de una patada a la acequia.
En cualquier caso: ¡se largan!
Karel los despide...
Anna los mantiene bien alejados de Erica... que sueña; un misticismo sorprendente le muestra los globitos de Nuestro Señor, de los que quiere hacerse con los más bonitos para ella misma y para René.
Pero ¿que si entonces también sabe qué hacer con ellos?
Los médicos se fueron, Karel irrumpe en la habitación.
—Frederik, ¿desde cuándo usas tantas palabras para soltar tantas majaderías?
Realmente, te has pasado.
No le respondo.
De pronto le da un ataque de risa, no logra serenarse.
Finalmente, después de recobrar la calma, dice:—Tomaremos una copa para brindar.
Estuvo realmente bien.
Pero ¿cómo está Erica?
—Pregúntaselo a Anna.
—Estuviste arriba, ¿no?
¿Qué opinas del niño, Frederik?
Ahora no me vengas con tonterías.
Tardo un poco en poder decir algo.
La máquina no está detenida, pero tampoco empieza a funcionar de golpe a pleno rendimiento, todavía no es posible.
Me acerco a él pasito a pasito.
Karel ya se apodera de la conversación y dice:
—Pero a ti ¿qué te pasa, Frederik? Has cambiado.
Tampoco es que te conozca como alguien que no abra la boca en compañía de otros, pero ahora te soltaste la melena como nunca.
¿De dónde sacaste todos esos disparates?
—Pero ¿qué es lo que quieres, Karel?
—No quiero ponerme a ofenderte, Frederik, ahora las cosas han cambiado.
Ya he hecho bastante lo que me salía de las narices, pero ahora estamos ante graves problemas.
—Si es eso lo que piensas sobre esto, estamos metidos en la misma faena.
—¿Qué si no...? Se me hace imposible reconocer a Erica.
Nunca imaginé que tuviera un carácter tan débil.
Su personalidad de antes se ha extraviado.
¿Tú lo entiendes?
—Lo podrías haber entendido hace tanto tiempo, pero tu propia sangre por lo visto no te decía nada.
Prefieres saltar acequias y dejar que otros se hundan hasta el cuello, mientras tú te quedas en la orilla viendo cómo se las arreglan para salir.
Es cuando te partes de la risa.
Ahora misma me resbalan tus historias de peras y manzanas, si te interesa saberlo.
—¿Qué quieres decir con peras y manzanas?
—Todo lo tuyo me recuerda a la vida campesina.
Tus argumentos son para mí los frutos de tus huertos.
Pero yo tengo mi propio árbol.
No lo he mirado en todos estos años, solo ahora sé lo que poseo.
¡Tú en cambio eso no lo sabes!
—No te entiendo, Frederik.
—Eso es porque estás detenido en la vida.
Vas traqueteando con tu coche día y noche por las calles sin ver que esta humanidad te lanza manzanas podridas; por cierto: eres demasiado juguetón para eso.
—Hombre, no digas idioteces, qué quieres.
—Mejor me voy, para probar suerte en otra parte.
—No es lo que quiero decir, Frederik, pero no te comprendo.
—Aunque todos estos años hayamos vivido uno al lado del otro, tengo que reconocer que ahora tu propio huertito está floreciendo, con lo que quiero decir que en el fondo no habías visto nunca antes cuántas malas hierbas hay en él.
Tú, Karel ¿quieres una seriedad sagrada?
¿Quieres hablar conmigo?
¿Quieres ver problemas?
¿Quieres preocuparte por la madre y el hijo?
¡Tú...!
—Para ya..., Frederik..., ¿qué quieres?
—No me dejas ni terminar de hablar.
Te caes y no ves que hay miles de personas para tenderte la mano.
—Qué poético estás hoy, ¿de dónde sacas esa sabiduría?
—La recogí de la calle y me llené los bolsillos con ella; ahora reparto lo que encontré.
Tú vas en tu coche y por eso te cuesta verla.
Solo la viven las personas que van deambulando por la vida, que miran como vagabundos todo lo que el ser humano no desea.
Así fue como vi que despilfarrabas la mayor parte de tu posesión... y también eso lo fui recogiendo.
Karel piensa; en este cuerpo hay sagrada seriedad, su alma escala las rejas del castillo, pero las bajadas de aguas son demasiado resbaladizas, una y otra vez vuelve a deslizarse, y ahora siente su propia torpeza.
Sabe que así no puede.
‘Gracias a Dios’, pienso, ‘aún hay un núcleo’... no todo en él es juguetón, no todo en él arroja Sus productos de la naturaleza... está empezando a aprender a pensar.
Me mira a la cara, lo sé, le toqué una fibra.
Así estamos un rato... ya no decimos una palabra, pero nuestras almas se palpan, de ninguna manera hay besos.
Todavía no dice nada, Anna trae té; bebe, piensa, ahora anda en otra dirección, suelta sus caballos y los espanta uno tras otro hacia las tierras, se flagela.
Cuando eso acaba se mete corriendo en el bosque.
Lo veo sentado debajo de un árbol, con la mirada perdida, la frente fruncida.
Pasa un rato, entonces regresa a casa... vuelve a sentarse allí entonces, pero ha cambiado.
—Tienes razón...
Frederik, esto tiene que cambiar.
Pero, cuéntame, ¿estoy ciego?
¿He caído tan profundamente?
¿Ya no soy una persona normal?
—Llevabas una máscara, Karel.
No una que fuera complicada o repugnante, a la gente no le daba miedo.
Y es por esto que no veías a los demás.
Por llevar tú mismo una máscara tu mirada no traspasaba a los demás y veías tu propio entorno como una carpa de feria.
Pero ya te pillaré... ¡he visto a más gente de tu especie reírse con ganas de la sagrada seriedad de otros!
He visto más veces quebrarse a los de tu especie que quienes aparentemente recibieron los golpes y fueron ridiculizados, mientras nadie sabía qué hacer con ellos.
Pues la verdad es que no me gusta la gente con tijeritas en los bolsillos que nunca usan; la estrechez de miras provinciana siempre llama la atención, sobre todo cuando se da aires, aunque de pura miseria hayan vendido todo y tuvieran una panadería para al menos conseguir el pan de todos los días.
¿No oyes esa fanfarronería? ¿Ya no tienes ojos en la cabeza? ¿No sientes que te están engañando, igual que a Erica?
Si me dices que me vaya, Karel, me largo echando virutas.
Pero del estado de Erica no tienes ni pajolera idea... ni la ves.
¡Eres un perro desagradecido!
—Continúa... Frederik —sale después de unos instantes— sigue, no te cortes.
—¡Gracias...!
Muchas gracias...
¡Cómo es posible!
Ahora me tomo una a la salud de tu familia entera..., qué lástima que no esté Erica.
Pero eso ya vendrá.
¡Salud, Karel!
—Salud, pero ¡continúa!
Hoy me pareces un milagro.
—¡Gracias, hombre!
Pero esto no marcha.
Creo que me quita mi inspiración, si es que esto es un bien recibido, o... mi interior despierta, tal como ya lo estoy viviendo desde hace varios días.
Parece que lo comprende y espera.
Karel ha empezado a oír... ¡un gran logro!
De pronto se me hace como que Él me pusiera Sus misivas en las manos... y me oigo decir: “Cuando regreso al primer instante en que en casa se podían oír voces, que anunciaba un cambio completo, y en que un cuerpo empezó a dilatarse y en cuyo interior empezó a haber empuje... entiéndeme bien... me vi a mí mismo ante un gran milagro, que los demás no entendían.
Todo parecía tan sencillo, Karel, hay millones de vidas que tienen que ver, todas vivieron una vida propia.
Quien no actuara con normalidad se quedaba fuera en el mismo momento... fuera de la naturalidad del acontecimiento y se quedaba solo, porque el resto de esta humanidad no se dedica a perder el tiempo con beaterías.
El sensacionalismo y los melindres van a la cabeza y esgrimen problemas que para los expertos de vosotros (ustedes) no son ningún problema.
La olla queda tapada, para mí era como castillos que se cierran... la propia sangre está llamando a la puerta hasta ponerse negra, porque abrir está fuera de cuestión.
Ya lo estarás sintiendo; en mi mundo onírico se habla de otra manera.
Ya no sabría hablar como vosotros (ustedes); ahora sé que, llegado a esta edad, he trabajado en ello sin que se me concediera saberlo.
También significa: el hombre no se conoce, en ti vive de todo, cosas buenas y malas; a veces observas cosas maravillosas con las que entonces puedes decorar tu castillo, normalmente ya te partes la nuca al entrar, porque tus sirvientes han dejado tirado un pegote de jabón.
Dices alguna que otra maldición, de todos modos no te sirve, puedes encargarte tú mismo de crear orden.
¡Tu propia sangre está fuera, a la intemperie!
Te ríes.
No te percatas de que hay alguien más que se ríe.
No oyes nada, no ves nada.
Solo te sientes a ti mismo, además del mundo muerto en el que vives, en el que encima eres tu propio jefe, pero que a nadie le dice nada.
Porque también eso lo puedes recoger por las calles de tu ciudad.
Y sin embargo, ¿por qué no miras un poco a esa gente?
¿Qué jaleo quieren venderte...?
¿No será que nosotros mismos estamos poniéndonos máscaras, rompiendo todos los corazones que podamos?
Eres feliz, te ríes, te gusta y quieres hacerle creer a otra persona que a pesar de todo sí sientes y comprendes la miseria de esa vida, que incluso le dedicas la tuya.
Cuando empezaron los primeros síntomas vi a Erica bajo la lluvia, tú mantuviste tus puertas cerradas.
¡Entonces empezaste sembrar la discordia!
Te agradó desvestirla y mandarla a la calle, y junto a ella lo que tú llamas empuje, porque si no jamás le habrías dado la oportunidad a ese Van Stein de rodear su firmamento con un velo y dejarlo en profundas tinieblas.
Dicho humanamente, más próximo a tu vida... ¡son cotilleos!
¡Lo que tú has podido —y ahora ya me puedes echar a la calle— no fue otra cosa que cerrar puertas de un portazo... mostrarle que eres de campo, que desciendes de campesinos...!
Pero ¿y yo qué tengo que ver realmente con esto?
Creo que estás empezando a pensar que te quiero leer la cartilla; perdóname, Karel, te tengo un sagrado respeto... también se lo tengo a Erica y Anna...
¡Ya me puedes echar!”.
—Continúa, Frederik, ¡te lo suplico!
—¡Gracias...!
De nuevo he perdido el hilo... pero quizá la máquina quiera marchar todavía.
—¡Intenta poner el aparato en marcha...!
—Ya estoy haciendo todo lo posible... ¿oyes el traqueteo, Karel?
—Lo oigo, ¡sigue...!
—Cuando se hicieron visibles esos primeros síntomas, Karel, empecé a pensar en otra dirección, no para mí mismo, sino porque yo tenía que ver con esto... era parte de todos estos muebles.
Me alegro, porque me pareció bueno... no sabía que sería capaz de aceptar la tarea de cartero y, en caso de necesidad, agarrar una escoba para recoger la basura campesina, para no molestar el ojo humano que miraba por aquí libremente, lo cual de verdad que no tenía ninguna gracia.
Si quieres, puedes decir: ¡vete...! ¡Y también me parecerá bien...!
Veo que ya sabes callarte.
Que poseyera esa posibilidad, Karel, es algo que solo sé desde hace unos días; nunca imaginé que una escoba de esas pudiera contarte tantos datos de interés, que en el fondo son parte de la universidad donde se analizan los rasgos del carácter humano.
Me extravié en sistemas filosóficos, pero vi que estaban tirados por la calle, atascaban los desagües del alcantarillado.
Y entonces Erica empezó a darse aires... en ese momento se encontraba fuera... ya no tenía la más mínima posibilidad de penetrar hasta tu propia universidad, porque estabas enganchado detrás de tus caballos, porque echabas demasiado abono encima de los botones de oro, que se asfixiaron por el exceso.
Los rasgos de tu carácter quedaron borrosos.
Te escondiste detrás de una máscara y así es como vivías tu tiempo.
No veías que el empuje entiende de barbas, que a ese mismo empuje le apetecía una copa, que incluso era capaz de vaciar una botella de ginebra curada antes de las nueve de la mañana, no veías que dentro de esa tierra embarrada, y dentro de ella, vivía... arte grande, no oías ni veías nada, no sabías si se habían depositado principios básicos universales en nuestro organismo, que cimentaría esa pequeña alma.
No veías que el mar era insondable, que el barco náufrago iba a la deriva, con tierra a la vista, pero con rumbo equivocado; no veías que estaba sentada encima de su propia tumba, que cuidaba florecitas ¡que había recolectado para tu sentido común campesino y que repartía felicidad de una manera infantil y juguetona!
Nunca comprendiste que las madres que están en semejante estado pueden pensar en suicidarse, nunca sentiste que una vida así podría haber llegado a tener razón, la pegabas, la quebrabas... te colocabas en un pedestal sin darte cuenta.
El empuje lo es todo... la naturaleza lo hace ella sola... pero jamás pensaste ni un solo momento que también esa... naturaleza... posee una personalidad.
Esto, Karel, no se te enseñó, la “universidad” aún no vive, es la que todavía tiene que nacer, pero fue con esta que mi vida entró en contacto, como parte del engranaje de las masas.
Creo que ahora ese pequeño engranaje se ha convertido en una construcción propia... pero va girando por los síntomas, ¡por aquello que encuentras tirado en la calle!
No lo sé todo al respecto, Karel, pero me condujo hasta el alma y el Dios para todo lo que vive.
Entonces supe que el hombre es un poderoso milagro.
Pero, mira, ¡ese milagro no se conoce a sí mismo!
Podría yo aclararte sin problema alguno día y hora... también sé que aún no nos sirve de nada, y tampoco sé por qué digo todas estas cosas, pero sí te digo: ¡estoy repartiendo cartas!
Erica tiene síntomas naturales, Karel; aunque no entendamos ni papa, allí están.
Cuando una madre sabe de antemano que va a tener un varón, por tener todos esos meses la sensación de una barba que pica, lo cual intenta suprimir día y noche, a ti te provoca risa, pero yo trato de sacarlo del lodo, de explicarlo como lo que es un síntoma natural.
Hace un rato me contaste que estas cosas no te dicen nada, ¡hablabas de disparates!
Te digo: vivíamos uno al lado del otro y no nos conocíamos.
Yo a ti sí, tú a mí no, tampoco conocías a Erica.
Y ahora, Karel, tenemos arriba a dos que poseen síntomas, las dos.
Una surca los grandes mares, ve serpientes con cabezas humanas, con máscaras, ve regiones preciosas y pájaros exóticos.
Tú, junto con tu erudición, tienes que dilucidar ahora de dónde ha sacado eso; te digo: todo es tan asombrosamente sano, tan hermoso, tan tremendamente natural, pero no ven (veis) la luz, no conocen (conocéis) el origen.
Aun así, la vida da serenidad.
Ahora puedes ver que ella está cambiando... pero va caminando por tierras pantanosas, llueva o no llueva, por desiertos, asciende montañas, oye los gruñidos de los animales salvajes, delante de sus narices se hacen pedazos.
Den (dad), por favor, un nombre a todos estos nuevos síntomas, que esta mañana aún no estaban, pero que la hacen feliz.
Y eso lo ves en su prodigiosa sonrisa... que de cuando en cuando experimenta una materialización desde detrás de esta máscara sobrenatural.
Anna entra y dice:
—Frederik, está delirando otra vez.
Habla de gruñidos de oso y aullidos de chacal en la lejanía.
Me pone mala.
¿Lo comprendes tú?
—Entonces ya estamos bastante encaminados, Anna, pronto nos sentaremos a cenar.
No te preocupes, Anna, no tardará en dormirse y mañana no sabrá ponerle palabras.
Pero ¡es una gloria!
Anna no lo comprende, y aun así está satisfecha; también ella ve que mi vida ha cambiado.
Karel no dice nada, ¡está pensando!
Entonces llega:
—¡Maldita sea!
—Tú no te vas a ir nunca de aquí, ¿verdad, Frederik?
¡Te necesitamos!
—Gracias..., me quedo, porque en ese viaje me han ascendido a capitán de la nave.
Pero ¿qué dices de esta locura, Karel?
—No tengo palabras para ello.
¿Crees que ella cambiará pronto?
—No le pasa nada, Karel.
¡Es René!
—Eso es lo que pensaba yo también, pero lo que es comprenderlo, soy incapaz.
¿Qué le pasa al niño?
—Tendrán (tendréis) que buscar un nombre a eso.
Todavía no lo sé... ahórrame esa ciencia, pero... ¡otra vez son síntomas!
—¿Tienes nombre para eso?
—Yo soy un profano, Karel, ¡vosotros sois (ustedes son) los expertos!
—Al margen de eso, Frederik, ¿no puedes darle tú mismo un nombre?
Empiezo a ver tus botoncitos de oro.
—Gracias... pero las de René tienen demasiado abono... se asfixian y ahora, de momento, estás impotente, Karel, eso hay que dejarlo a la naturaleza, ella sabe lo que hace, pero puedes estar atento, prestar ayuda cuando veas que sea precisa.
Te digo honestamente que esa cabeza ¡no me gusta nada!
—¿Y eso?
—Eso algo muy distinto... años atrás me dediqué a la craneometría.
¿Ves? Estamos en las mismas, ¡no me conoces!
Me has estado tomando por bobo... ya es hora de que eso se acabe, al menos en parte.
¡Creo que estoy creciendo!
Estoy despertando.
—Cuéntame algo de su cráneo.
—Si crees, Karel, que las tenazas pueden cambiar la vida en algo, lo creo al instante.
Ahora podrías decir: las tenazas se apretaron demasiado.
Pero... ¿crees eso?
Según las leyes de tu amigo, todo está en orden.
¡Todo!
¡Yo no lo creo!
Y desde allí, desde ese hueso coronal, o como quieras llamarlo, ve Erica las serpientes y los osos pardos, llueve, diluvia; cada vez va cambiando, porque tiene que proseguir su viaje.
El que esté postrada lo tienes que ver como descanso, el procesamiento de ese acontecimiento tan natural, que le ha emocionado en exceso.
Por lo demás, te quedas esperando, porque ¡no hay más!
Karel piensa... pero dice:
—Eres un tipo extraño, Frederik.
Me arrepiento de todo, ¡tienes razón!
¡Reflexionaré sobre esto!
Karel se incorpora de un salto y sale de la habitación.
Pero casi al instante regresa comunicando que Erica está sumergida en un sueño reparador, como él no la había visto en los últimos meses.
—Lo que espero —prosigue— es que todo este caso se resuelva, no lo hemos disfrutado ni cinco minutos.
Pero el pequeño mira como un viejo...
Es terrible.
¡Ya éramos demasiado mayores!
—Tonterías, doctor Wolff, disparates, eso lo sabes muy bien, te escondes otra vez detrás de tu máscara.
¿Dónde están ahora sus (vuestros) conocimientos?
¿Qué sabes de crías naturales?
Uno diría que un patito recién nacido ya sabe que pertenece al mundo acuático, del que una gallina, en cambio, no tiene ni idea.
¿Por qué un perro jamás intenta volar?
Son los pulgones para tu vida y vida de médico, ¡tu universidad padece sarna!
Saca primero esa cosa fangosa de tus heridas y ponles un nuevo vendaje, pero abre más los ojos, trata esas heridas de otra manera, ¡no tienes los medicamentos adecuados, Karel!
—¿Hay algo más, Frederik?
—Pues por ahora no, porque hay que echar cimientos para todo.
Entré en cosas independientes.
Es una seguridad de la que tú aún desconoces las leyes, pero que para nosotros es un hecho.
No sabes nada de este nacimiento.
A veces sientes el impulso de comentarlo, pero cuando abres la boca, Karel, hablas un idioma del que desconoces el abecedario.
Te pierdes por completo.
—¿Desde cuándo te dedicas a hacer poesía?
—Ya lo tenía de niño, Karel, pero ahora ves sus colores.
¡Mis manzanas están madurando!
Nunca he sabido que pudieras ser tan amable con tus inferiores (—dije).
Los profanos no entienden de la ciencia universitaria... los expertos lo saben mejor, estudiaron para ello, pero se olvidan de que todo tiene sus fundamentos y que por tanto es un hecho para cualquiera —me salió aún de la boca.
Entonces bajó la cabeza y suspiró, ¡lo que me sentó bien!
Y así se hizo de noche, a las seis de la tarde, el año tantos de 1900 y tantos en alguna parte de este pequeño país, del que soy un hijo.
Entonces vi que se cerraba el telón ante mis ojos, pero oí ruido entre bastidores, las pisadas de gente que estaba montando el decorado para el siguiente acto.
Sigue habiendo tensión en la sala, no saben cuál será el final; yo, el director, sé ahora todo al respecto...
También eso lo vi tirado por la calle... nadie se percataba de ello; pero ahora esos bobos pagan los platos rotos.
Pero soy yo quien los invitó...
¿Ves esas máscaras?
Ahora hay que ver cómo cada uno tiene, a pesar de todo, una pequeña alma, verdadera.
Adelante, Frederik, ¡reparte el correo!
Pero ¡tampoco olvides tu escoba!
¡Cómo es posible!