Tío Frederik, ¿me enseñas esos hermosos cuadros?

René ha vuelto a casa, y además con las flores que ya se me concedió percibir en aquel otro mundo, hace meses.
Yo mismo no lo creía, volvía a ser un milagro para mi vida.
Sobresalía una margarita amarilla, como si quisiera decir:
“¿Sigues sin enterarte?
¿Tienes que volver a destruir también esto por tu incredulidad? ¿Por tus indagaciones en el espacio?
¿Pensabas que todo es fantasía?
Soy un fundamento, tío Frederik, yo pertenezco a aquello que ya obtuvo un lugar en tu ‘universidad’.
¿No lo sabías?”.
Karel y yo fuimos a buscarlo.
El médico estaba muy contento y ahora tenía que salir un poco; no podían resquebrajarse los lazos con la familia.
Cuando lo tuvimos en nuestro seno, apareció con sus flores que ocultaba apretadas debajo de su chaquetilla, porque quizá uno de los chicos las podría agarrar.
Nos dijo que las había recogido un día antes para papá y mamá, para Anna y para mí, y que había de sobra.
El chico había cambiado de manera espectacular.
Nos contó cosas divertidas y que le habían permitido otra vez que dibujara y pintara.
Me preguntó si me acordaba de esos colorines tan bonitos, ya casi se le habían acabado.
Karel estaba en el séptimo cielo.
A mí me dice:
—¿Tú eso lo entiendes, Frederik?
A mí esto ya me supera.
Ayer un irresponsable, como un majadero..., hoy completamente en orden y sano.
¡Yo ya no lo sé!
—Pues yo sí —dije—, no podemos quejarnos.

Y a René le dije:
—Vas a tener tus bonitos colorines.
Los compraremos juntos.

A lo que me contesta:
—Tío Frederik, ¿me enseñas esos hermosos cuadros?
Me quedo mirando a Karel.
Y ahora ¿qué?
Le pregunto:
—¿Qué hermosos cuadros quieres ver, hijo mío?
—Los que están colgados... los que nos dejan ver ... los que podemos ver... porque el enfermero nos habló de ellos.
—Es posible, René, iremos a verlos.
Sin duda, no nos olvidaremos.
‘¿Lo comprendes tú, Karel?
No, ¿verdad?, yo tampoco, pero son buenas señales’.

—Está empezando a pensar —le digo a Karel, y le hago saber que siente muchas cosas de las que nosotros aún pensamos que no tiene ni idea.
Pero ¡estamos avanzando!
El muchacho mira a su alrededor.
Lo ve todo y piensa.
Se le ha puesto la cara guapa, tiene la mirada más aguda.
Los labios nos indican fuerza de voluntad, y la frente, además, animación, intuición o ¿qué es lo que hay aquí?
Parece haberse hecho más delgado y mucho más alto, está creciendo hacia el espacio.
Karel casi se lo come a bocados.
Veo lágrimas de felicidad en sus ojos.
¡Pues este es su hijo loco!
Karel..., cómetelo, no te cortes, conozco muy bien tu sentimiento como padre, sé lo que sientes, lo que posees de amor, pero ¿esta vida?
Esta vida la apreciamos todos, porque está siendo y ha sido golpeada tanto, sin estar ésta todavía segura de que esa desgracia ha salido huyendo.
Pero entre todos podremos con ese monstruo.
Si se nos concede elevarlo hasta nosotros y aunque sepamos que luego tendrá que irse otra vez a este lugar: estamos progresando; ¡esta vida es para todos nosotros la fe, la esperanza y el amor!
Karel conduce a una velocidad que saltan chispas.
Quiere llegar a casa con René lo antes posible, es miedo... por si esta vida pudiera volver a recaer por el camino.
Quiere hacer felices a Erica y a Anna.
Y todo va bien, es veloz conduciendo, y prudente.
Lo medito todo, el pequeño René también está pensando, lo de hacer preguntas ya es cosa del pasado.
El muchacho sabe que va a su mamá.
¡Ya tiene nueve años...!
¿Qué es lo que me había dicho?
¿Que ayer había sido su cumpleaños?
Ese “ayer” es parte del espacio de su alma, no del espacio en que estamos ahora.
Mejor me desprendo de eso, algún día llegará la respuesta.
Cuando se detiene el coche Erica y Anna vienen corriendo hacia nosotros.
René se aprieta contra el corazón de su madre.
Pero después de besarlo, Erica lo empuja entre los brazos de Anna; estas mujeres tienen un solo hijo, poseen una sola vida por la que morirán si es preciso, lo cual a Karel y a mí nos provoca una cierta desazón.
Nosotros ya hemos tenido nuestra ración, hemos suprimido ese sentimiento; resulta que para las mujeres eso es imposible.
Los lagrimones han adquirido color y forma, proceden de la vida y el ser maternales; creo que estas son las flores del corazón humano que contempla el Mesías, que “Él” aceptará, porque surgieron de la miseria.
Todo está listo, comemos y bebemos juntos, René también está.
Estamos muy interesados en cómo se comporta durante la comida.
No quiero ni recordar las malditas horas cuando hacía el loco en la mesa, cuando nos dejaba miserables tirándolo todo y nos volaban las cosas por encima de la cabeza, cuando Karel se olvidó a sí mismo y casi lo mata a golpes; esto ahora es una gloria para la vista y un sentimiento feliz para el corazón, porque se trata de tu propia carne que ha vuelto a la normalidad humana.
Habla mucho, un poco después está callado como una tumba y piensa probablemente sobre las cosas del día y todas las que se le ha concedido vivir hoy.
A mí ya me ha preguntado diez veces si le mostraré los cuadros.
Erica y Anna ya están preparadas, saben lo que ahora siente y desea.
Ya me lo imaginaba: todo ese pintar y dibujar no lo suelta, es parte de su vida y no queda más remedio que algún día eso vuelva a él.
Karel ya sabrá ahora que este niño jamás va a ser médico, el alma ya se revela ahora por medio del arte, por medio del sentimiento de crear y de dar a luz.
Y ahora todo nos parece bien... puede hacer lo que quiera, cuanto antes nos quitemos toda esa miseria de encima, mejor.
Y una cosa sí sabemos: volvemos a tenerlo un rato entre nosotros y eso nadie nos lo va a quitar hoy, ¡seguro!
Después de la comida se hace el silencio.
Se retira; no sabemos en qué.
Karel se lo lleva un rato, quiere ver cómo reacciona René ante las cosas.
Ya llevan ausentes media hora; después regresa y ya estamos curiosos por saber cómo ha acogido “lo propio”.
Karel dice:
—Uno diría que no ha estado fuera ni un solo segundo.
Conoce los rincones donde estuvo antes, a un amiguito le grita “¡Hola, Piet!”.
Y ese Piet le contesta: “René, ¿ya volviste a casa?”.
Lo cual supone para él felicidad; lo demuestra la sonrisa en su rostro.
No sé, puede que me equivoque, ojalá que esto vaya bien, pero sin exagerar.
De esta vida no puedes estar seguro ni un segundo.
El niño está muy agitado.
Nos faltan manos para poder acogerlo.
Corre por la casa, está un rato en su habitación, baja volando para hacer algo, que al final ni siquiera es capaz de encontrar.
Cuando le pregunto lo que quiere sale:
—Busco mis dibujos, tío Frederik.
Es que los necesito, ¿comprende?
—Vaya, ¿los necesitas? Y ¿qué quieres hacer con ellos?
—Vaya pregunta.
Quiero verlos.
Ahora estoy tirándole de la lengua.
Quiero saber si se acuerda de algo de su pasado.
Digo:
—Pero ¿es que no te acuerdas que tú mismo hiciste pedazos todos esos dibujos?
Me mira con cara ofendida y dice:
—¿Yo?
¿Que yo he roto mis dibujos?
¿Yo?
No me lo creo.
¿Donde están, tío Frederik?
No será que se rompieron, ¿no? (—pregunta).
Oímos que el niño realmente no se acuerda de nada del terrible pasado.
No creo que sepa algo de todos esos líos un poco bajos ni quiero saberlo.
—Pues ven, René, quedaron algunos.
Estamos en mi habitación.
Saco las cosas del armario y se las entrego.
El chico se abalanza sobre su arte y besa las hojitas de papel, besa todo lo que hay en ellas y exclama:
—Qué contento estoy, tío Frederik, de que me hayas guardado todo esto.

Va a su habitación.
Solo un momento, entonces baja corriendo y se los muestra a Anna y Erica.
—¿Mamá? ¡Mira!
¿No son hermosos?
¿Verdad que son bonitos?
Que contento estoy, qué bueno de tío Frederik que me los haya guardado.
—Y acto seguido—:
No tendré que irme otra vez, ¿verdad, mamá?
Oye Anna, ya no tengo que irme, ¿no?
Vamos, dime algo.
Dime algo.
Ya no tengo que irme, ¿no, mamá?
Oye, tío Frederik.
Se lo voy a preguntar a papá.
Qué bueno, ya no tengo que irme otra vez.
Él mismo lo dice y va arriba.
Lo sigo.
Veo que empieza a mirar esas cosas con mucha atención.
Guardé el dibujo a pastel con la pequeña cancela y el bu.
Observa con la mirada seria, por lo menos cinco minutos, después me mira y dice:
—¿Pensabas, tío Frederik, que me había olvidado del bu?
¿Te olvidaste tú de él?
Ahora sí que ya no viene, ¿verdad, tío Frederik?
¿Verdad que no? Ese ya no volverá, ¿no?
Le tengo tanto miedo.
Ay, hace tanto frío allí.
Se me acerca y pone sus tiernas manitas en las mías.
Podría ponerme a llorar de felicidad.
Agarra el dibujo y lo hace trizas.

—Bien —dice—, ese ya no volverá.

Es como si el niño ajustara cuentas con el pasado.
Y después pregunta:
—¿Vamos a comprar ahora esos colorines tan bonitos, tío Frederik?
—Buena idea, René, pues vamos a hacerlo ya.
Vamos, ven, vete a mama o Anna para vestirte.
Se va volando.
Cuando llego abajo ya me está esperando.
Naturalmente, a Erica le parece estupendo.
Una vez fuera y cuando nos encontramos con sus antiguos amigos, cuando oye el “¡Hola, René!” le da por reflexionar y sí tiene que preguntarse: “¿Quiénes son esos?”.
Los chicos lo conocen, no se han olvidado de él; abre la puerta de sus recuerdos y pregunta:
—¿Esos también dibujan, tío Frederik?
—Y después de nuevo—:
Y ¿cuándo vamos a ver los cuadros?
—Es lo que vamos a hacer ahora primero.
Vamos a ver los cuadros y después compramos colorines hermosos.
Voy al museo municipal.
Pues allí verá bonitos cuadros, es una pasión que ya recibió pronto vida y conciencia.
Es una buena señal, ojalá que no haya nada detrás, lo cual me asusta.
Los sentimientos conscientes de ese tipo siempre lo alteraban.
Eso es lo que va demasiado rápido, es algo que para su carácter le llena demasiado el alma, hace que se pierda.
Ahora ya sí lo podemos evitar, pero sigue pidiéndolo, y lo hace hasta que decides: “Bueno... haz lo que quieras, aunque te pierdas por eso, vamos, adelante, es algo de lo que de todas formas no nos podemos librar, tú tampoco.
Vamos, rómpelo todo, arroja las cosas, después volveremos a empezar otra vida, una vez más”.
Entramos al museo.
Aprendo a verlo a él como un entendido en el arte.
Estamos delante de un maestro antiguo, uno del sector mediano por el que el mundo ahora paga poco, de la categoría que para mí representa el tercer o cuarto grado de este arte y de quien el más grande de todos alcanzó la quinta, sexta o séptima categoría, una selección que no puedo aclarar con más precisión.
Es así como lo veo yo.
Así que cuando estamos mirándolo René de pronto dice como un adulto:
—¿No es eso una maravilla, tío Frederik?
Qué bonito, ¿verdad?
Ay, ¡ojalá fuera capaz de hacerlo yo así!
Y mira eso.
¡Vamos, mira, tío Frederik! ¡Mira esos árboles, esa luz!
Qué bonito, ¿no?
El chico se sienta, es algo que lo fuerza a sentarse.
No me da la lata para nada, me acompaña un gran amigo con sensibilidad por el arte, y que encima entiende.
Creo que tiene muchos años más.
O será que está imitando al enfermero.
Le pregunto:
—Pero ¿es que viste allí arte, René?
—Las reproducciones, tío Frederik.
Ahora veo los auténticos.
Ahí es nada... estos son los auténticos, eso él lo sabe.
También lo sé, pero hay miles de niños de su edad que aún no lo saben.
Es un retrasado en comparación con los otros niños y la vez está a años luz de su propia edad.
Veo su genio, solo es posible que crezca y florezca eso.
Estoy loco de alegría, aunque luego haga añicos todo, aunque esta noche o mañana desplume a las gallinas, aunque vaya a hacer “buuuuu”, tanto que ya no sepamos dónde meternos...
Este sentimiento que ahora posee me dice que René está creciendo, ¡que se curará!
En esta vida está despertando el arte.
Lo que vivió Mozart, lo que experimentó de niño ¡es para él psicología!
Lo que Mozart transformó como niño en música, para él es bu..., para René es hacer el loco, su mundo sobrenatural, todo de lo que los adultos aún no sabemos nada porque hemos quebrado nuestro yo por completo; ¡nuestros ojos están ciegos, ya no ven esa luz!
Empiezo a comprenderlo.
Cada nota interpretada por Mozart es para René ahora un fenómeno interior.
Dios sabe que lo que aún viviremos con él será un placer para esta humanidad.
Lo que Mozart aportó al oído y a los sentimientos, este “niño prodigio espiritual” lo aporta al alma hacia nuestra vida.
¡Esta vida está despertando!
Qué feliz me siento.
Dice:
—Mira este mar, por ejemplo, tío Frederik, me parece tan hermoso.
Habría que oír cómo dice la palabra “hermoso”.
Lo dice como si adquiriera forma en la profundidad de su corazón.
Se ha convertido en fluido vital.
Esa palabrita te canta con todo su encanto.
Tiene un sonido amoroso, ahora adquiere espacio, radiación, arte, como dice él.
Me lo como a bocados.
Aprieto al chico contra mi corazón.
Parece que ahora tiene diecinueve años y tiene sensibilidad por los viejos maestros.
Los mira para comérselos, le desbordan el corazón.
¿Sigue estando loco ese niño?
Sé demasiado bien lo que esto significa, no podemos cantar victoria antes de tiempo o esta felicidad volverá a sufrir un varapalo.
Luego volverá a destrozar las cosas, la vida arrasará como un vendaval y volverá a aparecer la sábana de fuerza.
Pero ¿será que volveré a tener razón?
Oh, soy tan feliz de que ahora podamos contemplar lo normal.
No me fío un pelo de su bu.
Está ante una pintura de Cristo.
Siento silencio en su vida.
La emoción con la que mira al Mesías crucificado es como si sintiera ese dolor y esa pena inhumana, y como si quisiera vivir algo de eso.
Es como si preguntara:
“¿Por qué la gente hizo eso?
¿Por qué te han pegado y torturado tanto?
Pero ¿por qué? ¿Por qué?”.
El niño está emocionado.
Me pregunta:
—¿No es este Nuestro Señor, tío Frederik?
¿Lo golpearon tanto?
—¿Quién te habló de Su vida? —pregunto.
—Pues, el enfermero y la maestra.
—¿Qué maestra?
—Bueno... ya sabes, la de antes, donde me dieron esas palizas.
Todavía conoce su pasado y al parecer nada se le ha olvidado.
Aún vive bajo su pequeño corazón.
Y sin embargo, ¿cuánta conciencia había entonces en este niño mientras nosotros pensábamos que estaba completamente loco?
¿Cuánto sentimiento había en él cuando le sangró la nariz de los golpes que le dieron e iba rodando con los chicos por la calle?
Cuando pensábamos que no estaba, el niño nos miraba y nos pedía ayuda, pero no oíamos cómo clamaba, estábamos sordos para ello.
Eso me dice que él siempre tenía un determinado porcentaje de conciencia diurna, de lo contrario ya no habría sentido a esa maestra.
Él lo sabe todavía como si hubiera ocurrido ayer; para mí es una prueba de que sí puede vivir algo de su propio yo en todo.
Aquí se puede sentir el silencio en él.
No se cansa de Cristo.
Los ojos de un niño se clavan en un pasado horrible.
El alma de un niño desciende en una pena y dolor inhumanos y quiere saber algo más de eso, algo que no es de este mundo.
Creo que reza, le tiemblan los labios, cómo le gustaría poder abrazar a esa figura.
Hay que ver su carita.
Oigo gemidos interiores, tengo que liberarlo, desprenderlo de esta imagen, de este mundo, golpea su ser.
—A ver, René, mira esto.
¿Ves esos bonitos platos y copas, y esas manzanas y peras?
¿Ves ese pan y el arenque, y ese huevito?
Es una naturaleza muerta, así lo llama la gente porque son cosas materiales que representan la vida.
Estas cosas tienen algo que decirle a un pintor.
Bonito, ¿verdad?
—Sí, tío Frederik, ya me gustaría saber hacerlo igual.
—Si te esfuerzas, lo conseguirás.
¿No es asombroso? Es igual que una persona mayor.
El chico se llena absorbiendo toda esta belleza.
—Y mira esto, René.
—Ah, ya entiendo, tío Frederik, esto es un paisaje.
Un molino y una gran extensión de tierras, con vacas.
Es precioso, ¿no te parece?
—Muy bonito, René.
—Oh, me parece tan bello, tío Frederik, los cuadros me encantan (—dice).
‘¿No es para ponerse a llorar hasta la última lagrima cuando oyes a este niño?’, pienso.
Y al instante me pregunta:
—No tendré que hacerme médico, ¿verdad?
—¿Quién te dijo eso? ¿René?
—Como papá es médico.
Y ¿no quiere papá que me haga médico?
—Se lo preguntaremos.
—Es que quiero dibujar y pintar, tío Frederik.
Ah, es tan hermoso.
Es el grito de su alma, esto no se puede cambiar, es una gran suerte que la vida ya se esté manifestando ahora.
Todo su yo, su personalidad es arte y nadie lo ve.
¿Qué será lo que semejante flor hermosa quiere hacer?
No se cansa nunca, su pequeña vida se encuentra ante revelaciones que ciñen mundos fantásticos y que los adultos llamamos tonterías de locos.
Esa ingenuidad la veía yo antes en mí mismo.
¡Todo es esperanzador y no existen los “qué pena”!
Esto lo grabo en mi memoria y no quiero que se me borre nunca.
Lo llevo mal que bien hasta la puerta, ya basta así, pero cuando estamos fuera pregunta si le doy permiso para echar un último vistazo a Nuestro Señor.
Le digo:

—No, ¡más tarde!
Se suelta y solo un poco después ya me pregunta:
—¿Y vamos a comprar ahora colorines, tío Frederik?
—Eso lo vamos a vivir ahora, René.
Ven, los tendrás y además papel para el que compras esos colores.
Hemos llegado a una tienda de arte y al mismo tiempo podemos comprar los colorines.
Otra vez está mirando el arte.
Lo oigo decir en voz alta:
—Qué porquería esto.
El dueño lo oye y espeta:
—Vaya, ¿es una porquería?
¿Quieres echar abajo mi mercancía, mocoso?
René se queda pálido.
Me mira, preguntándome si quiero defenderlo.
Digo:
—Tiene razón.., porque acabamos de estar donde los viejos maestros.
—¿Cómo dice usted? —pregunta el hombre—.
¿Donde los viejos maestros?
¿Y este hombrecito ya ve las diferencias en el arte?
¡Ahora ve...!
Le guiño el ojo.
No te pases de la raya, déjalo estar, para un niño ya basta.
Elegimos colorines.
Una caja de tiza, papel para hacer sus garabatos.
Sabe lo que quiere, sabe distinguir un arte de otro.
Lo que los niños despabilados son incapaces de determinar para él es negro sobre blanco y no se equivoca.
Otra vez más una expresión de sentimientos como para besar... es que ya no lo reconozco, este es un consciente que está muy por delante de su tiempo, ¡no existe otra posibilidad!
Cuando llegamos a casa se va volando arriba.
Erica y Anna —Karel no está— tienen que saber cómo le fue.
Ahora que oyen todo de mí no se lo creen, es demasiado bonito como para ser cierto.
Y sin embargo: ¡es la verdad!
Mejor lo dejamos hacer sus chapuzas.
Mientras tanto consigno en el cuaderno de bitácora:
“Hoy nuevas experiencias con milagros.
¡Nuestro René está sano!
Sí, ya sabemos que será algo pasajero, pero ahí está, no es cualquier cosa.
Estoy obteniendo razón en todo.
Poco a poco vamos hacia un lugar mejor, hacia donde crecen naranjas en los árboles y donde, no obstante, no puede haber un clima cálido, lo cual a su vez también es otro milagro.
Solo quiero decir que pisamos tierra firme, que no estamos sobre arenas movedizas.
¿No es milagroso?
El chico ha salido mucho mejor de lo que me esperaba.
Creo que ya se clavó en Cristo; ojalá que no signifique que esto lo haya desbordado.
Tengo plena confianza en ello; ¿vamos hacia extrañas opciones de los sentimientos?
Primero tendré que verlo.
Quizá lo sabremos en breve, porque creo que se ha disuelto en tanto que dibuja.
Naturalmente, estamos alertas, atentos, todos estamos vigilantes; nadie entre nosotros se dormirá mientras él esté aquí y nosotros disfrutemos de su vida.
Esta pequeña alma está experimentando una sorprendente elocuencia.
Sabe hablar como un adulto, al instante vio que ese otro arte no pintaba nada.
Todavía lo oigo decir “Eso es porquería”, y, sí señor, ¡esas obritas cuestan siete florines y medio!
En René se está despertando arte, arte material y espiritual.
¡Ayer y hoy obtuve razón!
Antes nadie me creía.
Ahora tampoco, si les preguntaras a bocajarro no creo que llegarías a oír un “sí” sincero.
Pero ¿qué es lo que quieren?
¡Hoy hay fiesta en mi corazón, también en los de ambas madres y en el de Karel, nuestro chico grande!
Felicidad, oh, Dios mío, ¡le contaré a René todo sobre Su Hijo!
¡Todo! ¡Para que él también lo ayude a cargar a Él!”.
Cae la noche, todavía no nos deja ver sus dibujos, y ese honor se lo vamos a conceder, claro que sí.
Se queda dormido en menos de cinco minutos.
Cuando estamos abajo, mientras Karel se fuma su purito y yo he encendido el mío, mientras Anna y Erica se ocupan de las corbatitas y los calcetines para el niño, se van soltando las lenguas y es René por aquí y pequeño René por allá.
“¿Cómo lo ves, Karel?”,
“¿Qué piensas de esto, Frederik?”,
“¿No te parece un milagro, Anna?”,
“¿No es como para sentirse feliz?
Dios mío, qué días estamos viviendo, qué felices somos, poseemos el mundo entero.
No es así, ¿esposo mío?
Pequeño Karel mío, ¿Karel?”.
—Para ya —responde Karel—.
Basta ya, diría Frederik, no exageres.
Yo le digo a Karel:
—Él teme en que te empeñes en que vaya a ser médico.
—¿Todavía?
Y ¿eso te lo preguntó a ti?
—En el museo, Karel.
Está desbordado con lo que pintado.
Por cierto: esos pensamientos nunca lo abandonaron.
Todavía se acuerda perfectamente de la maestra, y también de esa tremenda paliza, de todo.
Pero ser médico es algo que teme.
—No se puede saber, ¿si sigue así?
—Ya se te pasará, Karel.
En él lo que vive es el arte.
Es algo que no se puede remediar, para él es igual que lo fue para Mozart, su alma se desvive.
—No querrás compararlo con aquel genio, ¿no?
—De ninguna manera..., pero hablo del sentimiento del niño, de la revelación correspondiente, nada más, pero tampoco nada menos.
Las mujeres me dan la razón.
¿Ves? Así es como vuelves a estancarte por completo con Karel.
Es que es incapaz de pensar de otra forma.
Vuelve a ser uno de esos cataplum en su acequia.
Estamos habituados a eso, pero te encallas por completo, de pronto la conversación muere, se asfixia.
Ya no saber por dónde empezar.
El propio Karel lo percibe y dice ahora:
—Ya veremos, Frederik.
Hay que esperar, todavía no hemos llegado, aunque reconozco que hoy su conciencia ha estado asombrosamente buena.
Estoy contento y podría sentirme feliz si no conociéramos a aquel caballero.
Erica también tiene algo que decir y le lanza a la cabeza:
—Así es como eres tú.
Ayer todo eran maravillas.
Hoy ya vuelve a ser un chasco, así es imposible que alguien levante cabeza.
Nunca eres capaz de respirar hondo.
Mira lo que te digo: a mí me da igual que en cinco minutos recaiga.
Esto que veo ahora me llena de esperanza.
Creo que Frederik está teniendo razón en todo.
Siempre lo dijo; no sé si preveía las cosas, pero sus análisis, Karel, superan con creces los de ustedes (vosotros).
Cuando dejábamos caer las cabezas, cuando nos dábamos tortazos contra el suelo, era Frederik quien nos volvía hacer pisar tierra firme.
No voy a dejar que me quiten esta felicidad, tú humor siempre anda por los suelos, pero a mí eso me tiene harta; me deja sin aliento.
—Vale ya, ya basta, cariño, no es lo que quiero decir.
¿No puedo opinar honestamente?
O ¿tengo que bailar de alegría?
Anna también dice algo y, además, da en el blanco, porque oímos:
—Son (sois) perros ingratos.
En lugar de festejarlo, lo convierten en un rifirrafe.
¡Vergüenza, vergüenza es lo que deben (debéis) sentir!
—Mira esta Anna —dice Karel—.
Tienen (tenéis) razón, hijas.
¿Me permiten (permitís) que esta noche invite yo?
¿Brindaremos a la salud de René, Erica?
—Sí, adelante.
Y ¿sin embargo?
¿Por qué la gente siempre tiene que beber cuando no quiere que a sus amigos y propios hijos les falte salud?
Pero a mí bien me parece, haz lo que quieres, ¿tú qué dices, Anna?
A ti también te apetece algo.
Mejor trae ese vino francés, Karel.
“Le Château le Critique”, ¿no es así, Frederik?
—¡Así es...!
Vamos, sirve, aquí arriba nadie pone objeciones.
Pero ¡a condición de que no te olvides de los pobres!
Karel regresa y sirve.
Hans llamó un poco después y dice que vendrá mañana por la noche.
Quiere ver a René.
La semana que viene saldrá otra vez de la ciudad...
Está ocupado con su profesorado.

—Lo va a conseguir —dice Karel—, ya no lo reconocerás.
Cómo ha cambiado ese tipo.
Anna pregunta:
—¿En el buen sentido?
O ¿tiene que ir a buscarse otra Hansi?
¡Esas uvas están demasiado verdes!
Pff..., las cosas que le apetecen a la gente.
¡Salud!
—Y ahora ¿qué estará pintarrajeando? —Quiere saber Karel, a lo que Erica contesta:
—Todavía no nos deja verlo.
—¿Y a eso cedes?
—¿Por qué le pondríamos trabas a eso, Karel?
Pienso que un niño tiene los mismos derechos que nosotros, los adultos.
Yo por mí le deseo ese capricho.
—Y ¿a ti, qué te parece, Frederik? —me pregunta Karel.
—Yo lo veo así, Karel: si esto no otra cosa, debo verlo como un despertar interior.
¿Cuál es la actividad de un artista?
—Vuelves a exagerar, Frederik.

No me hace falta contestarle, ya está Erica, que dice:
—¿A eso lo llamas exagerar?
¿Es esto exagerar?
Frederik tiene razón.
Yo actuaría igual.
Es respeto por el arte —a lo que Karel espeta, entre risotadas:
—Esa sí que es buena...
Es lo que faltaba, mañana serán los viejos maestros.
¿No es así, Frederik? (—pregunta).
Salvo la situación porque siento que a Karel le pasa algo y que por eso está irritado.

—¿Tienes enfermos graves, Karel? —Mi pregunta le deja noqueado y le hace inclinar otra vez su cabezota campesina, porque siente que he visto sus intenciones.
—Sí, Frederik...
creo que esta noche otra vez se me irá uno.
Es un caso de diabetes.
Me imagino que ya no tardarán en llamarme.
Mira con la cabeza hacia el suelo... tiene la mirada perdida en el vacío.
Y ni cuatro minutos después ya suena el timbre.
Que si quiere venir el doctor.
Me pregunta:
—Frederik, si quieres saber si los seres humanos tenemos un alma, podrás disfrutar ahora; es el final de un alma que busca, que jamás lo encontró en su vida.
Perdóname mis irritaciones, cada ser humano tiene de vez en cuando sus bajones, sus subidas y bajadas, ¿no es así?
¿Qué quieres, Frederik?
¿Quieres acompañarme?
—¿Es posible?
La gente me conoce allí y sabrán que voy por curiosidad, ¿no?
¿Es posible?
¿Puedes justificarlo, Karel?
—Vuelves a tener razón, Frederik.
¡No puedo ni debo hacerlo!
Pensarían que estoy mal de la cabeza.
Pero habrá más ocasiones como esta y entonces no me olvidaré de ti.
Pero tengo otra cosa más para ti, eso también tiene que ser un gran milagro para ti, y ya sé ahora que con eso te brindaré horas felices.
¿Qué te parecería un nacimiento, Frederik?
¿No te parece?
Tú, que has montado tu puestecito entre la vida y la muerte para averiguar cuántos peregrinos pasan cada día para ir hasta Dios, tendrás que considerar esto lo más elevado de todo para tu vida, para tus estudios, tu tarea para tu alma, espíritu y materia, ¿no?
¿Qué sientes?
¿Ya te estás estremeciendo?
—Me dejas helado, Karel.
Santo cielo, hay que ver cómo sabes a lo que uno le da vueltas toda la vida.
Si fuera posible, si no es otra vez algo inhumano.
Me conoces: no quiero herir a los padres.
O ¿crees que es agradable dejar que un extraño mire aquello que te es lo más sagrado?
¿Qué dirías tú si yo hubiera ido a ver a tu mujer porque a su médico le divertía tanto hacerle el favor a un amigo que pudiera ver cómo daba a luz?
—Ya me avergüenzo, Frederik.
Tengo que cambiar mi visión de la vida.
¡Con mucho gusto te doy razón!
Parece que no lo aprenderé nunca.
Pero, honestamente, dime... ¿no es eso para ti lo más milagroso que hay?
—Karel, si se me brindara esa felicidad, ya no quisiera vivir ninguna otra cosa.
En cuanto a aquello de morirse... eso es otra cosa, ya he visto morir a tantos.
En mis brazos se fueron a ese mismo puestecito, y yo cerré aquellos ojos... porque tú no me conoces todavía.
Porque aún no sabes dónde me he metido toda mi vida.
¿Sabes tú a quién has metido en tu casa dándome un lugar en el seno de ustedes (vosotros)?
No quiero que ahora me eches una flor, ya llevo bastantes en mi sombrero, a ti también te deseo una.
Pero... ¿un nacimiento?
¡Poder seguirlo tranquilamente y con cortesía!
He visto nacer a al menos un centenar de negritos (cuando se escribió ‘Las máscaras y los seres humanos’, en 1948, la palabra “negrito” era una denominación habitual para alguien de piel negra u oscura).
Acogí esas vidas, Karel, pero si tú crees que hay diferencia entre negro y blanco para estos asuntos sagrados, me voy contigo y me darás la hora más feliz sobre la tierra.
—Por mí que revientes...
Contigo nunca sabes lo que te puede tocar.
Parece que tuvieras mil años.
Pero ¿es que entonces no hay nada que aún no sepas, Frederik?
—Tú mismo comenzaste, Karel.
¿Es mi culpa que fui a parar en medio de la jungla y que me hicieron médico para todos esos negros?
—¿Qué dices?
—Mal que bien me convirtieron en eso, en un médico, Karel.
Así es como vi nacer a los negritos.
Y qué bonito... basta con que veas esas cabecitas negras.
Y ¡cómo gritan!
Karel sale de casa escopetado.

—Creo —dice Erica— que ahora lo has asesinado.
—Y me pregunta—:
¿Lo dices en serio, Frederik?
—Claro, Erica, ¿alguna vez me oíste contar cosas que me haya sacado de la manga?
—No, eso no.
Pero, santo cielo, ¿cuántas cosas no fuiste ya?
¿En cuántos sitios no estuviste ya?
En el fondo, ¿qué sabemos de tu vida?
Nada.
A ver, Frederik, cuéntanos algo.
Venga, sí... hazlo.
Nunca nos contaste todavía nada de ti mismo y cada vez nos encontramos ante los hechos consumados.
A las horas menos previstas apareces con las historias más increíbles, cada vez nos colocas ante un nuevo milagro de tu vida.
Te vas paseando de una vida a otra, así, sin más, entiendes de cualquier materia y te comportas con torpeza e ingenuidad.
Lo reconozco: antes tú eras así, has cambiado muchísimo, pero cuentas sin inmutarte, como si tal cosa, que has ayudado a traer al mundo a centenares de negritos, cuando Karel te quería sorprender de verdad.
Creo, Frederik, que ahora lo has dejado muerto con tu golpe.
Pero, anda, cuenta algo de ti mismo, ¿vale?
Anna también mira, pero no dice nada.
No pregunta y espera.
Digo:
—Bueno, hijos, Hans y Karel oyeron algo al respecto.
Qué les (os) parecería si dijera que en plena noche, con la luna nítida como un cristal y llena en el firmamento..., con la esfinge a mis pies, quise escalar la “pirámide” con una escalera de mano y la “esfinge” me dijo: “Hay que ver, muchacho, ¿de dónde sacas el descaro de trepar, a mis espaldas y como si fuera chatarra, por lo más sagrado de lo más sagrado para mi vida y la tuya?
Estarías temblando y estremeciéndote si supieras por qué estoy echada aquí velando; te avergonzarías, llorarías hasta quedarte sin lágrimas y muerto y bien muerto de pobreza y miseria si supieras la tristeza que me causas.
Ay, chico..., vuelve a casa o tendré que castigarte”.
¡Y entonces salí por patas...!
Alguna vez lo conté de otra manera, pero uno no cuenta así como así lo más sagrado de su vida a otros que a fin de cuentas lo convierten en una broma.
¿Qué más tengo que contarles (contaros), hijos?
Se me concedió ver algo de esta tierra imponentemente hermosa.
Tenía el dinero para ello, lo tenía todo, y entonces ¿qué hace uno?
De verdad, yo estuve en la jungla, realmente vi como nacían los negritos, pero no son cosas que uno va contando por ahí, ¿no?
Honestamente, nunca antes vi a alguien que por dentro fuera completamente blanco, todo es negro en y en torno a nuestra vida.
Erica todavía no tira la toalla.
Pregunta:
—Pues sigue un poco más, ¿no, Frederik?
Concédenos esa diversión, entonces, nunca te pedimos nada.
—¿Qué quiere saber, señora?
—No empieces con “señora” o sales volando de aquí.
Quiero saber algo de ti.
Antes de que llegara René siempre te oía decir: “No soy más que un profano”.
Visto a posteriori resulta que vas por delante de todos.
No saben nada, Frederik.
¿Por qué seguiste tanto tiempo haciéndote el tonto?
—¡Lo sigo siendo, corazón!
—No lo eres, ¿verdad que no, Anna?
—Soy como soy, Erica y Anna, ¡estás o no estás!
¿Sabes una cosa, Erica? Lo que a la sazón llamabas conversaciones “cuerpo a cuerpo”, lo que para ti eran charlas cuerpo a cuerpo y para las que no encontrabas palabras, eso lo estoy viviendo yo ahora.
Estoy empezando a comprender lo que es.
Me lo enseñó el pequeño René.
De verdad, es un milagro.
—¿Cómo descubriste así de pronto que sabes hipnotizar?
—No lo descubrí, Erica.
El “hipnotismo” me vino encima, me llevó a actuar y a pensar.
Sigo sin conocerlo.
Pero creo que me llega justo cuando no quiero saber nada de eso.
Y eso me dice que es como si recibieras todas estas cosas a cambio de nada, como un regalo.
Pero sí es algo especial.
Sí, hay que ver lo que se nos concedió vivir.
Créeme: esto ya se me había olvidado otra vez.
Pero no sabemos para qué sirve, para qué podremos usar esas fuerzas alguna vez.
Mejor aguardo, a fin de cuentas es imposible adelantarte a ti mismo, todo se revela a tu propia vida a la hora propia y determinada.
Se me concedió ver y vivir muchas cosas.
¡Cielos! He de reconocerlo: algunas veces me pasaba un poco de rosca y entonces por lo visto para los demás ya no era posible seguirlo.
De verdad, casi era un médico, casi un mago, casi un yogui, y ahora espero convertirme en un “iniciado”, por mis propias fuerzas, como lo dijo una vez mi querido Ra y me llegó por la “esfinge”.
Deberías haberlo oído cuando corrió por aquellos labios ese ‘Vaya, vaya, muchacho’.
Igualito como es capaz de hacerlo René cuando oyes su “hermoso”, si pudieras te beberías al chico, Erica.
Te quedas mirando en un mundo que nunca antes viste: Dios mío, hijos, pero qué felices que somos.
Le oí decir “Qué hermoso”, créeme, nunca antes lo oí, fue una consolación, ya nada improbable, sino sobrenatural y consciente, tal como los seres humanos todavía no lo conocemos.
¡Una simple palabra te pone en llamas y estarías dispuesto a subirte a la hoguera!
Sí, claro, te parezco exagerado, pero te digo: era igual que un espacio de tan hueco, de tan abombado, de tan ingeniosamente que pronunció la palabra y que salió de su boca.
Yo para mí soy feliz con todo lo que me regala.
Ahora ves que todavía hay otras cosas que viven en él.
—¿Quién es ese Ra, Frederik?
—¡Deberías avergonzarte, Erica!
Tú deberías saberlo.
—Se me olvidó.
—Es una deidad egipcia.
—Vaya, pero ¿qué se te perdió a ti allí, tan lejos?
Frederik, ¿también tiene que ver algo con eso René?
—¿De dónde sacas eso así de pronto?
—Pensé: ‘Tiene como de esos síntomas egipcios’.
Alguna vez ya he leído sobre eso.
O sea, lo que quiero decir son las cosas de esos sacerdotes.
Ya me adelanto a decirte que no me gustan esos cuentos.
—Al oírte hablar así pienso en esa esfinge.
Uno diría que sabes algo de eso, pero no es así, yo tampoco soy más que un profano en esto.
—¿Ves, Frederik? Así eres siempre.
¿No es cierto, Anna?
Creo que tú tienes un complejo de inferioridad.
Tú eres el polo opuesto de Karel.
Karel quiere sobresalir en todo, tú te acoquinas por una sola palabra y entonces haces como si no entendieras ni papa, pero luego, con esas mismas cosas, a cualquiera lo dejas tieso.
Eso no me parece bien, Frederik, no tienes que encogerte en exceso, no dudes en dar la cara.
Ya sabes cómo lo queremos decir.
—Yo soy quien soy, Erica, no soy capaz de otra cosa.
—No es cierto eso, Frederik.
Tienes talento para mil cosas, Karel tiene razón: tenías que haberte hecho médico.
Contigo la ciencia ha perdido a un genio, creo.
—Vaya, vaya, hay que ver lo cabal que eres.
Cualquiera se creería que tienes razón.
Médico, ¿yo?
Ya me estoy viendo, me estrellaría a cada segundo.
—Eso no te lo crees más que tú.
Te regocija callarte durante años lo que podrías decir en este mismo instante y lo que a los humanos nos sería útil.
Pero no lo haces.
¿Es bueno eso, Frederik?
No creo que te estrellarías, sabes pensar.
¿Qué habría sido de nosotros si no hubieras estado tú?
Habríamos vivido muertes y tragedias.
Con Karel era imposible llevar las cosas.
—¿Tendría que haberte contado yo con antelación todas nuestras miserias?
¿No hemos visto los osos pardos, los chacales, las serpientes?
¿Debería haberte atiborrado con todas estas desgracias?
¿Debería...?
—Ya déjalo, Frederik, tienes razón.
Pero podrías abrirte más, podrías contarnos más cosas sobre tu vida, ¿no?
Has estado en todas partes, nosotros no.
He de reconocer que estábamos enfrentados sin saber qué hacer.
Yo me había derrumbado.
Pero ¿dónde estamos ahora, Frederik?
En realidad, ¿en qué punto de nuestro viaje estamos?
—Creo que acabamos de dejar atrás la jungla, hijos míos.
Ahora nos espera un recorrido por el desierto a lomo de camello.
Eso tampoco es tan sencillo.
Allí puede hacer un calor de mil demonios, pero por las noches estaremos echados viendo la luna, soñando, viviendo cosas milagrosas y seremos uno con la noche, con la vida, con lo inconmensurable, de lo que formaremos parte.
Entonces oiremos cuentos de hadas, que escucharemos como niños.
Veo a Anna sentada bajo aquel árbol, y a ti con la espalda apoyada sobre la de Karel, pero muy por encima de nosotros oímos el trinar de un pájaro, el animalito nos lanza sus sonidos y dice:
“Bebe mucho esta noche, mañana te espera un viaje cansado”.
Vamos caminando por el desierto, miramos nuestras propias sombras y solo ahora sentimos lo poderosamente hermosa que es la vida.
Allí voy cogiendo —pero ya sé que no te lo vas a creer— margaritas y violetas, nomeolvides, con las que les (os) hago dos coronitas que les (os) pongo en la cabeza.
Ahora soplo un poco, genero una brisa apacible, en el fondo voy besando a todos hasta que se queden dormidos y doy gracias a Él, allí arriba, por todo en mi vida.
Creo que entonces no dormiré, tantas son las cosas sobre las que reflexionar.
El árbol nos tiene naranjas: la fruta con la que puedes saciar tu sed y para la que está abierta tu vida interior.
Si ahora sientes latir tu corazón, sabes que el beso humano anda sobre pequeñas sandalias y que puede explicar proverbios.
Aguardo unos instantes.
Erica dice:
—¿No le soltarías una a este tipo, Anna?
Yo continúo, quiero elevar estas dos almas hasta lo infantil de mi ser para que vean las nomeolvides delante de ellas.
—El guía, Erica, que está con nosotros, lo he contratado temporalmente al rey de Egipto.
Al hombre le dieron una vez —pero eso tampoco te lo vas a creer— la medalla de oro por llegar tarde a casa.
Una vez estuvo desaparecido durante dos semanas, pero este hombre volvió a aparecer y preguntó qué era lo que en realidad pasaba.
¿Por qué se habían preocupado tanto? ¿No era un hijo de Amón-Ra?
Él también poseía fuertes poderes mágicos.
Fue él quien hizo que una paloma invisible llegara a tener vida material.
Esa paloma, que así, sin más, obtuvo la vida por sus manos, regresó entonces volando al mundo habitado para llevar su nueva, porque allá se pensaba que se habían levantado terribles tormentas que impedían que avanzara.
Y había tormentas, tan intensas, incluso, que el desierto entero se convirtió en un agitado mar.
Ya sentirás que esto es aún peor que sobre las aguas.
Ahora ya no tienes ningún asidero: ante tus ojos el único riachuelo que tienes para beber queda transformado por arte de magia en un lodazal, y allí estás.
No hay nada líquido, estás muerto de sed y no puedes saciarla.
Cuando tienes que vivir esas horas desesperadas, entonces, créeme, sí que empiezas a pensar un poco de otra manera.
Lo que hace unos instantes eran todavía nomeolvides ahora se ha mutado en los aullidos de una rata del desierto.
Y no veas cómo pueden aullar, es infernal.
Todo el mundo se aferra a los demás y ahora ya no sabes que estás vivo.
Ya lo estarás sintiendo: el rugido de semejante tormenta te enloquece, pierdes la vida, estás delante de la muerte, que te dice:
“Y ahora ¿qué quieren, gritones?
¿Lo ven? Basta que me deje oír un instante, que me deje ver, y ya enmudecen los fanfarrones, temblando de miedo.
De verdad, qué risa me dan sus (vuestros) cuentos humanos.
Pero echaré un poco más de leña al fuego: ahora quiero acabar de una vez por todas con sus (vuestras) palabrerías, con ese pavoneo, con ese yo altanero, los (os) aplastaré.
¿Oyen (oís) mi chillido?
Fue mi risa por ustedes (vosotros), gritones”.
Ahora es como si la gente, hombres y mujeres, se hubiera vuelto loca.
Pero llegó el guía y dijo:
“¿Qué quiere ese canalla?
¿Qué quiere ese hombre?
¿Qué cree ese ser humano corrompido que va a poder hacer ahora?
Miren (mirad), hijos, de un solo golpe lleno sus (vuestros) corazones de alegría y felicidad”.
Y así sucedió.
Extiende la mano y, mira: silencio, paz, la gente yace bajo los árboles y está mejor que nunca.
Todos están soñando, son cariñosos entre ellos y son tan felices que se comerían unos a otros.
Semejante guía, es un ser humano, ¿o no?
Y sin embargo, ¿viste su máscara?
¿Viste su voluntad, su rostro?
Pero en ese instante regresó su palomita.
Llama al animalito y lee el mensaje que le dieron también para él.
Todavía se lo oigo decir.
—¿Qué oíste, Frederik?
—Dijo: “La fe, la esperanza, el amor: contienen absolutamente todo lo que Él creó.
Pero ¿y si lo pateas?”.
—¿Eso es todo? —pregunta Erica.
—¿Todo?
¿Hace falta algo más?
Nosotros lo entendimos al instante.
Si vas pisoteando todos esos asuntos sagrados, hijos, entonces te pisoteas a ti mismo y todo lo que es Suyo, gracias a lo cual recibiste la vida.
Mejor te lo digo: lo que pensábamos estar oyendo es justamente lo que él se guardaba para sí mismo.
Ahora habíamos delatado su secreto, porque unos casi ya estaban matando a los otros para beberse lo poquito que quedaba.
Entonces sentí: a ver, pisotea la fe, la esperanza y el amor, y verás que quien sucumbe eres tú.
Quería hacernos sentir que no tienes confianza ni fe ni esperanza; nuestra mirada choca contra una máscara, que es la muerte, pero con la que juega a las cartas y encima ganando siempre.
Y esa era su palomita.
—¿Qué clase de persona era esa, Frederik?
Y ¿quieres hacernos creer que viviste una travesía del desierto durante semejante tormenta?
—¿Lo ves? No me crees de todas formas.
—Oye, pues, mira, Frederik, si tenemos que creernos todas esas cosas, habrías tenido no menos de mil años, tantas cosas son.
—¿Ves? Sus (vuestras) vidas van atrasadas.
Yo estuve con esa pandilla que entonces experimentó una de las tormentas más duras, que vivió una de las más duras que jamás se vivieron en la historia.
Desde hace tanto que ya lo conocía.
Nos habíamos conocido en la corte egipcia.
Yo iba de camino a comprarle a Su Majestad verdura que no estuviera enlatada.
Una verdura que protegiera de la peste, del cólera y cosas así.
Para eso tuve que hacer ese viaje.
¿Nunca oíste hablar de los mensajeros del Señor?
—¿Nos estás tomando el pelo, Frederik?
—Y dale, siempre lo mismo.
No son (sois) capaces de escuchar.
Cuento la sagrada verdad y no son (sois) capaces de creerme.
Me piden (pedís) que cuente algo de mi vida y cuando lo hago ... ¡mentira cochina!
—Sigue, Frederik, no es lo que quería decir.
—Pero me sacas de mi sueño, Erica.
—O sea, al final ¿una fantasía?
—¿Una fantasía?
¿Es que no es un sueño semejante viaje?
¿Lo llamas una fantasía cuando las tribus salvajes van vagando a tu alrededor para asesinarte?
—¿Es cierto eso, Frederik?
—Tan cierto como que estoy sentado aquí.
—Y ¿qué es un mensajero del Señor?
—Un emisario...
Erica, ¿nunca oíste hablar de ellos?
—¿Así que fuiste un emisario?
¿Un emisario?
Dios mío, qué interesante.
A ver, ¡cuenta!
Pero estás hablando de Su Majestad, ¿no querrás decir que fuiste mensajero de Guillermo III?
—Ahora sí que me haces reír.
Pero esto me dice que no me tomas en serio.
¿Cómo lo ves tú, Anna?
—Yo sí, Frederik, creo todo lo que dices.
—Gracias, Anna.
Era mensajero e iba a comprar verduras para Su Majestad.
Bien es verdad que dije “rey”, pero eso no significa nada.
Tampoco hace falta saberlo todo.
A veces tergiverso las cosas para que de todas formas sigas con otros asuntos, y, seamos honestos, a lo poético no le disgusta nada ponerse algo nuevo.
—Eres un escritor nato, Frederik.
¿Están todas esas cosas en nuestro cuaderno de bitácora?
—¿Lo ves, Erica? No sabes escuchar.
Cuando te digo algo es tu propia alma la que piensa, y no debe ser así.
No tienes que apartarte de la historia, de los sucesos.
A ti qué más te da que se trate de un rey o de una reina.
Iba a por verduras enlatadas y las iba a encargar por allá, por lo que tenia que atravesar el desierto.
Toda esta historia ya está pareciendo una ensalada... qué quieres que te diga.
¡Ya perdí el hilo!
—Qué lástima, Frederik, ¿por qué no lo intentas otra vez?
Mantendré cerrada la boca, el pico.
Anda, sigue.
—Yo era el mensajero del Señor.
La paloma que regresó traía el mensaje de que yo debía cambiar de planes y partir de inmediato a las Islas Canarias.
De allí debía ir a China y Japón.
Tenía que aprovechar la primera parada u oportunidad de separarme del grupo y proseguir el viaje enseguida.
Había además un escrito de mi jefe, que me enviaba a una misión de espionaje, como si dijéramos.
Y eso no me daba la gana.
Resumiendo, no fui a China ni a Japón, bueno, sí que fui allí, pero para divertirme, por cuenta mía.
Pensé: ‘Que les (os) dé un ataque de risa, allí en tierra firme, beban (bebed) ese buen vino, pero yo voy a mi aire’.
Continué mi marcha con nuestro guía y aprendí mucho de él, porque día y noche iba montado a su lado sobre nuestros camellos.
Y entonces me habló de su paloma, que era invisible.
Y dije:
“Pues me servirá entonces como pantalla.
Porque esto no es un verdadero mensaje, ¿no?
“Vaya”, dice, “¿eso piensas?
¿Sabes quién soy?
¿Sabes de lo que soy capaz y por qué me entregaron el mando?”.
Dije: “Bueno..., ¿podría decírmelo?”.
—Pero, Frederik, es que ¿entendías a ese hombre?
—Hablábamos en inglés... él lo hablaba como su propio árabe.
Y entonces me dijo:
“Estimado Frederik, ¿nunca oíste hablar de Ra, Re e Isis?”
¿Nunca oíste hablar de la Esfinge?
¿Ni de la pirámide de Giza?
“Claro que sí”, dije, “leí muchas cosas sobre ella”.
“Pues bien, ¡soy yo!”.
“¿Eres tú?
¿Tú eres Giza, la Esfinge, Isis, Ra, Re y todas esas diosas de aquellos tiempos?”.
“Yo soy...”, dijo con orgullo y engreído, y entonces también yo creí que me la estaba pegando.
Y en ese instante dice:
“Vaya, ¿eso piensas?
¿Crees que te estoy contando cuentos?
¿Eso piensas?
Pues mira esto, Frederik”.
Extiende la mano con el brazo tendido.
‘Dios mío’, pensé, ‘qué poderoso es ese hombre’.
En su mano yace el Loto egipcio.
“¿Ves eso, Frederik?
Esa sí que es mi diosa.
Tengo miles de años.
¿Quieres ver mi amor?
¿Quieres ver mi felicidad?
¿Quieres saber quién soy?”.
“Me encantaría”, dije.
“Pues ¡mira!”.
Y entonces vi a su alrededor todo el Antiguo Egipto.
Vi templos y edificios, entrábamos y salíamos.
En ese momento me encontraba asistiendo a una reunión de los sacerdotes, que yacían postrados, con toda la sencillez del mundo, ante los pies de la diosa y que recibían lotos.
Vi delante de mí a esa Reina.
Y él... este ser humano, estaba sentado a su lado sobre un maravilloso trono.
Y alrededor del trono, animales salvajes que lo obedecían a él y a la diosa, como perritos falderos.
Entonces oí cánticos y cuando eso terminó les dieron su comida y bebida.
Saboreé un vino delicioso, aromático.
“Quien quiera seguirme”, dice la diosa, “que coma y beba de esta materia”.
Nunca he alcanzado a descubrir si esto tenía que ver con lo que dice la Biblia.
Después salimos.
La luna estaba en su zenit, y llena como jamás la había visto antes.
Roja como la sangre.
La diosa dijo:
“Oh, felicidad mía, ¿dónde hemos nacido?
Llego a sus pies.
Me desvisto, porque quiero ser como usted.
Madre..., madre: ¿puede usted animarme?
¿Se me concede preceder a los demás sobre el camino de usted?
El avance para mi vida recibirá entonces la observación bendita de usted”.
Se arrodilla y se sume en un profundo sueño.
Los demás siguen.
Y ¿qué veo...? Vuelvo a verlos tan pequeños como maripositas.
Tienen hermosos colorines, como suele decirlo René, revolotean y visitan la pirámide, la esfinge.
Ascienden, van trepando esa pirámide, quieren entrar a la habitación de la torre, allí donde empieza y termina la vida, aunque no haya principio ni fin.
Eso lo conocen, saben que enseguida se desprenderán de lo material.
Veo que las maripositas se van haciendo cada vez más grandes, es como si fueran personas.
Y ahora veo que es así.
Entonces nuestro guía dijo:
“¿Me ves todavía, Frederik?
Mira allí, ¡me estoy convirtiendo en mí mismo!”.
Y lo vi a él.
Hermoso, poderoso, en una túnica como no había visto nunca antes, destellante, poderosa.
Dice: “¿Ya lo sabes?”.
“Lo sé, pero en realidad ¿qué eras allí?”.
“El Rey, Frederik”.
“Y ¿quieres demostrar con esto que eres eterno?
“Los seres humanos somos la eternidad, Frederik, pero no hay que querer poseerla”.
“Eso no lo comprendo”, dije.
“Es muy natural, Frederik.
Aquello que yo era allí lo sigo siendo.
Pero cuando entro en aquello que ahora en el fondo ya no soy me encerrarán y seré un anormal”.
“¿De dónde sacas esta sabiduría?”.
“Tú también la posees, Frederik.
Vive en cada ser, tienes que despertarla”.
“Si quieres ayudarme: ¿Como?”.
“¡Sigue siendo un niño, Frederik!”.
Verifica absolutamente todo lo que se ha creado.
Yo conseguí que me pusiera a volar.
Créeme, la palomita ¡esa soy yo!
Solo fui a ver si había algún mensaje para mí.
Soy capaz de hacer eso, pero tú también puedes hacerlo, es capaz de hacerlo un cuervo llanero si tienes la fe, la esperanza y al amor para serlo”.
Pero ya basta de hablar de esto o ya no llegarás nunca hasta allí, y eso te partirá el cuello, Frederik.
Yo he perdido miles de esas cosas valiosas.
Y aun así sigo existiendo”.
Y entonces se blindó completamente frente a mí.
Hiciera lo que hiciera, ya no le salió ni una sola palabra de la boca.
Cuando hubimos completado nuestro viaje y nos íbamos a separar, y mi camino me conducía a otra parte y él tenía que regresar con una nueva caravana, todavía añadió:
“Regresa a tu país, Frederik, y enseña a los buenos de espíritu, para que también tú vivas lo que está abierto.
Mi corazón y mi alma te saludan.
Podrás contar conmigo en las horas de peligro.
¡No lo repartas! ¡No entres en ello! ¡Si no, no llegarás nunca!
Y no olvides nunca esto: ¡Es el Loto!
Él te puede brindar todo esto, pero póstrate a sus pies.
Solo cuando te llegue la palabra, Frederik, podrás escalar la pirámide.
Y cuando oigas que te llega la palabra escucha bien entonces.
Has de saber entonces: ¡Es la Esfinge!
¡Ninguna otra cosa!
Adiós, amigo mío, adiós, ¡ya nunca más estaremos solos!”.
Quiso marcharse, pero todavía le pido:
“Házmelo ver, házmelo saber”.
Enseguida adoptó aquello en lo que yo estaba pensando.
Me tomó de la mano, manteniéndola agarrada en la suya de forma especial, dio unas vueltas más conmigo y dijo:
“Si la ‘luz’ es vida, Frederik, y sientes que todo en nuestra existencia es amor, llegará a tu corazón y lo sentirás.
Entonces ya no te cabrá duda...
¡lo sentirás!
Y ahora vete o te quedarás dormido”.
Menudo lerdo que soy...
Menuda cebra que soy, menudo burro.
Dios mío, podría darme una buena tunda a mí mismo... pero menudo bicho que soy.
—¿Qué te pasa, Frederik?
—Nada, sería capaz de pegarme una buena paliza.
—¿Por que? Con lo hermoso que es todo lo que nos cuentas.
—No lo es, hijos.
Se me acaba de ocurrir algo, solo ahora.
Hay que ver qué lelo soy.
Pero qué pobreza, qué instinto de perro.
Cómo es posible.
Pues claro que Dios diga: “¿Ustedes? (¿Vosotros?)
Ni estando encima se enteran (os enteráis) todavía.
Soy un pedazo de miseria, por si a alguien le interesa saberlo”.
—Pero ¿qué te pasa, Frederik?
—Nada, hijos, nada, pero lo tendré en cuenta.
¡Soy un lerdo!
Dios mío, pero ¡qué zopenco que soy!
No oímos entrar a Karel, que ha estado escuchando todo este tiempo.
Dice:
—¿Quién era ese, Frederik?
¿Describes todo esto?
—Yo también ya se lo pregunté, Karel.
Es asombrosamente bello.
Lo que no haría yo por eso.
Y ahora quiere darse a sí mismo una paliza.
¿Eres capaz de entenderlo tú?
—¿Quién era, Frederik?
—Mi ángel de la guarda, creo, Karel, pero ya nunca más volví a ver esa vida.
Karel ríe, Erica está furiosa porque cree que quiero volver a romperlo todo y que me acoquino.
Pregunta:
—Frederik, ¿era capaz ese hombre de detener una tormenta?
Karel vuelve a mirar, piensa: ‘¡Cómo se ha vuelto a pasar de rosca!’.
Se sienta y escucha.
Cuando sintonizo con su vida huelo una muerte.
Es un aura negra, que se me hace sucia y que da una impresión babosa.
“Hay que ver qué muerte”, me sale de la boca.
Karel ya lo comprende.
Erica, ahora también y le pregunta:
—¿Ya estamos, Karel?
Karel asiente con la cabeza...
Ella me vuelve a preguntar:
—¡A ver! ¿Qué nos dices, Frederik?
—En verdad, Erica, extendió la mano y la tormenta cesó.
Pero no como imaginamos nosotros, ¿entiendes?
La paralización de la tormenta sucedió desde dentro.
Y ya no hubo tormenta, ni siquiera la hubo nunca, él te daba fuerza y vigor, la fe, la esperanza y el amor para ti mismo.
Y entonces es que hubo silencio y pensábamos en algo completamente diferente.
—Karel, ¿sabes que Frederik hizo una travesía del desierto y que fue un emisario del Señor?
—Pero ¿qué tonterías has vuelto a contar esta vez, Frederik?
—¿Tonterías? —espeta Erica—. ¿A eso lo llamas tonterías?
Pero si tendrías que haber escuchado la historia.
Frederik era mensajero de Su Majestad.
Karel suelta una carcajada.
—Es que tú, Karel..., tú no te crees nada.
Pues ¡cuéntaselo, Frederik!
Si es por nosotros, que lo cuente otras diez veces, ¿no, Anna?
Cómo sabe contar este hombre.
Karel, deberías haberlo oído.
Frederik es igual que un príncipe oriental.
Oh, la de cosas que aún viviremos.
—Si te digo... —respondo brevemente— que pasé cuatro días y noches, y ahora escúchame bien, porque esto es mucho más interesante que tu diabetes que desapareció, que pasé cuatro días y noches con un auténtico sultán, y que ese hombre me mostró todo lo que tenía, de arriba abajo, hasta a sus damas del harén, entonces no lo creerás, reirás, te encogerás de hombros.
Te lo juro.
¡Un tiempo como ese no lo olvida nadie! ¡Jamás!
Ahora Karel está a mis pies.
Creo que lo maté de un golpe.
Ya no puede conmigo, ya no sabe qué hacer, pero dice:
—Si me dices, Frederik, que eres el Sultán de Marruecos... te creo a pies juntillas.
Vamos, hombre, para ya, o te meto una inyección.
Erica y Anna acuden en mi ayuda, Karel, como siempre, es incapaz de encajar nada, creo que el diabético se esfumó.
Y justamente bajo sus manos, algo que nunca soporta.
Erica dice:
—Vaya, Karel, vuelves a aguar la fiesta, pero ¿por qué lo haces? Estamos viajando tan a gusto.
Siempre echas a perder todo, qué perdición.
Deja de hacerlo ya.
—No te alteres, hija, ¿Frederik y las damas del harén?
No me hagas reír, esto parece un circo.
Tú es que te lo crees todo.
Frederik atravesando el desierto: pero ¿es que aún no lo conoces?
Seguramente que fue a (la ciudad holandesa de) Rijswijk..., como esa noche suya a la pirámide.
Karel está triste.
¡Este es el verdadero Karel!
Por dentro está reventado de tristeza.
Bueno, tampoco es realmente eso, más bien se ha sublevado.
Está chocando con sus enfermos, con su tarea como médico.
Los oye gritar: “Pero ¿de qué van a servir tus remedios chapuceros!
Búscate la vida tú mismo, ¡yo me voy!
¡Son (sois) unos chapuceros!”.
Lo podemos leer en su máscara.
Tendrías que verlo ahora, es como un náufrago.
Pero este es su mejor yo, está desnudo ante la muerte, aunque también es pobreza.
Le digo:
—¿Lo ves, Karel? A la hora de la verdad, los seres humanos no sabemos más que presentar notas vacías.
Eres igual que Hans: saltar a la mínima, contar cuentos, eso es lo que saben (sabéis) hacer.
Acompañar los cadáveres de notitas a las que uno jamás obtendrá suficiente respuesta.
Estás impotente y eso es algo que justamente no quieres.
Quieres tener las riendas sobre la vida y muerte.
Ya los (os) veo, cielos, la que armarían (armaríais).
Está bien que no se haya llegado hasta ese punto, si no, pobres de nosotros, el erudito ya no nos dejaría vivir, harías lo que te diera la real gana.
Pero hasta allí no hemos llegado todavía.
¿Pensabas poder luchar contra una muerte?
No has de privar al ser humano de la muerte.
Va siendo hora de que entiendas que es necesaria.
Hay que ser capaces de prever una enfermedad en su conjunto.
Has de saber lo que puedes hacer por un enfermo y lo que no es posible, Karel, así nunca dejarás de ser quien eres.
No mantienes reservas para tu existencia, tú quieres todo o nada, pero aquí hay que saber plegarse.
Ya estarás sintiendo lo que quiero decir.
Lo que tú quieres es darte postín.
No eres capaz de aceptar que un ser humano se esfume bajo tus manos.
Déjame que maneje yo ese martillito tuyo y te diré cuánta vida poseen aún tus enfermos.
Lo que tú oyes es el sonido material, pero ¿por qué no escuchas aquello que puedes sentir y auscultar interiormente?
Entonces lo verás de otra manera.
Es por esto que ya no eres capaz de creer historietas.
Tus risas ahora tienen diabetes.
Ya no tienes sentido común, pero yo y otros te contamos cuentos.
La alegría infantil no te dice nada.
Pero lo sabemos, Karel: tu amor inmaculado te deja tirado, desequilibrado.
Ánimos, Karel, tienes que ver las cosas de otra manera, tienes que verlas como son.
Ya sé: muchos de ustedes (vosotros) libran (libráis) una y otra vez una lucha de vida o muerte, pero es que eso es necesario.
Eres un médico demasiado bueno.
Karel se queda pensando, pero un poco después suelta:
—Tienes razón, Frederik.
No quiero perder la vida, un enfermo tiene que mejorar, sí o sí, pero entonces te encuentras ante esa máscara.
Antes eso me daba igual, no me afectaba.
Ahora me quedo destrozado, meses antes ya atravieso la muerte, los enfermos te persiguen y eso te deja hecho polvo.
Pero todo ese trabajo, todo ese ajetreo no sirve de nada.
Nunca puedes estar seguro... jamás, quien sí lo esté es un iluso desmesurado.
Confieso honestamente que todo está suspendido en el espacio.
Quisiera no haberme metido en esto nunca.
Ya estoy hasta las narices de esas eternas recetas médicas.
—Eso es una mentira, Karel.
No hablas con sinceridad.
Lo eres o no lo eres: tú lo eres al cien por cien.
Eres capaz de dar la vida por un enfermo.
De lo que antes no eras capaz, ahora sí lo eres.
O ¿no lo crees?
Porque nosotros vemos cómo ha cambiado tu vida, ¿no es cierto?
Antes..., sí, antes eras un bruto, un veterinario.
Ahora sí que eres un médico, ahora estás con el enfermo ante los problemas.
Hablas con tus hijos, les cuentas sobre tu propia vida, los apoyas.
Antes los enfermos se te iban, Karel, no necesitaban tu dureza natural, no querían ese vacío.
Y ¿ahora?
Ahora sí que te ven como un ser humano.
Ahora eres un médico como tiene que ser, antes eras un fanfarrón.
Antes los corazones los hacías pedazos, rompías fenómenos enfermizos, pero te olvidabas de que eran seres humanos quienes los vivían.
Antes te ocupabas de echar a la gente a patadas en tus lodazales, te divertía tremendamente verlos salir de nuevo completamente embarrados.
Pero normalmente tú ya habías desaparecido mucho antes.
Ahora eso ya no lo haces, ves, sabes que puedes amar a las personas y que un ser humano ¡no es una vaca!
¿Quieres hacer comparaciones?
Bien, nosotros también podemos hacerlo.
Y todo esto habla a tu favor, has cambiado para bien, gracias a Dios.
Tu mejor pártete el cuello, Karel, da la vida por tus enfermos, adelante, dales vida y alma, y si hace falta hasta llévales flores, aunque eso les dé risa, ¡el cielo sabe cuál es tu intención!
Preferimos mil veces verte así a que se te vayan los enfermos, a otro, porque el doctor Wolff sea un veterinario.
¿Se te olvidó todo eso?
¿Es que no vas a ser capaz nunca de ser ingenuo como un niño?
¿Crees que así perderías tu personalidad?
Te apuesto —diez mil florines contra uno— que si preguntáramos a tus enfermos: “Y ¿qué les parece ahora el doctor Wolff? ¿Cómo era ese de unos años atrás?
Y ¿quién desea que acuda a verlo?”.
Te aseguro, Karel, que las flores dadas con amor y gratitud, la alegría humana y la felicidad que recibes de tus enfermos valen más que un pequeño castillo, que centenares de miles de florines, si quieres que te diga lo que pienso.
Tienes que servir ahora, Karel...
A mí me hubiera encantado ser médico... aunque solo fuera para apoyar esos corazones enfermos, para hincharlos con mi propio fluido sentimental, con amor, con una palabra cariñosa.
Ahora me alegro de no serlo, porque igual que tú no soy capaz de aceptar eso de estrellarse una y otra vez.
Sin embargo, ha de ser así... ahora lo eres y harás lo que se pueda, ya no te queda más remedio.
Pero te aseguro: más tarde, dentro de años, lo verás de otra forma.
Tú eres capaz de hacer cosas grandes, Karel.
¡Los médicos están hechos de esta madera!
Me quita la palabra y dice:
—Cuentos...,
Frederik..., me das demasiado, yo no soy así.
—¿Ves, Karel? Esta es la parte falsa de tu propio carácter.
A veces arrinconas a todo el mundo, entonces eres justamente tú quien quiere aplastarlos, superarlos, y un rato después quieres hacernos creer que no te gusta esa soberbia.
Sabes muy bien lo que quiero decir y cómo eres, ¡qué diablo!
No creo que tú estés en busca de futilidades, que aceptes piropos, pero no pienses que nosotros creemos que a ti no te agrada que tu personalidad esté perdiendo toda esa mentalidad rústica.
Estás trabajando en ti mismo, lo sabes y quieres hacernos creer que no es así, pero lo succionas de entre nuestras costillas.
No estás esperándolo, pero se te nota lo melifluo.
En el fondo quiero decir otra cosa.
Tú quieres superar a la gente, yo no, prefiero dar diez pasos hacia atrás, pero tengo el don de no olvidar nada, y además de eso el de esperar mucho tiempo para luego disparar mis flechas, que una y otra vez están apuntadas con pureza.
Por cierto, esas pruebas te las di a millares y cada vez de nuevo vuelves a caer.
Pero mis intenciones son buenas, soy honesto, es mi naturaleza infantil la que me conduce, siempre de nuevo, hasta la armonía humana y natural, porque de lo contrario no habríamos aguantado juntos aquí ni un día.
Pero tú eso también lo tienes, Karel.
Aunque no soportes que se vea esa infantilidad.
Siempre lo alejas de ti a patadas, pero entonces ¡vemos una máscara errónea!
No sales de detrás de ella, desde allí nos disparas a nosotros y a la gente, y te lo pasas en grande cuando no saben quién eres y lo que de hecho quieres.
Pero ¡ya te vamos conociendo!
Pero te digo: así eras antes, ahora los papeles han cambiado, has empezado a pensar de otra manera.
Tu contenido vital está empezado a tener un orden.
En tu carácter vemos naturalidad, instinto de paisano, amor.
Eres tú mismo quien exige que esto vaya evolucionando para tu personalidad.
¡Ya no das tantas patadas!
De vez en cuando echas rayos, pero después, no obstante, bajas la cabeza.
No es mi intención leerte la cartilla, pero ¡así es!
Continúa, Karel, no te estrelles contra la muerte, al final, quieras o no, ¡se saldrá con la suya!
Tienes que intentar conocer esa máscara.
Cuando la sientas y la lleves por dentro pisarás tan firme como tú quieras.
Entonces ya no habrá pobreza, dirás a tus enfermos: “Adiós, saludos a los demás que los (os) precedieron, díganles (decidles) que yo también vendré luego para presentar mis notitas vacías, las flores son para el altar universal, donde tú mismo dirás misa!”.
Erica se me echa encima y me besa.
Karel esboza una sonrisa socarrona... ha vuelto a ser vencido.
Erica todavía no se ha olvidado de mi historia.
Ahora pregunta:
—Vamos, Frederik, sigamos ya.
Cuéntanos de ese harén.
Lo decías en serio, ¿no?
Continúa, Frederik.
—No quiero tener nada que ver con esos líos, Erica.
Solo me costaría mi descanso nocturno.
—Pero estuviste, ¿no?
—Claro, estuve y bien metido.
Oh, si hubieras visto esos ángeles.
Cielos, cuando pienso en todos esos cojincitos para dormir de las damas.
Miro hacia Karel.
Sus morros reflejan vacilación y burla.
Es otra máscara que hace unos instantes, pero ahora veo: majaderías..., iluso, ¿qué quieres?
Pero sigue, no hay problema, a mí también me gustan las juergas de vez en cuando, puedes contar las cosas más absurdas, te escucharemos.
Lo que siento no es agradable, pero sabemos cómo es.
Pienso: ‘Ya verás, tú, ya te la haré pagar y entonces te noquearé”.
Erica se parte de risa.
Karel tampoco pudo evitarlo cuando hablé de los cojincitos.
Creo más bien que solo se ríe porque siempre lanzo expresiones de esas, de mi propia cosecha.
Mis comparaciones y observaciones adquieren esencia y significado, lo cual era antes para mí una barrera, porque entonces solía empezar a tartamudear.
Ahora eso es cosa del pasado, por fortuna, y una historia de esas sale volando de mi boca, sin más.
Aunque lo diga yo mismo: sé conectar las cosas.
Soy capaz de que las cosas se cuenten a sí mismas, te ves a ti mismo en ellas.
Asistes a su acontecer, tienen color y contorno, infundes animación a una palabra de esas y la colocas justo donde menos se espera, pero en esos momentos vapuleas una sociedad hasta dejarla hecha añicos...
Esto ahora no encaja del todo, me suele salir redondo y entonces todo marcha sobre ruedas.
De modo que no soy un narrador nato, sino un seguidor nato...
Sigo las cosas y entonces tienen algo que decir.
En fin, ya me conocen un poquito.
Erica espera con impaciencia y se aferra a ese harén, como mujer quiere saberlo todo al respecto.
Ahora estoy seguro de que Karel piensa que solo digo tonterías.
Se siente otra vez engañado...
Mi relato está a medio camino entre la verdad y un farol.
Para él soy ¡un Von Münchhausen, un Papá Piernas Largas, un Don Fiasco...!
Pero ya se enterará.
Erica vuelve a pedir:

—Ahora, ¿no, Frederik?
¿Vas a continuar?
¿Llevan bonitas faldas esas mujercitas?
—¡Vaya que lo son!
—Y ¿eran guapas las mujeres?
—¡Desde luego!
—Y jóvenes, claro.
—Sí, eso naturalmente es una condición.
Eran increíblemente jóvenes.
No todas, entiendes, un soberano de esos quiere un poco de todo.
También las vi mayores.
Y, naturalmente, gordas y flacas, delgadas y largas, pequeñas y grandes, pero allí vi reunida la flor y nata.
—¿Las había negras, morenas y blancas, Frederik?
—Las vi de todos los colores, Erica..., colores preciosos: de un rojo albaricoque, con un increíble verde aterciopelado en los ojos, también con lo que clamaba al cielo, vi allí nuestro gran diccionario representado por mujeres, almas, productos de la naturaleza asombrosos, ¡ante los que te arrodillarías y cometerías miles de pecados, así de terriblemente hermosas eran!
—A ver, cuenta más, Frederik.
Todas las nacionalidades juntas, claro.
A Karel también le está empezando a gustar ahora.
Anna brilla desde su rinconcito y me considera un adonis.
Ay, esta Anna.
Puedo y se me concede fantasear para ella cuanto quiera, cree todo lo que le digo, lo cual le agradezco, aunque diga las mayores sandeces; si sigue aceptándome ¡iremos creciendo el uno hacia el otro tan a gusto y luego seremos flores de un solo color!
Pero aquello Karel no lo sabe, tampoco Erica entiende de eso, ella es muy diferente a su vez.
Ahora respondo:
—Vi bellezas árabes, italianas, francesas, egipcias, y estas eran por así decirlo las flores del Nilo, que le habían costado un ojo de la cara.
Vi a una sola niña holandesa, no te lo vas a creer, pero es la verdad.
Me contó que él cuidaba de esta hermosa vida, que la educaba por separado, porque la había rescatado de la calle.
—Y ¿cómo era esa chica, Frederik?
¿No echaba de menos Holanda?
—No lo creo.
Estaba demasiado bien allí.
Pero, claro, yo no he podido ver dentro de su corazoncito.
Solo la vi brevemente, había tanto que ver allí.
Por educación no quise preguntar dónde la había recogido.
Sin embargo, dejó caer que más tarde esta niña sería libre, pero que sí que tendría que contar cuál era la fuente de la que había obtenido su belleza, dicho de otro modo... él quería convertirlo en un vuelo espacial y mostrarle su mentalidad oriental, de la que las serpientes y los escorpiones conocen el secreto.
También los cardos pinchan, quiero decir los que son holandeses de verdad, cuando les place, aunque no nos complace, porque te recuerda a la muerte.
Vaya, las cosas que agradan al ser humano.
Allí te encontrabas con todas las nacionalidades, Erica, tal como ya dije, eran bellezas.
—Cómo es posible.
Y seguramente, todas vestidas con costosas sedas.
—Eso lo tienes que ver tú misma, Erica, no te lo vas a creer.
Karel se retuerce de risa.
Este juego le parece asombroso, pero piensa que suelto necedades.
Pero se ha olvidado de su muerto.
Y mientras jugamos seguimos, la conversación la llevamos Erica y yo, los demás escuchan y les parece una comedia.

—Es una película —se le escapa a Anna.
Erica le contesta:
—A mí no me importaría pasar unas semanas en un harén de esos, aunque solo fuera para preguntar a todas esas mujeres en qué están metidas allí en realidad.
Y ¿tú Anna?
—Yo para pelarlas las papas (patatas) —asegura.
—A mí me gustaría saber... —continúa Erica— qué es en el fondo lo que quiere un hombre así con todas esas mujeres y las cosas que les cuenta.
Vaya mundo.
Y tú, Karel, ¿no te apetece un pequeño harén de esos?
Ya te estoy viendo rodeado de una veintena de bellezas de diferentes nacionalidades.
¿Cómo te sentirías, Karel?
Karel no responde, le parece una enorme sandez.
Erica me pregunta:
—Y ¿no viste niños pequeños, Frederik?
—Los oía.
Están en otra sala y allí los educan.
En el fondo era una ciudad aparte, de la que él era el rey.
Desde lejos me llegaba a los oídos ese griterío.
El decía: “Son mis hijos”.
Pero yo creo que a los niños los sacrificaban antes.
Ya ves, los harenes también van evolucionando con el tiempo.
Esos líos de serrallos también van adquiriendo orden y reglas.
Los marajás y sultanes adquieren conciencia.
Te lo digo sinceramente: este era un hombre de elevados principios.
Conmigo se portó de la forma más cariñosa.
Karel vuelve a reírse.
Esto lo supera, pero siento que no le importaría demasiado jugar al sultán.
Continuamos cuando Erica pregunta:
—¿Qué te llevó hasta allí, Frederik?
—Pues no tiene mucho misterio: tenía encomendado entregarle una misiva de nuestro gobierno.
—¿Lo dices en serio?
—Pues claro...
—O sea, ¿secretos?
—Algo así.
Karel casi ya no se aguanta más.
Erica dice:
—A ver, Karel, para ya, por favor.
Lo estás estropeando todo.
Déjanos hacer, anda, nunca sabes participar de verdad.

Y vuelve a preguntar:

—Uno se preguntaría qué es lo que querrá nuestro gobierno de un sultán de esos.
—Vaya, Erica, ¿eso te preguntas?
Pues déjame decirte que ese hombre está continuamente en contacto con nuestra casa real y con el gobierno.
“Que tiene contacto”... es mejor.
Creo que nuestro gobierno hizo negocios espléndidos con él.
Y ¡hay que ver lo rico que es el tipo!
Me enseñó los pequeños diamantes de las damas.
A ojo creo que entre todas tendrían colgando de sus vestidos unos cincuenta millones de florines.
Los llevaban en los cabellos, sobre el pecho, todas eran reinas.
Y luego esas túnicas de seda.
Cielos, qué colores... diría René.
De verdad que me entraron ganas de llevarme a casa un vestidito de esos arrumbados, pero no era posible.
Ya me habría gustado llegar a casa con semejante confesión.
Honestamente, me recibió y cuidó como a un rey.
—Y ¿cómo lo hizo, Frederik? —Ahora el que quiere saber es Karel.
—Pues, no se puede decir así como así.
—Viejo verde... ¡mientes más que hablas!
—Pero, Karel, déjalo..., a ti qué te importa.
Continúa, Frederik.
—Y a mí—: ¿Qué te dejó ver, Frederik?
Y ¿por qué no describes todos esos viajes? Te darían un montón de dinero.
Eres capaz de aderezarlo bastante bien.
—No soy escritor.
—Pero lo cuentas como si el libro ya lo tuvieras listo.
¿Qué golosinas te dieron, Frederik?
Te lo pasaste soberanamente bien, ¿verdad?
—No me atrevería a contarlo así sin más.
Solo conseguiría hacer infeliz a Karel y esa no es mi intención, claro.
—Ajá, viejo guarro..., ya lo sé.
Otra vez la timidez, ¿verdad?
¿Será que tal vez te ofreció su harén, Frederik? —exclama Karel.
Se carcajea.
Se acerca a la botella de ginebra y nos sirve un trago—.
Toma —dice—, soñador, a la salud de tu timidez, y que te puedas convertir en un chico grande y que no mientas tanto.
A la salud de tu fallido placer personal.
¡Salud, Frederik!
Chocamos las copas y mientras tomo un trago Erica dice:
—Tú no crees nada, nunca te crees nada que te supere.
Pero por dentro sientes un cosquilleo.
Y yo añado:

—Ves, Karel, Erica tiene razón.
Es que nunca te crees nada que no seas capaz de conseguir tú mismo y que consideras sobrenatural, con lo pragmático que soy yo.
Pero ¿quieres que te dé ahora las pruebas, hijo del campo?
Saco mi cartera y manoseo un poco su contenido.
Agarro una pequeña foto y se la doy:
—Toma, fantasma..., ¡míralo tú mismo!
Mira y grita:

—¡Mira esto!
¡Míralo!
Mira, ¿qué te parece esto?
Erica y Anna le arrancan la foto de las manos.
Allí se me ve con mi sultán.
Es el instante en que admiramos sus posesiones.
Allí estoy, sin más, bajo sus tremendamente hermosos árboles, con su sirviente detrás de nosotros, que nos ofrece una deliciosa sombra y que produce algo de brisa occidental.
Me ven en un impecable traje blanco, presidiendo un poderoso panorama...
Sienten las cosquillas bajo mi corazón.
Ahora a Karel se le hace la boca agua.
A que no te lo imaginabas, ¿verdad?
Nada que ver, siempre cuentas disparates.
Pero esto no miente, pequeño Karel, nada que ver.
Si soy yo mismo.
Karel está derrotado.
Está noqueado, sus ínfulas, ahogadas.
Erica dice:
—¿Karel?
A que no te lo habías imaginado, ¿verdad?
¡Qué bueno!
A mí me parece un cuento de hadas, es una película, un milagro increíble, qué quieres que te diga, Frederik.

—Y es lo que fue, Erica.
¿Ves toda esa felicidad?
¿Ves esa poderosa felicidad natural?
—Pero, en realidad, ¿qué clase de celebridad tenemos en casa, Karel?
Y a eso lo llamas un niño.
Ay, Frederik.
Dios mío, qué ser humano tan feliz eres.

Y añade a Karel:

—Ahí te dolió, ¿no, pequeño Karel?
¿Vas a inclinar la cabeza por fin ante Frederik?
Esta no te la esperabas, ¿verdad?
Pues este es nuestro Frederik.
¿Por qué no sigues un poco, Frederik?
Esto, ¿dónde nos habíamos quedado?
Ah, sí, ¿qué es lo que te dio?
¿Qué viviste?
¿Él mismo te acompañó hasta el harén?
¿Qué te contaba mientras estabas con todas esas damas?
Vamos, cuenta, Frederik, ¿qué mas te da? Ahora no te hagas el torpe, ya nos conoces, ¿no?
—Ya no tengo nada que contar, Erica.
Estuve muy bien allí.
—¿Cuánto tiempo estuviste allí, Frederik?
—Ya lo dije: unos cuatro días.
—Y ¿no estás seguro de eso?
¿Se te puede olvidar algo así?
¿Cómo es el trato con la gente, Frederik?
¿Fastidioso?
¿Agitado?
Claro.
La gente está muy por encima de tu cabeza y se te concede contemplarlas.
¿No es así?
—Así justamente no es, Erica.
Yo le brindé mi más alta estima.
No te das cuenta de estar tratando con un sultán, si tú mismo no se lo haces notar.
Yo me sentía como Pedro por su casa.
Y eso le interesó.
La mayoría de las personas justo lo hace mal.
Se caen para atrás de toda esa riqueza y ya no saben qué hacer con ellos mismos.
Y eso él no lo soporta.
Naturalmente, todo lo que ves como ser humano pragmático y pobre te deja patidifuso.
Pero debido a que se dio cuenta de que eso a mí me importaba un bledo, me quedé más tiempo de lo esperado y de lo que creí posible.
Él mismo se encargó de arreglarlo así.

Cuando me ofreció la mayor de las delicias y me negué a aceptar, incluso me mofé de él.
No entró al trapo.
Normalmente, esa gente ya te pone de patitas en la calle.
Pero lo aceptó y también me comprendió.
Cómo nos relamimos los labios con todas esas ricuras.
No quiero ni acordarme, Karel.
Deberías haber probado sus vinitos.
Si no se me hubiera concedido vivir ninguna otra cosa en esta vida, entonces esta ya habría sido sobrenatural por todo lo que disfruté en esos pocos días.
No sé de dónde sacó esos vinos, pero es como si bebieras de una fuente vital sobrenatural, tan nuclear, tan celestial era ese líquido.
En el corazón te entra una sensación como de mariposa, querrías volar, así, sin más.
Y eso sabiendo que ¡vives en la cercanía de un harén universal!
Conmigo fue justamente diferente.
El hombre entiende de todo.
Es un ocultista nato.
Al darse cuenta de que yo era persona viajada, que de eso entendía algo, no terminamos de hablar nunca.
Nos echamos en la sala que era su habitación.
Yo, sobre una precioso lecho de reposo y él, a mi lado, sobre su trono.
La botella, a mi alcance.
No quiso que entonces hubiera sirvientes y las mujeres tuvieron que largarse.
Hablamos de la construcción de la pirámide, descendimos en la esfinge, y cuando oyó que había conocido a Mohamed Suhn, a quien él conocía y con el que había hablado mucho sobre la construcción de la doctrina egipcia y de los templos de Ra, Re e Isis, estuvimos en el séptimo cielo.
Dios mío, no quiero ni pensar lo feliz que me sentí en ese momento.
¡Tendrías que haberlo oído hablar sobre el “loto egipcio”!
Había una mujer, que él veía como la esfinge del Nilo y a la que amaba.
La pude admirar durante horas.
No creo que en ese instante yo viviera todavía.
No quiero ser odioso, pero ¿qué se creen las mujeres en Europa?
No quiero hacer distinciones, porque eso de todas formas no se nos ha concedido, pero ¡mira tan solo esa esfinge de carne y hueso a los ojos!
Y además cubierta de los colgantes más preciados, vestida en una túnica de un azul celeste y ... —no nos olvidemos— ¿esas pequeñas sandalias que llevaba?
Erica, largo de aquí..., vete, porque no tienes belleza, eres un callo.
Mejor riámonos de esto, nuestros hijos son mejores... eso te digo.
Semejante serpiente inspirada te muerde por delante y por detrás, y no puedes hacer nada contra eso, eres, como decimos nosotros, ¡un trapo de cocina!
¡Un felpudo!
¡Te deja destrozado!
¿Qué se le va a hacer?
Estoy echado allí y observo esos ojos, ¡los ojos de la primera!
Su esposa... ¡su reina!
Yo lo sabía, por todos esos perifollos un alma de esas se va a las tinieblas.
Así qué yo no quería saber nada de un ser de esos angelicales.
Podría haber descendido en el pudin más rico de todos, pero no quise probarlo.
Tenía donde elegir: entre morenas y negras como el azabache, entre amarillas y rojizas, entre árabes, egipcias, alemanas, francesas e italianas...
En Oriente podría haber aprendido noruego y hasta jerusalenés escandaloso, pero no entré al trapo.
Era demasiado patoso para eso.
Y cuando supo eso, cuando hubo adquirido esa seguridad, tuvo que venir la primera de todas y empezamos a sentir la mística de Oriente.
Estuvimos hablando de Sócrates, Platón..., fuimos a Viena, Budapest, París, Londres y a todas las grandes ciudades del mundo, donde habíamos estado ambos y de las que yo entendía, ¡porque mi carácter de vagabundo sabía lo que él había buscado allí!
Hubiera deseado morirme aquella noche.
Estuvimos hablando hasta el alba.
Cuando salió el sol me arrastró afuera.
Bebimos nuestro café cargado y tomamos un baño en la naturaleza.
Entonces me eché.
Sí, Dios mío, ¿puedes perdonármelo?
Me dejé hacer eso con placer.
—¿Qué fue, Frederik?
¿Qué viviste entonces? —suspira Erica, que siente verdadera tensión—.
¡Continúa!
—Bueno, Erica, se me dio un masaje egipcio.
Fue una persona morena, con dedos increíblemente largos, que me metió al baño.
No sé lo que vivía en ese baño, pero me entraron cosquilleos en el cuerpo.
Me faltaba el aire.
Y un poco después sentía como si planeara.
Entonces me dieron ese masaje.
El hombre me sacaba por la fuerza la fatiga y el sueño de las costillas.
Sentía como si hubiera vuelto a nacer, hasta con cincuenta años menos.
Me eché y me quedé dormido.
Cuando desperté me parecía estar viendo un cuento de hadas:
un inmenso montón de frutas al lado de mi cama.
Un vasito con un mono que tuve que beber primero.
Después a comer todo lo expuesto allí.
Había una notita: que el soberano me esperaba para dentro de una hora.
Tenía que ponerme la túnica que se había dispuesto para mí.
Claro, Karel, tú, como siempre, no te lo crees.
Pero también esa prueba te la puedo mostrar.
Nos fuimos afuera.
Me recibió en una galería circular oriental, de color verde, natural.
Primero fuimos a las mujeres.
Les preguntó si habían dormido bien y si deseaban algo más.
Fui andando como un príncipe con él, arrastrando las faldas por el suelo.
Te ríes, pero, ojo, Karel, o te doy un bofetón.
Lo que a ti te aparenta ser increíble vive ahora bajo mi corazón y es de lo más normal.
Cuando aquí haya un baile de máscaras ya me pondré alguna vez mis trapos.
—Pero ¿quieres decir entonces, Frederik, que todavía posees esa túnica?
—Exacto, Erica, todavía la tengo, me la regaló Su Alteza.
Ha seguido siendo amigo mío.
—Continúa, Frederik, ¿qué dijo a las damas?
—Ya dije, preguntó si alguien deseaba algo.
Y entonces vi a esas bellezas de otra manera que antes.
Ahora todas esas cositas irradiaban una luz como la del alba, una luz tan increíble como para querer tirarse de los pelos; uno sucumbe cuando puede percibir aquello.
Y es que nuestra personalidad tampoco es capaz de resistir algo así.
Podrás escribir un grueso libro al respecto, pero te digo que todo eso de verdad que ya no es nada nuevo para este mundo.
Ya es algo muy cotidiano.
Al menos tal como lo veo y siento yo, y cómo suele estar allí para ellas.
Esa gente ya no lo ve y a nosotros nos hace caer, sucumbir, no tenemos la vista acostumbrada a eso.
Después fuimos a ver sus serpientes.
Para él, bichitos curiosos, para mí, hijos satánicos de los que no quiero saber nada, pero que para él son tan mansos como moscas.
Jugaba con sus animalitos favoritos, yo temblaba y me estremecía de miedo.
No se lo hacía notar, pero ¡él lo sabía...!
Esa gente consigue muchísimas cosas concentrándose.
Eran animales sagrados para él.
Después de haber visto ese salvajismo me mostró otra afición y me encontré ante los maestros antiguos.
Entonces estuvimos hablando de Rembrandt y Van Dyck, de los que poseía unos diez.
Una exposición en toda regla.
Ese día estuvimos mucho en la naturaleza, y sobre todo, cabalgando mucho.
Hay que ver las caballerizas que tiene un príncipe de esos.
Allí sí que he visto caballos, Karel.
Allí sí que he montado a caballo.
Me hizo montar un caballo árabe.
Muchos se habían dado trastazos con él, yo no me caí.
Hubiera deseado verme morder el polvo, pero yo me negué, pronto fui uno con el animal.
Entonces tuve conquistado su corazón.
Esa noche estaba agotado y me fui a dormir pronto.
En realidad, ahora vi por primera vez mi cama oriental.
Pues no era cualquier cama.
Me fui hundiendo en la seda.
Semejante noche, tal entorno, tantas flores alrededor, también sustancias aromáticas, y después, a dormir.
Mejor no te cuento lo que hice.
Morirías por ello.
Aunque no tengas ni un solo gramo de inspiración en el cuerpo, esa gente te la mete.
Y entonces, claro, llamaron a tu puerta, ¿a que sí, Frederik?
—No, Erica, a esa hace tiempo ya le había dado calabazas.
—Eso mejor se lo cuentas a tu abuela, Frederik.
—Vaya, ¿el señor Karel también ahora es incrédulo?
¿Te gustaría saber lo que hice?
Tú, por supuesto, habrías querido poseer su harén.
Ya te estoy viendo.
Pero no sucumbí, no me apetecían gatas salvajes ni nada que me uniera, por mínimo que fuera, con la jungla.
Ya conocía ese mundo desde hacía tanto.
Para eso no me había ido al Antiguo Egipto.
¡Quería conocer la Pirámide!
Quería dormir y descansar, pero sobre todo, soñar.
Ya sabía que aquello también eran sueños, pero que no contaran conmigo.
—O sea, ¿dejaste plantada delante de tu puerta a unas de esas princesas del Nilo, Frederik?
—Ay, Karel..., pero hombre: además a la palmera y a la higuera.
Antes habría ido a Suiza.
Habría preferido dar tumbos en la nieve helada que accidentarme en esas tinieblas nocturnas en un asfixiante calor.
Igual piensas ahora: ‘Menudo lelo’, pero allí te habrías olvidado y perdido en cinco minutos.
Entonces te habrían echado a la calle.
Con guante de seda, con un gesto soberano después te lo habrían enviado cortésmente, pero habrías ido a la calle, ¡fijo!
Yo no, podría haberme quedado allí toda la vida.
¡Ay de mí si se me hubiera ido la mano!
Ahora estaba jugando con él.
Aunque él fuera incomprensible, en esto le ganaba y el hombre empezó a respetarme por lo que había asimilado de esa manera.
Siempre pierdes de esos tipos, pero yo ¡gané!
Así es como lo conseguí: nos hicimos amigos.
No, Karel, me desvestí hasta quedarme en cueros...
Eso fue todo lo que hice, pero ya te digo que nunca antes había dormido así.
Aquí también lo puedes intentar, pero entonces es como si estuvieras encima de ortigas, te provoca bultos en el cuerpo.
Allí fue una experiencia celestial.
No se lo dije, pero él quería saber cómo había dormido.
Ahora, claro, crees que ese hombre quería saber si es que realmente había dormido, ¿verdad?
Sí, así es, pero eso le importa un pimiento.
Si hubiera dicho: “Sí, qué delicia, señor, alteza”, da igual cómo lo hubiera dicho para expresar mi gratitud, no me había servido de nada.
Para él ni siquiera se trata de eso.
Si le hubiera respondido de manera parecida, habría pensado: ‘¿Ves? Le das a un tipo de estos una buena cama, sabes lo que le toca en justicia y lo que desea, pero es como echar margaritas a los cerdos”.
—¿Pues, qué es lo que deberías haber dicho, Frederik?
A mí me parece de lo más sencillo.
—Vaya, Erica, otra vez coser y cantar, ¿no?
Te digo que entonces te encuentras ante un dilema: o te echan, y lo antes posible, o hay una profunda y sorprendente conversación que suele terminar con la vida y la muerte, Isis, Ra, Re, Amnon-Ra, allí se asoma todo el Antiguo Egipto.
Atraviesas templos, vives lo que es cargar, lo que es ser cargado en una silla de mano de esas antediluvianas, los leones te siguen, los tigres te lamen las manitas como si fuera la cosa más normal del mundo, las mujeres sin ropa alguna están a tu lado mirando y enseguida te vas de visita al faraón.
¿Quieres una camita de esas?
Karel ya están pensando: ‘Majaderías, tonterías, fantasías desbocadas’.
Pero, Karel, ¿qué pensabas que estaba diciendo yo?
Te doy todo lo que tengo si sabes responder.
Yo sabía cómo actuar y él se sentía feliz.
Contento como un niño, así estaba el hombre, tanto lo había conmovido yo.
Podría haber recibido de él lo que fuera, él sabía que era algo que estaba siendo sentido y vivido, no le había venido a visitar un cadáver.
No lo sabes, ¿verdad?
Es que todavía no eres apto para eso, que lo sepas, Karel, para eso hay que vivir mundos, ser mensajero de Su Majestad.
Entonces te encuentras con estos asuntillos desagradables, estás preparado para ellos.
Entonces la gente empieza a quererte.
Pero, sobre todo, entonces llegan a unirse el mundo occidental y el oriental.
—Descríbelo todo, Frederik, este libro es un superventas.
—Ya te gustaría, me supondría envilecer a más de uno.
Provocaría pulmonías y eso no lo quiero.
¿Pensabas que tú no lo intentarías?
Conozco a mi gente, Erica.
No, le dije que...
Pero ¿no quieres ganarte todo lo que tengo, Karel? Aún me queda un poco de paciencia..., le dije que... había vivido la “habitación de la torre” de la pirámide de Giza.
Y ¡eso fue todo!
Dijo:
“Lo sabía, recordadme si eso lo multiplica mediante la sabiduría.
Continúe así y recuperará su Loto.
Descienda en las esferas de Judea, haga comparaciones occidentales y avance andando hacia atrás, si es capaz de hacerlo, y ¡lo será usted!
Le di a usted su propio nacimiento; ¡mi nobleza y la suya son una sola!
Le doy las gracias, estoy completamente abierto a su vida.
Soy muy feliz, amigo mío.
Oh, ¡soy tan feliz!
¿Puedo seguir ahora?”.
Y ahí estás otra vez, Karel.
¿Qué quería el hombre?
¿Adónde conmigo? Ahora podría haber recibido lo que quisiera.
Entonces dije:
“¿Siente usted, alteza? ¿Comprende su vida la mía? ¿Puede usted volver a llevarme entonces en solo unas pocas horas hasta aquello que fui algún día?
El ojo de la diosa, ¿le dio felicidad vital? ¿Está la mía preparada?
¿En qué medida acepta mi vida su dignidad, su felicidad? Estoy preparado para seguirlo a usted.
Beberé..., además resistiré todas las leyes, sin excepción.
¡Me quedé dormido, alteza!”.
“Gracias..., gracias, quédese aquí si así lo desea, quédese y seguiremos construyendo”.
Le hubiera encantado mantenerme allí, para convertirme en un adepto, un sacerdote, porque valía para ello y porque mi corazón viviente sentía cómo sería.
Pero no me atreví a arriesgarme.
Comprendí lo que quería y eso me bastó.
Él quería ver si yo tenía una conciencia marrana.
Colocó mi cuerpo sobre rosas y lo adoró, me dio un regalo egipcio para que me lo llevara, Su Alteza me coronó, me llevaba en palmitas, y no andaba yo al lado, me dejé cargar.
No me dediqué a estirar el cuello por la ventanilla abierta para mirar a la gente como un loco.
¡Me eché como lo hace un príncipe oriental!
¡Experimenté una noche regia!
Y para eso tienes que estar dispuesto a quedarte en bolas, solo entonces eres uno con el sol y la luna, las estrellas y los planetas, la diosa te sonríe, te tapa, te lanza sonrisas mientras te alejas, porque tu camino atraviesa millones de vidas cuyas túnicas lleva y posee ella.
No estaba desnudo, llevaba poderosas túnicas, pero una tigresa felina me habría hecho perder todo eso.
Solo ahora me quedaría claro y él me había dado esa jungla.
—Dios mío, qué hermoso —dejó caer Erica, con Karel y Anna a mis pies—.
Frederik, pero qué hacha eres.
Continúa, por favor.
—¿No sucumbió Frederik, a pesar de todo?
—Cállate la boca, Karel. —Me defiende Erica—.
Tú sí que habrías sucumbido.
Apuesto por ello mi vida y todo lo que tengo, y más.
Tú sí, pero Frederik no.
—He visto sus pájaros, los centenares de especies, que es para volverse loco de lo poderosamente hermoso que es, he podido ver lo que posee, ¡todo!
Y entonces te quedas tonto, más pobre que nadie, y aún así tan increíblemente feliz.
Él mismo me llevó cuando me fui.
Esos días jamás los olvidaré.
Podría hablar de esto durante años.
—No pares, Frederik..., continúa, aunque nos den las mil.
Anda..., sigue.
—Se me concedió vivir algo parecido, Karel, aunque no fue tan milagroso, pero sí valió la pena.
Fue en China.
Me tomaron por otro.
Viví una ceremonia religiosa en un templo como ya nunca la podré volver a vivir.
Allí no entras así como así.
En el templo viví bailes, estuve sentado junto a dignatarios, sacerdotes y sacerdotisas, me trataron como un rey y cuando llegó la hora de la verdad no era exactamente quien se esperaban que fuera.
Madre mía, qué furiosos estaban esos tipos, aunque no lo mostraban.
Pero me había dejado tratar a cuerpo de rey, ay, qué gusto, y me había comido todas esas golosinas tan divertidas delante de las narices de nuestro enviado.
Todas esas delicias, me lo pasé en grande...
¿Me crees?
—¡Vamos, cuenta, Frederik! —insiste Erica.
—Sí, lo haré, pero me voy arriba.
Es hora de ir a la cama... mañana será otro día.
Me voy a dormir ricamente, entre sedas, por más señas.
Pero ahora necesito un suéter.
Y las gatas atigradas no me dan miedo aquí.
Karel, hay que ver lo lelos que somos todavía.
Si regreso aquí y vivimos más de una vez, ¡me haré sultán!
Aunque sea uno pequeñito, quiero serlo.
Y entonces Anna será mi princesa.
No creas que necesito muchas mujeres, pero eso lo decidiré yo mismo con ella.
Entonces le pondré unos cuantos nombres.
¿Cómo dices?
Tengo el honor de saludarlos a todos ustedes.
Majestad, apártese de mi vista
—y eso dije a Karel,
que contesta:
—Buenas noches, colega mío... no dejes que tus negritos griten más tiempo, los estoy oyendo.
Y no le saques el corazón de entre las costillas a ningún ser humano.
¡Esa es Anna!
‘Exacto’, pienso, pero ella lo ve muy, pero que muy diferente.
Todavía alcanzo a decirle:
—¿Viste todas esas máscaras, Anna?
—Yo sí, Frederik.
Yo también avanzo retrocediendo.
¡Lo aprenderé, fijo!
—Gracias..., ya no cabe dudar sobre esta fe.
Te repito: ¡que Dios te bendiga!
René duerme como un lirón, según veo.
Pero tampoco estoy tan seguro.
Mejor me examino a mí mismo.
¿Cómo quiere procesar de pronto esta vida tanta belleza?
Pero bueno, ya veremos.
Lo beso en mis pensamientos y me echo.
En el cuaderno de bitácora consta todavía:
“Aunque lo haya vivido todo yo mismo, sí que me llama la atención que a los niños grandes les puedes hacer creer cualquier cosa.
¡Es genial!
Karel había sucumbido en eso.
Y Erica —he de reconocerlo honestamente, porque no me escabullo, ya que tampoco quiero ocultar nada de lo mío— ¡se había entregado por completo!
Si el sultán la tuviera que haber recibido ella se habría dado por vencida y la habría tratado como a una chica de la calle.
Todos esos deleites la habrían narcotizado, habría quedado anestesiada.
Me juego la vida por ello.
Habría sido imposible que Anna viviera este sucumbir, pero tampoco se habría alterado en nada, la habrían negado por completo y, sin embargo, hay que ver cómo es su vida.
Allí la habrían mirado de arriba abajo, para al final aceptar, a pesar de todo, su vida y personalidad.
Ya conoces a esas halconeras.
Nosotros decimos: una mona vestida de seda, pero sin la seda, porque ¡Anna es una princesa!
En fin, estoy demasiado cansado como para representar ahora su figura, un sueño de estos renacidos es extenuante.
Karel se habría tragado el harén a la primera.
Se habría escogido a la joven más hermosa de todas.
Pero Karel no sabe que este sultán tiene aún otro departamento, y entonces te encuentras con un clima de sexta categoría, donde llueve y hay niebla.
Primero eso y después más arriba, normalmente ya llevarás fuera desde hace mucho y ya no te necesitan allí.
Es extraño, sin embargo: sientes que la gente besa, los labios quedan humedecidos y los corazones se desbordan de bienestar.
Pero ¿por qué?
Muy dentro de ella Erica es una mujer pública.
¡Majaderías!
Por su afán de sensacionalismo habrá cedido, es esa otra cosa, y justamente esta es la que te destroza.
Sin pensarlo están desnudas delante de ti y ahora sí que puedes recoger cuantas manzanas quieras.
Me apuesto que esta noche va a soñar que Karel es un sultán.
No tengo nada que ver con su propio ocaso, ojalá que quieran comprenderlo.
Es bonito, realmente hemos vivido una película.
¡Me voy a dormir!
¡Hasta luego, que sueñes a gusto!
Oh, Dios mío...
¿Puedes perdonármelo?”.
Por la mañana Erica se arrastra hacia mí, se me acerca por encima del suelo y pregunta:
—Y ahora, Frederik, quiero ver esa bonita túnica.
Soy como una serpiente, ¿me crees?
He perdido la cabeza.
Dios mío, cómo sabes contar.
¿También saldrá en el cuaderno de bitácora, Frederik?
¿Qué escribes sobre nosotros?
¿Nos destrozas, Frederik?
¿Mientes para salvarnos?
Sobre mí puedes escribir todo lo que quieras.
Te lo digo sinceramente: yo también habría caído.
Karel ríe, pero me apuesto la vida a que él también habría salido huyendo de los osos pardos.
Como si no conociera yo al señorito.
No me muerdo la lengua.
Anna no es así... a esa la habrían colocado junto a un invernadero para cuidar de los lirios blancos.
Pues sí, que raro, ¿no?, hay que ver lo bobos que somos los seres humanos.
Te pierdes a las primeras de cambio, ya solo por un cuento.
Pero qué fuerte debes de ser tú.
O ¿es que no nos has contado todo?
Fue interesante.
Vamos, ¿dónde esta esa bonita túnica?
¿Podemos verla?
—En esa maleta de allá, Erica, en aquella..., allí puedes encontrarla.
—¿Puedo abrirla?
—Adelante.
Pero ¿cómo está nuestro niño?
—Bastante bien, Frederik, solo que no nos deja ver todo el tinglado que ha embadurnado.
—Vaya, ¿no quiere?
Erica revuelve mi maleta y encuentra lo que busca.
Se queda con la boca abierta de la sorpresa.
—¡Santo cielo! —exclama—.
Pero, por Dios, cómo es posible.
Y luego resulta que un tipo como tú se lo guarda.
Habría que darte una buena paliza, Frederik.
Ahora comprendo por fin quién eres de verdad.
Creo que no conocemos un ápice de tu vida interior.
¿Se lo puedo enseñar a Karel?
—Sin problema, corazón.
La oigo dar una voz:

—¡Karel!
A ver, sal del baño, rápido.
Tengo un milagro para ti.
Anna también tiene que venir.
Pienso en el pequeño René.
Esto vuelve a ser una mala señal.
Esto es anormal, conozco esos líos.
Viene de dentro.
Por dentro hay alguien que no quiere que nosotros veamos esas cosas.
Y eso vuelve a ser el bu, ya lo verás.
Ese se quiere quedar con el niño para él mismo y eso es subnatural y sobrenatural a la vez.
Quien no conozca esto, no lo ve ni lo siente.
Estoy alerta, no me queda otra que estar atento, si no habrá accidentes.
Pero, qué lástima, ay, qué pena, pero bueno, ya lo sabía.
Sería demasiado bonito.
Ya viene Karel, Erica y Anna lo siguen.
Karel se ha puesto mi seda y le queda bien, solo que tendría que tener otra cara, se parece a una col lombarda.
Opto por mejor no decirlo, pero Erica deja caer:
—¿Qué te parece mi San Nicolás, Frederik?
Karel sale pitando, para él ya no tiene gracia, pero ahora cree más cosas de mí que antes.
Ahora voy muy delante de él.
Ha pasado mucho tiempo, pero lo he conseguido, las acequias ya no tienen importancia.
Aun así, vuelve y dice ahora:
—Frederik, no estamos a uno-cero, sino a ¡catorce-cero!
Le digo:

—Gracias, Karel, pero esto no significa nada, esa cosa la compré en Amberes.
—¿Qué...? —dice Erica—.
¿Qué me quieres hacer creer, Frederik?
¿Quieres destrozarnos?
¿Quieres privarnos de estas ilusiones?
¿Quieres volver a meterte en tu cascarón?
Karel, ¿tú le crees?
¿Ves? Así es como es Frederik.
Primero estás disfrutando, lo crees todo, te hace feliz, pero después él mismo lo deja todo hecho añicos.
¡Son como castillos en el aire y fatamorganas!
No me lo creo.
Lo veo por esas perlitas y pequeños diamantes.
¿Son auténticas esas cosas, Frederik?
—Bueno, creo que por este mismo vestidito te pueden dar fácilmente veinte mil, o sea, dólares, no florines, y entonces todavía sales engañado.
—Y ¿quieres hacerme creer que esto lo compraste en Amberes así como así?
—Tengo que responder de todas formas.
Mejor lárgate, me piro.
Se me pasa por la cabeza: ‘Ay con ese René, pobre chico’.
Aquí hacen como que no pasa nada.
Solo Anna presta atención.
Ella ya lo sabe: hoy o mañana las cosas volverán a enloquecer.
Cuando más tarde la veo en el jardín, digo:
—Anna, es justo ahora cuando hay que estar en guardia.
—¡Lo sé, Frederik!
—¿Otra vez me tienes que mostrar tus lágrimas?
Pero ¿por qué? ¿No me tienes a mí también?
—Lo sé, Frederik.
Me mira a los ojos, solo un instante y digo:
—¿Quieres seguir esperándome, Anna?
—Lo sé, Frederik.
—¿Y te irás a dar entonces una vuelta por el desierto conmigo?
—Sí, Frederik.
—Y ¿no tienes miedo a las tormentas y lluvias?
—No, Frederik, porque ¡tú recoges margaritas y violetas!
—Gracias, Anna, voy; te esperaré en medio del desierto, esperaré a que vengas.
Pasará todavía un poco de tiempo, pero iré, Anna.
Mejor déjalo reposar, corazón.
También para ti estoy criando una palomita de esas.
Cuando esté lista obtendrás respuesta.
Y ahora largo de aquí o habrán visto nuestro tonteo, y eso de momento hay que evitarlo.
Adiós, mi corazón.
¡Ya te volveré a ver más tarde!
Cuando estés sola ya me escribirás una cartita.
Y si pasa demasiado tiempo puedes tocar mi puerta, ¡nadie, ni un alma más!
Solamente tú, Anna, ¿el Loto?
Sale Anna.
La dama ya no se balancea, la princesa de mi vida anda con la dignidad de una reina, pero ¡una occidental!
Lleva nobleza egipcia en la sangre, pero nadie debe saberlo.
¡Quizá más tarde!
Anna tampoco lo sabe todavía... pero es que me he callado mis sueños sobre su vida y la mía.
Les reservo un sitio en mi cuaderno de bitácora para cuando haya contado todo de los demás y de mí mismo, y ya tampoco haya nada más.
¡Solo entonces el pequeño René sabrá de ello!
¡Todo es para él!
Y entonces me comeré como una golosina su amor...
Sí, hijos míos, ¡a ustedes les corresponde resolver el misterio!
René otra vez no está comiendo, pero sigue muy animado, vital.
Vuela hacia abajo, se queda mirando los cuadros de Karel medias horas, vuelve a subir escopetado para encerrarse, seguramente para imitar todo eso.
No se atreve a preguntar a su padre si puede copiar la pintura.
A Karel eso le da igual, pero no eso.
Lo han vuelto a atrapar los fenómenos sobrenaturales o subterráneos.
Me digo: esto va otra vez por mal camino.
Karel y Erica aún no lo ven, y no puedo remediarlo.
Hace un rato sentí la necesidad de someterlo a hipnosis.
Estoy seguro de que se quedaría dormido, eso ya lo he vivido varias veces.
No tengo que hacer gran cosa y ya se queda dormido.
Pero me da miedo eso.
¿Qué tiene que hacer un niño de estos?
¡Qué quiero saber de una vida joven como esta!
‘No’, pensé, ‘aún falta para eso.
No he de hacerlo’.
Estuvo pintando y dibujando el día entero.
Después de comer pidió poder estar un rato más a solas.
A Karel le pareció bien, porque no sabe ofrecerle ninguna alternativa.
Yo sí lo sé, de todas formas no se puede hacer nada.
Si lo sacas de tanto dibujar —se lo juro— entonces vuelve a destrozar todo.
Si lo privas de todo este lío te encuentras al instante ante un león enojado y ese animal te salta encima.
Yo lo dejo hacer, nosotros no nos oponemos, mejor esperamos a ver lo que pasa.
Cuando llega Hans quiere saber cómo va René.
El niño duerme y Erica no quiere despertarlo por nada en el mundo.
La conversación trata del niño.
Ya no sabemos decir nada más, al menos cuando hay extraños, entre nosotros siempre hay otra cosa.
No es que Hans sea un extraño para nosotros, lo hemos recuperado del todo, pero claro, la felicidad del corazón no es algo que se compre y ya.
Los vínculos para el corazón no se venden.
La felicidad del corazón no se encuentra tirada por la calle así como así, es algo que uno mismo tiene que ir construyendo, dándolo todo.
Eso lo percibimos, ¡también Hans está justo fuera de esto!
Es algo que no puedes remediar, lo tienes o justo no lo tienes, y entonces esas puertas permanecen cerradas.
Hans habla de sus años de la pubertad.
A Karel todo le parece bien, yo no digo ni una palabra.
Sé que ya empezó con eso hace tiempo, y casi los tiene a las espaldas.
Aun así, Hans logra ver a René.
Hay dibujos a diestro y siniestro, nos llevamos unos cuantos, queremos saber lo que hace cuando se lía a garabatear todo eso.
A Hans le parece que no está nada mal y que ahora todo eso ya pasó.
Admite que ahora ya he ganado la apuesta.
Digo algo.
Ahora tengo que mostrarme quisquilloso, porque ¡mañana o pasado mañana de todas formas me encontraré ante la miseria!
—¿Tú qué opinas, Frederik? —pregunta Hans.
—Yo no lo veo así, Hans.
Aquí ya se sabe: no participo del fatalismo, ni soy quisquilloso, no forma parte de mi carácter.
Pero esto puede durar todavía un poco más, aunque entonces ya verás y estaremos ante nuevas desgracias.
—No lo creo —dice Karel, y Erica siente lo mismo que él.
—Pues he de decepcionarlos (decepcionaros), amigos.
Yo veo el caso de otra forma.
—Pero no hay síntomas, ¿no, Frederik?
Está como una rosa, trabaja que da gusto, pues.
Lo que es comer no es que vaya muy bien, pero eso no dice nada, es de lo más normal.
—Te digo que no me agarro a un clavo ardiendo, no ahora, al menos; lo veo y siento de otra forma.
Pero corramos un tupido velo, no quiero privarlos (privaros) de su (vuestra) felicidad.
—¿Hay síntomas, Frederik?
—Los hay y no los hay, Hans.
No creo que tú, Karel o Erica los vean (veáis), ni con la nariz encima.
—¿Qué clase de dibujos son? Anda, ¿nos dejas ver? —dice Hans.
Nos ponemos mirar las cosas.
Hay de todo un poco.
Un montón de garabatos, las notitas ya conocidas, hierba, árboles, praderas, flores y extraños simbolismos, diría y pensaría uno, si no fueran tan torpes.
Pero tienen algo.
Hans los ve como tonterías infantiles.
Karel y Erica también, yo no veo otra cosa que miseria.
La consabida puertita, el trocito de tierra, se ve claramente la pequeña valla, un montón de palitos, que son sus amigos, y por encima de la vallita: ¡Bu!
Todo apunta a un caos interior.
Hans pregunta:
—¿Qué representan estas cosas, Frederik?
¿Tienes una respuesta y una explicación?
—Sí..., qué te puedo decir, Hans.
Es todo tan profundo... tan inhumano.
No creo que tenga una respuesta.
Sí que te diré que todas estas cosas me llevan a la miseria.
—Pero entonces ¿por qué nos parecen buenos esos garabatos?
¿Por qué compras entonces esa porquería, Frederik?—Me lanza Karel a la cara.
—Te diré la razón, Karel.
Si le quitas esto, en media hora ya habrá una disputa y verás otro muchacho.
Te aseguro que si él ahora supiera que tienes sus dibujos, se te tiraría a la yugular.
—Imaginaciones...,
Frederik.
—Es el camino para seguir esto y yo lo sé.
La vida te rompería.
Lo conozco.
Ahora te estás adentrando en algo de lo que desconoces las leyes.
René te haría trizas.
—Estás exagerando, Frederik —me espeta Karel.
—Te repito: espero que no sea así, pero así es como lo siento.
—Y ¿tú crees que esto son síntomas interiores, Frederik?
—Esto son tus propios locos, Hans.
Son Sonias y señoras Van Soest y viejos Piets —si quieres saber lo que pienso— pero de todas formas no te sirven de nada.
Ustedes son (vosotros sois) siempre inalcanzables.
Siempre recaen (recaéis) en su (vuestro) miserable mundo.
—¿Desde cuándo?
—¡Eso lo veo ahora!
—Gracias, Frederik.
—No hay de qué, Hans, es la santa verdad.
—O sea ¿tengo que aceptar que esto son cuadros interiores de Rembrandt?
—Ahora te estás pasando al otro extremo.
No significa nada.
Tampoco tengo ningunas ganas de pelearme contigo sobre esta vida.
Te digo de qué se trata, te ofrezco con sinceridad lo que siento y pienso.
Pero ya lo verán (veréis).
Esto son conflictos internos, Hans.
Esos colorcitos, aquí y allá, son aires inquietantes, son gemidos terroríficos.
A él lo golpea, lo quiebra, estrangula la vida.
Son conflictos interiores de los que no ven (veis) la vida.
Son mundos para René.
Ven (veis) estas rayas y todos estos garabatos desde lo normal, no desde lo anormal.
—Es, Frederik, como si estuvieras deseando que la liemos, ¿de verdad quiere eso?
—No estoy pidiendo líos, Karel, pero no saco el paraguas si no llueve.
Advierto.
—¿Por medio de qué, Frederik?
Vamos, dilo, ¿por medio de qué? —Quiere saber Karel.
—Ya te lo dije, ¿es que no ves nada?
Me hace falta un libro para esto, tengo que retroceder años para aclarártelo.
Y ni así habré llegado todavía.
Por este estúpido postecito, este de aquí.
Ya lo ves: es una vallita, y sobre ella hay una pequeña figura, que cuelga encima, ¿no es así?
—Si lo explicas así, sí, pero en el fondo son más que rayajos.
—Bien, aunque sean rayajos, te digo que esos mismos rayajos lo devolverán allá en solo unos días allá.
Mejor te lo digo ahora, así estarás preparado.
Esta felicidad no fue más que pasajera.
No debemos olvidar la meta de esta vida.
René volvería a estar brevemente con nosotros, pero después el chico ha de partir de nuevo.
Claro, si todo sigue igual, naturalmente no hace falta que se vaya.
Pero esto no va a seguir así.
Estos dibujos han puesto en un primer plano esa verdad.
Ese misma rayita es un mundo para René, te lo vuelvo a decir, pero no son (sois) capaces de comprenderlo, tu psicología todavía no es tan profunda, Hans, aunque seas el más listo del planeta.
Eso tuyo no significa nada de nada para esta vida.
Hay que dejarlo hacer.
Si le quitas este tinglado, la casa quedará patas arriba.
Tiene que tener algo con que desahogarse, o habrá una rebelión interior.
—Frederik, ¿por medio de qué tienen que ver estas con cosas con las Sonias?
—Porque aquí, Hans..., ahora escúchame bien, la narcosis o hipnosis se transforma por arte de magia en arte.
Lo que experimentaron Sonia y el viejo Piet bajo hipnosis y lo que recibimos de esas vidas, René lo lanza al papel.
¿Comprendes ahora adónde quiero llegar?
—Curioso..., Frederik.
—Ya, es lo que dices, pero no hablas en serio.
Te digo, vale la pena meditarlo.
—¿Es que no puedes inducirlo a que se duerma?
—Eso también es posible.
—Pues ¡hazlo!
—¿Qué harías tú, Hans?
—Empezaría de inmediato con ello, al menos cuando muestre ese descontrol.
—Vaya.
Y ¿tú, Karel?
—Yo haría lo mismo que siente Hans.
Dejarlo dormir y poner orden en el subconsciente.
—¿Ves? Eso es lo que son (sois) como eruditos.
¿A dónde quieres ir a parar si empiezas a remover tierra donde acabas de poner la semilla?
¿Pensabas ver frutos el año que viene?
Si pones un huevo debajo de una gallina y se lo quitas al animal todos los días y lo pones en un sitio donde no hay calor, ¿qué es lo que llegará al mundo?
Podredumbre, pero ninguna vida nueva.
—¿Qué quieres decir con esto, Frederik? —pregunta Hans.
—Que jamás podrás darle conciencia diurna a algo que aún tiene que vivir el proceso de crecimiento y florecimiento, y que por tanto aún no es adulto, porque esta vida, ese pensamiento y sentimiento todavía tienen que despertar.
Si aplicas el sueño a René asesinas al chico.
Ahogas la vida, intervienes en algo que todavía tiene que vivir, crecer.
La conciencia adulta te lleva a la personalidad adulta.
Hans, ¿es que no sientes que con la hipnosis de niños en semejante estado no puedes conseguir nada?
Aquello que todavía yace en las profundidades de la vida y que aún tiene que despertar lo veo como el invierno para la naturaleza en el árbol, pero no en su exterior.
¿Quieres como psicólogo sacar esa vida al exterior y darle un lugar en esta naturaleza fría?
Hans, esto sobrepasa tus sentimientos, es mejor que lo reconozcas honestamente, o pensarás que hablo por hablar.
Pero ¡así es!
Aquí no hay nada que hipnotizar, no hay nada que hacer, ¡porque ahora interfieres en la vida!
Eso es bueno para los adultos, ¡no para los niños!
Pero te digo que lo que puedes conseguir con el viejo Piet, Sonia y muchos otros, eso mismo se manifiesta aquí por medio de rayajos.
Ya lo sé, eso de René es algo muy diferente, pero la reacción material es un síntoma, son esos colorines, también lo son esos dibujos insignificantes.
—Entonces, ¿qué tenemos que hacer, Frederik? —pregunta Erica.
—Nada, hija mía, nada, esperaremos tranquilamente.
Porque Hans dijo que estaba de buten.
Yo no, hoy ya lo veo con mala pinta.
—Lo ves demasiado negro, Frederik.
—Ay, cómo es este Karel.
Ya te dije que mi visión nunca es pesimista.
Eso tú lo haces mejor.
Pero mira esto.
Flores..., parecen flores, pero no lo son.
Entonces, ¿qué son?
¿Sienten (sentís) lo que es?
—¿Qué es, Frederik?
—Son grados de conciencia, Hans.
—¿Cómo dices?
—Que en Oriente, o justo en medio de este mundo, se erige una pirámide.
Hans, ¿no conoces esa cosa?
Karel, Erica y Anna me miran los tres a la vez.
Hans pregunta:
—¿Estás irritado, Frederik?
—Exactamente, y justo por ti.
Nunca son (sois) capaces de aceptar nada.
Te haría algo, si no supiera que de todas formas no sirve de nada.
¿Ves? Ya no estoy irritado.
Antes no reaccionaba nunca ante cosas así, porque los (os) consideraba tipos asombrosos.
Pero ahora sé que son (sois) tan deprimentes, tan anormales, que me entran ganas de fustigarlos (fustigaros) durante horas.
Se olvidan (os olvidáis) de sus (vuestras) propias estupideces.
Te olvidas, por ejemplo, de que declaras como locas a personas que están más sanas que nada.
Todo eso se queda en el olvido.
Simplemente, lo apartas de ti y continúas tu camino tan pancho.
Eso a una persona normal la irrita.
Ya se me ha olvidado, y tampoco voy a volver a picar.
Pero te digo: de esta psicología no tienen (tenéis) ni pajolera idea.
Pues bien, me parece una palabra de una hermosura poderosa, porque tú no es que te estrellas una vez contra el mismo muro, lo haces un millar de veces.
Esto son grados de conciencia.
Y esos grados de conciencia, que para ti son igual que flores, los dibuja René Wolff, un niño loco, pero eso no lo ves.
Tú estás ahora con tus patas de profesor encima del cadáver y no lo sientes.
Este, Hans, no es más que uno de los síntomas.
¿No te dije que los hay y que no los hay?
Así también se sentía Erica, hoy estaba y al día siguiente justamente no estaba.
La tenías delante de ti y caminaba por la calle.
Experimentaba charlas cuerpo a cuerpo, que a Stein le provocaron un ataque interior y por lo que la demandó ante el consejo “universitario”; por eso esta familia estuvo en boca de todo el mundo.
Así son (sois), ya no los (os) acepto, ¡me dan náuseas su (vuestra) sabiduría!
Pero eso no significa, Hans, que yo también me tropiece con las mismas piedras.
De modo que voy de buena fe.
Para mí se trata de tus morros de incrédulo empedernido.
Hoy te tengo y mañana te he vuelto a perder.
Karel ha cambiado.
Ahora vuelve a estar a tu lado.
Ayer le aclaraba milagros: también ya se los ha vuelto a olvidar.
Hoy, amigo, mañana, un extraño para uno, ¡y eso solo porque el señor es doctor!
Y ¡así son (sois) siempre!
Te digo, es decir, según mi propia intuición, Hans: estos duros colores rojos y verdes son para él grados de conciencia, son mundos con los que está relacionada su vida.
Es algo con lo que el niño se desahoga.
La vida descarga y eso ya supone una curación.
Aquí lo que hay es una descarga, una medicina para él y su alma.
Lo que destrozó a Sonia, lo que destruyó a Piet, ¡aquí se descarga conforme a leyes naturales de una forma del todo serena!
¡Lo que recibimos mediante su hipnosis aquí llega por sí solo!
Estos fuertes colores Hans, Karel, esos rojos estridentes y amarillos cortantes, son llamas, ¡y luego serán desgracias!
Son rasgos de su carácter.
Estos colores azules son parte de su sueño diferente.
De su mundo onírico, de su infinitud.
En esto veo los años de transición, si quieres que te lo diga, y ¡nada mas!
—¿Quieres que te responda con sinceridad, Frederik?
—Por favor, Hans.
—Todo esto solo te lo sacas de la manga.
Ni con la mejor disposición logro hacerme una idea de lo que tú ves.
De verdad, Frederik, tengo un sagrado respeto por tu conocimiento de causa, pero ¡aquí te pasas!
—Pero ¿es que no sienten (sentís) que esta vida fue de una profunda negrura?
¿Y que ya estamos obteniendo colorines para la luz y el color?
¿No saben (sabéis) que tuvimos que vérnoslas con el infierno y el diablo?
¿No tenemos que estar agradecidos de que esto va bien?
—¿Quién está aguando la fiesta, Frederik? Tú, ¿no?
—Eso te lo creerás tú, de ninguna manera quiero, como ya te dije, amargarles la vida a Erica, Karel o Anna.
¡Jamás lo he hecho todavía!
Ahora estoy combatiendo tu facultad.
Nuestras conversaciones adquirirán luego un hondo significado.
Es la lucha de un profano contra toda su (vuestra) sabiduría.
Todavía no se me ha olvidado mi apuesta, Hans.
Me falta ganarla, pero eso ya vendrá.
Si conservamos la vida y todos podemos vivir esto, ¡ya lo verás!
Ahora estoy echando cimientos conscientes.
Ya no permitiré que me engañen (engañéis), ¡iré a contracorriente!
¡Eso es todo!
¿Puede este niño conseguir más de lo que vive en su conciencia?
¡No! ¡Para nada!
Pero más tarde, Hans, más tarde, cuando despierte esta vida, entonces ¿qué?
—Primero tengo que verlo.
—Yo también, pero ¡ya lo veo ahora!
Entonces te golpea con milagros.
—De modo que sí, sigue siendo, a pesar de todo, un niño prodigio, ¿no, Frederik?
—A pesar de todo, ¡sí!
¡Sí, lo vivirás!
Karel y Hans se van arriba, al niño, nosotros nos quedamos abajo.
Erica no tiene ningunas ganas.
Karel hace lo que piensa que tiene que hacer.
Me resulta un misterio lo que quieren los sabios.
Aun así, en pensamientos sigo a los caballeros.
Se ausentan un cuarto de hora por lo menos.
¿Qué estará suponiendo el profesor?
Encuentro que Hans está cambiado ahora que ha alcanzado lo más elevado para su vida.
Tan joven todavía y ya en ese escalón universal, pero en una altura que no significa nada cuando se trata de síntomas sobrenaturales.
Allí están.
Por los ojos y las máscaras veo que los caballeros estaban enzarzados en una conversación científica.
Se sientan un rato, la cosa está candente, se puede cortar el arte científico.
Es igual que el humo de puros, tan mal huele.
Tengo que estar alerta, empiezo a sentir que ahora vamos a chocar de frente, una universidad contra otra, que para ellos carece de importancia.
Ciencia grandiosa contra la sabiduría de un jardinero... una comparación que tienes que sentir o no comprenderás nada, pero que es proverbial.
Que para mí se ha convertido casi en una institución.
Lo rescato del alcantarillado, a ellos se les sirve ingeniosamente en la mesa.
Y todavía no lo saben.
Erica también siente que algo cuece.
Anna no ha salido ni un segundo de la habitación.
¿Qué es?
¿No tiene que toser el sabio primero un poco?
¿No necesitas un vasito de agua, profesor?
¿Tienes los papeles bien ordenados?
¿Llevas bien la corbata?
¿No te partirás el cuello al pasar por el umbral?
¿Te dio el portero los buenos días?
¿O estás esta noche ante una operación interior?
Pero ¿qué es?
Y allí está.
—¿No es posible, Frederik, que René se haya visto sometido a tu influencia?
Erica y Anna escupen fuego, de Karel nos viene una cosa melindrosa, los sabios están completamente de acuerdo.
—¿Cómo dices? —pregunta Erica—.
Y ahora ¿qué quieren (queréis)?
¿René influido por Frederik?
¿Quieren (queréis) bronca?
¿Quieren (queréis) atacar a Frederik?
¿Quieren (queréis)...?

No alcanza a decir más, Karel le para los pies.
—Ya, ya está bien...
Solo queremos hablar un poco.
No pasa nada.
Paciencia.
Hans pregunta:
—¿Qué opinas, Frederik?
¿Es posible eso?
—Eso acláralo tú mismo.
No tengo palabras para ti.
—Solo es una pregunta, Frederik —asegura Karel.
—Vaya, es revolver las cosas.
—Podemos aceptar que pueda haber influencias.
Tú mismo dices que la vida absorbe sentimientos.
Y tú buscas todas estas cosas.
Cae por su propio peso que un chico sensible también absorba tus sentimientos.
Posible es.
No hacemos más que empezar a investigar, ¿no?
—Y a ti el chico te parece que está tan bien, Hans.
Ya te has dado por vencido por anticipado.
Y en realidad, ¿qué es lo que pretendes con esta investigación?
La conversación muere por si sola.
Karel y Hans están hablando fuera.
Nosotros nos ocupamos de cosas muy diferentes.
Hans es más docto que nunca.

—Pero que sepa —dice Erica— que a mi hijo no lo toca.
Pienso sobre todas las cosas.
Cuando regresa Karel ya estoy en la cama.
Aquí se cuece algo, Hans quiere algo.
¿Lo estoy dejando atrás?
Tonterías.
Pero se me hace incomprensible que todavía pueda influenciar a Karel.
Anoto todavía:
“Nunca puedes fiarte de los eruditos.
Nunca puedes confiar en ellos.
Nunca puedes entablar una amistad con ellos.
¡Cuando crees que los tienes es justamente cuando los has perdido!
Ya lo sé: un profano nunca dejará de serlo.
¡No aceptan nada!
No les está permitido, pero nosotros tenemos pruebas.
Hans ha tenido que comprobar que con la hipnosis se pueden conseguir muchas cosas.
Me ha visto trabajar, él mismo no ha logrado ponerse con ello, su voluntad vital tiene un efecto contraproducente negativo.
Pero eso el sabio tampoco se lo cree.
Y ahora a escarbar de nuevo para darme el golpe de gracia.
Que venga lo que quieran..., pero ¡ahora me voy a dormir!”.
La siguiente mañana el pequeño René está descontrolado.
Anna entra como un vendaval en mi habitación y dice:

—Frederik, ya se ha vuelto a armar la gorda.
Ay, Dios mío, otra vez, qué desgracia.
Me voy volando a su habitación.
El chico está encima de su cama, de pie, hecho un energúmeno.
Grita, quiere hablar, pero se ahoga en su propia actitud efervescente.
Tiene espuma en los labios.
Y, mira, una taza me pasa rozando la cabeza.
Karel ya viene volando, con Erica pisándole los talones.
Karel vuelve como una flecha a su santuario y quiere ponerle una inyección.
Erica es como una gata salvaje y de un golpe le quita el cacharro de entre las manos.
Mientras tanto he sintonizado mi voluntad, pero no puedo hacer nada, la vida de René no reacciona.
Logro agarrarlo, el chico tiene la fuerza de un tipo grande.
Unos minutos más tarde está bajo la sábana de fuerza.
Nos escupe de frente, tiene los ojos enloquecidos, esto ya no es un niño.
¿Es una lastima?
Karel recoge todos los bártulos y hace trizas esa porquería.
A mí me hace saber:
—Si hay que volver a comprar algo, Frederik, sigo estando yo.
—Gracias, Karel, de verdad que no me olvidaré.
Gracias, de verdad.
—¿Gracias?
¡Esta desgracia es por culpa de esos malditos dibujos, Frederik!
Pero ¿es que no lo ves?
—¿Lo dices en serio, Karel?
—¡Pues claro que lo digo en serio!
¿Crees que quiero volver completamente loco a mi hijo?
Karel está fuera de mi alcance.
Erica dice:
—¿Ya empiezas otra vez?
¿Te dejas influir por el profe?
Mira lo que te voy a decir, Karel.
No le pongas un dedo encima a mi hijo o te estrangulo.
Ese desertor del arado se larga.
Si se te ocurre aparecer una sola vez más con ese cerdo, lo echo a patadas.
Y a mí dice:
—Ven, Frederik, no te preocupes, te respaldamos.
Karel está que se lo lleva el demonio.
Se pira.
La poderosa felicidad de hace pocos días se ha esfumado.
Su sitio lo ocuparon otras máscaras.
¡Y eso por un solo señor catedrático!
Me voy a mi habitación y escribo en el cuaderno de bitácora:
“Lo que ayer todavía suponía felicidad, ¡hoy es bronca!
¡Y eso por un solo ser humano!
Precisamente uno del que esperabas que su alma sintiera comprensión por la revelación de la “psiquis”.
Es imposible decirlo con otra palabra, porque de inmediato te encuentras ante la palabra “espiritual”, que no conocemos.
“Psiquis”... suena mejor y dice más, pero eso carece de relevancia para Hans.
Él nos separa desgarrándonos y Karel también vuelve a caer.
Siento curiosidad por saber dónde encallará este barco.
Pero a la postre he tenido razón, lo vi por todos esos dibujos.
Lo supe de antemano.
Lo dejo hacer, esa forma de desahogarse no les dice nada a Hans y Karel.
Y, sin embargo —más tarde tendremos que acatarlo— esto hace que la vida se desarrolle.
No entiendo que Hans no sea capaz de aceptarlo.
Es imposible que sea más claro.
No hay otra cosa.
Es tan claro porque aquí la naturaleza habla y busca su propio camino.
Lo peor de todo es que el chico tiene que volver.
De nuevo perderemos esta vida.
Tengo que parar, Erica y Anna me necesitan.
Oigo sus pasos”.
—¿Qué opinas, Frederik?
—No te preocupes, Erica.
Una cosa sí que te digo: no me parece bien que Hans y los de su especie estén haciendo estas chapuzas.
Hans y Karel están metiendo al profesor Voltio.
Ya lo verás.
Hans ha visto allí sus estudios como perfectos, pero se cae en un barrizal.
A Karel no lo comprendo.
No te preocupes, hija.
Claro, volveremos a perderlo, solo brevemente, pero aún no habíamos llegado.
Ahora estamos en esas tormentas del desierto.
¡Tenemos sed!
Pero tenemos un guía, Erica, que conoce el camino.
Así que no te preocupes.
Todo volverá a estar en su sitio.
Tú también, Anna.
No temas..., no te preocupes, te lo juro, voy a tener razón.
Esos dibujos, ay, los conozco tan bien.
Más adelante leerás mucho al respecto.
Describiré los fundamentos.
No son enfermizos.
Pero ¡que se dejen de chapuzas científicas con el pequeño René!
Si necesitan conejillos de Indias que los busquen en otra parte.
De ninguna manera quiero convencerte, Erica, pero te pido: usa tu sentido común.
Ahora Hans es demasiado erudito para nosotros y quiere vengarse.
No quiere ir por la vida bajo mi máscara.
Lo he superado con creces y eso no lo consiente.
¡Tiene que destruirme!
Quiere tener razón y si la consiguiera, Hans poseería su respeto.
Pero eso es a costa de René.
Ahora todo es posible.
He influido sobre René.
Lo que escribí hace años en el cuaderno de bitácora, ahora lo vemos convertido en verdad.
¡Así que estoy preparado!
Ustedes (vosotros) también.
A Karel lo hemos perdido brevemente, pero eso también se resolverá.
Te garantizo por lo más sagrado, Erica, que si hace falta ¡me voy!
—Eso jamás, Frederik.
Que sepas: nosotras nos vamos contigo.
—Qué maravilloso, pero tú tienes que terminar tu propia tarea.
—Eso da igual...
Yo te acompaño y Anna también.
Aunque tenga que ir con los pies atados, yo también iré.
Entonces Karel me la trae al fresco.
¡Sabes quién y cómo soy!
No permitiré que te pisoteen.
Tu amistad me vale más que cualquier otra cosa.
Para eso abandonaría a Karel.
¿No te dice eso nada?
—Te estoy muy agradecido, Erica.
Pero ¿crees que sea necesario?
¿Tenemos que romper un lazo nosotros, que ya durante años hemos trabajado unos en otros?
Me iré y cuando me vaya tendrás tranquilidad y paz.
Estoy seguro de que Karel no aguantará ni un solo día sin nosotros.
Lo conozco.
¡Es Hans!
Más tarde le daré a él y a Hans las pruebas.
Tú espera, Erica, aún viviremos otra vida, otra era.
Confío plenamente en eso.
Eso ya se resolverá.
—Frederik: no quiero que ningún Hans toque el cuerpo del pequeño René.
Ven, vamos a ver cómo va nuestro niño.
—Hola, tesoro..., hola, pequeño René..., hola, pequeño ser humano.
¿Qué tal?
¿Sigues enojado con el tío Frederik?
Pequeño René, pequeño René...
A ver, ¿me miras a los ojos?
El niño me pide ayuda.
Pero hay algo que no logro controlar.
Y eso lo sé.
Eso me lo sé.

—Es el invierno, pequeño René...
No hay nadie en el mundo que pueda cambiarlo, estás hibernando.
No soy capaz de alcanzar eso, no soy capaz de elevar eso en mi vida, es algo que tiene que crecer y despertar.
Es algo que vive en el “esperma” humano y luego, cuando la vida se haya hecho mayor, llegará a crecer y florecer.
Exacto, pequeño René, pero entonces se llama “cáncer” o tuberculosis; son enfermedades.
De este modo es imposible todavía ayudarte.
Para una vida joven la hipnosis es un destrozo, es estrangular la vida, aporrear la cabeza hasta destrozarla.
Es destruir la semillita que ayer metimos en la tierra.
Erica y Anna oyen lo que he dicho en voz alta a René.
El niño se ha tranquilizado.
Erica dice:
—Te creo, Frederik.
Lo acepto al instante.
¿Y tú, Anna?
—Yo también, es algo que tiene que despertar.
—Exacto, tiene que salir del sueño, que crecer, que despertar, también que evolucionar, solo entonces puedes hacer que se duerma un alma.
Si aun así lo haces —porque ya lo ves: es posible—, entonces paralizas esa vida.
Entonces el niño ya no se expresará, y entonces sí que estará totalmente muerto.
¡Lo estarás ahogando!
Ahora creas disarmonía.
No le das la oportunidad de brotar.
¿Viste esos colorines, pequeño René?
¿No viste al bu?
¿No lo viste?
¿Y pensabas, pequeño René, que no estamos nosotros?
—Pero ¡corazón! —Oigo que dice Erica, y eso es para mí y René.
—¿Ves a tío Frederik, pequeño René?
No hay respuesta, el niño no me ve.
Los ojos de la conciencia diurna han quedado desconectados.
Las ventanas están cerradas a cal y canto.
Ahora se ha quedado dormido lo que forma parte de la conciencia diurna.
No harías más que torturarlo.
No hay nada que se pueda hacer, tenemos que desprendernos de este proceso.

—El niño no te ve, Erica, esta vida está ahora por debajo de lo normal, es allí donde vive, es allí donde descansa, porque al final sí ha llegado la relajación.
René cierra los ojos, vamos abajo.
Ahora nos entregamos otra vez a la conversación.
Ahora volvemos a estar metidos hasta el cuello en la miseria.
No hemos pensado en ello, pero así es.
La vida continúa, se despierta y va desarrollándose.
Esto sí que es algo muy elocuente, pero los adultos aún desconocemos sus leyes.
Es literalmente verdadero: estás delante, detrás y al lado de eso.
Lo que vi allí donde Hans lo veo ahora de nuevo con René.
Había allí una mujer que se acicalaba todo el día..., que estaba dando caricias y lamiéndose como una gata.
¿Tenía fantasías de belleza?
Para mí al menos la tenía...
Hans no le ve así, ¡está contagiada!
Y eso, pues, lo vi de forma astral.
Era algo que aún no quería meditar porque me faltaban pruebas.
Pero a la mujer la tuvieron que encerrar porque estaba limpiándose, lavándose, diez horas al día.
Era un desastre con el agua, siempre, un día tras otro la misma historia, pero no la comprendían.
Hasta que se puso un poco salvaje y tuvo que cambiar de casa.
¿Qué es?
¿Cómo empieza a haber semejante tratamiento de belleza?
Tendrías que haber oído hablar a Hans de eso.
Todavía me faltan las pruebas, pero ¡estoy empezando a pensar en “contagio espiritual”!
Hay un demonio en esa aura vital.
Y eso lo siente el alma.
El alma, como ser humano, empieza a lavarse entonces, y seguirá haciéndolo, pero no hay fin.
Así hay miles de personas que se van lavando hasta terminar en el manicomio.
Esa belleza antinatural destroza el alma.
Los allegados de ese ser femenino no lo comprendían, el médico solo daba palos de ciego.
Yo me digo: esto sí que es “peste astral, influir astralmente”; el alma, como mujer, quiere deshacerse de esas asquerosidades.
Te digo honestamente: se me hacía imposible mirar detrás de esa máscara.
No tengo pruebas de ello, pero ya las conseguiré.
¡Ya dije antes que no daría ni un paso de más!
Pero no permitiré que ningún Hans, ningún profesor Voltio, ningún Karel me ponga en ridículo, ahora voy a empezar una lucha que a todos nos agradará.
En el caso del pequeño René es exactamente igual.
Lo que ves con esas mujeres como intentos de lavarse y quitarse la suciedad aquí lo veo como su... ¡bu!
Es ese canalla que arrastra esa vida hacia abajo.
Lo he visto.
Esos muñequitos no valen un pimiento para los eruditos, pero son mis pruebas, ¡es la vida de René!
Pero ¡eso todavía no se lo digo!
Únicamente lo convierten en bizcochitos que van agarrando.
Lo convierten en la fiesta de San Nicolás, un profano hace de experto.
Bueno, de acuerdo, pero el Antiguo Egipto sigue existiendo.
¡Además de Mohamed!
Más amigos míos que se entregaron en cuerpo y alma.
¡Los convoco!
¿Tienen que asistirme desde allí?
Ahora todavía no los necesito.
Cuando sea así me ayudarán en todo lo que puedan.
Es ahora cuando Oriente sintoniza con el pragmático Occidente.
Lo saludo, mi sultán, ya estoy con ello.
Qué bien, verdad, que un ser humano pueda conservar algo así o convierten todo, las cosas más sagradas, en basura.
Estropean y corrompen todo.
Estoy con mis armas cargadas, las he mandado revisar, ¡ya pueden venir!
Vengan (venid), me he hecho “vidente”.
Voy por un camino que me conduce directamente, a mí y a quien quiera seguirme, a través de la pirámide de Giza.
Puedes quedarte sentado tranquilamente encima de tu camello, no hace falta que andes, ¡lo pongo en tus manitas!
¡Te lo sirven en bandeja como no lo habrás visto nunca antes!
Pero... ¡las cabezas gachas!
¡Fuera las máscaras!
He dicho: ¡fuera las máscaras!
¿Qué quieres?
¿Es un hombre ese bu?
¡Lo creo y no lo creo!
Sí que lo vi como un tipo, como un diablito, pero esa es la apariencia material, el alma se expresa por medio de esos fenómenos y nosotros vemos a ese jovencito.
Pero creo que es de otra manera y mucho más natural.
Pensaré sobre eso cuando hayamos llevado —por terrible que sea— otra vez al pequeño René.
¡Qué lástima!
¡Qué lástima!
Pero ¡qué lástima, Erica, Anna! Sin embargo, ¡tenemos que tener paciencia!
Más tarde dirás: Pero ¿cómo encajaba todo eso?
Los fenómenos fueron colocados uno junto al otro como un juguete de bloques para armar, y entonces vemos ese paisaje con todas esas cascadas ante nosotros.
Ahora allí sí que puedes verte a ti mismo.
Ahora los cuentos humanos ya carecen de importancia.
Ahora todo sí que es sobrenatural, porque ¡cada pensamiento carga un espacio y tiene que representarlo!
¿Viste esa máscara?
Voy hacia arriba y fijo todos estos pensamientos.
Es algo que los seres humanos no podemos alterar.
Podemos presentar notitas vacías, pero detrás de eso vive la realidad, o ¡jamás habría habido un Pedro y sería una tontería aquel canto del gallo que tanto preocupa a la gente!
Entonces son invenciones.
Pero ¿quieres hacerme creer que Cristo no vivió en la tierra?
¿Tenemos que aceptar eso —tal como lo suponen muchos eruditos lelos— como una leyenda de Jerusalén?
¡Ya les gustaría!
Pero ¡eso es imposible!
¡Él estuvo allí y lucharemos por ello!
¡Yo al menos por mi propia cuenta y ellos por medio de sus pedestales corrompidos!
Ay, Mohama, estoy empezando a comprender por qué lo tenías tan difícil; por cierto: todos los que han podido hacer algo por este progreso.
¡Un erudito es una oveja con antenas humanas!
¿Tú también viste esa máscara?
Karel todavía no ha cambiado.
¡Es demoniaco!
Hans lo es ahora, igual que el profesor Voltio.
Están abriendo una investigación.
Los caballeros ya vendrán esta tarde.
Sentimos curiosidad.
Erica dice: pueden hacer lo que quieran, pero hasta aquí, y ni un paso más allá.
¡Es fuerte junto a Anna!
¡Saben lo que quieren!
Lo asumen abiertamente.
Yo voy por mi propio camino.
No puedo hacer nada.
Karel tiene que decidir sobre su propia sangre.
¡Vinieron!
Al pequeño René no se le dio ninguna inyección porque Erica se puso como una energúmena.
Echó de casa a los expertos.
Karel casi la ataca, pero Anna se interpuso entre el bruto y ella.
Eso ni pasando por encima de mi cadáver.
Aunque este sea más viejo que Matusalén, pero Karel se dio un susto.
Los expertos no sabían dónde meterse.
Irradiaban menosprecio.
Voltio aún quiso hablar un momento conmigo, pero Erica me aconsejó no decir ni una palabra a esa gentuza.
A mí me pareció bastante bien y el señor preguntó:
—¿Está usted seguro de sí mismo?
¿Es imposible que su voluntad la haya transferido a su hijo?

Lo decía de otra manera, pero yo le comprendía.
Le contesté lo siguiente:
—¿Quién es aquí el experto? ¿Usted o yo?
—Le estoy preguntando algo, puede responderme, ¿no?
—Solo hablo con el señor Wolff.
Si el dice que tengo que hablar, estoy dispuesto a hacerlo.
Voltio se va y regresa con Karel.
Quieren saber algo de mí.
Voltio recoge velas, un poco; Karel es como pillo mayor.
Esta noche volverán, entonces Hans también estará presente.
A mí me parece bien.
Pero Erica dice:
—Pero ¡qué tipos tan descarados son, Frederik!
No les digas nada a esos perros.
A Karel ya se lo haré pagar.
Pero no hay quien atrape a Karel, a él también lo hemos perdido.
Solo unos instantes, creo, porque soy incapaz de creer en la desintegración.
Pero ¡los humanos no dejan de ser más que humanos, siguen siendo borregos, seres de una especie peculiar!
Los tienes hoy y mañana.
Y el pequeño René se ha tranquilizado, pero bajo la sábana de fuerza.
Si liberamos esta vida salvaje, te muerde.
Y eso no debe ser, ¿verdad?
No hablamos: pensamos.
¿Tendremos esta noche una lucha a vida o muerte?
No lo creo.
Más bien pienso que esto no traerá cola.
Por cierto: no sé lo que voy a decir.
No sé por dónde empezar.
Los expertos me quieren triturar, y ¿Karel les echa una mano?
Así me parece ahora.
¿Sí que me iré de viaje al final?
¡Me entran sentimientos!
¡Ideas!
Estoy abierto a ellos.
Karel, ¿si tengo que hacer eso también?
Bien, de acuerdo, ¡soy capaz de lo que sea!
Pero entonces tendrás que venir a mí, de rodillas, desnudas, tendrás que colocar tu corazón sobre una bandejita, o ya no te creeré.
Hay algo en mí, Karel, que se está muriendo.
Hasta allí puedes llegar, porque entonces yo mismo ya no podré hacer nada por ello.
Yo no me iré jamás de aquí por voluntad propia.
¡Jamás perderé amigos!
¡Jamás!
No aguantan estar conmigo —eso es— porque una y otra vez mi vida les pesa demasiado, les resulta excesivamente difícil, debido a que ¡no les da la gana empezar una vida para más tarde!
Pues que revienten..., ¡que se fastidien!
Nunca he sido tan rudo, pero es que entonces tampoco tendrían (tendríais) que haber colocado estas palabras en nuestra escritura perfecta.
Más sencillo, imposible, me parece, no les (os) concedo ninguna muerte, porque de todas formas son (sois) incapaces de reventar...
En el fondo estoy diciendo algo que no requiere ninguna justificación.
Es como si me pusiera a hacer esgrima con violetas, pero ¡esa “seguridad sagrada” aún no se la han ganado!
René sigue tranquilo.
Ha comido algo.
Karel no me permite que me acerque a él.
Quiere una investigación no contaminada.
Fenomenal.
Pero cuando se va un momento las mujeres me arrastran hasta el niño que es nuestro.
—Hola, corazón.
Lo que no esperamos —así es siempre con nuestro hijo— viene ahora.
—¿Otra vez tengo que irme, tío Frederik?
Justamente cuando se me estaba dando bien.
¡Otra vez conciencia!
Si esta viene de mí, por mí, tampoco es razón para tener que permitir que me echen a la hoguera.
Para nosotros es como si quisiera ayudarnos.
Esta mañana: un salvaje, loco de remate; ahora: de nuevo del todo sereno, y encima, sano.
Pues ya pueden venir esos caballeros.
Digo:
—¿Ves, René? Tienes que saber que allí las cosas iban de maravilla.
Solo tienes que volver un ratito con tus amigos.
Y, además, René: ¿no estamos contigo?
¿No te estamos esperando?
¿No pensamos en ti?
Cuando más adelante regreses, pequeño René, compraremos grandes telas.
Y entonces te ayudaré.
—¿Verdad que sí, tío Frederik?
¿Verdad que entonces iremos a ver todos los cuadros hermosos?
Y ¿no lo olvidarás, tío Frederik?
Y ¿también tendré cosas bonitas en mi habitación?
Erica dice:

—Ay, cariño mío.
¡Nosotros vamos a regalarte un museo propio!
—¿De verdad, mamá?
¿De verdad...? ¿Harás entonces como bu y me volverás a echar?
¡Papá es un canalla!
Papá es un canalla, tío Frederik.
Qué asco, papá me da náuseas.
Ya se lo haré pagar.
Lo embadurnaré de mierda.
Escupe hacia su padre.
—¡Oye! —dice Erica—, papá es bueno.
—Eso es una mentira, mamá, ¡papá es un lirio rosadito!
—¿Ves? —dice Erica— y esos hablan de influencias.
Lástima que no lo haya oído el señor.
Cuando podrían aprender algo no están.
Cielos, pero qué gracia es esto.

Y a René:
—Te irás todavía un tiempito, ¿verdad que sí, muchacho?
Aquí te guardaremos todo.
Anna, Frederik y yo te compraremos hermosos cuadros.
Pero no puedes decir nada de tu papá, sus intenciones son buenas.
Y cuando vuelvas todo estará en orden.
¿No es así, pequeño René?
—Sí, mamá.
¡Sí, mamarracha..., sí, desgraciada!
¡Mejor revienta...!
¡Que te vayas al infierno!
Se da la vuelta y ya no quiere saber nada de nosotros.
Me tiro de los pelos.
Empiezo a pensar en cómo se influye, tengo que irme de aquí un tiempo, el niño te deja vacío, los eruditos tienen razón.
Pero ni un segundo más tarde he vuelto a cambiar de parecer.
¡Es parte del juego, también lo otro!
¡Todo junto forma un popurrí sobrenatural!
Y es nuestra comida, pero es insulsa.
A Karel lo puso enfermo.
¿Qué nos aportará este día?
Hans, Voltio, Karel, Erica —Anna no quería asistir— están hechos un manojo de nervios, la conversación ya ha empezado.
Hemos iniciado el último acto, ¿desaparecen máscaras?
¡Acaban de ser pulidas y bien colocadas!
Hans posee ahora una máscara antediluviana, Karel una que no está en tan mal estado ni apachurrada, pero no es gran cosa.
¡Ese Voltio es igual que un cadáver con vida!
Ese hombre es originario de la ciudad de Groninga.
Hay un instinto que recorre ese rostro que se me hace frío.
Si le cuelgas un saco de los hombros, con algunas baratijas, le pones un traje viejo y ajado, y a renglón seguido lo echas a la calle, es el hombre que hace negocios en la vía pública, de casa en casa.
Y esa cosa se ha hecho profesor y con Hans se dedica a la psicología.
¡No hacen más que copiar a los anteriores!
No hay más, y ahora, vamos, al banquillo.
Adelante, señorías...
Eviten desgracias...
¡Las puertas del cielo están ahora abiertas!
Voltio dice:

—Hemos alcanzado un consenso...
La presencia de usted supone la ruina irrevocable de esta vida.
—¿Que qué es lo que quieren los señores?
¿Qué quieren los eruditos?
¿Y tú, Karel? ¿A ti eso te parece bien?
Fuera de mi casa, escoria...
Fuera de mi casa.
Karel salva la situación.
Miro a Erica.
Me comprende, le transmito: un poco de paciencia todavía.
Erica sale un momento escopetada.
Sé adónde va.
Anna le contará cómo hay que hacerlo.
Más tarde puede olvidarse a sí misma todo lo que quiera, ahora un poco de paciencia.
Allí está, a la espera.

—Lo siento... —dice—, pero soy madre.

Voltio está de acuerdo.
Yo no pregunto nada, pero Hans sí lo hace:
—¿A ti qué te parece, Frederik?
—¿Que qué me parece, señores?
Pues está bastante claro.
Me rindo completamente ante lo que piensan los señores y lo que se imaginan.
Creo, sin duda, en la posibilidad de influir, porque un niño lo aprende todo de los adultos.
¡Exactamente!
—Pero ¿ahora qué? —quiere saber Hans.
—¿Que ahora qué?
¿Cómo puedo evitar esas influencias, quiero decir: ¿Cómo puedo cambiar algo en esto ahora que ha llegado el momento?
Claro que me iré, me voy de aquí, mañana ya no estaré.
Indudablemente, una buena decisión.
Desde luego, he de ofrecerles mis disculpas.
Qué lástima, ¿por qué no me lo hizo saber Karel mucho antes?
Qué lástima, profesor, pero soy culpable, contra esto no es necesario que yo haga nada, lo más probable es que los señores estén de acuerdo conmigo en esto.
Pero, claro, ¿cómo recuperará el niño la calma?
—¡Eso son asuntos míos!
Es Karel quien lo dice.
Es frío como un cuchillo.
Follones polares, necesitas abrigos de pieles para esto, pero los eruditos están de acuerdo.
Hans empieza a hablar de sistemas doctos y ¿no los comprendería?
Pues mejor me voy entonces... porque ¿qué puedo oponer a esto?
Erica espera un poco, es como una tigresa.
¡Necesito descanso! ¡Descanso!
Hans sabe que si quiere hablar conmigo de todas estas cosas no tiene que venirme con términos eruditos.
Me blindo por completo ante estos y ¿resulta que tampoco entiendo nada al respecto?
Para estas cuestiones he ido construyendo una “terminología” propia.
Y no es raro, te sirve para decir las mismas cosas y son mucho más comprensibles así.
No me aclaro nada con sus conjeturas.
Hans vuelve a empezar y me tira de la lengua cuando pregunta:
—Tienes que comprender bien, Frederik, a Karel lo que le importa es René.
Hemos encontrado un nuevo camino, que permite la curación.
—Una cosa te digo, Hans:
¿Tengo que empezar a ver tu personalidad de otra forma?
Pues bien...
Ayer el señor tenía otras ideas al respecto.
Entonces gané mi apuesta, ahora nos hemos perdido, somos extraños, ahora se enfrentan las palabras del profano a las leyes de la “universidad”.
A mí me parece bien.
¿Qué quieres saber de mí?
—La esencia está de tu parte, Frederik.
Suponemos que tú has tenido al niño todos estos años bajo tu influencia.
No decimos que esto haya sucedido de forma consciente, eso ya lo sabes tú muy bien.
Aquí se ha comprobado una desintegración mortífera que durante años ha estrangulado la conciencia diurna.
Y esas fuerzas, Frederik, las succiona la joven vida.
¿No está bastante claro?
¿Tan malo es esto?
Karel no abre la boca.
Pero a mi lado está Erica, que sería capaz de degollarlo.
¡Todavía espera!
Yo, naturalmente, me refugio en mi cascarón.
De todas formas, contra esas miserables palabras uno no puede hacer nada.
Yo es que soy así.
Entonces ya no actúo, lo proceso por dentro.
¡Me da pena, me duele!
¡Ya no voy a echar más margaritas a los puercos!
Pero cómo es posible.
Ay, ese Karel, pobre de Hans.
¡Ese Voltio es un cerdo!
Mira esos ojos saltones.
Esa nariz.
¡Esa boca!
Parece un carro de heno.
Mira el vapor que le sale de los codos.
Me apuesto la cabeza que este hombre no se detiene ni ante los muertos.
Este hombre ha conseguido elevarse gracias a eso.
Le arrojo mi menosprecio.
Mira, quiera esconderse tras sus gafas.
¿Ves esa delgadez?
¿Viste esa máscara?
Oigo lo que está pensando..., oigo:
‘Maldito bastardo..., te echaría a patadas de mi casa si vinieras a verme’.
Y ahí lo tienes a ese pajarraco, a ese insecto vulgar y corriente, al que ya le gustaría matarme.
¡Pues a mí me caen mejor los tipos como Ten Hove!
¡Basta con amar a esos niños!
¡Dales todo...!
¡Te matarán de todas formas!
Ya me iré, docto señor..., pero también tú vendrás algún día a mí, de rodillas, arrastrándote, para pedir perdón.
Ya te digo ahora: puedes enviar tus sórdidas chorradas a Él, que nació y murió por todos nosotros.
¡Allí es donde obtendré razón!
¡Él sabe cómo soy!
¡El sabe lo que quise y lo que hice!
¡Él lo sabe todo de mí!
Lo que ustedes piensen (vosotros penséis) de esto no es cosa mía.
Ya pueden (podéis) volver a arrastrarme por el fango...
Ya pueden (podéis) decir en su (vuestra) “universidad” que un profano enloqueció a un niño.
Ya me pueden (podéis) poner entre rejas.
¡Volveré de todas formas, y de todas formas tendré razón!
¡En todo!
¡Granujas!
¡Pedazos de basura!
¡Miserables!
¡Chapuceros!
¡Aspavientos estériles!
¡Hierbajos!
¡Instinto animal!
¡Asquerosos!
¡Folloneros embusteros!
¡Engañosos!
¡Mentirosos!
¿Quieren (queréis) pasar por encima de mi cadáver?
¡Que Dios me libre!
¡Él sabe quién soy!
¡Para Él paso por encima de la hoguera y allí me quedo!
¡Mejor descalifíquenme (descalificadme) como genio maléfico!
Todo esto no lo dije en voz alta, para que se chinchen.
¡Ay, ay, ay!
Allí están, sentados, y no dicen nada, pero es que nada.
Cuando Karel ya no sabe dónde meterse agarra con torpeza una caja de puros.
—¡Gracias, poeta..., doctor, trepa! —se me escapa, y siento que el pequeño René me ayuda—: que nunca fumo.
¡Que no, que nunca fumo!
Ya te gustaría, ¿verdad?
¿A que sí?

Ahora sigo un poco, reforzaré su diagnóstico.
Hans ya siente lo que vendrá y además ¡les va a divertir!
—Yo no, ¡yo jamás fumo!
Es lo que tú te creías.
¿Nunca oíste hablar de esos ringorrangos, profesor?
Una brisa queda sopla por encima de las montañas y deja empapada la erudición de este mundo.
A Van Buitenstein le digo: “Agarra tu sombrero”.
Pero ¿qué hace el hombre? Me arroja sin miramientos contra el suelo.
Ya se lo haré pagar.
Claro, pensaban (pensabais) que lo iba a asesinar, ¿verdad?
Mentira cochina.
Dije: anda ya, nos vamos a casa juntos, tan a gusto, y comemos algo rico.
¿Qué tiempo, verdad?
¿Vienes a rezar también?
Hace falta ayuda.
Haz que ahora te oficien la misa y hazte el consciente como un bovino, así te inspirarás.
Derriba a ese bicho.
No le tires bolas de nieve a esta vida.
Métele piedras y ya sabrás dónde acertarás.
Allí los tienes, sentados, mientras piensan: ‘Ese está loco de remate’.
¡Voltio le hace un elocuente y discreto gesto con la cabeza a Karel!
Hans también lo comprende.
Completamente loco.
Y ¿a esa vida fracasada la has tenido durante años en casa?

Cuando Voltio quiere decir algo más, Erica se abalanza sobre el hombre, agarra la mole por el traje negro, desgarra el cuello hasta detrás de su cabeza y así lo arrastra afuera de la casa.
Karel lo quiere impedir, pero recibe un buen golpe en los morros.
Anna está frente a Karel.
Antes muerta que esto, Karel.
Y cuando Voltio ya está casi en la calle y es el turno de Hans, el Dios de todo lo que vive se encuentra entre nosotros, pero por la “majestad” de un chico loco.
¿Y ese niño tiene un palo entre las manos?
Es un atizador de hierro.
El niño está frente a su propio padre.
Llama a gritos a su madre.
Erica ha echado a Voltio de casa, ella ya ha vuelto para ponerle a Hans en contacto con agujeritos, alcantarillas..., pero René se encarga de protegerlo y dice:
—¡Es ese cabrón!
¡Él es!
¡Es ese bicho!
¡Es ese follón con lo del bu tan asqueroso!
¡Allí! ¡Allí! ¡Allí!
Hans pensaba que iba a obtener protección.
Pero de pronto René lo golpea en la mandíbula.
Hans gime.
Ahora es Karel quien quiere atacar a su hijo.
Anna y Erica se abalanzan hacia este instinto vivo y lo arrojan adonde tiene que estar.
Karel se desploma sobre la silla.
Hans sale volando detrás de Voltio.
Erica dice:
—Puedes regresar, Hans, pero entonces con la cabeza lúcida, si no ya no tienes nada que hacer aquí.
¡Fuera!
¡Te digo que fuera!
¡Fuera, Hans! ¡Fuera!
Hans se larga.
¡Hans ya no está!
Y ahora ¿qué?
Karel está hecho una fiera.
Soy yo, su blanco soy yo.
Pero tiene a Erica y a Anna delante.
Se pone a hablar Erica:
—Y ahora te gustaría cargarte a Frederik, ¿verdad?
Bueno, pues adelante.
Yo te mostraré cómo hay que hacerlo, Karel.
A ver, señala un momento a Frederik.
Pedazo de sinvergüenza, eres un tipo escandaloso.
¿Quieres perder a Frederik, embustero?
¿Es a él a quien quieres perder porque estás hecho un lío con tus cadáveres?
¿Porque no eres capaz de soportar la verdad?
A ver, hazlo.
Ya te lo dije una vez: si Frederik se va, nosotras también nos iremos.
Si no queda más remedio que se vaya, entonces nosotras también.
Pero ¡a mi hijo no lo vas a tocar!
Ahora miramos todos a René.
¿Dónde está el ángel?
Está sentado tranquilamente en una silla y observa el arte de Karel.
Mira mucho tiempo, lo dejamos en paz.
Karel también mira...
Mira de otra manera...
Sigue hecho un toro salvaje, pero la ira está disminuyendo.
Que cómo se ha liberado el muchacho, quiere saber Anna.
Lo levanta, abraza la vida contra su corazón y se va arriba.
No tarda ni cinco minutos en volver a bajar.
Karel ya no dice nada, allí está, ¡pensando, tapándose la cara con las manos...!
Me voy a mi habitación.
Creo que los padres aún tienen cosas que comentar entre ellos.
Arriba oigo cómo está gritando Erica.
A Karel le caen por todos lados.
Ella tiene razón...
Le dice que está capacitada para cuidar de su hijo.
La ciencia no significa nada.
¿No lo sabía mi marido querido?
¿Se olvidó de todo lo que hemos vivido estos años?
Y ¿lo quiere saber Hans?
¿Ese animal de bellota?
¿Ese desgraciado?
¿Ese opulento palacete?
¿Y este quiere cuidar a la gente?
¿Ese trepa que está marchitándose?
¿De dónde saca esas palabras?
Es como si lo bueno se ayudara a sí mismo, se inspirara a sí mismo.
René me está llamando.
Voy al chico.
—¿Está papá enfadado conmigo, tío Frederik?
—No lo creo, hijo mío, ¡no lo creo!
—Entonces está bien, ya me duermo.
Y, mira, igual que antes se acuesta y ¡ya está durmiendo!
Son fenómenos que conocemos, es ¡progreso, despertar!
En el cuaderno de bitácora pone:
“¡Ahora ya sí que no pude más!
De verdad que esto no me lo esperaba.
No me lo habría podido creer.
Sin embargo, como lo ves tú mismo, somos unos bichos raros los seres humanos.
Aún no conozco todas las máscaras.
¿Qué profundidad tiene una máscara de esas? ¿Cuál, semejante patíbulo humano?
No lo sé.
Yo mismo no habría sido capaz de hacer otra cosa.
Cuando los maldije por dentro con todo lo feo que hay lo sentía de corazón.
Me parece que no voy a retirar ni una sola palabra.
Ese Voltio es un fanfarrón escandaloso.
En serio que me parecía estar enfrentándome con un ladrón.
Es un morfinómano adicto si quieres que te diga lo que pienso.
Un prestamista, un prestamista ladrón, un carácter de baja estofa, que a Hans le parece la repera y que él nos enjareta.
No es Karel, es Hans.
Desde mi rincón oigo decir a Erica:
—¿Y tú te entregas a semejante pedazo de escándalo?
¿Es que no conoces ese pasado?
Karel, ¿ya no te acuerdas de lo que me contaste hace unos años sobre este carácter diabólico?
¿Y por semejante tipo tiene que largarse nuestro Frederik?
¿Por un morfinómano de esos?
¿Por semejante pedazo de desgraciado?
¿No te da vergüenza?”.
Ya no quiero escuchar más y continúo.
Constato:
“Pero hay que ver lo extraño que es esto, Erica también siente lo granuja que es este hombre.
He conocido a centenares de miles de personas, pero semejante instinto animal en un hombre y experto todavía no.
¡Es sin duda carroña!
Siento curiosidad por cómo se lo tomará Karel.
Ya lo sé, pero todavía tendremos que tener un poco de paciencia.
Vaya, qué susto me ha dado esto a pesar de todo.
Es que, hay que ver con ese ser tan bajo, cómo es posible, Hans.
Pero tú ya volverás, tú no puedes vivir sin buenos amigos.
Te quiero, de todas formas.
Erica también, pero ya no tienes que andarte con esas historias con nosotros.
Y al pequeño René: ¡Ni tocarlo!
Erica le da a Karel un buen rapapolvos.
Al gruñón no le queda más que envainársela.
Volvió a recaer en un viejo error suyo.
Pero creo que ahora lo superará.
Así es como quedan derribados los rasgos de un carácter.
Un ser humano no tiene que luchar contra ellos una sola vez, sino miles de veces.
Eso ya es así desde que existe la humanidad.
Pero el ser humano ni lo cree ni lo conoce todavía.
Ver a los amigos y aceptar a los amigos: ¡Eso sí que es arte!
¡Conservarlos es una ley sobrenatural!
Quien sea capaz de hacerlo estará cultivando una palomita.
Pero menuda situación.
De golpe estás metido en un lío.
Si pienso en ayer por la noche, podría ponerme a llorar.
Pero entonces Karel ya estaba perdido.
El pequeño René vuelve a marcharse, lejos de nosotros, porque no hay más remedio.
No creo haber cometido errores.
Creo que voy a pirarme por un breve tiempo.
Karel tiene que deshacerse de mí una temporadita o tendrá que suplicarme para que me quede.
Espero poder vivir esto último, aunque lo quiero igual que a todos los demás, pero ¡es algo que aún no entiende!
Frederik, ¿qué te parecería un viajecito al Antiguo Egipto?
¡Quiero ir allí para “hablar con la luna”!
¡Quiero hablar con la esfinge!
En mi juventud anterior no me di cuenta de esos asuntos sagrados.
De todas formas sí soy capaz de ayudar a René, desde donde sea.
Mientras, aquí vuelve la calma.
Pero ¡me voy!
A Karel le haré saber que no quiero ningún tipo de limosna suya.
Vuelvo a ponerme mi otra túnica.
Vuelvo a meterme en la diplomacia...
Voy a entablar una nueva conversación “cuerpo a cuerpo”.
Lástima, pero es lo que hay.
Estaba siendo yo mismo, tan a gusto.
Me daba como soy, hablaba como un niño torpe, espetaba las cosas como me salían, aunque a veces todas esas palabras me dieran terror a mí mismo.
Tengo que volver a poner un momento mi máscara.
Sultán..., alteza..., ¡hasta luego!
No me imaginaba que ya nos volveríamos a ver tan pronto.
En el ínterin, nos hemos hecho un año mayores.
Ahora nos podremos ser aún más útiles el uno al otro.
Quiero saber ahora si has cumplido tu palabra.
¿Les conseguiste a todas tus mujeres un buen marido?
¿Les diste la posibilidad de elegir lo que ellas mismas querían y deseaban?
Eso lo quiero oír ahora de tu propia boca.
Por ahora no hay nada más.
¡Hasta luego!”.
Cuando Karel y Erica tocan en mi puerta digo en voz alta:
—Ya estoy servido, corazones.
Acabo de empezar a hacer las maletas.
Oigo:
—¡Eso sí que no lo harás, Frederik!
—Hay cosas, Karel... —le lanzo a la cabeza a través de la puerta cerrada— sobre las que un pobre diablo como yo tiene que decidir él mismo.
Me iré sí o sí, pero primero llevaré al pequeño René, si es que eres capaz de consentirlo.
—¡Que no te vas a ir, Frederik!
—Que sí que me iré, Karel, me llama mi sultán.
Que duermas bien, y a gusto, te recordaré en mis sueños.
¡Adiós, y que sueñes con los angelitos!
Esta noche no hubo flores de ningún tipo.
¡Hubo una bulla tremenda!
Pero ¡al final todo saldrá bien!
Vamos a por el siguiente acto, que es el último.
¡El pequeño René se va!
¡Yo me quedaré velando!
¿Viste estas máscaras también?