¿Y esto es lo que llamas un niño prodigio espiritual, Frederik?
A René le ha dado ahora por dibujar.
Se abalanzó sobre su botín como un lobo, jamás he visto algo así.
Estaba verdaderamente hambriento por este material para dibujar, lo cual una vez más da que pensar.
Es como si su alma lo viera y valorara como comida y bebida, pero a nosotros se nos escapa.
Y te quedas sorprendido del alcance de sus chapuzas.
Ves líneas, claro, con eso empieza.
Pero es posible constatar una meta, un cálculo, aquí no se está dibujando a tontas y a locas, su alma joven y vieja piensa.
Solo le falta todavía rutina, creo, y entonces veremos surgir cuadros.
Incluso está colgando de la pared sus bosquejos.
Anna ya recibió varios, la habitación de Erica está repleta de ellos y yo también recibí sus muestras de arte.
Pareciera que para eso incluso renuncia a comer y comer.
Dibuja con avidez, no encuentro otra palabra para ello.
Y lo que más le gusta es garrapatear el papel con colores chillones.
La caja con pastel que le compré ya nadie la puede tocar, es lo más valioso y hermoso que posee.
Nosotros decimos: gracias a Dios..., la paz ha vuelto a casa por unos instantes, hay que dejarlo a su aire.
Karel también se da cuenta ahora de que esto le relaja el alma.
Me fijaba en todo.
Naturalmente también en aquellos rasgos de su letra, por los que nacieron todas esas notas.
Y parece que aquellas intentan dar forma y espacio al conjunto, pero después de unas horas mi idea había cambiado.
Entonces vi otra imagen, que me puso a pensar y que solo yo conocía y reconocía.
Estoy a su lado, viéndolo, pero tengo que irme.
No consiente que haya espectadores.
Le molestan, según Anna, que igual que yo tuvo que largarse.
Cuando tiene que bajar para comer me cuelo rápidamente en su habitación.
Y ¿qué veo?
Un pequeño paisaje...
Percibo que representa una pradera con un solo árbol.
Adivina adivinanza, ¿qué es?
Cuando tienes la cosa delante de ti, así, sin más, no le ves nada.
¿Que puede verse cuando un niño pintarrajea sobre el papel un trozo de tierra y pone un árbol encima?
Ese lío tosco allí arriba en ese árbol, Frederik, son... —me dije— tus florecillas y las de René.
¿Está el niño representando su subconsciente?
No cabe otra posibilidad.
Y ahora comprendo a la vez su hambre, su sed de dibujar y pintar.
¡Esto es para mí otro fundamento más!
Dios mío, qué barato es todo, te lo dan todo gratis.
¡Te doy las gracias!
Y después había otra cosa que me interesaba sobremanera.
Imagínate un jardincito, una pequeña valla, una silla con un muñequito y sobre este muñequito otro muñeco muy pequeño, un poco hidrocéfalo.
Delante de esa valla otra persona con piernas largas, un poco falsa, lista para salir por patas.
Debajo del dibujo pone “bu”.
¡No pone René, sino bu...!
¿Cómo dice usted?
¡Que los niños simplemente se ponen a dibujar!
¿Qué es inspiración? Más tarde volveré a tratarlo.
Esto me supuso un golpe en pleno rostro.
Ese dibujar me punzaba en el corazón, de tal manera que me obligaba a postrarme y dar gracias a Dios por todo esto.
Que me tachen de santurrón, pero ¡lo hice!
Erica me preguntó por qué estaba tan callado y Anna pensaba que últimamente yo había dormido mal, pero todos lo estaban padeciendo, Karel ya me daría algo.
Pero no necesito sus artes.
Prefiero las de su hijo loco, me dice más, me habla a mi alma, espíritu, vida y corazón, él de pronto te arranca, sin más, la máscara de la cara.
¿Qué dices?
Me dejó completamente alterado.
Intenté de todo para que se me diera acceso a ese proceso de dibujar.
Le hice creer que me interesaban muchísimo y que tenía en mente un juego muy hermoso de tizas, que le compraría más adelante cuando se le diera un poco mejor.
Entonces preguntó René:
—¿Te parecen bonitos, tío Frederik?
—¿Cómo voy a poder encontrarlos bonitos si ni siquiera me dejas que los vea?
—¿Qué?
¿Qué dices?
¿Que no te dejo, tío Frederik?
Ven, no hay problema, no sabes cómo me gustaría.
¿Ves? Allí estás, otra vez, como de costumbre.
¿Eso lo dije yo?
¿He dicho yo, tío Frederik, que no podías entrar a mi habitación?
¿Te puse yo de patitas en la calle?
¿Me comporté raro? ¿De verdad?
Para nada, creo; eso lo habrás soñado.
Entra, adelante, me encantaría.
Son hermosos, ¿verdad que sí, tío Frederik?
Haré uno para Anna.
Llama a Anna, por favor.
Que mamá también venga, por qué no.
¿Qué dice papá de esto?
Es una ristra de preguntas... pero ¿qué tienes que responder?
Yo ya lo sé: nada.
Échate a correr, no hay problema, ya te conozco.
Pero qué sorprendente es un ser humano, un loco.
Durante días se ocupa de esto.
No malgasta ni una sola hora.
Y no quiere que sus compañeros de escuela lo sepan.
Tampoco eso es normal, otro niño andaría precisamente pavoneándose con sus cosas, él no.
Pero este muchachito dibuja que da miedo.
Y eso, pues, es, hasta donde alcanzamos a saber, su interior.
Ya no sé ahora cuántos de esos muchachitos conocemos.
Y después hubo otra cosa.
Son precisamente las cosas que no tienen nada que ver con la conciencia diurna que adquieren forma y significado por y para él, y que él modela.
Vi una cabecita.
Ya sabes qué aspecto tiene algo así: un círculo con ojos, la boca dos rayitas, unos garabatos y ¡listo Calixto!
Pero debajo leo Marja... se veía claramente.
¿De dónde saca este nombre? ¿Por qué ya es capaz de escribir?
Sí que aprendió un poco de Anna, yo también le di algo, pero ¿esto?
Un poco después se viene corriendo a mí y dice:
—Toma, tío Frederik, y ahora arréglatelas para llegar arriba.
Este es tu camino.
Treinta y dos rayitas flanqueadas por una raya, tapizadas con colores rojos chillones, una llanura, un cuadrito en la pared.
En ambos extremos de la escalera un par de muñequitos.
Uno de ellos yace tendido sobre la escalera, el de arriba está sentado.
Me es un misterio cómo lo ha conseguido.
Pero esa escena la conocemos, lo tenemos tan solo unos días a nuestras espaldas.
¡Ese es René!
Lo recibo de él: mi escalera, mi ascenso, hacia arriba.
Cómo es posible.
¡Es un dibujito fruto de la conciencia diurna!
Él estaba allí sentado durmiendo.
Estaba muy dormido y sabemos lo que sucedía en ese instante.
¡Todo me está hablando!
Erica y Anna no se dieron cuenta.
Creen que no hace más que embadurnar el papel.
A Karel sus cosas le parecen típicas de un muchacho.
Pero ¿por qué no vas un poco más allá?
¿Tengo que hacerme creer a mí mismo que todo esto son imaginaciones?
Aquí estoy viendo a un chiflado que está representando mis pensamientos y sueños, o lo que sea.
Estas chapuzas a mí me valen una fortuna.
También sé que esto no tiene nada que ver con el ocultismo, que no es espiritismo, aunque los dibujos los haga el diablillo.
Esto es suyo y está en sintonización con su vida; su alma se está manifestando por medio de estos dibujos.
Por eso puede leerse en el diario:
“Hoy de nuevo experimento milagros.
¡René es un genio!
No solo hoy se me da la razón, sino también mañana, y, si Dios quiere, también dentro de años.
¿O no es esto un niño prodigio?
¿Seguro que habrán comprendido todos esos padres de niños sanos y locos las chapuzas de sus hijos?
¿Viste ese diablito por allí?
¿Reconociste la pequeña valla y el pasto bien cortado, Frederik?
¡Claro que sí!
Estos medios me devuelven a miles de asuntos.
Si René transmuta sus sentimientos en líneas y colores, entonces ¿por qué un niño dentro de su madre no sería capaz de transmitirle lo que siente?
¿Ves, Frederik? Vamos colocando una piedra tras otra, voy arrastrándome hacia arriba, igual que René, es mi camino, mi vida.
Y al pie figura un “bu”, como muestra de aquello por lo que vive todas sus desgracias.
Dibuja desde su subconsciente, que para mí es un mundo.
Yo estaba en ese mundo, lo había sentado sobre mis rodillas.
¿Eso es el subconsciente?
¿Lo tenemos tan a nuestro alcance?
¿Es eso lo que nos hace vivir?
¿Es eso lo que nos mueve?
¿Nos envuelve por completo o estamos justamente al margen de él?
René ya lo está demostrando ahora.
Por medio de ese montón de chapuzas corrientes y molientes nos sirven a los seres humanos adultos lo que es bueno espiritualmente.
Pero entonces somos capaces de conocernos a nosotros mismos.
Qué profunda es entonces el alma del ser humano.
¿Cuántos espacios tiene el alma?
Puedo seguir haciendo preguntas.
Esto son milagros.
Y, además, todavía no estamos.
¡René es un niño prodigio espiritual!
En los siguientes días ya no pude descubrir nada especial.
Ahora también dibuja sillas y mesas y perros y gatos, y colorea los animales.
Cuando pinta árboles no son verdes, sino áureos.
Y también eso lo comprendo.
Así fue dibujando y pintando durante todo su tiempo libre.
Recogía su tinglado con escrúpulo, nadie podía tocarlo.
Me fijaba si se llevaba algún dibujo, pero, no, porque ni los chicos ni las chicas podían verlos.
Supongo que en primer lugar por temor a las críticas, pero no sin fundamento.
El interior no quiere ser comprendido, es el diablito.
Ese envía desde dentro la orden de “¡Cuidado!”.
Por eso teníamos que salir primero de la habitación.
Y este fenómeno guarda relación con su comportamiento extraño.
Gracias a esto hablamos con el loco.
El loco en él quiere estar solo, René como ser humano material, no.
Este quiere hablar.
Este quiere que mires sus cosas, lo inconsciente teme al ser humano consciente, son dos mundos entretejidos, que sin embargo poseen un alma propia con una personalidad.
Así es como lo veo yo.
Y además así debe de ser.
Me quedé otra vez a la espera, pero recibí sorprendentes fundamentos.
Precisamente por esos dibujos estoy empezando a ver detrás de su máscara.
La máscara se delata a sí misma.
¡Era miedo!
Esto es el instinto de conservación en el ser humano, esté loco o sano; todo lo que vive, sea cual sea el grado en que nos encontremos, lo tiene, lo cuida y lo protege.
Y eso lo puedo aceptar.
Últimamente las cosas iban bien en la escuela.
Lo llevamos y recogemos, y no podemos quejarnos.
Cuando llega a casa, se va corriendo arriba a dibujar.
Parece que no se va a hartar nunca de tanta pasión con la que se vuelca.
Y cuando pensábamos que habíamos llegado nos zurró una tormenta, oímos gruñidos de un oso y aullidos de un chacal.
Yo y Erica vimos serpientes, y también Anna se había vuelto a alterar por completo.
El niño no lleva ni media hora arriba cuando oigo unos tremendos crujidos.
Subo como una flecha y veo que está haciendo jirones todo lo que había hecho los últimos días.
‘Extraño, también’, pensé, ‘lo que no tiene que ver con su subconsciente lo rechaza’.
Es una lucha de vida o muerte.
Esto es la continuación.
Que haga lo que quiera, lo que pueda, mañana se estrellará, porque están en pugna la conciencia diurna y el subconsciente o inconsciente.
Y eso es lo que la gente considera locura.
Realmente, hemos conocido momentos en que jurarías que era normal.
Y ahora esta miseria.
Tiene espuma en los labios.
Da golpes a diestro y siniestro, es fuerte como siete juntos, muerde y pega como un energúmeno.
A Anna la mordió en los brazos, A Erica casi le saca los ojos a arañazos.
Lo agarré entre los brazos y lo sujeté, pero daba tirones para intentar liberarse.
El final de la historia fue que se le ató encima de la cama con la sábana de fuerza que mandó hacer Karel.
Y allí está ahora el pequeño René.
Dormido... muerto de cansancio, el niño no es consciente de nada.
Las mujeres vuelven a sollozar.
Karel lo único que quiere es hablar.
Ahora vuelve a decir:
—¿Y esto es lo que llamas un niño prodigio espiritual, Frederik?
Porque eso es lo que me esperaba.
Naturalmente, para variar no sé qué decir.
Tienen razón, de nuevo.
Pero René está enfermo.
¿Qué tenemos que hacer?
Karel no lo sabe.
Esperaremos hasta mañana.
Anna le llevó su leche, habla con él, pero no obtiene respuesta.
Lo intento, no dice ni mu.
Llega Erica, nada.
René se ha vuelto sordomudo de nuevo.
Mujeres llorando, un hogar sombrío, miseria y más miseria.
¿Terminará esto alguna vez?
¿Cómo será?
He tenido que oír al menos diez veces: “¿Y esto es un niño prodigio?”.
Que si soy yo, o es él, no es cosa de ellos.
Somos René y yo.
Los dos estamos locos.
En el fondo, todos.
Y después a esperar otra vez.
Así nos quedamos hablando todo el día.
Pero no hay cambios.
Allí está, acostado, como una piedra, como si la tormenta hubiera sido domada, como si los osos hubieran sido echados de casa y el chacal se hubiera asfixiado con sus propios aullidos.
Pero viene algo más; no sabemos qué es.
Estamos esperando.
René ni come ni bebe.
Tres días después surge nueva vida en esta alma.
La máquina vuelve a rular.
—¿Está lloviendo, tío Frederik? —me pregunta.
Digo:—No.
—¿Puedo ir entonces con usted al bosque?
—Pues, claro, por qué no.
Te hará bien.
—¿Qué tal la escuela, tío Frederik?
—Bien, René.
—¿No te pegaron ni te dieron patadas, tío Frederik?
—A mí no, René, ... ¿a ti sí?
—Otra vez se estaban metiendo conmigo, pero los agarré.
—¿Hace unos momentos?
—No, mañana..., ¡es mañana...!
—Vaya, con que mañana.
¿Quieres comer algo?
—¿Si me lo dan?
¿No está mamá?
¿Ni Anna?
¿Y cómo les va a los enfermos de papá?
—Bien... ¿quieres ver a papá?
—¿No tendré que hacerme médico, verdad, tío Frederik?
—No creo.
Pero ¿y por qué no?
—Se me hace tan desagradable eso de estar enfermo.
¿Ya les dieron ropitas nuevas a las gallinas?
—El sastre ya ha empezado a hacerlas.
—Ah, pues entonces de acuerdo.
Y ahora mi leche...
¿Anna?
¿Anna? ¿Vas a darme mi leche?
Anna y Erica entran a la vez en tromba.
Aquí está tu leche, chico.
René lo apura con grandes tragos.
Quiere más.
Vemos que engulle cinco vasos de leche, uno tras otro.
Y ahora falta su huevito...
Anna entra un poco después con él.
René dice:
—Nosotros también tenemos cosas de esas, ¿no es así, tío Frederik?
Y las gallinas son como mamá y Anna...
Papá está dormido, si no ya pondría muchos más huevos.
A mí bien que me gustan.
Anna y Erica han vuelto a bajar.
Sienten que aquí ya no son bienvenidas, los hombres tienen que estar entre ellos.
Lo único que conseguiría sería alterarlas.
Escucho... ¿qué oigo?
Otra vez algo nuevo...
Qué pena, pero qué pena, ya iba tan bien la cosa.
Cuando le pregunto lo que está haciendo dice:
—Estoy haciendo pis en la cama...
Pues está Anna, ¿no?
‘Ahora esto se va a desmadrar’, pienso.
Esto de verdad que no me lo había esperado.
Esto se va a convertir en una pocilga.
Qué lástima..., qué lástima, pero Anna ya lo está bañando.
Miro y constato que lo salvaje ha abandonado su vida.
Los ojos los tiene algo apagados, pero aun así hay algún destello, lo que no me convence.
Te viene como la luz de un faro, pero al instante vuelve la oscuridad.
Qué incomprensible es esta vida.
¿Son así todos los locos?
De improviso te pregunta con soltura y de forma consciente por diversas cosas; sí añade algo de cosecha propia, porque en su mente, donde reina mucho cansancio, hay fantasmas.
Poco después vuelve a ser sordomudo.
El baño y la comida le han sentado bien, el cuerpo y el alma están cansados, agotados, el organismo humano se sume en un profundo sueño.
Tú duerme, que descanses, entonces no puedes hacer diabluras y no molestas a nadie.
Me voy a mi habitación y reflexiono.
Así van pasando las horas: durmiendo, comiendo, bebiendo, de vez en cuando pierde un poco los estribos, y nos vemos obligados a velarlo y atarlo.
Ir a la escuela está fuera de cuestión.
Aun así, esta vida vuelve a incorporarse mal que bien, es un continuo sube y baja por la escalera, ves que la personalidad descansa y que se descontrola.
Así van pasando las semanas, no hay progreso.
No piensa en dibujar ni pintar, es como si jamás hubiera tenido un lápiz en las manos.
Creo que se ha hecho mayor, empiezo a pensar que todas estas cosas le servirán para abrirlo y despertarlo.
Sabe que es un hombre.
Huele los huevitos... huele muchas veces, pero no dice palabra.
¡Eso me lo conozco!
Lo sé de antaño.
¡Muchos chicos han querido conocer este problema, todos somos iguales!
Pero eso le hace pensar, vuelve a haber fantasmas en esa mente, ya lo verás.
No ha pasado ni una hora cuando se vuelve a armar la marimorena.
Está tranquilamente sobre la cama, de repente se desliza fuera de ella y con un zapato rompe un cristal.
Después va golpeando las puertas y amaga con pegar a su madre y Anna.
Tengo que intervenir y el final es: de nuevo la sábana de fuerza.
Como un perro, ha querido hacer jirones esa cosa, pero resulta demasiado recia para sus dientes.
No ha llegado a hacerlo.
La vida en su interior quiere ser libre, pero anda a la greña con todo en la sociedad, sin excepción.
Es un caso perdido, según constatamos.
Nos parece que no avanzamos.
Karel ya se arrepiente de que lo hayamos puesto a dibujar.
Y como si su alma lo oyera, como si le divirtiera, me pregunta a la mañana siguiente:
—¿Puedo volver a dibujar, tío Frederik?
—¿Tú? ¿A dibujar ahora?
—Oye tú...
Un poco más de respeto, tío Frederik.
¿Por qué no lo preguntas un momento?
Y yo a Karel:—¿A ti qué te parece?
—¿Y a ti?
¿Otra vez más desgracias?
—Yo para mí, Karel... lo veo de otra manera.
Déjalo, anda.
En cualquier caso, nos trajo algo de tranquilidad.
—Lo noto.
Ya no sé qué hacer.
Dios mío..., ¿cuándo acabará esto?
—De eso también ya hemos hablado muchas veces.
Déjalo, anda.
—Esas chapuzas lo han estresado...
Creo que voy a volver a darle un tratamiento.
—No lo hagas, Karel.
—¿Por qué no?
—Porque ya se está tratando a sí mismo.
Solo le apalearás el cuerpo.
Eso hace sufrir al alma.
—¿Desde cuándo entiendes tú de locos y enfermos, Frederik?
—Me dedico a la telepatía, Karel.
—Vaya, ¿en serio?
Pero ¿qué quieres? (—preguntó).
No quería haberle dicho nada de lo que sabía, porque de todas formas todo le da risa, sobre todo cuando es algo nuevo.
Sondé su estado y dije:
—René hace curas para él mismo, Karel.
—¿Qué quieres decir? Pon tus cartas boca arriba.
—Ya sabes lo que pasó hace unas semanas.
Aquello de la escalera.
Eso de ir trepando lo ha dibujado.
—Majaderías, Frederik, alucinaciones.
Exageraciones.
Pues, a ver, ¡demuéstralo! (—dice).
Voy a buscar ese dibujo.
—Mira aquí... esto es la escalera, la pared, el pasamanos.
Está sentado arriba y abajo.
Cuando esta cosa estaba lista dijo: “¡Para usted, tío Frederik!
Ahora mejor vete arriba, o arréglatelas para llegar arriba.
Y yo ya he empezado a subir poco a poco”.
—No me hagas reír, Frederik.
Estás empezando a chochear.
Fíjate en lo que hagas.
—Todo eso está muy bien, puedes decirme lo que quieras, Karel.
Pero, y esto, ¿qué?
Ven, acompáñame un momento.
Contamos los peldaños.
—Treinta y dos rayitas, treinta y dos peldaños...
Después estás arriba.
—¿Qué quiere decir esto?
—Pero ¿es que no entiendes nada, Karel, o es pose?
—Diablos, no entiendo lo que quieres.
—Calma, calma... no pierdas la calma, tranquilo.
René dibujó esta escalera.
Vi que había parecidos.
Conté los peldaños y coincidían.
¿No te dice nada esta sencilla chapuza?
—No, nada... ni torta, si quieres que te diga.
Para esto soy demasiado pragmático, gracias a Dios, si no yo también me hundiré.
—Te agradezco tu sinceridad.
Pero, a ver, espera un poco.
Traigo el dibujo en el que está escrito el nombre de Marja.
—Mira, Karel, otra de esas cosas raras.
Un arco a modo de cabeza, rayitas en lugar de ojos y boca, la barbilla desciende y es un bodrio.
Esa es Marja.
René está sentado en la escalera y está hablando de esta cabecita.
Ella y yo... nosotros... juntos.
Todavía no sé si son sandeces.
Pero ¿de dónde saca un niño así semejante nombre tan claro?
¿Es solo una necedad?
—¿Me quieres hacer volar, Frederik?
¿Tengo que empezar a ver a mi hijo como sobrenatural?
Erica entra, nos oye y dice:
—No entiendo para nada lo que era, Karel, pero vi un universo, tan hermoso, tan bello, sus ojos eran tan increíbles, su mirada, su morrito.
Entonces pensé que había dado a luz a un ángel.
¿Y ahora?
Todo ha vuelto a desaparecer, es imposible que un animal se comporte así (—dice).
Allí estamos de nuevo.
Quiero añadir algo:
—Sea lo que fuere, Karel, no reacciones a nada más.
Aguarda, pero ya no me preguntes nada más.
¿Un gran misterio?
Eso es cosa tuya, pero a mí déjame en paz... (—digo).
René ha vuelto a dibujar.
Ahora ve las cosas de otra manera, se dedica a dibujar a escala juegos de tazas y a colorearlas.
He de reconocer que le sale bien.
¿Que si seguirá así?
Pero ahora veo que la conciencia diurna le ha ganado la partida a ese asombroso yo desconocido.
Ojalá todo vaya bien.
Apenas dos días... y ya se había vuelto a armar, con el siguiente final: amarrado a la cama.
Ya nada de comida, solo quiere beber.
Karel al final sí que lo está tratando, ve cómo va debilitándose su hijo ante sus propios ojos.
Y eso no marcha.
Ahora estamos esperando otra vez... siguiendo a esta vida, es un lío extraño, al menos para ellos, ¡para mí, no!
“Ahora estamos de viaje”, dice mi diario...
“Ya hemos vivido muchas cosas; creo que nos acercamos a la selva.
Tampoco están tan mal esas panteras y esos osos pardos, las serpientes son más peligrosas... porque están debajo del pasto y de repente te muerden.
Así es como quedó herida Anna, con unas vendas volví a arreglar el asunto.
Yo soy quien elabora el cuaderno de bitácora.
Karel echa carbón al horno como un fogonero de toda la vida...
Es el encargado de las provisiones, creo, pero tampoco lo tengo muy claro.
Pero, estamos de viaje...
Fue hace mucho tiempo que predije todas estas cosas.
No sé si esto es predecir.
Uno diría, sin embargo, que esto se ha convertido en ‘saber’, o sea, por una seguridad que traduce las cosas infaliblemente y que te las transmite, igual que como René las tiene que vivir.
Todavía tenemos que experimentar si hay diferencias.
Hoy: llegada de una carta de Hans.
Se va a casar allá.
Veremos a Hansi.
La verdadera fiesta ya la vivió allí.
Lo que viviremos aquí será a la postre para todos nosotros una fiesta.
Siento mucha curiosidad por saber qué clase de mujer es Hansi.
Tengo un poco la sensación de que nos querrá echar a la calle.
Pero bien puedo equivocarme a fondo.
Aun así, tengo miedo.
Hay algo en mí que me advierte, que me dice: ¡Cuidado, Frederik!
Pues así seguramente que debe de ser entonces...” está escrito..., y me voy a dormir.
René está en buenas manos... en casa reina el silencio, no nos falta de nada, y respiramos.
Cada día, algo nuevo.
A Karel ya nunca le cuento nada.
No es tan sencillo mirar detrás de las máscaras.
Ahora sé que lo que para mí son revelaciones, ellos simplemente lo apartan de un manotazo, a la cloaca.
Y cuando buenamente pueden, ellos mismos se echan allí.
Y entonces oyes:
“¿Tengo que considerar a mi hijo sobrenatural?”.
No, para nada, eso ya lo hago yo.
Soy feliz de que no llame a Hans.
No sé lo que es, una vez más eso te entra así, sin más, y entonces te advierte.
No lo sé, pero sí que está.
¿Que para qué sirve todo esto?
Ya le encontraré un nombre.
Creo en todo y tengo confianza en el futuro.
Lo que ellos piensan de esto y cuánto asimilan es algo que no es asunto mío.
Cuando haya disparos ya se despertarán.
Sigo un rato ante mi cuaderno de bitácora.
Anoto: “Soy el hombre en torno al cual en el fondo gira todo.
Yo me encargo de las balitas.
Si no estuviera yo aquí, ya se habrían liado a puñetazos y unos habrían matado a otros de forma consciente.
¡Por la miseria y las desgracias!
Lo que viví antes, hace años, ahora lo veo a mi alrededor y está echado en la cama bajo una sábana de fuerza.
Incluso antes de que naciera, esta vida ya se desmadraba, tanto que todo volaba por los aires.
Ahora está dibujando, pintando... igual que antes, pero con más nitidez, y todavía siguen diciendo que no pasa nada.
¡No lo ven, porque no quieren arrancarse sus propias máscaras!
¡Así es!
Seguimos.
Palmeras por encima de nuestras cabezas, a lo lejos el murmullo de un riachuelo.
Veo sombras.
Estoy buscando el árbol en flor.
Los porteadores tienen miedo, mala señal, pero yo estoy en mi puesto.
Me entra sueño y me echo a descansar.
Lo que aguanta un ser humano mayor.
Y sin embargo, me siento como si tuviera veinticuatro años.
Ahora oigo algo...
¿Quién está diciendo por ahí ‘Hola’?
¡Ajá! Fue el clarividente, la estrella.
¡Tus majaderías no han prosperado!
¡René sigue viviendo!
Y yo también estoy aquí todavía, y mi casa la vendí la semana pasada a un buen precio.
Así que no hubo ningún incendio, pero eso yo ya lo sabía desde hacía mucho, porque no estaban mis vecinos”.
¿Quién más?
¿Qué más?
Nada más.
Buenas noches a todo el mundo.
¿Sientes este silencio?
¡Qué silencio, sí, qué silencio...!