Frederik..., ¿qué tal mi Hansi?
Entretanto, hemos envejecido un mes.
Según lo que se nos concedió aprender hemos tratado las cosas cotidianas, y hemos conseguido mantener la paz y la calma en la casa.
No es cosa tan sencilla cuando tienes a un loco de estos en tu casa; aún así no podemos quejarnos.
René cambia a cada hora que pasa.
Pensamos conocerlo, al menos Erica y Anna, que creen ser capaces de cuidar ellas mismas al niño, gracias a su experiencia.
Y si yo encima añado lo mío, dice Anna, ya nos arreglaremos.
¡Y he de decir que la cosa funciona!
Dibujar, pintar y hacerse el sordomudo son los fenómenos materiales y espirituales.
De vez en cuando anda haciendo cosillas por casa, pero entonces los tres velamos esa vida; puede ocurrir de repente que agarre algo y lo haga añicos arrojándolo al suelo.
Eso es entonces el espectáculo que te hace exclamar: ¿Y eso? ¿De dónde viene así de pronto?
Cómo es posible.
¿A ti qué te parece, Frederik?
Poco a poco me estoy convirtiendo en un catedrático.
A Karel ya no se le necesita aquí.
Cuando se manifiestan fenómenos psicológicos soy yo quien tiene que impartir clases a Karel, porque aunque no reacciona ante nada, permanece su curiosidad.
A veces le tiro de la lengua, porque entonces quiero demostrar que es así, para más tarde.
Otra sensación de esas a la que no encuentro justificación, de la que desconozco los principios básicos, pero siento la premura de hacerlo.
Así que lo hago.
Más de una vez se me concedió aceptar que había sentido correctamente.
También ocurre cuando me ocupo de mi diario.
Entonces ven la luz palabras y cosas que yo mismo sería incapaz de imaginar.
Me dejo ir completamente.
Entre ellas hay palabras que jamás usaría, por dar estas una impresión tan fría y vacua.
Por ejemplo, no me gustan las palabras rudas... y sin embargo, cuando sigo las páginas, eso me molesta.
¿Que si esto significa algo?
Empiezo a pensar que en todo hay una línea, una intención.
Ya ocurre con las cosas más nimias.
Así que me dejo ir.
Es un afán que impulsa tu interior de forma consciente en una dirección, y que es capaz, creo, de poner en marcha los nervios y los sistemas musculares del organismo, de los que naturalmente forma parte la vida, pero con lo que, sin embargo, el propio cerebro no tiene nada que ver.
Al menos, eso es lo que supongo.
Ya experimentaré más tarde si es así.
Ahora ya sí que lo sé con mucha seguridad...
Veo una línea ascendente en lo que pienso y escribo.
Nos acercamos a otra era, sin prisa, pero sin pausa.
Me da pena desdibujar la verdad absoluta con una palabrita hermosa.
Los seres humanos no tenemos que mostrarnos como no somos.
Podría hacerme con un diccionario para buscar palabras poéticas, pero siento que en lo que estoy es en pensar yo mismo y en apuntar lo que recibo, o a lo que estoy obligado por las circunstancias.
Creo que el propio acontecimiento se escribe a sí mismo..., o más tarde, en la medida en que consiga convertirlo en un conjunto.
Pienso que cada acto, cada acontecimiento, tiene un estilo y vocabulario propio que considere útil.
No quiere otra cosa, porque entonces nosotros, de nuevo, veríamos una máscara.
Ya vemos bastantes.
¿No es así?
Sí, Frederik, ¡así es!
Además, en esto he llegado a la convicción de que René no es sucio, que no adolece de inclinaciones sexuales.
Es el proceso de crecimiento y florecimiento, hasta allí le doy ahora la razón a Hans.
Según vi este mes, el chico lo medita todo.
Precisamente, quiere saberlo todo sobre él mismo y su castillo.
Cuando por el momento ya se lo sabe todo, ya no piensa sobre eso.
Pero sí hay que aceptar que cada día conduce la vida a otro despertar.
Ahora tampoco me preocupan ya los años de la pubertad; ya estoy seguro de que eso también lo superará, aunque haya, igual que ahora, fenómenos.
Seguramente que toda su vida se convertirá en un fenómeno, porque esto es algo especial, y seguirá siéndolo.
¿Que si ha habido más niños como él?
¿Que si los médicos no conocían los síntomas, asfixiando de ese modo el “genio”?
Bien podría ser.
Pero no lo sé.
Para mí él no ha dejado de ser un milagro espiritual.
Así nos hemos hecho un poco más mayores, aprovechando este tiempo para darnos un respiro para más tarde, cuando el señor vuelva a las andadas.
Ir a la escuela está fuera de cuestión.
Así que eso va a ser una gran decepción.
Ahora no está aprendiendo nada.
Solo espero que algún día eso aún sea posible, si no no sé qué pensar de todo esto.
No puedes poner la mesa encima de un árbol, ni ofrecer un banquete, todo el tinglado se vendría abajo.
Para eso hay que llevarlo a un aserradero y después a un carpintero.
Con René es exactamente igual, lo mismo pasa con los seres humanos... si no aprende nada, ¿cómo va a querer manifestarse entonces esta vida?
Tienes que aprender palabras, un idioma; por sencillas que sean, es necesario.
O te quedas bobo e inútil para la sociedad.
Eso es una pérdida, la vida se detiene.
Es nuestra conciencia social para esta existencia humana.
¿A dónde irá a parar una vida así?
A ninguna parte.
¿Qué saben hacer todos esos locos?
Nada..., esto es sobre lo que estamos pensando aquí.
Es algo que apena a Karel, Anna y Erica.
Son las habladurías para el ser humano de la calle, calumnias.
No, no son calumnias: es estupidez, la máscara.
Ay, pobre de nuestro René.
Y sin embargo... mientras estaba pensando sobre todas estas cosas hasta bien entrada la madrugada, me entró la sensación consciente de que también esto se resolvería.
Se te concedió poner fenómenos, fundamentos...
¡René sí que llegará!
Durante este mes pensé en todo.
Vi miles de máscaras.
Todas esas figuras las comparé con René.
Esto me sirve para avanzar.
Un borracho recibe otra máscara cuando por las copas pierde su equilibrio social y revienta su personalidad.
El hombre cambia en poco tiempo.
Por experiencia propia sé de qué forma tan curiosa se va construyendo una máscara.
Cuando comencé a salir de copas con mis amigos —tendría dieciocho años—, cuando vivíamos nuestras noches de juerga, nos divertía de lo lindo Jan Hoog, que cuando llevaba algunas cervezas encima empezaba a hacer de cura.
Vaya, curioso que no me acordara antes.
Esto me habría permitido hacer una sorprendente comparación con René y Erica, y con todas las demás mujeres que me escribieron.
A Jan Hoog sus cervecitas le daban, pues, ínfulas de cura
Entonces no quería hacer otra cosa que bendecirte, y santificarte al máximo.
He dedicado horas enteras para analizar esta vida, pero era incapaz.
Ahora me doy cuenta de que esos sorprendentes sentimientos le eran enviados a Jan desde su vida.
Tenían que estar allí sí o sí, formar parte de su subconsciente, si no jamás habrían llegado al yo de la conciencia diurna; Jan adquiría santidad con una cerveza.
Te daba sermones.
Insistía mucho en ello, y a veces eso se hacía tan insoportable que terminabas confesándote con él.
Le deseábamos esa diversión.
Ya sentirás que nos hizo reír, que todos los hombres y mujeres alrededor, amantes, como nosotros, de la diversión, se desternillaban por la situación tan graciosa.
Entonces hacían falta manteles para ser clérigo.
Oficiaba la misa... cuando se pasaba le parábamos los pies.
Jan vivía esta algarabía tan conscientemente que se la tomaba como una tarea vital.
A veces nos costaba devolverlo a la realidad.
Para eso lo llevábamos al exterior, y la naturaleza hacía lo demás.
Otro amigo deseaba cosas hermosas, claro, y sobre todo mujeres hermosas.
Ese llegaba gracias a su cerveza a otros pensamientos y sentimientos que aquellos para los que el resto de este mundo está abierto.
A otro le entraban inclinaciones artísticas.
Ese de repente se hacía pintor.
Empezaba a pintar paisajes delante de de tus narices, tanto que era un placer para la vista.
Esos cuadros invisibles adquirían conciencia.
Los veías.
Se convertía en Rembrandt, pintaba ‘La ronda de noche’, y en este estado representaba a muchos otros maestros conocidos.
Otro se hacía profesor de educación física.
¡Qué saltos daba ese hombre! Y ¿de dónde sacaba la fuerza?
Todo solía comenzar con echar pulsos: quién es el más fuerte.
En su estado siempre ganaba, pero solo gracias a su cerveza.
Más tarde me pregunté por qué tenemos todos estos pensamientos.
Yo llegaba a reflexionar gracias a la bebida.
Entonces hay algo en mí que cambia, que me conduce al silencio.
No tengo miedo, pero ese silencio es aterrador.
Sé exactamente cuántas copas de vino he de tomarme si quiero alcanzar ese estado.
Y entonces mi aspecto es el de un fantasma.
Ya no tengo rostro, estoy tristón.
Empiezo a sentir dolor y pena, entonces cargo en los hombros la miseria de este mundo.
No tengo nada de aquello que poseen los demás.
Me quedo callado, otros se alteran por nada.
Esos juegan a ser santos, con unas copas encima quieren cambiar el mundo y la humanidad, ya no estoy en condiciones de ayudarme a mí mismo, así de fuerte me golpea esto.
Este es el impacto que tiene el alcohol en mi ser y mis sistemas.
Vamos, averígualo, ¿por qué no lo comparas con René y Erica, y con todas las demás madres?
No quise entrar en más detalles, porque no veía los fundamentos de esto.
Pero sigo pensando...
Ahora ha tomado posesión de mi personalidad.
Vi otras máscaras.
En la calle están tiradas junto a los sumideros.
Es el de la tienda de comestibles, tu panadero, tu casero, tu esposo, tu esposa, tu amigo, tu hijo también.
Todas esas personas te engañan.
Están delante de ti, escuchan lo que estás diciendo, dicen sí y no, y les pareces un fenómeno extraño.
La gente lleva máscaras.
Cada segundo de tu vida se te coloca ante esas máscaras, cada segundo se te engaña consciente e inconscientemente, delante de tus narices.
Los hombres y las mujeres se engañan, aunque alcancen las cosas más sagradas: el poderoso acontecimiento por el que uno mismo llegó a este mundo.
¡También en eso ves las máscaras!
Nuestra sociedad es sucia, está podrida, provoca comportamientos extraños en los niños sensibles.
Basta con que observes las señales, vaya, madre, dejas que vayan a más?
Todo ello me lo decía a mí mismo, pero no quiero tener que ver nada.
Si tuviera que analizar esos problemas, mi vida sería demasiado breve para seguir todas esas cosas e incorporarlas en el cuaderno de bitácora.
¡Son tantas las cosas que atentan contra el verdadero ser y la vida que un ser humano ha de ser conforme a las creaciones divinas!
¿Cierto no?
No existe la justicia.
Si tienes dinero, te mantienes fuera de la cárcel, aunque merecieras estar veinte años o toda la vida.
Con el dinero se consigue todo.
No quiero dedicar más palabras a eso, es de dominio público que nuestra sociedad lleva una máscara estremecedora, de la que ahora todavía no puedes cambiar nada.
A la gente le gusta, ¡cómo es posible!
Las cosas buenas son atacadas, el mal es amado.
¿Viste esas orejitas?
¡Les merece la pena andar durante horas para ellas!
¿Se me permite saberlo?
¡No hables!
¡Ahora también ves a ese muchachito!
¡La gente quiere que haya caos!
Todo eso no tiene nada que ver con mi mundo ni con lo que vivimos.
¡Nada!
Pero ¡ahí está!
Por la cerveza de mi amigo llegué a ver otra máscara.
Lo mismo también lo vemos antes del nacimiento, solo hay que fijarse bien.
Erica es intelectual, Karel también, pero traen al mundo a un loco, del que yo digo que es un niño prodigio espiritual.
Y la nena putera de hace unos instantes: un trillizo para comérselo a besos.
Adivina, adivinanza, ¿por qué será?
¿Por qué es eso? ¿Cómo es eso?
Sin embargo, es la sagrada verdad.
Pero vaya máscara.
¿Dónde comenzó y dónde está el final?
Ya estamos bastante bien encaminados, y llegaremos.
Basta que tengamos paciencia.
Este mes estuve pensando sobre miles de asuntos, y puedo decir: no sin resultados.
He sacado cosas en claro.
Más tarde, cuando volvamos a tener una conversación cara a cara, tal como la vivió Erica, ya lo dejaré caer.
Y eso irá por sí solo.
Nació en mí, se corrige en mí y yo estoy creciendo y floreciendo.
Y si eso es mi alma, pues entonces sé cuál será mi aspecto más tarde y a qué grado de vida pertenezco realmente, si es que queremos hablar de una conciencia sobrenatural.
Y esta noche tenemos que ir a ver a Hans.
Ha venido con su Hansi a vernos.
¿Que qué saldrá de esto?
Todavía no quiero pensarlo.
Nadie entre nosotros dice nada al respecto, somos cautos, no queremos hablarlo de ninguna manera de antemano.
¿Cómo será Hansi?
¿Qué piensas de ella?
Eso ya lo oiré mañana o esta noche cuando estemos en casa, pero creo que ya tengo listo mi dictamen.
El castillo de Hans está listo; Peter, su criado, se encarga de todo.
Es el lacayo de Hans, que tampoco me cae bien.
Le tengo miedo a Peter.
Que Hans haya puesto el nombre de esta vida a su precioso caballo es algo que no entiendo.
Pensaba, en verdad, que así se llamaba su abuelo, pero no es el caso.
Peter se llama así por Peter, su lacayo, su mayordomo.
No me fío de este.
Peter es demasiado servicial.
Nunca antes me había topado con alguien tan servicial.
No digo nada sobre ser servicial de verdad, pero ¡Peter no lo es!
Eso lo mantengo y lo tengo tan claro como que dos más dos son cuatro, aunque también hay eruditos que piensan de otra manera sobre eso; pero ahora se convierte en una metáfora universal, ¡es hacer el loco!
Ahora están ante su pequeña posesión científica.
Nuestra doctrina y sabiduría.
Porque es de este mundo.
¿Quién nos dice que para el universo dos más dos son cuatro?
¿Quién nos dice que el sol es femenino?
¡Eso no lo sabe nadie!
¿Quién quiere hacernos creer que Einstein ve una mesa cuadrada como si fuera redonda?
Creo en este ser humano, porque estoy empezando a comprender lo que quiere.
¡Veo “mundos dimensionales”!
También los que son para nuestros gatos y perros, y además para la naturaleza y para nosotros, los seres humanos.
Un ser humano es “dimensional”.
René, por ejemplo.
En eso vive, y en nosotros también vive eso, está en cada gato, en cada animalito!
¡De lo contrario creo que jamás avanzaríamos ni ascenderíamos!
¡Estaríamos sin avanzar!
¡Y eso es imposible!
Con lo que luego te encontrarás en ese mundo como materia o espíritu, o alma, son fenómenos que se exhiben como mundos del sentimiento ante la conciencia diurna.
Qué hermoso es que se te conceda poder pensar en esto.
Y todo eso vino detrás de Peter, siguiéndole los pasos, y lo capté justo a tiempo para imaginarlo y darle un lugar en mi álbum interior.
Pero ¿viste también a este muchachito?
No es el pacto con el diablo, sino que ahora todo es convexo y universalmente hondo.
Hasta el más mínimo insecto es ahora universalmente profundo, es una entidad universal.
¡Oh, es milagroso y sin embargo tan consciente, es posible comprenderlo, sentirlo y pensarlo completamente, con que solo estés separado de ti mismo, de lo duro!
Y eso es lo que siento de repente, sin más.
Igual que de repente sé que René ya ahora es capaz de tomar luego la palabra mediante mis reflexiones; da del todo igual cómo sucede eso, basta con que llegue.
Entonces ya no haré caso alguno a todas estas desgracias, porque de todas formas se va a arreglar.
Pero Peter no me cae bien.
Dentro de apenas una hora veremos su pastelito celestial, el pudin de Hans, su amor.
Pasaremos la noche entre nosotros, pero sé que todos los amigos tendrán que ver con esto.
Qué eruditos me tocará conocer esta vez.
Me he sentado, primero en mi habitación, entonces René me tiró hacia él.
—¿Qué pasa, cariño?
¿Cómo estás?
Sin respuesta.
Estoy delante de él, está en su camita.
Me siento para observar esta vida.
De improviso me pregunta, y muy conscientemente:
—¿Quién es Hans, tío Frederik...? A quien vas a ver ahora.
¿Es alguien de nuestra familia?
¿Qué tienen que ver con él papá y mamá?
Y ¿tú, tío Frederik?
Y ¿quién es Peter?
También eso lo sé...
¿Cuándo vamos a montar a caballo?
¿Por qué vendió papá los caballos?
¿Cuándo iremos a la casa de campo?
¿Por qué? ¡Por qué!
Me asusté.
De pronto me quedé detenido en mis pensamientos, entonces también él se quedó detenido y empezó el “porqué y porqué”.
¿Qué sabe de los deseos de Karel?
Todavía no se dijo nunca una palabra al respecto.
René, pensé como en un fogonazo, aún tenía que nacer entonces.
¿Telepatía?
¿Transmisión de pensamientos?
¡Así lo creo!
El niño chupa de mí hasta dejarme vacío.
Saca a Peter de mí.
Sé mucho, pero todavía no lo sé todo de esta vida.
Esto me dice que si los eruditos lo supieran, me echarían en cara que he puesto a René bajo mi influencia.
Entonces yo soy el culpable, el culpable de todo, de su pensamiento y de todo lo que dice, porque eso es lo que busco.
Pero ¡eso no es cierto!
Comencé esta investigación cuando Erica se perdió a sí misma.
La inicié cuando vi esta miseria.
Lo sé, pero los sabios lo verán de otra manera, y para ellos es su asidero.
Qué peligrososo es esto.
Ahora sé que puedo ayudar a René, tal como la ayudé a ella antes de su tiempo.
Todo esto suena como una advertencia, creo que estoy disfrutando los preparativos.
Tenemos un contacto, estamos sintonizados y en sintonía, no hay más ahora.
¡Así es!
Karel y los señores expertos, ¡no es de otra manera!
Quien a la pez es dado se queda contagiado.
Todo eso está muy bien y todo lo que quieras, pero ahora ya me he puesto una bonita chamarra de cuero.
¡René también!
Nos contagiamos mutuamente, pero la calle por la que vamos está como los chorros del oro.
Hay que llevar sandalias para andar por ellas.
O te quedas pegado.
Ahora en lo que estamos es en poner en armonía las sandalias y la calle, para que se convierta en un sustrato firme para nuestras piernas y nuestra vida, para aquí y un poco más allá.
¿O es también esto una máscara para mí?
Imagínate ahora que René no sacara a Peter de mi vida.
Entonces ¿qué?
Ahora ¿qué?
¿De dónde saca René a Peter?
En realidad, ¿qué es lo que me preguntó?
Ya se me olvidó.
A ver, piensa un poco.
Hace como que duerme, pero no duerme.
Está pensando, igual que yo ahora, somos uno.
Piensa demasiado.
¿Quién es ese Hans?
¿Conoce a Hans?
Desde luego.
Ha visto a Hans varias veces aquí.
Hans y Karel estaban sometiéndose a un tratamiento.
Hans está, pero ¿Peter?
¿Habló Hans aquí sobre Peter?
No me parece.
¿Qué es?
Cuando he llegado a ese punto añade:
—Cuando hayas llegado a ese punto, tío Frederik, fíjate entonces en Peter.
Hay que ver qué chico.
Se hunde entre los cojines y me pregunto cómo es posible todo esto otra vez.
Está sano como un roble, pero no te puedes fiar ni un segundo.
Y mira, ahora viene esto:
—¿Tienen los animales pensamientos como nosotros, tío Frederik?
¿Y van a la cárcel cuando roban?
¿Llevan a sus hijos a la cama? ¿No se dan primero, igual que mamá, primero un baño?
¿Son galletas de Nuestro Señor?
¿Por qué no hablas?
¿Nos vamos mañana con Sientje?
¿Me dejas sentarme en tu caballo?
Tío Frederik, voy a comprarme uno yo mismo.
¡No necesito tu caballo!
¡No necesito nada!
¡Nada!
¡Lo tengo todo!
¡Todo!
¡Ustedes (vosotros) no tienen (tenéis) nada!
¡Nada!
¡Nada!
No me caes bien, ya te pasaré la factura, y a Anna también.
A todos ustedes (vosotros) los (os) agarraré.
¡A Hans también!
¡Y a Peter!
Se lo contaré a Marja.
Pero eso ¿ya te gustaría, verdad?
Boca cerrada, unos parpadeos más, después sigue de nuevo la calma.
Cielos, pero ¡cómo es posible!
¿Está enterado de mi Sientje?
¿Conoce mi caballo?
Pero ¿qué es lo que se le pasa por la cabeza a esta mente infantil? ¿De dónde viene todo esto?
¡Ve todo, lo sabe todo!
¡Y nosotros que pensábamos que el niño era sordomudo, sin ver, oír, saber o sentir nada!
Pensábamos que no nos comprendía para nada, a nosotros, los normales.
¡Nosotros somos normales y este niño está loco!
¿Es eso lo que pensabas, Frederik?
¿Eso pensabas, Frederik?
¿Viste esta máscara?
¿Conoces esta máscara?
¡Se conoce a sí mismo, nosotros no!
¿Está conociéndonos, empezando a conocernos?
Y esto lo recibí inesperadamente... en una hora robada.
Estaba expectante, no contaba con nada.
Puedo estar esperando días enteros junto a su cama, pero ¡no obtengo respuesta alguna!
Ya lo ves, Frederik, todo llega en su momento, está todo exactamente calculado, creo que esta noche lo voy a necesitar.
Ay, pero esa “inmaculada claridad”.
¿Y eso por un loco?
Mi pequeño René, me fijaré en Peter.
Te estoy muy agradecido, porque a mí ese hombre tampoco me cae bien.
¡Estamos avisados!
Es una máscara, pero se revelará a sí misma.
Gracias, pequeño hombre, y soy feliz de nuevo.
¡Gracias!
El niño duerme, Anna está en casa, nos vamos.
Hans está en las nubes, va flotando encima de las nubes de su paraíso y nos mira a todos, a su manada, su rebaño inconsciente de una ciudad de la que todos somos una pequeña parte aunque no queramos tener que ver nada con eso.
Hans está viviendo una felicidad celestial.
He de decir: ¡Hansi no está nada mal!
Es una personalidad delgada, algo más alta que Erica, rubia, con una mirada dura de un azul grisáceo, destellantes, pero esquiva.
Una mujer moderna.
Podría haber sido estrella de cine.
¡Y eso lo rompería todo!
‘Hans, ay, Hans...’, sale fluyendo ya de mí, ‘¿dónde están tus ojos humanos, masculinos, psicológicos?’.
Hansi porta su indumentaria como una reina.
Me asusté unos segundos, porque vi que llevaba sandalias de un blanco plateado.
Todavía no se las ha ganado, lo sé... no quiero ver lluvia, ni desgracias, solo cosas buenas, pero se le ve el plumero, y entonces ¿qué haces?
Están todos los médicos que llegamos a conocer a lo largo de los años.
Hay medio centenar de personas, la gente se agolpa, los atavíos, una congregación de gente con mentalidad urbana o universitaria, por la que me voy moviendo, charlando de vez en cuando para no perder el ilustre contacto.
Dios mío, hay que ver los libros que diviso.
La de cosas que se podrían contar ahora de toda esa gente.
Y ahora ciertamente no serán majaderías, será sabiduría si soy capaz de arrancar todas estas máscaras.
Mira, Tippy también vino.
No tiene nada que envidiarle a Hansi.
He de reconocer ahora que Erica es la sencillez en persona.
Ten Hove la sigue por todas partes, conoce a su palomita.
Todavía no comprendo que esos dos sigan juntos.
Tendrían que haber naufragado hace ya tanto tiempo.
Él mantiene el timón enderezado, ella desde hacía mucho que ya habría dejado a este pajarraco en un islote, así, en medio de su océano.
Ten Hove se me acerca y pregunta por los caballos.
Ahora han encontrado un nombre.
Realmente, siento curiosidad.
Espero, pero le hace tartamudear de pura felicidad.
—Y ¿qué piensas, Frederik?
No pienso en nada.
—Se llaman...
Fleuris y Rosita.
Tengo que contenerme para no reírme en sus narices.
—Maravilloso, realmente extraordinario. —Eso consigo sacar, y al instante estoy ante mi propia máscara.
Ojalá le hubiera dicho a la cara que me parece una estupidez como una catedral.
¿Fleuris y Rosita?
Ni siquiera pregunto quién monta a Fleuris.
Lo dejé plantado.
Con un exceso de franqueza me aferré a otra cosa.
Y me comprendió y empezó a contárselo a otra persona.
Lo oigo desde la esquina donde me he puesto.
Habla de Fleuris y Rosita, la gente se ríe con desdén, lo más terrible que hay.
La cabeza le alcanza lo justo para sentir hasta dónde puede ir uno, si no se le ignoraría a esta gente.
A esta familia se la tolera por pasearse él con su bata blanca por el hospital municipal.
Pero qué pobreza.
A mí dame mejor un barrendero, un obrero, da igual quién sea, ¡este tipo de gente no la quiero!
Peter me sirve una copa.
Ese es Peter...,
mi pequeño René.
Este hombre, esta vida, esta alma se llama Peter.
Este es el Peter en cuestión.
¿Pensaba Hans que se había quitado de encima al querido Peter?
¿Que este iba a dejar que le pusieran de patitas en la calle, así, sin más?
Esta noche sé muchas cosas, hoy veo mucho, a esta gente aún no la había visto.
Peter es extremadamente amable, pero ese es su maquillaje que me es enviado en línea recta desde la profundidad de su interior.
Y veo que también allí lleva un “bombín”, una máscara asombrosamente evidente.
¡Es una traición!
¿De dónde sacas eso, Frederik?
Peter ya se volvió a marchar.
Veo otras máscaras.
Hay las que calas, otras que todavía se ocultan, pero su veneno se te viene encima a chorros.
Allí veo a la señora Van Duin y a su esposo.
Sé esto: esta noche no hablaré de parapsicología, aunque esté erigiendo mi propia universidad.
Pero esta noche me doy clase a mí mismo.
Estrechar manos y adiós, hasta luego...
“I see you later... bye... bye... of course...” o: todavía falta mucho para irnos.
Pero vivo en los bajos fondos... durante el día veo pajaritas en los cuellos, condecoraciones en las solapas, pero los zapatos acharolados tienen un aspecto rojizo... ahora ya solo falta poner blanco y azul (los colores de la bandera holandesa) y ¡listos!
¿Viste ese chacal?
El vino de Hans es bueno, ¡tiene fama!
Sabroso... muy rico.
Un traguito antes de la cena.
Y ya estamos.
¡A buscar un sitio!
Hans nos tiene agarrados.
Estoy sentado cerca de Erica, por suerte.
Ay, ese Hans.
Pero a mí lado está... o yo estoy al lado de Tippy.
Ten Hove de nuevo junto a Erica... ¡nos la han pegado!
Pero no importa, Hans, salvaremos lo que se pueda salvar.
También en los ojos de Erica leo el mismo destello.
A Karel lo han metido junto a la señora más gorda de esta noche.
¡Un infierno para Karel!
¿Quién está sentada allí?
La señora Slievers...
Su esposo está a punto de hacerse catedrático, igual que Hans.
Es el supervisor, el inspector, de las instituciones para enfermos mentales, dice Tippy, y le parece que su amistad con esta familia ya es tan antigua.
Karel maldice por dentro, tiene que buscar una máscara.
Ponte una buena o te perderás a ti mismo de tanta exasperación.
Veo a todos los demás con las mujeres.
Estamos viviendo una gran universidad.
Hay de todo.
Solo echo todavía en falta a los teólogos, y si también estuvieran, entonces tendríamos reunidas en esta visita a la conciencia además de la personalidad de esta humanidad tan podrida.
Allí están sentados Hansi y Hans.
Se habla mucho en alemán.
Ella es hermosa, tiene unos labios bien esculpidos, pero no me cae bien.
Sonará algo precipitado, pero ¡ahora solo estoy viendo lo bueno...!
¡Solo lo bueno!
Seguramente que esta boquita de Hansi ya habrá tenido que expresar bastante impaciencia, irritación y otros asuntos humanos por los que llegamos a conocer al ser humano.
La miro directamente a la cara, allí está, enfrente de mí, y lo observa todo.
También a mí, con conciencia, según siento; nos tocamos brevemente, es una leve brisa, y ella también lo sabe: ¡le caigo mal!
¡Y adiós a estas máscaras!
Se arrancaron a sí mismas por completo, ya no queda nada de ellas, está desnuda frente a mí.
Ahora tiene que mirar, sentir, pensar, comprender, pero eso es algo que no tiene.
Oigo que ya llevan quince días aquí, que primero hicieron un breve viaje, que han visitado Nápoles, que en las afueras de Viena disfrutaron de buenos vinos, que en Berlín bebieron a muerte en algún que otro bar...
Que siguieron la noche parisina y que pudieron ver caritas al estilo Moulin Rouge, por lo que Hans pagó un buen dinero.
Que después se fueron a casa para prepararse para esta noche, ¿para una tarea para esta sociedad?
Santo cielo, ¡cómo se divirtieron!
¡Lo sé!
Tippy se separa de mí, no le he servido de mucho como compañero de mesa.
Estaba afanándome, con todos los respetos, en soltarme de su pequeña vida, ahora lo hace ella misma, y le doy toda la razón.
Erica me guiña el ojo.
Le envío mi silencio, lo siente, ¡por lo que sabemos!
Ahora sé: todo está en orden.
No es precisamente la mejor manera de participar, pero no puedo cambiar nada.
Es que esta niña, esta Tippy, es que no tiene nada, pero nada de nada, de lo que a uno le podría gustar hablar con ella, solo hay vacío y pobreza.
Lo que nos podría interesar adquiere por su vacío una faz urbana, va bien vestido, pero justamente por encima del tacón de su zapato tiene un agujerito.
Y es que los abrigos de pieles ya no significan nada, nada, señora, tendrías que haberte fijado en esto.
¡Aridez!
Karel ya ajustará cuentas con Hans, yo lo hago para mí mismo.
A mí me pareció una jugada normal y corriente, de poca monta, demasiado transparente.
Es floja.
Karel lo ve como... jaque mate, pero eso en cambio es demasiado rebuscado, no hay que armar un revuelo.
Pero ¡conozco a Karel!
Hans ¡no!
Karel ya se lo hará pagar, esto es algo para su vida, por lo que tiene que reaccionar su mejor yo.
A mí me parece bien.
Y ahora estamos aquí y allá, vamos corriendo por la casa para admirar las posesiones de Hans.
Ahora te vas encontrando por todas partes con gente.
Hablo con todos y con nadie.
Se me acerca Karel y dice:
—¿Cómo te pareció eso, Frederik?
Se va a enterar (—dice).
Ni una palabra sobre Hansi.
‘¿Ves?’, pensé, ‘los tres pensamos lo mismo’.
Menuda jugada la de Hans.
Pero allí se me acerca el muchacho.
—Frederik, pero Frederik, hombre, ¿cómo estás?
¿Qué te parece mi Hansi?
Nos miramos a los ojos.
Y a renglón seguido Hans dice algo por lo que sí que logra recuperar mi estima:
—Si tienes algo que decirme de ser humano a ser humano, Frederik, espera entonces todavía un poquito.
—Gracias, Hans, muchas gracias.
Y añade:—¿Está Karel que se lo lleva el demonio?
—No lo creo, conocemos tus jugadas.
—Y ¿Erica?
—Exactamente igual, la conoces.
—Y ¿tú, Frederik?
—Ya te pondré en jaque... ya nos veremos las caras.
Lástima..., ahora no veo nada para ti, y hay que ver la oportunidad que tuve.
—¿Quieres decir Hansi?
—No tengo pensamientos, Hans, soy vacío.
Me arrastra con él y tenemos que beber juntos.
Lo hago.
Entonces ve a otros amigos y dice algo mientras se larga.
¿Adiós, Hans?
Los eruditos están sentados por todas partes, vayas donde vayas te encuentras ante una universidad y oyes cómo tratan asuntos asombrosos.
Esa sabiduría se te cae del cielo, sin más, no hace falta hacer nada por ella.
Empiezo a notar que todos estos dones no valen un pimiento, de lo contrario esta gente no actuaría así, tendría más respeto, más amor por el corazón humano; ¡no conocen el alma, el espíritu!
¡Y no es cualquier cosa!
Aquí va desfilando todo el reino animal.
Vivo poderosas operaciones, pero ¡en solo cinco minutos me mudo por lo menos diez veces al otro lado!
La morfina me lleva a un sueño invisible.
Me violan y golpean conscientemente, me inyectan la lepra... para curarme.
En tres días y siete minutos me recupero de una hemorragia estomacal con abscesos, ¡es un milagro!
En París, Nueva York, Praga, Viena y Berlín comparto mesa y mantel con los caballeros, accedo a quirófanos con ellos y se me pone una bata blanca y una mascarilla, y de inmediato me encuentro ante casos de epilepsia con un simple sarampión que ahora desconocen, según resulta después de una breve exposición, la declaración consciente del médico supremo.
Ahora oigo que quieren participar también los rusos.
Pero veo que esa pirámide de Giza está temblando.
A cada instante nos mudamos a otras partes del mundo, nos encontramos en la jungla, entre las pampas, entre cingaleses, hasta que oigo la palabra “magia”, y me encuentro ante esa puertecita.
Ahora se estrellan, ¡van cayendo uno tras otro!
¿Lo viste, Frederik?
¿Viste esos burros, esos asnos...?
¡Yo sí los vi!
¡Y también los conozco!
Y ¿quién no?
Entramos a un templo en la India británica, donde estamos hablando con los iniciados, y “nosotros” tenemos que estar atentos si es que queremos elevarnos, como un guiso de despojos de carne holandés, pero donde ahora falta la saliva “universal”
Hay que ver esa lengua, o ¿es por esa dentadura occidental, falsa, del director cirujano?
¡Podría ser!
¡Santo cielo, qué cansado estoy!
Pero ¿a dónde me conducen esos eruditos? ¿Por qué tantas prisas, tanto cuento?
Cuando pienso que llega la calma y que todos estaban viéndose saturados, que por fin contarían un buen chiste, resultó ser que estaban buscando tres pies al gato, lo que a todo el mundo dejó totalmente frío.
Si miro bien de dónde vienen esos secos crujidos, es la voz aflautada, el pajarraco que se creía en la obligación de arrancar unas risas, que pensaba tener que exhibir algo de su personalidad, lo cual quedó en agua de borrajas al ver que Tippy lo llamaba al orden, con tan solo una mirada de ella.
Entonces Ten Hove se postró en medio de la sala de Hans ante los pies de ella, ruborizándose hasta por debajo de su primera capa de piel...
Gracias a Dios, si no habría sufrido una hemorragia.
Mindundi, ¿cómo te llamas?
Pasamos del cólera al cáncer, nos mudamos de la tuberculosis a la escarlatina, ay, madre, de la sífilis a la castidad de una mujer, del niño a la vejez, desde los años de la pubertad al primer beso recibido como mujer, dado como chico con premeditación; de la “vida” a la “muerte”, del alma hasta el espíritu, entrando en un manicomio y saliendo de otro; estamos ante nuestra “propia” sociedad, ante reyes y emperadores, ante verdugos de esta humanidad, también ante personas queridas, ante quienes obran por el bien, ante ladrones y asesinos conscientes; pasamos del puterío al matrimonio perfecto, y de pronto estamos otra vez ante Hansi, ante su primer beso de todos y su viva belleza, con la que Hans luego no sabrá qué hacer: esto es lo que más o menos imagino, y ¡sé que está bien!
Nuevamente, reciben anestesia, se les opera, pero, aun así ¿te esperabas algo más?
Fue un éxito... pero... llegó la muertecita... ¿ve usted?, yo no tuve que ver nada con eso, nada.
¿Viste esta máscara, Frederik?
Son asesinos conscientes —entre ellos los hay, eso lo sé—, esos tipos ya no tienen vergüenza, pero sí que deberían haber sabido que entre los presentes hay inconscientes.
No hacen caso a nada, hablan, representan su profesión, ¡la filantropía de muchos de ellos es coja!
No me gustan las coles de Bruselas... solo olerlas ya me marea, pero ¡todos estos conscientes son así!
Ay, Hansi, pobre Hansi... ¿es que no oyes sus “Que descanses”?
Voy caminando entre todos estos expertos y sus huecas charlas me dan nauseas.
Justamente este noche bebí un poco más que de costumbre, porque quiero vivir mi silencio.
Así es precisamente como me entono para ver y sentir a todas estas personas de buena voluntad, aunque me quede al margen.
Esas son mis copitas.
Antes todo era diferente, ahora lo disfruto.
Antes —también es algo de lo que no debo olvidarme— sí que tenía noches en que cometía mis diabluras, en que era juguetón y en que ponía las cosas patas arriba como un niño retozón.
Eso fue cambiando conforme me fui haciendo mayor.
Ahora siento cómo me voy quedando callado, me tomo una copa de champán tras otra.
Entonces me llega a mi vida silencio, sosiego, empuje natural, es una naturalidad inmaculada, ahora disfruto, puedo pensar y sentir, con la misma nitidez con la que se prepara la uva en la tierra para servirnos.
Ahora no hay nada, nada que nos tome el pelo a nosotros los seres humanos, nada, lo eres tú mismo contigo mismo, nunca surgen broncas, estás preparado para lo que sea.
Ya siento ahora el “¡Alto!” natural.
Si ahora continúo, me marearé, en el fondo solo entonces todo me dejará desquiciado.
No, espera un poco: no es porque yo mismo me quede bizco, eso desde luego no es; es todo lo que me rodea lo que me da nauseas, es una tristeza que no es de este mundo.
Ahora quiero hacer el bien.
Quiero ser honesto, ¡también en mí va elevándose el sentimiento de querer rezar!
¿Será quizá una gratitud que todavía desconocemos?
Puedo considerarme feliz, también lo tengo sin ese líquido, este sentimiento anhelado, esa fuerza para hacerlo, de lo contrario ni lo habría comentado.
Algo bueno tiene.
Estoy lúcido, y conservo la lucidez, ahora estoy anestesiado.
Si sigo esa anestesia, entonces me veo a mí mismo en otro lugar.
Ahora voy paseando por una hermosa naturaleza, llevo seda... seda... yo mismo pruebo este sabor.
Creo que cuando se prueba esto, que venderé todos mis kilitos en el acto; pero estos señores y estas damas no tienen ni idea de cómo tienen que pelar estas frutas de “Él”.
Volvemos a ir a Egipto.
Va a ser un viajecito precioso.
Ya oigo que vivimos la anatomía del Antiguo Egipto, están hablando de la zootomía, parte de otra cosa a su vez, seguimos hasta Abraham, donde preguntamos por la mostaza bíblica, que Abraham, no lo olvidemos, no conocía.
Pero eso lo saben de memoria cuando resulta que con el corte del escalpelo se va desvelando otra realidad; entonces se encogen de hombros y es lo más sencillo que saben hacer aquí.
¿Son hombres estos?
¿Son personas estas?
¿Tienen sentimientos estas vidas?
¿Corazones?
¿Y somos nosotros sus víctimas o lo son ellos por otro yo?
¡Dan ganas de sacudirlas!
Es una verdadera calamidad, son inmundos y ya ni tienen la bondad mínima para abrir la vida garantizada.
¡Su corte es del todo impreciso!
Mediante un botoncito que activan en su cerebro me colocan a mí y a alguno más en otro lugar delante de la parálisis infantil.
Pues uno pensaría que esto sería un fenómeno conocido para estos caballeros, pero no es así; todos coinciden en que es algo completamente distinto.
Pero ¿qué es? ¿Qué?
Vuelvo a oír al padre Abraham... prueba de que entre ellos hay quienes obtienen sentimientos más elevados por el alcohol, porque este nos conduce a todos a lo indeseable; vaya lástima que echemos en falta al teólogo, porque entonces ya me tocaría ir a la feria.
Lástima, pero eso ya sería pasarse de la raya.
¿Pensabas, Frederik, que ya habías llegado?
De pronto vamos volando de la parálisis infantil a la hipnosis “impuesta”, hacia el cerebro que se va emblandeciendo —por lo visto es algo cercano, ya observa de reojo a los expertos— y, finalmente, —cómo es posible, sin embargo es algo que también merece la pena y que es del todo justificado—, los impulsos sexuales del ser humano, del animal, perro y gato, de la naturaleza.
Y entonces nos encontramos con Freud en nuestro seno.
Dios mío, cómo te ha maltratado esta miserable pandilla.
¡Hay que ver cómo estos perros jeringaron a Tu Hijo!
Dios mío, ¿va a seguir, o vas a seguir... aún más tiempo encogiéndote de hombros?
Estoy que tiemblo, podría matarlos por voluntad tuya, si la mía es insignificante
¡Aquí a quienes ven se les despoja de la vista!
¡A los sanos los ves enfermar delante de tus ojos!
Lo que es bueno lo quiebran, lo mancillan, lo inyectan con su veneno y perdición, y lo envían a casa.
¿A quién le toca ahora?
Miro a Erica y Karel, este momento no es cualquier cosa y dice algo.
Pero si estos perros descarados hubieran seguido hablando —sentíamos claramente a dónde querían ir, Erica ya estaba poniéndose roja, Karel se estremecía por dentro— entonces habría puesto algo de mi vida en sus copas y habrían ido directamente a mudar el alma, porque yo nunca consentiría que estos caballeros y estas damas se burlaran del dolor y la pena de mis amigos, de otro ser humano.
Pero sortearon la parte peligrosa, vieron ojos que echaban chispas, la atemorizada búsqueda de Erica, y también cómo no sabía qué hacer con las manos, y encima de eso el cuello campesino enrojecido de Karel.
Después decidieron que era mejor agarrar sus propios remos y se echaron a la mar para evitar encallar.
Su plan era robar corazones; dado lo sanguinarios que son intentan lo que sea, pero esto ¡no! “¡Alto!”, les digo a todos ustedes, “ni un paso más u ocurrirá una desgracia!”.
Ahora estamos atados a la clínica de Hans.
Él mismo no está, ese no quiere tener que ver nada con la demencia.
Él enfoca ahora la honorable conversación hacia sí mismo, hacia lo que posee; las batas blancas y las máscaras son sustituidas o recogidas a favor del noble caballo.
¡Ya estamos cabalgando!
Tippy y el pajarraco ahora tienen su oportunidad, ahora pueden decir algo.
Ya están preguntando lo que cuesta semejante jamelgo.
Mira a Tippy, la encuentro auténtica y ahora le puedo perdonar muchas cosas, así de natural es su torpeza.
Y mira ese Ten Hove, sigue siendo agitación y vacuidad.
No, no quiero volver a verlos nunca más.
Los caballos ya están estabulados, se acabó la diversión, ¡ahora cortamos en “almas” humanas!
Están hablando ahora de bigamia, de una vez echan encima la biandria, ponen las tapas en los tarritos, es un solo conjunto.
De pronto hombres y mujeres desconfían unos de otros.
De nuevo... otras máscaras, veo máscaras, puedes ir sacando ahora una por una aquellas que hayan probado algo de esas tinieblas o que las convirtieron en luz.
Míralo tranquilamente: los labios, finos y no tan finos, tiemblan de satisfacción, hasta hacen chasquidos.
Miradas... furtivas y atolondradas, solo veo rendijitas, conscientes, algunas muy aceradas, detrás de las cuales te acecha lo humano, mejor dicho: te viola.
Los hombres inhalan, también oigo grititos femeninos, atenuados por la belleza del mundo, zapatitos, seda, collares de cuentas, ínfulas sin fin, incienso que silba, que quema los ojos, así de falso y artificioso es todo, así es esta ¡felicidad de cartón piedra!
Karel, comparado con todos estos mancillados, es un santo..., es un dios, cuando lo sigo un poco y vivo su sentimiento.
Es algo en lo que él no pensaría, no podría serlo, lleva su cuchillo en las manos a la vista de todos y advierte a sus enfermos, duele un poquito, una pizquita, pero yo también solo soy un ser humano.
¿Que si Él quiere manejar mis manos?
¡Entonces todo es posible!
Ya ves, Erica, en una fiestecita de estas te enteras de muchas cosas.
Aquí puedes hacer distinciones, aquí puedes ver lo que tienes y lo que te falta todavía, todo eso está tirado por ahí, así, sin más.
¡Es tu alcantarilla!
Aquí, en casa, lo vas pisando.
Todos estos perifollos blancos te indican el camino, ¿ves?
¿También viste las serpientes?
¿Viste los cocodrilos blancos, esos chacales relamidos, y también esas mariposillas tóxicas con túnicas de seda?
¿No estás contenta, muy feliz, de haberte puesto finalmente tu vestidito negro?
Digo yo, ¿no?
Y qué bella eres, pero si ¡les das sopas con honda!
Tampoco es la culpa del pajarraco, y también a Tippy le perdonas muchas cosas, ella es natural.
¿Viste a ese moreno allí con su bata blanca?
Mira... los cadáveres ya lo van siguiendo, ¡puedes olerlos!
Es como una pluma glotona que gotea, pero que quiere contar asquerosidades.
¿Ves a esas hembritas? ¿Y a estas mujeres también?
¡Yo las veo!
¡Karel también, ahora lo sabe!
¡Los caballeros ven a través de tu ropa!
Son preocupaciones, es un follón impotente, una nobleza agonizante.
¿Qué desea decir la señora baronesa?
Prefiero moverme por otros lares.
Karel es aquí como un profeta, es un verdadero médico.
Aún tiene momentos en que conscientemente se hace rústico, pero lo está superando, ya está bajando.
Esta noche no paro de vivir un camino de penitencia.
Todo lo que se me acerca es de una falsedad exasperante, ruin como aquello contra lo que luchamos y que nos espera en casa.
Y Hans participa.
Mira, quiere hablarme, de Hansi, ¿verdad?
Atención, Frederik, te está retando, ahora no digas ni una sola palabra sobre su hijo.
Peter también viene.
¿Desea el señor alguna cosa más?
No, gracias, ahora no.
—¿Qué cuentas, Frederik?
¿Una noche algo tórrida, no?
¿No participas en el análisis de nuestra existencia, del universo, de los cadáveres y de la vida?
—Hans, lo primordial es que me encuentre aquí.
Nada más.
—Menuda salida, Frederik, no me la esperaba.
—Lo que tú quieras, pero yo no participo en magia negra.
De todas formas me entero hasta el último momento de lo que se habla.
Y esta convicción, Hans, estaba la semana pasada en tu alcantarilla.
Peter no pensará en recogerla, pero yo ya lo sé: a los peces colorados les gusta esa golosina.
—¿A dónde quieres llegar?
—A ese artefacto, Hans, bebemos, ¿no es así?
Se nos unen Karel y Erica.
Estamos un rato a solas.
Ahora también viene Hansi.
Su meta es ignorarnos.
Erica está furiosa.
A Karel le es indiferente.
¡Ya nos conoce desde hace mucho!
Hans nos ha calado por completo.
Qué lástima, menudo pájaro este.
Hansi está disimulando, pero la máscara es más simple que nada.
Es juguetona, se comporta como una niña, Hans ha picado.
Pero ella ha estado en todo el mundo.
Simplemente ha pescado un pez gordo, nada más.
Esto se va a convertir en un gran drama, me atrevo a apostar mi vida por eso.
Estamos sentados.
Hans pide y tomamos unas copas más.
A René no lo oímos, Hans no le hace caso.
Hansi ya está al tanto de René.
Lo veo en su mirada.
Lo que me llega es carácter, sentimiento familiar, pero no soy familia suya.
Ella nos conoce a nosotros, y nosotros a ella.
Si no nos hubiera conocido, entonces nosotros tampoco la habríamos conocido a ella.
Ahora nosotros, y ella, estamos picando, pero por Hans... él es el culpable.
Estamos como media hora juntos y hablamos de cosas sin ninguna importancia.
Hansi recibirá un caballo, saldrán juntos.
No, nosotros ya no tenemos caballos, nosotros tenemos preocupaciones.
También voy a vender el mío.
Hans ya está pujando, pero no va a conseguir a Sientje.
Sientje se quedará en buenas manos.
Y otra vez me están entrando nauseas.
Nos pasamos a la felicidad y les deseamos mucha a Hans y Hansi.
También los demás que se juntan en torno a nuestra mesita participan.
El final es que nos vamos a casa y entonces esta boda forma parte del pasado.
Estamos delante de nuestra propia chimenea, Karel ha descorchado una botella de vino.
Esta sabe bien, dice, te da serenidad.
Y así es.
Ahora ya verás.
Estamos completamente convencidos.
Hansi es una comedianta, y además de la vieja escuela.
Va lanzando por doquier amabilidades que no siente para nada.
Es un carácter falso.
Ay, no, dice Erica, no porque sea guapa, no porque sepa ser encantadora, lo veo al instante.
En el fondo no sé cómo.
No me estoy abriendo camino por esta vida, pero Hans me preocupa.
Karel dice:
—Dios mío, ¿es lo único que hay en este mundo?
Hay que ver a esta figura entre millones de mujeres, sola.
Salud, Erica, por René, por su salud.
Bebemos, saboreamos nuestros vínculos sagrados, sabemos que eso no es.
Esta noche hemos aprendido mucho.
Ay, pobre Hans.
Espero que no vayas a sufrir esa decepción.
Pero, en el fondo ¿dónde estamos metiendo nuestras narices?
Es Karel quien pone las cartas encima de la mesa, sin rodeos.
Hablamos un poco, los ojos empiezan a abrir y cerrarse, los cuerpos se sienten extenuados.
¿Que si es el alma?
¿Qué es cansancio? ¿Qué es estar cansado?
¿Quién está cansado? ¿El alma, el espíritu o el organismo?
¿Por qué tienes que irte a dormir ya, Frederik?
Me senté y escribí:
“Hansi me defraudó, no puedo remediarlo.
Karel y Erica piensan lo mismo que yo.
Ellos también sienten algo.
También sé lo que vieron aquellos otros.
Hans necesita a un montón de amigos para que Hansi se sienta a gusto.
Y allí están esos amigos.
Tendría que haber vivido con ella junto al Nilo... no aquí con este clima, esa alma se morirá.
Pero no lo sé.
Espero que esté metiendo la caja... la caja...
Qué raro... eso de meter la pata en el ataúd quería ser escrito como fuera.
Lo averiguo.
Espero que esté metiendo la caja... la caja... y otra vez más esa palabra quiere quedarse escrita, me domina.
¿Qué es?
Supongo que no me estoy encajando, ¿no?
¿Quién se encaja a sí mismo?
¿Qué es lo que será encajado?
¿De dónde vienen estos pensamientos?
Ya lo dejo por esta noche, por esta madrugada.
Me voy a dormir”.
René está tranquilo...
Doy las buenas noches a todos...
Santo cielo, cuántas máscaras que vi... máscaras, máscaras... llevaban pajaritas, no vi más que una sola pequeña sandalia.
¿Sientes ahora dónde?
¿Comprendes por fin lo que son fantasmas?
Todas esas personas actúan como fantasmas.
Toda esa gente lleva ropa hermosa y porta máscaras.
Algunas máscaras vi que cargaban con muchos asesinatos sobre la conciencia, y que aun así andaban en libertad.
Cuando ves por medio de semejante loco consciente que todo es pura necedad, que aquello es perdición y desintegración, entonces te estremeces ante una fiesta así, gente así, tan elegante.
Y ahora el fenómeno se convierte en problema, y un loco es capaz de decir cosas naturales para las cuales un erudito ha construido una universidad, aunque no conoce al loco.
¿Lo comprendes ahora?
Y ese mismo loco nos previene contra Peter... y muchas cosas más.
Es más consciente de lo que imaginamos, solo que nuestra sociedad es anormal.
Basta con que hables sobre los dones sobrenaturales entre semejante panda de máscaras para que te declaren demente, te pisen el cuerpo, el alma y el espíritu, y se limpien las suelas contigo.
¿Y eso te tiene que parecer porque sí?
Son ellos quienes piensan ser dueños del universo divino.
Pero ¿viste ese vacío?
Ahora que eso ya pasó, que vi esos morritos y que se me concedió conocerlos, me siento presa de un sentimiento de miedo por Hans.
No puedo cambiar nada, así lo siento.
Cuando te habla semejante máscara mortal estás ante tu propio colapso, y esos señores hacen exactamente lo que ellos quieren con toda tu alma y tu cuerpo.
Cuando yaces sobre su mesa de operaciones, reúne entonces todas tus fuerzas para salir por patas, o morirás bajo su bisturí.
Allí oí cosas espeluznantes.
¡Y sin embargo son operaciones normales y corrientes!
Pero te masacran.
¡Lo hizo la máscara!
La vesícula biliar gritó a todo pulmón: ¡No pongas tus patas encima de mi hígado, porque no es eso!
Ni lo oyen.
Te anestesian y empiezan a cortar; pero un poco después no pueden más que constatar que te estás desangrando.
La máscara no ve de ninguna manera el origen.
¿Conoce una máscara de esas la hondura de la circulación, de cada tejido en relación a la vida en sí?
No lo creo.
Qué cosas tan hermosas que acabo de decir.
Son canallas, por arrojar a la muerte a todos esos vitales hijos de Dios.
Una arañita trepa por encima del diario, no le hago nada al bichito.
Me entra (el refrán alemán): “Araña de noche, tráeme felicidad y regalos...”, ¿o se dice de otra manera? Pues incluso así me parece bien.
Cierro el libro cuando el bichito ha terminado de cruzarlo.
Por hoy y por esta noche ya basta, lo justo.
Escribo... vivimos en mil novecientos tantos, nos fuimos hace hora y media de la fiesta de Hans, al que le han vendido gato por liebre, pero que todavía no lo sabe.
El bicho ya se ha puesto a maullar, pero él no lo oía.
Solo nosotros oímos los maullidos, todos los demás llevan máscaras y se blindaron ante ello.
Pero ya viviremos cosas sorprendentes.
Se me cierran los ojos de sueño, ahora no estoy en condiciones de soñar.
Que el Dios de todo lo que vive no me dé la razón.
A Hans le deseo todo lo mejor, también a ella, pero ¡ahí está la máscara!
En París por diez francos te compras muchas cosas nuevas y todo el mundo te ríe tus gracias.
Hans así lo hizo, pero fue analizado mecánicamente, y entonces se le cerraron los ojos.
Esta moneda, Frederik, tiene dos caras; yo vi que la otra cara resultó estar intacta.
Esa es para otra persona, pues, ya lo verás.
Mi pequeño René, esta noche no hubo flores, pero eso no importa, sus semillas ya están germinando bajo nuestros corazones.
Veo las margaritas, las nomeolvides para tu hermosa pero difícil vida.
A través de la miseria llegaremos a la felicidad para todos los seres humanos.
Te deseo satisfacción y veracidad, por el momento no hay más.
No obstante, intentaremos ser creyentes, pero ¡sí que es difícil!