Ay, Frederik, cómo me han engañado
Lo que no se esperaban sí que ha acaecido: nuestro René ha ido esta mañana a la escuela.
Ha habido cambios, aunque saben que sus sentimientos no están desarrollados al cien por cien.
Por eso va a una escuela superior Fröbel, donde le enseñan primero las cosas cotidianas.
Todavía es un misterio para todos cómo se desarrollará; pero a pesar de eso, el niño tiene que estar entre la gente.
No es un día de celebración para Erica y Anna.
Karel no sabe qué pensar al respecto y se desprende de ello.
Luce el sol, y sin embargo llueve para ambas mujeres.
No preguntamos a René lo que piensa de esto: el niño no sabría lo que queremos decir.
Vi lágrimas en los ojos de su madre, y en los de Anna tristeza y compasión.
Es la presión de la selva, la falta de la verdadera felicidad lo que le está fastidiando a Erica.
Y ¿qué otra cosa iba a ser?
Sí que creo que ese día los padres suelen estar nerviosos.
Porque la sangre de su sangre entra en contacto con la sociedad.
Tienen muchas expectativas, los niños aprenderán bien y luego aceptarán una tarea para el mundo.
El padre ya está pensando que su hijo lo va a suceder; mira esa vida desde su mundo y espera con impaciencia cómo despertará.
¿No es así?
Las madres lo ven de otra manera, están ante una pérdida, los hijos ya no están bajo sus cuidados directos.
Eso para la madre a veces supone pena y dolor; no creo que haya una sola madre que pueda reprimir sus lágrimas en semejante día, en el momento de la despedida, el instante que a ella y a su hijo les causa una separación.
Todavía recuerdo aquel día en que tuve que ir a la escuela e iba a abandonar por unas horas la casa paterna.
Ay, qué mal se encontraba mi madre.
A mi padre le parecía que estaba exagerando.
Es más, incluso dijo:—Parece pobre, torpe, son cosas que no se hacen.
Un ser humano tiene que reflexionar, tiene que poder desprenderse.
¡Sí, un ser humano ha de aceptar esto!
Ya sé que mi madre era muy sentimental.
Era algo a lo que papá se oponía y que pensaba estar tratando a su manera, lo cual no le salía bien, porque siempre actuaba con excesiva dureza.
Y ya entonces fue un pequeño drama.
Durante días estuvieron hablando de aquella mañana, no se cansaban de comentarla, por lo que empecé a “sentirme” y a reírme de ellos a sus espaldas, como un pillo.
Ya dije: para Erica es una profunda pena, hubiera deseado tanto tener un chico corriente, normal.
¡Se ha quebrado su orgullo maternal!
Siente un cuchillo en el corazón, y le mana la sangre de heridas interiores.
Ve a su hijo, a su pequeño René, entre todos los demás niños como la oveja negra... ¡el solitario!
Todavía la oigo decir: “Dios mío, ¿qué he hecho para merecerme esto?
¿Es que soy tan mala?
¿Qué he hecho para que mi hijo llegara al mundo de forma antinatural?”.
Estaba convencida de estar rezando, pero yo lo sé, ¡ninguno de nosotros es capaz de eso!
Nadie de nosotros ha podido elevar hasta “ÉL” una oración infantil.
¡Nos asfixiábamos en ella!
—Mejor será que las deje, ¡de todas formar no te sirven de nada!
Nadie oye tus oraciones, es imposible que alguien las pueda oír.
Y entonces ¿para qué voy a seguir partiéndome el lomo? —dijo Anna.
¡Y eso a su vez también es un gran agujero en el corazón humano!
Es más que eso, ¡es lo más desgraciado que hay!
Te lleva a la desesperación consciente, al estar solo, al quedarse solo, ¡es impotencia!
Pero hay millones de personas, almas de Dios, que rezan por algo.
Todos esos hijos de un solo Padre rezan, están postrados antes “SUS” pies, pero ¡ÉL calla¡
¡No sirve rezar!
Pero entonces ¿qué sí?
¿No hay un Dios?
Solo hay que preguntárselo a estos millones de personas: todos rezaron, ¡de nada sirve!
¡Dios calla!
¡Nos deja abandonados!
¿Tan raro es entonces desear poder ver detrás de todas esas máscaras?
Quiero ayudar así a esos millones de personas, a las masas engañadas, torturadas, golpeadas.
Quiero intentar servir, y ¿pues esto es inhumano?
¿Tenemos que blindar nuestra vida ante esto?
¿Tenemos que meternos a ciegas en un hoyo y dejar que nos accidentemos?
Tengo que ser honesto, yo también me encontraba impotente, ¡también yo me asfixiaba en mis oraciones!
Pero un día me pregunté: ¿dónde encallará este barco? ¿A dónde conduce este barquito humano insignificante, pero tan poderoso, mi vida y la de todos esos millones de personas?
Y ¿qué puede hacer este pedacito de miseria, que es René, cuando a una persona sana esta vida ya le parece demasiado dura, demasiado difícil?
‘¿Qué quiere esta pequeña vida’, pensé, ‘cuando luego se despierte?’.
Las personas rezan, depositan flores a los pies de su Padre de Amor, como suele decirse y pensarse, flores que representaban su esperanza, su deseo, su sed de algo de felicidad, también ante los de “SU” hijo, Cristo, pero sin respuesta, ¡Dios seguía callado!
Y entonces salieron corriendo de sus iglesias... estos corazones humanos están apaleados, quebrados, porque ¡Dios calla!
Yo oía cómo me llegaban todos esos gemidos.
Yo mismo estaba allí, también yo me iba a casa arrastrándome, tenía las manos vacías, ya no sentía gratitud bajo mi corazón, la autoridad del Padre parecía haberse ahogado.
¿Todo es culpa mía?
Todos nosotros pedíamos ayuda a gritos, un día tras otro, nada servía, ninguna ayuda ni manos cariñosas que nos apoyaran, nada, solo profundas tinieblas.
¡Es una máscara horripilante!
Ya sin saber qué hacer optamos por callarnos.
Ni uno de nosotros se atrevía a elevar la mirada.
Karel enseñó a Erica y a Anna cómo actuar.
Fue él quien dio cierta fuerza a Erica y Anna, por medio de su “empuje, naturaleza y el destino humano” para aceptar las cosas como eran en realidad.
Con a la postre toda la descomposición y desgracia.
¡Y supieron hacerlo!
¡Hicieron lo que pudieron!
Portaron su pena y dolor de manera femenina, como madres.
Ah, claro que sabían que había aún más desgracias, comprendían sin duda que hay otras personas más apaleadas, a las que se arroja a patadas en una descomposición humana aún más profunda que la que ellas tenían que aguantar por su René.
Fue Karel quien dijo:
—El mundo no se detiene.
La tierra completa su tarea todos los días, no pregunta lo que hacemos, continúa.
Vamos, lo mejor será que hagamos borrón y cuenta nueva.
No nos queda otra opción.
Mis enfermos también terminan en un ataúd.
Debido a que Karel se relaciona a diario con “la vida y la muerte”, tiene otra visión al respecto y puede procesar mejor su propio dolor.
Ve más desgracias, lo rodean por todas partes y tiene que mostrarse fuerte, porque si no los enfermos no lo necesitan.
En estos dos años ha pasado de todo, cosas todas que, igual que las anteriores, erigen máscaras, y que por tanto eran problemas para nosotros.
Las hemos vivido a fondo lo mejor que pudimos, hemos examinado racionalmente los hechos para al fin poner punto final, si queríamos asegurarnos de la paz y tranquilidad en casa.
Entretanto me he mudado y vivo en casa de la familia.
René me necesitaba... según Erica y Anna.
Y creo que tenían razón, porque en muchas cosas era su apoyo, un trampolín, un faro.
Todavía recibimos algunas notas, pero en parte habían sido escritas con poca claridad, en parte con algo más de conciencia, pero no sabíamos qué hacer con ellas.
¡Yo tampoco!
Había fenómenos que me demostraban desde dónde nos venía lo escrito, pero me encontraba solo y no era capaz de ver detrás de las máscaras.
Mi habitación está junto a la de René.
Mi trato con el niño era como el que hubiera sido el de un maestro, pero mientras tanto trabajaba en nuestra amistad.
René tenía que sentir que no estaba solo.
Creo poder decir que conseguí mi propósito completamente.
A Erica y Anna les parecía un milagro y Karel me estaba muy agradecido; me lo demostraba una y otra vez.
¡Lo demás lo pusimos en manos de la “Madre Naturaleza”!
Entonces me pregunté: ‘Si esta vida despertara alguna vez, ¿qué pasaría?’.
Yo no tenía duda alguna, me restaba una mina de sabiduría, daba gracias a Dios por esta realidad, de la que los demás no entendían nada.
¡Y esos eran los cimientos que yo había colocado!
Estoy encima, aunque ellos no lo vean.
¡Sé que esta vida en concreto despertará algún día!
Pero no puedo adelantarme a los acontecimientos.
En el fondo hemos recurrido a todo lo que buenamente fuera posible.
Hemos hablado de la división de la personalidad, de la incidencia espiritual, de las influencias astrales y cosas así.
Durante algunas horas incluso creímos en “fantasmas”, que en nosotros, y alrededor nuestro, vivía una fuerza a la que le divertía amargarnos la vida y declarar loco al niño René.
De verdad hemos pensado unos instantes: el pequeño René se nos va de cabeza al manicomio.
No hay nada que hacer, nada... ¡este es su destino irrevocable!
Un conocido parapsicólogo hablaba del reblandecimiento cerebral, hasta que se vio en un atolladero y ya tampoco hizo mucho más que decir tonterías.
Karel dijo:—Eso se lo cuentas a tu abuela, pero ¡no a mí!
Otro nos situó ante un sueño hipnótico, que interfería con la conciencia diurna y la absorbía por completo, por lo que el alma ahora ya no tenía opciones de sobrevivir.
Hubo un momento en que este hombre parecía tener razón, pero mediante profundas reflexiones y argumentaciones científicas, sobre todo por el pensamiento natural y racional de Karel, también esta tesis fue rechazada de plano y fue a parar a nuestra papelera.
Nos encontrábamos ante máscaras, ante problemas inhumanos, con los que no sabíamos hacer nada como hombres y mujeres que pensaban de forma normal, aunque recorriera mi propio camino.
No me aparté de él, incluso si me partía el cuello en estos campos minados, con toda esa porquería oculta del mundo, no pisé ninguna mina; aunque resultaron ser tinieblas para mí, ¡continué!
Por fin tiramos todo por la borda y nos llegó la paz, ¡los médicos volvían a salir de casa!
Karel ha hecho todo lo que estuviera a su alcance y que pudiera hacer como médico.
Los profesores intentaron sondar la vida de René.
Pero esto también acabó en agua de borrajas.
Más tarde empezaron a decir: “Desintegración sexual, algo temprana, eso sí, pero es lo que hay, hemos de decírselo a ustedes”.
¡Erica se puso furiosa!
Anna les podría haber torcido el cuello uno por uno.
Entonces Karel se hartó, tendrías que haberlo visto.
Yo disfrutaba de esta pugna científica.
Me enseñó cómo mirar y cómo aceptar.
Miraba desde detrás de una entidad natural a todos estos expertos y me quedaba esperando hasta que hubieran pasado por delante de mi vida, para mirar entonces las hermosuras que habían dejado tras de sí.
Las palabras “desintegración sexual” impactaron, y salieron volando atropelladamente de la casa.
No lo olvidaré en la vida.
Ay, cómo fue aquel día.
—Y sin embargo no podemos quejarnos —dijo Erica una mañana después de haberlo probado todo para René y de que llegara a casa embarrada, mientas le siguieron cayendo lágrimas durante horas.
—También hemos conocido otros tiempos.
¿No es así?
Le dimos toda la razón.
Pero transitábamos por las tinieblas de la noche, por la intemperie, aunque cayeran chuzos de punta, hubiera una tormenta horrible; atravesamos nidos de serpientes y cuevas de leones, y a veces pensábamos que hasta nos echaban a la hoguera.
Jamás se les concedió ver cómo se prendía el fuego, y gracias a Dios tampoco surgió el asunto.
Teníamos que lidiar con instintos animales, aullidos terroríficos y ya ni sé cuántas cosas más con las que se le infunde pánico al hombre.
Y yo me decía: “Todavía nos falta para llegar, lo que están (estáis) oyendo es cosa de niños, todavía nos quedan días enteros de viaje hasta llegar a la jungla en sí.
¡Todavía no hemos llegado!”.
Sí que fui tan sensato como para no decírselo a ninguno de ellos, sino que me quedaba a la espera y tenía mis propias ideas.
Erica se alteró tanto en un momento dado que empezó a frecuentar videntes para consultarlos.
Quizá esa gente podía ayudarla.
Pronto volvió a casa, embarrada, emponzoñada, engañada.
Oímos:
—Ay, Frederik, cómo me han engañado.
Le contaron un cuento chino.
Y yo también fui tan estúpido como para seguirla.
Quise consultar a un agraciado de esos, quise oír qué sabía lo sobrenatural de esto, pero yo también regresé a casa embarrado y hecho una lástima, completamente derrotado, desgarrado por los enredos repelentes de toda esa gente, de estas mujeres y hombres satánicos.
Pero ¡todo lo hacíamos por René!
Queríamos darle la felicidad.
Cuando la ciencia ya no supo qué hacer, nos precipitamos en todas direcciones, porque el drama humano había estado accidentando nuestra vida desde hace demasiado tiempo.
Dios mío, ¡cómo sabe mentir esa gente!
Les da absolutamente igual a estos hombres y mujeres, pasan por encima de tu cadáver.
Te dicen, como si tal cosa, que mañana tienes que morir.
Y estos no eran tipos del estilo de los testigos de Jehová...
Eran videntes, hombres y mujeres, gente capaz de actuar como médium entre tú mismo y aquellos que ya estaban en el ataúd.
Pues resulta que me infunde más respeto un ratero, el mayor canalla, más respeto una mujer pública que estas personas increíblemente malas.
Jamás pensé que la gente pudiera representar semejantes máscaras.
Cuando a un ladrón lo pillan, esa vida se va a la cárcel.
Quizá empiece otra vida, pero acepta el pan y el agua, y reconoce sinceramente que ha robado y que es demasiado podrida para esta vida.
Pero ¿qué pasa con esas mujeres y hombres?
Se limpian contigo sus pies espirituales y no hacen caso alguno a tu dolor y pena o desgracia, te arrojan de algo malo en algo peor, de donde no sales ni en años.
Naturalmente, Erica no llegó nunca al punto de encargar una misa por René.
Pero ¿qué hace una madre por su hijo enfermo?
Iba corriendo de un vidente, hombres o mujeres, al otro, hasta que ya no le quedó nada en el cuerpo y se quedó desnuda.
Pero ¡vio la máscara!
Cuando descubrió qué aspecto tenía esa cosa, ella misma yacía en el barro, apaleada como nunca antes.
Cómo lloró.
Qué clase de gente es esa.
Cuando volvimos a hablar del asunto más tarde, solo nos dio risa.
Entonces tenía la idea de que habíamos comenzado con la siguiente escena: así de maravillosos me parecieron el primer planteamiento y diálogo de nuestra obra, que se llama “El enfermo mental”.
Pero una y otra vez oía decir a Erica:
—¿Qué clase de gentuza es esa, Frederik? ¿No es posible hacer algo contra eso?
¿Es necesario que se engañe consciente e inconscientemente a miles de personas?
A un ladrón se le encierra, pero estos se merecían lo mismo.
Lo veo como una mancha de lodo en nuestra túnica social.
¡Una buena paliza es lo que se merecen!
Y son personas con dotes sobrenaturales.
Me preguntaba si también estas personas habían sido enviadas a este mundo para sacar a millones de personas del pozo.
¿No tiene Dios otra cosa?
Estas personas ya no tienen conciencia.
Semejante trébol de cuatro hojas no anda cerca de ti, todavía tengo que ver al primer ser humano a quien le trajo suerte.
Representan una mentalidad tenebrosa.
Hay algunos aciertos entre esas personas, pero yo no me he encontrado con ellos, ni Erica.
Comparten todos un rasgo, que es completamente consciente: ¡necesitan tu dinero!
Sin pedirlo, te encuentras con que te visitan tus padres y entonces puedes estarte una media hora de esas raras charlando con ellos, y te cuentan de todo.
Penetran en los cielos e infiernos, te hablan de la vida y la muerte, de leyes del karma y posibilidades “universales”, hasta que te encuentras ante el Dios de todo lo que vive, donde a continuación te obligan a inclinar la cabeza y a rascarte el bolsillo.
Lo que se esperan después es tu dinero, tus propiedades.
Piensan: ‘A este lo tengo agarrado; ¿se desmorona aquí todo ser humano’.
Por eso ahora creo —es algo que antes no comprendía muy bien— que hay gente que pudo poner su capital encima de la mesa para apoyar esa gran violencia, ese hacer el bien.
Si no eres fuerte, picas, y antes de darte cuenta ya están tus perras encima de la mesa, porque te ha entrado la sensación de estar haciendo algo por Dios y Su vida.
Pensé: ‘Ahora te encuentras ante un engaño consciente’.
Este no es un loco ocultista; a esos los llegué a conocer, para eso hay que ir a Oriente, esa gente no vive en Occidente.
Aun así, hay poca diferencia, según constaté más tarde.
Aquí solo se trata del dinero.
En Oriente viven verdaderos ocultistas y han tenido que escarmentar.
O bien están realmente locos, o bien han caído en la charlatanería callejera.
¡Ahora comienzan los disparates!
Ahora solo veía la máscara humana, el yo vegetativo, que no hace más que chupar a los prójimos hasta dejar vacía a la gente, hundir a patadas —aún más de lo ya sucedido— al ser humano ingenuo, y tuvieron que aceptar.
Veía parasitismo espiritual, pensado tan a fondo que no quedaba más remedio que miles de personas picaran, debido a que la “señal de la cruz” estaba ante la puerta de casa y todos esos pechos la lucían.
Si encima hay una velita prendida por Cristo, entonces ¡ay de aquellos quienes llegan allí en pos de ayuda!
Cuando llegué a conocer todas esas máscaras, me encontré ante mi perro y mi gato, y detrás estaba el genuino instinto del niño de la selva, aún sin contagiarse por nada y completamente abierto a la Madre Naturaleza.
Creo poder decir que sé algo de eso.
Aquello por lo que vivíamos aciertos en el blanco es algo innato, sensibilidad natural.
Es por medio de esto que esa gente siente... te sienten y no lo sabes, pero ahora comienza la búsqueda.
Durante todo ese proceso de búsqueda despertó René.
Y eso comenzó cuando Erica dijo la primera palabra sobre el “oficiar una misa” para su chico.
Yo, tonto de mí, dejé caer:
—Cuando la vida despierta, entonces todo empieza.
Ni cuatro días después ya me hacen venir:
—¿Qué, Frederik? ¿Qué pasó con ese despertar?
¿No nos engañará la vida que está despertando?
Me quedé debiéndole una respuesta a Erica.
Allí me encontraba de nuevo, me tenían compasión, pero seguían siendo ellos mismos.
Dije:
—Es imposible construir casas sobre la arena del desierto.
Karel lo convirtió en:
—Despréndete de ello y te lo quitas todo de encima.
En ese momento comenzó a construirse a sí mismo.
Entonces habríamos obtenido descanso si Erica no hubiera acudido a todas esas personas.
Y cuando la seguí habíamos creado nuevas desgracias, aún más terribles que las ya vividas; estas eran tan malas que daban nauseas.
Un día me viene Erica y dice:
—Pronto habremos pasado por las leyes del karma, Frederik.
Me quedé sorprendido y pregunté:
—¿Qué me estás diciendo?
¿Que pronto habremos pasado por las leyes del karma?
¿De dónde sacas esa majadería?
Siguió una aclaración y reflexioné sobre ella.
Eso me hizo tener ganas —seguramente como ella— de saber más al respecto.
Y ¿por qué no?
Pero cuando pasaron las cuatro semanas en las que René pudo enterrar sus leyes del karma, Erica se encontró ante un problema todavía mayor, porque esa mañana hubo otra de esas notas.
Aun así prosiguió su investigación, con el resultado ya conocido.
Llegaba a casa embarrada.
Cuando una vez hablé con Hans de esta gente, dijo:
—La gente de esa calaña, Frederik, nos sobra.
No comprendo por qué hay personas sanas que estén tan locas como para dedicarse a esas cosas.
Nosotros ya sabemos qué hacer con ellas, las remozamos en poco tiempo, si es que es posible, o se les dan inyecciones.
Ya nos encargamos de quitarles esa costumbre.
René no tuvo escarlatina, las “leyes del karma” siguieron su propio camino, el retraso del niño permaneció.
Tuvimos la oportunidad de poder constatar un cierto progreso material, y nos llenó de gratitud.
A Erica le alivió un poco.
La joven vida no despertaba.
Los médicos tenían que inclinar la cabeza ante René, las cartománticas habían metido la pata y Karel obtuvo razón: es empuje, no puedes pasar por alto la naturaleza.
Y sin embargo, me hizo envejecer diez años.
En mi diario pone:
“Lo que jamás pude imaginar lo hice hoy, ayer y unos meses atrás: he acudido a clarividentes por René.
Reconozco que me ha mordido un alacrán.
Ay, ¡cómo me han apaleado!
¡Erica está destrozada!
Lo que vi fue una máscara aterradora.
A la gente no le trae más que una miseria mortal.
Es tan terrible que en realidad no encuentro un nombre para ello; todo, cualquier palabra acerca de lo diabólico en el ser humano que podamos encontrar en nuestro diccionario, se queda en nada en comparación con estos visionarios animalescos.
Me lavé tan intensamente como no había hecho en mucho tiempo; así de sucio me sentía.
Durante días no osé salir a la calle, porque pensaba que todos sabían que yo apestaba a clarividentes.
No quería contagiar a la gente en la calle.
Un piojo es un animalito sagrado, igual que una pulga, desde que las pretensiones cerdunas se han convertido en sistemas científicos.
Ya sentirás lo que quiero decir: veo tan hondamente en ese dolor, ¡así de podridas están esas personas!
¡Chupan todo lo que llevas dentro!
Son despiadadas, los cadáveres de los padres y las madres carecen de importancia.
Los corazones humanos, por muy llenos de amor que estén estos, los cortan en pedazos.
¡Te asesinan espiritualmente!”.
Cuando Erica acudió una vez a una mujer de esas, esta dijo:
—Viene por su marido, ¿no es así?, él...
Ojalá no hubiera abierto la boca, entonces habría sabido al instante que la estaban engañando, pero le pudo su honestidad, y dijo:
—Vengo por mi niño, por mi pequeño René.
Mucho más tarde comprendió su error, pero entonces los alacranes ya la habían picado y ya no había nada que se pudiera hacer por ella.
La mujer reaccionó como un rayo, se quedó un momento titubeando, y entonces prosiguió.
“A René lo crujieron, el niño se mudó al Otro Lado, ya llevaba tres años muerto, pero el médico que operó al niño no tuvo culpa alguna.
Mire, el niño está en manos de los angelitos y esos moradores del cielo se encargan ahora de él, lo volverá a ver vivo más tarde.
Mejor despréndase de él, querida señora...
¿No es cierto que Dios sabe lo que hace?
Dios sabe de lo que es capaz, y eso es una revelación para su hijo, ahora las leyes del karma están tocando a su fin.
Están más muertas que muertas.
Han tenido que estirar la pata”.
Cuando Erica se cayó de su silla del susto, avergonzada por tanto engaño, la harpía miradora pensó que estaba quedándose inconsciente.
Erica preguntó lo que debía, arrojó un billete de diez florines sobre la mesa, más pobre de lo que llegó.
Se quedó desnuda en la calle y se sintió mancillada.
Otra, hablando de René, lo convirtió en Alaf, y estaba convencida de que el niño tenía un hermoso nombre.
También ella hablaba de la pérdida de su hijo, todas esas mujeres no querían más que ver a René enterrado.
No, para nada, su hijo no ha sufrido.
Los niños están muy bien en el cielo.
Créame, señora, a mí me faltan tres.
Sé lo que está sintiendo y haré todo lo que pueda para paliar su dolor.
Aquí ya está su pequeño, que niño tan guapo es.
Quíteselo de encima, señora, ¡su hijo es feliz!
Se ha librado de mucho dolor...
Y ahora ya puede darme ese dinero, tendría que haber añadido, pero eso fue un poco más tarde.
Cuando Erica dijo que su hijo todavía vivía, la máscara de enfrente le hizo una mueca, que la dejó estremecida.
Un animal apestoso se la había pegado por enésima vez, y ya estaba harta.
¿Qué clase de gente es esta?, me preguntaba.
Siembran desgracia entre los ingenuos y pisotean las almas quebradas.
Mira a través de esas máscaras y verás cómo apestan sus vidas hinchadas.
¡La señora continúa!
¿Que si no ven sus propias trampas?
Las esquivan.
En este mundo es posible, pero ¿después?
Y justamente de eso hablan, ay, qué gente vive en la tierra.
Me he propinado una buena paliza.
¡Burro que fui!
Me he golpeado hasta despertar.
Quise poner fin a esto mediante un final justo, pero simplemente se rieron de mí.
Entonces me encerré unos días —como ya he dicho— porque ya no me atrevía a salir a la calle.
Qué sucio estaba, qué miserablemente asqueroso.
Hay que ver a lo que se prestan todas esas víboras.
Hubo una que me preguntó directamente a la cara si no tenía ganas de morir.
Salí de allí como una flecha y entonces también a mí se me colmó el vaso.
Después nos hizo gracia... toda esa inmundicia... sí, ¡nos divertimos!
Yo pensaba que podías blindarte ante esa gente.
Yo lo hice, pero ella entró por otra puerta y esa precisamente resultó no estar cerrada.
Me quedé a la espera y pensé: pues tú empieza.
—Ya siento algo —me aseguró la dama—.
No se asuste, pero tiene usted los días contados.
Mascullé algo...
Aun así, me volví a casar una vez.
Y ya estaba casado...
Ya había tenido una mujer... pero eso no era nada para mí, no encajaba en mi carácter.
—Usted se va a mudar, y aunque no lo quiera, sí lo va a hacer, porque se incendiará su casa.
Veo a un hombre con el que tiene que tener cuidado.
No haga negocios con ese ladrón, lo engañará.
Su aspecto es así y asá, ya sabe, veo un bigotito de esos.
Es usted muy feliz en el amor: ¡se irá a Nanna!
¡Menudo acierto!
Me asusté, y ella sigue, pero me ve afectado.
Siento la primera salpicadura de lodo en plena cara.
—Es usted testigo de un matrimonio que durará cuatro semanas, ya entonces andarán a la greña.
Y después viene el divorcio... por sí solo, pero con mucho ruido, si no ni siquiera contaría más detalles.
No muy agradable para usted, porque esa Nanna también está allí.
Esa mujer es una víbora.
Tenga cuidado, señor, es una víbora.
Y ahí veo a un niño.
¡Su nombre es Enré!
Al pronunciar la mujer el nombre de Nanna sabe que ha dado en el blanco.
El parapsicólogo —o sea, el nuestro, que consultamos para René— a eso lo llama un acierto.
Siento que esta mujer está delante de mi puerta sin que pueda encontrar el paso.
Está delante de mí, pero entre ella y yo hay una puerta de madera.
¿La franqueará por sus propias fuerzas?
Cuando pronuncia el nombre de Enré ya está haciendo sonar la llave en la cerradura, pero aun así, una vez más no consigue abrirla.
‘Adivina, adivinanza’, pensé, ‘¿qué truco estoy viviendo aquí?’.
La dejo cascar, y continúa:
—Este Enré es muy dotado, ¿lo sabía usted?
Afirmo con la cabeza.
—¿Ya estuvo usted en Indonesia?
¿No?
Pronto irá allí.
Le advierto: no pase por España, porque allí acecha el peligro.
No se olvide.
Digo que sí con la cabeza, y sigue:
—Veo una casa, a una mujer y un hombre, y a una criada.
Creo que es otra vez esa Nanna.
¡Ay, señor, tenga cuidado con esa parejita!
Ese hombre es un ladrón de primera, es una banda de chantajistas, no, qué digo,... ¡es un burdel!
Cuando vea usted a esa mujer, la conocerá en el instante.
Encima del ojo izquierdo tiene una cicatriz.
No es que no la quiera ocultar, es que no lo consigue.
Cuando conozca usted a esa gente, se irá.
Así que puede orientarse.
Asiento con la cabeza, y ella prosigue:
—Esa Nanna es una buscona.
¿No la conoce?
Me encojo de hombros.
Dice:
—Eso es todo.
¡Me debe usted diez florines!
La puerta se cierra detrás de mí.
¿Quién sigue?
Que no cuenten conmigo, nunca más.
Y esa tipa casi me chupa a René de mi cuerpo.
Y aquellos expertos lo llaman aciertos a esto.
Me daba vergüenza a mí mismo.
Sentía que había permitido que se mancillara a nuestro hijo; luego intenté enmendarlo con juguetes.
Pero qué tunantes somos los seres humanos, malos e irreflexivos, ponemos en juego los asuntos más sagrados de nosotros mismos, así, sin más, en esas vidas enlodadas.
Ay, cómo me insulté a mí mismo.
Cuando Hans se enteró, recibí un rapapolvo.
No quería privarlo de esa diversión.
Lo estuvimos comentando entre risas, mimamos a René, y entonces ya fue agua pasada.
Pero ¡eso nunca más!
Aun así, le estuve dando vueltas.
Quiero aprender de todo en mi vida.
Hicimos comparaciones y constatamos que todo el mundo alguna vez dice cosas que más tarde se cumplen, pero con eso esas mujeres y esos hombres que juegan a clarividentes ganan dinero a espuertas.
En mi diario dice:
“Intentaban sentir, no hay más.
Lo que René transmitió a Erica durante su embarazo esta gente te lo chupa de tu cuerpo delante de tus narices.
Sé exactamente lo que es y cómo lo hacen, solo me faltan todavía las palabras correspondientes.
Pero ya vendrán más tarde.
Por lo demás, ¡son víboras!
Es la estafa más baja que conozco.
Nuestra sociedad no debería permitir esto por más tiempo.
En miles de casos es tan espantosamente inhumano, que quiero hacer lo que pueda para extirpar esa gentuza.
Pero los de la policía se rieron de mí en plena cara.
¡Así que tiré la toalla! ¡Mejor!”.
René seguía mejorando, su espíritu estaba en un nivel en el que nadie podía cambiar nada.
Algo le enseñaba yo.
Anna aportaba lo suyo, y el chico obtenía el resto de Erica y Karel.
Ya no volvimos a tener notas guarras.
Así fueron pasando los meses; tocaba esperar a que creciera y despertara.
Y ahora —hoy— ha ido al jardín de infancia.
Lo llevé yo y lo entregué a aquellas manos maternales.
René tiene siete años y unos meses, demasiados, según sabemos, con respecto a lo normal.
Pero ¿qué puedes hacer?
Nos quedamos esperando con impaciencia para ver cómo le fue esa primera mañana.
¿Qué dirá la maestra de nuestro hijo?
¿Cómo lo recibirán los demás niños?
Todos sabemos demasiado bien que la juventud es dura.
Golpea precisamente aquella vida que más ayuda precisa.
Preveo que también harán trizas de René, que su pobre y pequeña alma llegará a casa ensangrentada, apaleada y deformada, incluso completamente arrollada.
Preveo, no: sé que es ahora cuando nos tendremos que enfrentar a la miseria.
Ay, qué paliza le darán.
Me entran ganas de llorar, y a Anna y Erica conmigo.
¡Lo sabemos!
¡Estamos tan preocupados por René!
Y aun así: era absolutamente necesario que fuera hacia la gente, tenía que estar con otros niños.
Tengo tanto miedo.
Erica vino a verme hace un momento y dijo:
—Frederik, ¿te quieres creer que me está sangrando el corazón?
Tengo la sensación de que allí me están asesinando a mi hijo.
Ay, ojalá pudiera quedarse conmigo.
Me miraba como si quisiera preguntar: “No podrías haberle dado tú todo?
¿Tenía que ocurrir ahora?”.
Pero ¿tenemos que mantener al niño fuera de la sociedad y educarlo nosotros mismos?
Le dije que ya había meditado sobre todo eso y que había llegado a la conclusión de que eso no era posible, porque la vida despierta cuando está con toda la demás vida.
René tiene que pasar por allí.
Karel ya se lo dijo, pero ella, de todas formas, quiere volver a hablarlo.
Karel dice:—¡Así tiene que ser!
¡Así debe ser!
No hay otro camino, el niño tiene que pasar por esto.
Ahora estamos contando los minutos para poder ir a recogerlo.
Anna sube y baja la escalera, no sabe por qué.
Pero cuando tomó conciencia de ello, se dio cuenta de que buscaba a René.
Y entonces volví a ver lágrimas.
Así que lo que a una madre en general ya le pesa, un día de esos pesa aquí miles de kilos.
Nuestros corazones estaban sangrando...
Es un pedazo de nuestra vida lo que han recibido allí para ser cuidado.
¿Lo comprenderán?
Estoy como si dijéramos siguiendo el tiempo escolar de René... su paseíto fuera, pero ninguno de los dos quiere poner las cartas encima de la mesa.
Esas fuerzas aún están presentes, aunque hayamos tenido que luchar entre nosotros durante media hora sobre cómo actuar por el bien del niño.
Esto es lo que nos pareció lo mejor.
—Una hora todavía —dice Anna.
Erica dejó caer diez minutos más tarde: “Todavía algo menos de quince minutos”.
Y ni cinco minutos más tarde ya me había ido a buscarlo.
Estaba esperando como si fuera de mi propia sangre.
Mientras estaba allí, llegó Karel.
No tardamos en subirnos al coche y él llevará a René a casa.
Ya suena el timbre...
Mamás y papás, vengan (venid) sin temor, ¡aquí están los pequeñajos!
Vuelvo a pisar el escenario.
La primera breve escena ha terminado.
El estimado público ya ha vuelto a dejarse arrastrar y las conversaciones le parecieron muy interesantes.
Algunas madres se secaron una que otra lágrima, pero ¡hubo muchos gestos de aprobación!
No hace falta añadir más.
¡Seguimos!