Ay, Frederik, nuestro René se va

Lo que siempre temimos, por lo que velamos día y noche, resultó ser irremediable.
¡René ya no está!
A nuestro René ya no había quien lo domara, Karel acabó con eso.
Y ahora ¿qué?
Entretanto ya tenemos medio año más de edad.
El chico siguió estando apático durante un tiempo, se comportaba de forma extraña y decía las mayores tonterías, que tampoco yo comprendía.
Se imaginaba las cosas más imposibles.
Anna había vuelto a un punto en que Karel tuvo que empezar a tratarla para calmar un poco sus nervios contenidos, y Erica, como madre, se derrumbó por completo.
Estaba loco, no había quien lo aguantara, tiraba todo por los aires y podría haberse roto la crisma de cómo jugaba con su propia vida.
Ya se lo había visto en la mirada: fue una noche en que me contó cosas muy extrañas; pareciera que las sacara sin más de mi vida.
En ese momento se encontraba telepáticamente sintonizado, sentía...
El chico sabía en lo que pensabas y lo que ocurría en tu vida.
Esa semana constaté que progresaba; por cierto, todos lo pensábamos.
Decidí que era mejor mantenerme en un segundo plano, porque mis propios pensamientos y sentimientos me habían puesto sobre aviso, aunque a él lo viéramos como nunca antes.
Te contaba cosas en las que los adultos no piensan.
Lo veías hundirse delante de tus ojos, y sin embargo agarraba al toro por los cuernos más conscientemente que nunca, para después entablar una conversación con el animal, que nos hacía estremecernos.
Anna entonces solía salir volando, Erica se ruborizaba de vergüenza... de lo loco que se ponía él con el castillo humano y con las entradas y salidas que había descubierto en él mismo.
Era como un matadero espiritual, una clase anatómica sexual.
Incluso daba clases de cómo debías entrar en ese otro castillo.
Todavía lo oigo decir:
—Límpiate los pies, tío Frederik, no entres allí así como así, si no a Anna le dará la fiebre álgida.
Para mamá no es tan grave... ella nunca ha abierto todavía sus puertas, por eso también tiene ese olor (—dijo).
Y no sé qué más... demasiadas cosas para enumerarlas todas y demasiado delicadas para comentarlas, aunque sí que tuve que ahorrar algunas cosas para el cuaderno de bitácora, si es que más tarde quería poder repasar este tiempo.
Y finalmente..., qué más da...
René no es más que un niño.
Hemos constatado: allí yace y allí vive un parrandero sexual.
Me tiraba de los pelos por haber afirmado mil veces que esto no tenía nada que ver con lo sexual.
Ya no había quien justificara esto.
Y sin embargo... cuando lo vi así, pensé, tú, amigo mío, ya has empezado tus años de pubertad.
Porque es eso.
Que si tengo razón es algo que ya me dirá y revelará su vida.
Creo que estoy cerca y que en el fondo di con el verdadero núcleo, porque René se adelanta a la juventud en todo.
Ahora tienes que verlo como un chico de como mínimo unos quince años.
Cuando hablé todo eso con Karel volví a equivocarme a fondo.
Así es Karel, nunca sabes de qué te va a servir.
Estamos hablando y piensas: lo tengo agarrado, mañana se habrá vuelto a olvidar de todo.
Dijo sin rodeos: majaderías, Frederik.
¿Quieres hacerme creer que esta vida se ha adelantado al crecimiento y desarrollo normal?
Ya estará siendo perceptible que digo las cosas mal, pero mi intención era buena.
Y hablara como hablara él, se me hacía imposible quitarme de encima mi propio pensamiento y sentimiento sobre el desarrollo de René.
No me podía creer que fuera retrasado.
No quería aceptarlo, aunque viéramos que actuaba como un sordomudo, que era apático, que se trataba a sí mismo y las cosas a su alrededor como un bruto y una bestia, que esta vida vivía el grado de la demencia.
Yo mantenía que se había hecho mayor y que ya había comenzado la pubertad.
Ahora todos se reían de mí.
Anna dijo que también podría estar pasándome de rosca.
Los primeros días: apatía; los siguientes, en cambio, un poco más vital; y entonces volvieron esas palabras tan horribles.

—Santo cielo... ¡cómo se puede poner un alma, un alma así de joven! —Según Erica.

A Karel le daba asco.
Sentía nauseas.
Anna todo el día se ruborizaba, porque el chico no paraba de colocarlos ante los hechos humanos.
Su desnudez y la nuestra parecía mostrar que tuviera ganas de zurrar esos cuerpos.
Y tenemos que aceptarlo: en todo era como un tipo mayor.
Sacó su clavito fuera del agua y picó a Anna con él, después de lo cual salió despavorida del baño.
Cuando Erica empezó a leerle la cartilla, fue aún peor.
René le dijo simplemente que tenía que parar con esos gemidos cuando papá acudía a ella para comer golosinas.
Y que cuando estuviera desnuda ante él, que ya no estuviera tan agitada...
Papá eso ya lo sabía desde hacía tanto.
A los hombres no les gusta tanta intromisión y papá ya estaba acostumbrado.
Entonces oí un grito, alguien que corría y golpes, y después otro porrazo más.
Me la volví a encontrar al pie de la escalera.
Me dijo muy alto:
—Anda, lávalo tú, Frederik, yo no soy capaz.
Dios mío... qué desgracia.
¡Erica estaba ruborizada!
De Anna no había ni rastro, las mujeres se habían derrumbado.
Conmigo René estuvo como una fiera.
Me tiraba de todo a la cabeza, pero el bandido mujeriego había vuelto a dormirse, lo lavé con una manopla y le metí en la cama, debajo de la sábana de fuerza.
Entonces todo empezó de nuevo: los alimentos y la bebida terminan por los aires; atado de pies y manos me escupe a la cara, un loco de verdad.
¿Está completamente demente?
Cuando Karel quiere saber qué es lo que está pasando realmente Erica no quiere decir nada.
La obliga a confesar, tenemos que contarnos todo, tenemos que saber cómo están las cosas.
Al contarle Erica todo lo que salió de esa boquita Karel no lo cree y así solo lo agrava aún más.
—¿Crees que te iba contar mentiras, o qué? —dice—.
¿Tenemos que...?
—Y no consigue decir más.
Se desploma.
Karel se irrita.
La casa vuelve a estar patas arriba, las personalidades se quiebran... un niño nos está dominando.
Pero ya no es René mismo, este es otro.
‘De modo que sí que es posible...’, pensé, ‘que una personalidad astral se adueñe de un niño?
¿Tenemos que aceptar en este caso que está poseído?
¿Qué fenómenos hemos visto y conocido ya?’.
Durante todo el día estuvimos oyendo gemidos, como si hubiéramos encadenado a un perro, así es como esta joven vida se siente golpeada.
El corazón ha dado un vuelco a sí mismo, lo que a Erica le hizo derrumbarse, porque esto ya no era humano.
Al día siguiente más de exactamente lo mismo.
Constaté que cuando uno toca este cuerpo, es decir, cuando lo hace una mano femenina, el alma y la personalidad se sienten estimuladas.
Hay entonces mundos que toman conciencia y que son vividos en poco tiempo, y que están pensados de forma asombrosa, con más conciencia incluso de la que podemos imaginar los adultos.
Sé cómo es Erica de cara a sus sentimientos maternales para Karel y para ella misma...
Es libre, también en eso se siente natural e ingenua como una niña, por lo que estas palabras la dejaron fuera de combate.
Sabemos de lo que tenemos que hablar; Karel, como médico, siempre tiene algo nuevo, pero nos cuidamos de que a esta joven vida no le llegue ni una sola palabra.
Pero es algo muy diferente.
René lo saca de nosotros, succionándolo.
‘Es capaz de eso’ fueron mis últimos pensamientos antes de que se fuera de nosotros.
Y de eso se hace un cóctel sexual, por medio del cual habla el cuerpo y están obligados a escuchar el alma y la personalidad.
Me preguntaba: ‘¿Será capaz de hablar también el organismo?
¿Tiene que contarle algo al alma?’.
No me queda más remedio que aceptarlo, pero entonces son esos estímulos, se convierte en éxtasis... son esos disparates sexuales que tanto abundan en esta vida.
Todo esto solo lo apunté brevemente, porque no teníamos tiempo de pensar un rato tranquilamente, tanto fue lo que tuvimos que procesar.
Así siguió.
En forma y fuerte, pero espiritualmente anormal.
Lo vimos cambiar en quince días.
Pensábamos: esto va bien...
Pero de nuevo habíamos cantado victoria antes de tiempo.
El chico corría como un loco por la casa.
No nos dábamos cuenta, porque a veces podía llevar una conversación como un chico normal y entonces charlaba con su madre, con Anna, con Karel y conmigo.
Pero sí constatábamos que su memoria se había perjudicado.
Los sonidos le cruzaban los labios como en un bebé, era incomprensible e ininteligible; así de confusas eran sus palabras.
Me parecía que había perdido todas sus fuerzas y que tenía que empezar desde cero.
Otro fenómeno que también me era desconocido.
Pero de pronto lo vimos a él de otra manera.
Eso fue una mañana mientras se encontraba con Anna en el jardín.
Se aleja de ella como una flecha... se va corriendo a la siguiente casa, salta dentro del gallinero y comienza una auténtica matanza entre los animales.
Está hablando de ropa.
Que se iba a encargar de darles ropa nueva, que esto ya llevaba demasiado tiempo así.
Y, naturalmente, que también tenían que darse un baño.
Conseguimos agarrarlo, con una gallina desplumada en las manos.
Vemos un dedo dentro de la gallina... René quería tener huevitos.
La gente lo declaró demente.
Se habló de él en un radio de horas, y el triste acontecimiento se convirtió en el chisme del día.
Lo peor de todo fueron todos los cotilleos.
A Erica, Anna y Karel los ha destrozado.
‘No podemos hacer nada’, pensé, ‘es triste..., es terrible, pero ¿qué quieres?’
La desgracia y miseria nos llegaban hasta el cuello.
Hay mucha gente que nos mostró su corazón, otros se divierten con nuestra desdicha, disfrutan.
Anna ya no se atrevía a salir a la calle, Erica se encerró en su habitación.
Karel estaba fuerte y consciente...
Los retó, pero los infelices no daban señales de vida, desde detrás de sus máscaras libraban una lucha con todos nosotros y nos arrastraban por el lodo.
Podría llenar un libro entero de tanto cotilleo y tontería que oí.
Hay que ver cuántas cosas sabe la gente de los demás.
Se te echan encima universidades enteras.
Te llevan en volandas para matarte a conciencia.
Se te acercan para acompañarte en los sentimientos, pero solo es para contarlo a los cuatro vientos.
Lo terrible es que recurren a Dios.
Madre mía, ¡qué desastre de vida tiene esa gente!
Y de nuevo oímos de todo, también había muchas novedades, pero casi siempre sin valor para ser meditadas, en la medida en que no fueran problemas para cualquiera, para todo lo que vive en este mundo.
A muchas ya las había incorporado a mi libro, pero esto superaba lo anterior.
Entonces reuní a toda la casa.
Primero le di una considerable paliza a Erica, después a Anna, que un poco después había recuperado la capacidad de terminar su tarea.
En un día había llegado yo a ese punto.
Entonces volvió a retar a los chismosos...
Naturalmente, el intelectual lo ve de otra manera.
Las personas con un más mínimo de sentido común sienten el dolor y la pena de los padres, y esa es la gente que te apoya.
Son precisamente los estúpidos.
Cuánto mal saben hacer.
Ya sé que los estúpidos han retorcido el cuello a los genios del planeta... los arrojaron a las hogueras y sus templos fueron incendiados, ¡los aniquilaron conscientemente!
Contra esto no puedes luchar.
Uno pensaría que vive en un siglo consciente, pero eso no es cierto.
Y, finalmente, uno llega a ese punto y lo entrega todo.
Ese día el chico estuvo completamente perturbado.
Tenía los labios cubiertos de espuma.
Lo compadecíamos, pero estábamos impotentes.
¿Qué hará Karel?
Hans se había vuelto a marchar a Berlín con su Hansi.
Estuvieron una noche con nosotros, una velada de palabrerías frías, de vacío, porque Hansi nos trató a todos de forma altanera, adrede.
Estuvieron una horita, después ya tenía que irse, sus perros la necesitaban.
Quizá vuelva a comentarlo más tarde para contarte también de eso algunas cosas.
Nuestro loco ni inmutó a Hans.
Para él y Hansi René era aire.
A Erica le irritó, y a Karel también; Hans se me hacía ahora barato, vacuo, un melindroso.
Pero Karel mantuvo el contacto con sus colegas.
Van Duin le daba consejos... otros psicólogos tenían su propio enfoque, para al final volver a mí con la pregunta: “¿Tú qué piensas de esto, Frederik?
¿Qué es lo que podemos hacer?”.
Le dije que todavía dejáramos las cosas un poco como estaban.
Quizá habría todavía cambios para bien.
Pero ya no los hubo, René se mantuvo rebelde.
El alma mandaba sobre el cuerpo.
La personalidad procesaba el lío interior conforme a la edad humana, y nosotros nos adentramos en un ámbito sexual, del que no queríamos saber nada, no de él.
Ya no le cruzaban los labios cosas divertidas, cosas bonitas.
Lo que antes a veces significaba sabiduría, ahora era lenguaje soez.
Si lo dejábamos un rato libre, entonces veías un perro, que tomaba conciencia del espacio y la libertad.
Te saltaba encima dando brincos, retorcía todo su cuerpo y ladraba de alegría, como si quisiera decir: Amito, ¿vamos de paseo?
Y ¿puedo irme contigo?
¿De verdad que puedo sin correa?
¿Puedo acompañarte al bosque?
¿Me sacas a la calle?
Oye, qué bien, oh, te estoy tan agradecido, y seré un perro bueno.
Veías, sentías esas inclinaciones animales y daba asco.
Sentías cómo te entraban nauseas, pero momentos después te mordía por sorpresa en las piernas, o te lanzaba a la cabeza una taza o un florero, y vivías la guerra en tu casa.
Eso era así una semana tras otra.
Había semanas que eran soportables, y entonces nos volvía a nacer la esperanza.
Aun así, no lograba salir de allí.
Un día debajo de la sábana de fuerza, al otro, algo más de libertad.
Palabras soeces, con ingenuidad pueril.
Obediencia junto a fuerza bruta, lascivia, desintegración.
Por medio suyo, todos los rasgos humanos para el bien y el mal tenían la oportunidad de manifestarse con fuerza y entonces volvía a armarse la marimorena.
Cada rasgo él lo atizaba al máximo, pero al final siempre era la misma historia: el culito desnudo de Anna, el cuello destapado de mamá, sus lavados indecentes... al que a fin de cuentas nunca se le pedía acudir y que para Erica eran las horas de casta labor y de cuidados humanos de cara a su castillo.
Cuando lo oías pronunciar esas palabras pensabas que también en él vivía una universidad propia, que había un diccionario manifestándose a nosotros, los adultos, porque en realidad él jamás había oído hablar de esas cosas.
Ya sabíamos que se había enterado de mucho, que había recibido mucho por estar esos pocos días entre los niños... pero algunas de las palabras nosotros no las habíamos pronunciado nunca.
¿De dónde saca “lavados indecentes” y “Jesús es mono”, “culo desnudo al aire, brisa de incienso, lío deshonroso”?
Y ¿qué pensar de “bicho angelical”, “amor de zorro”, “riñón expuesto”?
Era para volverse loco, tanto era lo que nos lanzaba a la cabeza.
Por segunda vez logró escapar y los cristales temblaron.
Empezó a dar miedo.
No valíamos como guardianes.
Así siguió todo: él, clavado encima de su cama, mujeres llorando a su alrededor, hombres sin saber qué hacer, médicos completamente impotentes que no saben hacer más que dar su inyección para matar la última veta de sentimiento.
Eso lo sabe hacer cualquiera, dijo, Karel, eso no tiene misterio alguno.
Tiro la toalla.
Anoté:
“Lo que René tiene pensado ahora roza lo increíble.
Esto ya me supera.
Se me han agotado los pensamientos, estoy hecho un trapo.
Abandono.
Al menos por el momento, lo que veo ahora deja desquiciado todo lo que viví hasta ahora y que pensaba comprender.
Llegamos a ver cosas de baja estofa.
Son claros deseos animales.
Nada más, pero tampoco nada menos.
Lo de hablar se queda en nada, ahora no se ríen de mí, les parezco triste.
Y contra eso apenas puedo hacer nada.
A veces me agobio y entonces me voy al bosque para llorar hasta no poder más.
Desde luego que no soy lastimoso, en eso empiezo a pensar ahora.
También hay objeciones religiosas.
Me domina aquello en lo que nunca había pensado...
Me peleo con todo el mundo y ataco la iglesia.
Ya no aguanto más tener que oír que Dios sea un canalla, ¡los canallas somos nosotros!
Karel me arroja todas estas cosas a la cabeza, y Erica añade a veces algo de propia cosecha.
Eso me entristece.
Lo padezco, pero ¡no me preguntes cómo!
Los fenómenos son de tal naturaleza que ya no logro encontrar palabras para describirlos.
Cavilaba hasta volverme loco, pero yo también me encontraba detenido.
¡Justamente ahora!
Ya no estaba radiante, me veía andando, veía a alguien que me precedía con las rodillas dobladas, que cargaba con el cielo y la tierra.
¡Yo era ese!
Yo mismo.
Seguía a esa sombra adelantada a mí mismo.
Y entonces volví a pensar en otra dirección.
Lo que me entró entonces me volvió a hacer bien, y pude retomar el camino.
Era como si la naturaleza me dijera: sí él se detiene, ¡tú también te detienes!
¡Bobo!
¡Lelo!
Pero ¡qué lelo!
Si él vive, tú también vives, ¡gruñón amargado, miserable!
Si entra en rebelión, eres tú quien vuelve a sacarlo de allí.
Pobre diablo, pobre diablo... ¿camisa que llega hasta el cielo?
Entonces me asusté y fue justamente ese susto por lo que volví a encontrarme.
¡Era una palabra de René!
“Camisa que llega al cielo”... me dijo una mañana.
Daba la casualidad que estaba haciéndome el nudo de la corbata.
Pero eso ¿a qué viene ahora?
Lo sondé, pero no se me enviaron ni una palabra ni un solo pensamiento.
De pronto alguien me dijo:
—Pero ¿es que el cielo no lleva cuello?
¿Pensabas que el cielo no lleva un cuellito postizo?
¡Míralo tú mismo, viejo loco!
Vaya, perdóname.
Es que yo soy así, Frederik.
Fue como si se me diera un beso cuando oí que se pronunciaba mi nombre.
La felicidad empezó a fluir a mi interior.
La sombra delante de mí se irguió.
La carga en los hombros desapareció y ya no había cuestión de rodillas dobladas.
Había estado viendo mi propia máscara.
Me había visto a mí mismo y sabía: así es como todos sucumbimos, es como todos quedamos destruidos, y eso no puede ser”.
Lo más probable es que todo lo vea mal.
Pero estoy firmemente convencido de que en los años transcurridos no recibí palabras disparatadas.
Quizá me vea a mí mismo mal, y naturalmente también a René.
Y lo que los demás piensen de eso es la verdad.
Pero ¿y esa voz?
¿Y esa sombra mía?
¿Solo tonterías?
¿Es que estoy borracho?
No he tomado ni gota.
Aquí no bebo, no nos apetece.
No, no me queda más remedio que verlo así: cuando él está enfermo, yo también lo estoy.
Si deja de avanzar un momento, entonces yo descanso.
Si está de charla, entonces me llegan charlatanerías, y si habla de Anna y Erica —ahora me sorprendo haciéndolo yo mismo— entonces veo más que de costumbre.
Entonces miro a Anna, le daría un beso ahora mismo.
¿Y eso a mi edad?
¿Es que ya eres tan viejo?
No sé qué edad tengo, no me veo mal... de verdad que no.
Creo que todavía estoy en condiciones de...
Pero ¡cielos...!
Cuando René ya no puede hacer nada, yo tampoco.
Si dice cosas en las que los adultos no pensamos, entonces brota de mí una fuente que no contiene agua, sino que es alimentada entonces por otra fuente de vida.
Y entonces vuelvo a vivir.
Pasó bastante tiempo antes de que supiera la razón de mi gran tristeza.
Cuando lo comprendí... ¡Karel se lo llevó...!
Naturalmente, lo acompañé, pero entonces lo supe.
¡Ahora me encontraba completamente detenido!
Ya no me decía nada aquello a lo que me dedicaba.
Durante días no miré el cuaderno de bitácora y justamente ahora había tantas cosas que escribir.
Lo procesaba interiormente, y días después me entró la sensación de que esto no significaba nada.
Esto era parte del despertar material.
De modo que al final sí tuve razón cuando escribí:
“Ahora estoy seguro de que René va muy por delante de su vida material.
Lo que un chico de catorce años tiene que experimentar, vivir, debido a que lo corporal obliga al alma, él ya lo ha empezado a hacer.
Por eso lo notamos tan alterado.
Qué sencillo es todo en el fondo, una vez más, cuando sabes la respuesta.
Esas tendencias apasionadas no tienen importancia alguna.
Yo ya sé en lo que está metido.
Tenemos que evitarlo.
Karel le dio algo de beber y cuando disminuía, entonces tampoco ya ponía las manos encima y descansaba un poco.
Después de haber dormido un poco volvía a darle vueltas al asunto y también empezaban los crujidos para Erica y Anna, lo que les desesperaba.
Entonces, un día, Karel se informó y encontró lo que consideraba adecuado para René.
No voy a contar todas esas miserias.
Erica y Anna estaban destrozadas.
Dios mío, cuánto deben querer esas mujeres a esta vida.
Y luego Anna.
Erica no se contenía, Anna hacía como si estuvieran echándola a la hoguera.
No tengo palabras.
Es mucho peor que llevar tu vida a una tumba; esto es ser enterrado vivo, con toda la miseria que conlleva.
En fin, conocemos esos dolores para el ser humano.
Quien no los conozca y aun así haga comentarios al respecto, mejor que viva aquello en carne propia.
Ahora sabes lo improbable que eres tú mismo.
René lo sentía.
No quería marcharse, aunque no se daba cuenta de que su padre y yo nos lo estábamos llevando.
Por dentro lloré las mejores lágrimas que me parece que lloraré en esta vida.
Me hizo sentirme fatal.
Pero ya de camino se tranquilizó.
De pronto vimos a otro niño.
Todo le interesa, habla de forma muy normal.
Karel dice: míralo.
Lo vi.
Una vez en la clínica, volvió a recaer, pero hubo cambios y los sigue habiendo.
Hacemos un pequeño balance.
Allí hay unos sesenta chicos juntos.
Hay psicópatas.
Los demás son medio conscientes y subconscientes o —según deduje— les falta un tornillo.
René es uno de estos, él también alucina: el cincuenta por ciento que tiene que darle la conciencia social se ha esfumado y habla de miles de cosas.
Karel es un antiguo amigo del médico director.
No podía ser mejor.
Este hombre hará todo lo posible por René.
Eso es natural, y para Erica y Anna es un gran apoyo.
Cuando René vio a todos esos chicos le entró miedo.
Todavía hablamos un poco de la situación.
¡Todavía oigo cómo me llega el grito aterrador de Erica cuando interpretó sus sentimientos como madre por su hijo!
Ese “Ay, Frederik, nuestro René se va” me heló la sangre.
Ahora puedo contarle todo lo que quiera sobre eso, y lo sé: lo mitiga un poco.
Nos vamos a casa.
René ya ni nos ve, está en manos de un enfermero.
Vamos pasando entre campos y caminos, miramos el bienestar de Holanda...
Miramos esas vacas allí, en las praderas, todo ese verdor imponentemente bello, esos colores, ese patrimonio paisajístico, que conforta la vista y al corazón.
No hablo con Karel, está destrozado.
Pero oigo:
—A uno le entran ganas de... arrancarle por aquí y por allá a Dios un árbol del suelo para inyectarle a tu hijo con la savia, si no fuera porque ya sabes que de todas formas no servirá.
Respondí:

—La leche de vaca es todavía mejor, pero cuando ves delante de tus ojos que no hace más que agriarse, entonces ¿qué?
Y a René no le gusta el queso, eso ya lo sabemos desde hace tiempo.
¿Qué quieres?
—Primero medio litro de ginebra, Frederik.
Y después ya veremos.
Hacemos una parada y tomamos unos tragos.
Después seguimos.
Pensamos, pensamos mucho.
Es una sola cosa, una sola vida, un solo corazón que amamos tantísimo porque no se domina a sí mismo.
¡Ay, pequeño René!
Karel no reflexiona mucho tiempo sobre todas las cosas, porque ya tiene algo que decir.
Vuelvo a oír:
—Aquí me tienes, Frederik.
Ahora soy médico.
¿No podría haberme quedado mejor donde las vacas y los caballos?
Entonces no tendría tantos conocimientos, tendría menos dolores, ahora podría tirarme de los pelos.
Creo que voy a dejarlo.
¿Puedes creértelo?
—No, no me lo creo.
¿Qué quieres?
¿Quieres pedirle a Dios más desgracias?
—¿Quieres hacerme creer que tú mismo te crees eso?
—A veces decimos cosas que ni nosotros mismos creemos pero que sí te dan ánimos.
¿Que no consigues elevarte entre tanta lágrima?
¿Te gustaría eso?
Te digo: ya fumaremos la pipa de la paz.
Ya soltaré a otra palomita, tal vez; nunca se sabe.
—¿Y de qué me estás hablando ahora?
¿Soltar una paloma de la paz?
—Estoy cavilando un poco por mi propia cuenta, Karel.
Cuando una de esas palomitas se echa a volar tiene que ir a buscar una respuesta en forma de una ramita verde.
Pues bien, yo envié una paloma de esas, con nuestros saludos para Él, para que nos devuelva a nuestro René lo antes posible sano y salvo.
Karel rió, y llego a oír:
—Eres un caso.
Vamos, voy a hacer otra paradita.
No, vamos directamente a casa, las mujeres nos esperan.
Y entonces, de pronto, pasa esto, algo del todo inesperado, al menos para mí:
—Frederik, ¿no sería Anna una buena mujer para ti? ¿No es una joyita para tu vida, cuerpo y alma?
—Hombre, menudo susto que me das.
—¿Te asusta eso?
Para mí son (sois) la pareja más hermosa de este mundo.
¿Qué te parece?
¿Por qué no vas a poder casarte todavía?
La puedes hacer completamente feliz.
Ya quería haberte dicho antes lo increíblemente cariñosa que es Anna.
Yo ya estoy servido, pero te digo que si llegara a verme solo, elegiría a Anna.
Qué mujer esta, Frederik.

Y en el fondo, cuando la sigues un poco en todo, ¡qué alma, una entre millones!
Bueno, ¿qué?
—Ya te dije que me habías dado un susto.
—Pero ¿es que ya no tienes sangre en las costillas, Frederik?
—No creo —y tú deberías saberlo mejor que nadie— que corra sangre por nuestras costillas.
Pero te comprendo.
Aunque así la perderás, Karel.
—No, eso nunca, nos compraremos una casa grande, ustedes (vosotros), arriba, nosotros, abajo.
Todo seguirá igual... solo que me gustaría mucho verte casado con Anna.
No sabes cómo te lo deseo, Frederik, y a Anna también.
Estoy seguro de que así nunca los (os) podríamos perder.
Yo me encargaré de todo.
Y si tú quieres serviré hasta la comida, quiero hacer lo que sea por ustedes (vosotros).
¡Erica también!
Lo sé.
Ella también lo comentó una vez y precisamente cuando todos estábamos destrozados por René.
Dijo: “¿Karel?”, y al instante se volvió a callar, por lo que yo le pregunté: “¿Qué pasa?”
Estábamos solos en la sala de estar, Frederik, y yo me quedé con la misma mirada atónita que tú hace un momento.
Entonces dijo:
“¿Cómo verías mi idea, Karel?
Anna y Frederik: marido y mujer”.
Y añade: “Por Dios, no pienses que desconfío de estas leales almas, con un solo pensamiento ya podrías mancillarlas.
¡Que Dios me libre!
No, no, lo sigo en serio.
Quiero tantísimo a Anna y a Frederik que les deseo todo lo mejor y toda la felicidad para este mundo”.
—Bueno, ¿qué, Frederik?
—Me has dado un buen susto, Karel.
¿Te puedes creer que ni siquiera puedo pensarlo?
—¿Por qué no?
¿No es lo más sencillo del mundo?
Tú para Anna eres un ángel.
Ella no se hace la tonta, eso lo sabemos desde hace mucho tiempo.
¿Por qué no se lo concedes?
Apuesto que no sabrá qué hacer de tan contenta que se pondrá.
Pero, concédete esa felicidad, Frederik.
Hazlo... nos hará felices a nosotros y a René.
¿Qué opinas?
—Tu propuesta me parece sobrenatural.
—Oye, ¿tú qué edad tienes, Frederik?
—Treinta y dos.
—Ya te gustaría, ¿verdad?
Ahora en serio.
—Treinta y siete, Karel.
—Venga, hombre, eres igual que Erica.
Vamos, Frederik, ¿cuántos años tienes?
—Cuarenta y uno, Karel.
—Para ya.
Ahora necesito una copa, por tu culpa.
Solo nos tomamos una, y seguimos.
Karel se calla un rato, pero vuelve a la carga.
—Te echo cincuenta...
¿Voy mal?
—Vas muy mal, Karel.
Ya te lo dije: treinta y siete.
Karel se queda en la estacada.
Sabe de otra cosa aún más hermosa para nosotros.
—Si lo haces, Frederik, pongo la mano en el fuego por que todos volveremos a estar juntos.
Se lo deseo tanto a Anna.
¿Nos crees?
—Te creo.
—Pues entonces di algo.
—Ya lo hice, Karel.
Pero ¿es que no sabes que no me tienes que venir con cosas así?
Me haces avergonzarme como un niño.
—Te creo, Frederik.
Vaya, debería haberlo pensado.
Es cierto, en estos asuntos sigues sin haberte estropeado.
¿De verdad que no has recibido nada de la vida? ¿No has vivido nada? ¿Nunca saboreaste este pastel, Frederik?
—Estás haciendo como René.
Él decía esa palabra una buena decena de veces, cada día.
Pero ahora ya lo he superado un poco, Karel, y te contestaré.
Yo soy la clase de persona para cuando renazca Anna.
Todavía tenemos que nacer.
Es eso.
De verdad que no soy ningún santo.
He visto mundo.
Ya estuve en todas las grandes ciudades de este bello planeta, y disfrutaba mirando justamente lo que estaba prohibido.
Probé el fruto prohibido, Karel, pero cuando probé lo ácido que estaba salí por patas.
Karel ríe y me pide que siga.
—Y aún así vuelves a probar esa manzanita.
Vi que los gusanos ya la habían estado mordisqueando; por fuera, sorprendentemente hermosa, pero dentro muerdes un gusano rollizo.
Cuando se me metió ese sabor, qué asco... qué pestilencia.
—Pero no me querrás decir que en Anna hay gusanos, ¿no?
—Conozco esa manzanita, Karel, es un melocotón.
Con todavía más hermosura, más amor; pero, créeme, ¿si se te mete el miedo en el cuerpo?
¿Si piensas que ya no eres nada para otra vida?
Si..., sí, si qué sé yo..., ¿si sabes, si estás arriba y abajo, si te sientes como en casa aunque estés en el bosque y si en el fondo vives en todo, si todo empieza a hablarte, si todo te besa, te mima, te habla de la vida y la muerte, si calzas pequeñas sandalias níveas, de una belleza argéntea, si solo entonces recuperas el aliento y bebes y comes con un amor que es sobrenatural?
Anda, ¿por qué no compartes eso con otra vida, Karel?
¿Por qué no le das un poco de toda esa belleza a un árbol, a una flor, a un pez en el agua, a un perro o a un gato?
¿Por qué no das eso al sol, a la luna y a las estrellas? Porque son ellos quienes te besan, quienes te aman, quienes quieren casarse contigo.
Solo entonces, Karel, estás ante un amor del que piensas que te va a desbordar, del que no te vas a cansar, que solo puede ser vivido por ti mismo.
Ojalá lo supiera, ojalá lo pudiera, ojalá fuera capaz de hacerlo, Karel...
Oh, créeme, es Anna, pero no puedo.
Tengo que dividirme, y eso ya no soy capaz de hacerlo.
En verdad, me siento como si tuviera veinticuatro años.
¿Qué edad aparento tener?
—Cuarenta y dos.
—Déjate de tonterías, Karel.
—Lo digo en serio, no pareces mayor, y ni siquiera lo eres.
—Bueno, pues es porque soy tan feliz.
Si divido eso, me quedo completamente al margen de eso.
—¿De qué vives tú, pues, Frederik?
—Eso es un pequeño secreto, Karel.
—Vaya.
Eso mejor se lo cuentas a tu abuela.
¿Qué crees?
¿Anna?
¿Tendremos el honor de ponerles (poneros) la corona?
—Igual dentro de unos treinta años.
—¿Lo dices en serio?
—Desde luego, no te estoy tomando el pelo.
Tengo treinta y dos años, Karel.
—Creo, Frederik, que te comprendo.
No lo comprendo todo, pero te siento.
Pero una verdadera mujer estará más cerca de ti, Frederik.
¿No se puede dividir eso?
Pero, claro, tú tienes madera de poeta.
Tienes un alma infantil y es algo que tenemos que tener en cuenta.
¿No es así?
—Si quieres verlo así, Karel, ya hemos avanzado mucho.
Quiero a Anna.
Pero que si soy divisible?
¿Vale la pena mi vida para ser compartida?
Me gustaría poner a Anna debajo de una campana de cristal; pues sí, cuántas cosas no me gustaría hacer para verla feliz.
Se lo merece tanto, Karel, pero ¿de verdad que es tan sencillo?
Bien sé lo que les (os) gustaría, yo mismo ya he pensado tantas veces regalarle alguna vez un beso de mi vida, pero después estás ante lo demás.
Y yo, como hombre de palabra, estoy entonces obligado al instante a ofrecerme, lo cual ella se merece, pero que no sé hacer así como así.
En el fondo me muevo por un mundo del todo diferente, Karel, ¡estoy y no estoy!
Es por eso que comprendo a René, también a Anna, que en el fondo los acojo a todos ustedes (vosotros).
Lo quiero, pero ¡no soy capaz! (—respondo).
Estamos pensando; Karel, con el cejo fruncido.
Qué buenas son las intenciones que tienen con nosotros.
De nuevo dice:
—Pero eso es algo que puedes vencer, ¿no, Frederik?
¿Cuántas personas como tú no lo han demostrado ya?
Y merece la pena.
Se lo deseo a Anna y te lo deseo a ti... sobre todo ahora.
Ustedes son (vosotros sois) más padre y madre que nosotros.
Dennos (dadnos) esa felicidad.
Piénsenlo (pensadlo), hay que intentar aclararse uno mismo.
Da igual cuánto tiempo tome, ya no se van (os vais) a separar de nosotros.
Que lo sepan (sepáis).
Sin ustedes (vosotros) ya no podemos vivir.
Entonces caeremos y correrá la sangre.
¿No lo sabes?
—Pues, muchas gracias, Karel.
—A veces soy un poco pesado, pero ya me conoces.
No es necesario que hablemos de eso.
Nos comprendemos.
Te vuelvo a decir, Frederik: piénsatelo.
Si eres incapaz de hacerlo —lo cual no comprendo— entonces no doy más la lata.
Pero, mira Anna, y se te caen las lágrimas.
Ya he pensado en buscarle algo bueno.
En el fondo no sé por qué.
Se me ocurrió así, sin más, y entonces te vi a ti dando vueltas por casa.
‘Cómo es posible’, pensé, ‘¡ese de ahí es el hombre de Anna!’.
¿No te parece muy torpe?
—No, para nada, pero me lo pensaré (—dije).
Seguimos.
Karel ha despertado algo que para mí ya se ha vuelto a dormir.
No sé lo que es, pero lo siento.
¡Anna es una joya!
¡Anna lo tiene todo!
Lo que no tienen mil mujeres, lo ves en Anna.
¡Anna es la primavera!
¡Es maravillosa!
Pero... ¡yo soy un divido!
Estoy casado con todos y con todo.
¿Ya lo sabes ahora bien, Frederik?
Seguimos y ya estamos casi en casa.
—¿Cómo fue todo?
¿Cómo está René, Karel?
¿Cómo está René, Frederik?
Cómo está...

—Bueno, mejor terminen (terminad) de llorar —sale de la boca de Karel—, después ya contaremos todo.
Primero café.
Estamos sentados juntos, Karel cuenta.
Cuando ya lo saben todo se hace el silencio.
Así estamos una hora, hay silencio.
Karel descorcha una botella de vino.
Anna también bebe más que nunca en su vida.
Nos tomamos otra botella, y otra, estamos muertos de sed, el corazón golpetea, todos los sistemas del ser humano piden un poco más, un traguito, así de achicharrados estamos por dentro.
No oyes otra cosa que tsssssss por dentro, como gotas sobre una chapa al rojo vivo.
Y otra vez silencio, pensar, pensar, hasta alrededor de las tres de la madrugada.
Entonces cayó la primera palabra.
De Anna, que dice:
—Se han llevado a mi hijo, y al de Erica también.
¿Cuándo nos van a devolver a nuestro hijo?
Monto en cólera y grito:
—¿Y quieres destrozar ahora precisamente aquello por lo que todos queremos vivir y morir?
Muy mal, Anna, ¿quieres una paliza?
¿Hay que darles (daros) a todos una paliza?
Así es como dividen (dividís) su (vuestro) gran amor por René.
Quien no lo haga, Anna, padece pobreza, espera cada segundo y nunca recibe nada rico.
Estará siempre esperando, y aunque recibas corazones a cambio de nada... ¿cómo es ese amor?
Te hace sucumbir.
¿Cómo quieren (queréis) amar si no puedes cargarlo?
¿Qué vale ese amor?
Anda, vete a la naturaleza, ¿por qué no sigues la vida de una flor?
Cuando estaba fuera con Sientje, ¡el animal me lo daba todo!
Todo... ¿sientes ese amor?
¿Sientes ese cargar?
Yo no lo veo así y digo: Salud, pequeño René, a tu salud.
Voy a enviarle mis pensamientos, mi amor, y eso lo ayudará.
Ah, ya sé cómo adoran (adoráis) a su (vuestro) hijo.
Yo también lo quiero, pero de otra forma.
Sin embargo, espero que sean (seáis) felices.
¡Ánimo, justo ahora! Sobre nuestra felicidad no tenemos nada que decir nosotros mismos.
¿No sientes latir tu corazón?
¿No te dice nada todo esto?
Fuerza y felicidad... y una vez más ¡salud!
Anna ya se inclina, pero Karel sabe ahora que para mí no es tan sencillo dividir mi vida.
Y sin embargo, ¿viste ese pedazo de corazón?
Ay, pero esa Anna...
Oh, qué alma tan bella.
Simplemente, un milagro.
¿Pero?
Dan las cuatro de la madrugada y todavía estamos sentados juntos.
Hemos repasado los pros y los contras, y ahora sabemos que nosotros cuatro cargaremos con esta vida.
Uno tras otro iba tambaleándose todos estos meses por esta casa, ahora tenemos que encargarnos de que esto salga bien, pero con la cabeza erguida.
Las rodillas se nos doblaban, uno tras otro iba destrozándose, empezaba a ver mejor la vida por la pena y el dolor, y siente ahora que tenemos que hacernos felices.
Ahora solo oigo murmullos interiores.
Aun así entiendo esas palabras... uno tras otro decimos: el pequeño René ya no está, pero volverá a estar con nosotros.
Y todos sabemos que existe un vínculo telepático, que nos une, que nos funde como cemento, cuando Erica dice:
—El pequeño René se pondrá bien...
Es un genio...
¿No es así, Frederik?
Pensé en ello; Erica interpreta mis palabras, mis pensamientos, luego ya no tendremos que decir nada, sino que calzaremos las sandalias y llevaremos hermosas túnicas.
¿No es maravilloso?
Después subimos las escaleras y dormimos hasta el mediodía... se nos pegaron las sábanas.
Karel, que había obtenido tres días libres de su jefe, no desaprovechó la ocasión.
Cuando despertamos se nos nublaron los ojos.
Echábamos de menos algo, pero exclamamos a la vez: gracias a Dios, ¡aún vive!
Aún vive y nos pusimos más contentos que niños.
Lo reconozco... las lágrimas caían sin freno.. y no me daba vergüenza.
Entonces escribí en el cuaderno de bitácora:
“Tengo que ser honesto y no callar nada sobre mí mismo.
Amo a los niños.
Parece algo muy sencillo... pero yo voy más allá.
¡Imagínate que hubiera dejado abandonado allí la carne de mi carne!
Me gustaría tener un hijo propio.
Empiezo a sentir lo que significa que se te conceda poder llevar en tus propios brazos tu mundo representado de manera material, poder besarlo, poder verlo como parte de ti mismo.
¿Que si lo merezco?
Imagínate, Frederik, tener que echar en falta eso estando plenamente sano.
Se me vuelve a ocurrir una historia... esta vez también de un amigo humano.
Pero no la despierto y tampoco la desvelo... así de valiosa es.
Se trata, en resumen, de que tuvo que dejar a su hijo.
¿Que cómo fue capaz de eso, como padre, pues?
Pero ni con la mayor fortuna le habrían podido comprar esa vida.
¿Qué supone el dinero?
Se trata de esa vida.
Yo estaba a su lado cuando puso pies en polvorosa como una fuerte personalidad.
Dios mío, qué palos recibió...
Ahora es cuando empiezo a sentir lo que la carne de tu carne supone para uno mismo.
Estoy empezando a desear tener un hijo propio.
¿Lo despertó en mi interior Karel?
¡Qué imponente es ese amor!
No quiero ni pensarlo, y aun así se adhiere a mi vida como una ventosa.
¡René ya no está!
Pero ¡no es que no esté!
Espero volver a verlo entre el cielo y la tierra.
¡A mi vida se pregunta lo que quiero!
Ya lo sé... ¡estoy en esta rompiente y aquí me quedaré!
Dios, Dios mío, ¡no lo dejaré solo!
¡Jamás!
El amor triunfará, me dijo mi amigo más tarde, pero ¡justo en ese momento lo estaba dejando atrás y en otras manos!
¡Así es!
Pues entonces que Anna espere.
De todas formas no me van a entender, aunque se lo explicara con pelos y señales.
Es algo que no se puede comprender, pero vive en mí ¡y en él, en el pequeño René!
Tengo que ayudarlo.
Voy a ayudarlo.
Y eso no permite una división, no permite otro movimiento de sentimientos, o lo que sea.
Ahora primero me voy a poner a trabajar”.
Pero ¡hay que ver cómo he tenido razón!
¿No vi esto ya hace años?
¿No nos ha venido como un fantasma bien conocido?
Por eso no me quiebra ni me afecta.
Pero tendré que trabajar por ello, todos nosotros.
Ahora llevo las riendas.
¡Ánimos! Te deseo fuerza.
¿A ver? Déjame ver.
Ahora ya podría decir con o por una seguridad infalible cómo le va.
Tendremos que echarlo de menos unos tres años.
Es demasiado tiempo.
Habrá momentos en que se debilite un poco, pero eso es algo menos doloroso, muy normal, y entonces lo tendremos en casa brevemente.
Así, de visita.
Erica lo querrá tener en casa, igual que Anna y Karel, pero entonces tendré que hablar.
¡Y lo que es hablar: hablaré!
Unos tres años... unos tres años —según creo, siento— durará eso, pero entonces aún no habremos llegado.
No, entre los diecisiete y dieciocho, a trancas y barrancas, hacia el despertar para el alma, el espíritu y la materia.
¡Lo sigo viendo como un “niño prodigio espiritual”!
La paloma ha regresado.
En su piquito encantador lleva una carta para Frederik.
Todo va bien... pronto lo oirán (oiréis).
Y, caramba, un poco después suena el timbre y Karel baja como una flecha.
Vuelve a subir escopetado.
René va bien, Frederik, ha descansado bien anoche.
Todo saldrá bien.
Lo creo de corazón.
Pero hay que ver esa palomita.
¿Sabes cómo juega semejante animalito a Noé?
Claro, pensarás que digo majaderías.
Pero ¿cómo puedes pensar eso y burlarte de algo tan serio?
¡No!
Son tus propias antenas.
Al adquirir rasgos que son más conscientes que todos esos otros miles de rasgos, empiezas a sentir las cosas con más hondura.
¡Ahora las vives!
Ahora te construyes un animalito de esos para ti mismo y lo haces volar.
¡Le das autoridad, lo que quieras de ti mismo!
Justo aquello que quieres saber y sentir, a lo que estás abierto, lo que te gustaría llegar a conocer.
¿Sientes la escuela, este desarrollo?
Y todo eso va por sí solo.
Mandas a un niño de estos al espacio para obtener una respuesta.
Te lo digo honestamente: ya envié a cien mil a este mundo y a este espacio, pero este es el primero que regresó a mí.
¡Oh, qué maravilloso es esto!
Y eso justo ahora que todos nosotros necesitamos un empujoncito, ¡qué feliz soy!
Por el animalito ves si tú mismo das la talla y si envías pensamientos erróneos.
Sabes exactamente si el animalito reacciona, empiezas a conocer su capacidad, su personalidad, y realmente llegas a quererlo.
Empiezas a ver la túnica, todo, y piensas que tarde o temprano tendrás todo el espacio en el bolsillo.
He visto regresar a uno que iba caminando.
Le había dado zancos que ya eran capaces de volver a mí.
Pero ¿cómo?
Al animalito le tomó unos veinte años, fue un camino largo.
Este animal había desgastado los zancos por completo, y aun así volvió a mí.
¿Que si todo esto no es auténtico?
¿No crees que los humanos algún día tendremos alas?
Fui a ver detrás de las ruinas en el Antiguo Egipto.
Allí vi volar muchos pájaros, ¡incluso ahora!
Y eso es lo que busca un egiptólogo moderno, ¿no?
¿O no existe esa gente?
Ya sé: se estrella, es así de sencillo.
Dios mío, ¿cómo es posible?
¡Conseguí que uno de esos animalitos volara!
¡Es maravilloso!
La embelleceré, porque ¡es una hembra!
Los machos no regresan a ti tan pronto.
Esos ven demasiadas cosas por el camino.
Tienen una voluntad propia, y hay que vencerla.
El animalito que es la madre se te pega como una lapa al corazón, a tu circulación, a tu amor.
Estas alitas se harán aún más bellas, estoy empezando a verlo.
Y solo entonces será capaz de volar por el espacio, vivirlo, traerme la respuesta cósmica: según creo, ¡un mensaje de Nuestro Señor!
Ahora me sintonizo con la salud para René, y de eso me cuenta entonces todo.
¡Recibe!
Pero para mí que soy yo quien averigua lo que es.
Ahora ya he perdido el sentimiento de tener un hijo propio.
Ese poderoso deseo ya se ha dormido otra vez.
Y de nuevo veo qué milagroso es todo.
Karel estuvo aquí hace unos instantes y me dio la noticia sobre René.
Mira hacia mí y ve que estoy delante del cuaderno de bitácora.
Solo ahora me pregunta:
—Oye Frederik, ¿tú qué estás haciendo?
¿Qué es lo que tú escribes?
¿Estás escribiendo un libro?
Ese es Karel.
Dije:
—Hombre, cómo me asustas otra vez.
¿De dónde sacas eso?
Ves, así somos los seres humanos.
Todo este tiempo me estuviste viendo desde detrás de tu máscara.
Estabas parado a mi lado, vivimos en una sola casa, miras, pero no ves nada.
Está bien que digas que no puedes estar sin mí, Karel, pero ni sabes que estoy.
¿No es triste?
¿No somos sordomudos los conscientes?
¿No somos retrasados?
¿Quieres decir que lo sabes, conoces y ves todo de tu propia vida ?
¿Y todo de mí?
¿Quieres hacerme creer, Karel, que enseguida echarás de menos a René?
¿Que esta miseria te mata?
¿Lo sientes? Nos engañamos unos a los otros en todo.
Pero ¿qué quieres saber?
Sigo poniendo al día el cuaderno de bitácora, Karel.
Estamos haciendo un viaje alrededor del mundo.
En este momento estamos justo fuera de la selva, pero la hemos atravesado.
Estamos aquí sentados, descansando un poco.
Allí corre un ancho río, ves un paisaje imponente, es maravilloso, te noquea por completo tu personalidad humana, te sientes una nimiedad en este conjunto.
Hemos atravesado una jungla, vimos osos y serpientes, hasta escorpiones, ¡oímos chacales!
Llovía, hubo tormenta, ay, qué viaje.
Las serpientes se comportaban como si tuvieran rasgos humanos, y te estrangulaban.
Te mordieron por delante y por detrás, eran heridas sangrientas, pero ¿no viste la cajita con el vendaje?
¿No te vendaron profesionalmente los cirujanos?
No tienes más que preguntárselo a Erica, ¡ella lo sabe!
Ya nos fuimos de viaje apenas quince días después de que naciera René.
A ella le delineé ese viaje, pero aún no he oído ni una sola palabra al respecto.
Y aun así, viaja con nosotros, igual que Anna, todos juntos.
A mí se me designó para que jugara a ser capitán.
Tú echas carbón a las calderas.
Eres el fogonero de este barco.
Porque nos fuimos de casa con un hermoso barco.
¿Viste todos esos colorines, Karel?
—¿Puedo leerlo, Frederik?
—No, no creo que puedas antes de que lleguemos a casa.
Pero eso será dentro de mucho, Karel: no te olvides de que estamos dando la vuelta al mundo.
Karel se va volando a Erica y oigo que pregunta, es forzoso que lo oiga:
—Erica, ¿sabes que estamos haciendo un viaje alrededor del mundo y que Frederik mantiene al día el cuaderno de bitácora?
Oigo besos... y me alegro.
Oh, cómo me alegra eso.
También Anna recibe sus besitos de Erica.
¡Se comen a besos!
Que lo hagan, yo ya estaré pendiente de todos los peligros.
Karel me dice de voz en cuello:
—Oye, Frederik, ¿hay algo que no hago bien con las calderas?
No tienes más que decírmelo.
¿Tuviste muchas quejas?
¿Lo estamos haciendo bien, Frederik?
Cuando haya animales salvajes, ¿me avisarás entonces?
Te lo suplico, no ceses, sigue, va a ser una descripción espectacular, pero has de saber que le estás sacando a alguien el corazón de entre las costillas.
Seguimos navegando.
Los tiempos que hemos dejado atrás fueron los peores.
Y también eso lo hemos superado.
Hemos tumbado un buen número de chacales.
Cómo apestan esos animales.
Prefiero vérmelas con osos pardos, y una serpiente tampoco es gran cosa, hay que conocer esos animalitos.
Cuando los conoces los consideras tus amigos.
Simplemente están en la mesa contigo, todo lo compartes.
Así tiene que ser, pero la gente todavía no lo comprende.
Lo rebelde en René no era otra cosa... —ahora lo sé— que el desarrollo para lo físico.
El alma estaba desfalleciendo, estaba muy afectada.
Y por eso él, como la personalidad, se perdió a sí mismo.
O sea, de forma oscilante hacia otra época.
¡Gracias, palomita mía!
Eso de hablar tanto de asuntos sexuales... le llega... porque absorbe en él esas guarradas.
Si los adultos no fuéramos tan malos, entonces el niño tampoco tendría sus golosinas.
Nosotros somos la culpa de toda esa miseria, nosotros, los millones de personas que vivimos en la tierra, y el niño lo adopta.
Naturalmente, el alma tiene que estar predispuesta a ello, pero es eso lo que ahora buscamos.
Estás en armonía con la sociedad, o no lo estás.
Eso es, pues, lo que son todos esos locos conscientes e inconscientes.
René ya ha tenido su ración.
Todavía nos falta mucho para llegar; ¡aquí en casa reina ahora la paz!
Ahora le toca a ese vacío.
Cuando se fue, cuando cruzó el umbral de esta casa, sentí que me entraba un vacío.
Era como si de mi cuerpo saliera un flujo de algo magnífico, desapareciendo con René.
Lo medité.
Ahora sé que esto es nuestro contacto, nuestra vida, son nuestras almas.
Desapareció, pero no puede haber desaparecido, todavía tiene que estar.
Eso es lo que mi paloma evita ahora.
El animalito se instala en el corazón de René.
Y ese soy yo.
Y René, ya desde bebé, ha tenido sus palomitas en marcha y volando, por lo que puedo estar seguro que no nos perderemos.
Antes a esto lo llamaba “telepatía”, ahora se ha convertido para mí en “unión universal” con un ser humano.
Y cuando eso se desarrolla, cuando eso se haga más fuerte, estaré yo allí, y él aquí, y no estará solo en y ante su lucha, sino que iremos por un solo camino, viviremos una sola vida, y haremos justo lo que recibieron los “Apóstoles de Cristo”: ¡amar!
¡Todo!
Es cargar, servir, recibes una revelación tras otra, en el caso de que lo conseguimos.
Pero ya lo hemos conseguido, sino no habría sentido este empuje.
Este vacío lo estoy llenando ahora.
Cae por su propio peso que el espacio que nos separa... tiene que ser vivido por él y por mí.
Eso lo siento.
Y ya sé desde hace tanto tiempo cómo tenemos que hacerlo.
Exacto, mi pequeño René, ¡vamos a dormir otra vez!
Oh, cielos, qué montón de cosas estoy aprendiendo hoy otra vez.
No te he perdido, al revés, ahora te recupero más limpio, incluso más íntimo, con todo lo que tienes para darme.
¡Todo es crecimiento material!
El resto es un despertar espiritual.
¡Para el alma, el espíritu y la vida!
La vida, el alma, el espíritu, la materia..., adivina adivinanza, ¿qué es todo esto? ¿Puede verse todo esto en un solo mundo?
Para esto quiero vivir y morir, si se me concede, no quiero cometer errores.
La vida le dio empuje a René...
El alma siente...
El espíritu tiene otra tarea, la materia como cuerpo blinda este producto divino.
Y cada partícula tiene su propia puerta, que los seres humanos podemos abrir, pero de la que Él tiene la llave.
Por hoy ya es suficiente, lo justo.
Hans y Hansi... pone.
No los hemos visto más en los últimos tiempos.
La noche que estuvieron aquí ya no hubo contacto, eso no tenía nada que ver con amistad.
Hansi estaba separándonos a conciencia de Hans.
¡Y lo está consiguiendo!
¡Hans está picando!
No comprende —al menos, ya no— lo que es la amistad.
Está bajo su influencia y hace lo que ella le dicte.
Hansi ya está destruyendo a Hans.
Si eso te parece bien como ser humano, si permites que otra personalidad te obligue a mancillar el amor de lo que tú mismo posees, el de tus amigos, entonces eres débil.
Es cuando cae tu máscara y vemos que a la hora de la verdad no puedes contar con Hans.
Lo sabíamos ya desde hacía tanto tiempo.
Contar cuentos es algo que sabemos hacer todos.
Ahora lo vuelves a ver...
Hansi, el amor de él, rompe lo bueno.
Eso es cavarte tu propia tumba, porque creo que ¡lo bueno sí triunfa!
Ahora Hans está hecho un trapo, un felpudo en el que ella se limpia los pies.
Y eso con semejante erudito.
Que se llama a sí mismo psicólogo.
Ni siquiera ahora ve lo que está pasando.
Hansi estaba aquí sentada como una esfinge —pero una transparente—, una de esas que te encuentras tiradas por la calle.
Yo a eso lo llamaba conciencia de mercado.
No te cuesta nada.
Es escandalosamente barato.
Está a la venta, pero la gente no la mira.
A cambio, Hans le compró un barco, y volvió a casa cargado hasta los topes.
Todo irá luego por la borda.
Esta esfinge es una chica de la calle nata.
Tiene aires animales, que ves en su vestimenta, en sus labios, en su mirada; toda su constitución lo rezuma.

—Qué angustioso...
Oh, amo los animales” (—dice Frederik en alemán).
Y eso es lo que estoy esperando.
¿Que Hans se ha dado un trastazo?
Pronto la tendrá olvidada.
Me apuesto todo lo que poseo que esto será cuestión de pocos meses.
Lo que oí, así de pasada, ya apunta en esa dirección.
Karel había oído algo.
Erica también, la gente te lo viene a contar a casa.
¿Que Peter es falso, mi pequeño René?
Qué loco tan sorprendente eres...
Cariño, absorbe aún más cosas como estas...
Habrá millones de personas que a cambio te regalarán sus flores.
Hansi quiere salir.
Quiere “Spass machen” (divertirse)..., pero el núcleo bueno de Hans ya no lo traga por mucho más tiempo.
Quiere irse a París, a Londres, a Nueva York, pero Hans tiene una clínica que fue creada desde el núcleo bueno y para la que recibió su vida.
¡Eso es lo que lo salvará!
Eso también será el final de su huida... de sus líos amorosos... pero lo veo como un vagabundo, ¡los jirones vuelan por los aires!
¿Viste ese gamberrillo?
Las cosas grandes proyectan sus sombras.
Las cosas que no son auténticas siempre se arrastran por el lodo.
Hans es un señor, un caballero... en un setenta y cinco por ciento, el resto se dedica a conocerse a sí mismo.
Ese pastel no le sabe bien.
Pero yo aguardo, porque esto está acercándose.
¡No seguirá jugando a ser esclavo por mucho más tiempo, no acepta el engaño, ¡él no!
Me voy a pasear.
La naturaleza me ayuda.
Voy a preparar a mi paloma para que vuele.
Tengo que hablar con la vida de ella.
Hasta luego...