El último asalto de los paganos contra Israel

Los ejércitos alemanes invaden Polonia.
Un escalofrío atraviesa la humanidad.
Ha estallado la guerra más horrenda de todas.
Después de que la humanidad viviera durante meses una martirizante tensión ve que se hace realidad lo increíble.
Por segunda vez en poco tiempo, el mal en el ser humano desencadena un desastre mundial.
¿No se podría haber prevenido este horror?
¿Acaso no puede intervenir Dios?
Millones de personas llenan las iglesias y ruegan a Dios que los asista.
Pero mientras tanto, la guerra ya arrasa con todo a una velocidad desbocada, miles de seres humanos han sido aplastados por la violencia.
El cuarenta por ciento en Alemania se despierta de golpe, todavía no cree que ha estallado la guerra.
¿Nos conduce el Führer a una nueva guerra?
¡No es cierto!
¡Es imposible!
Pero lo que casi no se puede aceptar forma parte de la realidad.
Se ha dado la orden fatídica.
¿Qué le pasaba por la cabeza a ese único ser humano que tenía que decidir sobre la guerra y la paz, sobre la vida y la muerte de millones de personas?
¿Qué le pasaba por la cabeza a Adolf Hitler, en esas horas que alcanzó su terrible decisión que cortó el aliento a todos?
No hay ni un solo ser humano en la tierra que lo sepa, porque él, que se convertirá en el verdugo de la humanidad, se había retirado para reflexionar en completa soledad sobre las decisiones que había que tomar.
Pero los maestros del otro lado, ángeles en el espíritu, están con él —están en la tierra, para cuya felicidad entregan sus fuerzas.

Adolf Hitler tiene que tomar una decisión que incendiará el mundo y que destruirá a millones de seres humanos.
Tal vez también su propio pueblo y todo lo que él ha construido como su jefe.
Ve delante de él su tarea y todo lo que todavía quiere realizar en beneficio de su pueblo.
Y aun así tiene que actuar, el mundo espera con miedosa tensión su decisión.
¿Qué tiene que hacer?
Si da la orden a sus soldados de atacar Polonia, desencadenará la guerra, la guerra con el resto del mundo...
Está solo desde hace horas, no quiere recibir a nadie.
Ahora, según piensa, tiene que aconsejarlo la Providencia, que ya lo ha protegido más veces contra grandes catástrofes.
Vive por medio de esta fuerza misteriosa y se siente portado por ella.
No duda de ella jamás.
Ya desde su juventud siente en él esta fuerza, que llama la Providencia.
Es la que guía en su vida, por lo que esta adquirió esta relevancia impresionante.
¿Qué le aconseja la Providencia?
Exhausto de tanto cavilar, Adolf Hitler intenta descansar, pero no lo logra; la tensión en su interior hace que otra vez se sobresalte.
Se esfuerza por reunir sus pensamientos, por concentrarlos en un solo punto.
Quiere pensar, pensar, pero no puede, no logra apresar sus pensamientos.
Fuera se agolpan sus fieles, tiene que tomar decisiones ya.
Esta lucha en su interior es tremenda.
¿Guerra o paz?
Preguntas agobiantes.

Entonces le parece que su interior quiere empezar a hablarle.
Sí, al sintonizarse con más precisión, le parece como si alguien más viviera en su interior.
Puede percibirlo con mucha claridad.
Le entra una suerte de alegría, porque piensa comprender que es la Providencia que quiere incidir en él para darle consejos.
Le entra un empuje, el poder en su interior quiere dominarlo, así es como lo percibe.
Se obliga a tranquilizarse.
Quiere percibir con más nitidez todavía.
Está quieto, sentado, escuchando con tensión, a la espera.
¿De verdad es cierto? ¿No se está engañando a sí mismo?
El Führer piensa que percibe una silueta.
Varias, incluso.
Ahora las ve con mucha claridad y se asusta.
Delante de él se le aparecen caras que le hacen preguntas.
Siente cómo lo atraviesa un frío intenso.
Se tapa los ojos con las manos para quitarse las caras de encima, pero no le sirve.
Se manifiestan luminosas desde las tinieblas.
Se levanta de un salto.
“¡Tonterías!”, exclama.
Solo son imaginaciones mías.
No veo nada ni quiero ver nada.
Quiero seguir siendo yo mismo y saber lo que me ocurre.
Quiero saber con claridad qué me espera, porque más adelante tendré que saber cómo pensé en este momento.
Sin embargo, negando que las vea no ahuyenta a las siluetas.
Las ve claramente, mire donde mire.
Su habitación está llena de apariciones extrañas.
Murmulla que son demonios, no quiere tener nada que ver con ellos.
Tiene que ayudarle la Providencia, solo la Providencia.
Se deja caer en una silla, pero la tensión le gana, lo agobia.
Va y viene por la habitación y el tiempo va pasando.
Ve las siluetas con cada vez más claridad.
Está despierto, y aun así sueña.
Adolf Hitler vuelve a sentarse e intenta ordenar sus pensamientos.
Tiene que entrar tranquilidad en su interior.
Cuando la agitación vuelve a asaltarlo y quiere hacer que se ponga a correr, se resiste.
Llega a haber más silencio en su interior.
Ya no ve las siluetas, aunque sí percibe que a pesar de ello no está solo.
La Providencia, ¿está la Providencia con él?
Tiene que tranquilizarse aún más.
Entonces le hablará la Providencia y le entrará la sensación que solo ella puede deponer en él, como ya lo ha experimentado antes.
Entonces sabrá cómo tiene que actuar.
El Führer vela y sueña.
Es consciente de sí mismo y piensa conocerse.
Cuando en él haya silencio, le hablará la Providencia.
Y se hace el silencio en él, desciende en él una tranquilidad sobrenatural y su alma la acoge.
Le abre hacia todos lados.
Entran en él sentimientos y piensa saber ya cómo tendrá que actuar más adelante.
Aun así guarda silencio, todavía no tiene la certeza absoluta y tampoco quiere interrumpir él mismo la tranquilidad que le ha quitado de encima su pesadez y que lo eleva por encima de la tierra.
La miseria, la gran cantidad de sufrimiento que hace un momento veía delante de él, se le han quitado de encima.
En el silencio etéreo en que vive ahora percibe una repentina conmoción.
Lo atraviesa una corriente de ilimitada misericordia para con la humanidad que va a ser golpeada.
Se entrega tranquilamente a estos sentimientos, también estos quiere vivirlos.
¡Aun así sabe lo que quiere!
Estos sentimientos también le permiten pensar con más claridad que hace un momento.
Se siente acogido y mientras su cuerpo se queda atrás en la habitación, su espíritu se va planeando, al espacio.
Adolf Hitler está al margen de su propio yo.
Se sintoniza y observa que flota por encima de su país.
La ve debajo de él, completamente tranquila.
Pacífica —paz —¡paz!
La palabra vuelve en él una y otra vez.
Atraviesa su país y ve los millones de personas que constituyen el pueblo alemán, en total tranquilidad.
Todo esto ocurre en algunos segundos, pero le bastan para abarcar con la vista el Reich

entero.
‘Duermen porque saben que yo velo’, piensa Adolf Hitler, ‘yo, que soy su líder’.
Quiere ser todo para su pueblo, un líder, un padre y una madre.
Y mientras que planea por encima de ciudades y pueblos, siente el amor que se eleva hacia él.

Duerme, el gran pueblo, pero si él hace una seña, se levantará e irá a donde él les ordene para demostrarle su lealtad a él con su vida y su amor.
Quieren dar su vida por él.
Tiene la vida y la muerte en sus manos —la vida y la muerte.
El Führer ha vuelto a su cuerpo, su viaje ha terminado, pero las palabras siguen resonando en él.
Por un momento, le invade un sentimiento de miedo.
¿Puede ser el diablo que lo llevó para enseñarle a su pueblo?
Ahora ve delante de él los pueblos de la tierra, pero se sacude la visión de encima.
¿Es la Providencia la que le permite percibir y por la que es como si el mundo viviera para él?
¡Por supuesto que es la Providencia!
Y sabe ahora que entregará todo lo que esta le pida.
Su pueblo y su Gran Imperio Alemán lo merecen.
Una repentina premura que sale de él mismo y que domina su vida de conciencia diurna hace que se postre.
Adolf Hitler quiere rezar.

—Dios mío... Dios mío—balbucea.
Quiere seguir rezando, pero ahora se sofocan esos sentimientos en su interior.
Casi hacen que se ahogue.
Aun así se queda un poco más en este estado, espera con la cabeza inclinada hacia el suelo, pero ya no llega a rezar.
Se le ha ido la tranquilidad.
Quiere pensar, tiene que pensar, se exige de él que tome una decisión.
Ahora se lo dirá la Providencia.
Espera la respuesta.
En este momento, desde dentro se le impone una silueta, y esta quiere rezar y exclamar a Dios pidiéndole ayuda.
Pero el Führer reprime este creyente en su interior, vuelve a dominar su propio yo.
Percibe que ahora no tiene que rezar.
Ahora no se le concede ser débil, tiene que ser fuerte, ¡seguir siendo él mismo y actuar!
Si sigue esos sentimientos débiles en su interior, todo lo que ha emprendido habrá sido en vano.
Entonces no habría sido necesario haber elevado tan increíblemente el rearme.
¿Fue para eso que su pueblo se familiarizó tanto con la idea de la guerra?
Quiere hacer su pueblo grande y fuerte como nunca antes.
Entonces le va surgiendo la palabra que le arde en las venas como veneno: ¡Versalles!
Hay que vengar ese tratado satánico.
Ha sometido a su pueblo y se ha mofado de él.
Sus millones de soldados lo borrarán de un solo golpe, lo pisotearán.
Y destruirán Polonia, que los reta e insulta a él y a su pueblo...
Adolf Hitler va dando vueltas por la habitación, su cerebro está confuso, es presa de fuertes emociones.
No, no se va a volver loco, por más que le estalle la cabeza, quiere pensar de manera fría y nítida, asistido por la Providencia.
Cuando piensa en ella le vuelve a entrar la tranquilidad, la tranquilidad sobreterrenal que ya ha sentido anteriormente.
Hubo un día en que ella incluso lo protegió de la catástrofe.
Fue en la guerra de 1914-1918, cuando se manifestó en él como una voz fuerte y apremiante, y le gritó que saliera corriendo del lugar en que pocos instantes después explotó una granada que hizo pedazos a sus camaradas.
Eso fue entonces.
Ahora es distinto.
Ahora la Providencia no le llega como una voz, él vive en ella, se ha disuelto por completo en ella.
¿Lo entiende bien?
Ahora no quiere actuar sin rumbo, tiene que poder decirse más adelante a sí mismo: por eso hice esto y por eso hice lo otro.
¿Lo entiende bien?
Vuelve a sintonizarse y experimenta la fuerza que se ha conectado con su vida.
Sí, sí, ¡es la Providencia!
La fuerza sobrenatural que en algún momento lo protegió de la catástrofe y que lo ha seguido e impulsado toda su vida.
El Führer se deja ir cada vez más, quiere disolverse más profundamente en esa fuerza, porque precisamente así, según entiende, podrán alcanzarlo los planes de la Providencia.
Pero también tiene que seguir siendo él mismo, ahora no puede debilitarse nada de su conciencia, de lo contrario volverá a haber trastornos y seguirá sin saber tomar decisiones.
La Providencia no debe abandonarlo nunca, al vivir en sus fuerzas sabrá siempre cómo tiene que actuar.
Entonces podrá pensar y sentir, podrá tomar decisiones y estará seguro para su pueblo y el mundo.
¡Portado por la Providencia y guiado por ella conducirá a su pueblo a la victoria!
¡Ahora lo sabe!
Es eso lo que la Providencia quiere hacerle sentir.
¿No es cierto?
Adolf se arrodilla, quiere dar las gracias a la Providencia.
¡Tiene que conducir a su pueblo a la victoria!
¡Así que la guerra!
¿La guerra?
Se levanta de un salto.
¿De verdad lo ha percibido bien?
Ahora no debe de ninguna manera equivocarse.
Está en juego la existencia de su pueblo.
Tiene que tomar una decisión cuyo alcance conoce.
Vuelve a sintonizar con la Providencia y nuevamente siente su fuerza, igual de nítida y dominante que hace un rato.
Repasa los sentimientos, comprueba si no ha sido víctima de una fantasía o de una ilusión.
Quiere vivir con acertada conciencia los sentimientos, solamente entonces podrá actuar con plena confianza.
Antes que nada, el silencio —¿es verdadero?
Se sienta en una silla, cierra los ojos y lo vive.
Es verdadero, incluso sobrenatural.
Nunca hubo tanto silencio en su interior, ahora lo sabe.
¿Dónde está ahora?
Mira a su alrededor y reconoce su entorno.
Esta es su silla preferida, allí está la puerta detrás de la que aguardan sus amigos.
Adolf Hitler es cómo se llama —repasa su vida.
‘Soy yo, Adolf Hitler, el Führer de todos los alemanes, soy yo mismo, el canciller.
No es él quien decide.
Aquí por dentro, en mi interior, se percibe y se piensa, aquí dentro vive Adolf Hitler.
El canciller no siente nada, solo puedo actuar como Adolf Hitler.
Me conozco a mí mismo.
En esta hora llegué a conocerme a mí mismo.
Como Adolf Hitler vivo en la Providencia.
Este sentimiento yace conscientemente en mí.
Ahora estoy listo.
Puedes contar conmigo.
Pero no me dejes solo ni un segundo.
Ahora sé cómo he de actuar.
Ya no dudo.
Jamás dudé de ti, pero tengo que estar seguro.
Ahora, sin embargo, conozco los sentimientos que vienen de ti.
Jamás los descuidaré.
Haré todo lo que me pides y me haces sentir.
¡Hágamelo saber!
Día y noche me entregaré y trabajaré por mi pueblo, que quieres ver grande, ¿verdad?
Estoy listo y otros conmigo.
Pero no me dejes solo nunca en las horas que vienen.
Como Adolf Hitler me sintonizaré contigo.
¡Eso es!’.
Adolf Hitler se queda postrado, y se disuelve en el silencio, que para él es infinito.
Dios está con él, según percibe, con él y con su pueblo.
Entonces se pone de pie —y poco tiempo después de su orden fatídica suenan ya los primeros disparos.
Por obra de un inconsciente, ha estallado la guerra más terrible de todos los tiempos.
Siglo tras siglo se hizo la guerra, se derramaron ríos de sangre, la perdición invadió la humanidad y aun así ninguna de estas guerras fue tan terrible que la que viven ustedes ahora, ahora que los medios técnicos son casi perfectos.
Serán tremendos e indescriptibles los sacrificios que esta guerra costará a la humanidad.
Pueden saber ahora mismo por qué no funcionará rezar a Dios para quitarles la miseria.
Los pueblos de la tierra tienen que determinar su postura.
¿Para qué quieren vivir?
¿Para la tiranía?
¿Para el egoísmo?
¿Para los demonios del infierno o para Dios y Sus ángeles?
¿Para el robo, el asesinato, la violación?
¿Para la animalización del propio yo?
¿O quieren, en cambio, servir la paz y la edificación espiritual de la tierra con la entrega de todas sus fuerzas?
Esto tiene que preguntarse ahora cada pueblo.
Ahora cada pueblo, cada alma tiene que comenzar con una vida más elevada —esta guerra llegó para dejárselo claro a la humanidad.
La vida de Dios tiene que elevarse, tiene que volver a su creador.
Esta guerra exige de ustedes que hagan todo lo que esté a su alcance para elevarlos a ustedes y a otros a un estadio espiritual más elevado.
Nosotros, que sabemos que ha comenzado el Siglo de Cristo, estamos a su lado en la tierra para asistirles en este gigantesca lucha.
Ya hemos aprendido a inclinar la cabeza, llegamos a amar todo lo que vive e intentábamos alcanzar la armonía con las leyes de Dios.
Fuimos viajando por el espacio de Dios y nos arrodillamos, agradecidos de pertenecer a Su vida.
Esta guerra le enseñará al ser humano terrenal hacer lo mismo.
Los pueblos de (la Casa de) Israel ya están asimilando el amor.
Odiar, lo que es odiar, ya no saben hacerlo desde hace mucho tiempo.
Sin embargo, Alemania y los de su calaña siguen odiando y buscan dominar.
Todavía tienen la sintonización tan burda y animal, estos paganos, que quieren destruir los pueblos de (la Casa de) Israel.
Si en lugar de eso hubieran hecho todo lo posible para deponer sus rasgos malos y unirse a (la Casa de) Israel, ¡el mundo no habría tenido que vivir jamás los horrores actuales!
Alemania y los suyos tienen que perder la guerra, obligatoriamente, porque estos estados paganos irían edificando, después de una victoria, no el reino de Dios, sino un estado selvático.
No obstante, la Alemania de Adolf Hitler no cree que perderá.
El Führer genial mira con sus terribles ayudantes los artefactos asesinos que hicieron producir en masas enormes y se sienten todopoderosos.
Piensan que son invencibles y creen que pronto tendrán el mundo entero a sus pies.
Ya nada ni nadie puede igualar Alemania, y ya se sienten los dirigentes de la tierra.
Lucharán hasta el último segundo para alcanzar sus metas, ningún sacrificio les parecerá demasiado, ningún crimen demasiado grande.
Tan solo imaginen cuáles serían las consecuencias si no hubieran estado allí los maestros para impedirles a estos conquistadores llevar a cabo sus planes animales.
Pero quédense tranquilos —sin saberlo ni quererlo, estos criminales están en manos de los maestros y sirven los planes de estos, su meta elevada, de convertir a todos los pueblos en una gran unión, así que sí que sirven a la Providencia, pero ¡de otra manera de lo que puedan imaginarse!
La figura aparentemente tan poderosa de Adolf Hitler no es más que un pequeño peón en el tablero de ajedrez del mundo.
Si hubiera albergado el sentir verdadero y la intuición natural para nuestro mundo, no podrían haberlo obligado a comenzar la guerra en el momento escogido por los maestros, ni siquiera él mismo habría querido guerra jamás, por comprender que destruiría todo lo que había construido con cuidado y aplicación y que así conduciría a su pueblo a la destrucción.
Pero por eso el gran genio de Alemania es para este mundo una criatura vacía, estúpida e inconsciente de la tierra.
De cara a las leyes astrales, que son espirituales, cósmicas y divinas, esta vida del alma carece de relevancia, porque su sentir y pensar son terrenales y pertenecen al inframundo.
Adolf Hitler no busca más que la vida terrenal, jamás se ha sintonizado con la vida más elevada.
Y habría tenido que hacerlo, sin duda.
Ahora de todos modos se siente acogido en las leyes poderosas, pero no las conoce, no conoce su propia vida ni el gran pasado.
Aún así, se siente portado y guiado por esas fuerzas, pero ¡le hace falta la pura intuición espiritual que pertenece a este mundo y que es eternamente infalible!
No es capaz de analizar su propia vida ¡y aun así habría tenido que hacerlo!
Tendría que haberse preguntado en qué grado vital vivía, en qué fuerzas sentía y pensaba ver; ¡al sintonizar su intuición fatal, tendría que haber sabido en ese instante quién influía en él!
Pero palpaba y buscaba, en lugar de seguir los pensamientos que entraban en él y que estaban sintonizados con paz y tranquilidad.
Sin embargo, no era capaz de eso, en él y en los de su calaña viven el odio y la violencia, vive... ¡Versalles!
Es su voluntad vengar la guerra de 1914-1918, aplastar a los ingleses.
Su odio lo impulsa, y con él a todos los demás que ven en él una deidad.
En el Siglo de Cristo ya no hay nada más que vengar ni masacrar, ahora el ser humano tiene que inclinarse y amar toda la vida de Dios.
Pero ¿están enterados Hitler y los de su calaña del Siglo de Cristo?
Hitler es más, ¡incluso más que Cristo!
¿Qué saben ellos de (la Casa de) Israel?
La escoria de su nación atrae a Hitler, lo rodean demonios y sienten que sus ideas les infunden alma.
Estos individuos interiores no albergan ni una pizca de amor, solo quieren estar al servicio de ellos mismos y se ven como reyes y emperadores.
El mundo llegará a conocer su crueldad y su refinamiento que no respeta nada.
Se han preparado en silencio, hasta que llegue el momento en que empiecen a vencer los pueblos de la tierra y puedan exterminar el judaísmo.
Ya nada los detendrá, Inglaterra tiene que caer y entonces les pertenecerá la tierra entera.
Les cuesta no chillar a pleno pulmón cuáles son sus planes, pero todavía tienen que callar, los chacales.
Entonces llega el gran momento: su Führer les ordena que ataquen Polonia.
¡Ahora puede desatarse la de Dios!
El mal se va abriendo paso violentamente y una horda salvaje que se había mantenido a raya mucho tiempo se abalanza más allá de las fronteras.
Los satélites de Hitler estallan en júbilo, estos sádicos huelen sangre.
Sus cabezas acaloradas no se dan cuenta de que están cargando contra un muro impenetrable.
Luchan contra (la Casa de) Israel, contra los pueblos que finalmente quieren comenzar con la edificación del mundo.
Luchan contra un poder divino que es infalible.
Luchan contra los enviados de Dios que tienen en sus manos el mando para los pueblos.
Estos maestros, que son todos cósmicamente conscientes, que han llegado a conocer la vida y la muerte, el cielo y la tierra, que han acompañado a Cristo al Gólgota, están ahora frente a un demente espiritual, un alma inconsciente, y tienen que luchar contra él.
Hitler no sabe nada de todo esto, no tiene fe, no cree ni en Dios ni en el diablo, no sabe nada de una vida después de la muerte, nada, no tiene nada salvo su propio yo vacío.
Y mientras como Führer desarrolla sus planes y da órdenes a sus poderosos ejércitos, los maestros lo colocan bajo su control.
Asignan ayudantes espirituales a todos los pueblos.
Los maestros son uno solo de sentimiento en sentimiento con las personalidades líderes.
Ahora ya no es posible actuar desde un mundo de los sentimientos propio para (la Casa de) Israel, la conciencia de estos hombres de estado ha hecho la transición a los maestros, pero ninguno de ellos lo sabe o percibe, inconscientes, también ellos, del mundo astral y la tarea para la que sirven.
Hitler ataca Polonia, los maestros han hecho su primera jugada.
El juego todavía no es complicado, pero aun así ya toca la vida y la muerte.
Los maestros lo abarcan todo con la mirada, se esforzarán por ahorrar la mayor cantidad de sangre posible, o no quedará ni un solo ser humano de los millones que están involucrados en la lucha.
¡Lo vivirá (la Casa de) Israel!
Conforme van pasando los tiempos, el juego se hará más complicado.
Los infiernos se van vaciando, los demonios quieren desfogarse y se abalanzan encima del ser humano de la tierra.
El odio se conecta con el odio; la pasión, con la pasión.
Pero tampoco Satanás podrá destruir el trabajo de Cristo.
Y mientras los demonios desencadenan verdaderas orgías, los ángeles llevan a cabo su trabajo elevado.
Hay mucho que hacer en la tierra, miles de seres humanos mueren y hay que traerlos a nuestro mundo.
Hay millones de almas a las que les hace falta protección.
(Entre paréntesis en la primera edición: “Sobre esta obra bendita se habla extensamente en el libro ‘Hacia la vida eterna a través de la Línea Grebbe’, que también recibí del otro lado. J. R.”).
Alemania arrolló a Polonia.
La miseria que alcanzó este pueblo es tremenda, pero la atrajo él mismo, y hace falta para llevar a Polonia a una conciencia más elevada, para enseñarles a inclinar la cabeza.
La miseria en el mundo llegará a ser incluso más grande.
Alemania invade Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica y Francia, y despedaza esos países.
Todo ocurre de manera tan sorprendentemente rápida que sorprende incluso a Hitler.

Ahora duda: ¿atacará enseguida a Inglaterra?
¡Si lo hace esta, estará perdido!
Pero los maestros velan.
El Führer vuelve a su pueblo.
Lo reciben como un Dios, también a sus ayudantes los adulan.
Al Führer le cae encima una lluvia de flores —encima de él, que lleva en las manos la sangre de miles de sus prójimos, hombres y mujeres, niños y ancianos.
Lo reciben como no lo ha vivido nunca antes ni un solo ser humano en la tierra.
La gente levanta la mirada llena de respeto y admiración a su Führer, no obstante no ven la amenazante sombra que le sigue.
Es la perdición que le va pisando los talones al Führer.
No sabe quién lo persigue, pero a pesar de ello alberga temor.
Ese miedo no lo abandona ni un solo segundo, aunque intente quitárselo de encima.
La Providencia está con él, lo guiará, según se mete en la cabeza, y levanta la cabeza y se da un baño de júbilo popular.
Sabe lo que quiere, según se vuelve a asegurar a sí mismo, y lo que hace está bien.
La guerra lo demostrará.
¿No ha tirado incluso a Francia al suelo en pocas semanas?
¿Quién podrá resistirle?
Su pueblo piensa lo mismo.
Sus júbilos son incluso más estruendosos que antes de la guerra, sabe ahora que se derrotará a Inglaterra.
Finalmente, llega el momento.
Ya no hay ningún alemán que siga dudando de esto, el Führer ha dado las pruebas.
Su genio los hace invencibles —Dios se lo ha mandado, Dios está con ellos.
Esto parece ser entonces la realidad.
Pero los maestros del otro lado están mejor enterados.
Su meta es hacer que Adolf Hitler logre una victoria tras otra.
Así llevará a los pueblos a (la Casa de) Israel y se agotará completamente a sí mismo.
Entre bastidores, invisible para todos, los maestros hacen una jugada tras otra y ven que todo marcha bien.
Los pueblos de (la Casa de) Israel reciben duros golpes.
Muchos han sido vencidos ya por los pueblos paganos y los ingleses están muy maltrechos cuando tienen que huir de Francia de prisa y corriendo.
Pero también esto era necesario.
En (la Casa de) Israel todavía no vive la voluntad de vencer, subestima a Alemania.
Por las derrotas, pues, se atiza el fuego interior, (la Casa de) Israel adquiere por ellas la animación necesaria, se da cuenta de pronto de que ha subestimado la fuerza de los pueblos paganos.
Según entiende, no debe descansar antes de haber vencido la bestia de muchas cabezas.
Así juegan los maestros el juego que decidirá sobre el futuro del mundo.
No albergan miedo, aunque saben que los pueblos de (la Casa de) Israel son la apuesta del juego que tienen que jugar.
Están en juego la felicidad, la paz y la tranquilidad de la humanidad entera, pero los maestros se saben apoyados por las esferas divinas, por Cristo.
¡Sirven a Dios!
Todo parece indicar que para Hitler las cosas pintan extraordinariamente bien, pero nadie sabe que supo alcanzar la victoria por la voluntad de los maestros, que le dan lo que les parece necesario.
Aunque al parecer Hitler se lleva la victoria, llegará el día en que los historiadores constaten que la victoria es de Dios, y por eso de la humanidad.
También Moisés vive ahora en la esfera de la tierra y lleva el mando con mano firme y consciente.
Está completando el trabajo para el que ha entregado un día su vida con los otros profetas.
Siguen el horrendo suceso que se desarrolla en la tierra y de la que habla la Biblia, y que se ha esperado durante siglos.
Como almas cósmicamente conscientes siguen (la Casa de) Israel, a la que pertenecen todos los que siguen a Dios y Cristo.
Están al lado del verdugo de la humanidad y saben cómo se siente y qué piensa.
‘Pero pobre criatura’, piensa Moisés, y reflexiona sobre cómo son sus deseos de dominar los que destruirán a este milagro del siglo veinte.
Mientras el Führer usa el tiempo para tramar nuevas acciones militares, los maestros están haciendo que se cumpla la palabra profética en la Biblia ”Incitaré a unos paganos contra otros”.
Alemania y Rusia siguen conectados por un pacto, pero su amistad ya no durará mucho.
¡La humanidad vivirá que Alemania ataca a Rusia!
Ahora las leyes de Dios intervienen en el suceso terrenal y lo dominan.
Dios ayudará a (la Casa de) Israel, y no a los paganos.
Sin embargo, si los paganos se agotan en una lucha de vida o muerte, (la Casa de) Israel tendrá la oportunidad de recuperarse y fortalecerse.
Este suceso, el más importante de toda la guerra, demostrará cómo Dios vela por toda Su vida, y cómo Sus enviados saben hacer las jugadas que le asegurarán la victoria a (la Casa de) Israel.
Los triunfos del ejército alemán son grandes.
Parece que nada ni nadie puede detenerlo.
Los países que todavía no han sido atacados esperan con temerosa tensión el momento en que las botas de los soldados alemanas se moverán en su dirección.
Adolf Hitler tiene la mirada puesta en Oriente.
¿Cómo tiene que actuar ahora?
Hay duda en el Führer.
Ha resuelto con rapidez y audacia los problemas que hasta ahora iban de la mano de la guerra gigantesca, puesto que se sabe animado y protegido por la Providencia.
Pero allí se levanta delante de él, más amenazante que nunca, el oso ruso.
¿Empezará la lucha con él?
¿A dónde lo conducirá una guerra con Rusia?
¿Qué sabe de este país misterioso e inmenso, que parecía impenetrable para cualquiera que quería saber más sobre los planes de los mandatarios del Kremlin?
¿Es fuerte?
¿Es igual de fuerte que su país?
Aun así, tiene que alcanzar una decisión, jamás podrá llevar a cabo sus planes tranquilamente con este peligro inminente a sus espaldas.
El Führer se aísla para meditar.
En la soledad quiere oír con fuerza y claridad como le habla la Providencia.
Hasta ahora, sus sentimientos y pensamientos han sido correctos.
Sus éxitos abrumadores han demostrado cuánto pudo confiar en su intuición.
Al meditar, quiere enterarse de qué camino tiene que recorrer ahora.
Van pasando los días y las noches, y Adolf Hitler espera los datos que la Providencia depositará en su interior.
Ya percibe que se le está colocando ante grandes sucesos.
También ya recibe los sentimientos de cómo tendrá que actuar entonces; pero el Führer no hace las cosas a la ligera, una y otra vez controla sus sentimientos.
Por las noches no soporta estar fuera de casa; en la hora en que tiene que tomar decisiones tan invasivas y dramáticas no puede dormir.
Se va al bosque.
El Führer se encuentra nuevamente ante el espacio, ante la providencia.
Habla para sus adentros.
Por encima de él vive Dios.
También ahora tiene que recibir su ayuda desde esa inconmensurabilidad.
Sus pensamientos se extravían por todas partes.
Ahora se siente como algún día se sintió Cristo en el jardín de Getsemaní.
De pie en la noche, sus pensamientos van hacia Cristo, en quien anteriormente ha pensado solo raras veces en su vida.
Sintoniza con el ser humano divino, como este, dejado a Su suerte en la soledad del jardín, dio a conocer grandes sucesos venideros.
Adolf Hitler piensa en esto, sin que haya en él ni rastro de lo imponente y sagrado que vivía entonces en Cristo.
Solo ve una coincidencia, también él está solo y lejos de la gente, y también él está ante grandes sucesos, más grandes que los de Cristo.
El Führer mira la constelación de las las estrellas, con los brazos cruzados, y sondea la incomensurabilidad.
Sus pensamientos siguen con el ser humano divino en el jardín de Getsemaní, y este pobre espíritu no se da cuenta de que mancilla la vida sagrada al relacionar consigo mismo las palabras que Él pronunció alguna vez.
También él quiere rechazar el cáliz, según murmuró, pero no cree sus propias palabras, porque es ansioso como una hiena y sus sentimientos aúllan por el botín.
También recuerda las palabras que Cristo dijo a Sus apóstoles adormilados: “¿No pueden (podéis) velar una hora conmigo?”, pero pronto el Führer se sacude estos pensamientos de encima.
¿Acaso necesita a alguien?
Y su vida tiene más relevancia que la de ese ser humano extraño al que allí en Jerusalén se clavó en la cruz.
Ahora Adolf Hitler también piensa que podría ser como el Mesías, su gran pueblo lo ha aceptado hace mucho ya como una deidad.
¿No se creó el espacio para él y su pueblo?
¿No le obligan los hechos a creerlo?
¿Bendeciría la Providencia las armas alemanas de manera tan visible y eficaz si no estuviera dispuesta a poner la hegemonía mundial en sus manos?
Pero él tiene que demostrar que es digno de ella y apartar del camino heroica y determinadamente las dificultades que se vayan presentando.
Ahora el Führer sabe cómo actuar.
La Providencia habló en su interior, en él vive la inspiración verdadera, su intuición es infalible.
Todavía no puede desprenderse de esta noche silenciosa, con las manos en la espalda da unas cuantas vueltas más, construyendo sus planes.
Adolf Hitler está listo para actuar.
Pero no ve la figura luminosa a su lado.
Es Moisés, que estuvo a su lado a lo largo de todas estas horas y que lo obligó a tomar sus decisiones.
Y mientras el Führer sigue hilando sus pensamientos, Moisés y los maestros del otro lado se van planeando hacia el frío, inhóspito país de Jozef Stalin.
Hitler cree de verdad que el espacio fue creado para él y su pueblo.
No dejará de hacer nada para ganar ese espacio con todo lo que hay en él para sí mismo y los suyos.
Lo impulsa su hambre de poder, solo que de vez en cuando lo arredra el tamaño enorme de sus empresas.
¿Hubo alguna vez un ser humano con tanto poder en sus manos?
En ocasiones, a él mismo le dan escalofríos los horrores que desencadenan sus armas.
Pero tiene que continuar, la victoria nunca estuvo tan cerca.
Que cueste lo que sea: tiene que mostrarse duro e despiadado, solo así será suya la victoria.
Y ahora, lo vivirán ustedes, da la orden para nuevas empresas militares que pondrán a Europa entera a sus pies.
El alemán llegará a tener poder incluso hasta en la Grecia clásica.
Después estallará la lucha entre Alemania y Rusia, como lo predijeron los profetas.
Adolf Hitler es una figura trágica, no por ser un peón en manos de los maestros del otro lado (véase el artículo ‘Hitler’ en rulof.es), sino por los instintos bajos en él, que lo convirtieron en un soberano, pero a la vez en un peón.
Más adelante tendré la oportunidad de pintarles su persona y su pasado, lo que les aclarará mucho de él y su estado.
Los soberanos paganos tendrán que experimentar que no pueden conducir impunemente a sus pueblos hacia el precipicio.
Solo llegaron a tener poder porque los pueblos de la tierra tienen que ir a (la Casa de) Israel, y no les habría sido posible atacar a otros pueblos.
En el futuro ya no habrá soberanos, porque ahora ya se maldice a estos demonios en la tierra, puesto que el mundo ve que solo están empeñados en destruir la vida de Dios para así hacerse ellos mismos con el poder para poder desfogarse.
Para eso sacrifica el dictador la sangre de su pueblo, para eso pone en juego su país hermoso, tan rico en arte...
¡Qué terrible será el desengaño para él!
Cuando a lo largo de los siglos los pueblos de (la Casa de) Israel salían a la guerra, ocurría para elevar a los pueblos y las tribus pequeñas hasta la altura de esta.
Al comienzo de lo que se trataba era de dar así, a la larga, paz y sosiego a los pueblos.
Esta lucha estaba en manos de los maestros.
Sabemos ahora que para ellos se trataba de lograr que los pueblos se unieran.
Mientras la masa ve lo equivocado de una guerra y ansía tranquilidad, los dictadores no aprendían nada de las guerras, incluso convertían a la lucha en un instrumento en sus manos que les dará poder y fama.
Sin embargo, vivirán que se destruyen a sí mismos si lo que ellos quieren realizar afecta la meta de los maestros.
¡Se estrellarán contra las leyes de Dios!
Estos dictadores son inconscientes, cortos de miras y espiritualmente vacíos.
No son genios.
Un genio que hoy es victorioso y mañana lo vuelve a perder todo no es un genio.
Con que solo hubieran tenido un poco de conciencia de las leyes de Dios, si hubieran sentido una pizca de amor por su propio pueblo, jamás habrían optado por la guerra.
Entonces Mussolini no habría ido a Abisinia para masacrar ese pueblo, porque habría comprendido que el estadio actual y la conciencia de la humanidad de todos modos le impondrían un alto poderoso.
Pero estas almas no comprenden eso; ¡encapsuladas en sus propios deseos bajos se sienten de manera equivocada, mala, de cara a las leyes divinas y la vida después de la muerte!
El ser humano más sencillo, no cualificado, que conoce la Biblia, habría podido decirles lo equivocado que es atacar en estos tiempos a otro pueblo.
No obstante, estos “genios” no lo comprendieron.
Y entonces estas personas quieren demostrarles que han nacido para sus pueblos, es más: para el mundo.
Piensan que son conscientes en sus actos, pero destruyen lo que ellos mismos han edificado con esfuerzo y cuidado.
Por eso los dictadores son seres humanos sin intuición, para nuestro mundo son semiconscientes, para la tierra son dementes conscientes.
Quieren ser infalibles y van poniendo un error encima de otro.
Quieren dominar, pero no se conocen a sí mismos, ni las leyes por las que viven y por las que recibieron la vida.
Ofrendan la sangre de millones de almas, pero no piensan en el sufrimiento de esos hombres, mujeres y niños, en todos ellos no hay más que el sentimiento de hacer historia.
Lo que ocasionan es desgarrador, ¡y se llaman los genios de la tierra!
Les dije: para nuestro mundo son dementes que se burlan de la vida de Dios y acaban con ella.
Son los más miserables entre los pueblos y los más pobres de espíritu en el espacio.
Son sordomudos y ciegos ante la luz de Dios, o jamás habrían sacrificado tanta sangre por puro deseo de poder.
No son profundos, estos autócratas, porque el insecto más insignificante los cala con la mirada.
Son hienas puramente materiales, aunque humanas, que reinan por el bien de sus propios deseos, pero que desconocen el significado de la vida terrenal de cara a Dios.
Ni siquiera están enterados de que Dios recibe de todos modos las ganancias de sus terribles actos, porque también los negritos (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es), a donde fue Mussolini para asaltar su país y sus bienes, tenían que despertar.
Dios creó el cielo y la tierra, pero no para los demonios, sino por Su propia evolución.
Los dictadores son inconscientes de estas leyes y todavía tienen que despertar para ellas.
Pero esta intuición espiritual vive por encima de su capacidad, puesto que su vida interior es insensible a ella.
Por eso cometen semejantes estupideces horrendas.
Se les abate, porque en este siglo el bien tiene que vencer definitivamente.
La percepción sobrenatural no es su posesión, para ella tendrían que ser espacialmente profundos.
No obstante, su inconsciencia de ellos le cuesta sangre al pueblo.
Destruyen la fuerza del impulso y la animación de todos esos seres humanos.
Y entonces todavía tienen el descaro de llamar a la Providencia para que ayude.
Dios tiene que conducirlos a la victoria.
Dios los mandó a ellos, según se atreven a decir, porque encima quieren ver santificada la sangre que derraman en su furia.
Piensan que hacen historia, pero ¡atraen una maldición sobre ellos mismos y sus pueblos!
Y cómo habrían estos dictadores podido servir.
Cuánto podrían haber hecho con el poder que tenían a su disposición.
Sin embargo, actuaron conforme a los rasgos que hay en ellos, y arrearon a sus pueblos hacia la guerra.
En ellos vive el sentimiento que afecta el mundo material.
¿Cómo podrían entonces ser genios?
¿Cómo quieren ver en el futuro?
Miren primero los errores que cometen y cometerán.
Síganlos en las decisiones que toman, y consideren entonces qué miserable, qué cruel y qué estrecha de miras es su vida interior.
Y miren entonces la masa que los recibe con júbilos y sabrán de inmediato que todas estas personas están muertas en vida.
Los maestros pueden infundir alma a cualquier otra conciencia que esté un poco por encima de la normal terrenal y que perciba así.
Entonces servirán para el bien, y así su vida adquirirá relevancia para nuestro mundo.
Por esto está claro que no hay ni un solo ser humano terrenal que por sus propias fuerzas pueda lograr cualquier cosa para las leyes de Dios.
Solo aquel que tenga que llevar a cabo una tarea para los maestros va edificando para la masa y para sí mismo “el Reino de Dios en la tierra”.
Nuestro mundo ayuda siempre a esas almas, forman parte de (la Casa de) Israel.
Estos demonios en su propio siglo, sin embargo, son los enemigos de Cristo, de la humanidad y de todo lo que vive en el espacio.
También ellos recibieron su inspiración, pero solo porque sus planes servirían el Siglo de Cristo.
Lo que ellos mismos conciben e intentan llevar a cabo al margen de las leyes de Dios los conducirá a la destrucción.
Se acogen a Dios y Dios los deja hacer, porque sabe que la vida Suya en la tierra se encuentra en buenas manos.
Por más sangre que corra, nunca se hacen sacrificios en vano.
Ya les indiqué de paso el caso de Abisinia.
Ese pueblo tenía que recibir una lección sensible y le hacía falta, porque tenía que despertar.
Tenían que entregarse al intruso violento, pero es Mussolini quien perece a causa de esto.
Tendrá que aceptar que son las leyes que son de Dios las que dominan la vida en la tierra, y no las suyas.
Dios también vela por Sus negritos (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es) y les devolverá su propio Reino.
Pero ¡por medio de (la Casa de) Israel!
Y por eso, este pueblo hará la transición a (la Casa de) Israel.
Si Mussolini hubiera podido robar este país hace algunos cientos de años, (la Casa de) Israel todavía no podría haber intervenido, porque entonces todavía no había llegado a ese punto.
Por todo esto queda claro que el ser humano en la tierra simplemente no es capaz de actuar conforme a sus propios deseos si su vida no está sintonizada con el bienestar de la humanidad.
Son las leyes de Dios y las de la vida después de la muerte las que ustedes tienen que aprender y seguir en la tierra.
También tendrán que aceptar —eso queda manifiesto— que los seres humanos tenemos nuestra propia vida en nuestras manos, pero que tenemos que dejar en paz las de otros.
Los seres humanos que piensen poder hacer con las vidas de los demás lo que les plazca tarde o temprano se estrellan contra las leyes de Dios.
Así que estos demonios ávidos de poder no tienen el derecho de intervenir en la vida de ustedes y de supeditarla a sus crueles planes.
Llegará el día en que habrá que enmendarlo, aunque ellos piensen entonces que han vencido estas leyes por medio de su vida terrenal.
Su tarea en la tierra es terrenal, por más sagrada que la presenten, torpe, ¡incluso animalmente inconsciente!
Esto ahuyentará a Mussolini de su paraíso y tendrá que abandonar las cestas con deliciosas frutas que le ha robado a los negritos (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es).
Solo puede llevarse las terribles consecuencias que creó con su empresa violenta.
Él y la humanidad entera tendrán que aceptar que la vida terrenal va subiendo y que ya no se puede reconducir hasta la era prehistórica.
¿Qué intuición tienen Mussolini y Hitler?
A lo largo de este guerra experimentarán con más claridad aún qué genios son.
Y ahora a ver quién entrega para estos dementes conscientes sus vidas, sacrifiquen por ellos su sangre y levanten las manos —los conducirán a ustedes hasta la destrucción de todas sus posesiones, de todo lo sagrado que han sabido asimilar.
¡Estos dos dictadores pasan por encima de sus cadáveres!
Han de saber entonces que perecerán con ellos.
La historia de Adolf Hitler tiene, a su vez, un significado muy distinto que el de Mussolini, aunque también este sea un maestro en el mal.
En una de sus vidas, Mussolini fue un autócrata romano.
Sin embargo, en esos tiempos no pudo desplegar sus dones sanguinarios en una medida que le placiera.
Sin embargo, en los tiempos de ustedes tuvo su oportunidad.
Ahora es capaz de transgredir todas las leyes de Dios y hundir su pueblo en la perdición espiritual.
Pero entonces tendrá que aceptar que ha comenzado el “Siglo de Cristo” y que este ya no soporta semejantes prácticas.
Por tanto esto lo pondrá en el camino de su perdición material y espiritual, ¡los hechos se lo demostrarán a él y a ustedes!
Mussolini no tiene relevancia para nuestro mundo, aunque su lucha sí tenga importancia para (la Casa de) Israel, porque así su pueblo aprenderá a aceptar la vida consciente, espiritual.
La vida de Adolf Hitler tiene más relevancia para nuestro mundo y para la humanidad, porque fueron un gran número de leyes astrales las que lo volvieron a enviar a la tierra.
Mussolini no es más que una débil sombra de la personalidad de este.
¡La vida de Hitler toca el cosmos!
Hitler es el alma del karma de la humanidad, un ser humano con un pasado muy profundo y significativo de cara al Gólgota, y del despertar de la humanidad.
Aun así, a pesar de estas leyes es un muerto en vida, un bufón espiritual para el mundo astral y los millones de ángeles.
Su vida está abierta para nuestro mundo, cada espíritu de la luz lo conoce, debido a que desde nuestro lado hemos podido sondear y seguir sus sentimientos.
Es por eso que podemos decir que cada perro y gato tienen más intuición en comparación con el universo y las leyes de Dios que estos dos tipos, que pensaban poder dominar la vida en la tierra.
Ni Estados Unidos ni Inglaterra habían podido atacar o habían querido destruir a otros pueblos, porque esa mentalidad quería comenzar con otra vida más elevada.
Por eso no había ningún pueblo en la tierra que quisiera atacar a Alemania, ni siquiera Rusia, porque esta país sabía de sobra lo increíblemente fuerte que era Alemania.
Rusia sabía también que, en caso de atacar, se vería enfrentada al mundo entero.
¡Es Alemania la que quiere la lucha!
Por miedo a la Alemania intelectual, Rusia fue construyendo durante años un gran y fuerte ejército.
Más adelante lo necesitará y entonces entregará todo lo que tiene para poder hacerle frente a Alemania.
Debido a que el Führer se equivoca en su temeridad y a que los maestros ayudan a (la Casa de) Israel, Rusia ganará la terrible lucha, o habría sido cogida por sorpresa y aplastada, como lo vivieron y todavía lo vivirán las víctimas de Alemania.
Después de haber ocupado el país de ustedes y robado sus bienes, el nacionalsocialismo también quiere poseer su alma.
Pero ¿no se dan cuenta acaso de que los hijos de (la Casa de) Israel no quieren tener que ver nada, pero es que nada con sus sinsentidos, sus palabras vacuas, sus perifollos animalizados, sus mentiras y engaños, sus influencias nocivas?
¿Acaso les parece tan improbable que ustedes no quieran ser conducidos por ellos a la era prehistórica?
Ni siquiera se conocen a sí mismos, ¿cómo comprenderían entonces a la criatura de (la Casa de) Israel?
Su mentalidad estúpida no es consciente de que un verdadero cristiano prefiere morir que levantar el brazo para hacer su saludo pagano.
Quien conoce la Biblia sabe que Alemania y sus aliados tienen que perder.
Sabe que todos sus razonamientos son falsos y que en el Siglo de Cristo el honor y la fama carecen de importancia.
Para el consciente espiritual, la fama del campo de batalla es una posesión idiota, solo el saber espiritual conduce al ser humano a la concienciación más elevada.
Quien use la violencia morirá por ella misma.
Quien ama las cruces de honor y las condecoraciones se encontrará en la vida eterna ante la propia miseria.
En este último par de renglones está encerrado el drama de Adolf Hitler y los de su calaña.
Más adelante, él y los suyos tendrán que aceptar que la criatura de Dios alcanza más cosas por su fe que su máquina de poder que siembre muerte y perdición.
Es la fe en Dios la que mueve montañas.
El ser humano que siga el Gólgota se sabe portado por Dios.
Sabe que los Diez Mandamientos fueron escritos para él, y actúa en consecuencia.
Pero los inconscientes se olvidan a sí mismos y piensan que son dioses.
¡Tanto más profunda será su caída!