Mi muerte; Carma

El rey dio orden de designar inquisidores y me convertí en víctima de la Inquisición.
Después de haber celebrado mi última sesión, me tomé un descanso para procesar todo lo escrito.
Visité a mis amigos, pero ninguno de ellos se creyó nada y me tomaron por demente.
A mi madre no la había visto en todo ese tiempo.
De pronto estalló la persecución y fui uno de los primeros a quienes se encarceló.
De noche me levantaron de la cama.
Seríamos medio centenar de hombres y mujeres, encerrados en jaulas con rejas, porque todas las prisiones estaban llenas, y esperábamos nuestra sentencia.
Había personas de todos los estratos sociales.
A mi lado había una mujer joven, que ni siquiera estaba triste.
Me pareció admirable y me sentí atraído por ella, porque los demás tenían la cabeza caída, estaban abismados en sus pensamientos.
Sus ojos irradiaban fuerza y personalidad, la conciencia y plena entrega, no había rastro de miedo en ella.
Todo su ser me irradiaba ternura y gran amor, causándome una sensación agradable.
Había tenido poco trato con mujeres, o ninguno, pero esta joven mujer poseía algo que me llegaba, aunque todavía me resultaba del todo incomprensible.
Sentía en ella algo de lo que había hablado mi maestro, y que tenía que ser, o significar, el sentimiento servicial.
En ella había lo que se me había concedido asimilar en ese breve lapso de tiempo y por lo que me había abandonado mi madre, y que significaba poner en juego la personalidad entera.
Intenté averiguar por qué estaba aquí, y pregunté:

—¿Es usted una extraviada?
Me comprendió al instante y respondió:

—Dicen de mí que soy una bruja y mala para mi hijo, por eso estoy aquí.
¿Y usted?
—Sigo sin saberlo, pero imagino que sospechan que he cerrado un pacto con el diablo.
—¿Por qué con el diablo?
—Quería conocer la muerte y ahora la tengo cerca de mí.
—¿Y la conoce?
—Sí, la conozco, si todo es como lo siento, pero entonces me esperará la felicidad e iré “adentro”.
—¿Irá “adentro”?
—¿Tan mal me explico?
“Ir adentro” es poder entregar todo.
¿Cómo lo ve usted?
—No tengo miedo a la muerte.
En mí hay algo que me dice: no existe la muerte, después de esta vida hay una pervivencia eterna.
—Eso es maravilloso, no se encuentran muchas personas así.
¿Y su niño?
¿Dónde está?
—Mi niño está en el lugar del que habla usted; murió hace unos días.
Después se le perdió la mirada y se quedó pensativa.
Sus pensamientos eran profundos.
Después de un tiempo pregunté:

—¿Qué edad tiene usted?
—Tengo veintiséis años.
—¿Tan joven y tener que morir ya?
—¿Vale la pena vivir la vida aquí?
¿Es usted feliz?
¿Cree que conservará la vida?
Sus padres ¿viven aún?
—Mi padre murió, pero mi madre vive todavía.
¿Y los suyos?
—Mi padre aún vive, pero mi madre lleva mucho tiempo muerta.
Estoy sola en este vasto mundo.
—¿Y su marido?
¿Muerto también?
—No, no está muerto, pero no sé dónde está.
—¿De modo que completamente sola en la tierra?
—Sí, sola y no sola, porque tengo mi Dios.
Sus ojos estaban radiantes mientras hablaba de su Dios, su fe era muy poderosa.
Entretanto había caído la noche y todos intentamos dormir un poco.
El pueblo se había vuelto demente y la iglesia estaba poseída por el diablo.
El carcelero vino a comunicarnos que me interrogarían por la mañana, junto a otros, entre ellos a esta joven mujer.
Se hizo un silencio opresivo.
Podíamos oír el clamor de la muchedumbre, un griterío diabólico.
No había manera de dormir, nadie era capaz de hacerlo, cada uno pensaba en sí mismo, o en otros y en la muerte.
El rostro de todos reflejaba miedo y horror, y muchos estaban encogidos de dolor.
Otros estaban muy animados y esperaban que se les absolviera.
Retomé la conversación con la joven y pregunté:

—¿No tiene miedo?
Y ¿cómo se llama?
—No tengo miedo y me llamo Carma.
¿Es noble?
Todo lo que veo en usted me hace pensarlo.
¿No tiene protección su linaje?
¿Cómo se llama usted?
—Alonso.
Le conté mi vida entera de manera sucinta, hasta el momento del encarcelamiento.
Después me contó todo de ella misma.
Había sido rica y había recibido una buena educación, pero más tarde, a los diecisiete años, su felicidad se había visto cruelmente trastornada y se malogró su joven vida.
Le respondí diciendo:

—No, Carma, no tengo miedo y mi linaje no me dice nada.
No temo la muerte.
Cuanto más se me acerca, más tranquilo me quedo, y me llega y entra un gran silencio, que lo abarca todo.
—Acércate un poco, Alonso, aquí, a este rincón, tengo que decirte algo.
Hice lo que me pidió y me estampó un beso en los labios, mirándome como una niña pequeña ingenua, y se quedó esperando a lo que fuera a decir.
—¿Sabía, Carma, que este es mi primer beso?
—Precisamente por eso, amado amigo: es usted como un niño y quiero mucho a los niños.
¿Quiere aceptarlo?
—Incluso le estoy muy agradecido, Carma.
Me fue subiendo del interior un sentimiento de calor y comprensión.
De pronto supe que la amaba mucho y que, si estuviera en libertad, me casaría enseguida con ella.
En ella estaba ese calor antinatural que no se comprendía en la tierra.
Le hablé confesándole mi amor.
—¿Puede usted, niño grande, ponerse a amarme así, sin más?
¿En esta situación?
Luego ya no estaremos aquí, Alonso, y quizá usted continúe solo, o yo, y nos perdonen y todo se olvide otra vez.
—¿Cómo puede decir palabras tan duras?
¿Tan débil es mi palabra?
¿Irradio mentiras y engaños?
—Si su madre lo supiera, ella lo liberaría, Alonso.
Yo no soy más que una mujer que no cuidaba de su niño ni se confesaba, como decía la gente, y por eso he de morir.
Saben que daba hierbas a los enfermos y también sé cuál es la correspondiente sentencia.
Soy una bruja, Alonso.
—¿Curó a gente, Carma?
¿Quién le dio esos conocimientos?
—Están en mí, Alonso.
Ya de niña veía en la naturaleza fuerzas para curar a los enfermos.
Busqué, encontré y curé a los enfermos.
Es algo muy inocente, pero ellos me ven como una bruja.
Ahora ya te matan, Alonso, solo por mirar al cielo.
Por eso me quemarán viva.
De todas formas, ¿tiene alguna culpa mi pobre cuerpo de lo que hizo mi alma, de lo que hice yo misma?
—¿Ya está preparada?
¿Se conoce usted misma, Carma?
Habla usted del alma y el cuerpo, pero eso solo lo saben unos pocos en la tierra.
—Está en mí, Alonso, o sea, de niña eso lo recibí de Dios, es algo que no se puede aprender, tenemos que experimentarlo los seres humanos.
—Es milagroso, Carma.
—Tú vivirás, Alonso, pero yo moriré por esto, aunque lo haré encantada.
—Es usted una niña feliz, Carma.
—Lo soy, Alonso, nunca antes lo había sido.
Oh, Alonso, ven, bésame, apriétame contra tu corazón.
Siento mucho vértigo, Alonso, me ha entrado el amor, nada más que amor.
Se desplomó.
Agarré la garrafa de agua y le humedecí la cabeza y la cara.
—Ay, mi Carma, por favor, sigue consciente todavía, hablemos un poco más.
Recé por ayuda, mi maestro ya me ayudaría.
No tardó en volver a abrir los ojos y mirarme.
—¿Pensaste, Alonso, que soy débil?
Mientras me iba hundiendo me fui de la tierra planeando y vi una “pradera” verde, en la que estábamos juntos.
¿Podría ser un presagio, Alonso?
Oh, había tanta belleza allí.
Y el silencio que sentí, oh, Alonso, que me quemen viva por ese silencio.
Pero ¿querrías seguirme hasta allí?
—Me gustaría mucho, Carma, mucho.
—Debe de ser el silencio del que me hablaste, Alonso.
Es un lugar celestial.
Pero solo fue un breve instante y después fui reenviada a mi cuerpo.
Entonces sentí el frío y me desperté.
¿Crees que es allí, Alonso, donde vive tu forastero y a donde iremos cuando nuestro cuerpo se haya consumido en llamas?
—Tú has visto, Carma.
Estabas fuera de tu organismo.
Esto es un milagro, posees dones.
Lo estoy viendo.
De eso no me habló el forastero, pero lo habría hecho si yo no me encontrara aquí.
Esto es un presagio, Carma.
Mi padre habló de esto.
También él.
Moriremos juntos, si se me concede seguirte (—dije).
Los demás no nos comprendían y se complacieron en dejar hacer a estos jóvenes enamorados.
Nos deseaban esta gran felicidad y les estuvimos muy agradecidos por ello.
—Carma, cómo te amo.
Ahora lo sé, no: lo siento, soy tu Alonso.
—Y yo tu Carma.
Moriremos juntos, Alonso, y seguiré cerca de ti.
Eres mi nueva vida y ahora seguiré estando junto a ti para la eternidad (—dijo).
Los demás empezaron a sentir miedo, dado que se acercaba el amanecer.
Unos se quejaban y se lamentaban de no haber concluido sus obras, otros maldecían al hombre, invocaban a Dios y al diablo y estallaban en llanto.
Aun otros ya sentían su propia muerte, y era una muerte horrorosa.
Dos personas mayores se habían desplomado inconscientes y era imposible volver a despertarlas.
Y aun otros proferían sonidos aterradores que me dieron la impresión de que se me partiría el corazón.
¿Hay un Dios?
Muchos gritaban algo parecido, pero todos habían dejado de ser ellos mismos.
Los intenté animar.

—¿Por qué tienen miedo?
¿Por qué maldicen a su Dios?
En todos estos años que han vivido, ¿aún no lo han llegado a conocer a Él?
—Tan joven aún —dijo uno—, pero tan lleno de valor y fuerza vital.
¿No le tiene miedo a la muerte?
—Pero no es eso muy natural —dijo otro—, estos hijos aman, en ellos hay animación, fuego sagrado y desconocen el peligro.
—El amor da fuerzas —dijo otro, y de nuevo hubo silencio.
Entró el carcelero.
Se aproximaba la hora de partir y teníamos que prepararnos.
Leyeron en voz alta nuestros nombres de una lista, estábamos entre los primeros de todos.
—¿Te quedarás conmigo, Alonso?
Nos iremos juntos y seré muy fuerte.
—Anda, no digas nada, pequeña heroína.
—Nos casaremos, Alonso, y nuestro viaje será a la hoguera.
Invitaremos a algunos huéspedes y allí les daremos la bienvenida.
—Te admiro, Carma.
Oh, mi alma, te amo tanto.
—¿Por qué dices “alma”, Alonso?
—No lo sé, Carma, me salió de repente (—contesté).
El carcelero nos sacó.
No tardamos en llegar al edificio donde nos esperaban los inquisidores.
Entraba y salía una multitud de personas.
Se llevaban a viejos y mujeres, incluso a niños.
Se dijeron nuestros nombres.
Carma iría después de mí, porque recibimos un número.
Estábamos presenciando el primer interrogatorio; el culpable era un anciano.
Era un ateo.
Un gran hereje.
La sentencia fue breve y contundente.
Se desplomó inconsciente.
Condenado a la hoguera.
Se lo llevaron a rastras, y siguió el número dos.
Él también recibió idéntica sentencia, pero se mantuvo entero.
A los números tres y cuatro les fue igual, aquí la misericordia brillaba por su ausencia.
Ni siquiera era posible defenderse.
Más sencillo, imposible.
Todos seguían el mismo camino: iban directos a la muerte.
Dijeron mi nombre y di un paso adelante.
—Hay alguien que implora que usted diga que no es cierto —me dijeron.
Mi madre.
Pero yo sentía a mi amada Carma.
¿Había alguien para ella?
No me lo pensé ni un segundo y dije:

—Lo que hice y dije es la sagrada verdad.
Soy un buscador.
Digan a mi madre que su casa está vacía, ya nada le dará miedo ahora.
Hagan lo que tengan que hacer.
Después de unas risotadas llenas de mofa llegó la sentencia.
A la hoguera.
Di un paso hacia atrás, estaban interrogando a Carma.
Estaban leyendo en voz alta las razones por las que estaba aquí, y ella respondió:

—¿Qué tiene de malo curar a los enfermos?
Mi hijo tenía la misma fe que yo y nuestro Dios es el “amor”.
Hubo un breve intercambio de palabras y la sentencia fue:

—A la hoguera.
Nos llevaron de allí, de vuelta al lugar para esperar.
Dimos gracias a Dios por estar juntos de nuevo.
A la mañana siguiente se ejecutaría la sentencia.
Ya por la tarde se llevaron a gente.
La iglesia se deshacía de todos los herejes.
Depuraban la fe de cualquier mácula.
Ambos estábamos esperando en nuestro rincón.
Aquellos que partían eran cubiertos con una tela, pero solo por unos instantes: después, que lo experimentaran, que lo vieran todo de antemano, así lo exigía el pueblo.
Poder ver morir a personas, eso no se vivía todos los días, de lo contrario no habría espectáculo.
Muchos se derrumbaban y se les colocaba encima de la hoguera inconscientes.
—¿Serás fuerte, Carma?
Me miraba y sentía que me entraba una tremenda fuerza.

—Pero ¿es que no sientes, Alonso, lo fuerte que soy, ahora que me quieres?
Ahora que morirás conmigo soy muy feliz.
Oh, Alonso mío, lo mejor que podemos hacer es estarle agradecidos a Dios.
Me siento tan feliz porque eres mío, y me siento tan unida a ti.
Eres como soy yo, Alonso, como siempre fueron mis deseos de que se me concediera poder conocer este amor.
¿Nos conocerá Dios?
Alonso, ¿sabrá Dios que tengo ganas de morir?
Ahora que se me ha concedido conocerte a ti, Alonso, le agradezco a Dios todo con fervor.
Quiero seguirte, Alonso, en todo, vayas donde vayas.
El amor que siento solo ahora es para seguirte, y me siento muy fuerte en ello.
Siente, Alonso, lo fuerte que late mi corazón por ti, solo de felicidad y gratitud.
Soy fuerte, muy consciente, Alonso, y también lo seré cuando las llamas abrasen mi cuerpo.
—Te estoy muy agradecido, Carma, oh, qué agradecido estoy.
Si solo se me concediera mostrarte cuánto te quiero.
Le juro a Dios que te querré eternamente, y soy consciente, Carma, de lo que digo ahora.
No soy ningún niño ni ningún jovencito, quiero hacer y vivir todo por ti, porque somos uno, uno en la pena y en la felicidad.
No, mi niña querida, no desesperaremos, ni nos derrumbaremos, seguiremos conscientes hasta el último instante de todos.
Vamos allá donde nos espera la paz y la incomprensión esté muy alejada de nosotros.
El silencio de la “pradera”, del que me hablaste, entrará en nosotros, y seremos uno para la eternidad.
¿No quieres dormir un poco, Carma?
—¿Cómo podría dormir, Alonso, ahora que tenemos las horas contadas?
¿Ahora que siento tu amor?
¿Y que el amor está en mí?
¿Necesito ahora dormir todavía?
Seguiremos despiertos, Alonso, y te mostraré cuánto te amo.
En eso está mi amor, no lloraré por los dolores, Alonso.
Es en eso, alma mía, en lo que te amo.
Veo en tus ojos, Alonso, que eres mío.
Mostraremos a Dios que merecemos que se nos conceda amar.
Moriremos por Dios.
Queremos merecer que se nos conceda recibir este amor.
Soy tu mujer, Alonso, ¿no es así?
La apretaba con cada vez más fuerza contra mi corazón, porque la amaba espiritualmente.
—¿Es este amor de la tierra, Carma?
¿Es posible que las personas terrenales amen así?
¿Es posible entonces que aún haya palabras duras?
Claro que no.
Ves mi amor en todo, hasta en mi profunda vida inconsciente, me sentirás y aceptarás en aquello que yo mismo aún desconozco.
¿No son nuestras almas del todo una, Carma?
—Este amor no es de la tierra, Alonso.
¿No estás preparado?
¿Quién recibe preparación?
¿No es esa una gracia?
¿No estuvo contigo el forastero?
¿Y tu padre?
Este amor, mi querido Alonso, es lo más sagrado de todo lo que las personas pueden recibir: es celestial.
Porta y sirve y se inclina ante todo lo que vive.
Este amor es inmaculado, Alonso.
¿No querrías morir por él?
Este es el fuego que me consume, como no lo puede hacer el fuego material que destruirá nuestros cuerpos.
No sentiré dolor, Alonso, mi amor lo domina todo.
Ahora estoy preparada.
Oh, Alonso mío, noto que ves, tus ojos están lejos.
Sigue viendo, Alonso, el forastero nos ayudará y te mostrará cosas hermosas.
Dime lo que ves, Alonso.
¿A dónde iremos?
Te ha entrado luz en los ojos.
Esa luz no es de esta tierra.
—Estoy empezando a sentirme tan de otra manera, Carma, me está entrando silencio.
No dijimos nada durante un tiempo, hasta que llegó el alba y empezó a salir el sol.
—Mi niña, mi alma, eres parte de mí mismo.
Cómo agradecérselo a Dios.
Si todo lo que he recibido es cierto, amada Carma, entonces planearemos luego por el espacio, un espacio que nos pertenece, que es nuestra propia casa.
Entonces veremos en otras vidas, porque él me habló de muchas vidas que cada alma tiene que experimentar.
Ya no quiero volver a la tierra, Carma, hay una fuerza en mí que me dice que allí seguiremos avanzando.
No recibiré otro organismo.
Tú tampoco, allí seguiremos juntos.
Cuanto más se acerca la hora de nuestra muerte, más sagrado se hace el silencio y nuestro ser uno.
—Somos del todo uno, Alonso.
Dices lo que siento, porque está en mí.
Yo tampoco quiero vivir más, Alonso, no quiero seguir aquí, porque es en ese lugar de allí donde vive mi felicidad, la verdadera y real.
¿No es imponente, Alonso?
—Es, alma mía, como si estuviera adquiriendo conciencia, como si ese amor estuviera emergiendo desde mi interior.
Es como si te conociera desde hace siglos.
Así de claros son estos sentimientos, Carma.
Creo que te conocí antes, porque esto no puede ser de otra manera, en eso siento y veo.
Ahora sí podría componer versos, Carma.
Los que hacía antes eran superficiales, carecían de sentimientos, yo mismo no estaba despierto.
Oh, mi alma, cómo siento ahora la vida.
Qué profunda es.
Qué poderoso es este amor.
Cuando se es del todo uno, Carma, dos almas son ellas mismas, como dos flores de igual color, sintiéndose en todo.
Ahora veo la vida como es, Carma.
¿Es porque aquí se acerca nuestro final?
¿O es porque ahora somos conscientes en el amor?
Mira a todas esas personas, Carma.
Son muertos en vida y tienen miedo.
Están rotas.
Sus almas se durmieron.
Oh, si solo este hermoso mundo real pudiera continuar así.
Este miedo de ellos y nuestro amor nos brindarán la plena conciencia.
Es esto, Carma, lo que quiso Dios para que todos Sus hijos despertaran.
Te amo, Carma, quiero morir contigo, pero viviremos.
—Sigue hablando, Alonso, me haces muy feliz.
Oh, Alonso, ¿no es sagrada esta noche?
Qué noche, qué mañana.
—El día es para nosotros, Carma, ahora seguirá siendo de día eternamente.
Habremos vencido entonces las tinieblas.
Estás cansada, mi niña, pero qué hermosa eres.
Cuánto amor irradia tu alma, Carma.
Qué grande eres, querida mía.
¿Podré compensarte alguna vez todo esto?
Más adelante te daré las pruebas de mi amor; te amo con mi alma.
Allí poseeremos una nueva vestimenta, que emitirá nuestra propia luz.
Morimos por Dios y por su Hijo Santo.
Dios nos dará fuerzas, Carma.
Estamos preparados, ¿no es así? (—pregunté).
Fueron acercándose extraños gritos, pero de miedo, cada vez más cerca.
Se abrieron las puertas y nos llamaron por nuestros nombres.
Tomé la delicada mano de Carma en la mía, y estábamos preparados.
Le acariciaba con la otra mano y ella lo comprendía todo.
Cada leve presión la sentía y la comprendía; descendía en ella un tesoro de amor y después me reenviaba todo el amor suyo.
Ya lo habíamos dicho todo.
Moriríamos doce a la vez.
La única mujer era Carma.
Todos los demás éramos hombres, en su mayoría bastante mayores.
Nosotros dos éramos los más jóvenes de todos.
Cuatro hombres robustos se derrumbaron, quedándose en el suelo como muertos.
Poco después, uno de ellos se volvió a despertar, pero sus piernas temblorosas apenas lo sostenían.
Ahora tenía que experimentar de manera consciente el proceso de morir; los otros fueron arrastrados al exterior, donde quizá podrían conservar su bendito desvanecimiento para no tener que sentir las llamas.
Le susurré a Carma:

—Alma querida, ¿no podría significar eso una gracia de Dios?
Ya lo ves, están inconscientes.
Mira, Carma.
Los otros están recuperando la conciencia, pero ese hombre mayor de allí, con su pelo níveo, sigue inconsciente.
Ya murió, Carma, mira ese color cadavérico.
Su mirada ya se quebró.
¿No es esa una gracia?
¿No vela Dios por Sus hijos?
¿No vemos en eso la mano de Dios?
Dios interviene en el último momento de todos.
Oh, Carma, le deseo esa gracia, pero yo quiero seguir despierto.
Solo ahora, alma querida, siento los empujes de Dios, ese Dios incomprensible, y aun así, qué claro es este desvanecer y qué poderosa es la mano de Dios.
Mira, mi alma, está muerto.
Él ya está adonde vamos nosotros.
¿No es un milagro?
Se nos ha concedido experimentar un gran milagro, Carma.
Ese es Dios, nuestro Dios Todopoderoso, que nos ha dado este amor, nuestro sagrado amor.
Vamos a Dios, querida Carma, a Él, el Dios de todo lo que vive.
Mira allí, Carma, él también ya es un hombre mayor, es como si por la frente le saliera luz.
Qué sintonización tan elevada tiene esta figura.
¿De dónde viene esa luz?
¿Ves esa luz, Carma?
—La veo, Alonso, oh, es sagrada.
Dios no quiere que Su hijo vaya envuelto en tinieblas.
De ese otro allí, Alonso, no se debe mofar nadie.
¿Y nosotros,
delicia de mi vida?
Nosotros tenemos que mostrar que somos hijos de Dios, y estamos preparados, ¿no es así, Alonso?
—¿No quisieras cambiar de papeles, Carma?
—No, alma querida, mil veces no, quiero seguir consciente.
—Dios nos da una carga y se lo agradecemos.
Quien posea fuerza, querida Carma, tendrá que cargar, los demás no están preparados.
Mira, mi ángel querido, allá puedes ver nuestro lecho de muerte.
De nuevo hubo varios que perdieron el sentido, pero estos pronto recuperaron la conciencia.
A los demás los subieron a rastras y les dieron su sitio en la hoguera.
También nosotros nos fuimos acercando.
Los verdugos estaban listos y enseguida prenderían el fuego.
Ni siquiera oíamos los abucheos del gentío.
A nuestro lado oímos que se dijo: “Mira a esos.
Parece que van a casarse.
Esos dos.
Mira allí.
Allí, esos dos.
No tienen miedo.
Aman”.
Apreté la mano de Carma más fuerte y me comprendió.
Entonces fuimos subiendo por la escalera.
Los demás nos siguieron, arriba ya había siete, tres estaban inconscientes.
El hombre mayor había muerto.
Aun así, los demás recuperaron la conciencia.
Ahora tenían que vivir este infierno.
En el medio habían colocado una columna y allí nos habíamos sentado.
Apreté a Carma contra mi corazón.
Por última vez volvimos a mirar a la gente que quería presenciar este juego de vida y muerte.
Entonces nos despedimos para siempre, de ellos y de la tierra.
La apreté aún más fuerte contra mi pecho y la miré en sus hermosos ojos.
—Así moriremos, Carma, moriremos por Dios y por nuestro amor.

Los verdugos habían recibido la señal y una densa nube de humo iba elevándose; la sentencia estaba siendo ejecutada.
Todos sentimos el calor.
Al poco tiempo fueron ascendiendo las llamas, pero aún no nos habían alcanzado.
Mi alma —yo mismo— hizo la transición a Carma y nos sentimos por completo uno.
Fui “adentro” en su profunda vida llena de amor; ahora estábamos conectados y nos quedamos esperando.
Venían acercándose las llamas.
El acontecimiento solo sucedía para nosotros, no oíamos nada de las lamentaciones de los demás.
Dije en voz alta a Carma:

—Sigue sintiéndome, Carma, quédate dentro de mí, somos del todo uno.
No te vayas de mí.
Yo también seguiré en tu interior.
Las llamas no paraban de subir y ya nos habían alcanzado.
El fuego ya nos estaba quemando las piernas, porque sentía cómo se me abrasaba la carne.
—Sigue en mí, querida Carma, “dentro” de mí te puedo ayudar y somos uno.
Sentía sus dolores, y ella los míos.
La gran hoguera iba elevándose.
Entonces me gritó:

—Alonso, oh, mi querido Alonso, cómo te amo.
No hay palabras para expresar cuánto te amo, solo los Dioses pueden amar así.
Veo, mi amado Alonso, veo, me estoy haciendo clarividente.
Empiezo a ver.
Empiezo a ver, mi Alonso; empiezo a ver ahora que las llamas están desgarrándome la carne.
Veo en otro mundo, Alonso.
Nos veo a los dos.
Oh, Dios mío, qué grande es esta gracia.
¡Alonso!
Alonso, mi amor eterno.
¿Me oyes?
¿Me ves, Alonso?
Alonso, te quiero.
Se me está yendo esta vida, estoy haciendo la transición a otra.
Te estás yendo, Alonso, te estás yendo, mi amor.
Me está entrando otra vida y aun así soy una contigo.
Ambos seres me pertenecen.
Soy otra persona, Alonso.
Soy otra, y esa otra es ahora consciente en mí.
Yo misma hago la transición a ella.
¿Lo sientes, Alonso?
¿Ves y comprendes todo?
—Sí, querida Carma.
Yo también estoy haciendo la transición en otra vida.
Te veo, mi alma, te veo.
Estoy contigo, Carma.
Nos veo a los dos en otra vida.
¿Sientes las llamas, Carma?
¿Sientes mi amor?
¿Sientes que nuestro amor lo domina todo?
¿Sientes cómo te amo?
Que ardan las llamas, oh, que ardan.
Dios mío, queremos ver aún más, queremos seguir conscientes.
Deja que nuestros cuerpos se quemen, pero que no perdamos la conciencia.
Ahora vemos en otras vidas.
Oh, mi alma, estamos adquiriendo conciencia de nuestra vida anterior, ya se nos concede saber que seguiremos viviendo eternamente.
Las llamas solo nos pueden aportar más amor y brindar más conciencia.
Las llamas, querida Carma, nos dan esta visión.
Te beso, mi alma, te abrazo, porque mi cuerpo está desgarrándose, mis labios están estallando y tu hermosa vestimenta material está quemándose.
Pero mi amor es fuerte, amada Carma, es consciente y te pertenece (—dije).
Sentíamos cómo se nos iban las fuerzas.
Después volvió la imagen y adquirí conciencia de otra vida.
Era como si se levantara un velo y yo pudiera percibir.
Carma también empezó a ver y me siguió.
Éramos profundamente uno y seguimos siéndolo.
Vi un precioso paisaje, por donde íbamos paseando.
Y con nosotros, más personas.
Esa era la “pradera”, y éramos muy felices.
—Nos veo a los dos, Carma.
—Yo también te veo, mi querido Alonso.
Te conozco.
Te llamo por el nombre que llevabas entonces.
Oh, mi Venry, mi querido Venry, Alonso y Venry son uno.
¿Lo oyes, Alonso?
Eres mi Venry, mi Venry, mi maestro (—dijo).
Las fuerzas fueron disminuyendo cada vez más, y a más horrible que se hacía, más nítido veíamos.
Vi mi alma, nos vi a los dos y dije en voz alta a Carma:

—Mi alma, mi Lyra, alma de mi alma, somos uno.
Seré fuerte, Lyra.
Pero quiero seguir consciente.
Oh, Dios mío, déjanos ver.
Déjanos seguir conscientes.
Mi Lyra, ay, mi Lyra.
Mira allí: la “pradera”.
Ahora volvemos a ser conscientes.
Es donde éramos del todo uno y ahora regresamos allí.
La “pradera”, querida Lyra.
Mírala allí: la “pradera”.
—Oh, Dios, déjanos ver.
—Sigue en mí, Lyra, querida Lyra, seguiremos conscientes hasta el último momento de todos.
¿Lo sabes todo, Lyra?
—Todo, todo, Venry ... Todo, t...o...d...o ... ¡Venry!
—Mi querida alma, sigue consciente, oh, sigue consciente.
—Dios mío, déjanos vivirlo todo.
Los ojos de Carma ya estaban abrasados y no me podían ver más.
Me percibía espiritualmente, porque éramos uno.
Lyra estaba alzando los ojos, Carma moriría.
Lyra estaba despertando y seguía alerta.
Me veía con sus ojos espirituales.
Éramos uno en el espíritu.
Aún quería hablar su boca, su boca terrenal, y todavía oí:

—¿Alonso?
V...e...n...r...y... A...l...o...n...S...o...m...i...V..i...”
Carma había muerto en la tierra.
De pronto oí que alguien exclamaba mi nombre, tal como había vaticinado el forastero.
Oí:

—¿A...L...O...N...S...O...?
¿Me oyes?
Estoy aquí, estoy esperando a los dos.
A ti, mi querido Venry, y a tu querida Lyra, tu alma, tu amor eterno.
Ya teníamos que haber muerto en la tierra, pero aun así seguíamos conscientes.
—Mira, mi alma, nuestro líder espiritual del pasado —dije a Lyra.
En el mismo instante, sin embargo, salimos de nuestros cuerpos materiales carbonizados y entramos en la vida que dura eternamente.
Fuimos “adentro” y habíamos muerto en la tierra.
Estaba manteniendo a Lyra entre mis brazos en la otra vida.
Éramos uno y seguíamos siendo uno.
Le di un intenso beso en los labios.
—Mi querido Venry, solo ahora nos hemos enmendado.
¡Estoy tan agradecida a Dios!
Entonces miramos a quienes habían muerto junto a nosotros.
Algunos estaban siendo recogidos por sus seres queridos, otros se disolvían ante nuestros ojos: comprendimos a dónde iban.
Estos recibirían un nuevo organismo.
Fuimos elevándonos cada vez más y entonces estuvimos planeando por encima de la hoguera.
Poco a poco fuimos dejando atrás la tierra.
De pronto vimos una poderosa luz que se nos acercaba.
—¿Ves esa luz, Lyra?
—Sí, Venry, se nos está acercando.
Cuanto más cerca, más poderosa se hace.
—Es un ángel, Lyra.
Pero un ángel como un hombre, como nosotros.
Ya veo una figura.
Dios mío, Lyra, ¿quién es?
¿Puedes sentirlo?
—Me está entrando serenidad, Venry, luz y calor.
—Cielos, ¿quién es usted?
¿Quién es usted? —exclamamos a la vez.
Apreté a Lyra contra mi corazón y nos quedamos esperando.
Después oímos que se dijo:

—¿Alonso?
¿Mi querido Alonso?
Mis hijos, mi Venry, mi Lyra.
Nos arrodillamos e inclinamos la cabeza, pero oímos que se nos dijo:

—Venry, mi querido Venry, Lyra, mi amada Lyra.
Vengo a recogerlos y les doy la eterna bienvenida en la casa de mi Padre.
Hijos de Isis, mírenme.
¿Son conscientes?
¿Despertó Isis en ustedes?
—Sí, maestro, todo es consciente en nosotros.
—Acérquense a mi corazón, hijos míos.
Mi querido Venry, mi querida Lyra.
Dejen que mis lágrimas de felicidad hagan olvidar sus dolores y pena.
¿Saben que esto era necesario?
—Sí, maestro, y sentimos una muy profunda gratitud hacia Dios.
¿Se nos concede saber quién es usted?
—Soy tu padre, tu padre que te quiere, querido Venry, uno de tus numerosos padres.
Pero nuestro vínculo tiene un significado.
Dios quiso que completáramos una tarea determinada.
No estaba permitido que lo supieras en Isis, porque entonces los maestros habrían podido seguirte.
En esa vida no se me concedía despertar este pasado en ti.
Hace muchos siglos éramos uno, querido Venry, juntos sufrimos mucho y eso nos juntó.
Los Dioses han querido que me siguieras, y ahora ese trabajo está hecho.
Todo lo demás lo sabes.
Lyra es tu alma gemela.
Continuarán juntos, para la eternidad.
Vamos, síganme, queridos hijos.
Tengo que mostrar algo.
Fuimos planeando hasta Egipto y vimos que había nacido un nuevo Templo de Isis.
En el Templo reinaba el amor.
—Lo que percibes, querido Venry, ya es parte del pasado.
Ese Templo también fue destruido.
Ahora te conectaré con este tiempo y entonces podrás percibirlo todo.
—¿Cómo se hace eso, Padre?
—Siento, querido Venry, lo que sientes tú, también lo que le pasa a Lyra.
¿Creían, querido Venry y querida Lyra, que lo que haya nacido en amor puede ser destruido?
—Pero ¿dónde está nuestra sabiduría, Padre?
—¿Te olvidaste de Dectar?
—Dios santo, Padre: ¿dónde está Dectar?
—Dectar volvió a nacer, querido Venry, y llevará los tesoros del Templo de Isis a la tierra.
Sé, querido Venry y querida Lyra, que así sucederá.
Pero de eso luego más, cuando estén conmigo.
Ahora voy a mi esfera, hijos, allí volveremos a vernos.
Venry ya vive de nuevo en todos sus dones y fuerzas, y convencerá a un solo ser humano del Dios verdadero.
En un tiempo vendrán a mí, somos hermanos y hermanas.
Ahora todo ya pasó, todo ha sido enmendado y todos le estamos muy agradecidos a Dios.
Vamos, hijos, nos vamos a la “pradera”, allí hay otros esperando.
Aquí ya iré por mi propio camino.
Volveremos a vernos, hijos, saben dónde vivo y los recibiré en amor, y conmigo miles más.
Adiós, Venry, adiós querida Lyra.
Volvimos a la “pradera”.
Alonso padre me esperaba, y junto a él estaba mi hermano Geraldo, junto a otras muchas, muchísimas personas.
Ya las quería a todas y eran uno con nosotros.
Entonces se nos acercó un ángel y junto a esta aparición vimos a un pequeño niño de las esferas.
Lyra apretaba a su propio hijo contra su corazón.

—¡Oh Dios —exclamó—, qué grande es Su amor!

Puso su niño en mis brazos y dijo:

—Nuestro hijo, querido Venry, es nuestro hijo de las esferas.
Entonces vinieron a recoger al niño y se lo llevaron a su propio cielo.
Ambos nos arrodillamos en la “pradera” y dimos gracias a Dios por todo.
—Qué grande es ahora nuestra felicidad, querida Lyra.
Eres mi Lyra y mi Carma, quiero a las dos.
Sigues siendo para mí la valiente Carma, mi Carma llena de amor, pero Lyra y Carma son una y lo seguirán siendo para la eternidad.
Entonces volvimos a la tierra.
Allí me esperaba una tarea: esta gran gracia también la hemos recibido de nuestro Dios, Nuestro Padre de Amor.
Me sentía consciente de mis dones.
No tardamos en llegar a la tierra y entramos a la habitación de Joan.
Lo desperté.
Después hice más denso mi cuerpo espiritual y me vio mi querido amigo, que exclamó:

—Alonso, oh, amigo mío, se me rompe el corazón.
Pero ¿me merezco que vengas a verme?
¿Cómo le puede parecer bien eso a Dios?
—¿Me reconoces, Joan?
¿Sabías que me quemaron vivo?
Pero, querido amigo, así es como he llegado a conocer al Dios de “Amor”.
—Ay, Alonso, lo sé, fuiste tan valiente, igual que ella: el ángel que estaba contigo.
¿Te llegó desde el cielo?
Dicen que existe el amor “inmaculado”.
Los verdugos lloraron como niños, Alonso, y la gente rezó.
Te han declarado santo, y a ella santa.
Créeme, mi querido y estimado amigo, fue sagrado, sagrado.
Muchos despertaron gracias a ti y a ella, por ambos.
¿Y ahora vienes a verme para decirme que vives?
Enmendaré todo, todo, todo, querido amigo mío.
—Díselo a los demás, Joan.
Y prepárate, tu vida allí es breve.
Has de sentir gratitud por esta enorme gracia, Joan (—dije).
Entonces me disolví para él y vimos lo que hizo.
Los demás no me interesaban, pero Joan era mi hermano gemelo, era a él a quien se me concedía convencer.
—Ven, mi alma, querida Lyra, ¿nos vamos a descansar un poco?
¿Iremos a visitar ahora nuestra morada espiritual y celestial?
¿Queremos ver cómo es nuestro Templo?
Tomados de las manos fuimos planeando hacia nuestro eterno descanso, a nuestra morada espiritual, construida por nosotros dos.
De camino hacia allá nos esperaba otra felicidad.
—Madre, mi querido y buen Ardaty.
Pero ¿cómo se lo podemos agradecer a Dios?
Juntos seguimos adelante y de este lado entramos a la tercera esfera: un cielo de una belleza sin precedentes.
Encontramos nuestra morada espiritual, que ya estaba lista.
Nuestra casa estaba decorada con flores, los pájaros vinieron volando hacia nosotros mientras cantaban su canción de bienvenida.
Fuimos “adentro” y comprendimos, sentimos, estábamos agradecidos, muy, muy agradecidos.
Después nos postramos y rezamos.
“Oh, Dios mío, qué grande eres, qué bueno eres.
¿Cómo podemos darte las gracias?
¿Te conocen?
Padre, Padre nuestro que estás en los Cielos, te damos las gracias.
Hombres de la tierra:
vean su único Dios, que no es más que ‘Amor’.
Nosotros vamos a seguir, siempre más lejos y más alto, porque nos están esperando otros planetas.
Volvemos a Dios, hemos llegado a conocer ‘Su Sagrada Vida’.
El ‘amor’ está en nosotros.
Tú, hombre de la tierra, ¿puedes aceptar a este Dios de ‘Amor’?”.
 
Fin