De nuevo en las tinieblas: puesta a prueba de mi conciencia

Dectar me llevó, como unos años atrás, al edificio.
De camino creí ver algo más de sentimiento en él.
Cuando iba a entrar y él tenía que apartarse, me agarró de las manos y dijo:

—Si entre nosotros hay alguien, discípulo de sacerdote, que desea que usted alcance el sacerdocio, ese soy yo.
Pero sé que usted está preparado.
Miré en sus hermosos ojos, bajé como un rayo en él —ahora era posible— y comprendí que estaba abierto a mí, por lo que sondé sus sentimientos.
Pero en el mismo instante su alma se volvió a cerrar para mí y sentí a mi maestro.
Aun así dije:

—Le doy las gracias, maestro Dectar, le estoy muy agradecido.
¿Podrá aceptar mi gratitud?
—Si los Dioses quieren que sea digno de su gratitud, entonces estoy preparado, pero solo soy un servidor (—contestó).
Lo comprendí, se resistía a aceptar ninguna gratitud, no podía aceptarla.
Entonces me separé de él.
Entré en las tinieblas, que ahora durarían siete días y noches.
Pero estaba completamente preparado.
Me coloqué.
Todo era como antes, pero yo había cambiado.
Después me acosté y esperé.
No tardé en sentirme cansado y comprendí que los maestros habían sintonizado su concentración.
Pero ahora supe dominar este cansancio; no permití que pudieran alcanzar mi organismo material.
El cansancio desapareció tal como había llegado.
Tracé un círculo mágico a mi alrededor y allí dentro me quedé, sintiéndome preparado, por lo que podían empezar.
El primer cansancio de todos ya lo había vencido.
Pero el segundo y tercer ataque fueron más intensos.
Hice más denso mi pequeño círculo para que les fuera más difícil poder atacarme.
Pero no cejaban en su empeño, se me hacía cada vez más difícil, aunque seguí siendo yo mismo.
Entonces empecé a ver, y vi que toda mi celda estaba poblada.
Vi miles de pequeños animales, pero venenosos, que se me acercaban.
Buscaban una entrada, para destruirme a continuación.
Pero mi muro mágico pudo resistirlos.
Sabía que eran figuras aparentes, pero conservé la conciencia.
Todos esos animales se estrellaban contra mi concentración.
Los animalitos no lograban encontrarme, y en realidad eran los maestros.
Los obligué a detenerse y a dar media vuelta.
Adormecía a todos esos animales, pero no paraban de venir nuevos, así que desistí.
También así podían destruirme.
Por eso hice más pequeño mi blindaje, impidiéndoles así que llegaran a mí.
Entonces viví la poderosa felicidad de ser dueño y señor en terreno familiar, porque el padre Taiti era consciente en mí.
De todas formas, vivía en la vida de Venry, porque ambos éramos ahora del todo uno.
Los animales se quedaron dormidos y se disolvieron; los maestros habían sentido que así no podían alcanzarme.
Entonces vi sombras de las que Dectar me había hablado.
Todas eran mujeres y muy bellas.
Pero también ellas estaban muertas para mí, no conocía esos sentimientos.
Me siguieron rodeando hasta hartarme, y me engañaban para salir de mi propia casa, pero no reaccioné, por mucho que insistieran.
Estaba consciente y seguía estándolo.
Pero comprendí lo demoniacas que eran estas figuras humanas.
También ellas se disolvieron.
Se me engañó para que saliera.
Seguí a un ser humano por la naturaleza y me invitó a que lo siguiera por encima del agua.
Lo comprendí, y a los maestros, y por eso no seguí.
No iba a malgastar mis fuerzas.
De eso también me había hablado Dectar.
Aun así, me parecía que el juego valía la pena, y me mostré, pero en un diez por ciento.
Mis demás fuerzas seguían constituyendo mi conciencia.
Flotábamos en una gran masa de agua.
Entonces llegó la tormenta y nos ahogamos.
Pero yo era consciente y se me hacía ridículo.
Después se incendió mi celda; las llamas abrasaron mi muro mágico.
Se hizo tan terrible que empecé a admirar plenamente a los señores maestros.
No obstante, no conseguían alcanzarme.
Sentía ese calor hasta en mi círculo, pero conservaba la conciencia, no sentía miedo.
¿Qué iba a vivir ahora?
Ni sentía ni veía nada e intenté dormir un poco.
Sin embargo, al instante me desdoblé de mi organismo.
Vi dónde estaba, estaba viviendo otra vez en ese otro mundo.
Allí, delante de mí, vi a muchas personas.
Eran demonios, me encontraba en las tinieblas, ahora volvería a vivir la realidad.
También ahora los observaba, pero de improviso se abalanzaron hacia mí.
Unos años antes habría emprendido la huida, pero ahora me quedé esperándolos.
Eran seres humanos bestiales.
Me encerraron por completo, fueron estrechando el círculo a mi alrededor, pero ahora ya sabía lo que iba a hacer.
De golpe me atacaron y me arrastraron por las tinieblas.
Mientras esto sucedía me entraron pensamientos de retirarme en sus manos, porque yo no pertenecía a ellos.
“En la tierra eso lo podría haber hecho con mi cuerpo”, me dijo una vez mi líder espiritual; aquí yo era espíritu.
Me concentré y me disolví en sus manos.
Vieron cómo desaparecí ante sus ojos.
Vieron cómo se producía un milagro increíble, del que no entendían nada.
Todas estas personas eran como diablos.
Se quedaron mirándose estupefactos.
Eran peludos y vi a mujeres y hombres juntos.
Aun así, quería volver con ellos, quería saber más de sus vidas.
Cuando sintonicé con eso, su mundo se hizo más denso y yo había vuelto a acceder a sus vidas y a aceptar sus tinieblas.
Entonces hice un gran paseo por las tinieblas y permanecí mucho tiempo entre ellos.
Cuando me veían, me apresuraba a retirarme en mi propio mundo y en mi propia vida.
Mientras caminaba por aquí, contemplando y conociendo su reino, sentí que estaba siendo seguido.
Ahora que miraba a la especie animal sentí que me seguía un maestro del pasado y que me atacaría.
Un demonio del que me había hablado Dectar.
Era un maestro, pero uno que vivía en las tinieblas.
Pero me retiré y atravesé el ser humano bestial andando, y no me vio.
Nadie me podía hacer nada, vivía en las leyes del padre Taiti.
Después de estas personas vi muchas otras especies, pero no dejé de caminar.
Así fui conociendo las tinieblas y se me hizo que llevaba aquí al menos varios días.
Ahora estaba viviendo entre la vida y la muerte y había podido asimilar mucha sabiduría.
Mientras iba avanzando sentí que me estaba entrando sed y comprendí que esto era parte de mi cuerpo.
Por eso regresé a mi cuerpo, lo desperté y le di de comer y beber.
Entonces volví a acostarme y pronto me dormí.
Pero no tardé en desdoblarme y regresar a las tinieblas, porque quería seguir allí mi camino.
Quería conocer ahora todos esos mundos.
Me concentré en planear y fui en esa dirección.
En todos los lugares donde miraba y vivía había tinieblas.
Si subía un tanto, saliendo de las tinieblas, la luz se hacía más difusa y clara.
Después de haber conocido todos esos mundos tenebrosos sentí que la luz me atraía, y me puse en marcha.
Ciertamente, esto era otro mundo.
También aquí vi a personas, hombres y mujeres mezclados, pero eran diferentes.
Me pareció ver más sentimientos humanos en ellos.
Cuando me acerqué a ellos, se aproximaron y uno me preguntó:

—¿A dónde lleva su camino?
‘Una pregunta clara y humana’, pensé, pero seguí cauteloso.
También se acercaron otros, tenía a nueve personas a mi alcance, entre ellas a cuatro mujeres.
Respondí:

—Aquí soy un extraño.
—Vaya, un extraño, y usted ¿qué hace aquí?
—Nada —dije, porque no sabía qué decir.
Pero él respondió:

—Si le importa su vida, váyase rápido.
A las mujeres les divertía muchísimo la situación, pero me horrorizaban sus risas.
Al parecer, habían podido podido captar o sentir mis pensamientos, porque una de ellas me dijo:

—Mira, está enfureciéndose, le horrorizamos.
Toda la banda se me precipitó encima, tan repentinamente que me tomaron desprevenido.
Entonces sintonicé mi concentración en retirarme y también me disolví en sus manos y ante sus ojos.
Estaba como una sombra ante ellas y dije:

—Todos pertenecen a los demonios.
Empiecen otra vida y dejen en paz a los extraños.
Continué, pero sus risas y chillidos me seguían, podía oírlo claramente en mi propio mundo.
De nuevo me encontré con otras personas y estas también me atacaron.
Me atacaban una y otra vez, pero continuamente me retiraba y así fue como en el fondo conocí todos esos diferentes mundos de los que me había hablado Dectar.
Vivía en la más verdadera de las escuelas de la vida.
Seguí andando ahora y vivía en un espacio nebuloso.
También era parte de uno de los muchos mundos, pero no vi a nadie.
Tras un breve tiempo caminando, vi por encima de mí una figura que poseía alas.
Cuando percibí el ser, este se hizo más denso y vi que era un ser humano.
Aunque era una aparición completamente diferente, no confiaba en esta figura, ni en nadie.
Pero este hombre me miraba, me sonreía y parecía interesarse por mí.
Aquí, sin embargo, el peligro acechaba por doquier.
Proseguí mi camino y quise continuar.
Pero por encima de mí planeaba el ser humano y cuando me cansé y me senté para descansar un poco se alejó.
Me parecía muy extraño y no me inspiraba confianza.
Un poco más tarde volví a ver la misma figura, pero alumbrada por algo más de luz.
Era como si iluminara el entorno.
Vi que se fue haciendo visible una mano de hermosas formas, pero que irradiaba luz.
La mano me lanzó una fruta y oí que se me dijo:

—Si quiere, cómala, extraño, porque tiene usted sed.

La cacé al vuelo, pero la volví a tirar al instante.
No me fiaba de tanta bondad y quería estar preparado para lo que fuera.
De nuevo oí:

—Tome, extraño, aquí tiene otra fruta, pero cómala, es buena y puede confiar en mí (—dijo).

Sin embargo, la figura se encargaba de que no pudiera verla entera, y eso levantó mis sospechas.
Pero oí:

—Cómala, no se fía, pero en mí puede confiar.
Sondé la fruta y sentí que era buena.
Lo había aprendido en Isis y Dectar era un maestro en eso.
Todos los sacerdotes y todas las sacerdotisas tenían que saber hacerlo por su propia seguridad.
Lo que llegaba de fuera a Isis se controlaba de esta forma, porque muchos sacerdotes habían sido envenenados en el pasado.
También ahora sintonicé con la fruta, y sentí y vi que era buena.
Me la comí.
La fruta, carnosa a reventar, llena de delicioso néctar, me dio fuerzas.
Nunca había comido una como esta en el Templo.
‘Qué delicia’, pensé, ‘pero aun así, atención’.
Después de no haber visto nada durante un tiempo de esta persona invisible y bondadosa, de pronto oí que se me dijo desde otro mundo:

—Siga un poco más, amigo de la tierra, y verá hermosas escenas.
Cuando quiera, use sus alas.
En este mundo puede ir donde quiera.
Así que hágalo.
Pero me resistí con firmeza y me quedé donde estaba.
—Inténtelo, de todas formas, ¿no quiere conocer todos estos mundos?
—¿Quién es usted?
—¿Qué más da? Soy un amigo de los hombres.
¿Acaso mi fruta no era buena? ¿No era natural?
Sondó esta fruta, amigo, he podido seguirle a usted.
Pero era deliciosa, ¿verdad?

¿Sabía este ser humano en qué pensaba yo?
Pero eso también lo sabían hacer los demonios.
Se me hizo extraño, sin embargo.
Aun así, me quedé donde estaba y pregunté:

—¿Por qué permanece invisible para mí si dice ser un amigo de los hombres?
—Estimado amigo, mi luz solo lo asustaría.
Así que me quedo donde estoy, pero intento ayudarlo.
Pero se equivoca en lo que piensa de mí.
Las personas con las que se encontró eran demonios, también aquellas otras.
Si hubiera descendido aún más en las tinieblas, se habría encontrado con otras, pero esas son muy peligrosas.
—¿Es usted hombre o mujer?
—Eso carece de importancia, aquí somos ambas cosas.
—Habla usted en misterios, usted es un misterio.
Pero la sombra dijo:

—Si todos los sacerdotes fueran como usted, créame, entonces sus vidas serían demasiado breves si quisieran alcanzar el sacerdocio.
Si sigue así, jamás llegará.
Esta prudencia la conozco, no toma riesgos, pero tampoco recibe nada.
Está muerta en vida.
En el mundo en que usted se encuentra ahora, las cosas se viven.
De este lado se aprende por experiencia, pero en usted hay miedo.
¿Dónde está su sabiduría, discípulo de Isis?
Me asusté: ¿Me conocían? Y eso ¿estando yo entre la vida y la muerte?
¿Me conocían en este mundo?
Me levanté de inmediato y continué.
Ya no vi al extraño.
‘Qué asombroso’, pensé, ‘¿cómo saben aquí quién soy?
¿Acaso sería mi líder espiritual?’.
Pero no se me hacía así.
Me concentré en seguir planeando.
Vivía ahora en el espacio y poseía las grandes alas.
Era una gloria seguir así con mis propias fuerzas.
Cuánto más avanzaba, más luz empezaba a haber.
Pronto hice la transición a otros mundos, y también aquí vi a personas.
De frente me irradiaba una luz, grande y poderosa, de la que acepté la gloriosa serenidad y fuerza.
Si quería descender, continuar sobre mis propias piernas, bastaba con quererlo.
Debajo de mí había un precioso paisaje.
Vi árboles y flores y pequeños ríos, esto era como un paraíso.
Aquí quería quedarme y descendí.
Más allá había muchísima gente reunida, y a ella quería acercarme.
Vi a hombres y mujeres, y todos llevaban túnicas muy hermosas, eran jóvenes y bellos.
Su serenidad irradiaba hacia mí.
A una persona joven, con un aspecto muy hermoso, pregunté:

—¿Puede decirme dónde estoy?
—Claro que sí —respondió de lo más amable el hombre, pero preguntó—: ¿Es usted de la tierra?
—¿Cómo lo sabe?
—Lo veo por su irradiación.
Pero ahora está usted en la vida después de la muerte.
Me quedé mirándolo con sorpresa; no vivía yo muchos momentos en que me hablaran con tanta franqueza.
Era una persona sincera, no podía ser de otra manera.
Respondió:

—Intúyame, querido amigo, no digo nada que no sea verdad.
Ya lo ve, todos nosotros estamos completamente abiertos y puede usted intuirnos.
—¿Qué hace usted aquí? —pregunté.
—Esperamos amigos.
Hoy morirán en la tierra, pero nos veremos en este lugar.
Después volveremos a nuestro mundo, que es más hermoso que este en el que estamos ahora.
—¿Cómo sabe que morirán hoy?
—Si conociera nuestra vida, no nos lo preguntaría, pero está usted todavía en la tierra y tampoco lo puede saber.
Aquellos que están en la tierra y que nos aman, amigo mío, piensan en nosotros.
Captamos todos esos pensamientos y los seguimos desde aquí en la vida terrenal.
Pero solo nosotros podemos ver cuándo mueren allí, y esos sentimientos están ahora en nosotros.
Sucederá de pronto, y será por un accidente.
‘Es usted muy sabio’, pensé; acto seguido contestó, por lo que comprendí que había captado mis pensamientos.
—Todos sabemos hacerlo, querido amigo, es una posesión nuestra, veo en lo que está pensando.
Me puse a pensar en todos los mundos que debía haber aquí, pero también ahora captó mis pensamientos y dijo:

—Aquí solo vivimos temporalmente —como ya le dije— porque habitamos otro mundo, más hermoso que este.
Este mundo es una transición a un mundo más elevado.
Cuando quiera le mostraré ese otro mundo, más elevado.
Tengo todo el tiempo y lo haré con mucho gusto.
Ya no dudé de su honestidad y buenas intenciones, y continuamos juntos.
Por el camino le hice muchas preguntas, a las que me respondió.
Vi mundos en los que vivían personas que podían vivir allí tranquilamente su felicidad espiritual.
Había edificios y Templos muy hermosos que irradiaban su propia luz, y vi flores y plantas, que desconocíamos en Isis.
Me mostró flores muy hermosas, y me asusté mucho.
Entre todas esas especies de flores vi la mía propia, que me había sido dada desde este mundo.
Me sentí profundamente emocionado por este reencuentro y por la realidad.
Tomé la flor entre las manos mientras me corrían las lágrimas por las mejillas.
Pensé en Dectar y en el acontecimiento de ese día.
Lloraba de felicidad y emoción, de gratitud y alegría, y olvidé brevemente a mi acompañante.
¿Cómo era posible que Dectar olvidara este milagro?
Cuando miré hacia él, me sonrió con amabilidad, como si comprendiera lo que me estaba pasando por la cabeza.
Entonces le hice preguntas, siendo la primera:

—Usted vivió alguna vez en la tierra, pero ¿poseía usted allí toda esta sabiduría, este esplendor y la realidad de esta vida?
—No, mi amigo, allí todos éramos inconscientes.
No obstante, hemos vivido vidas en las que éramos conscientes, pero solo después de morir hemos conocido el gran milagro.
—¿Tiene usted ahora conciencia del nacer y morir en la tierra?
—Sí, somos ahora conscientes de ambas cosas.
—¿Cuál es su deseo en este mundo? ¿Tiene deseos?
—Todos deseamos poder ir más allá y más alto, y que se nos conceda poder alcanzar esos mundos más elevados.
—Eso es maravilloso; ¿y puede alcanzarlos?
—Sin duda, si queremos entraremos pronto en esos mundos, porque estamos de camino, estimado amigo.
Antes, muchos años atrás, vivíamos todos en este mundo y no podíamos seguir más allá.
Ahora estamos allí, y hemos avanzado, pues.
—¿Y están todos preparados? ¿Quieren elevarse más e ir más lejos?
—Nadie se queda atrás, todos están preparados.
—Es una gloria encontrarse con personas conscientes que sepan lo que quieren.
¿Qué cosas hace usted?
—Nosotros servimos, amigo mío, ayudamos a los pobres de espíritu, y quienes desean sabiduría reciben sabiduría vital.
Ayudamos a todo aquel que venga a nosotros y estamos preparados para dar nuestra asistencia.
—Eso es una gloria.
¿Conoce usted su propia existencia? Y ¿conocen todos su propia posesión y la razón por la que son parte de esta vida?
—No solo nos conocemos a nosotros mismos, sino que también sabemos que somos parte de todos esos mundos, y le damos las gracias a “Aquel” que nos dejó ser parte de ellos.
Conocemos las leyes y sabemos cómo fue creado todo y dónde estuvimos antes de que viviéramos nuestra última vida en la tierra.
—¿Está esta sabiduría ya en la tierra?

—No, amigo, en los Templos ya se sabe mucho de nuestras vidas, pero eso no.
De la sabiduría suprema aún no se sabe nada, y quizá usted se la podría dar a la gente.
—¿Es en eso que reside el secreto de que nosotros, los seres humanos, tengamos que vivir en la tierra?
¿El comienzo de toda vida?
—Exactamente, en eso reside y vive el comienzo de toda la vida, así como las leyes que hemos de obedecer.
—¿Fue usted un sabio en la tierra o un sacerdote?
—En mí última vida sabía mucho del sacerdocio, amigo mío, pero era muy pobre, aunque ahora he recibido otra riqueza diferente.
—¿Sabe usted de sus vidas anteriores?
—Por supuesto.
—¿Son conscientes todas esas vidas en usted?
—También eso, amigo mío, y ahora sabemos dónde estuvimos y cómo se completaron esas vidas.
—Es poderoso lo que dice y conoce.
¿Sabe de todas las leyes que han de obedecerse aquí?
—Ya le dije que hemos conocido muchas.
—Pero ¿sabe usted también cómo pueden nacer estas flores en la tierra?
—Sí, eso también lo sabemos.
—Y ¿podría hacer eso usted, si lo deseara?
—Para eso se requieren fuerzas terrenales, o sea, dones, pero es posible.
Me miró, pero sin decir nada, y yo quería seguir porque no quería abusar de su bondad, pero él sintió en lo que estaba pensando y dijo:

—Puedo acompañarlo, amigo mío, el tiempo que yo quiera.
Así que no se preocupe por nada, estoy contento y feliz de poder ayudarlo.
‘Qué modo de vida tan hermoso’, pensé, pero le dije:

—Si quiere, lléveme entonces al primer estadio de todos, cuando aún no había nada.
Me miró con sus ojos radiantes y respondió:

—¿Sería usted capaz, siendo un niño de cuatro años, de llevar a sus padres en los hombros, y así durante horas?
—Le doy las gracias, le estoy muy agradecido por esta sabia lección, esperaré.
—Gracias por su muy aguda comprensión, pero no lo decepcionaré.
Vamos, sígame, si quiere.
Atravesamos otros países y vi que la naturaleza siempre iba cambiando y que había cada vez más luz.

—Todo es milagroso.
No sé cómo agradecérselo.
—Aquí tenemos que quedarnos, no es posible para usted seguir, porque si no su deseo de poseer todo esto en la tierra destruirá su vida interior, y entonces ya no podrá hacer su trabajo.
Pero mire bien, y tome nota de todo, de momento no volverá a ver esto.
Será posible cuando esté preparado más tarde, pero ahora lo trastorna, porque esas fuerzas aún no están en usted (—concluyó).
Miré durante bastante tiempo la tierra que tenía ante mí, y sentí que me estaba cansando.
Esta belleza sobrecogedora me producía fatiga, porque no podía procesarla, y ahora comprendí la explicación.
Me entró un sueño diferente al que conocía de la tierra, y el extraño me dijo:

—Descanse un poco, querido amigo, me quedo aquí velando por usted, aunque no hace falta, aquí nadie lo molestará.
Cuando regrese a la tierra necesitará muchísima fuerza.
Me acosté y no tardé en dormirme.
No sé cuánto tiempo había estado descansando, pero después me sentí en la gloria.
Después de que me hubiera despertado vino el extraño y me preguntó:

—¿Ha descansado?
—Sí, me siento estupendamente.
¿Cuánto tiempo estuve durmiendo?
—Si tengo que seguir ese tiempo según los cálculos terrenales, habrá dormido varios días.
—¿Cómo dice?
—Varios días, amigo mío.
¿Acaso no tenía todo el tiempo?
¿Por qué tantas prisas?
Es mejor que esté aquí que en ese pequeño espacio.
—¿Está al corriente?
—Podemos ver todo, amigo mío.
—¿Sabe usted entonces también cuánto tiempo estuve caminando por las tinieblas?
—Allí también estuvo varios días.
—Pero entonces tendré que apresurarme, me llama mi cuerpo, tengo que volver ahora.
¿Sabe usted también de eso, quiero decir de esa llamada de mi organismo?
—Sé de ella.
Tenga, mi amigo, llévese estas frutas a la tierra, le darán fuerzas.
No solo alimentan al cuerpo, sino sobre todo el alma.
Pero iré con usted, y luego volveré a mis amigos.
¿Nos vamos?
—Por favor, y le estoy muy agradecido.
Regresamos juntos a la tierra.
De camino me aclaró muchas cosas, pero después se despidió.
—Ahora me voy, amigo mío, y usted seguirá, de vuelta a su organismo (—dijo).
Me apretó las manos muy cordialmente, mirándome a los ojos, por lo que me sentí bienaventurado.
Después se disolvió ante mí y me quedé solo.
Aun oí que dijo:

—Aplíquese mucho en la tierra, sacerdote de Isis, es usted sacerdote.
—Le doy las gracias —le dije en voz alta y me apresuré de vuelta a la tierra.
‘Todo esto es milagroso’, pensé, y me sentí muy feliz.
Hendí el espacio a gran velocidad y sintonicé con mi cuerpo.
Después entré en mi celda, había completado un viaje asombroso.
Ahora estaba en posesión de las grandes alas, tenía poder y había aprendido mucho.
Me arrodillé y di gracias a los Dioses por tanta bondad.
Después sintonicé con el tiempo porque quería saber cuánto tiempo llevaba aquí.
Los siete días y noches casi habían transcurrido.
Nada podría haber interferido conmigo, había regresado a la tierra con renovadas fuerzas.
Había conocido las tinieblas y mundos más elevados.
Qué feliz me sentía.
Si tan solo pudiera compartir ahora mi felicidad con Dectar, solo entonces mi vida sería perfecta.
Descendí en mi cuerpo y me desperté.
El cuerpo no había sufrido y tampoco me sentía cansado.
En las manos tenía las frutas; estos productos espirituales habían vuelto conmigo a la tierra.
De nuevo pensé en mi glorioso viaje.
‘Vaya’, pensé, ‘las flores.
Por qué no habré pensado en ellas’.
No me lo pensé ni un segundo, me sumí de inmediato en el sueño y volví a desdoblarme.
Sumirme en el sueño era ahora una posesión mía y podía hacerlo cuando quisiera.
Volví como un rayo a ese mundo.
Fui llenándome los brazos con flores de este edén de paz y serenidad.
Me llevé flores níveas, moradas y de un azul intenso, también de un rosa pálido y de otros muchos colores.
También arranqué unas frutas y me las comí.
Entonces regresé a la tierra.
Quería llevarlas a la tierra, igual que lo habían vivido las frutas conmigo.
Pero sentí que esto tenía que hacerlo de otra manera.
Por eso descendí en mi cuerpo, pero las flores las dejé atrás.
Cuando desperté en mi organismo, vi las flores delante de mí.
Entonces sintonicé con ellas y quería tirar de ellas para llevármelas conscientemente a mi mundo.
Las agarré, me las apreté contra el corazón y volví a la tierra.
Mi concentración era perfecta, se habían materializado y eran mías, aunque nacidas en la tierra.
Inspiré su aroma y ahora me latía el corazón de alegría.
Con las flores bien agarradas entre los brazos me quedé dormido.
No pude saber cuánto había dormido, pero en mi celda había luz.
Las tinieblas habían acabado y se habían disuelto.
Las puertas se abrieron, y ¿quién entró a la celda?
—Dectar, maestro Dectar, ¿viene a buscarme?
Nos miramos a los ojos.
Vi y leí en él profundidad y otro sentimiento.
Me llegó una felicidad indescriptible.
Se me caían por las mejillas lágrimas de alegría y también Dectar lloraba de felicidad.
Cuando pronunció mi nombre y vi sus lágrimas, casi me desplomo.
—Venry, mi amado Venry, qué feliz me siento.
—Dectar, hermano mío.
De nuevo sentía y veía a mi Dectar.
Di gracias a los Dioses de Isis por su gran amor, su tremenda paciencia y autocontrol.
Entonces me dijo:

—Sacerdote de Isis, vengo a buscarlo, a partir de ahora es usted sacerdote y recibirá otra túnica.
Todos estamos muy contentos (—dijo).
Entonces observó mis flores.
Dectar conocía este milagro y me hacía sentir cuánto me quería.
Ahora comprendía a mi amigo.
Dectar había tenido que jugar un juego.
Le di las gracias por toda esa fuerza y su severidad, aunque todavía me faltaba por comprender la razón, aunque me parecía sentirla.
Todavía me dijo:

—Sacerdote de Isis.
A veces hay tiempos que son muy difíciles, pero permiten que se nos manifiesten las leyes.
“Aquel” que manda en el cielo y en la tierra nos da a los seres humanos cosas que cargar, y en eso hemos de estar solos.
Usted ha mostrado ser usted mismo, ha salvado el abismo entre “Vida y Muerte” y es consciente.
Es muy duro cuando una madre tiene que castigar a su propio hijo, porque abre profundas heridas en el corazón materno, pero si es necesario para la conciencia, para el despertar, para que la juventud se torne en vejez, entonces sí sigue ese camino.
De este modo, los sacerdotes de Isis se van conociendo a sí mismos.
Las flores que tiene usted en los brazos representan su sabiduría.
Ha conocido las leyes, no a través de mí, ni de los maestros, sino con sus propias fuerzas.
Todos lo saludamos y lo aceptamos en nuestro seno.
Mi muy amado Venry, no fue mi voluntad la que se hizo, sino la de tu líder espiritual, que dijo que eras sacerdote (—dijo).
Comprendí a Dectar, y también que había podido seguirme y que seguíamos siendo uno.
Había llevado una máscara durante todos esos años, pero por una fuerza increíble había sabido dominarse.
—Ven, querido Venry, los maestros están esperando, ya tendremos ocasión de hablar.
Fuimos al exterior.
Se me acercó el supremo sacerdote, que inclinó la cabeza ante las flores y dijo:

—Le doy la bienvenida entre nosotros.
Sacerdote de Isis, todos nos alegramos de verlo aquí con nosotros (—dijo).
Los ojos centrados en mí echaban fuego, sentía el odio y la envidia cada vez más cerca de mí.
Pero todos me hicieron un lugar, inclinando la cabeza por este poderoso milagro.
Ahora ninguno de ellos era capaz de igualarme.
La fuerza que emanaba de este milagro los obligaba a todos a ser respetuosos.
Aun así habían podido seguirme en las tinieblas y me llevaron a su santuario.
El faraón había enviado a un mensajero para contemplar el milagro.
Según las leyes de Isis debería haber esperado algunos meses más antes de que se me concediera llevar mi túnica.
Pero recibía mi vestimenta ahora, la túnica de color blanco y amarillo con cinturón negro, en señal de que había vencido a la muerte.
Me incliné profundamente ante el supremo sacerdote.
El mensajero del Rey nos invitó a todos a ir a ver al faraón.
Entonces recibí mi señal y las grandes alas.
Había un joven con alas planeando por el espacio y por encima de la pirámide, extendiendo desde allí su sabiduría a quienes vivían en la tierra.
Estas eran las señales de las grandes alas, y ahora las poseía yo.
Entonces sentí que me entraron pensamientos, y quise saber si los maestros sabían algo de mí y Dectar, por lo que le pregunté al supremo sacerdote:

—Maestro elevado, soy muy feliz y le doy las gracias.
Pero mi felicidad no sería completa si no pudiera compartirla con mi maestro que me dio esto tan poderoso y que me convirtió en quien soy ahora.
—¿Qué desea, sacerdote de Isis?
—¿Puedo obsequiar a mi maestro esta flor que vivió y creció entre la vida y la muerte?
¿Y puedo ofrecer esta otra a los Dioses de Isis?
—Es usted un digno discípulo: me impone un total respeto y admiración.
Obséquiele a su maestro esta felicidad, su firme liderazgo engrandece Isis.
Con eso supe bastante y miré a Dectar, y él también me comprendió.
Entonces mi amado amigo se quedó con la flor y yo me acerqué al mensajero del Rey, diciéndole:

—Si se me concede hacer feliz al faraón, he aquí otra flor para su poderosa casa, para él y su consorte.
Me coloqué delante de él, me incliné hacia la tierra, corté en el mundo invisible un cáliz de un negro profundo y se lo entregué.
Vi que todos se arrodillaron.
El enviado temblaba de miedo y emoción por este milagro.
Le dije:

—Diga a su Rey que seguirá viva hasta la noche, después se disolverá.
Y me dirigí al supremo sacerdote:

—Yo, que conozco las leyes entre el cielo y la tierra, me digo ahora a mí mismo que debo irme a descansar.
Me salí del grupo, aunque era consciente de que no debería haberlo hecho, pero un sentimiento que me brotó de pronto me obligó a hacerlo.
Este poder no se conocía en Isis, a ningún sacerdote se le había concedido vivirlo, aunque supieran muchísimo de todos estos milagros.
Dectar me llevó a mi nueva celda.
Cuando nos quedamos solos, me abrazó y ambos lloramos.
—Dectar, oh, mi amado amigo, qué feliz me siento de que todavía seas mi hermano.
Qué agradecido te estoy, Dectar, te tengo un sagrado respeto, eres un gran maestro, un maestro en todo.
Me faltó sagrada seriedad, pero ¿por quién, querido Dectar, y por qué tan de repente?
Ahora mis dones son conscientes, puedo ir a donde quiera, puedo desplazarme ahora en la vida material, y eso gracias a ti, Dectar.
Ahora vivirás milagros, amigo mío, y esta seriedad seguirá estando en mí.
¿También tú tienes las grandes alas, Dectar?
¿Y sin embargo no sabes nada todavía de Myra?
Veo todo, querido amigo, y mi visión es muy nítida.
—Escucha, querido Venry.
Cuando sucedió el primer milagro, fue tu líder espiritual quien me lo encargó.
Oías voces en el espacio, y cuando volví a la tierra me sentí muy impresionado.
Por terrible que me resultara, querido Venry, fue necesario, porque nos habíamos olvidado.
Fue cuando se me partió el corazón.
A Myra no la he visto todavía, pero eso será pronto.
Me siento muy feliz, Venry, ahora volvemos a ser completamente uno, aunque tenemos que seguir teniendo mucho cuidado.
Para mí eres una visión, Venry, un gran milagro.
Ya lo ves, también el faraón está ahora al corriente, fue posible seguirte y sentir tu poder, pero yo he recuperado mis alas, querido Venry, y de eso no saben nada.
Solo tu líder espiritual, Venry, y aquel al que conociste allí.
—¿Crees, Dectar, que era mi líder espiritual?
—No puede ser de otra manera, pero para los maestros es un gran misterio, solo yo lo sé, y se me concedió verte allí.
—Entonces todo está perfecto, Dectar, y podemos empezar nuestro trabajo.
Solo ahora estoy preparado, en todo, Dectar.
¿Estuvo mi líder espiritual también conmigo “en la muerte”, Dectar?
—Allí también, querido amigo, tampoco allí te dejó solo.
—¿Podrás perdonarme todo, Dectar?
—¿Es que hay algo que perdonar, Venry?
Estoy muy feliz de que esto haya terminado, ahora puedo hablar otra vez contigo.
Sin embargo, te seguí en todo, pero tu blindaje era perfecto.
—¿Te blindó tan profundamente mi líder espiritual, Dectar?
—¿Es posible que las personas terrenales se blinden tanto, Venry?
—No, no es posible, así que en todo hay fuerzas.
—Ahora empieza nuestro trabajo, Venry.
—Más tarde verás a Myra, Dectar, y después la “pradera”.
¿Todavía te queda algo de paciencia?
—Por supuesto, esperaré.
—¿Recuperaste las alas por medio de mi líder espiritual?
—Experimentaste la muerte, y en ese tiempo me liberó de sus fuerzas, Venry.
—Es muy hermoso todo, Dectar.
—Pero ahora tienes que descansar, Venry.
Sacerdote de Isis, tiene que dormir.
Ahora dormirá.
Me están volviendo las fuerzas, Venry, también venciste el sueño.
Dectar recibirá ahora sabiduría, y juntos iremos al faraón.
Va a ser glorioso, Venry.
Ya posees las alas más grandes de todas.
Cómo darles las gracias a los Dioses.
Me voy, adiós, Venry (—dijo).
Después de admirar mi nueva celda me acosté.
Pero antes de que me durmiera oí por primera vez que mi líder espiritual me volvía a hablar:

—¿Puede usted, sacerdote de Isis, aceptar mis sencillas felicitaciones?
Ciertamente, estimado Venry, ya sabes actuar y adoptar medidas.
Ahora eres digno de poseer dones, tu juventud murió.
Ahora sirves a los Dioses, de quienes recibiste todos estos dones.
Querido Venry, ¿puedes perdonarme también a mí?
Tuve que tomar esas medias, a tu amigo Dectar le pareció horrible, pero no había más remedio.
¿Ya lo oíste, Venry?
Quienes son pobres espiritualmente ya te están invitando, y de eso te hablé hace unos años.
Ahora ha llegado nuestro momento.
Te recibirán.
Te pido, Venry, que te comportes como un sumo sacerdote.
Eso también lo recibirás pronto.
Muéstrales tus fuerzas, pero ve como el cordero a su madre, rodéate de toda tu sabiduría, aunque sin ocultar su maestría, solo déjales ver tus milagros cuando te lleguen los sentimientos, porque entonces estaré preparado.
Porta la vestimenta de la sencillez y humildad, pero deja que emanen de ti todos tus conocimientos y toda tu fuerza, serenidad y conciencia.
No te olvides, querido Venry, de que él es el faraón y que tú eres un sacerdote.
Si en algún momento te sintieras superado por las consecuencias de todos los milagros, me llamas.
Yo di las alas a tu hermano Dectar y le estoy muy agradecido; tengo un respeto sagrado por su gran ayuda.
Venciste a la muerte, querido Venry.
¿Conoces ahora la muerte?
¿Sentiste mi calor?
A partir de ahora puedes contar conmigo, has de saber que siempre estaré.
No hace falta que me busques, ni que me esperes, pero aun así los milagros solo ocurrirán a través de mí.
Que sepas entonces que somos uno en todo.
Eres un maestro, pero sigue siendo tú mismo.
Deja que se vayan quienes causan una herida tras otra, les llegará su hora, la nuestra es segura.
Les hablarás a todos, Venry, por eso has de saber elegir tus palabras de tal modo que ellos no puedan sondar la profundidad pero sí te comprendan.
En eso te ayudaré.
Me voy, amigo mío, nuestro poderoso trabajo empieza ahora.
Quien te conoció entre la vida y la muerte te saluda.