Mis primeras lecciones en concentración

Después de acostarme empecé a pensar.
Me había quedado claro lo que quiso decir Dectar, y por eso volví en pensamientos al instante en que perdí la conciencia.
Antes que nada me sintonicé con eso e hice la transición al acontecimiento.
Lo que me entró ahora se me hizo de una importancia extraordinaria, porque ya no sentía nada de mi juventud; ya estaba obteniendo la prueba de lo bien que me había blindado Dectar.
No podía haber recibido una ayuda más natural y clara.
Cuando mi concentración pareció perfecta, me sentí preso de un mareo.
Ciertamente, había vuelto a ser uno con este acontecimiento y a conectarme con él.
Quería vivirlo también ahora, pero tendría que seguir consciente.
Porque si hiciera ahora la transición a ese mismo estado y perdía la conciencia, no conseguiría nada, y tampoco se trataba de eso.
Pero si lo conseguía, entonces esa falta de conocimiento, o inconsciencia, la devolvía a la conciencia, y podía dar comienzo mi formación.
Así que continué y vi que me elevaba.
Dectar me estaba esperando.
Entonces me acerqué a él; él me hablaba y yo quería hacerle preguntas.
Pero me asaltó aquel mareo y ya no supe nada más.
Así lo había vivido.
Retuve ese instante.
Fui descendiendo más y más en el acontecimiento y también ahora sentía que me mareaba.
‘Es estupendo’, pensé, ‘mi concentración es perfecta’.
Ahora tenía que intentar seguir consciente.
Se me hacía milagroso esto de revivir algo que pertenecía al pasado.
Estaba conociendo y comprendiendo las leyes espirituales, y las asimilaría.
Pero mientras pensaba, sentía y me concentraba, noté que mi cuerpo material estaba perdiendo fuerzas vitales.
Me puse a pensar, porque quería saber de dónde y a través de qué me entraban esos fenómenos.
Pronto me pareció entenderlo.
Cuando había vivido mi inconsciencia, también había perdido el sentimiento en ese estado.
‘Así que está muy claro’, pensé: ‘si ahora eres de lleno uno con eso, también lo tienes que vivir ahora’.
Pero ahora era consciente e iba a percibir el acontecimiento.
Mientras Dectar me tenía entre sus brazos miraba en el espacio.
Lo que veía yo ahora ya era parte de la inconsciencia, pero ahora estaba consciente.
La mirada de Dectar ocurrió durante mi inconsciencia.
Entonces no lo pude ver, pero ahora estaba viviendo lo que sin embargo había tenido lugar fuera de mi conciencia.
Este curioso fenómeno, el sentimiento de estar conectado de forma clara y natural, y que mi concentración ya parecía perfecta me hacía muy feliz.
Por eso comprendí que estaba siguiendo el buen camino.
Pero ¿qué es la inconsciencia?
¿Tiene fronteras?
¿Qué sucede cuando una persona está inconsciente?
¿Significa algo este quedarse dormido?
Me entraron estas preguntas y no eran mías.
¿Eres tú, Dectar?
¿Eres tú quien hace estas preguntas en mí a través de tus grandes fuerzas y dones?
¿Estás intentando ayudarme de esta forma?
Si es así, amigo mío, nuestro ser uno es perfecto y escucharé.
Quería seguir ahora ese sumirse en las profundidades, que era la inconsciencia.
Y cuando me sintonicé con eso, vi, viví y experimenté que mi alma se desprendía del cuerpo material.
Este proceso se había completado por esa sacudida y por el consumo de fuerzas vitales, y por eso el alma “tenía” que alejarse.
Yo mismo era expulsado de mi organismo.
Entendía de lleno lo curioso y natural que era esto, y me parecía muy asombroso.
Pero ya estaba sintiendo otra cosa.
Ahora que era uno con eso y que estaba conectado con ello, sentía que ahora también mi cuerpo material estaba perdiendo fuerzas.
Si ahora no me esforzaba mucho, volvería a perder conciencia, cayendo en un profundo sueño, lo que allí era y significaba la inconsciencia.
Para comprobarlo elevé el brazo derecho, pero me pesaba tanto ese miembro que volvió a desplomarse a mi lado.
No podía haber hecho una prueba más clara.
Ahora seguía consciente por mi fuerte y clara concentración, sin eso volvería a dormirme de nuevo.
Estaba conociendo las leyes materiales y espirituales.
El alma estaba desprendiéndose del cuerpo material, en este caso por acontecimientos emocionales, y entonces se derrumbaba el cuerpo.
Era un acontecimiento muy profundo y a la vez muy sencillo.
Así se desarrollaría mi interior.
Las personas podían perder el conocimiento en muchas otras situaciones, pero lo que ocurría entonces era como lo había conocido ahora.
Si ahora me dejaba ir del todo, debilitando mi concentración, entonces me quedaba dormido.
Por eso comprendí y sentí que la inconsciencia y el sueño en el fondo eran un solo estado, un solo acontecimiento, como si fueran una sola incidencia.
El sueño significaba el sumirse de forma natural en las profundidades y el desprenderse del alma; con la inconsciencia, sin embargo, ocurre por una sacudida, que no significaba más que consumir fuerza, y eso tenía que ocurrir.
‘Qué asombroso’, me decía, ‘y solo ahora es cuando te estás conociendo’.
Pero ahora ¿qué?
¿Qué venía después?
Mientras me hacía esas preguntas me entraron nuevos sentimientos y entendí de pronto lo interesante, pero a la vez lo profundo que era este acontecimiento.
Mi organismo material me obligaba a escuchar en este momento.
Lo acababa de vivir, porque mi cuerpo quería dormirse ahora.
Pero yo quería seguir a Dectar.
Si ahora me sintonizaba con él, me quedaría dormido.
Así que me encontraba ante un misterio grande y profundo, pero me parecía sentirlo después de que me hubieran entrado pensamientos.
Seguiría a Dectar, pero para eso me dividiría.
Una parte de mí tendría que ir a ver allí, pero la otra tenía que encargarse de que no se me durmiera el cuerpo.
Esos sentimientos acababan de entrarme y entendí lo que se quería decir con eso.
La división de mí mismo era completa, porque lo que veía y vivía lo acepté de inmediato.
Mi división era muy importante y vi nuevos milagros.
Hacía unos instantes había visto a Dectar muy claramente: él y yo íbamos ahora envueltos en una densa emanación.
Porque ahora que percibía con las fuerzas mediadas, también se había debilitado mi vista y el espacio en el que Dectar y yo vivíamos.
Así que eso partía de mí mismo, al haberme dividido vivía con las fuerzas mediadas, lo que se me hacía como un gran milagro.
Ahora continué, porque quería ver lo que sucedía.
Dectar miraba en el espacio.
Cuando volví a percibir, lo oí hablar.
Tampoco sabía nada de eso.
Pero ¿con quién hablaba Dectar?
Me sintonicé con él y oí:
—¿Están los Dioses con nosotros, Ardaty?
Oh, vete a ella y no te preocupes, le enviaré a Venry el mensaje de usted.
Pero diga a su madre que soy feliz.
¿Se me dará ahora todo, Ardaty?
Vuelve ahora sin demora, Ardaty, rápido, usted lo sabe.
Qué curioso, ¿Dectar oía y veía a mi padre?
Pero ¿por qué actuaba Dectar de esa forma tan extraña?
¿Para qué ese regreso tan rápido de mi padre?
¿Para quién?
Entonces vi que Dectar iba subiendo, peldaño a peldaño, en dirección al Templo.
‘Pero ¿por qué este secretismo?’,
volví a preguntarme.
‘¿Compartía mi padre un secreto con Dectar?
¿Estaba al tanto mi madre?
¿Qué le sería dado a él?
¿Quién obligaba a partir a mi padre tan apresuradamente?’.
Hablaban con urgencia.
Dectar hablaba de un modo en que no lo había oído hacerlo antes.
Volví a sintonizarme con él.
Era curioso el comportamiento de Dectar, muy curioso, porque se hablaba a sí mismo, pero oí:
—En mis brazos descansa un muchacho con dones; algún día hará milagros.
Puede sanar, con toda certeza, y seguirme y continuar siguiéndome, pero entonces llegará un momento en que me quede solo.
Entonces seré un muerto en vida.
Venry amará a quien ama y algún día, por sus grandes alas, se sentará a su vera en las nubes y me mirará.
Oh, ojalá se me concediera vivirlo.
Y entonces ya me habrá pasado, tendré que quedarme en la tierra y vivir mi vida en la inconsciencia.
Oh, querido Venry, entonces me menospreciarás, pero soporta entonces que te haga preguntas, porque he de saber cómo es la vida allí donde viven quienes partieron.
Solo eso puede hacerme feliz.
Vete entonces “adentro”, querido Venry, y mira en las cosas que viven allí, pero dime cómo siguen su curso los planetas y las estrellas y por qué no sabemos nada de eso.
Dime todo lo que veas y sientas, he de saberlo.
En mí hay muchos dones y veo detrás de las cosas y con mucha antelación, pero no es nada en comparación con lo que hay en ti.
Entonces oí que Dectar hablaba susurrando para sus adentros, y eso también se me hizo muy extraño.
—Me dirás, querido Venry, por qué la hiena se sacia con el cadáver y por qué hay tantos animales viviendo en un solo animal.
Eso es poderoso, Venry, muy profundo, pero he de saberlo como sea.
Quiero ser como el rey del aire, el animal que es soberano y que domina ese espacio.
Ay, Venry, tengo tanta hambre y sed, pero tú puedes ayudarme.
Se me concedió ver al faraón varias veces e incluso sanarlo; se me concedió entrar a su santuario y posar mis manos encima de su joven corazón.
Se dice que soy un hombre sabio, y sin embargo, Venry, soy muy pobre, ahora que te tengo entre mis brazos.
Qué grandes son tus dones.
Tienes que contarme de ellos, porque quiero ser feliz en esa vida.
Quiero conocer toda esa sabiduría.
Algún día, mi amado Venry, me sobrepasarás a toda velocidad y ya no podrá seguirte Dectar.
Entonces verás las profundidades y la irradiación de todas las vidas en que viví.
Entonces pondrás a raya a los demonios, lo que esté poseído quedará lejos de ti, serás dueño del espacio y habrás recibido las alas más grandes de todas.
Puedo vencer a los demonios, Venry, pero, ay, me cuesta tanto esfuerzo.
Si me enseñas, te juro que te seguiré, pero entonces tienes que enseñarme todo lo que los sabios tienen por decir allí.
En mí hay un solo gran deseo, Venry, y quizá me ayudarás también con eso.
Recibirás mucho de ese reino para el Faraón y serás recompensado e incluso recibirás amor, así como aceites y maravillosas hierbas aromáticas que solo conoce y posee el faraón.
Se te abrirán las puertas de sus santuarios; reinarás y dominarás en el Templo de Isis y todo crecerá y florecerá, para mayor gloria de todos nosotros y de quienes vengan después (—dijo).
Vi que Dectar estaba acercándose a la entrada, pero a la vez sentí que también él se había dividido.
Dectar, ¿por qué te divides?
¿Por qué quería ocultarse?
Nadie podía oírlo hablar y sin embargo había miedo en él de que así ocurriera.
Miedo, pero ¿de quién?
Sentía yo su miedo muy claramente en mí; ahora ya no me hacía falta dudar de la claridad de mi propia sintonización.
En el momento en que se acercó a la entrada se abrieron las puertas y entró conmigo.
Pasamos por las salas, que reconocí, y me portó hacia dentro.
Me depositó, se arrodilló junto a mi lecho de reposo y rezó como sabe rezar y suplicar un suplicante a un poder que es muy superior a él.
Después me puso ambas manos suyas en la frente y empecé a sentir también eso.
Descendí entonces a mucha profundidad en mí mismo.
La gran fuerza de Dectar me sacó de esa inconsciencia, devolviéndome al sueño natural.
Este regreso lo viví ahora en plena conciencia y me pareció milagroso.
La inconsciencia era más profunda que el sueño natural.
Entonces me vi despertar y estaba él junto a mi lecho de reposo, hablándome del recado de mi padre.
Ahora que había llegado yo hasta aquí, me pregunté: ‘¿Quién eres, Venry?
¿Quién eres para que un maestro de la concentración y de la firme voluntad te esté suplicando?
Dectar me ve como un maestro.
¿Hay fuerzas mágicas en mí?’.
Volví a pronunciar mi propio nombre.
¡Venry!
¡Venry!
El poder y el efecto mágico de esos sonidos me provocaron un estremecimiento y temblor cuando pronuncié mi nombre como lo había hecho Dectar.
Me brotó un sentimiento profundo y horrible, y fue aún más profundo que el miedo del que había sido preso, y que me había llegado de él.
Esto tenía que ver con un asesinato y destrucción.
¿Venían del espacio estos sentimientos?
¿O eran sentimientos que venían de mí mismo?
Me sintonicé con algo diferente, pero aun así mantenía cautivo todo mi ser.
Entendí que algún día conseguiría mucho si esos sentimientos eran míos; pero ahora todavía no lo entendía para nada.
Dectar, sin embargo, veía más y sentía fuerzas; en mí veía dones, y quería poseerlos.
Para él significaba la sabiduría suprema y pertenecía a ese otro mundo.
Ya sentía que me estaba entrando un mundo asombroso.
Y eso que solo llevaba unos días aquí; había dormido más que vivido conscientemente.
Ya había conocido ahora el sueño y además había asimilado concentración.
Ahora entendía del todo a Dectar.
Pero en el alma humana había altibajos, que significaban fuerzas y sentimientos.
Pero esas alturas y profundidades eran los sucesos a los que uno se veía sometido en la vida cotidiana.
Las experimentaba el ser interior, y eso era el alma, o el espíritu.
Yo ya había alcanzado el punto de poder diferenciar ambos cuerpos gracias a mi modo preciso y atento de pensar y de sentir.
Para mí se trababa ahora de volver a vivir todos esos sucesos, de pensarlos y sentirlos a fondo, y de conservar la conciencia de los mismos.
Era solo entonces cuando en el fondo los había vivido por primera vez, quizá aprendiendo de ellos, y esa escuela se convertía en la sabiduría del alma, a la que en la tierra se le había dado un nombre, que era “yo” y que se llamaba Venry.
Me asombraba ya poder pensar y sentir con tanta claridad, pero entendía que se me estaba ayudando.
Ahora que me sintonizaba con Dectar me llegaban esos sentimientos, y era como si caminara a mi lado y ahora también estuviera ocurriendo.
Si yo regresaba a mí mismo entonces Dectar se alejaba y volvía a sentirme solo.
Conocí un sinfín de fuerzas incomprensibles y ahora entendí la frase de Dectar de que las personas no sabían pensar, aunque creyeran estar completamente despiertas.
¿Quién pensaba de esta manera?
Y solo así era como uno llegaba a vivir por fin de forma natural.
Para eso recurriría a mis fuerzas y seguiría avanzando.
Concentrando la voluntad ya había conseguido poder dividirme, lo que no solo era muy interesante, sino también muy instructivo, y por lo que fui conociendo mi vida interior.
Solo ahora empecé a sentir bien qué era el hombre material y cómo funcionaba este ser humano.
La vida interior, que es el alma, podía dividirse a sí misma.
Lo acababa de vivir.
Me pareció extraordinaria esa división de mí mismo, porque aun así conservaba la conciencia, dado que tenía lugar por medio de la fuerza de voluntad y la concentración.
Me entró entonces el sentimiento de que era justo con esto con lo que tenía que seguir y que tenía que sentir claramente mi propia división para poder dividirme cuando fuera posible y necesario.
No entendía de dónde venían estos sentimientos.
Me entraban, y no de lejos, ni tampoco desde donde me llegaban los sentimientos de Dectar.
Estos pensamientos nuevos que me entraban me llegaban desde el espacio.
Y de eso era consciente, así de claramente sentía lo que me entraba.
Por eso miraba hacia arriba, pero no podía percibir nada especial.
Y, sin embargo, con esos sentimientos sentía un calor encima de mi cabeza, una suave y gloriosa irradiación que se me hacía placentera.
Vivía cosas curiosas.
Qué profundo es el hombre, qué curiosa es la composición de estas dos personas: una es invisible y la otra representa el cuerpo material, siendo esta última el hombre verdadero para la tierra.
Dectar me había dejado dormir.
Pero ¿qué ocurría ahora durante mi sueño?
Me dijo que yo estaba completamente vacío y que tenía que recuperarme, porque aquel salto había consumido todas las fuerzas materiales.
Lo entendí completamente.
Pero ¿ese sueño?
¿Qué ocurrió con mi alma durante esos siete días y noches?
También quería saber y conocer eso, y continuaría con ello.
Salté de mi cama e intenté volver a verme.
Me coloqué en una esquina de mi celda y sintonicé con eso.
Sí, ciertamente, allí tenía a Dectar arrodillado ante mí, suplicando posesiones interiores.
Pero me encontraba dormido.
Entonces colocó sus manos en mi frente, y terminó por marcharse.
Así seguí mi propia vida y sentí que para ello no era necesario dividirme, porque iba a ver yo solo, de la manera en que lo había hecho unos días atrás.
Era exactamente como antes cuando podía ver detrás de las cosas.
Pero ahora veía a pleno rendimiento y me sentía muy tranquilo.
Pero había más cosas que tenían mi total interés.
Volví a sentir esa cálida irradiación encima de la cabeza, pero lo curioso de ello eran los pensamientos y sentimientos que le siguieron.
Estos pensamientos me venían del espacio y no eran de Dectar; los sentimientos también eran diferentes y pude distinguirlos de los otros.
Me resultaba una señal clara y me propuse fijarme en ellos a conciencia: quizá me ayudaría.
Si aquellos pensamientos eran los de un ser invisible, entonces es que este poseía serenidad, porque ese calor me hacía sentirme muy sereno y feliz.
De esta fuerza partía algo que podría llamarse protección, llevaba aparejado algo así.
Esa fuerza quería, además, que yo empezara a ver y me sintonicé con mí mismo.
Lo que percibí era increíble.
Me vi como alma y esa alma empezaba a verse ahora a sí misma.
Mi alma vivía en una densa emanación, lo que me parecía muy curioso.
Dectar acababa de irse y cayó la noche.
Pero yo seguí la noche y no pasó nada reseñable.
Después fue amaneciendo; por la mañana entró Dectar a mi celda y me humedeció los labios.
Se quedó esperando un tiempo y luego me administró algo; entendí por qué lo hizo.
Me daría fuerzas y evitaría que me debilitara.
De nuevo se fue; volvió por la tarde y se repitió lo que yo había percibido.
Estaban velando por mí, porque Dectar cuidaba de mi cuerpo como lo habría hecho mi madre.
Por la noche regresó a donde me encontraba.
Después de que me hubiera dado de comer, se colocó a mis pies y se puso a hacer algo.
Dectar iba a ver y pude seguir lo que percibía.
Se le fue la luz natural de los ojos, algo que yo ya había percibido en el pasado.
‘¿Qué ves, Dectar?’, me preguntaba.
‘¿Qué quieres ver en mí?’.
Buscaba algo, porque estaba escrutando la vida de mi alma.
Sentí entonces que tocaba mi vida interior y que descendía a mi alma para verla.
Dectar contemplaba en la vida de otro, y ese otro era yo.
Pero de pronto empecé a sentir a Dectar.
Por el calor que me radiaba obtuve un profundo contacto y lo seguí en su pensamiento y sentimiento.
Yo también descendí en mí mismo y quise ver lo que él estaba haciendo allí en mi interior.
Me entró un sentimiento de codicia que me impactó muy fuerte, porque tocaba mi plena conciencia, y entendí el significado.
Dectar buscaba tesoros espirituales, como un avaro que recuenta su oro y plata, y que persigue tesoros terrenales.
Pero se abalanzaba sobre mi alma como un glotón.
Descerrajó las cerraduras de la morada de mi alma, destrozando las puertas que le cortaban el acceso, que solo yo podía abrir, y entró a donde habita mi alma: a lo más profundo y sagrado de todo ser humano.
Dectar se metió dentro de mí, pero sin que fuera requerido, como un ladrón en la noche.
‘Dectar, Dectar, ¿qué buscas en mi alma?
¿Por qué descerrajas las puertas de la morada de mi alma?
Ni los Dioses harían eso, porque es mía, es mi propio cuerpo y la vida interior me pertenece a mí.
Dectar, ¿quiere decir eso que estás velando por mí?
¿Es ese el amor que quieres brindarme?
¿Y significa eso que quieres ser un padre y una madre para mí?’.
No dejé de seguir a Dectar y volví a sentir el fulgor de ese glorioso calor sobre mi cabeza.
Ese calor incrementaba mi ver y sentir; ese calor quería que percibiera con claridad.
Me sentía muy agradecido por ello, aunque todavía no entendía si estos rayos emitidos conscientemente procedían de un ser humano.
Descubrí en Dectar a un ladrón espiritual.
Intentó registrar todos los rincones de la morada de mi alma.
Lo que allí ya estaba ordenado y colocado con esmero lo apartó con rudeza para mirar en el lugar donde estaba la pieza: ese era el rigor con que registraba cada rincón.
Lo que esto significaba para mi cuerpo material lo pude percibir ahora claramente.
Todos esos pensamientos y sentimientos brutos trastornaban mi sosiego.
Mi cuerpo material se sacudía intensamente y vi forzándome hacia la izquierda y derecha, y que continuamente daba vueltas sin hallar descanso, aunque entonces no fui consciente de ello.
Pero eso era por Dectar: mi alma, “yo mismo” estaba siendo trastornado.
Dectar no paraba de buscar, pero ¿qué?
Pensando en ello volví a sentir aquel calor, y con él otros pensamientos.
Había dejado de seguir a Dectar, porque había sintonizado con sus quehaceres.
Ahora descendería en su interior para sentir y ver lo que buscaba en la vida de mi alma.
Pero lo oí decir:

—¿Eres tú o no eres tú?
Tengo que saberlo.
Siguió su búsqueda y seguía mi vida interior.
Por fin entendí lo que quería.
Dectar intentaba ver en mí “vidas”, que yo había vivido, y estaba buscando una de ellas en mí.
‘¿Eres tú o no eres tú?’ ¿Y soy yo, Dectar?
¿Estaría pensando en encontrar en mí a otra personalidad ajena a mí mismo?
¿A quién estaba buscando y qué sería lo que realmente quería saber?
De pronto volvió en sí, olvidándose de cerrar las puertas de mi alma, y, como un ladrón que es sorprendido, se recompuso.
Después de unos instantes él también se había rehecho del todo.
Pero entonces volvió a alzar la mirada, hacia la izquierda y derecha, esperó de nuevo un instante y se sintió otra vez tranquilo.
¿Qué temes, Dectar?
Te veo tiritando y temblando de miedo.
Te ha entrado miedo.
¿Por qué, amigo mío, maestro Dectar, eres un ladrón espiritual?
¿Tengo que protegerme de ti?
Como un animal hambriento te deslizas a hurtadillas en mi alma y trastornas su serenidad.
¿Y tú me dices que esté tranquilo, muy tranquilo, Venry?
Tranquilidad, ante todo, y pensar y sentir; pensar profundamente, muy profundamente.
¿Eres un farsante, Dectar?
Si he de aceptar eso, qué profunda será entonces la herida en mi alma.
Ya estoy tiritando y temblando de lo que se me ha concedido percibir.
Se había recuperado del todo y se fue.
Continué siguiéndome, se acercaba la noche.
Me había llegado otra fuerza que entró a mi celda.
Esa fuerza era como una sombra, y también esta descendió a mi interior; volví a vivir ese hurgar en la vida de mi alma, pero ahora con aún más violencia y prisas que antes.
¿Era Dectar de nuevo?
¿Habría salido astralmente de su organismo, como lo vivía yo antes?
Porque ahora yo ya podía pensar con más profundidad, y pensé en eso.
¿Pertenecería la sombra a Dectar y sería parte de él?
Me hacía preguntas a mí mismo, porque ahora no lograba percibir con claridad.
Pero esta sombra quería abrir mi alma, abrirla ya del todo ahora, lo que en realidad requería años.
Buscaba y registraba mi alma como un fantasma.
Entonces conocí algo curioso y misterioso.
Seguí la sombra, pero ya no lograba verme tan bien y entendí que aquí había una división de una persona que quería saber algo, como yo mismo también había vivido.
Esta sombra procedía, sin duda, de un ser humano, que se dividía a sí mismo mediante la concentración, buscando descubrir algo sobre los demás.
No lograba sentir si era Dectar, pero entendí que esta fuerza no me estaba permitiendo descender como lo había podido hacer con él.
Pareciera que esta sombra estuviera vacía; la vida vinculada a ella se había protegido a sí misma.
Si no me equivocaba en mis sentimientos, esta sombra era la de un sacerdote sabio, en todo caso la de un ser humano que sabía lo que podía hacer, y que además poseía dones para poder salirse de su propia vestidura material.
Ahora me era imposible conseguir nada en mis pensamientos, sentimientos y profunda concentración, ni prácticamente ver nada; esta vida me superaba en fuerza y quizá era un maestro haciéndolo.
Después de que me hubiera registrado por dentro durante bastante tiempo, la sombra desapareció igual que había aparecido.
Quise saber más de esto y sintonicé con Dectar.
Pero Dectar y esta sombra eran dos seres separados; los claros sentimientos que me entraban ahora lo confirmaban plenamente.
Mi serenidad interior sería presa de una desagradable sensación si ahora no seguía siendo yo mismo.
Entonces empecé a hacer más preguntas.
¿Está el aprendiz de sacerdote continuamente controlado?
¿Por qué tanto misterio?
¿Había sido esta la sombra de un sumo sacerdote y se le seguía a uno en el espíritu?
No dudaba de las fuerzas interiores que poseía este ser: acababa de recibir una convincente prueba.
Pero me infundía miedo.
Pasó la noche y por la mañana Dectar entró a mi celda.
Me despertó a medias, porque me quedé adormilado, siguiendo el empuje natural y quedándome otra vez dormido en mi lecho de reposo.
Me hizo hacer cosas, medio dormido, que pertenecían a la conciencia, pero entendí que era necesario.
Mientras dormía yo allí tranquilamente, él me seguía y sentí que se había recuperado.
Dectar me enviaba ahora todo su amor y se arrepentía de lo que había hecho.
Me pidió perdón, pero yo ya le había perdonado todo.
Su manera de actuar, sin embargo, me extrañó mucho.
Después de un breve tiempo se fue y volví a estar solo.
Volví a ver en alguna ocasión otras sombras que me miraban, pero por lo demás no pasó nada especial.
Suponía que eran los maestros, pero no estaba seguro.
Llegó el momento en que desperté y vi a Dectar a mi lado.
Seguí entonces lo que habíamos comentado y los demás acontecimientos, entre ellos mi primer paseo con Dectar.
Entonces terminé con mi primera revivencia de todas.
Después salí de mi rincón y quise descansar un poco más.
Pero tras un breve descanso entró Dectar a mi celda.
Como un niño pequeño me susurró:

—Venry, no pienses en nada, por favor.
En nada, solo en tu revivencia y aquello que tenga que ver con tu propia vida.
No en aquello otro, solo en tu presencia aquí y lo que tenga que ver con tu sacerdocio, ¿de acuerdo?
¿Me sientes, Venry?
Le hice sentir que lo comprendía, pero no me era posible comprenderlo del todo.
Tenía delante de mí un profundo misterio.
No entendía su afectación infantil, tal como se estaba presentando.
Pero me tomó de ambas manos, lanzándome una mirada profunda, y vi que le corrían lágrimas por las mejillas.
Me dijo en pensamientos, tal como yo hubiera querido hablar con él tiempo atrás:

—¿Podrás perdonarme, Venry?
Naturalmente, lo sabrás todo, todo, pero más tarde.
Mi sorpresa fue máxima cuando prosiguió diciendo:

—Ya lo ves, estimado Venry, todo va bien.
Estaba convencido de que ibas a seguir por el buen camino.
Es estupendo, incluso muy claro, y has podido sentirme, ¿no es así, Venry?
Cuando le quise ofrecer una respuesta, me desconcertó diciéndome:

—¿No te seguí tranquilamente?
Sé lo que vivió mi discípulo.
¿No te llevé con todo mi amor hasta este entorno?
¿No fue perfecta mi vigilancia durante tu sueño?
Solo había serenidad y silencio, Venry, mientras dormías.
Dectar me miró y vio lo asustado que estaba, pero prosiguió sin inmutarse y dijo:

—Ciertamente, podría haber venido numerosas veces, pero me parecía tenerte bastante vigilado, Venry, y te controlaba el sueño, pero era muy profundo.
Te estuve velando día y noche, como quizá habría hecho tu propia madre.
Por aquí acechaba un peligro y Dectar quería evitarlo.
Era probable que supiera muchísimo de esto, yo no entendía nada.
Su excelente disfraz, el amor que me enviaba y su actitud infantil me llevaron a un estado de entrega total, y lo aceptaba como mi maestro.
Dectar me había seguido, sin embargo, y había sondado y sentido mi alma, y dijo:

—Intachable, amigo mío, muy bien, así conseguiremos rápidos progresos.
Pero continuó, aunque también ahora con una muy diferente túnica de personalidad:

—Ya lo ves, Venry, soy tu maestro, pero también tu discípulo.
Con esto estás irrevocablemente listo, no olvidaste nada y estoy muy satisfecho.
Cuando hayas visto todas tus vidas anteriores, ya no seré necesario.
Me miró y entendió mis sentimientos.
Yo también sentía ahora lo que quería decir con eso, pero dijo:

—Entonces podemos empezar con nuestro trabajo, Venry, y será plena tu contemplación interior.
Esperó un instante antes de hablar, como si quisiera darme tiempo para reflexionar, pero también como una persona muy diferente:

—No puedo transitar por ese camino, Venry, porque el mío pasa por baches, altos y bajos, por lo que necesito tiempo para poder alcanzar eso.
Pero tengo que saberlo, porque está volviéndome loco.
Me enloquece el deseo, Venry, y quiero verla a “ella”, porque vive en mí.
Está convirtiéndome en quien soy ahora.
Sígueme, estimado Venry, desciende en mí, tienes abiertas las puertas de mi alma, “ve adentro”, Venry.
Quiero sentir un amor que me lleve, que me dé todo.
Quiero verla, ahora, en esta vida.
¿Cómo tengo que acercarme a ella, Venry, ahora que mi ala está paralizada?
Y el espacio es grande, Venry.
¿No sucumbiré entonces?
Volvió a susurrarme:

—¿Puedes perdonarme, Venry?
Crees que estoy diciendo disparates, pero lo juro por los Dioses, soy un infeliz, Dectar está paralizado.
Pero hay peligro, Venry.
Miraba hacia los lados y hacia arriba, pero siguió hablando.
Se me hizo patente que aquí había un peligro que yo ya llegaría a conocer.
Entonces me ocurrió de improviso algo incomprensible y mi boca le dijo: