Posesión

Cierto día había ido con unos muchachos a bañarme al Nilo.
Nos quedamos jugando en el agua toda la tarde, hasta la puesta del sol.
Después volvimos a casa y me vi sometido a muchas preguntas por parte de mis padres, a quienes respondí.
Tras la cena fueron a dar un paseo por los jardines.
Cuando volvieron me metieron en la cama, pero en el mismo instante sentí que me envolvía algo extraño, después de lo cual me cayó encima un intenso sueño, y ya no supe nada más.
Poco después, cuando todo estaba en calma, acepté mi viaje hacia ese otro mundo.
No tardé en alejarme mucho de mi cuerpo material y en volver a planear en ese imponente espacio.
El cuerpo yaciente, profundamente dormido, descansaba, pero yo mismo vivía plenamente consciente en otro mundo.
Me encontré con mucha otra gente que tenía alas, como yo.
Los oía hablar e incluso me sonreían, lo que me hizo bien y me puso feliz, pero seguían otro camino.
Cuando me desdoblaba de mi cuerpo material y hacía viajes, me sentía como un ser adulto debido a que me entraba una conciencia más elevada que me permitía pensar y sentir como los adultos.
Mi edad infantil se disolvía por completo.
Entendí de lleno lo natural que era eso, pero también estaba convencido de la posibilidad; era milagroso.
Pero aún desconocía por qué de pronto aceptaba o recibía ese estado adulto.
En mi cuerpo terrenal, en el que todavía era un niño, a veces también me asaltaba esa fuerza que se me imponía como vejez y conciencia adulta; fui conociéndola y significaba una personalidad.
Mientras iba planeando así, sentí de improviso que se me acercaba algo horrible por detrás, y cuando me giré vi a un ser humano que me dijo:

—¡Hola, Venry!
Inmediatamente pregunté:

—¿Me conoce? ¿Quién es usted?
—Soy tu amigo, Venry, te conozco desde hace mucho.
—¿De qué me conoce?
—De este mundo, del mundo en que vives, y de antes.
Lo miré, pero sentí que me estaba engañando y respondí:

—Lo odio, porque está mintiendo.
¡Lo odio a usted y sus pensamientos!
Me convierte usted en un niño antinatural.
Tardé en entender el extraño fenómeno que estaba viviendo, pero leí ese saber en su alma y su ser.
Pero eso no lo trastornó en lo más mínimo.
—¿No te parece una gloria, Venry, poder pensar y sentir como un adulto?
Vamos, Venry, no te enfades conmigo, porque te doy fuerza para comprender muchísimas cosas que tú mismo no puedes comprender.
No debes hablarme de esta manera, estás siendo muy desagradecido.
Cuando me habló vi el significado de todo su ser y el objetivo de su llegada.
Ante mí fue pasando una escena tras otra y vi lo que quería de mí.
En ese instante vi quién era: vi que había sido sacerdote y que amaba a mi madre, pero que quería poseer ese amor desde su mundo, por la fuerza si fuera necesario; pero intentaba conseguirlo a través de mí.
Sentí más cosas en él, pero permanecieron invisibles para mí.
Entonces vi a mis padres.
Mi madre había sido sacerdotisa.
A través de él llegué a mis padres, pero los rodeaba una densa emanación.
Esta escondía un gran secreto que yo sentía claramente.
Pero no podía atravesarla con la mirada.
Vi a tres personas en esta densa emanación.
Al parecer, él lo sintió, y sonrió.
El hombre que se me había acercado tenía que ver con mis padres.
Los había conocido como sacerdote, había amado a mi madre, pero había sido un amor no correspondido.
Mi madre lo despreciaba.
En mi padre había encontrado y recibido ella a un buen esposo, honesto.
Pero esta terrible persona que se había acercado a mí, bajo cuya influencia y voluntad me encontraba ya desde hacía bastante tiempo, que me convertía en quien era ahora en la tierra, quería destruir la felicidad de mis padres desde este mundo.
Todo esto lo veía, y muy claramente, pero esta persona me inspiraba repugnancia y odio, y quería que se fuera.
Me llegó el sonido de su risotada llena de escarnio.
—Ya ves, Venry, que me parece bien que lo sepas todo de mí.
Los dones que posees los debería haber tenido yo en la tierra, porque entonces, créeme, todo habría sido diferente.
Entonces no se me habrían adelantado y todavía viviría allí.
Quizá se me habría concedido poder abrazar a quien es tu madre y habría vivido yo las caricias que recibe tu padre.
Cuando habló de mi padre profirió unas risotadas satánicas que me lastimaron.
—¿Por qué se mofa de mi padre?

Ignoró mi pregunta y prosiguió:
—Pero romperé esos corazones; tu padre ya pagará por haberme engañado, porque aquí soy tan libre como un pájaro volando.
Y ya ves, Venry, que sé encontrarte e incluso alcanzarte, que además puedo hacer lo que quiera.
Lo maldije y me quedé mirando a esta terrible persona.
Lo reté con la mirada y sentí que no podía hacerme nada; había otra fuerza en este espacio que velaba por mí, más fuerte que él, aunque ahora pudiera alcanzarme.
Todo esto lo tenía que vivir.
Quizá este acontecimiento tuviera un gran significado.
Recé y esperé en silencio que se me ayudara y clamé por mi padre.
Lo sintió, y lo que ocurrió conmigo entonces fue tan tremendo y horrible que me vi enviado tan rápido como un rayo a mi cuerpo material.
Tan veloz como una estrella volando por el espacio volví a desplomarme en mi cuerpo, donde desperté.
Mis padres estaban junto a la cama cuando abrí los ojos.
Sentía latir el corazón en la garganta y tenía el cuerpo estremecido y temblando, espantado.
Sentí una profunda compasión por mis padres, pero poco después ya no quedaba nada de ella en mí.
Era yo mismo y no lo era; me sentía a la vez fuera y dentro de mi propio cuerpo.
Jamás había vivido algo semejante.
Aun así, podía percibirlo todo y miraba mi propio cuerpo, viendo que mis ojos buscaban los de mi padre, y al parecer era incapaz de resistirse a los míos.
Me encontraba viviendo ahora en un estado inexplicable.
Nos quedamos mirándonos, pero mi madre estaba pendiente de lo que ocurría.
Vi que mi rostro era como una máscara.
Mi propio rostro parecía haberse disuelto parcialmente.
Estaba experimentando otra voluntad, ajena, que poseía una tremenda fuerza.
Esta fuerza quería que odiara a mi padre y lo sometiera a mi voluntad.
Si me entregara dócilmente —porque me resistía mucho—, esa fuerza me manejaría a su antojo y podría alcanzar a mi padre.
Así que era consciente de todas esas fuerzas, pero seguía sintiéndome a mí mismo.
Mi madre sintió esta terrible lucha y se desplomó.
Mi padre se la llevó en brazos y luego regresó a donde estaba yo.
Agarró una tela, la mojó y me envolvió en ella.
No entendí por qué lo hizo, pero sentí que se había preparado para este acontecimiento y que el sacerdote lo había avisado.
Lo oí hablar, pero a esa otra persona que estaba en mí:
—¡Usted, granuja, ladrón de felicidad, desvalijador de fuerzas vitales, usted que mancilla el sacerdocio, alma tenebrosa, demonio, salga de este niño, salga de él, o llamo a Dios!
Yo, que también lo estaba viviendo todo, experimenté sus imprecaciones y maldiciones, pero solo en parte.
Lo estaba presenciando y a la vez estaba tan lejos, pero aun así oía hablar a mi padre cerca de mí.
A la persona con quien había hablado en el espacio y cuya vida había conocido, a aquel que parecía poseer las fuerzas que mis padres desconocían, a él no lo veía ahora, y sin embargo estaba presente aquí.
Terminó el día en la tierra; había vuelto a hacerse de noche.
Mientras mi padre volvía a decir maldiciones, por lo que vi confirmada mi certeza de que él conocía a esa persona, atravesé las paredes hacia la habitación de mis padres.
Por lo visto, mi madre había estado descansando todo ese tiempo.
Vi que recuperaba la conciencia y que se levantó de la cama para rezar.
La veía desde las alturas de ese otro mundo y sentí lo sensible que era.
Después se alejó y fue hacia mi padre.
Este, entretanto, había cesado sus imprecaciones y me acerqué a los dos.
Descendí en mi madre, pero sintió su corazón latiéndole tan fuerte que fue presa de temblores y convulsiones, por lo que clamó por ayuda, desplomándose otra vez.
En mi mundo me asusté del acontecimiento y una profunda compasión me atrajo entonces a mi propio cuerpo.
Mi padre volvió a llevársela.
Oí entonces unas risas horribles y una voz demoniaca que decía imprecaciones, que solo yo podía oír, pero que estaban dirigidas a mi padre.
Pero él no las oyó.
Entonces oí decir —y esa voz penetró profundamente en la vida de mi alma— “Volveré, regresaré porque no desistiré.
Ella me pertenece, Ardaty, solo a mí”.
Volví a oír sus risas demoniacas, pero también este sonido fue desvaneciéndose, y me sumí en un sueño profundo y natural.
Poco después, sin embargo, mi alma volvió a liberarse de la vestidura terrenal, y me desplacé.
Oí decir a mi padre:
—Venry está ahora bien dormido.
Ahora iré a ver a Dectar para contárselo todo.
Puedes irte a dormir; yo me quedaré todavía con nuestro Venry.
Reza por él, Madre, tu fervorosa oración lo ha liberado ahora.
Mi madre estaba otra vez consciente, pero abandoné mi cuerpo y este entorno, y me fui planeando hacia otro que me era familiar.
Era como si me estuvieran llamando.
Me vi desplazado en el silencio y sobre un hermoso pasto verde, y en un entorno precioso, me encontré con Lyra.
‘Ciertamente’, pensé, ‘Lyra me ha llamado’.
Al verme se levantó de golpe y me saludó.
Desde lejos ya exclamó:

—¡Hola, mi querido Venry! Ya lo ves: cuando estamos en apuros, otra fuerza nos junta.
Hace unos instantes estabas en manos diabólicas.
—¿Por quién lo supiste?
—Lo sé por “él”, Venry, que me ayuda y que a ti también te ayudará.
Nos une un vínculo espiritual y nos mantendrá vinculados aún bastante tiempo; pero entonces nuestros caminos se separarán, dice él, y ahora veo y sé lo que alguna vez hicimos.
—¿De quién recibes esta verdad y quién es él?
—De la misma manera que tú.
—¿Y ves a esa persona, Lyra?
—No, verlo no puedo, pero basta con que suplique y lo llame para que venga.
—¿Es un hombre?
—Creo que sí, Venry, y buena persona, dice que es mi líder espiritual.
—¿Puedes confiar en eso?
—Sí, claro, porque viene a buscarme en mis sueños.
Entonces salgo de mi cuerpo, como lo vives tú, y voy por este espacio.
En este lugar me dio a conocer las flores, los colores y este entorno.
A través de él supe que hay otro mundo en el que viven personas y que todas ellas han muerto en la tierra.
Desconozco dónde están todas ellas, porque aún no me he encontrado con ninguna.
Y sin embargo aquí hay muchísimas.
Quizá no me esté permitido verlas todavía.
—Ah —dije—, yo he visto a muchísimas personas.
Pero, dime, Lyra, ¿cómo me conoces tan bien?
—A través de “él” sé que una vez fuiste mi maestro, pero también mi amado.
Eres mío y me perteneces para la eternidad.
Sé, estimado Venry, que una vez nos pertenecimos.
—¿Todo eso lo sabes por él?
—Cuando estoy fuera de mi cuerpo eso me entra sin más.
—Pero ¿eres entonces mayor o joven?
—Muy mayor, Venry.
En nuestros cuerpos ambos somos muy jóvenes, pero esa sabiduría brota de la profundidad de nuestro interior, y aun así todavía somos niños.
Quien no es capaz de vivir esto, Venry, ni siquiera lo cree.
Cuando sigo estos sentimientos, entonces alguna vez fui tu esposa.
Entonces nos separaron por la fuerza, fuimos torturados y nos maldijeron, pero nosotros también hemos matado a otros.
No puedo decir ni tengo claro si es su deseo que ahora nos volvamos a ver.
Tampoco si volveremos a recibir este amor.
Pero en mí sí hay un sentimiento, querido Venry, que me dice que volveremos a vernos.
Recibiremos el mayor amor de todos, el anhelado por nuestros corazones.
Será tan grandioso como la profundidad del espacio en que ahora estamos.
—¿Pudiste hacer más preguntas, Lyra?
—Sí, Venry.
Le pregunté por qué me llevaba a ti.
—¿Y cuál fue su respuesta?
—Me dijo: “Soy tu guía y seguiré siéndolo por el momento.
Has de saber, Lyra, que conozco a ambos.
Velo y seguiré velando.
El hombre con el que te encontrarás se hará sacerdote y tú serás sacerdotisa.
Ambos son uno y seguirán siéndolo.
Más no te puedo decir todavía.
No te puede suceder ningún mal, ni a él, querida Lyra; no lo olvides nunca”.
Todo esto lo llegué a saber, Venry.
Ahora sé que pronto te harás sacerdote, pero yo también me encamino al sacerdocio, y le preguntaré si podremos volver a vernos.
Dice expresamente que no lo conseguiremos sin su ayuda, pero que los Dioses nos son favorables.
—¿Habrá otras personas con estos dones, Lyra?
—No lo sé, Venry.
Pero ahora siento que tendremos que volver a nuestros cuerpos en breve.
Yo vivo en otro entorno.
También dijo que ambos nacimos el mismo día, que poseemos los mismos dones y que nuestras almas pueden sentir lo mismo en todo.
Tal vez lleguemos a saber lo que nos ocurrió en siglos pasados.
Vine ahora, querido Venry, para ayudarte y contarte todo esto.
Ahora lo oigo decir: “¿No te olvidaste de nada, Lyra?”.
¿Lo puedes oír tú también, Venry?
Me quedé escuchando y oí que una voz tenue dijo:

—Fíjate bien en todo esto, algún día volverás aquí y deberás reconocer el lugar.
—¿Escuchaste, Lyra?
—Sí, Venry, pero no pude oír nada.
Le dije lo que había oído.
—No sé cuándo nos volveremos a ver, Venry.
Pero en los tiempos de penuria tendrás que desear mi presencia.
Pon esos deseos muy intensamente en tu corazón, para que los sientas.
En la tierra eres joven y no posees esta sabiduría.
Recibirás las alas grandes, Venry.
Yo siento lo que eso significa; aún no lo sé todo, pero es grandioso lo que harás.
También ahora tenemos alas, podemos planear por el espacio, irnos lejos de nuestros cuerpos materiales, pero esas otras alas, querido Venry, te harán muy grande.
Veo cosas hermosas, aún lejanas, muy lejanas, por lo que me quedo en silencio.
Me quedaré esperando pacientemente, con amor.
Entonces, tomados de las manos, fuimos paseando por este entorno tan bello.
No dijimos ni una palabra, pero pronto vimos que se haría de día.
Entendimos que esto significaba despertar en el mundo donde estaban nuestros cuerpos materiales.
Alcé la vista hacia Lyra.
—Qué hermosa eres, Lyra.
Qué hermosura tu rostro y tus ojos.
Es imposible que una estatua del Templo de Isis sea más hermosa, porque ya las pude ver allí una vez.
—Ahora vete, querido Venry.
Nos juntaron, pero ahora tenemos que despedirnos.
Tenemos que volver al Templo de nuestra alma, al cuerpo en el que vivimos.
Mira, allá, detrás de aquella emanación azulada, allí está quien me trajo hasta aquí y hasta ti, porque ya lo estoy viendo.
Mira, mi estimado Venry, me está indicando que me acerque.
Es hora de que me vaya.
Antes de que salga el sol deberé estar en mi cuerpo.
¿Pudiste oírlo a él?
—No, Lyra, no oí nada, quizá esto solo sea para ti, tal como hace unos instantes me dijo lo que era para mí.
¿Es posible?
Me hizo un gesto con la cabeza para decirme que estaba de acuerdo con mis sentimientos.
—Te saludo, mi querido amigo, te saludo.
Vi cómo se marchaba y se disolvía para mí.
Me corrían las lágrimas por las mejillas.
Cuando se disolvió en esa luz crepuscular, también yo me apresuré hacia la vivienda terrenal en la que vivía, y descendí hacia ella.
Me había olvidado de preguntar a Lyra dónde vivía.
Me arrepentí mucho.
Pero era consciente de lo que había vivido y alcé la mirada.
Mi madre estaba junto a mi cama y me estaba acariciando.

—¿Cómo estás, mi querido hijo, un poco mejor?
Lloraba.
—No llore, querida Madre, y escúcheme.
Si las fuerzas de su Dios de aquí arriba no le resultan claras, yo se las puedo explicar.
Es en otro mundo, entre la luz y las tinieblas, donde ha nacido toda la vida, por la que nosotros somos, al igual que los animales, los árboles y las plantas, y por la que cantan los pájaros.
Quien esté en él puede ser obligado a hacer algo que ni siquiera desea.
Pero entre la luz y las tinieblas aún hay otra luz, querida Madre, y esa luz puede ayudarla.
Es una luz que ve y que siente, y sabe muchísimo de nosotros, de las personas.
Quien la siga desconoce el miedo, no es un juguete de sí mismo y sabe lo que quiere.
Solo le brindará serenidad y silencio, uno que no es de esta tierra, uno que es como cuando sale el sol y la noche da paso al día.
Allí reside el significado de por qué canta el pájaro, dando gracias a los Dioses por lo recibido ese día, y de por qué el caracol carga su concha.
Esa luz, querida Madre, está en todos nosotros, es lo que sentimos y podemos ver si se despierta en nosotros.
De pronto me di cuenta a través de quién y por qué decía yo todo esto.
Empecé a comprender lo que me había comentado Lyra.
La fuerza, que era su líder espiritual, me serenaba, a través de él descendía en mí mismo y allí, muy dentro de mi vida interior, residía toda esta sabiduría.
Por eso pedí a mi madre que escuchara.
Pero le entró miedo y salió de la habitación.
Poco después regresó, se arrodilló y rezó.
Envió una fervorosa oración a su Dios y yo la seguí.
Lo que ocurrió entonces nos unió mucho.
Entonces vi —me vino muy de improviso— que pronto la perdería.
Yo yacía con la conciencia intacta y veía pasar ante mis ojos una visión tras otra; una me conectaba con la otra.
En una visión me vi como un supremo sacerdote, vi la túnica que llevaba y a Lyra, que era mi amada.
Ambos amábamos, pero mentíamos y engañábamos.
Habíamos mancillado el sacerdocio.
Y esos rasgos aún estaban muy dentro de mí.
Había también otros rasgos y sentimientos, y si estos podían ser despertados por fuerzas más elevadas, estas podrían alcanzarme y sería capaz de conseguir cosas más elevadas, pero que solo podían desenvolverse a través de lo elevado.
Adoraba a Lyra, pero ambos habíamos cometido un asesinato tras otro.
Habíamos lanzado prematuramente una vida tras otra al espacio.
Yo la había obligado a hacerlo; pero Lyra cumplió con mi voluntad y ambos vivimos todas estas cosas horrendas.
La repulsión y el horror entraron en mi alma.
Mi madre seguía rezando.
Cuando pensaba en ella podía seguirla, pero en la misma medida me era posible ver en el pasado.
En el silencio en el que vivía ahora imploré a mi madre que continuara suplicando fuerza y clemencia por mí a su Omnipoderoso, para que me ayudara y me señalara cómo poder enmendar todas esas cosas horrendas y liberarme.
Entonces empecé a ver de nuevo.
Lyra y yo nos pertenecíamos y éramos uno; pero en aquel tiempo eso lo habíamos robado, y habíamos quemado vivo a aquel que le pertenecía a ella.
Un acto inhumano, llevado a cabo por pasión e impulsado por deseos propios de satisfacer la avidez de nuestro sentir y pensar.
Percibí numerosos acontecimiento impuros y vi que también le había engañado a ella y a otros, y que incluso había abusado de menores.
Todos esos errores y pecados vivían en mí y a mi alrededor, en la profundidad de mi alma; pese a que ahora me sintiera diferente y buscara lo elevado, esa realidad seguía allí y formaba parte de mi vida interior.
Por volver al pasado me sentía muy viejo; los sentimientos que iban aparejados a ello se me imponían y no me quedaba más remedio que aceptarlos.
Lyra me veía como su maestro y yo, por mi parte, la veía como mi mujer; entonces ella también vivía en su propio pasado, y percibía que a veces sentía en su conciencia diurna; descubrió, como yo ahora, los muchos errores y pecados que un día la hicieron sucumbir.
Estaba yo muy interesado en mi propio pasado, porque aquella vejez me brindaba ese saber; las escenas confirmaban que contenía verdad, y yo mismo sentía que despertaba y que cobraba conciencia en mí.
Había visto yo todo esto con una rapidez sorprendente y volví a sintonizar con mi madre.
La vida en la que me encontraba ahora clausuraba el pasado y lo que acababa de ver volvió a hundirse en mis profundidades.
Entró mi padre acompañado del mismo sacerdote que ya me había ayudado antes.
Me miró a los ojos y dijo a mi padre:
—Trae el tubo de soplar, Ardaty, rápido, y oscurece la habitación.
Mi padre se alejó apresuradamente, trajo un tubo de soplar con el que se hace fuego y oscureció la estancia; el sacerdote le ordenó que se fuera.
Mi madre se puso a rezar por mí, su vigorosa oración me ayudaría.
El sacerdote me sopló por la nariz; me puso de espaldas y percutió las vértebras.
Después buscó el sistema nervioso, palpó los músculos, me percutió y tocó varios puntos de la espalda, y me ungió con aceite de oliva.
Entonces se quedó esperando un buen tiempo.
Todo esto yo lo iba viendo, plenamente consciente.
Pero aún me quedaban sentimientos de rebeldía, que podía distinguir claramente de mis demás sentimientos.
Me hacían muecas, por lo que entendí que todas esas influencias aún no habían salido de mí.
Debido a su vigorosa intervención seguramente que ahora desaparecerían, porque este sacerdote era conocido por ser un gran sanador.
Cuando ya estuvo preparado, me insufló su aliento sanador.
Lo hizo en distintos lugares de mi cuerpo.
Sentía que si continuaba me volverían a funcionar los pulmones, porque todavía se me hacía imposible inspirar suficiente aire: tan intensa y fuerte era esa otra influencia.
Al parecer, resultó que estaba en condiciones de influir en él, de modo que le envié mis deseos, porque deseaba de buen grado que continuara.
Y qué feliz me sentí cuando el sacerdote adoptó mis sentimientos.
El tratamiento estaba siendo una bendición para mi organismo.
Volvió a esperar un instante, me colocó entonces su mano izquierda en la frente, me sujetó la mano izquierda con la suya derecha y se abismó entonces en una profunda meditación.
Sentí y vi, sin embargo, que estaba empezando a ver; probablemente, temía un nuevo ataque.
Se concentró bastante tiempo, después de lo cual me volvió a mirar a los ojos, diciendo a mi madre:
—Querida Madre, hemos recuperado a Venry.
Levántese, su oración ha sido oída.
Venry vivirá, los Dioses quieren que viva.
Los dones que hay en él me enviaron lo que yo necesitaba; esas fuerzas completaron las mías, de lo contrario tendríamos que habernos quedado pendientes del desenlace.
Los Dioses nos enviaron ayuda más elevada, su hijo está sano.
Estoy en deuda con esta vida, porque sus dones nos brindarán más adelante la sabiduría suprema.
Sentía que aún no podía abrir del todo los ojos, pero gracias a unos tenues rayos de luz que entraban a la habitación vi a mi madre y al sacerdote.
El sacerdote se la quedó mirando, de forma extraña e indagadora.
Mi madre fue a buscar a mi padre y se arrodillaron.
Estaba volviendo entretanto a mi propio cuerpo y lo que había visto fue hundiéndose mucho en mis profundidades, igual que todas esas otras influencias.
Por mucho que sintonizara con ello, era como un recuerdo de siglos antes.
Ya abrí los ojos del todo; hace unos instantes habían sido como los de un muerto, pero gracias a mi fuerza vital volvieron a irradiar la luz del ser humano viviente.
Cuando intenté moverme se me hizo imposible, a pesar de que mi cuerpo se estuviera recuperando.
De pronto sentí que me estaba volviendo a entrar ese terrible odio.
Me resistí mucho, porque sentía que él quería hablar.
Esas fuerzas, sin embargo, eran más fuertes que yo y mi boca dijo:
—Le doy las gracias por su ayuda, pero habría sido mejor si hubiera dado sus artes a otros.
Lo maldigo, maestro Dectar, maldigo a todos quienes están con usted.
El sacerdote se concentró intensamente.
Después de un rato dije a mis padres:

—Debo darle las gracias, a usted, mi Madre, y también a usted, mi Padre.
Sigan su camino, los días están... —Y de nuevo me asaltó esa otra fuerza y me hundí en una profundidad infinita; el sacerdote me devolvió la conciencia de la misma manera.
Cuando volví a abrir los ojos, me sonrió.
—¿Ya pasó, no es así, Venry?
Me limité a asentir con la cabeza porque no quería volver a hablar, ya que ahora me sentía con miedo de llegar otra vez a ese estado, diciendo palabras horribles, lo que desde luego no quería.
Después de beber un poco de refrescante néctar de fruta también se disipó en mí esa tensión y me recuperé del todo.
Entonces el sacerdote preguntó:

—¿Puedes contestarme, Venry?
Dije:

—¿Qué quiere saber de mí?
—Haré una sola pregunta.
¿Sabes, Venry, en lo que permaneciste?
—Sí, lo sé todo.
—Oh, qué hermoso, qué asombroso —dijo a mis padres—, y eso por sus propias fuerzas, él solo, es increíble.
Entonces me dijo:

—Volveré, estimado Venry; ahora a quedarse tranquilo y no tengas miedo, porque todo ha desaparecido.
Luego dispuso un muro de fuerza a mi alrededor y allí es donde viviría.
A continuación se fue y me quedé profundamente dormido.
Mi espíritu se quedó libre de todas las fuerzas extrañas.
Cuando se puso el sol me desperté animado y descansado, y al abrir los ojos vi a tres personas a mi lado, que reconocí como mis padres y el sacerdote.
—¿Descansaste bien, Venry?
—Sí, pero aún tengo sueño.
¿Puede dejarme dormir un poco más?
—Te daré algo, Venry, para que puedas volver a dormir.
Así lo hizo el sacerdote y dormí hasta el día siguiente, cuando el sol ya estaba en el cénit.
Vi a mis padres y al sacerdote, pero también estaba el sumo sacerdote, que me sonrió y preguntó:

—¿Descansado, Venry?
—Sí —le dije con una inclinación de la cabeza.
—Ahora eres completamente libre, Venry.
Lo miré y parecía que a él también lo podía atravesar con la mirada.
Me entraron sus pensamientos, y pregunté:

—¿Me vuelve a llevar a esa habitación?
Entendió que había adoptado sus pensamientos, pero me hizo un ademán significativo.
—No, de momento no, será más tarde, primero tienes que recuperar fuerzas y después volverás con nosotros.
El maestro Dectar te formará.
¿Te gustaría, Venry?
—Mucho.
Mientras tanto vi algo muy curioso.
Al hacerme el sumo sacerdote preguntas, vi que aún había otra fuerza en este espacio, que lo blindaba por completo, como había hecho el sacerdote Dectar conmigo.
Por esta fuerza, que se fue acumulando de repente, que lo rodeaba como una densa emanación, entendí que ahora le sería imposible captar ni el más mínimo detalle de mí y los demás que estaban aquí.
Esta fuerza blindaba por completo su vida interior y los dones que poseía.
Por eso mis padres y el sacerdote Dectar eran relegados a un segundo plano, igual que yo.
Por ese blindaje invisible se desvanecía la vida interior de todos nosotros, y se me hacía que se nos quisiera proteger.
Pero no veía bien para qué.
El sumo sacerdote ni veía ni sentía nada de eso, al parecer solo era cosa mía.
Entonces se fueron.
Después de que se hubieran despedido de mis padres, percibí que también mis padres estaban envueltos en una densa emanación.
Y cuando se echaron una mirada elocuente y mi padre se mostró nervioso, no dejé de seguir este fenómeno tan curioso.
Mi padre iba de un lado para otro y dio a mi madre una respuesta equivocada, lo que nunca le había oído decir a él.
Pero cuando ambos me observaron y sintieron que los seguía, mi madre me dijo:

—Estabas poseído, Venry, ahora estás otra vez mejor.
—Sí, Madre, estoy mejor.

Pero seguí mirándola.
—¿Descansarás un poco más, Venry?
—Sí, Madre.

Pero no dejé de seguir la emanación que la rodeaba.
Iba envuelta en una densa emanación.
Estaba disolviéndose.
Medio inteligible y entre dientes dije:

—Qué extraño es todo, muy extraño, y poco claro.
Me gustaría volver a verla, hace un momento se veía mucho más claro.
Al parecer, había entendido mis murmullos, y preguntó:

—¿Qué es extraño, Venry, y qué quieres ver?
—La emanación, Madre, está disolviéndose.
—Tienes que descansar, Venry.
No vayas a empezar otra vez, vete a dormir o volverán los sacerdotes.
Me quedé mirándola y entonces vi cómo la densa emanación terminó por disolverse del todo.
Mi madre se asustó, entendí por qué.
—No por eso, Madre, ay no, por eso no.
Veo el hermoso rostro de usted, Madre, y para mí usted no es vieja.
Usted es muy hermosa para mí, oh, tan hermosa.
Mi querida madre empezó a llorar mucho y se fue.
Pero me había comprendido.
Su rostro estaba completamente deformado, había profundos surcos en su rostro que, no obstante, era joven, pero que ahora era muy viejo.
Pero ya desde niño veía a través de esta máscara, en cuyo reverso veía a un ser completamente diferente.
Podía ver claramente los labios bien formados, la piel tan hermosa e intacta, la frente alta y los ojos radiantes.
Para mí era como el Loto en la noche con luna.
Vi que alrededor de la cabeza tenía una aureola de luz, y volví a hallar el silencio que hace tan poco tiempo se me había concedido conocer.
Vivía en este silencio y en él permanecía.
Cuando de niño le pregunté una vez por qué era tan fea y deformada, rompió a llorar y se desplomó.
Ahora se fue y me quedé muy dormido.
Pronto me curé y quedé completamente recuperado.
Todos esos acontecimientos me habían debilitado el organismo de tal modo que había planeado entre la vida y la muerte, como les dijo el sacerdote Dectar a mis padres.
Un ser astral no solo había tomado posesión de mi vida interior —del alma—, sino también del cuerpo material; es la posesión más profunda y la última de todas.
Las fuerzas vitales del hombre material eran destruidas de esta manera, y solo en muy poco tiempo.
Un demonio succionaba estas fuerzas y debido a que este ser tenía todos los órganos vitales bajo su control, se derrumbaba el organismo entero.
Pero el hombre que era atacado de esta manera, o que podía ser atacado así, tenía que tener dones; entonces era imposible semejante conexión y toma de posesión, porque de este modo la vida interior resultaba inalcanzable.
Por eso, quienes tuvieran “dones naturales” siempre estaban expuestos a un gran peligro si por medio de ellos se quería vivir algo en la tierra, pero desde aquel mundo.
Si era posible esta conexión, iba irrevocablemente seguida de la posesión.
Los sacerdotes conocían estos poderes y fuerzas y pudieron volver a liberarme.
Así se disolvió la posesión y quedó eliminada de mi vida interior esa otra personalidad.
El sacerdote Dectar me había blindado ahora, y en eso seguiría viviendo.
Pero por todas mis vivencias e incidencias pudieron comprobar que yo albergaba una gran sensibilidad y que posiblemente se trataba de dones.
Cuando alcanzara mi edad, ellos los desarrollarían.
Se me dijo que fuera cada mañana al Templo de Isis.
Allí me permitían pasear libremente, pero sentía por qué lo querían.
Así podían controlar su propio blindaje e intervenir en caso de necesidad si yo fuera atacado de nuevo.
El sacerdote Dectar me hacía preguntas que debía responder según mis propios sentimientos.
Al inicio no entendía muy bien la razón de que me hiciera preguntas, pero le respondí a su entera satisfacción.
A continuación preguntó:

—¿Puede sentir mi joven amigo en lo que vive?
—En el espacio.
—Muy bien, estimado Venry, excelente, incluso.
Pero debes intentar sentir en lo que estás, o sea, aquí, alrededor de tu cuerpo, en este pequeño círculo.
Dibujó un círculo a mi alrededor.
Vi, sin embargo, que empezó a ver, porque desapareció la luz de sus ojos y estaban completamente vacíos, pero dije:

—No puedo responder.
—Eso también está muy claro, estimado Venry, muy bien, gracias.
Sin embargo, entendió que podía responderle pero que no quería.
Él sentía lo que yo sentía; era algo que no podía expresarse en palabras.
Aun así, yo veía, sentía y entendía que él miraba dentro de ello para controlar mi respuesta.
A él se le hacía muy sencillo, debido a que este sacerdote era un gran vidente, y le salía la vocación de ser un gran sanador.
—Pronto serás formado para el sacerdocio supremo, Venry, y entonces pasaremos mucho tiempo juntos.
¿Te parece una gloria?
—Sí.
—Esto es para las personas con dones naturales, Venry, y tú los tienes.
Después se fue.
Fui a pasear por los jardines y en pensamientos volví a lo que había vivido, identificando el lugar donde me había encontrado con Lyra.
Me pareció muy natural, porque en ese otro mundo yo no había cambiado en nada.
En esta vida en la que vivía ahora tenía que seguir las leyes materiales, pero en aquella otra podía traspasar todas las cosas materiales, y tampoco había cambiado en nada el mundo material desde ese mundo.
En este lugar me había encontrado con Lyra.
Todo esto significaba para mí que no me había imaginado nada y que formaba parte de la realidad.
Cuando intentaba volver a ella, de golpe dejaba de ser capaz de pensar y se desvanecía lo que sentía.
Era muy plausible y entendí que me habían blindado bien, porque me quedé tranquilo y ya tampoco fui capaz de abandonar mi cuerpo.
Así fueron pasando meses.