El gran deseo de Dectar; mi madre

—Mira, Venry, esto solo es para quienes tienen dones naturales.
Eso no lo puedes aprender, yo tampoco, pero me ayudarás.
Quiero mirar hacia abajo sobre quienes buscan lo tenebroso; para eso quiero tener muchísima sabiduría y debo poder ir a donde quiera.
Quiero ser poderoso, querido Venry, y ver lo que vive entre el cielo y la tierra, solo entonces estaré contento y feliz.
Pero tengo cosas desagradables que decirte.
—¿Qué es, Dectar?
—Tienes que adentrarte en las tinieblas, solo, Venry, no verás ni el día ni la noche.
—¿Y para qué es eso, Dectar?
—En el mundo al que irás luego siempre hay mucho peligro.
Tenemos que adoptar todas las precauciones para quienes poseen estos dones, a fin de que estén preparados, Venry.
Así que lo que se desea es prepararte.
—¿Por qué tan rápidamente, Dectar?
—Es por tus pruebas, Venry, se ha prestado mucha atención.
Han visto que has hecho grandes progresos.
Y se me dijo que tienes que vivir también eso.
—¿Es útil, Dectar?
—Por supuesto.
—¿Qué harás mientras yo esté encarcelado?
—Tengo que curar, Venry, hay muchísimos enfermos.
—¿No puedo acompañarte?
—No, aún no, quizá más tarde.
—¿Qué pasará después, Dectar?
—Habrá otras muchas pruebas.
A eso estarán dedicados los primeros años.
Solo después harás viajes, pero si no me encargo de que estemos preparados, te enviarán otro maestro, y podré curar y ver, aunque nada más.
Y eso es muy poco, Venry (—añadió).
Dectar estaba rodeado de una influencia triste y se me hacía que estaba muy abatido.
Me dijo:

—Dectar puede ver muchas cosas, Venry, y oír bien, pero no más que eso.
Siento claramente que no avanzo más, porque mis dones se han agotado.
Ya no puedo profundizar más, ni ver, de modo que tengo que permanecer en lo que estoy ahora y eso me deja muy apesadumbrado.
Tienes que ayudarme, Venry, a reparar esa ala mía, solo entonces podré ir lejos y planear por el espacio.
Después podré decirles lo que veo y eso me hará muy feliz.
A veces quiero partir, muy lejos de Isis, y dejar atrás este planeta.
Entonces estoy allí y veo todo, pero hay una voz en mí que dice que no lo haga.
Ay, Venry, eso es terrible, porque entonces ya no veo nada.
Todos mis dones me abandonan entonces y vivo en tinieblas.
Allí no es de día ni de noche y es cuando vivo el proceso de putrefacción de mi propio cuerpo material.
—¿Qué dices, Dectar?
—Para ti aún es un profundo misterio, Venry, pero descubrirás también este, con que todo primero sea consciente en ti.
Es “morir” y “no morir”, es estar anclado a este cuerpo en el que vivo ahora, pero entonces estará muerto también ese cuerpo y tendré que vivir también aquello que es necrosar.
—¿Cómo se te han ocurrido estos pensamientos, Dectar?
Me miró sorprendido y dijo:

—No hables de pensamientos, Venry, es la realidad.
Nosotros conocemos estas leyes.
Pero de mi interior sale una voz para que no lo haga.
Aunque aquí nosotros descubramos esas leyes, otros sacerdotes ya las vieron, y es por eso que sabemos mucho de ellas.
—¿Qué significa eso, Dectar?
—Que no debo matarme, Venry.
Tenemos que vivir en la tierra mientras los Dioses piensen que sea bueno.
Poner fin a eso supone que todo se escurra irrevocablemente.
Entonces ya no tendría dones, ni día ni noche, mi cuerpo nada más, que viviría en unas horrendas tinieblas.
¡Tener que vivir entonces que los gusanos estuvieran comiéndome!
Aquello que soy no es posible matarlo, Venry, eso vive y ha de seguir viviendo, porque en ese otro mundo no hay muerte.
Nosotros ya lo sabemos desde hace tiempo, y también tú conoces ahora esa vida (—concluyó).
Estaba oyendo cómo Dectar decía cosas terribles, y sus palabras me parecieron muy tristes.
Ahora estaba conociendo a otra personalidad, y sin embargo él seguía siendo el mismo.
Prosiguió:

—Eso no lo has sentido bien, Venry.
Ahora no soy yo mismo, aunque tú creas que sí.
Entonces mi vida interior es muy extraña y dejo de ver las cosas como son.
Ya es así desde hace años.
A veces avanzo un poco más, pero después recaigo y he de recomenzar.
Esos gusanos me retienen y frente a ese horror no puedo.
Entonces me encuentro en un estado desesperado y me siento profundamente desgraciado, Venry.
Pero me ayudarás, ¿no es así?, y me soltarás del todo, para que vivamos juntos lo que deseo, lo que anhelo.
—Qué triste estás, Dectar.
Te abruma, amigo mío, llama la atención cómo has cambiado.
—Bueno, querido Venry, fíjate entretanto en nuestro muro, no debes olvidarlo nunca, ¿entiendes?, porque si no, ya no podremos hablar de las cosas que me lastiman el corazón.
Cuando el amor te asalta, ya no puedes avanzar.
Es cuando dejas de ver las cosas con claridad y todo cambia.
Los dolores son insoportables, Venry, pero entonces sé que ella está en la tierra.
Mi alma recibe y siente todos esos sentimientos y yo mismo hago la transición a ellos, porque me entran, y de lejos, Venry, y la oigo llorar.
Créeme, Venry, entonces es como si un animal estuviera corroyéndome el corazón y aun así no puedo hacer nada, porque no puedo alimentarlo.
Sin embargo, esa hambre y sed no te abandonan nunca, y me siento muy infeliz porque sé que ella también está triste.
Ay, si quieres ayudarme, podré buscarla desde ese mundo, y la encontraré.
Ahora no es posible, porque soy un cautivo, como las fieras enjauladas; les dan de comer, pero su corazón también quiere espacio, así que jamás están satisfechos.
Ahora me resulta imposible contártelo todo, pero podrás sentirme; porque si te lo digo todo, ya no podrás pensar, y tenemos que prepararnos.
Pero te pregunto, querido Venry: ¿Es perfecto el estar aquí?
¿Tenemos que matar ese anhelo?
¿He de destruir en mí aquello que me hace feliz y por lo que todo se originó?
¿Es posible que quiera eso la Divinidad que me hizo a mí y a todas las demás criaturas?
¿Han de secarse las fuerzas que viven en mí y quedar reducidas solamente a lo que es ver y curar?
Pienso mucho en eso, estimado Venry, pero nadie ha sabido ayudarme todavía.
Y sin embargo esto me vuelve una y otra vez, aunque entonces sé que ella está como yo en la tierra, pero triste, muy triste.
A mí ya me encerraron, he sentido mi muerte, pero allí también permaneció en mí, corroyéndome el corazón.
Mi vida está intacta, de lo contrario no podría sentir ni pensar.
Yo tampoco soy viejo, Venry, porque incluso puedo hacerme muy joven.
Si quisiera, podría tener la misma edad que tú.
Poseo ese don.
Si los animales lo pueden poseer, Venry, ¿por qué no nosotros los humanos?
¿Es la voluntad de Dios la maldición que hay en mí?
Lo que arde en mí, ¿está destinado a ser sofocado?
¿No es el faraón un ser humano como yo, y no posee él también su amor?
Créeme, querido Venry: me siento como un esclavo y tendré que seguir siéndolo (—concluyó).
Dectar miró con mucho temor a su alrededor.
Entramos en los jardines de mi padre.
Siguió contando, el corazón le dolía de deseo, y por joven que yo fuera, aun así sentí cómo me entraban aquellos dolores.
En él había una fuerza consciente que lo hacía uno con otro ser.
Todo esto tenía que ver con otra vida.
‘Cómo es posible’, pensé.
Desea y sabe por qué.
Siente amor, la tristeza de un alma, del alma que conoció en alguna vida.
Pero esa alma está ahora en la tierra y desea, como siente y pide, día y noche, que le sea concedido ser amada.
Y este amor, ese sentir y pensar y desear se me hacían horribles.
Poder pensar y sentir profundamente y poder poseer dones era una gracia.
Pero tener que sentir otras vidas y ser consciente de ellas era un tormento.
No debería saber yo todo esto, pero le entendía por completo.
Mientras lo seguía en sus pensamientos y sentimientos, me quedó claro que en eso no podía equivocarse, porque ahora vivía en la tierra su alma, la vida que le pertenecía.
Yo ya estaba deseando que se me concediera desvelarle este secreto y hacer feliz a mi buen amigo.
De improviso arranqué unas hojas de una planta.
—Cómete esto, Dectar.
Siguió mi orden y volvió a serenarse.
—Eso también es innato, Venry.
Sabes cómo matar estos sentimientos.
Yo ahora no puedo sintonizarme, pero esto lo conocía.
En los jardines de tu padre se pueden recolectar muchos milagros.
Hay plantas para matar, para sofocar un incendio como este, y para curar heridas y a enfermos.
Él era un maestro en eso.
En todos los jardines vivían sus hijos, lo miraban los ojos que tuvieron que partir demasiado pronto y que ahora están en el lugar, Venry, a donde nosotros también queremos ir y del que solo los sumos sacerdotes conocen el secreto.
Tu padre no quiso esto, estimado Venry.
Todas estas hierbas aromáticas son para los enfermos, no para el fin del que acabo de hablar, porque ese está maldito.
Sé dónde están todos los pequeños que partieron antes de tiempo, porque a veces veo con mucha claridad en la noche.
Y cuando me entraron representaciones de eso, Venry, los seguí en esos periplos y entendí la maldición que descansa sobre este Templo.
Desconozco si recibí ayuda, como tú ahora, porque jugué con mi propia vida.
¿Estaban siendo benévolos conmigo los Dioses?
Ahora que sabes algo de todas las fuerzas secretas puedes sentirme y también entenderás ya lo que hice.
Y aunque no sea posible seguirlos, Venry, yo sí pude ir a donde quería cuando empezaban sus periplos nocturnos y paseos bienaventurados.
Esto es lo que te pregunto:
¿Estaban los Dioses conmigo?
¿Querían los Dioses que yo percibiera?
Créeme, querido Venry, tenía los ojos llenos de lágrimas, que me brotaban de las profundidades de mi alma, y lloré los dolores de todos esos serecillos, que de todas formas llegarían a la tierra para vivir algo, igual que todos nosotros.
“Parta y regrese en sí, despréndase de las cosas que no son para usted”.
Bonitas palabras, estimado Venry, pero no obedecen las leyes, porque cierran las puertas de las celdas tras de sí y solo las vuelven a abrir cuando se serena el animal que llevan dentro.
Tendrías que verlos entonces, Venry, no se atreven a alzar la mirada, no hay en ellos noche ni luz, solo miedo, miedo por los Dioses, miedo a que los vean o sigan, porque saben cómo deben actuar y que no pueden hacerse valer de leyes.
Cuando todas esas sombras, esas almas, reciban la nueva vida, la que sigue, Venry, y vuelvan a Isis, entonces —también esto lo puedes aceptar— habrá una lucha de vida o muerte y sucumbirán todos esos maestros.
“Váyase y conózcase, deponga todos esos sentimientos y deseos y mátelos”.
¿Cuántas veces no habré tenido que escuchar eso?
¿Y qué es lo que hacen ellos?
Veo las sombras, Venry, de todas esas tiernas vidas y de las sacerdotisas que desaparecieron de esta vida.
Todas me piden a gritos que las ayude, porque los Dioses así lo quieren.
Y sin embargo, miro sin poder cambiar nada, Venry, y ya no sé qué hacer con todos estos secretos.
Venry, ¿crees que tu corazón lo resistiría?
¿Te alcanzarían las fuerzas si te lo contara todo?
¿Tan extraño es entonces, Venry, que yo a veces sea presa de la tristeza?
Vertí lágrimas, pero no por debilidad, sino que me preguntaba si a los Dioses les parecía bien y si el faraón sabía todo esto.
Cómo recé, Venry, recé por una respuesta, pero los Dioses no me oyeron, y pensé que yo lo sabía.
¿Podría ser porque en mí, Venry, también hay esos sentimientos?
Pero, te lo juro, mi vida está intacta, no he sido malo.
Mi propia vida la entrego por la verdad, por mis enfermos y por cualquiera que me necesite, pero sobre todo para llegar a conocer lo verdadero.
Porque, ¿no es imponente?
Vive en mí y siento la naturalidad de estos sentimientos.
Amo el invierno y el verano, y puedo pasar sin comida ni bebida, estoy preparado para ayudar a los enfermos, con todo lo que llevo dentro.
Puedo esperar durante muchos soles mi propia muerte y puedo ser uno con las tinieblas, pero tener que aguantar, Venry, que mi corazón siga latiendo y deseando, eso es insoportable.
Oh, amigo mío, ¿cómo debo advertirte?
Si llegas a ser presa de eso, ya no podrás ver nada ni desdoblarte corporalmente, ni recibir nada, porque te estará quemando por dentro.
Y en las tinieblas se te acercarán seres y tendrás que conocer tus fuerzas.
Por eso te hablé de esto.
Son como personas, Venry, y aun así son sombras, aunque pertenezcan a quienes ya murieron.
Cuando quieres acercarte a ellas, parten, pero regresan a ti y entonces entran en tu interior.
Como sacerdote tienes que vencer todo.
Tienes que querer verlo y vivirlo, sin dejar de ser tú mismo.
Podrás sentir lo poderosos que son si te digo que aman y ungen, y que poseen las mejores hierbas aromáticas que no conoce ni posee nadie más que el faraón y que proceden de otros países, pero que aun así poseen.
Conocen muchos secretos, Venry, y te pedirán que los escuches, porque hacen música y bailan su danza de sombras.
Pero, ay de ti, querido Venry, si eso te deleitara.
Ahora eres todavía joven, pero tu alma es vieja y arrastran ese fuego en ti hacia arriba.
Hacen que prenda en tu interior.
Querido amigo, haz que en eso sigas siendo tú mismo, que no te asalten, porque entonces ya no tendré esperanzas.
Eso me dejaría seco, como la carne que se guarda aquí.
No te creas, Venry, que estoy hablando en misterios, es muy necesario que te hable de ello (—dijo).
Dectar me habló de cosas horribles.
Me mostró con cuidado lo que me esperaba.
A través de su propia pena y deseos me introdujo en los secretos de Isis.
Dectar era un maestro, un ser con mucha sensibilidad y un ser humano verdadero.
Prosiguió:
—Mis palabras no parecen muy importantes, ¿no es así, Venry?
Pero que no haya negligencia en ti.
Pareciera que soy un suplicante, pero sé que no me repudiarás, de modo que podré pisar la “pradera”, donde el verdor nunca se va y las flores siempre florecen.
Toda esa vida eterna, querido Venry, te sonríe.
Pero cuando se disuelva la oscuridad, tendrás que regresar a tu cuerpo material.
Sé cómo es allí, aunque todavía no se me concedió vivirlo en mi corta vida que llevo en Isis.
—¿Cómo sabes esto, Dectar?
—Está en mi alma, Venry; así como en ti hay dones, esos sentimientos y conocimientos estaban en mí al nacer.
Veía la “pradera” ante mí, de niño podía ver muy claramente.
A veces jugaba en la “pradera” y sin embargo mi cuerpo material vivía en la tierra, y ya sabes cómo eso es posible.
En la “pradera” puedes pasear que es una delicia; es como un viaje por el espacio.
El hechizo que emana es celestial.
Ya estuve allí hace mucho tiempo, Venry, pero entonces era otra persona y tenía, por consiguiente, otro cuerpo y otro nombre.
Pero esa vida la veo con mucha claridad.
Mientras estuve allí la conocí, y era tan cariñosa, oh, tan cariñosa, Venry.
Muchas veces me acuerdo y entonces me veo con ella paseando en silencio.
Y por eso sé que está en la tierra y entonces la vuelvo a ver.
Es por eso que sé que también ella recibió un nuevo cuerpo.
Pero entonces, estimado Venry, se me despiertan los deseos, porque mi alma es una con ella.
Creo también que es sacerdotisa, porque entonces la siento próxima a mí y la busco en Isis.
Pero si, en cambio, me vacío por completo para seguir mis sentimientos y mi ver, entonces la veo en el mundo.
En el rostro que tiene ahora, Venry, veo sin embargo lo otro por lo que siento tanto apego, Venry, porque es mía, solo mía, Venry.
Su alma y la mía son una; los Dioses hicieron de nosotros un solo ser y eso seguirá así eternamente.
Pero tuvimos que volver a separarnos, Venry, y eso lo experimentan todas las personas.
Hay una sola alma que nos pertenece y la conocemos, aunque ahora yo sea un sacerdote.
No puedo creerme que ahora se haya olvidado de mí.
Pero ¿de quién podrían ser estos sentimientos que sin embargo entran en mí?
En toda la tierra no hay un solo ser humano, querido Venry, que pueda captar estos intensos sentimientos, porque soy como ella, nadie más puede ser así, somos del todo uno.
¿Sientes, querido Venry, lo que eso significa?
Somos como dos flores de un solo color, como la cría que se parece a la madre.
Como dos estrellas.
Somos uno en sentimientos y pensamientos, aunque yo posea otros rasgos.
Yo vivo para ella, y ella para mí y ambos servimos.
Respirará a través de mí, Venry, porque siente mi corazón, mi voluntad seria, por lo que es grande nuestra gratitud.
En ella veo representada la vida, ambos hacemos la transición en ello, pero estamos ahora de camino, ya desde hace siglos, querido Venry, porque nos hemos olvidado.
La tierra es grande, amigo mío, la naturaleza es imponente, el cielo estrellado nos abruma, pero este amor, mi amigo, supera todo.
Para nada soy vanidoso si digo, estimado, que ambos lo poseemos todo, y ese “todo” significa que nos pertenece todo el espacio.
Pero aún no estoy preparado, Venry, ella tampoco, y por eso tuvimos que separarnos.
Si crees que esto me supone un castigo estoy dispuesto a aclarártelo.
Porque lo opuesto es cierto, Venry; Dectar lo tiene en sus manos.
Y aun así me entra todavía la desesperanza.
Cuando la veo en la tierra, siento pavor, porque es muy rica y de alcurnia, y yo no soy más que un sacerdote pobre.
Seguramente lo sentirás, Venry: hay duda en mí, y eso es muy grave.
Pero si ella está en la tierra y si es muy rica y en ella no está este saber, entonces he de esperar hasta que despierte.
Porque tiene que saber que soy yo y ha de sentir el deseo de verme.
Cuando esa conciencia esté en ella deberá desearme.
Hasta el menor de los insectos experimenta estos asombrosos sentimientos, Venry, y ¿crees que nosotros los humanos no?
Si el espacio está en mí, también llegará el saber.
Pero cuando no me entiendo y la duda me lastima el corazón, este se pone a latir cada vez más fuerte hasta hacerme estallar mi pobre cabeza.
Entonces todo de pronto se me vuelve a difuminar y soy otra vez yo mismo del todo.
Entonces Dectar alza la vista, hasta el rostro risueño de algún “Dios” y entonces desciende en mí el entendimiento, querido Venry, y me siento como un niño.
Oh, créeme, querido amigo, hice muchísimas ofrendas a los Dioses, pero no siempre son aceptadas.
Sin embargo, los Dioses saben de cada alma, porque nosotros hemos salido de ellos, Venry.
¿Querrás visitarla por mí cuando poseas las grandes alas?
Puedes hacerlo por mí, Venry, conoces la “pradera”, porque estuviste allí.
También verás detrás de todos estos muros que las encierran, donde viven las sacerdotisas y donde entran los sumos sacerdotes, convirtiendo su vejez en juventud.
Y no se nos permite saber nada de eso.
Pero quiero poseer la despreocupación del cordero y la serenidad y las alas de un ave rapaz para poder descansar sobre mis alas en el espacio, y desde allí mirar hacia abajo a quienes me deformaron.
Quiero ir como un rey del aire y conocerme por completo para que salga de mí toda duda.
Quiero calar sus pasiones e inmoralidad, así como la túnica que llevan.
Actuaré con mucha confianza, querido Venry, como me lo dicte el corazón.
Ya nada me blindará entonces y ni siquiera los vanos portones de Isis me detendrán.
Me son igual de valiosos el salvajismo del depredador que la serenidad del sapo, pero por encima de todo me lo son el espacio y la luz, además de la sabiduría que vive allí y de la que nacimos.
Pero ahora mejor escúchame, Venry.
Mira, delante de ti, Venry, allí podremos entrar el año que viene, pasear hacia arriba y abajo, a la izquierda y derecha, y hacer nuestra la felicidad de tu padre.
Quien pueda permanecer allí habrá recibido lo que en ese tiempo quiso alcanzar, pero entonces se hará sacerdote, un soñador y durmiente, y experimentará el tormento del organismo.
Eso llega muy profundo, Venry, porque este Templo es poderoso y conocido por los muchos tipos de hierbas aromáticas, cultivadas con la maestría de tu padre.
Cuando algún día llegues aquí y los Dioses quieran que sepas por qué se cultivan estos jardines, vete entonces abajo.
Y allí fue donde Ardaty conoció a tu madre.
—¿Cómo dices, Dectar?
¿Mi madre, aquí, en Isis?
¿Quién te encargó decirme esto?
—Ardaty, mi querido Venry.
Tomé las manos de Dectar en las mías y lo miré.
Entonces pude captar lo que había en él.
—Las hierbas aromáticas no sirvieron, Venry, no surtirían su efecto mortal, porque Ardaty era un maestro.
Vivirías, querido, y vives, ¿no es así?
Ahora tenemos que tener mucho cuidado.
Así que presta mucha atención, siento algo y se nos está acercando.
Todo esto lo has de saber, Venry.
—¿Mi madre fue sacerdotisa y yo su hijo?
—¿No te previne, Venry?
Si no, ¿habría volcado mi corazón ante ti?
Pero ¿no sabías esto desde hacía mucho tiempo?
Tu padre se la llevó de aquí y su corazón estaba preparado para recibir a tu amada madre y portar con ella la gran pena.
Le dio una nueva vida, de la que el amor es el espacio, y de la que te hablé.
También ellos son completamente uno.
Lo que debes poseer si la quieres seguir y recibir la bendición de tu padre, si quieres conocer el secreto de tu propia vida, es paciencia y autocontrol.
Es el cuidado que tuvo tu madre por su muchacho y esa será la fuerza que te regalan los Dioses (—dijo).
Sucumbí a una profunda emoción.
Dectar prosiguió:
—¿Cómo puede emocionarse tu alma, querido Venry, ahora que conoces la verdad?
Solo puedes mostrar gratitud; lo que desean es que se te conceda saber y que entonces sigas siendo tú mismo.
Porque mira, estimado, mira en la naturaleza y entonces sabrás que he de ocultarme.
Tienes que seguirme, Venry (—dijo).
Poco después, Dectar me dijo, pero como un ser humano del todo diferente:
—Siempre hay peligro, Venry.
Bien, ahora hay un poco más de calma, pero fue muy grave, ese seguir y buscar de mi alma.
Pero mira allí, Venry, hacia abajo.
Una noche oí en el espacio el canto de un pájaro nocturno.
Rompía el silencio de la noche.
¿Puedes seguirme?
También esto has de saberlo.
Escucha, Venry, escucha este cantar, querido amigo, tu corazón se serenará y no podrás tener odio.
Porque el odio mata, el odio destruye hasta la personalidad más fuerte, y la hace olvidarse y perder el juicio.
Pero las aguas se cerraron encima de un cuerpo, querido Venry, y ella murió, pero no ese cuerpo, sino el acontecimiento; la noche dio paso al día; sin embargo, quienes fueron los culpables volvieron a encontrarse a sí mismos.
Que sepas, querido mío, que uno vela, que hay uno que siente y piensa por nosotros, y que este curará mi ala paralizada.
Para eso recibirás las fuerzas, para poder ocultar ya todo eso, y evitar así que nos quedemos cegados.
Y piensa en la “pradera”, y búscala cuando sientas lo que siento yo; entonces mi corazón se serenará.
Continúa siguiéndome, Venry, vuelven.
Mira allí, en la profundidad, te indicaré lo que te acabo de contar.
¿Lo sientes, Venry?
—Sí, Dectar, nos siguen, pero estoy en el espacio.
Nos están buscando y ahora nos perderemos a nosotros mismos si no tenemos resistencia.
—Si no tuviéramos nuestro muro, Venry.
—¿Está mi secreto allí abajo, Dectar?
—Quien sea que mire eso, querido Venry, ya está siendo seguido.
Vigilan esta pequeña parcela de tierra día y noche, pero esto solo lo entenderás más tarde (—dijo).
De pronto Dectar se dio media vuelta y señaló entonces el edificio con la mano izquierda, diciendo:
—Allí ves a los maestros, Venry, detrás de los muros.
Pero tú puedes atravesarlos con la mirada.
Los muertos hablan y los corazones suplican que haya venganza.
Ni siquiera una espada es más afilada que los sentimientos que despierta el arrepentimiento.
Detrás de esos muros, en el Templo de Isis, descubrirás muchísimos secretos.
Pero no hay luz, Venry, solo tinieblas.
Algún día todos los muertos resucitarán y gobernarán este lugar, pero entonces veremos la “pradera”, y la habremos alcanzado, o habremos continuado para ver el despertar de nosotros mismos, para sentirlo y experimentarlo.
Les falta fuerza a mis palabras para expresar lo que vive en mi alma, pero tú puedes seguirme y percibirme.
Ciertamente, querido Venry, esta mañana mi “yo” está condenado a escuchar lo que tienen que decir los muertos, pero en otra ocasión el amor estará muy alejado de mí y volveré a ser yo mismo del todo.
Cuando llegue el día, Venry, se me concederá saber todo y me dirás si mi ala puede ser curada, porque siento que se acerca mi felicidad (—dijo).
Entonces preguntó muy de improviso:
—Cuéntame, querido Venry, ¿alguna vez estuviste en la “pradera”?
Ay, no me digas, sé que estuviste.
Ya ves lo peligroso que es el amor, porque está muy confusa mi mente.
Pregunto por algo de lo que ya sé la respuesta.
Y eso no se debe hacer, para nosotros los sacerdotes eso es muy peligroso.
Por lo demás te habrá quedado claro que mi camino no es transitable, siempre atravieso alturas y abismos, y siempre vuelvo a caer, una falta de prudencia que quiebra mi viejo cuerpo.
Cuando estabas poseído, estuviste en la “pradera”.
Pude seguirte.
Allí me veré algún día con ella, porque se descansa bien entre la vida y la muerte, pero has de saber cómo regresar al hogar, es un camino largo, de modo que podría ocurrir que me perdiera.
Te parece que estoy muy sombrío, lo sé, pero es que en las tinieblas se precisan numerosas cosas para poder pensar en ellas.
Todos estos sentimientos te ayudarán, porque quien entra allí vacío sale ajado.
Dectar conoce todos los miedos que había en esas personas, por lo que el cerebro ya no pudo procesarlo más, asfixiándose el alma.
Salen ciegas de ese oscuro infierno, sin saber ya si están vivas o muertas.
Y solo, Venry, porque no estaban preparadas.
No entendían las tinieblas, a pesar de que les hubiera hablado con profusión de ellas.
Pero tú estás preparado y listo —ya lo estás—, tu alma está llena de felicidad y secretos, en ti viven la muerte, las tinieblas y la luz, y verás quién me paralizó el ala, aunque yo también sé muchísimo de ello.
Pero tú ves con mayor claridad.
¿Es entonces tan poco natural que haya odio en mí?
Odio a quienes me deformaron y despojaron mi alma de su funcionamiento natural.
Es cualquier cosa menos agradable, porque he vivido en el espacio y estaba en posesión de las grandes alas.
Me siento sombrío y siempre regreso a este punto, Venry, pero tienes que perdonarme, me hace rebosar el corazón.
Pero las cosas que han de suceder las tendremos que vivir los dos, y es mejor que antes uno sepa todo al respecto para que no sea demasiado tarde.
Esa seriedad te hará más fuerte y te fortalecerá.
—¿Puedes decirme más cosas, Dectar?
—Pregúntame, Venry, te contaré todo lo que sepa.
—¿Nací aquí?
—No, Venry.

—Te comprendo, Dectar.
¿Es Ardaty mi padre?
—No, Venry.
—¿Tienes alguna idea, Dectar?
—No sé nada, Venry, aún no sé nada.
—Entonces comprendo lo que quería decir mi madre.
Sabes, Dectar, cuando estaba poseído, había alrededor de ti y de mis padres una densa emanación, en la que no veía al maestro.
Esa emanación te mantenía oculto a ti y a mis padres, lo veía muy claramente.
¿Lo sabías?
—Sí, Venry, lo sé.
—¿Lo sabes todo, Dectar?
—No, Venry, pero eso lo sé.
Veía que estabas conectado con eso.
—¿Es por eso que mirabas de manera tan penetrante a mi madre, Dectar? (—pregunté).
Dectar sonrió, pero no me respondió, por lo que a continuación pregunté:

—¿Y el sumo sacerdote, Dectar?
—¿No viste, Venry, que estaba siendo blindado?
—¿Quién lo blindaba?
—¿No estás al corriente?
—¿Hace tanto ya que está conmigo mi líder espiritual, Dectar?
—Ya puedes estar muy agradecido, Venry; supone una gran protección para todos nosotros.
—¿Fue miedo, Dectar, lo que sentían mis padres?
Mi padre se comportaba de manera muy extraña.
—¿Puedes imaginarte e intuir los sentimientos de dos almas felices, Venry, almas que albergan un gran secreto y su propia felicidad?
Eso es lo que determina su vida y por lo que poseen absolutamente todo.
Cuando vuelvo a pensarlo, querido Venry, y visualizo todo, veo mi propia muerte.
—Ya no te preguntaré nada más, Dectar, quizá más adelante.
Te estoy muy agradecido, también por lo que hiciste por mis padres.
Tal vez se nos conceda saberlo todo algún día.
¿Qué pasará conmigo después de las tinieblas, Dectar?
—Conocerás la muerte y tienes que familiarizarte con ella.
Cuando hayas avanzado muchísimo, no será necesario, pero eso ya lo veremos.
—Pero ¿es que no conozco la muerte, Dectar?
—Claro que sí, Venry, pero de tarde en tarde recibimos experiencias por las que nos desarrollamos muy rápidamente, pero me sintonizaré en eso, quizá mañana pueda contarte más.
Pero has de saber, querido Venry, que es muy instructivo.
Y ahora: mucho cuidado de nuevo, o los gusanos ya te habrán mordisqueado el corazón en pedacitos, y entonces no será necesario que sucedan todas estas cosas (—dijo).
Seguimos durante un tiempo, ambos sumidos en pensamientos.
Entonces dijo Dectar:
—En todos estos años que llevo aquí, Venry, aún no había podido hablar así, me siento muy feliz de que todo esto haya desaparecido de mí; ya puedo empezar una nueva vida.
Ahora vas a conocer a otro Dectar.
Me vuelve a entrar la luz y es gracias a ti, Venry.
—¿Qué quieres decir con esos otros muros, Dectar?
—Conocerás los muros invisibles de Isis, no estos, sino otros que aún nadie, ni un solo sacerdote, ha atravesado.
Contemplarás ese secreto, me es imposible contarte más de ello, porque entonces te entrarían demasiadas cosas, y eso no es bueno.
Pero estoy muy esperanzado, Venry, en ti están esos dones.
Ahora tenemos que prepararnos para la prueba en la que te sopesarán.
Pero estás preparado —¿no es así, Venry?—, porque si no tendríamos que seguir, y ahora quiero estar solo, completamente solo, para examinar mi tristeza a la luz del ser de las cosas.
Cuando entonces regrese a ti, me verás de otra manera, pero entonces habrá penetrado en mi ser el bálsamo que me dan los Dioses, y se habrán curado todos sus puntos enfermos.
Si en mis oraciones llegara a ser muy claro, Venry, entonces se curará mi alma, por tocar la realidad.
—¿Qué quieres decir con que te sopesen, Dectar?
—Ya lo verás, Venry.
Seguirán tu concentración.
Entretanto hemos vuelto a acercarnos al Templo.
Olvídate de todo, Venry, por favor.
Ahora vacíate completamente, más tarde todo te volverá a entrar.
Ahora solo piensa en ti mismo (—concluyó).
Dectar partió y yo entré en mi propia celda.