El gran don sanador de Dectar

Pronto nos encontramos fuera.
El terremoto había derribado varios edificios y casas, pero la nuestra se la había tragado la tierra.
Dectar me dijo que habían empezado con la reconstrucción.
Yo llevaba gran cantidad de hierbas y aceites que él necesitaba.
Entramos en una cabaña miserable.
Sobre la cama yacía una joven madre, el cuerpo lleno de abscesos.
Dectar la tranquilizó con unas pocas palabras amables.
La enferma me miraba, pero yo tenía el rostro oculto bajo la cogulla, solo los sacerdotes eruditos podían exhibir su cara.
A Dectar lo conocía todo el mundo en esta zona.
Me dijo:

—Nosotros dos hablamos de sentimiento a sentimiento, Venry.
La enferma no debe oírnos, pero los maestros me pueden seguir.
Así que si hablamos confidencialmente lo hacemos desde el espacio, pero cuando se trata de un enfermo me abro por completo a los maestros.
Ven ahora aquí conmigo y mira (—dijo).
Dectar irradió todo el cuerpo y vi cómo se disolvía una emanación azulada.
La enferma no podía ver nada de esto.
Sentí para qué era esto, pero Dectar dijo:

—Ya sentiste, Venry, para qué hace falta esto.
Es una protección astral, para blindarla contra la extensión (—dijo).
Entonces le frotó el cuerpo con un suave aceite.
Después trató la piel y untó una pomada de hierbas alrededor de las heridas.

—Venry, ¿verdad que sientes por qué evito las heridas?
—Lo haces para fortalecer la piel, Dectar.
—Exacto, Venry, y entonces las heridas se curan ellas solas.
La piel alrededor de las heridas tiene que fortalecerse, no el sitio mismo, eso vendrá luego.
Voy a irradiar las heridas, no hace falta nada más (—dijo).
La enferma tuvo que darse la vuelta y entonces vi que tenía la espalda como si fuera una sola herida.
Dectar habló a la enferma y dijo:

—Ves, estimada, estas heridas eran antes muy pequeñas y ahora es como si fuera una sola herida grande.
Eso ya es curación (—añadió).
A mí me dijo:

—No tenía curación posible, querido Venry, los demás no la pudieron curar y me llamaron a mí.
Ya conseguí mucho.
Podría haberla curado de golpe, pero entonces es demasiado rápido.
Te lo mostraré enseguida.
Las hierbas y pomadas me ayudan, pero son mis propias fuerzas las que tienen que curarla.
La enfermedad viene de dentro (—dijo).
Dectar irradió a la mujer y sintonizó su concentración.
Su mano derecha planeaba por encima del cuerpo; con los ojos cerrados rezaba por fuerzas.
Las heridas manaban sangre, la irradiación producía una intensa incidencia y vi cómo se producía un milagro.
Después de que irradiara las heridas durante un tiempo se cerraron por sí solas, algo para lo que en el fondo hubiera hecho falta bastante tiempo.
La gran fuerza de curación de Dectar aceleró el empuje natural y él redujo este proceso a una rápida curación.
Su tremenda concentración obraba milagros.
Después de haberla irradiado un tiempo dijo:

—¿Pudiste seguirlo, Venry?
—Sí, Dectar, vi cómo se curaba, eres un gran milagro.
Pero él no reaccionó y se dirigió a la mujer enferma:

—Ahora a quedarse así, solo un momento, enseguida te dormiré (—dijo).

Dectar me mostró entonces su gran fuerza.
También el muslo lo tenía lleno de heridas.
Al irradiarlo, las heridas fueron cerrándose bajo sus manos.
—Ya lo ves, Venry, puedo sanar todas estas heridas en poco tiempo, pero ya te dije que entonces va demasiado rápido.
Esto tiene que hacerse lentamente, como hace su trabajo la naturaleza (—dijo).
Su concentración era maravillosa.
Percibí que las heridas se contraían y que adquirían costras que luego iban cayéndose.
Fue un proceso breve, pero aun así estaba mal, iba demasiado rápido.
Dectar poseía fuerzas asombrosas.
Para mí era ahora como un niño pequeño.
Sintió en qué estaba pensando y dijo:

—Así es, querido Venry, lo has sentido bien.
Ahora soy como un niño, pero entonces veo con mucha nitidez.
También me entran unos sentimientos tan hermosos que podría llorar de felicidad.
Los enfermos lloran conmigo, pero no saben por qué les llegan esos sentimientos.
Yo sé, sin embargo, que son felices por esas fuerzas sanadoras, pero aún hay mucho más.
Lo que me llega entonces es asombroso, Venry, y me hace muy feliz.
Es cuando hago la transición a esas fuerzas, y el enfermo, a su vez, las recibe de mí.
Esas fuerzas me elevan y entonces me siento muy etéreo, muy sensible.
A veces oigo voces, y puedo hablarles.
Esas voces son de personas que han estado en la tierra y que ahora viven en ese otro mundo, pero lo principal es, sin embargo, que esas personas me dan consejos, que son más poderosos que mis propios conocimientos y todos mis dones.
Naturalmente, sabes lo que esto significa.
Es cuando poseo las grandes alas, Venry, y entonces puedo planear por el espacio y ver muy profundo.
Los maestros no saben nada de esto, porque si no me lo prohibirían.
Este es mi propio secreto, Venry, pero sé mucho más, ahora que he conocido a tu líder espiritual.
—¿Crees que es él, Dectar?
—Otra posibilidad no hay, Venry.
Los maestros me pueden seguir en todo, pero de esto no saben nada.
¿No es maravilloso?
A veces me vienen personas que han tenido la misma enfermedad y me decían que esta les había causado la muerte.
Me aclaraban cómo se pueden usar todas estas hierbas, pero es por mis propias fuerzas que tengo que sanar.
Me dan alegría y felicidad, también para los enfermos, y saben mucho de las enfermedades.
Ahora no están aquí.
No las he visto en mucho tiempo, y es por mi propia culpa.
—¿Por qué, Dectar?
—Bueno, querido Venry, soy muy terco, porque ya no quería verlas.
Su gran felicidad solo me hacía infeliz.
Cuando las veo en su luz radiante lloro de deseo y dejo de ser bueno para mi trabajo.
Para verlas y seguir tanta felicidad hay que ser muy fuerte.
Es cuando uno empieza a hacer comparaciones, y eso es un error.
Han avanzado más que yo y eso es algo que he de aceptar.
Es cuando me pongo triste, porque lo poseen todo y yo nada.
Sin embargo, soy muy rico y poseo hermosos dones, pero su felicidad ¡es tan poderosa!
¿Puedes sentirlo, Venry?
—Sí, Dectar.
—Todas esas personas rara vez están solas, siempre las veo juntas.
Seguramente ya lo habrás comprendido: son almas gemelas.
Están de camino y viven en el espacio, pueden partir adonde ellas mismas quieran y lo poseen todo.
Planean por encima de la tierra y nos contemplan, a los seres humanos, que no poseemos nada de toda esa felicidad.
Después me pongo a desear, querido Venry, y lo hice tan intensamente que se me quitaron las ganas de verlas de nuevo.
Ya ves, Venry, es muy débil por mi parte, pero es que así es como soy.
Ven mucho más de lo que creemos saber.
Y eso es muy natural, porque dicen que han muerto de todas las enfermedades, con lo que quieren decir que allí todas las personas viven y que cada una en el fondo ha vivido otra enfermedad.
Y allí atraviesan la vida con su mirada; ven claramente las enfermedades en la tierra, pero no como las vemos nosotros, que poseemos estos dones.
Pero ya lo sabes, cuando estás desdoblado del cuerpo lo ves todo, el comienzo y el final de una enfermedad, y eso lo tenemos que poder ver aquí.
Su felicidad es indescriptible.
Si me esfuerzo al máximo, dicen ellos, recibirás nuestra felicidad.
Ahora sé que dicen la verdad y que ya no pueden mentir ni engañar, porque viven en la luz.
Una de ellas fue una fuerza que me ayudó, Venry.
—Y ¿conoces ahora esa fuerza, Dectar?
—Por supuesto, es tu líder espiritual que ya lleva años esperando, y que también me ayudó en eso.
Ahora haré que se duerma y después proseguiremos (—dijo).
Dectar se sentó junto a la mujer enferma y tomó su mano en la suya.
De sus hermosos ojos profundos vi salir luz y pronto la mujer se sumergió en un profundo sueño.
La tapó.

—Descansa, hija mía, mañana estarás bien, mientras estés durmiendo se te curarán las heridas —dijo.
Nos fuimos.
—¿Sabes, querido Venry, cuánto tiempo tiene que dormir y lo que tengo que hacer ahora?
—¿Dormirá hasta mañana, Dectar?
—Sí, Venry, y seguiré ayudándola.
—Es maravilloso, Dectar, seguirás siendo uno con ella, ¿verdad?
—Sentado junto a ella, Venry, me hice uno.
Ahora tiene que dormir, porque yo también estoy dormido ahora.
—¡Tu división es completa, Dectar!
—Cuando curo, Venry, estoy preparado.
De esta manera podría hacer dormir a muchas personas, y sin embargo hago mi otro trabajo, pero sigo siendo uno con ellos.
Puedo hablar y hacer otras cosas, pero mi concentración se mantiene, sigue continuamente sintonizada con ella, sin cambios, hasta que me proponga que se despierte.
Mañana las heridas estarán curadas y se habrán detenido las contracciones.
Eso le duele mucho y la debilita.
Ahora recibe nuevas fuerzas, nada más que por el sueño.
Porque conocemos todas esas transiciones en el sueño.
Bueno, yo sigo con ella dentro del sueño, pero sin perder mi conciencia.
¿Sabes quién me enseñó esto, Venry?
—¿Los maestros de Isis?
—No, querido amigo, tu líder espiritual.
—¿Así que estás conectado con él desde hace mucho, Dectar?
—Tiene que esperar, Venry, y prepararse para todo, por eso es que somos uno.
Los maestros conocen todas estas posibilidades, pero en esto aún hay otra fuerza de la que no saben nada.
Creen que ellos mismos son esa fuerza; yo acepto de muy buen grado esa sabiduría y me dejo ir entonces, entregándome a todo.
Pero eso no está permitido, tengo que poder justificar todo yo mismo, y cada enfermedad se anota.
Si la fuerza vive en ese otro mundo entonces no nos pertenece.
¿Sientes, Venry, por qué lo quieren?
No quieren depender de nada.
Vamos, entremos (—dijo).
Entramos en otra cabaña, pero primero nos llamaron para ir a un enfermo al que habían traído de lejos porque sabían que vendría Dectar.
Era un hombre mayor.
Lo había picado un insecto y lloraba de dolor.
Dectar se le acercó y lo tranquilizó.
Tenía la pierna derecha hinchada y de un tono entre azul y negro.

—Veo que ha esperado demasiado tiempo, ¿por qué no vino a Isis? —preguntó Dectar.
El hombre quiso disculparse, pero Dectar no se dio por aludido, porque lo caló:

—Lo ayudaré, pero no cuente nunca más mentiras, o le entrarán los demonios —dijo.
Primero embadurnó la pierna con una pomada de un olor fuerte.
Después se concentró en el enfermo.
Con las manos irradió la pierna y vi que esta fue desinflamándose cada vez más bajo sus manos hasta que adoptó su forma normal.
Dectar curó la enfermedad en poco tiempo, que resultó ser una intoxicación.
El hombre lloraba de felicidad y quiso recompensarle, pero Dectar lo rechazó tajantemente.
La pierna estaba curada y el hombre se fue a casa a pie.
Después fuimos al otro enfermo; era una mujer de mediana edad.
La había mordido una serpiente y su organismo había empezado a presentar trastornos.
Dectar me habló de su afección y en qué medida se había desarrollado.
—Estoy tan preparado ahora, querido Venry, que hoy puedo eliminar el veneno que aún está en ella.
Naturalmente, ya está muerto, pero hay órganos que se han visto afectados y su funcionamiento está viéndose dificultado.
El veneno ha dejado una sensación paralizante en los intestinos.
Ahora tengo que darle unas hierbas.
Dectar se las dio y nos fuimos.
—Todas estas hierbas, Venry, crecieron en los jardines de Ardaty.
Le purificarán la sangre y reactivarán esos órganos paralizados.
Ardaty cultivó todas estas hierbas y eso le tomó años, pero ahora las tenemos nosotros.
Él dominaba ese arte que hace que los enfermos se curen.
Pero solo cuando las hierbas estén actuando empezará mi trabajo.
Entonces sigo las hierbas por todo el cuerpo y las conduzco a través de mi visión y concentración al lugar donde pulule la enfermedad.
Esta curación solo es posible a través de mi visión, de las hierbas y de mi conocimiento de la enfermedad, Venry.
Enseguida sentirá terribles dolores que surgen por las hierbas, pero también haré que se quede dormida.
Debido a la curación que está próxima y que significa empuje, siente dolor.
Sé cuánto tiempo puede durar ese dolor, pero la dejo dormir mientras tanto.
Porque durante el sueño el organismo no funciona a pleno rendimiento y llegan a descansar los órganos, pero el organismo tiene que recuperarse con la conciencia plena.
Con otras enfermedades es muy distinto, por lo que entonces he de adoptar medidas diferentes (—dijo).
Dectar se fue a la enferma y después me mostró cómo la había curado.
—Ves, Venry, eso ha aparecido por las hierbas, pero fui yo quien lo sacó del cuerpo.
En breve se dormirá y seguiremos (—añadió).
Rumbo a otro enfermo nos paró un hombre mayor, que preguntó a Dectar:

—Maestro Dectar, los Dioses lo han hecho cruzar mi camino, ¿podría curar a mi esposa?
La noto muy extraña, desde hace unos días no la reconozco.
Los Dioses me enviaron hasta usted.
—Llévenos, estimado (—contestó).
El hombre nos llevó a su vivienda.
Mientras nos dirigíamos allí, Dectar dijo:

—¿Viste, Venry, que no fue él mismo quien nos habló?
—Sí, Dectar, veo otro ser en él, ¿de modo que es un enviado?
—Muy bien visto, Venry.
Ya sé lo que tenemos que hacer.
Su mujer está poseída, pero por su propia culpa.
Todos quieren tener dones, sucumben por la sabiduría y quieren morir por ella.
Pero ¿somos como ellos?
¿Nuestros deseos son distintos?
¿No son los maestros que desean un día tras otro?
¿No quiere el faraón siempre nueva sabiduría?
Lo que hacemos nosotros todos creen poder hacerlo, Venry, pero quien no conozca la realidad sucumbe (—concluyó).
Llegamos a una cabaña, pero Dectar se detuvo junto a la entrada, desde donde observó al enfermo.
Había un ser de sexo femenino en el suelo como si fuera un instrumento sin voluntad, tenía los ojos desorbitados.
Sentí que Dectar empezaba a percibir y lo seguí en su visión.
Entretanto me dijo:

—Lo ves, ¿verdad, Venry?
Está poseída de la manera en que tú también lo viviste.
Si quieres, la puedes curar en poco tiempo y entonces ya no elevará sus oraciones por ayuda y dones.
Los Dioses le enviaron la inconsciencia en una figura humana, pero fue un demonio el que descendió en ella.
Será mejor que la ayudemos los dos, Venry.
Siento mucho deseo de seguirte.
Ni siquiera hace falta que la irradiemos, la personalidad astral ya sentirá que nos sintonizamos y partirá (—dijo).
Ambos sintonizamos con la enferma y empezamos a percibir.
Dectar dijo:

—¿Puedes verlo todo, Venry?
—Sí, Dectar, está poseída, el ser astral se desfoga a través de ella y le promete tesoros espirituales de los que él mismo no entiende nada.
Es un hombre, Dectar.
—Muy bien, Venry, pero mira, quiere resistirse y todo.
Observa, se encoge de dolor, se retuerce como una serpiente, pero nuestro fuego espiritual lo obliga a soltarla.
Ahora ella se derrumbará, inconsciente, pero entonces él ya no estará (—dijo).
Nuestra fuerte concentración obligó al monstruo astral a salir de su cuerpo y la mujer se derrumbó inconsciente.
La llevamos a un lecho de reposo y Dectar dijo a su marido:

—¿Prefiere usted que ella ya no posea estos dones?
—Oh, maestro, libérela de todos estos fenómenos, los Dioses maldicen mi vida y ella trae pena y dolor, a mí y a mis hijos.
—La blindaremos, Venry, para que sus sentimientos sigan dormidos.
Ciertamente, es muy sensible, pero esto para ella no es más que miseria.
Podríamos hacer de ella una sacerdotisa digna, pero ahora es madre, y su sintonización es confusa.
¿Conoces este empuje, Venry?
—Sí, Dectar, veo lo que vive en ella, me queda claro.

—Su vida interior se ha dividido de esta manera, Venry.
Para muchos es precisamente el desarrollo más sencillo de todos, pero para ella es fatal, esta sensibilidad le proporciona un estado de desequilibrio.
Rodearemos sus dones de una densa áurea y pensaremos un tiempo en ella.
Cuando todas esas fuerzas hayan vuelto a dormirse podremos parar y ella quedará liberada de ello para esta vida (—dijo).
Pusimos alrededor de su vida interior una densa emanación, hecha de concentración y firme voluntad.
Después de unos instantes esta alma quedó liberada de esa fuerza impositiva y destructiva, y curada.
Dectar dijo al hombre:

—Puede dejarla dormir, así se curará.
Todos esos horribles dones ya no están en ella.
—Doy gracias a los Dioses.
A otro enfermo lo curé de la alta fiebre que tenía.
Dectar dijo:

—Ves, Venry, todo sigue siendo consciente en ti y ya puedes volver a sanar como antes.
Iremos a ver ahora un caso asombroso, querido Venry, y creo que ahora podremos quitar el tumor.
Pero sucede en Isis.
Ven, sígueme (—dijo).
También ahora entramos en una miserable cabaña, porque los ricos venían al Templo y recibían una ayuda diferente, dado que las habitaciones de Isis se quedarían llenas.
A los pobres se les solía ayudar sin cobrarles nada, pero a veces se aceptaban sus dádivas.
La madre del enfermo dio la bienvenida a Dectar y llamó a su hijo.
Era un chico de unos ocho años, y era retrasado.
Dectar me dijo:

—Sintonízate con él, Venry.
El tumor está en la cabeza.
Dectar posó su mano derecha en la cabeza del niño.
Lo seguí y vi lo que iba a percibir.
En el interior de la cabeza había un tumor, pequeño pero grave.
Pude percibir claramente que estaba maduro y que ahora podría ser eliminado.
Después de unos instantes Dectar regresó a su propia vida y dijo:

—¿Te diste cuenta, Venry, lo visible que es el tumor?
Por eso el niño está inconsciente.

A la madre dijo:

—Venga con el niño al Templo.
Visítenos mañana y entonces sanaremos al niño.
Se quedará unos días con nosotros y volverá a usted sano.
* *
*
Esa tarde seguimos visitando a enfermos.
A todos los ayudamos y después regresamos al Templo.
Tras un breve descanso Dectar vino a buscarme otra vez y visitamos a los enfermos que estaban en Isis.
Después me llevó con él a la habitación donde se hacían los embalsamamientos, que me permitieron presenciar.
Había fallecido en un accidente un alto personaje y estaban embalsamándolo.
Así transcurrió el día.
Acordé con Dectar que iría a visitarlo de noche para rectificar su deformación, y se fue.
Esa noche me desdoblé del cuerpo y lo rodeé de mis propias fuerzas para fortalecer su resistencia.
Poco después pude empezar de nuevo con ello y predominaron nuestras propias fuerzas.
Aun así, los maestros no debían saber nada de todo esto.
Construimos una fuerza opuesta y cuando estuviéramos listos Dectar podría desdoblarse y percibir en ese otro mundo o vivir diferentes cosas.
Esperaba poder conseguirlo a través de mi líder espiritual.
Estuve trabajando en esto hasta por la mañana.
Cuando vino a verme, me dijo:

—Dentro de muy poco, Venry, podré planear.
—Pero ¿es que sabes, Dectar, hasta dónde he llegado?
—¿De verdad que no ves que ya puedo erguirme de nuevo?
Pero tendré que tener cuidado.
Ven, vamos a caminar, tengo que hablarte de lo que sabemos, para que estés preparado para las pruebas.
Visitamos otros jardines y edificios para que yo conociera el Templo y todo lo que formaba parte del mismo.
Había jardines en los que andaban sueltos diversos animales salvajes, junto a otras especies animales aladas.
Asombraba ver todos esos animales juntos, pero la mayoría de ellos estaban controlados.
Pregunté a Dectar:

—¿Qué se sabe de todas estas especies?
—Sabemos que nosotros, los seres humanos, siempre regresamos y que recibimos nuevos cuerpos, pero también los animales regresan.
Cómo ocurre y a dónde van todavía no lo sabemos.
Tienes que contarme lo que veas, Venry (—me dijo).
No pude explicar lo que veía y dije:

—Soy incapaz de expresarme, Dectar, para eso tengo que desdoblarme, pero veo esa variedad de especies de animales.
—Eso va a ser muy hermoso, Venry.
No te esfuerces más, esto ya basta.
¿Qué ves en el espacio, Venry?
—Otros mundos, Dectar.
Árboles y flores, hombres y animales.
Tú también puedes verlos.
—Todo muy bien, Venry, pero he de saber lo que tú percibes.
—Veo a personas que llevan túnicas preciosas, la naturaleza es mucho más hermosa que aquí y son felices.
También se me ha concedido ahora ver las tinieblas.
¿Ya se conoce todo eso?
—Todo, Venry, también que allí siempre hay luz o profundas tinieblas.
Todas esas personas murieron aquí y estuvieron en la tierra.
Pero lo que hemos de saber es si en este espacio viven más personas como nosotros.
Hemos de saber si todas esas bolas de fuego luminosas están habitadas.
Los maestros buscan e intentan llegar a ese punto.
También el faraón tiene que estar al corriente y siempre pregunta si ya sabemos algo.
Pero aquí aún no ha habido sacerdotes que hayan podido determinarlo.
Ahora nuestra esperanza es poder recibirlo a través de ti.
—¿Me enviarán allí los maestros, Dectar?
—Claro, Venry, que tú poseas esos dones supone sabiduría para todos nosotros.
Estamos muy deseosos de que se nos conceda saber eso.
—Y ¿podría ir hasta ella, Dectar?
—Tendremos que verlo.
Sabemos que el alma vive en ambos cuerpos y que somos hombre y mujer.
Pero lo que queremos saber es si esos cuerpos están conectados entre sí en el espacio.
No dejamos de avanzar, pero lo que aún no sabemos es de dónde venimos y a dónde vamos.
Naturalmente, sabemos que seguimos viviendo, pero eso no es todo lo que queremos saber.
Tiene que haber allí cuerpos en los que vivan personas.
Los maestros así lo creen y sienten, y en eso han avanzado mucho.
Tiene que ser posible una conexión, es decir, nosotros los hombres también hemos vivido en otros cuerpos en el espacio, y lo seguiremos haciendo.
¿No es algo imponente, Venry?
—¿Hubo otro sacerdote más, Dectar?
—No, Venry, este ver es uno de los dones más grandes que hay.
Ni uno solo de los maestros posee esos dones, yo tampoco, nadie aquí en Isis.
—¿De qué modo se celebran estas sesiones, Dectar?
—Ya lo viviste, Venry.
Te desdoblas del cuerpo y tienes que empezar a ver en ese otro mundo.
Entonces los maestros te harán preguntas.
Tienes que responder a todas esas preguntas.
Si no ves bien y nosotros nos damos cuenta te avisarán los maestros.
Ellos te controlarán y te harán preguntas, y lo que preguntan ya lo sabemos.
Si tu respuesta es clara y natural seguirás avanzando, y más profundamente, siempre más allá.
—Me hablaste de las aguas, Dectar: ¿Hubo sacerdotes que vieron en ellas?
—Todos podemos descender en las aguas, Venry, pero no es tan sencillo explicar toda esa vida.
Hubo un sacerdote que sabía explicar muchas cosas, pero luego resultó que no era parte de la realidad y que todo eso carecía de valor.
Tenemos que poder constatarlo, Venry, y poder seguir todos esos mundos, solo así conoceremos las leyes.
Lo que explicó en las primeras sesiones y que a los maestros les pareció milagroso resultó más tarde ser parte de la irrealidad.
El faraón estaba furioso y eso no es bueno para Isis.
Eso arruinó a otros Templos.
Lo que reunimos ha de tener fundamentos, porque solo así avanzaremos.
Si puedes ver allí en la realidad, eso hará grande a Isis y a todos nosotros, pero de nada sirven aquí los pensamientos propios.
Hubo sacerdotes que habían recibido dones espléndidos, pero los empujes que creían ver los veían en su imaginación.
Las averiguaciones posteriores destaparon que habían dicho disparates, sin que siquiera fueran conscientes de ello.
—Pero, Dectar, eso se puede ver, ¿no?
—No, querido amigo.
Lo ven y viven un mundo, y toda esa vida la ven ante ellos, y sin embargo no son más que apariencias.
La culpa de ello es su vanidad y codicia y su deseo por poseer las grandes alas.
Todos recibieron su castigo y hubo a quienes se mató.
Hemos podido seguir todo ese sentir y ver, Venry.
El tesoro más grande de todos es poseer dones que los Dioses puedan darnos a nosotros los humanos, pero resulta fatal, Venry, creer poseerlos y vivir en pensamientos según cómo quieran verlo y se lo imaginen.
Así nos arruinamos todos.
Los maestros son muy dóciles, pero ay de quienes crean ver lo que sin embargo no pertenezca a la realidad: se destruirán a sí mismos.
—Pero ¿acaso es necesario destruir por eso a un sacerdote, Dectar?
—Es lo que piden, Venry, nosotros no pedimos mentiras ni pensamientos propios, queremos conocer las leyes.
—Podría quebrarlos a todos, Dectar, a todos esos maestros, y con ellos al faraón.
Odio a los maestros.
Ya podría comenzar ahora mismo, y darles pruebas de mis fuerzas si se me concediera hacer lo que deseo.
—Si continúas así, amigo mío, estaremos esta noche en el punto del que estamos hablando.
¿Ya te olvidaste de que aún no estás preparado?
No debe haber en ti semejantes pensamientos, o nos quebrarán.
Tengo que advertírtelo una y otra vez, y eso me da miedo.
Ay, Venry, por favor, ten cuidado.
—Estaré más atento, Dectar.
Pero los odio, y más ahora que sé quién es mi padre.
A veces ya no tengo paciencia.
Siempre esa destrucción, Dectar, a todos esos sacerdotes los han asesinado, y ¿para qué?
¿Cuántos sacerdotes y sacerdotisas no han desaparecido aquí sin dejar rastro?
—Eso no hay manera de cambiarlo todavía, Venry, tenemos que vigilar nuestras propias vidas.
Cuando eres juvenil me entra miedo.
Yo, cuando soy un niño, me entra una sagrada seriedad y tengo mucha fuerza.
Tú no, y entonces tiemblo, porque no piensas en nada.
Pero volveremos a tu celda, tienes que blindarte mejor, o ya no diré ni una sola palabra.
¿Seguirás acordándote de eso, Venry?
—Te lo prometo, Dectar.
—Iré a buscarte, hoy sanaremos.
Se te concede presenciar esa sesión.
—Ahora estaré más atento, Dectar.
—Veremos, amigo mío, y esperaremos.