Señora Aanse, fue mi Bernard quien lo hizo

Bernard piensa que Nuestro Señor es bueno y omnisciente, especialmente si encima de todo se encarga de que haya un pequeño paraíso cerca de casa, al que puedes entrar trepando sin más y sin que la gente se dé cuenta, por lo menos si llegas antes que el borrego que vive allí y que de todos modos es incapaz de zamparse esas delicias.
Una mañana, las uvas de la señora Aanse se han esfumado.
Centenares de preciadas uvas están dispersas por el suelo, parece como si un huracán las hubiera arrancado de las ramas, tan rudamente y a la ligera fueron bajadas.
Es grave, ¡es muy malo!
Y la señora Aanse ni siquiera lo sabe.
Crisje ve que Bernard está boca arriba chupando unas uvas.
Se pega un susto horrible:

—¿No son esas las uvas de la señora Aanse, Bernard?

Bernard se siente atrapado en flagrante, por fin lo agarraron.
Crisje no permite que se robe.
—¿Qué comes allí, Bernard?
¿Uvas?
Bernard quiere esconder sus uvas como un rayo, pero justo es tarde.
—Y bien, ¿no me puedes contestar?
Bernard no llora, sino que rápidamente pone pies en polvorosa.
Pero Crisje todavía le grita:
—Devuelve las uvas, Bernard.
Son de la señora Aanse.
Lo sé.
Pero Bernard no es así.
La señora Aanse lo desollaría; esa mujer, que pesa ciento veinticinco kilos, es de armas tomar, Bernard lo sabe muy bien y por tanto no considera devolverlas.
Pero qué pena, ahora Crisje tendrá que decírselo al Largo, y entonces Bernard no tendrá su mejor día.
Ya volverá.
Pero no se asoma en todo el día.
Pronto llegará el Largo a casa, y Bernard todavía no está.
Es una vergüenza.
La señora Aanse vive a dos casas.
¿Qué tiene que hacer Crisje?
Bernard se pasó de la raya, lo estuvo pensando suficiente tiempo, pero qué se le va a hacer, las veía creciendo delante de sus narices, cada vez más grandes, y entonces sucumbió.
Bernard pensó que nada podía pasarle de todos modos, y ahora ya se vio: Crisje lo agarró in fraganti.
Bernard es una maravilla de chico, pero le gusta mangar, para él es un deporte divertido.
Es lo más divertido que hay, pero ni el Largo ni Crisje quieren saber nada de eso, no quieren que los chicos se conviertan en maleantes.
Ahora Crisje va a buscar a la señora Aanse, ella misma se lo va a contar.
Está sentada en su rincón, sin saber todavía que le robaron detrás de su casa las uvas.
Crisje lo sabe, pues de lo contrario la señora Aanse ya habría armado un alboroto.
—¿Qué, Crisje? ¿Tú por aquí?
Tan cerca que vivimos una de otra, y aun así nos vemos tan poco, ¿verdad?
Nunca tenemos un momentito para hablar, y menos tú con tus chicos.
Dime, ¿cómo están?
¿Están sanos?
Siéntate, Crisje.
‘Qué cosas’, piensa Crisje, ‘la buena mujer todavía no sabe nada.
Déjelo allí, señora Aanse’, piensa, ‘enseguida ya hablará de mis chicos en otros términos’.
Crisje no tiene nada de ganas de inventar primero una gran historia; enfila directamente la vida de la señora Aanse.
—Sí, señora Aanse, todo va bien, pero no le traigo noticias muy agradables.
¿Es que todavía no sabe que le han robado sus uvas?
—¿Qué me estás diciendo allí, Crisje?
¿Que me robaron mis uvas?
Y eso me lo tienes que venir a contar tú, y ¿yo misma no sé nada de eso?
Nunca me ha pasado eso.
Mis preciosas uvas, ¿robadas?
Es demasiado para mi vida, Crisje.
Ahora la señora Aanse quiere convencerse a ella misma, pero sus piernas ya no son tan buenas y vuelve a dejarse caer en su silla.
—Estoy mal, Crisje, ya no tengo buenas piernas, están hinchadas.
—Compresas mojadas, señora Aanse, siempre funcionan.
—Es cierto, Crisje, cómo no pensé en eso.
También tengo las rodillas hinchadas.
La señora Aanse se levanta haciendo palanca con las rodillas para mirar los destrozos y gime:
—Santo cielo, Crisje, mis pobres uvas.
Eso sí que es una pasada, que Dios me perdone.
Cuando lo agarre, le retuerzo el pescuezo.
Le parto los huesos.
¿Y sabes quién lo hizo, Crisje?
—Sí, señora Aanse, lo sé, fue mi Bernard.
Por favor dígame lo que cuestan, y ya se las pagaré.
—¿Qué me estás diciendo? ¿Tu Bernard robó mis uvas?
Entonces voy a los gendarmes.
Que lo metan a la jaula, Crisje, tienen que meterlo detrás de los barrotes.
¿Ya no tienes nada que decir tú ni tu Largo? (—pregunta.)
Ahora la señora Aanse pone a parir a Crisje y esta acepta todo.
—Aquí no hay nada que yo pueda decir, Crisje.
Esto tiene que terminar.
Esos chicos tuyos van a acabar mal.
Lo dijo Trui, pero ahora puedo creerlo.
Mi Theet nunca haría algo así.
—¿Entonces no habrá manera de arreglarlo, señora Aanse?
Usted solo tiene uno, yo tengo cinco.
Debe haber una manera de arreglarlo, ¿no?
—¿Quieres que te diga algo, Crisje?
Eres demasiado buena con tus chicos, pero así puedes echarlos a perder.
¿Acaso no sabes lo que significan para una unas uvas propias?
Me molesto día y noche para darles todo lo que les haga falta y ahora ¿ya no están?
Esas uvas son para mí y no para tu Bernard.
La señora Aanse sale de la habitación.
Crisje puede largarse, siente mucha tristeza.
¿Dónde se habrá metido Bernard?
Jan Kniep lo está buscando.
—¿Dónde estabas, Jeus?
—Estaba donde Hosman, mamá.
—¿No sabes dónde está Bernard?
¿Oíste lo que hizo?
Le robó sus uvas a la señora Aanse.
‘Eso es terrible’, piensa Jeus, ‘ahora le darán su merecido a Bernard’.
Por fin lo agarraron.
Ya llegó el Largo.
¿Qué pasó aquí, Cris?
Siente que algo anda mal.
Y entonces, Crisje confiesa todo honestamente.
—¿Dónde está Bernard?
—Hendrik, cuidado, vas a matar a tu hijo a golpes por unas uvas.
Pero el Largo ya no es él mismo.
Crisje piensa, ‘Ojalá ya hubiera pasado esto’.
Si Hendrik le pega, ya no quedará mucho de Bernard.
¿Dónde se metió Bernard?
Hendrik, te advierto, no te olvides a ti mismo.
¿Dónde está Bernard, Jan?
No lo sé, Hendrik.
Johan, ¿has visto a Bernard?
¿Tu tampoco, Jeus?
¿Nadie ha visto a Bernard?
El Largo está en la mesa, le hierve la sangre, da patadas por tanto veneno.
De pronto cree saber dónde está Bernard.
Sale corriendo al pasillo, abre la puerta del sótano y grita:
—Bernard, ¿estás allí?
Desde la oscuridad llega un lloriqueo.
Bernard pensó, ‘mejor me meto de una vez, de todos modos tendré que ir’.
El niño sube trepando los escalones.
Cuando está al alcance del Largo, este lo agarra y ahora Bernard cuelga en el aire como un lucio recién pescado.
Así aparece el Largo con Bernard frente a Crisje.
Crisje ya está gimiendo, pero ahora Bernard está entre las piernas del Largo y no puede ir a ninguna parte.
Toda la casa está patas arriba.
Jan y los chicos están allí en un rincón, Crisje está frente al Largo, suplicándole “No te olvides, Hendrik”.
El Largo no hace caso de nada.
Cuando Jan quiere decir, Hendrik, acuérdate, es solo un niño, este le dice que aquí él es quien manda y que mejor se calle la boca.
Jeus tiembla y se estremece, Johan también llora, porque ahora van a ver.
—Así que este es nuestro ratero, ¿verdad? —empieza el Largo—.
Este no puede obedecer.
Nos lleva la contraria a mí y a mamá.
Nada le importa.
¿Puedes mirarme, Bernard?
Bernard mira al Largo a los ojos y dice:

—Adelante, mátame a golpes.
Pero el Largo todavía no pega, sino que Bernard oye:

—Si hace falta pegar, Bernard, ya lo hago cuando yo mismo quiera.
Crisje espera que tal vez todo ya se andará, pero esa esperanza se ve frustrada.
—¿Alguna vez más has robado algo, Bernard?
—No, papá.
—¿Estás tan seguro, Bernard?
—Sí, papá.
—¿Por qué no quieres obedecer, Bernard?
—No lo volveré a hacer, papá.
—Si vuelves a tener las agallas para robar, Bernard, entonces de verdad que te mato a golpes.
Crisje piensa que se zafará con una buena reprimenda, pero todavía no es así, Crisje.
El Largo se tumba a Bernard en las rodillas y le pega con tal empeño que Crisje se va derrumbando de dolor.

—Hendrik, déjalo ya, vas a matar a tu hijo a golpes.

Hendrik le da tanto que no queda mucho de las pequeñas nalgas de Bernard.
—Listo, y ahora a la cama sin cenar.
Bernard se puede ir.
El niño ya casi no puede caminar.
Crisje no lo acepta.
Dice mientras lo oyen todos:
—No se te ocurra volver a intentar eso, Hendrik.
Si ocurre otra vez, me voy con los niños; ya no es un castigo, es una vergüenza.
Pero el Largo le dice a Crisje que ya hablarán más tarde.
El Largo ve que Crisje chapucea con comida.
—Cris, dije a la cama sin cenar.
—Eso son castigos dobles, Hendrik.
Puedes hacer lo que quieras, pero a mí no me parece mandar a los niños a dormir con el estómago vacío.
—Dije a la cama sin cenar, Cris.
Bernard está en la cama chupando una pera con apetito.
Johan lo ve.
—¿Aun así tienes algo de comer, Bernard?
—Pero ¿es que estás ciego o qué?
—¿No te duele entonces, Bernard?
—No quiero tener nada que ver con el dolor.
A Johan le entra respeto por Bernard.
¡Qué tipo!
No se lo había imaginado.
¡Bernard es fuerte!
No, Johan no se habría atrevido a hacer esto, ni roba tampoco: le da miedo eso de andar mangando.
Abajo las cosas se disputan de otra manera.
El Largo dice:
—¿Encima quieres favorecer eso de robar, Cris?
—Sabes muy bien que eso no es así, Hendrik, pero esto no es castigar.
Ya no tenías idea de lo que estabas haciendo.
Estabas como poseso.
—Soy el padre y sabré yo cómo hay que castigar a mis hijos, Cris.
—Vaya, ¿eso pensabas?
Y pensabas que yo iba a seguir aprobándolo.
Y que te iba a dejar hacer con los niños lo que pensabas.
Te voy a decir una cosa, si esto vuelve a suceder, créeme o no, Hendrik, ¡me voy!
Te digo que esto no es castigar.
Sacas el respeto a golpes.
Los niños terminarán por tenerte miedo.
—Vaya, pensabas eso, Cris.
¿Viste entonces que me tenía miedo?
—¿No lo entendiste entonces, Hendrik?
¿Será que no entiendes que Bernard está completamente en contra tuya?
Lograremos más con delicadeza.
—Soy su padre o no lo soy, Cris.
—Eres el padre de los chicos, claro, pero todavía estoy yo también.
Y si quieres volver a castigar así, seguiremos hablando, Hendrik.
Ya está, Largo, arréglatelas.
Crisje llora, esto fue demasiado.
Sube y mira las pequeñas nalgas de Bernard.

—Ay Dios mío, se te desaparecieron las nalgas a golpes.
—No siento nada, mamá —dice Bernard.
Cuando Crisje baja, el Largo dice:

—¿No sientes acaso, Cris, que ahora los niños van a estar entre tú y yo?
Crisje reflexiona un momento y entonces le da razón al Largo.
Pero ve a mirar por ti mismo lo que hiciste.
Al Largo le da igual.
Siguen hablando un largo rato; Crisje tiene que darle razón, y el Largo se la da a ella.
Pueden volver a seguir.
De aquí en adelante, el Largo castigará de otra manera.
Y Crisje mantendrá la boca cerrada cuando papá les lea la cartilla a los chicos.
Nuestro Señor dijo:
—Bien hecho, Crisje y Hendrik, así las cosas van bien, hay que entenderse o los chicos saldrán volando por encima de la cabeza y eso no debe ser.
Pero, Largo, esto fue un poco demasiado.
Johan ve que Bernard rebusca debajo de la paja y quiere saber todo sobre eso.
Jan Kniep disfruta en su cuartito, lo entiende y piensa que Bernard es todo un as.
Bernard le dice a Johan:
—Por qué no cierras el pico, con tus gritos, de lo contrario te la cierro a golpes.
Tengo comida de sobra.
Un poco después comen juntos de las ricas peras y manzanitas.
A Jeus también le parece que Bernard es un milagro, y todavía un poco después se cierran todos esos ojos y la conciencia diurna duerme para olvidar lo cotidiano, pero mañana habrá otro día.
El Largo todavía no se ha ido cuando Crisje ya está frente a las camitas.
—Por favor déjame verte esas nalgas, Bernard.
Dios mío, ahora ya no tienes nalgas.
¿No te duele, Bernard?
—No, mamá, no siento nada.
—Pero hoy te quedas en la cama.
—No siento nada, mamá.
Johan también tiene que mirar.
Está de acuerdo en que no ha quedado nada de las nalgas de Bernard.
Baja.
Ahora Bernard está en la habitación delantera, de pie sobre una silla delante del espejo, mirándose.
Tiene que admitir que ya no son nalgas: el Largo las dejó repletas de morados.
Pero eso ¿qué dice?
No dice nada, ¡nada!
Ahora le dice a Crisje que va a ver a la señora Aanse para hacer las paces.
—¿Te atreves, Bernard?
—Claro, mamá.
—Y ¿no vas a volver a robar nunca, Bernard?
—Claro que no, mamá.
—¿Me lo prometes, Bernard?
—Sí, mamá.
Es casi increíble, qué fuerte es ese niño, que pena que Bernard mangue.
Es un atrevido y con determinación va adonde la señora Aanse.
‘Ahora ya verás’, piensa Crisje.
Allí oye redoble de caballos, son los gendarmes.
No, todavía pasan de largo por su puerta.
—¿Señora Aanse?
Bernard está frente a la mujer gorda y confiesa todo.
—Señora Aanse..., vengo a confesarme.
Robé sus uvas, pero nunca lo volveré a hacer.
Le pido perdón.
Y papá me pegó hasta casi matarme, señora Aanse.
Mire usted misma.
Bernard se baja con dificultad el pantalón y le muestra a la señora Aanse sus pequeñas nalgas, molidas a golpes.
La señora Aanse mira y piensa que ella no le habría dado una paliza así a Bernard.
El niño la mira a los ojos y espera.
—Eso sí que es recibir una paliza, Bernard, sin duda, que Dios me lo perdone.
Eso lo tengo que decir: tu padre sabe hacerlo.
—Sí, señora Aanse, papá sabe de estas cosas.
—Mejor vuelve a cerrarte el pantalón.
Ya lo vi.
—¿Entonces no quiere pegarme, señora Aanse?
A la señora Aanse le da risa.
Ay, ese Bernard.
No, Bernard, ya te dieron suficiente y además creo que eres valiente.
Ahora ella oye otra cosa que, “Sí, señora Aanse, claro señora Aanse, tiene razón señora Aanse.
Ya no lo volveré a hacer, señora Aanse.
¡Lo recordaré, señora Aanse!
No, señora Aanse, eso no lo hará su Theet, lo sé, señora Aanse, su Theet es demasiado bueno para eso”.
Y ¿qué hace la señora Aanse?
Piensa que Bernard es el mejor de todos.
¿No le gustaría a Bernard un vaso de limonada?
¿Te parece, Bernard?
Mira por ti misma, Crisje, o no lo vas a creer luego: Bernard toma limonada con la señora Aanse.
La señora Aanse no va adonde los gendarmes, ha perdonado a Bernard.
Y, Crisje, se han hecho amigos.
Cuánto gusto le dará eso a Nuestro Señor.
Cuando Crisje lo oye no puede creerlo.
¿Cómo hizo ese mocoso para influir en la señora Aanse?
El Largo también admite que Bernard puede inventarse buenos pretextos, pero ya tiene que dejar de mangar.
Cuatro semanas después, Bernard le pregunta a Jeus si quiere mirar cuántas peras hay en ese pequeño árbol donde Hosman.
Jeus casi se muere del susto, ¿se volvió loco Bernard?
No, Bernard no está loco, sabe lo que quiere.
Ahora fíjate bien, quiere las grandotas.
Cada año lo han molestado los niños de Hosman.
Este año, esos pedazos de pera son para él.
Esas peras son las más grandes de todo el vecindario.
El deporte de hacerse con ellas es para Bernard como comer y beber, y solo cuando tiene esas dejará de mangar.
Jeus siente que esto es temerario.
Héctor de donde Hosman es un maldito sabueso.
Bernard ya tiene listo su plan, cada mañana va por la leche y entonces charla un rato con Mieneke y Gerrit, quiere ver a Héctor un momento.
Y lo logra.
Le da rica salchicha a Héctor, pero Crisje ve que las provisiones encima de la chimenea van disminuyendo y se pregunta, ‘¿Corté de esa salchicha ayer?’.
Ahora solo queda un pedacito.
Es sospechoso, pero los niños comen mucho y bien.
Bernard ya sabe cuántas peras hay en ese arbolito.
Vale la pena.
Es un deporte que no se vive todos los días.
Pronto el Largo tiene que ir a Alemania para cantar, mejor imposible.
La noche que Bernard quiere dar su golpe está lloviendo.
Tiene sus cosas listas.
Héctor lo disfrutará y él tendrá unas peras enormes.
Las caras que pondrán allí.
Bajar por la calle Stokkumse weg como un rayo, luego entrar al jardín, cada paso ha sido calculado.
—Héctor... ¿Héctor...? Aquí te tengo algo.
El perro olfatea la rica salchicha, el animal percibe a un conocido.
Estuvo acostumbrando a Héctor a su presencia desde semanas antes.
Mientras, Bernard se trepa volando al pequeño árbol para llenarse los bolsillos y la canastita.
Se pueden quedar con las cuatro que ahora siguen allí.
No había pensado que sería tan sencillo.
En poco menos de media hora ha vuelto.
—¿Las tienes, Bernard?
—Chsss..., cierra la boca.
Pero las tengo.
Bernard duerme deliciosamente, no tiene nada que ver, este año esos tontos no comerán peras de cosecha propia.
Todavía es temprano cuando Bernard y Jeus se asoman hacia el otro lado por la buhardilla.
—Están frente a la ventana, Bernard; piensan que lo hicimos nosotros.
Mira, son Anneke y Mieneke.
Y es cierto, la familia los mira de refilón: eso lo hizo uno de los de enfrente.
Crisje todavía no sabe nada.
¿Quién va por la leche?
—Yo, mamá.
Bernard se va.
Allí lo recibe toda la familia, incluso Hosman.
—¿No sabes quién robó nuestras peras anoche, Bernard?
—¿Le robaron sus peras, Hosman?
¿Esas peras grandes?
Pero Dios mío, Hosman, ¡qué vergüenza!
El granjero lo mira a los ojos, pero Bernard le devuelve la mirada.
No, un chico no puede mentir así.
Pero todavía no creen a Bernard.
Ahora tendrá que probar lo que sabe hacer y les da esa seguridad.
Todo el vecindario ya lo sabe.
¿No es una vergüenza?
La Grintweg está revuelta.
No, no lo hice, señora Hosman, ni siquiera se me ocurriría.
—Mamá, donde Hosman robaron anoche esas peras grandes.
—¿Qué dices, Bernard?
—Sí, mamá, me preguntaron si tenía algo que ver.
—Santo cielo, y eran unas peras tan grandes.
—Si, mamá, solo tienen un arbolito de esos allí y Héctor no les mordió las piernas.
—¿Estuvo dormido entonces ese sabueso, Bernard?
—No sé, mamá.
Bernard está tranquilo.
Jeus no dice nada.
Le tiene un respeto sagrado a Bernard.
Los de allí del otro lado estuvieron despertándoles la envidia cada año y ahora eso terminó.
Ahora se han enterado esos niños avaros y fanfarrones.
Jeus va tranquilamente adonde Gerrit, tiene ganas de saber lo que tienen que decir allí.
—¿No sabes nada de eso, Jeus? —pregunta Gerrit.
—Cómo quieres que sepa eso, Gerrit.
Pero me parece que es una vergüenza.
Gerrit también lo mira de reojo, Anneke lo pone a parir, pero Jeus no acepta eso.
—Supongo que sabrás, Anneke, que eso lo tendrás que confesar, ¿no? (—pregunta.)
Eso le da materia de reflexión.
No se puede sospechar de alguien así como así.
No, se oye:
—No tenemos nada que ver con esto, Anneke.
No, Hosman, claro que no, pero entonces ¿Héctor estuvo dormido?
El Largo llega a casa.
Bernard está otra vez entre las tuercas del Largo.

—Mírame a los ojos, por favor, Bernard.
El Largo mira, pero Bernard le devuelve la mirada.
—¿De verdad no lo hiciste, Bernard?
—No, papá, no tengo nada que ver.
Ya no quiero robar, papá.
El Largo comenta el caso con Gerrit Noesthede.
Es una travesura que no puede más que inspirar respeto.
Allí donde Hosman ya no se dignan en mirar a Jeus, pero no por mucho tiempo; dos días más tarde, Crisje necesita paja.
Y está encima de la pocilga, de vez en cuando tira de la paja y se la arroja a los cerdos.
Esta mañana Crisje ve más que paja: una montaña de fruta le viene rodando encima.
—Santo cielo, ¿qué es eso?

Peras y ciruelas, manzanas y zanahorias, de todo cae rodando.
Bernard está otra vez metido, ahora tendrá que volver a abrir su pantalón en la noche y para Crisje esto es muy grave.
Pero las grandes peras de Hosman no están allí, esas están en otra parte.
—Bernard, ¡cuánta tristeza me causas, de verdad —gime Crisje, sabe lo que le espera, esto no lo puede callárselo.
Hendrik tiene razón, nada bueno será del niño.
Bernard no puede decir nada, lo sabe.
Jeus y Jan sienten compasión por él en el alma.
El Largo lo va a matar a golpes.
Ahora las cosas no pintan bien para Bernard.
Allí viene papá.
¿Qué pasa, Cris?
El Largo se entera del drama.
—Y ahora ¿qué tienes que decirme, Bernard?
¿Nada?
—No, papá, ahora sí mátame a golpes, me lo merezco, papá, pégame.
‘Ese chico, qué caray’, piensa el Largo.
Pero Hendrik piensa; desde luego que aprendió algo de Crisje.
Ahora piensa excelentemente, nunca antes el Largo ha podido pensar así.
¿Será porque tuvo tanto éxito en el escenario?
También llegan Peter, Gerrit y los chicos de Smadel: entran a la casa y ven que el Largo está ocupado con Bernard.
—¿Que qué pasa, Gerrit?
Que este anduvo robando hasta juntarse un paraíso, eso es todo.
Crisje está junto al Largo sin decir nada, pero mira.
¿Qué hace Hendrik?
¿Moler a Bernard a golpes?
Crisje reza, piensa, llora por dentro.
El Largo sonríe.
La corte ante la que está Bernard decidirá.
Entonces el Largo pregunta:
—Puedo matarte a golpes, Bernard.
Claro que puedo hacerlo.
Pero esta vez quiero decirte algo muy diferente.

Y luego le dice a Crisje:
—Cris, los chicos se tienen que ir.
Los chicos tienen que salir de la cocina.
Entonces el Largo dice:

—Bernard, si me confiesas todo sinceramente, soy capaz de hacer la vista gorda.
Pero quiero saber todo.
Y te digo además que si vuelvo a saber que robas, ¡te llevo yo mismo a los gendarmes!
Mamá lo sabe.
Somos pobres, Bernard, pero ¡no somos mangantes!
¿Entendido?
No somos vagabundos.
Tenemos que asegurarnos de que podamos aguantarle la mirada a Nuestro Señor todos los días.
¿Lo crees, Bernard?
—Sí, papá.
Los hombres miran, saben ahora, y Crisje también, que el Largo lo intentará una vez más, de verdad.
Crisje le da a Hendrik su comprensión, de sus ojos irradia hacia él amor inmaculado y la conciencia de que así está mejor, Hendrik, esto pone contento a Nuestro Señor.
Ahora los niños volverán a tenerte respeto, Hendrik, empezarán a sentir que eres un padre y que posees la razón para proceder como tal, y que sabes cómo actuar.
Sin duda, ¡Crisje siente que esta es una oportunidad justa!
Y Bernard confiesa ante el Largo.
—¿Algo más, Bernard?
—Sí, papá.
—¿Qué más sabes entonces, Bernard?
No te avergüences.
Y ahora el Largo se entera de que Bernard robó esas hermosas peras de los Hosman.
El Largo se asusta.
Gerrit Noesthede siente cosquillas por dentro, Peter y los otros comprenden lo consciente que es Bernard y lo infalible para mangar.
‘Qué tipo’, piensa Gerrit.
Hay que respetar a un chico así.
El Largo continúa.
—Vaya, Bernard, con que tú quitaste esas peras grandes de allí.
—Sí, papá.
—¿Por qué lo hiciste, Bernard?
—Porque cada año me han hecho rabiar de envidia, papá.
—Vaya, y eso no lo soportas, ¿verdad?
—No, papá.
—Pero hay tantas cosas, Bernard, que nosotros, personas, tenemos que mirar, pero que no podemos tocar con las manos.
Mírame por ejemplo a mí, Bernard.
Lo que no he hecho por ti.
Que te lo cuenten los hombres.
¿Qué dirías si yo ya no estuviera?
Bernard siente hacia dónde quiere ir el Largo y está listo; le contesta al Largo:
—No quiero que me faltes ni por todo el dinero del mundo, papá.
—¿Lo dices en serio, Bernard?
—Claro, papá.
—Mira, Bernard.
Esta es la última vez.
Cuando esté otra vez frente a ti, pasará algo muy distinto.
Si quieres prometerme que ya no agarrarás cosas ajenas con tus manos largas, te prometo que no te doy una paliza ni te mando al sótano.
Pero si crees que me puedes tomar el pelo, entonces haré algo muy distinto.
—No quiero tomarte el pelo, papá.
—¿Pondrás la mano en el fuego, Bernard?
—¡Puedes contar conmigo, papá!
El Largo ciñe la mano de Bernard con la suya.
Crisje es feliz.

—Y ahora a la cama.
Pero primero la cena, Bernard.
—¡Sí, papá!
—Cris —le dice Gerrit—, Cris, yo le doy diez marcos por andar robando.
Lo digo en serio, Hendrik.
Se ríen.
Arriba se comenta todo.
Jeus pregunta:

—¿Vas a dejar de mangar ahora, Bernard?
—Claro, pero me voy a dormir.
El Largo sabe que no vivió una aventura parecida en su juventud.
Bernard salió escandalosamente bien librado.
Crisje piensa que lo tiene que enmendar.
Se confiesa, trabajará para lograrlo.
En la tierra de la señora Hosman alcanza una conversación humana.
La señora Hosman no es tan insensible como para no comprender esto.
Así que también allí, Crisje confiesa todo honestamente.
Ahora la señora Hosman sabe que Bernard lo hizo.
Y ella ¿qué hace?
También tiene el mismo Señor Nuestro.
Cuando semanas más tarde Crisje llega a casa muerta de cansancio, la espalda deshecha por trabajar en la tierra de Hosman, Bernard le pregunta a mamá por qué llega a casa tan tarde y por qué trabaja hasta quedar tan cansada, si papá gana dinero y él se encargará bien de los periódicos. Crisje dice:
—Por qué no vienes aquí conmigo, Bernard.
Ahora quiero que me escuches muy bien.
Sabes que tuve que confesar todo, ¿no es así?
—Sí, mamá, claro.
—Pues bien, Bernard, cuando lo confesé, Nuestro Señor me dijo a mí, ‘Crisje, eso tú misma lo tienes que enmendar’.
Y ahora, Bernard, tengo que trabajar por lo que tú robaste allí.
Esto me lo dio el señor párroco, Bernard.
No quise ni un centavo por todo ese trabajo.
—¿Entonces saben allí que yo lo hice, mamá?
—No, Bernard, pero se lo puedo decir a la señora Hosman.
—Y ¿lo harás, mama?
—Si nunca vuelves a robar, Bernard, no, entonces no tengo por qué hablar de eso.
¿Qué dirías, Bernard, si el resto de tu vida te tacharan de mangante? ¿Qué pensarías de eso, Bernard?
—Sería terrible, mamá.
—Ahora lo ves por ti mismo, Bernard.
—Ya no voy a robar, mama.
Entonces también Bernard se derrumbó, no podía con mamá y le prometió que el mangar había acabado.
Hay tranquilidad, paz y felicidad, ¡esto es respeto sagrado!
Crisje siente que por esto llegará una nueva vida, y ¡el Largo aprendió un montón!
Aun así, Crisje se pregunta dónde encallará la vida de Bernard.
¿Será posible domar estos sentimientos tan revoltosos?
¡Un poco más de paciencia, Crisje, y lo sabrás!