Cris, este tiene unos ojos como cielos

Al día siguiente por la mañana, Crisje quiere que su Largo le diga por qué el día anterior llegó a casa tan temprano.
Pero Hendrik no contesta.
Sus pensamientos están en otra parte.
Se preocupa por su Crisje.
Le parece que está tardando demasiado.
No vaya a haber problemas.
Crisje intenta tranquilizarlo, convenciéndolo de que no tiene que preocuparse.
Eso ya lo resolverá la naturaleza.
—¿No sientes entonces nada de nada, Cris? —persiste, sin embargo.
—¿Qué es sentir, Hendrik?
Siento tanto, más de lo que quisiera saber.
Cuando Hendrik está sentado a su lado y toman su café, se acercan en sentimientos hasta llegar a la unión.
El Largo ríe por dentro y Crisje lo siente.
—¿Por qué ríes, Hendrik? —se oye desde la cama.
—Es que estaba pensando, Cris.
Cuando llegue, ¿sabes?, quiero recibirlo con música.
Tocaré el violín.
Y también cantaremos.
Voy a avisar al cuarteto.
Tienen que venir Peter, Gerrit y Jan.
—Solo que no vayas a hacer mucho alboroto, Hendrik.
Dios mío, eres distinto a cada instante.
¡Las cosas que veremos!
—¿Cómo que veremos?
¡Le voy a cantar!
Y eso es todo.
Vamos a divertirnos.
Sobre todo si es niño.
De pronto Hendrik pregunta:

—¿De dónde sacas con tanta seguridad, Cris, que otra vez será un niño?
—Esas son cosas de mujeres, Hendrik.
No sé si otras madres también lo sienten, pero yo la tengo.
Cuando Johan y Bernard, también te dije que iban a ser chicos, ¿o no?
Pero cada niño es distinto.
Cuando Johan no pude entrar en labor.
Solo quería estar sentada y me pasaba el día y la noche soñando.
¿Cómo es Johan ahora?
Exactamente igual.
Cuando llegó Bernard, ya no tuve sosiego.
Ese niño ya era un salvaje dentro de mí, Hendrik, y ¿conoce Bernard la tranquilidad?
Ese niño no está quieto ni un minuto.
Le hace falta toda la casa.
Pero ¿que por qué lo sé?
Creo que es por el niño.
El niño está debajo del corazón, creo que el niño puede pensar.
De vez en cuando le hablará a la madre, siento; ¡obviamente no sé si es cierto!
Pero ahora otra cosa.
¿Podrías cambiar tu actitud con Trui?
Me harías tan feliz entonces.
¿Lo quieres intentar?
El Largo le da esa alegría.
Ahora de pronto se pone en marcha, no sabe todavía si de verdad se irá.
Esta espera lo vuelve loco e indeciso.
Hoy es sábado, ya ha pasado medio día y puede pasar en cualquier momento.
—¿Qué hago, Cris?
¿Mejor me quedo en casa?
—Tú te vas tranquilamente a trabajar, Hendrik.
No siento nada todavía.
Mina dijo que tal vez mañana.
Habrá que ver si es así.
Puede tardar hasta una semana.
—Solo faltaba eso, Cris, ¡entonces ya hablaré con él!
—Vaya, que vas a hablar con él.
¿Y piensas, Hendrik, que tenías algo que decir?
¡Esto está en manos de Nuestro Señor y nosotros, los hombres, no tenemos que meternos!
Lo que puedes hacer es asegurarte de traer dinero a casa.
Es todo, pero con eso basta.
Los pensamientos del Largo vuelan a toda velocidad hacia miles de cosas a la vez.
Cuando decidió no ir a la ópera, de inmediato nacieron otros planes en su mente para ampliar sus ingresos mediocres.
Justo en esos días, Hendrik conoció a un hombre donde Hent Klink que se dedicaba a ampliar retratos y le ofreció a Hendrik que fuera su representante.
En cinco minutos quedó arreglado el asunto.
Crisje pensó que era una buena solución, aunque pronto se diera cuenta de que ahora su Largo andaba en la calle noche tras noche y que tenía que sacrificar la gloria de compartir horas con él.
Pero sí, ya había ganado treinta y seis florines, y eran muy bienvenidos como complemento en la economía doméstica.
Pero lamentaba fervorosamente las horas que antes pasaban juntos al lado de la lámpara encendida.
Las horas en que era una gloria acercarse el uno al otro y disfrutar de la compañía mutua, que convertían su vida en un paraíso celestial, esas son para Crisje inolvidables por siempre.
Claro que no se quiere quejar, aunque considere que esas noches son una gran pérdida en su vida.
Tuvo que renunciar a una enorme parte de su felicidad y finalmente, la felicidad lo es todo en la vida.
Por supuesto que la vida se ha hecho un poco más fácil por esas ampliaciones, pero perdió su unidad, su sosiego y su unión con el hombre al que ama con toda su alma.
Probablemente de manera inconsciente, sus pensamientos se vuelven a encontrar.
¿También está pensando Hendrik en los retratos?
Crisje pregunta:

—¿Tienes que salir esta noche, Hendrik?
—Sí, Cris, tengo que encargarme de dos pedidos.
—Qué pena, Hendrik.
—Sí, es cierto, pero tal vez logre los dos y entonces podré volver a hacerte feliz.
—¿No podrías hacerlo la próxima semana, Hendrik?
—Es que no es cualquier cosa, Cris.
Ocho florines, son días enteros de romperme el lomo, ¿sabes?
Y ahora me los gano en una hora, hablando.
¡Y buena falta que te hace el dinero!
—Lo sé, Hendrik, no se trata de eso.
Te entiendo.
Pero ahora ya no hay noche que estés en casa.
—¿Y si te digo, Cris, que vuelvo pronto?
Así es el Largo.
Lo que tiene que pasar esta noche no se puede posponer.
Hendrik se va.
Crisje reflexiona.
Todo el día seguirá haciéndolo.
Es como si el niño la obligara a seguir su vida y las cosas que de vez en cuando siente por dentro.
El silencio vuelve en ella y habla a su vida.
Así le surgen bellos pensamientos y podrían hacerla planear, así es de hermoso.
Ahora, Crisje podría decir cómo vuelan los ángeles.
También vuela de vez en cuando por los sentimientos del niño.
Es casi increíble, pero es así.
No ha vivido algo así muchas veces en su vida.
Antes sí llegaba a pasar, cuando era todavía una niña.
Todavía se acuerda claramente.
Su padre se burlaba entonces de ella y su madre tampoco lo comprendía.
Aun así planeaba y entonces caminaba por otro mundo.
Pasaba como por sí solo.
Por eso cada nacimiento también fue distinto.
Los hombres no entienden de eso y tampoco se les puede hacer entender.
Crisje piensa que ahora tiene que ver con Jeus.
Este acontecimiento es celestial para ella.
Le permite rezar con más fervor, lo sabe con mucha seguridad.
Es como si planearas y aun así estás aquí en la cama, esperando.
También es doloroso.
Pero no compensa la sensación que pretende dominar todo en su vida.
Está muy agradecida por ello.
¡Es el niño!
¡Es la vida!
Si no es así, la naturaleza miente.
Pero ¿es posible, Señor Nuestro?
¿Es posible, Hendrik?
Crisje eleva: no quisiera tener que estar sin esa sensación ni por todo el dinero del mundo.
Es tan increíble lo que se me concede vivir ahora.
Qué diferente fue cuando los otros chicos.
Cuando Johan, no podía avanzar.
La vida en ella la obligaba a estar sentada.
Bernard arrasaba todo por dentro y era un salvaje.
Mira a Bernard ahora.
¿Puede la naturaleza hablar en la madre?
No hace falta que la escuches, habla de otra manera.
Pasa por la sangre a los nervios, se eleva hasta el cerebro y es cuando sucede.
Quieres hablar, pero no puedes.
Lo mejor de todo es estar callada ahora; pensar, seguir los sentimientos.
Es el silencio, se hace mucho silencio dentro de ti y a tu alrededor.
¿Y eso por un niño nonato?
Crisje no entiende esta vida nonata.
¡Allí está y no está!
Vive y no quiere nacer.
Ya se ha pasado mucho de su fecha, pero ¿es posible eso?
El niño está muy cerca de ella y aunque no quiera imaginarse cosas, tiene todo el carácter de ella, ya lo verá Hendrik.
Y eso es lo incomprensible, y el estar cerca el uno del otro de la madre y el hijo.
¡Ya ahora puedes saberlo!
Si tienes la sensibilidad necesaria; de lo contrario no notas nada.
Es sumamente difícil interpretar esos pensamientos.
Crisje sabe que una noche estaba simplemente al lado de sí misma, fuera de su vida.
Se asustó y el Largo se burló.
Relajada caminó lentamente de regreso a su vida.
Le pareció una vivencia que no te sucede todos los días y por la que debes agradecer a Nuestro Señor.
Es un tiempo bendito, y no pasa un día sin que experimente alguna otra cosa.
Sí, no hay otra explicación, ¡es por “Jeus”!
Qué extraño, otra vez siente que llega a la unión con su hijo.
¿Qué será lo que quiere esta vida?
¿Desde ahora ya está exigiendo todo de este mundo?
Sí, Crisje, lo hace, pero él también dará todo lo suyo al mundo.
Este niño posee otra personalidad.
Es diferente de los otros dos y más adelante te dará las pruebas.
Ahora los niños salen disparados de su cama.
Johan ayuda lo mejor que puede a su hermanito Bernard.
Un poco después, Trui está en la cocina.
—Buenos días, Cris, ¿todavía nada?
—No, Trui, esta vez sí que está tomando mucho tiempo.
Ya ni yo entiendo nada.
No queda más que volver a esperar a Mina.
Trui ordena un poco las cosas, vuelve a hacer café y se ha olvidado del Largo.
También Trui está aprendiendo, Crisje lo ve y eso la hace feliz.
Allí llega Mina otra vez.
—¿Y, Crisje?
¿Todavía nada?
Vaya vaya, esto promete.
Nunca había vivido algo así.
Será que te equivocaste mucho con tus cálculos.
Bueno, pues, veamos.
Mina sigue los síntomas.
Pero todavía no sabe nada, no puede cambiar el proceso.
Por lo que ve, todo está bien.
También el médico llega a tiempo.
—Buenos días a todas.
¿Cómo vas, Crisje?
—¡Nada, doctor, nada!
No siento que cuaje.
—Entonces no queda más que esperar, no se puede hacer nada.
Y ya se fue el señor.

—Qué clase de hombre es ese, Crisje —dice Mina—.
Recuerda, Cris, no va a aguantar aquí en el campo.
Algo tendrá, pero no logro averiguar qué.
Soy buena para calar a mi gente, pero con este no puedo, lo admito con sinceridad.
—Tienes razón, Mina —asiente Crisje—.
Algunas veces, con una palabra se logra más que con mil florines.
Cuando Mina se ha ido y Trui ha comentado unos asuntos con Crisje, hay alguien más frente a esta, pidiéndole algo a su vida.
Es la señora De Man, un serecito poco agraciado que también vive al lado de ellos.
—Hola, Crisje.
—Hola, señora De Man.
¿Cómo te va?

En realidad, Crisje no quiere tener nada que ver con esa mujer, pues en su casa beben como cosacos.
Viven como cerdos y cada sábado por la noche, la estufa ardiente vuela por la cocina.
Así de salvajes se ponen entonces allí.
A la vieja le falta un ojo, que ha marcado con un trapito negro.
A los niños les da miedo.
Nadie quiere saber nada de ella.
Pero ¿qué haces cuando entra en tu casa?
Crisje siempre intenta llevarla por el buen camino, pero no lo logra.
La ve demasiado poco.
A Trui, la mujer le parece una arpía.
¿Otra vez viene a pedir dinero prestado?
Ahora Crisje no le dará nada.
Ya estará pendiente Trui.
Hace poco dijo el Largo:
“Si hay que empinar el codo, yo puedo encargarme mejor.
No trabajo para borrachos.
¿Lo recordarás, Cris?”.
Fue cuando Hendrik se enteró de que le había dado dinero.
¡Y hablaba en serio!
No tiene que volver a intentar hacer cosas por el estilo.
Lo que se echó encima esa vez.
Ahora tendrá más cuidado.
Ya sabe Crisje a qué ha venido la “vieja borracha”, pero ¡no le dará un centavo!
Ya no se deja engañar más.
—Bien, ¿cómo vas, Crisje?
—Qué te digo, señora De Man.
Esta vez está tardando mucho.
¡No lo logramos entender!
—Eso se entiende. —Lloriquea este drama humano, espiando con un ojo la lata con las notas en la que también está el dinero.
Crisje piensa, ‘¡Así que otra vez tiene sed!
Quiere un trago’.
Los niños han salido corriendo de la cocina, tan inhumana es esta estrecha pequeña vida para otros.
Es como si fuera un viejito, opina Crisje.
¿Con qué ideas andará por allí todo el día una persona así?
¿Qué pasa en un alma así?
Crisje lo sabe, nada particular.
Se sintoniza con las tinieblas y con problemas.
Por todos los cielos, cómo puede la gente vivir así.
¿No hay entonces nada más en el mundo que el deseo por un trago?
¿No piensa en nada más la gente así?
¿No puede pensar alguna vez en una oración y en Nuestro Señor?
¿Nunca pueden estas almas tener respeto por la bella vida?
¿Piensan que no hay un purgatorio?
Trui anda trasteando un poco en la cocina y ahora no hay manera de sacarla de allí.
Crisje ya lo percibe, la están vigilando escrupulosamente.
Ahora Trui está del lado de Hendrik.
Así es ella, agarra lo que tenga más cerca.
Pero ¿realmente tiene razón?
Crisje no lo sabe.
‘¿Qué busca esa vieja aquí?’, piensa Trui.
Quisiera sacarla por la puerta, pero no tiene nada que decidir en esto.
Pero enseguida, cuando la vieja borracha se haya ido, ya lo oirá Crisje.
Trui se cuida de no alejarse.
Conoce a su hermana y sabe tan bien como ella que la vieja necesita dinero y que solo ha venido por eso.
Trui aceptó sus averiguaciones por saber cómo estaba Crisje igual que lo haría un mendigo con medio centavo.
La mujer sorbe el café que le han ofrecido y por lo visto está considerando por dónde abordar el asunto.
Pero Crisje no se queda esperando y ya la ayudará, porque sigue teniendo esperanzas de poder elevar a esta alma y sacarla de su miseria.
—Cómo se puso otra vez este sábado, señora De Man.
Aquí estaban temblando las sillas.
¿Por qué no puedes dejar de empinar el codo?
¿Por qué no empiezas otra vida?
¿Acaso después quieres ir al infierno?
¿Quieres estar ardiendo para siempre?
No obstante, todavía queda algo como el purgatorio.
¿No lo sabes?
La mujer la deja que charle tranquilamente y que el sagrado sermón la pase de largo.
No dice nada, pero sigue pensando y esperando el momento oportuno.
Ya quisiera cambiar, pero qué puede hacer ella con esos tipos borrachos.
Entonces empieza:
—Solo soy una mujer, Crisje.
—¿Quieres hacerme creer, señora De Man, que tienes que empinar el codo a la fuerza?
¿Quieres hacerme creer que tienes que emborracharte porque esos tipos lo quieren?
Eso cuéntaselo a tu abuela.
Déjame que te diga otra cosa.
¡A ti misma te gusta el trago!
¡Eso es lo que pasa!
No eres capaz de dejarlo.
¡Quieres emborracharte! (—le reprocha.)
Crisje ve que le brota una lágrima del ojo que le queda.
Le tiene compasión a esa piltrafa.

—¿Quieres hacerme creer que te arrepientes?
‘Ya verás cómo ahora vendrán saliendo las lastimosas quejas de la enconada y alcoholizada boca’, piensa Crisje.
Es una vergüenza.
Pero la viejita siente su oportunidad y se lamenta:
—Hace días que no he tenido qué comer, Crisje.
—Eso no es más que lógico.
¿Quieres que por tus borracheras, Theet deje que su tienda se vaya a la ruina?
Claro que ya no te presta nada.
¿Quieres que te prepare una rebanada de pan?
Esa Crisje.
¿De verdad piensas que esta alma tiene hambre?
¿Por enésima vez te dejas engañar?
A esa mujer qué le importa una rebanada de pan.
Escucha, allí ya lo tienes.
—¿Puedes prestarme un marco, Crisje?
—¿Quieres un marco?
¿Piensas que nosotros no tenemos preocupaciones?
¿Para qué quieres el marco?
—Para pagar al casero, a cada rato me toca la puerta.
—Entonces mejor asegúrate de no gastar tu dinero en borracheras.
—De Man, ese lo guarda para sí mismo, Crisje.
¿Qué voy a hacer?
¿Qué puedo hacer?
Solo soy una mujer.
Hago lo que sea, pero no sirve.
¡Ya he empezado otra vida!
Trui sigue la conversación, pero tiene que ir al cobertizo; los cerdos están chillando.
Hay que darles de comer.
A Crisje le parece que vale la pena convencer a su vecina de que empiece otra vida.
—¿Lo oyes, señora De Man?
Podrías tenerlos tú también.
¿Por qué no ahorras unos cuantos centavos cada semana, ¡y podrás comprar cerdos!
—Vendieron los cerdos para poder emborracharse.
—No digo que no sea cierto, pero tú no te quedas atrás.
—¿Me puedes dar el marco, Crisje?
¡Te lo devolveré lo más pronto que pueda!
Crisje cede.
Le da a la mujer sus sesenta centavos.
El dinero desaparece rápido en su bolsa sucia, porque allí viene Trui de regreso.
Sabe que justo llega tarde y Crisje ya se cuidará de decirle que la borracha le ha vuelto a sacar un marco.
—Oye —arremete Trui—, ¿no tienes nada más que hacer?
Cris tiene que descansar.

Mejor imposible.
La señora De Man ya se va.
¡Ahora lleva prisa!
—Adiós, Crisje.
—Adiós, señora De Man, que te vaya bien.
La mujer se va, arrastrando los pies.
Ya sabe por dónde salir.
Por detrás, pasando la reja y está en su casa.
—¿Le diste dinero a esa vieja, Cris?
Ahora a Crisje le toca mentir y le parece horrendo.
Te lleva al purgatorio.
¿Y qué iba a hacer? ¿Permitir que además a esa mujer la sacaran de su casa?
No tiene tiempo de reflexionar.
Trui vuelve a preguntar:
—No le irás a dar dinero a esa borracha, ¿o sí, Cris?
Es lo peor que puedes hacer.
Todavía no hay respuesta.
Crisje piensa un momento.

—No —dice entonces con desaliento—, tampoco estoy tan loca.

Pero Trui conoce a su hermana.
Se da cuenta de que las palabras de Crisje tardan.
—No te creo, Cris.
Es una vergüenza.
Hendrik tiene que trabajar muy duro para eso.
Y ahora tú vas y le ayudas al mal.
Crisje, ¡esto empieza a ser peligroso!
Trui está del lado de Hendrik.
Ahora hay que tener cuidado u hoy tendrás una casa llena de peleas.
—Es cierto, Trui.
Tienes razón. —Y ahora Crisje lo dice en serio y sale del fondo de su corazón y va ascendiendo desde muy profundo en su interior, porque se ha echado a la espalda un terrible pecado—. Pero yo no le doy un centavo a esa vieja.
Ni que estuviera loca.
Hendrik trabaja demasiado duro para eso.
Y entonces no puedes incitar a la borrachera, ¿no?
Qué pobre mujer tan lastimosa que es.
Ahora se nota que a Trui se le ha suavizado un poco el humor, pero no puede evitar desahogarse un momento.
—A esa gente deberían encerrarla.
Son personas que no merecen la vida.
Entonces bien podrías ayudar a cada ratero.
Pero ya es demasiado, ¿no?, es jugar con Nuestro Señor.
Crisje siente la insinceridad de Trui cuando habla de esta manera.
Y es que sabe demasiado bien que a su hermana le preocupa muy poco Nuestro Señor.
Pero qué preocupaciones se ha cargado sobre la espalda.
‘Dios mío’, piensa, ‘bastante tendré que confesar’.
Trui está ocupada y Crisje finge estar dormida, porque quiere reflexionar.
Quiere estar en paz con ella misma cuando Hendrik llegue a casa.
Le confesará todo al señor párroco.
Pero qué hice mal, va revisando ahora en ella misma.
¿Qué debí hacer o decir entonces?
Ahora ha cargado sobre su conciencia dos mentiras, y eso por esa repugnante borracha.
Sí, pero ¿está tan segura de que la vieja la engañó?
¿En efecto volvió a contarle mentiras la señora De Man?
¿De verdad irá a volver a gastar ese marco en borracheras?
Otra vez ha metido la pata, y bien metida.
No, sí que hice mal, decide al final.
No debí haberle dado dinero.
Y lo voy empeorando cada vez más.
Ahora hasta voy a estar mintiendo por temor a que Trui se lo cuente al Largo.
¿Quién es ahora peor?, sopesa Crisje, ¿Trui o la señora De Man?
Trui tampoco es sincera.
No dice las cosas en serio.
Ahora incluso anda citando a Nuestro Señor, pero este no tiene en su vida otro significado que el miedo después de la muerte.
Una quisiera tener seguridad acerca de la vida interior de Trui, pero es imposible.
Claro, Trui va a la iglesia, reza y cumple con sus obligaciones, pero Crisje ya conoce eso.
Cómo me dejé engañar otra vez, suspira Crisje.
‘¿Cómo podrás perdonármelo ahora, Señor Nuestro?’.
Pasan horas.
Trui piensa que Crisje está descansando que da gusto.
Tenía que haber comido hace rato, pero Trui la deja dormir.
Pero Crisje no ha pegado ojo.
El temor le causa un escalofrío, tan afligida se siente.
Y luego vendrá Hendrik.
Se da cuenta con un solo vistazo cuando algo le pasa a su mujer.
Tiene que estar en paz con ella misma si quiere poder mirarle a Hendrik a los ojos, y lo mejor será confesar todo honestamente, porque se va haciendo insoportable.
¿Qué podía haber hecho y qué debía haber evitado?
Una cosa sabe, es que no debió haberle dado un centavo a la señora De Man, y no lo volverá a hacer tampoco en toda su vida, a menos de que pueda justificarlo.
Pero ¿y si hubiera necesitado de verdad el marco para la renta?
¿Entonces sí que debía habérselo dado?
Mal también, Crisje lo sabe, pues ella misma tiene que encargarse de que le alcance el dinero.
Pero los tipos se lo gastan en borracheras, también lo sabe.
Así que la señora De Man no recibe nada, no es culpa suya.
¡Eso sí que es correcto!
Solo le queda por sopesar si es lícito ayudar a esa gente.
Y un poco más tarde siente alegría por dentro, lo sabe con mucha seguridad.
No debía haberlo hecho, ahora ayuda a esa gente para que sea mala.
Entonces sí, que revienten, ¡es lo que quieren!
—¿Cris?
Crisje sigue dormida.
Trui la deja echada; le hace falta descansar.
Crisje está lejos de este mundo.
Otra vez está viviendo en ese bello mundo en el que puede pensar.
Las cosas que piensa llegan puras a su vida.
Parece que no es ella quien las piensa.
Lo que percibe le es enviado.
Pero siempre ha sido reflexiva.
Su carácter está abierto a la justicia, abierto a los sentimientos religiosos, abierto a la felicidad doméstica y sobre todo para remar con los remos que tiene.
No vueles demasiado alto y no te imagines nada, siempre queda un Señor Nuestro que lo sabe todo de ti.
Ahora le llegan los pensamientos sobre cómo debería haber actuado.
Durante este descanso ha llegado a reconocer que ha cometido errores.
Trui juega un juego peligroso, es peor que la señora De Man.
Sí, ella es mala, bebe, es una vieja, una vieja borracha, es asquerosa, es fea, es todo lo que es malo.
Pero ¿Trui?
Uf, Trui, no me imaginaba eso de ti.
Así no te conocía.
Ahora esgrime a Nuestro Señor y está del lado del Largo, pero ¿y tú?
En ella acecha la traición.
A la señora De Man la puedes mirar por dentro y por fuera, está desnuda frente a ti.
Pero ¡Trui lleva una terrible máscara!
Cuando ya está oscuro y Trui tiene que prender la lámpara, a Crisje le va volviendo la sensibilidad en los miembros.
Se había ido lejos de este mundo.
Estaba en alguna parte y en ninguna parte, pero aun así sabe cómo tiene que pensar y cómo tiene que aceptar a Trui.
No es de extrañarse que no pueda tener hijos.
Juega con esa sacralidad, ¡camina al lado de Nuestro Señor y no lo ve!
Allí de pronto está el Largo de vuelta en la cocina y con su personalidad se llena la casa entera y todo vuelve a funcionar, porque el Largo inspira respeto.
También los chicos saben que su padre no es fácil.
Lo primero que le pregunta a Crisje siempre es:
—¿Quejas sobre los muchachos?
¿Hay quejas, Cris?
Crisje no tiene que pensar que con el Largo puede vender gato por liebre.
Lo ve todo de un solo vistazo.
Es consciente de que Crisje no sabe mentir.
—No, Hendrik —es la respuesta de esta noche—, ninguna queja sobre los chicos.
En ese tono hay algo, vive algo que no le gusta al Largo.
Pero espera un momento, Trui se va.
Cuando está el Largo, Trui siente escozor en las piernas.
No aguanta un segundo cerca de él.
Ya se fue Trui, mañana vuelve.
—¿Algo más, Cris?
—No, Trui, ya me cuidará Hendrik.
Te lo agradezco, no te preocupes.
—De nada; ¿si me necesitas?
Trui ni siquiera ha salido por la puerta cuando el Largo ya pregunta:
—¿Pasa algo, Cris?
Crisje, que necesita tiempo para empezar una conversación con el Largo, esquiva la pregunta, diciendo:
—¿Ni siquiera quieres saber cómo está Jeus, Hendrik?
—Eso ya lo vi, Cris.
Ya lo sé.
Pero ¿pasaba algo con Trui?
—No, Hendrik, no le pasa nada; no había nada.
Trui se encarga de todo.
—Pero a ti te pasa algo, Cris.
¿Qué es? ¿Qué te pasa?
Sí, ahora no le queda más remedio que hablar.
Pero ¿por dónde empezar?
Hendrik espera, espera en el borde de la cama.
Mira a Crisje a los ojos, y cuando pasa eso, cuando esos brillantes ojos negro azabache la miran, entonces Crisje ya no puede pensar.
El Largo tiene unos ojos como fuego ardiente.
¿Qué pasa?
¿Qué tienes?
Ahora pronto tendrá que sacar a lucir sus pequeñas preocupaciones, que sin embargo para ella son problemas imponentes.
—Qué te diré... —Empieza—.
Sí, qué te diré.
Soy yo, Hendrik.
—¿Qué eres tú, Cris?
—Hice cosas malas, Hendrik.
¿No te vas a enojar conmigo?
—¿Qué tienes, Cris?
—Vino la borracha, Hendrik.
—¿Le diste dinero, Cris?
Ahora sí que se enoja el Largo.
Despotrica de tal modo que se oye hasta fuera.
Solo un momento, entonces vuelve a la cama, preguntando:
—Pues cuéntame, Cris.
—Pasó así, Hendrik.
Ahora confiesa todo honestamente.
El Largo la mira y entonces ya lo sabe.
Podría besarla en ambas mejillas, pero no debe hacerlo, de lo contrario, Crisje regalaría todo y eso no lo puede permitir.
Cuando Crisje pregunta:
—¿Estás enojado conmigo, Hendrik? —El Largo se adapta como un rayo a la sensibilidad de su corazón.
—Ahora, por favor, escúchame, Cris.
Yo ya no te voy a decir nada, tú sabrás lo que tienes que hacer.
Te digo que no debes apoyar el mal.
Eso es todo.
Pero no lo vuelvas a intentar, Cris, o tiro el dinero por la calle.
Hendrik acaricia a su ángel, la besa con fuerza y a Crisje se le quita un peso de encima.
Ahora falta solo el párroco y luego todo volverá a estar en paz.
Cómo es posible, haber mentido así, y con qué facilidad el diablo te pone las manos encima.
No volverá a pasar, le promete a Nuestro Señor.
Lo vi.
Vi a aquella malnacida.
A partir de ahora tendré más cuidado.
Después de la cena, el Largo pronto se empieza a aburrir y le propone a Crisje tocarle algo.
—Cris, te tocaré el ‘Ave María’.
¿Lo quieres oír, Cris?
—Como si no lo supieras, Hendrik.
—Entonces podrá venir, Cris.
Si me oye tocar, vendrá antes.
Tiene que escuchar nuestra música, Cris.
El Largo agarra su violín que está encima el armario.
Apoya el ‘Ave María’ contra la cafetera.
El violín está afinado.
Allí ya suenan las primeras notas; el Largo ha empezado.
Crisje escucha, disfruta de su amor.
Está contenta, está feliz.
Hay que ver los dones que tiene su Largo.
Sabe cantar, es musical, su cuarteto, los chicos, todo va de maravilla.
Mejor imposible.
Sigue las notas y acompaña al Largo tarareando.
Lo que siente es felicidad completa.
Crisje se siente desbordada, las lágrimas de felicidad le van bajando por las mejillas.
Pero apenas suenan las últimas notas del ‘Ave María’, él se levanta de un brinco.
—Diablos, Cris, me tengo que ir.
Tengo que ir a ver lo de los retratos.
Crisje de golpe se siente otra vez arrojada a la realidad.
Qué maneras de Hendrik de asustar tanto.
Y de hecho sabes de qué pie cojea.
Miles de cosas a la vez pasan por su cabeza como un fogonazo.
Y ya se fue el Largo, le manda un beso con la mano.
En diez minutos estará de vuelta.
La puerta se cierra.
Crisje está sola.
No oye más que un porrazo y unos cuantos crujidos.
Era como si se desplomara un cielo.
Se queda temblando.
Todo esto hace que Jeus se ponga a dar golpes, el niño patalea como si oyera que el Largo, por su espantoso carácter, atara el sosiego y la felicidad a la cola de un perro, para luego espantarlo y echarlo a la calle.
Qué susto.
Crisje vuelve a tener tiempo para pensar.
Qué arrebato le da a Jeus.
Así no se la había jugado nunca el niño.
La está mareando.
Tanto se empuja Jeus hacia arriba.
¿Qué es?
¿Qué es?, pregunta Crisje.

—¿De verdad lo oíste tocar?

Crisje escucha con toda su atención al niño.
Es como si ya le contestara sus preguntas.
No, no es eso; el niño también se asustó.
Este le dice que es portadora de una sensibilidad que aún desconoce.
Este niño reacciona con ella a todo lo que oye y siente.
Cuando estuvo tan quieta hoy por la tarde, tampoco Jeus se movía y estaba tranquilo.
Ahora que vuelve en pensamientos y recorre cómo lo cargó todos esos meses, descubre que Jeus siempre ha reaccionado a sus pensamientos y sentimientos, y que el niño ha adoptado todos esos pensamientos suyos.
‘Esto sí que es curioso’, piensa.
Es una prueba para ella como madre de que, así como lo es ella misma, la vida en su interior es muy sensible.
El niño sigue pateando, está inquieto.
Pasa una hora.
El Largo todavía no está.
Jeus sigue pateando y no se tranquiliza.
¿Querrá nacer ahora?
No, no es eso, Crisje no siente nada.
No hay síntomas que indiquen eso.
Cuando dan las diez, el Largo está de vuelta en la cocina.
—Ahora estarás enojada, Cris, pero te digo que gané ocho florines.
Está bien, ¿no?
¡Y mira lo que tengo aquí!
Cuando nazca, brindaremos por él.
¿Estás enojada conmigo, Cris?
—¿Por qué quieres otra vez un trago, Hendrik?
—¿Acaso quieres dejar pasar este día así como así?
Mi tercer hijo, ¿y ni un trago?
No me lo perdonaría nunca.
No te preocupes, todo saldrá bien.
Crisje se rinde.
Hendrik se esfuerza, no se pueden destruir los buenos pensamientos.
Cuando el Largo le pregunta cómo va todo, ella le expone el caso.
—Sí, Hendrik, te digo, este niño tiene algo que Johan y Bernard no tienen.
Dios mío, ¡qué arrebato le dio!
Justo antes de que llegaras a casa se volvió a dormir.
Es hipersensibilidad, Hendrik.
Y ahora que lo pienso, siempre me la ha jugado y siempre me ha hecho sentir que entendía lo que pasaba.
—Algo mío tendrá, Cris —supone el Largo.
Pero Crisje le contesta para que sepa cuáles son las reglas del juego.
Dice tajantemente:
—No, Hendrik, tuyo no tiene nada, ¡nada!
Hace falta un momento de asimilación.
La seguridad de Crisje lo desequilibra.
—¿Por qué no tiene nada mío, Cris? ¿Cómo puedes saberlo así?
Haces como si conocieras toda la verdad.
—Di lo que quieras, Hendrik, lo sé.
—¿Acaso puedes mirar a través de tu propia panza?
—No tiene que ver nada con mirar.
Este no tiene nada tuyo, porque tiene todo lo mío.
—¡Esas son las palabras de un profesor, por todos los diablos!
—Puedes hacer con eso lo que quieras, luego lo tendrás que admitir, ¡ya verás!
—Eso es pisología pura, Cris.
Pero de eso no sé nada.
A Crisje le da risa la extraña palabra de Hendrik, pero tiene algo más.

—No sé cómo se llama eso, Hendrik.
Yo tampoco sé de estas cosas, pero escucha lo que te digo.
Este se parece a mí, este es exactamente como soy yo, este tiene... pues, ¿qué diré?
—¿Pues?
Por qué no sigues, Cris.
¿De dónde lo sacas?
—Cómo lo sé, Hendrik, ni yo lo puedo entender, pero lo sé.
—Pero ¿cómo, Cris?
¡Debe haber alguna explicación!
—No, no lo sé, Hendrik, pero ya verás.
Este niño es diferente; no es como los otros dos.
Lo estoy sintiendo.
El Largo no logra entender nada.
Pero Crisje reflexiona.
Se ha vuelto más rica y no quisiera volver a perder estas horas ni por todo el dinero del mundo.
El sentimiento vive en su ser.
Se arrastra por su sangre, se le sube a la cabeza y le bate por debajo del corazón.
Es liviano.
¡Es vida!
Es vida y es amor.
Es una sensación gloriosa, paz y sosiego, sí, felicidad pura.
Los sentimientos pueden hablar, y no dicen nada.
‘De eso no entienden los hombres’, medita Crisje, ‘ni tampoco lo aprenderán jamás’.
No se puede explicar con palabras y aun así es un solo mundo, un solo espacio.
Bien podría ser Nuestro Señor, pero es demasiada distancia y la gente no puede seguir eso.
Entonces piensan de inmediato en un delirio religioso, ¡y eso de verdad que no es!
Habla, siente Crisje, pero no dice una palabra.
Mantiene los labios sellados.
Solo el corazón conoce su envergadura y puede hacerte planear.
Puedes irte planeando al espacio.
Eres como un pájaro en pleno vuelo, pero al mismo tiempo ser humano, y además eres joven, muy joven.
Llevas una vestidura muy pequeña y bella, muy bella, incluso más bella de lo que Crisje haya usado jamás.
¿Qué será?
¿Y poseería el Largo algo de esto?
No, de esto no tiene nada, absolutamente nada.
Crisje reflexionará al respecto.
A Hendrik lo ha mareado.
Quiere volver a tomar el violín, pero a Crisje le parece que es demasiado tarde.
Ahora ya no quiere escuchar cómo lo rasca.
—Ahora tienes los dedos nerviosos.
¡Pues no haberte bebido ese trago!
El Largo no puede objetar nada a eso.
Crisje tiene razón, bien que echó a perder la noche.
Pero trajo dinero a casa y eso es una buena compensación.
Un momento después apaga la lámpara de petróleo y se extiende al lado de su querida Cris.
Solo un momento toca su cuerpo maternal; luego, como si el Largo le quisiera desear las buenas noches... a “Jeus”, Crisje lo oye roncando, partiendo toda la noche en trozos y pedazos con su serrucho, para luego volver a despertar, como a Crisje le toca verlo ya desde hace años, como una alegre primavera y ponerle a ella las flores en el florero.
Qué tipo tan bueno es ese Largo.
Fue realmente glorioso, ese suave roce; Crisje sabe con exactitud qué le pasa por la cabeza.
Lo conoce como si fuera ella misma y como la mucha gente de Nuestro Señor que convierte ese sagrado contacto juntos en un asunto raro, mandando todo lo Suyo al diablo.
Muchas veces, el ser humano tiene la culpa de su propia desgracia.
Si tienes algo y no tienes razón, sabe Crisje, entonces tienes que inclinar la cabeza humana.
Luego puedes seguir y volver a empezar.
Entonces Nuestro Señor te regala en un florero flores de todos los colores, simplemente se te ponen al lado, con la cordialidad, la comprensión y la aceptación de cómo es la vida ahora.
Es la gloria.
Pero para eso hay que rezar.
¡Sin rezar no recibes nada!
Qué bella es la vida.
Hay silencio en la casa.
Crisje vela, no puede dormir.
Piensa en lo que se le ha permitido sentir y otra vez vive la unión con su hijo.
Johan está soñando.
Habla de la nieve y de la cigüeña.
Johan también tiene mucho de ella.
Bernard es como su padre.
Johan es callado, va a tener momentos difíciles, porque es un niño de mamá y quisiera estar colgado de sus faldas todo el santo día.
¡A Bernard ya ahora no le hacen falta las faldas!
Se llena succionando la diversión diaria, de lo que muchas veces Johan es la víctima.
Y ahora viene Jeus.
‘Los gritos que pega Johan’, piensa Crisje.
Las cosas que pasarán por la cabeza de semejante niño.

—¡Duérmete, Johan —le grita Crisje a su hijo mayor, y Johan, que no está despierto, pero tampoco duerme, se vuelve a acostar y descansa.
Y ya se fue Johan.
Otro pedazo de vida de Crisje, este niño del que sabe, desde ahora, que tendrá una vida difícil.
Cuatro años tiene Johan; solo cuatro.
¿Quién será que te da todas esas seguridades, Crisje?
¡Pareces pisóloga!
Crisje oye que el reloj da las tres y sigue despierta, sigue pensando y sintiendo.
Hendrik está dormido y habla en sueños.
Ahora Crisje podría sonsacarle palabra por palabra, así de alto sueña.
Eso también lo tienen de él los niños.
Los dos sueñan en voz alta y a veces salen volando de la cama y entonces quieren jugar y hacer aquello que ese día les dio más gusto.
‘Qué serán los sueños en realidad’, se pregunta Crisje.
Son tan raras las cosas que la gente puede hacer cuando duerme.
Bernard ya está soñando ahora.
Y cuando él sueña, le pega a Johan, que duerme a su lado, hasta echarlo de la cama.
Crisje reflexiona con regularidad sobre ese soñar.
Por lo regular, Johan sueña muy tranquilamente.
Bernard sueña como un salvaje, y así es su carácter.
Johan, a su vez, es distinto.
¡Bernard es como el Largo!
A veces, Crisje tiene que despertar al Largo o tendría que mudarse en plena noche de la cama al hospital con un ojo morado y los brazos y piernas fracturados.
Pero eso solo pasaba cuando el Largo había tenido que vivir cosas fuertes.
Cuando iba a ir a la ópera, eso se agravó mucho.
Entonces, se levantaba de un brinco a mitad de la noche, y de pie en la cama, con sus largas piernas, cantaba un aria.
Entonces abajo en la calle Grintweg la gente podía oírlo.
Todo el vecindario lo sabía y al día siguiente llegaban a ver a Crisje para contárselo.
Esta noche le había tocado otra vez asistir a un concierto, ¿verdad?
Entonces Crisje simplemente se reía, pero era duro.
A Hendrik no se le podía despertar, tanto lo dominaba entonces lo que soñaba, y cantaba hasta hacer vibrar las paredes.
Sí que daba risa, pero aun así Crisje se preocupaba.
En esos momentos ya no había quien domara al Largo y ella no podía hacer nada con ese cuerpo grande.
El mismo Hendrik se reía; él no se enteraba de nada.
Y ahora, gracias a Dios, el Largo estaba tranquilo y soñaba con los angelitos.
Solo molestaban un poco los ronquidos, ese serrar de tablas.
Pero seguramente ella tampoco tardaría en quedarse dormida.
Quería reflexionar otro poco.
Qué bello que es reflexionar, le parecía a Crisje.
Reflexionar es poderoso.
Reflexionar es bienaventuranza.
Crisje sabe que ese profundo reflexionar empezó durante este embarazo.
Nunca antes ha sabido reflexionar tan gloriosamente.
Ya se muere por estar sola un rato.
Durante el día no se puede y luego, cuando haya vuelto a su quehacer de todos los días, no le sobrará un segundo para pensar, para sentir y seguir lo que vive en ella, ¡porque de allí le viene y se le da!
De ninguna otra parte.
Vive en ella y forma parte de su corazón.
¡Habla, pero no dice nada!
Parece como si no fuera de este mundo.
Qué bello es reflexionar.
¡Crisje está rezando!
Agradece a Nuestro Señor las cosas bellas del día, la felicidad que hoy otra vez se le concedió recibir.
La felicidad del Largo, de los niños y de Trui, que es tan buena con ella.
Y si Nuestro Señor quiere protegerla de mentiras, pues no volverá a pasar.
¡Grave, muy grave es eso!
Entonces se va adormilando y va perdiendo su sensibilidad.
La máquina ha adoptado el derecho de pensar y trabajar por sí misma.
El ser humano interior se va hundiendo profundamente.
¿Hacia dónde...?
¿Qué es dormir, Crisje?
¿Qué ocurre cuando el ser humano se queda dormido?
Esto, mi querida Crisje, es un problema potente para todo este mundo.
Es un misterio igual de inmenso para el erudito más grande.
Pero ¿qué es esto exactamente?
Eso ya te lo explicará Jeus.
Él resolverá este imponente misterio gracias a su reflexión, para transmitírsela a esta humanidad, ¡como un regalo, una flor de Nuestro Señor!
Crisje, Jeus... Jeus... ¡lo hará por ti y por esta humanidad!
¿Sientes ese silencio, Crisje?
Esta reflexión llega a ti desde esta vida.
¡Es él!
¡Esta vida piensa!
Esta vida habla contigo.
También ahora que tienes los ojos cerrados, también ahora que estás dormida, este niño está despierto.
¡El alma, querida Crisje, no duerme nunca!
¡No puede dormir!
¡Siempre está despierta, porque es de Dios y Dios trabaja siempre, eternamente!
¡Siempre está ocupado pensando por “SU” vida!
¿No es extraño?
Aun así esta es la verdad, Crisje.
Jeus te dará esa sabiduría.
Un poco más y lo tendrás.
Entonces podrás apretarlo contra tu corazón.
Este, el nuestro.
¿Esta alma, que tiene todo de ti y nada de Hendrik?
¡Este, Crisje, tiene todo de los dos!
Este tiene que tener a la fuerza todo lo tuyo y del Largo.
Solo ahora este representa la violencia, el entusiasmo y también la imponente sensibilidad de ti misma.
¡Ves, Crisje, así es como es Jeus, así será, para ti y para sí mismo y para este mundo, para el cual vino!
Jeus te enseñará a reflexionar.
¡Recibirás una imponente vida, si tan solo quieres comprenderla!
Ahora duerme, descansa; en un rato llega Jeus.
Ni un segundo pronto o tarde, ¡pues esta alma se da la luz a ella misma!
Porque hay alguien más que se lo hace posible.
¿No ves acaso, Crisje, que hay una luz que observa esta vida y que la ha despertado?
¡Eso es lo que te hace volar!
¡Eso es lo que te hace hablar y pensar!
¡Esto es lo que te manda al espacio!
Esta luz, querida Crisje, es la que Jeus seguirá durante esta vida terrenal.
Ahora el alma está despierta, ya lo estaba cuando sentiste la vida entre el tercer y el cuarto mes.
¿Qué extraño, no?
Pero ¡necesario para Jeus!
Ahora duerme y descansa, de eso también se encarga esta luz, que puedes sentir como “sentir”, que puedes entender, y que no se materializará.
¡Es amor!
¡Felicidad!
¡Paz!
¡Una gloria, Crisje!
Mina dijo ayer:
—Cris, tú mejor estate tranquilo, mañana llega.
Nada menos que en un domingo.
Y eso es suerte.
¡Me darás la razón!

Luego Mina se fue.
Va a tener razón.
Hoy ocurrirá el gran milagro.
Hoy por la noche, diez minutos antes de las diez, oirás los primeros grititos de Jeus.
Esas cosas se saben en el espacio, Crisje.
La gente aquí no sabe nada al respecto.
Solo Mina, ella lo siente, porque abre su vida y su alma a las fuerzas de las que el erudito todavía no entiende nada, porque él no tiene a su disposición, como ella, el sexto sentido.
Aun así, ella lo sabe, Crisje.
Jeus viene siete minutos antes de las diez, y es un niño que nace en domingo, y que nace con suerte.
Un niño, una vida, Crisje, que traerá felicidad y que tendrá ojos como cielos.
Cuando despunta la mañana, Hendrik despierta.
—Bueno, Cris, ¿hoy va a pasar algo? —le pregunta a su amor, que mientras tanto también se ha despertado.
—Pienso que sí, Hendrik.
Eso creo.
—Entonces necesitamos tener un poquito más de paciencia, Cris.
No hay nada más que hacer.
Voy a hacer café y luego a la iglesia.
Esta mañana voy a cantar de tal manera que el señor párroco podrá sermonear como nunca antes en su vida.
Después de haberle dado una buena ración de achuchones sale volando de la cama, prende la estufa, pone un delicioso café y luego también los niños pueden levantarse.
Johan ya quiere ayudar.
Bernard no puede tocar nada, porque de lo contrario lo deja todo hecho trizas.
Primero, mamá les da sus caricias a los niños y luego pueden irse a sentar con su padre en la mesa.
Disfrutan a lo grande de todas las cosas ricas que el Largo les prepara.
Johan dice, como para engatusar:

—Papá, ¡qué rico el café que hizo!
—Óyelo a él, Cris, ya está empezando a engatusarme.
Johan alza la mirada hacia su padre, que se eleva como un árbol por encima del niño.
Si ahora Bernard le lanza un reproche a Johan de que no tiene por qué engatusarlo así, ya se habrá perturbado la tranquilidad dominical y la pelea estará en plena marcha.
El Largo escucha y sabe entonces tanto como Crisje que Bernard otra vez está molestando a Johan.
El mayor ya no tiene nada que decir.
Bernard es su superior en todo.
El Largo no puede evitar añadirle a Crisje:
—Bien que tiene todo lo mío, Cris.
¿Y el otro?
¡Ese te lo puedes quedar tú!
Crisje sabe que su marido tiene razón.
Por eso no dice nada.
Pero el Largo quiere una respuesta y pregunta con sarcasmo:

—¿Bien, Cris?
¿No tienes nada que decir?
—Qué quieres que conteste a eso, Hendrik.
¡Parece que hasta te da gusto!
—Pues deja que te diga algo, Cris.
¿Sí?
Bien, lo dividimos honestamente.
Él tiene todo lo tuyo y el otro se parece a mí.
—Ay, Hendrik.
¡Son niños todavía!
—Tú también, Cris, y yo, somos niños y cuando ya no pueda serlo, me corto el pescuezo.
Eso sí que es demasiado para Crisje.
Cómo puede Hendrik hablar de cosas así a estas horas matutinas.
No sabe qué tiene que contestar a eso.
Por eso dice para cambiar de tema:
—Tienes que alinearte con la iglesia, Hendrik.
El Largo se carcajea.
Todavía entre risas suelta:
—¿Me vas a decir tú cómo tengo que pensar ya?
La iglesia ya me toma suficiente tiempo.
¿También tengo que hacerme santo de antemano?
No, Cris, sí cantaré a pesar de todo.
Voy a gritar tanto esta mañana que podrán oírlo en Emmerik.
¡Tengo ganas!
Ya les enseñaré.
Al señor párroco le va a dar gusto.
Y de verdad, Cris, parece como si hoy fuera a suceder algo.
¿Tú qué dices?
—Puede ser, Hendrik, a mí también me da la sensación de que algo vaya a pasar.
Pero ¡eso nunca se sabe!
El Largo está listo.
Trui fue a la primera misa y viene entrando ahora.
Cris ya tuvo sus cuidados y los niños están jugando.
Unos momentos después, Mina está en la cocina.
—Buenos días, Hendrik.
—Hola, Mina.
—Eso tampoco pasa todos los días, que te dejes ver, ¿verdad?
—Lo mismo digo yo, Mina.
¿Cómo estás? ¿Ya no vas a tener hijos propios?
El Largo y Mina son tal para cual.
Se caen bien.
A los dos les gusta bromear y son de un mismo color y de una misma idea.
También a Mina le gusta bromear.
Conoce al Largo y lo adora.
Muchas veces, Crisje oye literalmente de su boca:
—Dios mío, Crisje, si hubiera podido tenerlo a él, Cris; el hombre que te tienes.
Mira el mío.
Dios mío, si yo también soy humana.
Lo sabe Crisje y también el Largo lo sabe.
Debería haber tenido un tipo fuerte.
Mina vale su peso en oro.
Pero tiene un hombre que corre tras ella y que es un papanatas.
Todavía le hace falta una falda para colgarse y a Mina le parece horrendo.
Pero sí, es un buen hombre, un pedazo de pan, que nunca comete un pecado, nunca se enoja y que nunca se asomará para ver si en el mundo vive más que solo él.
Aun así, el Largo no puede evitar molestar un momento a Mina con él:
—¿Cómo le va al tuyo, Mina? ¿Siguen cantando sus canarios?
Tienes que mandarlo a la feria con pulgas, para que lo muerdan, así por lo menos oyes algo alguna vez.
Si bien Mina se ríe, no dejará pasar esto así.
Si el Largo piensa que puede tomarle el pelo sin consecuencias, bien que se equivoca.
—Tú... —empieza Mina—, siempre te preocupas por pulgas y piojos, así que tú mismo tendrás más que uno.
—Me diste, Mina, se te agradece.
Vaya que me diste.
Qué pena que el Largo se tenga que ir.
Ya se le hizo tarde.
Mina le ayuda a Cris.
Trui pone orden en casa y vigila a los chicos.

—Vaya, vaya con ese Largo —dice Mina—.
Pero ¡me cae bien!
¡Te hace vivir, Crisje!
—Es cierto, Mina, te hace vivir.
Aunque de vez en cuando sí que me satura.
Pero no quisiera estar sin él ni por todo el oro del mundo.
—Lógico, Crisje.
Lógico, ¿dónde vas a encontrar a un tipo como el Largo?
En ninguna parte, es único.
¡Tiene el mundo entero en la cabeza y con él nunca pasarás hambre!
Jamás de los jamases, Crisje.
—Es cierto, Mina.
A veces incluso me da miedo tanta felicidad en mi vida.
De vez en cuando estoy con el corazón en un puño, sabes, y me da miedo.
Incluso podría llegar a ser demasiado.
Crisje ya está llorando.
Mina lo ve y dice:

—¿Por eso te parece que hay que llorar?
Eres la persona más feliz del mundo.
Acéptalo sin dudarlo, hay personas de sobra que no tienen esto y debe haber unas cuantas que conocen la felicidad, ¿no?
Ya, para, Crisje.
Si no, te las verás conmigo.
¡Mina mira!
Mira mucho tiempo y con mucha atención.
Luego le pregunta a Crisje:
—¿Volvió aquel de la ciudad ayer, Crisje?
—Sí, Mina, pero ese hombre no sirve de nada.
Tendría que haber sido maestro de escuela o debería haberle pedido más sensibilidad a Nuestro Señor, ahora no vale nada.
—Es cierto, Crisje.
Ese hombre no sirve para nada.
Pero a nosotras tampoco nos hace falta.
Déjame ver.
Vuelvo por la tarde.
Y luego otra vez me voy.
Pero luego regreso.
Tal vez me vaya otro rato, o me quedo aquí a hablar un poco con el Largo.
Pero tampoco es que esté segura.
Es todo.
—¿O sea, que hoy, Mina?
—¡Hoy, Crisje!
¡Así como me llamo Mina!
Mina se va.
Trui le prepara una deliciosa sopa a Crisje; la vida vuelve a ser hermosa.
El Largo está en casa, pero otra vez presa de su impaciencia.
Agarra su violín, vuelve a poner el trasto encima del armario un poco después, sale volado de casa para ir por su licor de hierbas donde Hent Klink, y hoy también juega al billar, porque normalmente nunca le da tiempo.
Hendrik ha perdido su hogar, no sabe dónde meterse.
¡Es un día para no olvidar nunca!
Si Crisje lo observa, viéndolo entrar y salir volando, el Largo oye:
—¡Serás payaso, Hendrik!
Estás que no te hallas, ¿verdad?
—¿Qué me dices, Cris?
¿Soy payaso?
Ten mucho cuidado, o ya te contaré otra cosa.
—Eres un cabrón, Largo, más te vale que lo sepas —añade Crisje, y por salir de su boca, a Hendrik le suena como música.
Crisje está juguetona, se siente bien, porque una sensación gloriosa ha animado su pensar y sentir consciente.
Está convencido de que ahora va a pasar algo.
Por dentro es tan antinatural, tan elevado, tan refinado; es como si se abriera una bella flor.
Oye música, también planea, puede rezar y dar las gracias; es glorioso lo que ahora tiene en su interior y que ha podido cargar todo este tiempo.
A Hendrik el “Largo cabrón” de Crisje le parece glorioso.
Pero ¡nadie más debería intentarlo!
Eso lo experimentó durante una partida de billar uno de los jóvenes del pueblo, que avisó al Largo de que era su turno gritándole:
—¡Ahora tú, Largo!
Hendrik lo miró por un momento y preguntó:
—¿A quién le toca?
¿A quién?
—A ti, Hendrik.
—¡Es lo que me imaginaba!
Ese jovenzuelo ya antes había estado debajo del billar.
Crisje presenció ese drama.
Ese día y esa noche la miseria no terminaba.
A Crisje no le gustan las peleas.
Y, en realidad, qué es lo que quiere Hendrik.
Un cuerpo grande no es una vergüenza, ¿no?
Aun así, a Hendrik muchas veces le parece un suplicio, mira por encima de todo y a menudo maldice ser zanquilargo.
Crisje le metió en la cabeza que tenía que aceptar su largo cuerpo.
Cuando llegaron a casa, el Largo recibió su reprimenda:
—Ni se te ocurra volver a jugármela, Hendrik, tirar sin más a la gente de su silla de un golpe.
¿Es una vergüenza?
¿Pensabas que yo quería tener una reputación aquí?
¿Pensabas que quería casarme con un peleón?
Una vez y nunca más.
No vuelvo a salir de la puerta.
¿Lo recordarás, Hendrik?
Y ahora el Largo es más sensato.
Ya no se deja arrastrar por semejantes palabrerías.
¡Sabe que Crisje cumplirá su palabra!
Lo abandonaría.
Este delicado carácter se cierra de inmediato ante la dureza y las travesuras.
En Crisje vive una armonía sobrenatural por todo.
Es una dama, una “Reina” de belleza desconocida, ¡aunque lleve zuecos!
La gloriosa tranquilidad que irradia abarca todo lo que ha creado Nuestro Señor.
Cuando alguna vez hace una escapada con el Largo —cosa muy rara—, se le asigna el mejor lugar.
A la compañía le parece un honor tenerla en su seno.
Tanto la aprecian.
Ella pudo domar a Hendrik a través de su imponente amor.
Y quien sepa esto le tiene un respeto sagrado al alma que siempre regala a cualquier persona lo que le es más bello, según la opinión de Crisje, ¡porque así se puede hacer feliz a Nuestro Señor!
Cuando se hace demasiado inverosímil para el Largo, entonces su Crisje le da a oír en tono filosófico:
—Está en tus propias manos, Hendrik.
—¿Cómo que propias, Cris?
—Pues lógico; bien puedes hacerte querer entre la gente, ¿no?
Hendrik se ha hecho más sensato.
Pero es estricto, eso también lo saben los chicos.
Crisje no sabe las cosas que luego trama con los niños.
Por su gran amor puede lograr que haga cualquier cosa, y la vida se convierte en una bendición.
Hendrik sabe inclinar la cabeza y eso es un regalo para el alma y el espíritu.
Oh, lo sabe tan bien, los cielos se abren para toda la vida de Dios, si la personalidad humana se hace entrar en la poderosa vereda, ¡porque entonces se puede hablar de unión!
¡A muchas mujeres les gustaría tener a su Largo, pero es de ella y de nadie más!
Y para él, Crisje lo es todo, ¡el paraíso celestial, como lo quiso Nuestro Señor, y para lo que creó a Sus seres humanos!
Ahora solo falta una linda “crucecita” y Crisje tendrá todo lo que desea.
¿Por qué Hendrik no compra una “crucecita” así?
Pero eso también vendrá; ella sabe esperar.
Al Largo se le olvidan esas cosas, no les presta atención.
Pero es una bendición poder llevar algo así de tu propio hombre.
A Crisje le haría muy feliz, pero ¿si no se puede?
¿Si no hay dinero para comprar ese tipo de santidades?
Una “crucecita” así en el pecho le parece una bendición para toda la vida.
¡Te da la sensación de que siempre eres una con Nuestro Señor!
Pero aunque un cacharro de esos costara diez centavos, ahora ¡no se lo pueden permitir!
No le sobra ni un centavo.
Crisje calcula y compara, nunca está desprevenida ante la vida.
No quiere saber nada de comprar fiado.
Theet, el tendero, siempre dice:

—Crisje, si te hace falta algo, ya sabes.
Pero entonces las preocupaciones te persiguen y te perturban la tranquilidad diaria.
Crean malestar y miseria, y sientes que la gente se te queda mirando.
Todavía tiene grabada en la memoria la miseria de cuando en la puerta Hendrik compró ese bello pequeño chal a plazos.
Una miseria que deterioró su felicidad doméstica y mancilló su pensar y sentir sagrados.
A la gente le gustaba su chal, pero la idea de que anduviera presumiendo ropa que aún no había pagado le pareció una vergüenza para su vida.
Y cuando las mujeres del pueblo le preguntaban dónde había comprado ese bella toquilla, se ruborizaba de vergüenza y desesperación.
Hizo completamente añicos la vida de su alma.
Lo pagó lo antes posible, porque habría sido capaz de tirar el lindo trozo de tela a la estufa.
No podría haber aguantado mucho tiempo esa disarmonía en su pensar y sentir.
Lo sabe bien, mucha gente compra fiado, y les parece de lo más normal.
Pero a ella le perturba y le agobia el alma.
Además, la comodidad de poder ir a por cosas sin más te lleva con tanta facilidad al abismo de la vida por encima de tu posición.
Comprar fiado hace que se le suba el miedo a la garganta y hace que se le “desboque” el corazón.
Le molesta en sus oraciones y entonces no puede vivir una confesión pura.
Crisje no podría comulgar si lo fiado la acompañara al altar divino.
Nuestro Señor diría:
—Está muy bien que vengas a confesarte y a buscar Mi cuerpo y Mi sangre, pero ¿cuándo eres de fiar?
¿Cuándo dejarás de comprar fiado?
¿Cuándo te encargarás de no vivir por encima de tus posibilidades?
¿No era cierto?
Le sería un suplicio.
¡Y Hendrik puede darse por contento de que Crisje no sea así, porque te lleva al abismo, del que nunca vuelves a salir!
Crisje ya se lo ha dicho tantas veces a Theet cuando su libro está lleno y la gente no paga:
—Tú mismo echas a perder a la gente, Theet.
Eres tú quien hace que sea mala la gente.
Ay, las cosas que dice.
El Largo no sabe de dónde saca toda esa sabiduría.
Cada palabra es natural y meditada.
¡Crisje nunca habla por hablar!
Nuestro Señor le dio esta psicología innata para su vida, como al Largo su hermosa voz.
¡Son dones de Dios, que te dan color, que te hacen vivir si sabes cómo manejarlos!
Y eso sí que lo sabe Crisje.
¡Ella se encarga de arrodillarse con pureza y honestidad cuando el señor párroco le administra la “vida divina”!
Y eso el señor párroco lo sabe requetebién.
¡Por eso es que Crisje es un ser bendito!
¡Piensa y siente!
Está en armonía con todo y conscientemente convierte la vida en un paraíso.
Pero ¿quién puede hacerlo?
Ella con su Largo planean muy por encima de lo animalizado en esta sociedad humana.
Saben cuidar.
El florín con treinta centavos de renta que tienen que pagar les dará en cuarenta años la posesión de una casita propia.
¡Hay que sacar cuentas, día y noche, y mientras tanto mejorar tu vida, de modo que algún día puedas estar sobre tu propio pedacito de tierra y entonces te “beses” a ti mismo y tu vida!
¡Pues, hay que probar un besito así!
¡Cuando compras fiado, ya no saben!
Aquí, el sol brilla cada segundo, aunque esté lloviendo a cántaros.
Ya sea invierno o verano, siempre hay sol en casa y en estos corazones de buena voluntad.
Es su conjunto musical, con el que bailan y se divierten.
Son las perlas para sus vidas y sus “pequeñas orquídeas”, de las que Nuestro Señor recibe las más bellas.
¡Es inclinarse y explorar, aceptar y amar, estar abierto a todo e inclinar la cabeza cuando el otro tiene razón!
Hendrik besa lleno de alegría estas manos que trabajan fielmente; él sabe.
¡Vale más que mil casas y cachivaches propios que te quitan el sueño, porque luego te enjaretan una orden de embargo!
Entonces mejor no tener “crucecita”, no tener tierra, no tener terreno propio, nada de eso.
Solo unos cuantos conejos y algo en el establo.
Es todo, pero ¡significa felicidad!
Y de eso se encargó Hendrik.
Había algo en el establo, gruñía con alegría, y luego daría un lindo y grasoso tocino para los chicos.
También unas deliciosas salchichas, de las que Crisje conocía la receta secreta.
Posee una sensibilidad innata para preparar unas sabrosas salchichas.
No lo aprendió, es algo innato.
Matarían cada año, para los niños y para ellos mismos, porque así se ahorraba una fortuna.
De vez en cuando, Crisje ganaba un buen dinerito extra.
Trabajaba para el granjero Hosman y hacía salchichas para otra gente.
Así se las arreglan y pueden pagarles a todos.
Mina ha vuelto a venir.
Se fue y volverá más tarde.
Crisje sabe que el milagro ocurrirá hoy.
Ahora la cosa va en serio.
Hendrik ya no se va de su lado ni por un momento.

—Toma, Cris, bébete esto, entonces podrás ayudar, ¡es para los nervios!
Ahora vela con todo su largo cuerpo por su felicidad y su espacio vital.
Hendrik está allí, junto a ella, tan serio como si tuviera que ver con una “muerte”.
Aunque no piensen en cosas desagradables, nunca se sabe.
Siempre es algo que impone, porque llorará o se callará.
Siguen ocurriendo accidentes así; han destrozado a suficientes personas.
¡Ahora tienes que pensar y olvidarte!
¡Tienes la vida en tus manos, o por poco se te escapa!
Estás ante ella y vuela de regreso hacia su lugar de origen y por más que hables, no te ayuda.
Ante eso hay que inclinar la cabeza, y decir sí y amén.
¡Solo hay uno que tiene algo que decir!
Es Nuestro Señor, Largo, y es también Él quien te volverá a regalar esta felicidad.
En una ocasión, cuando el Largo quiso saber de Crisje hasta dónde podría aguantar, preguntó:
—Sabes hacer muchas cosas, Cris, lo sé.
Pero ¿qué habrías hecho si Bernard hubiera salido por patas hacia los cielos?
¿Qué decía Hendrik?
Crisje no le entendía bien.
Tenía que reflexionar un momento.
Luego llegó su respuesta:
—Diría, Hendrik: “Señor Nuestro, que se haga Tu voluntad!”.
Y sabes que siempre estoy pendiente de mis hijos, pero aun así, nos tenemos que desprender de esas cosas, Hendrik.
El Largo dijo:

—¡Me quito el sombrero por eso, Cris!

Y luego le dio diez a Crisje...
Hendrik casi se la devoraba y por poco la aplastaba, de modo que Crisje gritó:
—Tú, Largo, cabrón, ¿de verdad me quieres apretujar hasta matarme?
Qué festivo y grande sonó eso saliendo de su boca.
Qué gloria.
Normalmente, al decir cualquier cosa, cualquier palabra, Crisje le dirige el regio “Hendrik”.
Ahora ese “Largo cabrón” sonó como si llegara de los cielos.
Hendrik se puso tan contento por eso, que le rompía a Crisje los labios a mordidas, pero a ella le pareció que se estaba pasando de la raya.
—Eso es demasiado, Hendrik, demasiada locura, ¿no? Ten cuidado con eso, porque ya no somos unos chiquillos, ¿entendido? —le dijo Crisje, alejándolo de ella con reprobación.
Hendrik siente ese freno, todo está condicionado por la fuerza moderadora de su personalidad armoniosa.
—Cris, Cris, ¡qué mujer que eres!
Ahora el Largo está al lado de su vida, y vela.
Pareciera que le quitara los dolores, perfora la vida con su mirada fuerte; ¡la lleva cargando hacia le hora milagrosa de un nacimiento!

—¡Sé fuerte, Cris! —oye la madre de Johan, Bernard, ¡y pronto también de Jeus!
—¡Estoy contigo, Cris!
Una de las manos de Crisje se desliza por las mantas, buscando la del Largo.
Esta presión le da una fuerza universal.
¡Hendrik siente la calurosa vida de Crisje y la besa!
¡Es como si María, José e incluso Nuestro Señor también estuvieran allí!
¡Dios es bueno!
¡Dios siempre está allí!
Él bendecirá a quien lo ame, y los bendijo a ella y a él.
Ahora no hay en el largo cuerpo del Largo ni un gramo de inconstancia.
El bello e imponente acontecimiento lo eleva, hacia el inteligente y respetuoso inclinar de la cabeza.
Vive en el corazón de Crisje, llenándolo de gloria; su fuerte voluntad la abraza con alegría.
No puede ser de otra manera, la nueva vida lo sentirá y lo entenderá, y por eso en un rato desplegará su primer llanto.
Hendrik se ha quitado su blusón azul, lleva ropa festiva.
¡Si supiera lo que sabe el espacio, se postraría a rezar, agradeciendo a Dios lo que recibió un cuerpo a través suyo y de Crisje!
El Largo se inventa mil y una excusas, es tan rápido y resbaladizo como una anguila, pero Crisje lo sigue.
La luz de la fe de Crisje alumbra sus tinieblas humanas, en las que luego, como sabe hacerlo ella, podrá contemplar todo a la luz de Nuestro Señor.
Crisje suda como si fuera sangre, así es de malo, pero no suelta una sola lágrima.
Aun así llega un chillido con el que ella misma se asusta, porque siente que los niños están en casa.
Y eso no debe ser, y no será así.
¡Los chicos no deben volver a oírlo jamás!
En cuanto llegue Mina, será innecesaria más ayuda del Largo.
Pero antes de eso, Crisje le aprieta la mano al Largo con tanta fuerza que deja marcadas las impresiones de sus uñas en su carne.
Un beso de Crisje por todo lo que él le ha dado.
Han vivido horas de felicidad, horas de gloria desconocida; este acontecimiento es imponente si sabes pensar y sentir, y si el corazón humano está abierto a las coloridas flores de Nuestro Señor.
—Hola, Mina.
—Hola, Crisje.
¿Ya ves que vuelvo a tener razón?
Un ratito más, y podremos volver a decir “gracias”, ¡porque Él lo único que quiere de nosotros es que estemos agradecidos!
El Largo se va.
Mina dice:

—Tú por qué no vas a traer a aquel erudito, Hendrik.

Mina ve lo que está por pasar.
Son las nueve y media; los minutos van pasando lentamente; faltan quince minutos para que sean las diez, entonces llegan los primeros síntomas, y un poco después, Mina tiene a “Jeus” en las manos.
Está escrito en las estrellas, Crisje, este niño tendrá que nacer siete minutos antes de las diez, ¡y sin embargo esto no tiene nada que ver con la astrología!
Pero de eso ya hablaremos más tarde.
¡Eso ya te lo contará Jeus luego!
Mina mira al muchacho.
El Largo vuelve a entrar y ella le pone al niño muy cerca de la cara.
Lo mira solo un momento.
Luego suena la voz de Mina, diciendo con admiración:
—¡Cris, Dios mío, este tiene unos ojos como cielos!
Cuando llega el médico, el niño ya está, limpio y todo, en la caja de limones, la cuna que el Largo le fabricó a Jeus.
El erudito ahora está diferente que de costumbre.
Él también mira al niño y felicita a Crisje y al Largo.
Ahora el hombre está muy locuaz, habla de la vida, incluso los acompaña con un trago y cuenta lo difícil que es la vida.
Empiezan a entender que su vida tampoco se compone exclusivamente de traer niños al mundo.
La imponente vida a veces crea preocupaciones y miseria de las que aquí en el campo no tienen ni idea.
¡Ni tampoco lo pueden creer!
Inclinándose y muy corteses están el Largo y Mina ante el médico, y lo acompañan a la puerta.
—Cómo se puede uno equivocar con las personas, Hendrik —constata Mina—.
¡Quién lo iba a pensar!
Crisje dice:

—Yo ya lo había pensado, Mina, ¡ese hombre tiene preocupaciones!
A él le llega el agua al cuello.
¡Yo ya me lo imaginaba!
El Largo sale volando.
Ya no se aguanta en la casa, tiene que hablar de su felicidad y solo puede hacerlo con Hent Klink.
Mina agita la cabeza.
Crisje dice en tono de disculpa:

—Déjalo a sus anchas un rato, Mina, de lo contrario me hará añicos la casa, y se complicarían las cosas aún más.
—Eso es sensato, Crisje, tú eres muy sensata.
Mina sabe apreciar cosas así.
Es consciente de que aquí vive la felicidad.
Ahora también ve cómo estas personas defienden su felicidad, pero también sabe que todos tienen que pagar por ella si su vida quiere poseer esas alas, y que solo a trompicones puede adquirir un aleteo espacial.
Pero el Largo no tarda mucho en volver.
Pronto está otra vez en la cocina.
Ahora en el pueblo saben que vuelve a reinar la felicidad en la calle Grintweg 318.
¡Hendrik Rulof volvió a tener un hijo!
¡Jeus... se llama este niño!
—¡Qué niño tan hermoso, Largo...! —le dice Mina a Hendrik—.
Este es especial.
¡Brindemos por él!
Mina y Hendrik brindan.
Crisje asiente con la cabeza, dando a entender que en pensamientos los acompaña.
Cuando Mina se ha ido, el Largo está ante Crisje sintiéndose como un niño, sin saber qué decir, pero Crisje lo ayuda:
—¡Gracias, Hendrik, te doy las gracias!
Lo que no ha pasado todavía ocurre ahora.
El Largo llora.
Ya no puede detener las lágrimas.
Dentro de él, algo se quiebra, y lo parte por la mitad.
Tampoco él puede con tanta bondad.
Crisje es inagotable en su bondad.
Sus pensamientos y sentimientos son insondables.
Esta vida es tan profunda, tan inmensamente grande gracias a la fe, la religión, el amor al prójimo, la confianza y el respeto por el ser humano, tan llena de deferencia por toda la vida, que el Largo podría hacer él mismo una universidad con todo esto.
El Largo llora.
Se siente como un niño; él, el Largo grande, robusto y en otras ocasiones tan independiente no se entiende a sí mismo, pero aun así: llora.
Esa Cris, te agradece todo.
Por pensar en ella y no olvidarse a causa de su felicidad, el Largo recibió un agradecimiento que fue directamente a su corazón, poniendo allí todo patas arriba.
Algo así te sobresalta y te conmueve.
Es la felicidad imponente de ellos, que todo este mundo puede contemplar.
Y una felicidad así no se puede comprar, ¡si quieres, pregúntale a Nuestro Señor!
El Largo está desbordado por la felicidad.
De vez en cuando mira a Jeus.
Crisje ha vuelto a tener razón.
Otra vez, Crisje sintió bien, ese “sentir” de Crisje es algo particular.
Otra vez tuvieron un niño, ¡y qué niño es!
Cuando Gerrit Noesthede, uno de sus mejores amigos y el bajo de su cuarteto, pasa a saludarlos, la diversión y la gamberrada ocupan de inmediato el centro de la cocina.
Gerrit mira a Jeus y felicita a Crisje.
Gerrit mira largamente y con atención, un poco demasiado, piensa el Largo.
—¿Qué le ves a Jeus, Gerrit?
—Eso es un misterio, Hendrik.
Tiene algo que yo no tengo y de lo que tú no sabes nada.
Crisje disfruta.
Aunque Gerrit muchas veces dice tonterías, en el fondo de su corazón es una persona sensata y sensible.
Además es un escultor dotado.
Como por arte de magia, Gerrit saca hermosas estatuillas de la madera, figuras de mujeres y representaciones religiosas.
Gerrit es el eterno soltero, las “tipas” no le dicen nada.
Gerrit tiene las historias más disparatadas sobre Hanneke, que lo cuida y a la que hace pasar por su esposa.
Pero Hanneke es exactamente como Gerrit.
No quiere un esposo, y uno ya diría que poco a poco Hanneke y Gerrit se van haciendo demasiado mayores.
Pero ¡tienen la misma edad que el Largo y Crisje!
Pero todavía no les hierve la sangre.
—Sí —le dice Gerrit a Crisje...— todavía esta semana le dije a la mía: “Hijos sí, me gustaría tener hijos”.
Pero ella ya no quiere saber nada de eso.
Y ahora ya no me queda más que aguantar.
A veces, Gerrit habla de tal modo que uno juraría tener a un gran mujeriego enfrente, pero el buen hombre vive como un pato beato.
Se toma su trago, gana un montón de dinero y disfruta de la vida, pero sin esposa.
El Largo dice de Gerrit que tiene demasiadas tonterías en la cabeza y que no es capaz de pensar en cosas serias.
Cuando hablas con él de asuntos serios, es inevitable que de repente aparezca una broma; es algo que solo Gerrit sabe hacer.
Eso lo hace como ningún otro.
Ese es Gerrit Noesthede, una joya de amigo para todos los que tienen trato con él.
Gerrit vuelve a Jeus, limpiándose la frente.
Y dice:

—Creo que nací demasiado tarde, o tengo arena en los ojos.
Pero ¿qué es lo que tiene, Hendrik?
Hendrik no consigue contestar.
Se mantiene ocupado sirviendo una copa.
La atención de Crisje está con esos dos allí en la cocina.
Si bien ahora está descansando gloriosamente, no quiere perderse nada de las ocurrencias de esa pareja.
El domingo se volverá a reunir todo el grupo, y se reirán de lo lindo.
Para eso no les hace falta la feria.
Solo Peter Smadel es de carácter un poco más serio.
Tiene un hermosa voz de barítono y Crisje está convencida de que Peter y Hendrik podrían sin duda ganarse un buen dinero en el escenario.
Y luego también está Jan Maandag, pero ese es como relleno.
Según Gerrit, su cantar sirve más o menos como la cenefa del papel tapiz.
Pero por todos los cielos, sin esa cenefa, todo el tapiz se va a la basura.
Luego hay unos más que completan el cuarteto.
Son las primeras voces, de las que el Largo es el director.
Pero a esos hombres nunca los ves por aquí, solo llegan cuando ensayan y nunca lo hacen aquí.
Gerrit sigue tomándose sus tragos con gusto.
Cada trago entra con otro dicho y una palabra de aprecio.
El gordo glorioso bebe y habla, charla y suelta disparates a tal grado que al Largo le corren las lágrimas de risa por las mejillas, y convierte así su noche en una auténtica fiesta.
Pero finalmente llega el final cuando Crisje, que a pesar de sus propósitos se había adormilado, se despierta con un sobresalto y pregunta:
—¿Qué hora es, Hendrik?
Gerrit se larga.
Le contará todo a Hanneke.
Hendrik se acuesta al lado de Crisje.
Es de noche.
Ahora Crisje y el Largo descansan del día ajetreado.
Crisje y el Largo: dos personas con su gran felicidad que casi no pueden abarcar y con aquello que ahora está plácidamente dormido en la caja para limones.
Este tiene algo de lo que solo Nuestro Señor conoce el secreto.
Pero ya saldrá a la luz, Crisje, no tienes que hacer nada para lograrlo.

—¡Nada, ya vendrá solo!
—¡Buenas noches, Crisje!
Ahora mejor me voy, ¡ya llegó Jeus!