¿Quieres que te magnetice Manus, Jeus?

El gallo, atrás en el gallinero, despierta a Jeus, y de inmediato empieza con el día anterior, poniendo manos a la obra con las cosas y asuntos que aprendió.
Hasta que ya no queda nada.
Así lo hace siempre y ha aprendido muchas cosas gracias a eso.
No puede olvidar nada, porque el que haga eso no será nada.
Si uno no piensa, no alcanza nada en el mundo, ya lo ha decidido para sí mismo.
Y no quiere eso, ¡es peor que reventar!
—¿Puedo salir de la cama, mamá?
¿Y puedo preguntarte algo?
Crisje ya se asusta.
Cada mañana trae algo nuevo.
¿Y qué irá a vivir ahora?
Y entonces Jeus pregunta:
—Mamá, ¿por qué la gente piensa que Deut está loco?
No lo está.
—Obvio, Jeus, sí está loco.
—Es una gran mentira, mamá.
Deut no está loco.
Solo que no sabe pensar.
Está en su pescuezo, mamá.
—Vaya, ¿eso lo descubriste tú?
—Sí, mamá.
—Qué listo, pero yo no entiendo de esas cosas.
Jeus reflexiona.
De pronto llega una pregunta por la que Crisje se lleva un susto tremendo.
—¿Mamá?
—¿Qué pasa?
—¿Por qué estás tan gorda?
‘Ya me lo imaginaba’, piensa Crisje.
‘¡Qué cosas!
¡Por Dios!
Nuestro Señor, ayuuudaaa, ¡ayúuudameee... por favor!’.
Crisje sabe que es un momento peligroso.
¿Ahora qué tiene que decir?
Y ahora Crisje cuenta, como quien oye llover, que la comida le sabe rica y que últimamente le da por comer más que de costumbre.
Pero entonces Jeus dice:
—Pero a mí también me parece rica, mamá.
¡Y sigo chupado como un fideo!
Crisje le aclara que la comida hace que unos crezcan hacia arriba y otros hacia los lados.
En eso Jeus está de acuerdo.
Pero sigue cavilando.
Seguramente que Bernard lo sabrá otra vez.
—¿Mamá?
—Y ahora ¿qué es lo que quieres?
—¿Por qué...? ¿Por qué, mamá... ponen ángeles en las tumbas que de todos modos no saben volar?
Gracias al cielo, siente, se le ha olvidado.
A eso puede contestar:
—Pues lógico, Jeus.
Lo hacen para traer a los ángeles hacia la gente.
Es, por decirlo así, el contacto con los cielos.
Pero Jeus no se conforma con eso.
—¿Acaso pensabas, mamá, que no sé que no me puedes entender?
—Sí te entiendo, pero es algo muy diferente.
—¿Qué es algo muy diferente, mamá?
‘Crisje parlotea’, piensa.
Mamá dice cualquier cosa y quiere que se le olvide aquello otro.
Y Crisje piensa, ‘mejor que no hable de sus cosas, de lo contrario hablarán de él en la calle y eso no debe ser, entonces los niños lo van a fastidiar.
Y entonces ya no tendrá vida’.
—¿Mamá?
—¿Qué quieres, pues?
—¿Me tienes miedo?
Bernard se peleó conmigo.
Quiere hacerse el importante con su mundo de mierda.
Y le dije la verdad, pues, mamá.
‘Vaya’, piensa Crisje, ‘llegó el momento’.
Ahora siente que le contesta exactamente aquello en lo que está pensando.
Y se cuida a sí mismo, pues ella lo entiende, el de Bernard es un mundo de mierda en comparación con las cosas que él siempre ha podido vivir.
Y es cierto, es algo muy distinto.
Siente que no es necesario preocuparse por eso.
Cuando entran Bernard y Johan se detiene la retahíla de preguntas y Crisje tiene un poco de sosiego.
Y después de que hayan desayunado, reciben su espacio.
Johan tiene que ir a la escuela, Jeus y Bernard empiezan detrás de la casa, pero Bernard está intratable.
Jeus ya le pregunta:
—¿Qué te hice, Bernard?
—Vete a la mierda —contesta Bernard con dureza.
—Eso es malo, Bernard.
Si yo no te hice nada, ¿o sí?
¿Acaso es culpa mía que Deut me quiera?
—Es porque eres un maldito engatusador.
O crees que no lo sé.
—Tonterías, Bernard.
Es una mentira, lo sabes tan bien como yo.
Bernard no quiere tener nada que ver con él.
Pero Jeus siente que lo que dijo aquel eran idioteces.
Lo de Bernard es un berrinche, pero no quiere perderlo.
Hace las paces al decir:
—Oh, Bernard, te estoy tan agradecido por todo.
—Cuéntaselo a tu abuela, de todos modos no te creo.
—Bernard, ¿puedo preguntarte algo?
—¿Qué quieres saber de mí?

Y ahora viene:
—Bernard, ¿sabes por qué mamá está tan gorda?
Bernard lo mira y se ríe de él en su cara.
—Asqueroso mocoso, tendrás que esperar con eso, ¿entiendes?
Bernard siente que este es su poder sobre Jeus.
Aunque ahora Jeus le cuente lo que dijo Crisje, le da risa, pero, ¡bah!, no dice nada.
Bernard se va, tiene cosas más importantes que hacer.
Se marcha al brezal, a las pilas de leña de los panaderos, donde juegan y retozan.
‘Hoy tendrá que arreglárselas él solo’, piensa Bernard.
Cuando Crisje llega a la parte de atrás, ve que está observando donde las gallinas, con la cabeza apoyada en las manos.
—¿Dónde está Bernard?
—Se largó, mamá.
Creo que se fue al brezal.
—Vaya. —Es todo lo que dice Crisje.
De pronto siente que la sigue, que la observa por dentro y por fuera.
¿Cómo podría privarlo de eso?
Crisje desaparece, primero tendrá que reflexionar seriamente sobre eso.
Jeus se entretiene detrás de la casa, pero no hay rastro de Deut ni de Duumke.
¿Fue ingrato?
Haber conocido a Deut tenía para él un valor añadido de primera.
Ojalá estuviera aquí Bernard.
Ojalá pudiera enmendarlo.
Bernard también tiene parte de la culpa.
Cuando este se haya arreglado, pensará de otra manera.
Sigue pensando en Bernard y una hora después lo tiene delante de sus narices.
¿Lo llamó?
—¿Qué haces, Bernard?
—¡Nada!

Sigue sentado con la cabeza apoyada en las manos y mira a Bernard.
‘¿Le pasará algo?’, piensa Bernard.
—¿Qué te pasa?
¿Te duele una muela?
—Creo que sí, Bernard.
—¿Sabes que Manus Runsel te puede magnetizar si te duele la muela?
—¿Qué es eso, Bernard?
—Manus lo hace con el pulgar, y entonces te deja de doler la muela.
—¿Lo hace con el pulgar?
—Sí, pero cuesta dinero, claro.
—¿Cuánto, Bernard?
—Por lo menos cinco centavos.
—¿Y no podremos conseguir ese dinero entonces?
Me duele la muela.
Menos de cinco minutos después están donde Manus, sentados en la valla del potro.
Bernard le cuenta:
—Aquí es donde se hierran los caballos, supongo que lo sabes.
—Sí, lo sé.
Miran cómo trajina Manus, miran los grandes fuegos dentro y luego a Bernard se le ocurre algo, ya lo sabe.
—Ven, vamos a ver si la tía Trui tiene algún trabajito para nosotros.
Un poco después, están frente a la tía Trui.

—Tía Trui, ¿podemos hacer algo por ti?
Y sí, pueden hacer la compra.
Cuando vuelven, les da un centavo a cada uno.
¿Ahora qué?
A Bernard le gusta comer dulces, pero allí está también el dolor de muela.
Le dice a Jeus:
—Si al rato me lo devuelves, te presto ahora mi centavo para que te magnetice los dientes.
Pero si me engañas, te parto la cabeza.
Ya quedaron de acuerdo.
Y ahora otra vez adonde Manus.
Es curioso, pero ahora de verdad le empezó a doler la muela.
Primero necesitan un pedazo de tela, y pronto lo encuentran.
Allí están de nuevo donde Manus, les cae una lluvia de chispas, pero Manus no les hace caso a los chicos.
A Bernard se le vuelve a ocurrir una idea:
—Se me olvidaba, Jeus.
Para que te magnetice tenemos que tocar la puerta en la parte de atrás de la casa.
Corriendo dan la vuelta a la fábrica de escobas y ahora entran al pequeño jardín trasero de Manus.
Bernard mira un momento los bonitos arbolitos que hay aquí, y cuando Jeus se da cuenta, pregunta:
—¿Los árboles tienen que ver con eso de magnetizar, Bernard?
Bernard se ríe en voz alta, pero no le muestra por qué ríe, para eso es todavía demasiado mocoso.
Hace un tiempo, en estos mismos árboles colgaban unas ricas peras y fueron para Bernard.
Si Manus lo supiera.
Pero no sabe nada.
Aunque no entiende que Jeus no lo comprenda.
Jeus le replica:
—Entonces ¿ya no puedo preguntar nada, Bernard?
—Y entonces yo ya no puedo mirar nada... —Van y vienen las palabras, pero así no van a avanzar.
Bernard reflexiona y siente: Jeus tiene razón.
—Es cierto, tienes razón, Jeus, pero ahora mejor voy a llamar a la puerta.
Allí está Manus.

—¿Qué pasa, chicos?
—Manus, Jeus tiene dolor de muelas.
Toda la noche estuvo gritando, no pegamos el ojo, Manus.
—Entonces lo miraremos un momento, Bernard.
Tú eres de Hendrik el Largo, ¿no?
—Sí, Manus, es nuestro padre.

Ahora Jeus gime:

—¿Quieres ayudarme, Manus?
—Claro, pero cuesta, ¿entiendes?
¿Cuánto dinero traes?
—Dos centavos, Manus —contesta Bernard.
—Es poco, Bernard, es muy poco, caray.
¿Te mandó tu madre?
—Sí, Manus, pero no tenía más.
—Vaya, ¿no tenía más?
Pero es poco.

Jeus llora y eso ayuda.
Manus magnetiza.
—¿Tan mal estás, chico?
—Sí, Manus, es para reventar.
—Son palabras mayores, pero lo puedo entender.

Bernard todavía le promete a Manus:

—Si volvemos, Manus, seguro que traeremos más dinero, tú también tienes que vivir.
—Bien pensado, Bernard.
Se mete los dos centavos al bolsillo y le pregunta a Jeus:
—¿Sabes rezar?
—Sí, Manus.
—Entonces empieza ahora.
Tienes que rezar tres padrenuestros.
Jeus siente que Manus le magnetiza la mejilla con el pulgar.
Ahora oye:

—Ya lo veo, allí está esa cosa maldita.
Claro, eso debe causarte dolor de muelas.
Manus también reza, un padrenuestro tras otro sale volando al espacio y a Nuestro Señor.
Allí, los ángeles ríen, pero Manus no tiene nada que ver con eso, él magnetiza, y sabe hacerlo.
Es un hombre milagroso y Jeus lo ve y lo siente, porque el dolor de muela desaparece.
Un poco después ya queda listo.
Tiene que rezar un padrenuestro más, y otro antes de acostarse esta noche.
Y luego pueden irse, pero Manus pone tres centavos más y se da una escapada adonde Hendriks, al otro lado de la calle, para tomarse un trago.
Qué rico, un trago reconforta después de un trabajo así.
Qué risa les da a los chicos.
Jeus no tiene que intentar convencer a Bernard de que de verdad le dolía la muela, Bernard no está tan loco.
Pero ahora que van saliendo de donde Manus, de pronto a Jeus de verdad le duele la muela y gime como un perro apaleado.
Ahora Bernard ríe aún más fuerte.
Es para volverse loco, si lo reconoces tú mismo, pero eso obviamente no te parece bien.
—Maldición, ahora me duele el diente de verdad, Bernard.
—Lógico —dice este—, es porque quisiste engañar a Manus.
¡Es el castigo!
—¿Lo dices en serio, Bernard?
—Claro que lo digo en serio.
¿Pensabas que Manus no sabe magnetizar?
Manus sabe magnetizar el dolor de dientes, más vale que lo sepas.
Y Jeus ya sabe eso, aprendió mucho, es un milagro.
El dolor se hizo tan intenso que Crisje tuvo que mirarle la boca, pero no vio nada particular y media hora después Jeus ya no sentía nada y pudo olvidar su dolor de muela.
Pero ¡Manus sabe magnetizar!
Lo crea uno o no, Manus sí que sabe magnetizar.
Hay más gente que posee algo particular y es que entonces lo recibieron de Nuestro Señor.
Manus recibió este don primero de parte de su padre y ese a su vez del suyo, pero el primer padre lo recibió desde arriba.
Manus ya está pensando quién recibirá el don de él, más adelante, cuando estire la pata.
Lo investiga él mismo, porque es cosa de mucha responsabilidad.
No se lo puedes dar así nada más a cualquiera.
Después lo tendrás que justificar ante Nuestro Señor.
Y a pesar de todo, no suena tan raro.
Desde todas partes llega la gente a ver a Manus.
Se le ha concedido sanar en cinco minutos a personas que rugían.
¡Manus supo sanar cosas que tenían desesperados a los médicos!
¿Y se reiría uno de eso, tachándolo de disparatado, si se sabe lo grave que es todo?
Hay quienes pueden mirar hacia adelante y predecir cosas, pero no saben de dónde reciben esos saberes.
Es demasiado y no les cabe en la cabeza, pero son capaces de hacerlo.
En el caso de Manus, lo tiene en el organismo, ¡en el pulgar!
Y no tiene nada que ver si ese pulgar también huele a sudor de caballo, ¡el dolor de muela desaparece!
Manus es redondo como un barril.
Le gusta tomarse un trago, pero por lo demás es sumamente serio.
Y es buena persona, de lo contrario su padre no le habría dado ese don.
Entonces Nuestro Señor se habría disgustado otra vez con su padre, y eso ¡te lo ahorras!
¿Algo más, Jeus?
Bien que lo recibió de Bernard, otra vez.
Y Bernard tiene otra cosa más; ya pronto va a ser Martes de carnaval... y se van a disfrazar.
Entonces te divertirás, Jeus, como nunca antes.
Pero lo más miserable de todo es que ahora está en deuda con Bernard, y eso es muy grave.
Pero pronto llegará el Martes de carnaval y entonces podrán ganar dinero.
Y en esto también fue bueno Nuestro Señor, con grandes y pequeños, ¡ahora todos van a festejar el Martes de carnaval!
Crisje también, porque siempre hay algo de que reírse.