¿Es cierto que robas?

Una vez a la semana, en un día fijo, los mendigos se acercan a la casa de Crisje para recoger su sencilla comida, que Crisje prepara entonces para los pobres y que sirve festivamente.
¡El Largo lo sabe!
Todo el mundo lo ve, para muchos es una locura, pero, a fin de cuentas, es cosa de ella.
No hay nadie más en este vecindario que quiera hacer el esfuerzo, por más que hagan creer a otros que se rascan el bolsillo para ayudar y apoyar a ese mundillo de mendigos.
Al otro lado de la calle, donde sin embargo vive un granjero rico, nunca se les da nada, ni un centavo.
Por cierto, Crisje ya lo sabe desde hace mucho, es tacaño como él solo.
Y en efecto podría hacer más que ella por esos infelices, que no habían pedido tener que andar gorroneando así por las calles.
Siempre a la intemperie, en invierno y en verano.
Allí están, y están sentados en la mesa de Crisje.
Pero son personas honestas, ella no se ocupa de canallas, ¡eso es apoyar al diablo!
Entonces igual podría estar confesándose día y noche, y el señor párroco podría decir: “Crisje, tienes que evitar esos pecados, exageras!
Si ya conoces a tu gente”.
Crisje opina que por los pobres se hace muy poco.
Claro que entre ellos hay viciosos, personas que te engañan y que solo lo hacen por la rica comida.
Por lo demás les importas un carajo.
Por más que le doliera, a algunos de esos tipos los puso con los pies en la calle y ya no vuelven a entrar.
Los que vienen ahora son gente buena, según ella, que se han adaptado y que saben exactamente cómo quiere Crisje que se hagan las cosas.
Rezar antes de comer, comer decentemente y darle las gracias a Nuestro Señor por todo.
Si no quieren hacerlo, deben darse media vuelta y largarse.
“Allí está el resquicio de la puerta... ¿entendido?”.
Tampoco ve ya al hombre que se acaparó de su marco.
Hace algunos días, cuando tenía que pasar donde Theet para comprar algo de comida, lo vio, pero se fue corriendo.
A Crisje le dio risa, qué cagón.
De una vez para siempre, ¡ya no le daría ni un centavo!
Pero ¿qué son?
¡Cucarachas!
A Crisje solo podías tomarle el pelo una sola vez, después ya no.
No vuelvas nunca.
Entonces no conocía la misericordia, los engaños le parecen terribles, y los robos todavía más.
Y es que sabías que quitabas cosas que le pertenecían a otro.
Entonces que los encerraran, tenían que estar en prisión.
¡En eso tenía razón Trui!
Aquí en el vecindario, la gente daba muy poco.
No había que buscarlo lejos de ti mismo.
Lo que vivía aquí iba a la fábrica de escobas o a Emmerik, y los que eran ricos se sentaban encima.
Todos esos tenderos, que se forraban con lo que gastaban los pobres, los obreros de las fábricas, ¡vaya gente, no daban nada!
Pero ellos mismos comían bien con eso.
¡También de los obreros de las fábricas!
Esa gente vivía en casas hermosas, tenían cositas y chucherías para ellos mismos, iban a (la comarca de) Montferland los domingos para beber y comer allí.
¿De qué?
¡De los pobres!
¡No había que dejar que esa gente ganara un centavo más!
Te pasaban por el lodo detrás de tus espaldas.
Con solo salir de su puerta, por ellos podías reventar; ni una de esas personas verías detrás de tu ataúd; no podían, no tenían ni el tiempo ni los sentimientos para eso.
No tenían nada, solo sus posesiones terrenales.
¡Y aun así en la iglesia se sentaban en la primera fila!
Sí, eso sí que era algo, pero no era asunto de ella.
Sabes, esto es en lo que Crisje anda pensando de vez en cuando.
Los ricos estaban con las narices encima de Nuestro Señor.
Los pobres podían buscarse un lugar detrás de uno de esos gruesos pilares.
Era más barato.
Pero para Crisje, Nuestro Señor estaba en todas partes, aunque muchos otros, a su vez, no lo entendieran, y entonces culpaban a la iglesia.
Y eso no era cierto, ¿qué culpa tenía la iglesia de eso, de que unos fueran ricos y otros no poseyeran nada?
Se lo debía la gente a ella misma.
Entonces más valía que se encargaran de ganar más y de no ser tan perezosos y... de aprender a pensar mejor.
Y luego había otra cosa imposible, no todos podían poseer una taberna, ¿no?
Entonces habría más tabernas que casitas, y sería un caos total.
Tenías que estar contento con aquello que poseías.
Si podías hacer eso, entonces la vida era pura alegría.
Cada día, cada hora, fuera noche o día, no había cambio.
Porque estabas encima, ¡eras tú mismo!
Vivía en ti y no fuera de ti.
No estaba a la venta y uno de esos lugares ricos y bellos en la iglesia no tenía nada que ver con eso, nada.
Solo es imaginación y por eso no tenían por qué mirar con cara amargada al señor párroco.
Las barbas de varios días y las espaldas encorvadas han ocupado sus lugares.
Crisje ha llenado los platos; ha empezado el banquete.
Fuera hace frío, porque ya es otoño otra vez.
Jeus mira a los tipos, mira las pústulas, esos pelos de barba y los labios colgados.
No llevan zapatos, ni siquiera zuecos decentes.
“Los ratones están muertos frente a la alacena”.
Pero bien que hacen ruido al comer.
Y que se manchan.
Tan solo mira bien esos hocicos grasientos.
Crisje corre de aquí para allá.
Reparte tocino grasoso.
Las papas (patatas) de cultivo propio entran que da gusto.
Jeus piensa, ‘¿no ven esos hombres que hoy comen una papa (patata) de las mejores que hay?’.
Oyó que son rojas, pero no se logra enterar de lo que significa, y por eso le pregunta a Crisje:
—¿Qué tipo de papas son estas, mamá?
—¿Qué quieres saber?
—¿Que qué tipo de papas son, mamá?
Jeus recorre la fila con la mirada.
Crisje no le contesta.
Jactarse de cosas que regala es algo que ella no hace.
Agradece demasiado que esas personas vengan a comer a su casa.
—Oh —suelta Jeus de repente—, ya lo sé.
Hoy están comiendo papas Eigenheimer.

A los hombres les da risa, y miran a Jeus amablemente.
Uno de ellos mira a Jeus con más detenimiento y luego dice para gran alegría de Crisje:
—¡Qué ojos tan bonitos tiene, Crisje!
—Sí —dice Crisje—, es cierto, mi Jeus tiene bonitos ojos.
Pero los hombres todavía disfrutarán esos bonitos ojos.
Jeus repasa toda la pandilla con la mirada.
Los sigue uno por uno.
¡Es como si esta vida mirara a través de las paredes de un cuerpo así, y como si viera entonces lo que está a la venta allí dentro y si el propietario ocultó en algún rinconcito algo que no soporta la luz del día!
A Jeus le gusta mecerse, pero este mecerse dentro de las personas sí que es algo particular.
Sabe hacerlo con mamá también, aunque Crisje no lo haya vivido todavía, o por lo menos no lo haya comentado abiertamente con él.
Jeus ve de todo en Crisje.
Sabe hacerlo con quien sea, también con su padre, con Johan, Bernard y la tía Trui.
Con quien sea.
Últimamente da un salto y entonces está en el centro de esa tienda humana.
Es enorme lo que ves entonces.
No es tan fácil de imaginar.
Primero debes saber todo al respecto.
No se puede poner nombre a estas cosas.
Pero Jeus sabe lo que es mangar.
Y uno de esos hombres manga...
Es exactamente lo mismo, según mamá por lo menos; quitarle cosas a otro, que por lo tanto no te pertenecen.
¡Eso es mangar!
Jeus le acaricia la espalda a Fanny y mira.
Allí está, apoyado en la jamba de la puerta.
¡Sigue a los hombres!
Sale de una tienda para volver a entrar a otra.
Esas puertas no causan problemas.
Ninguna puerta de esas tienditas está con llave.
Por qué lo hace esa gente, parece muy peligroso, pues por la noche mamá cierra con llave todas las puertas.
Incluso a la pocilga y al gallinero les toca su turno, y eso también es por aquello de que mangan; por la gente que es de manos largas.
¡Eso es robar!
Ahora la gente tiene abiertas sus puertas de par en par.
Y tampoco hay oscuridad.
Siempre hay alguna lucecita, a veces muy tenue, pero nadie está en la oscuridad.
Los hombres comen.
Crisje los mira complacida.
Le alegra que la gente pueda comer con tantas ganas.
Cuando Bernard llega a casa, anda despotricando.
Bernard no aguanta a esos pordioseros.
Lo que más le gustaría al chaval es sacar a toda esa chusma de una patada.
Pero Bernard no tiene suficiente edad para cambiar algo en esto.
Son asuntos de sus padres.
Pero ¡si pudiera...!
A Johan no le importa, pero ninguno de los dos está en casa cuando se acerca el momento, y la cocina de madre Crisje es una feria de pulgas que da gusto.
Así lo llama Trui entonces, y tal vez incluso tenga razón.
Los chicos mayores van y vienen.
La mayoría de las veces no paran por allí.
Jeus está allí y piensa que es una verdadera fiesta, porque puede trepar a esos corazoncitos, mirar lucecitas y salir y entrar cuando quiera, y sin que nadie lo pueda ver.
¡Porque el propietario está más ciego que un topo!
Jeus ve que un ser humano es como una casa, como un topo debajo de la tierra, esos bellos animalitos negros, de los que Bernard atrapó uno poniendo una pala en la tierra, poniéndole así un alto al animalito.
Pero al mismo tiempo también estaba casi muerto.
—Esos —le dice Bernard a Jeus— si tan solo los puedes agarrar un momento de la nariz, ya quedan molidos.
Mira tú mismo, ¡este ya incluso se destruyó!
A Jeus le pareció espantoso.
Sentía el calor del animalito, se lo ponía contra la mejilla, muy a gusto.
Por dentro todavía se sentía tic... tic... tic...
Luego se detuvo.
Y enseguida esa deliciosa lanita se puso fría como el hielo.
No, no era eso, no era como hielo, esa pielecita se mantuvo caliente.
Bernard dijo que valía quince centavos, y una hora después andaba masticando dulces.
No le habían dado quince centavos por él, sino siete y medio.
Y esos dulces eran ricos, los podías chupar, o bien cacahuetes.
Dos por un centavo, bien fritos en azúcar blanca y dura.
Con cacahuetitos por dentro, no te hartabas nunca de eso.
¡Las cosas que ya sabía Bernard de la vida!
¡Él, Jeus, se quedaba boquiabierto ante eso!
Pero de topos había aprendido todo, ¡todo!
¿Por qué esos animales vivían debajo de la tierra?
Así era la gente también.
También vivían en la oscuridad.
Estos de aquí no veían que entraba a su casita con una pala y que podía hacer lo que quisiera.
¿No lo sabían, entonces?
Luego estas reflexiones y la comida se interrumpieron bruscamente.
De pronto ese tipo oyó:
—¡Ya no debes robar!
Los hombres dejan de comer.
Todos al mismo tiempo miran a Jeus.

—¡Este es, mamá, este que pensaba que tenía unos ojos tan bonitos!
Crisje no duda un segundo de la verdad.
Está temblando.
A Johan y Bernard no los habría podido creer nunca, pero esto es otra cosa, ¡es Jeus!
El anciano empalidece.
Casi se atraganta con su papa y se niega a seguir comiendo.
Dentro de él algo revienta y ahora hay cosas cayéndose.
Se hace ruidoso, la casa en su interior está patas arriba.
Crisje le pregunta sin rodeos:
—¿Es cierto?
¿Robas?
Si es así, ¡mejor te largas!
No queremos tener nada que ver con rateros.
¿Será que el hombre quiere de pronto mejorar su vida, o que siente que se acerca su final?
Puede ser que sea un dictamen para Nuestro Señor, porque hay un niño involucrado.
También puede ser que este mismo hombre, si lo sorprenden in flagranti, posea la sensibilidad y la razón correcta para reconocer su culpa, porque sienta que de lo contrario las cosas empeorarán todavía más, y que ahora quiera salvar lo que se pueda.
El hombre dice con honestidad:
—Sí, tía Crisje, pero no lo volveré a hacer, ¡nunca más!
Crisje siente un respeto sagrado por esto.
Esto es tan imponente para ella y para su Señor, la iglesia y su personalidad, que puede perdonarle a este mismo hombre todo, absolutamente todo.
Así que lo oye de inmediato, se escucha:
—Que Dios te bendiga si dices la verdad honestamente y hablas en serio.
Te digo que nuestra puerta no está abierta para mentiras y borrachos y rateros, de lo contrario, mi esposo me insultaría, y con razón.
Pero ¡todavía estoy yo aquí!
Y además, puedes terminar en prisión y encima todavía está el purgatorio.
Allí ardes toda tu vida.
¿No habría que pensar en eso un momento?
Crisje oye:

—Sí, tía Crisje... Sí y sí...

El hombre contesta a todo... “sí y amén”, porque sí que lo han agarrado.
Lo está apretando la tuerca.
Hace calor aquí, el sudor le va goteando de la cabeza.
—¡Mucha vergüenza le debe dar!
¿Acaso también habías robado las manzanas y los huevos que me regalaste cuando tuve que guardar cama para tener a Gerrit?
¿Me hiciste comer bienes robados?
¡Dime!
¡Qué vergüenza me parecería!
¿Entonces?
¡Di algo!
El hombre no puede pronunciar palabra, Crisje.
—Lo hubiera tenido que saber, hombre, pero gracias a Dios.
Le volví a regalar esos huevos a otro pobre.
Es que nosotros tenemos nuestras gallinas.
Si me me vuelves a hacer esa mala jugada, ya no podrás venir aquí.
¿Lo entendiste?
—Sí, tía Crisje, ¡claro!
Ese maldito mocoso.
Jeus sigue a otro y pregunta por qué ese hombre no trae su perro algún día, entonces podría jugar con Fanny.
Crisje siente que Jeus se ha hecho con otra víctima.
Mira a través de esas personas, sabe cómo piensan y sienten, las conoce.
—¿Tienes un perro? —pregunta Crisje con curiosidad.
—Sí, tía Crisje, y hermoso, además.
—Entonces es cierto, ¿verdad?
¿Lo traerás algún día?
—Sí, tía Crisje, con gusto, ¿si se puede?
Jeus ve que cuando ese hombre se ríe, dura una eternidad hasta que la cara vuelve a su normalidad.
A Jeus le cae bien, pues tiene lo mismo que él.
A Crisje también, es buena persona.
Entre los otros siete hay unos sinvergüenzas.
Se comen su comida haciendo ruidos y no se atreven a mirar a Crisje ni a Jeus.
Algo les pesa en la conciencia.
Jeus mira, le pregunta a un hombre si le pegaron y si su mujer empina el codo como una hereje.
Cuando Crisje le pregunta al hombre si es cierto, la vida confiesa que no le va tan bien y que prefiere salir de su casa.
Porque allí siempre hay pelea, siempre hay miseria.
Ya no puede vivir allí, y por eso este hombre vagabundea.
Y luego Crisje oye:
—Sí, tía Crisje, ¡me largué!
—¿De tu propia mujer?
—Sí, tía Crisje.
—¿Tan mal estaban las cosas?
—Sí, ya no aguantaba más.
—¿Y ya nunca vuelves a tu casa?
—No, tía Crisje, ya no me atrevo a ir allí.
Me saca a patadas y me arroja de todo a la cabeza.
Ya no tengo vida allí.
—Eso es malo, es terrible, y más en la vejez, ¿no?
¿Sabes rezar?
—No, no lo aprendí.
—Pero tienes que rezar, hombre, a pesar de todo; sin rezar no vas a lograr nada, entonces los cielos se te mantendrán cerrados.
—¿Y cómo lo hago entonces?
—Lo puedes hacer como hablas conmigo ahora, eh, eso sale solo.
Nuestro Señor te va a oír, sin duda, y entonces es una oración, y siempre son oídas.
Pero lo ayudaré, mejor empezamos de una buena vez.
A los mendigos no les queda otra que secundar a Crisje, aunque no tengan muchas ganas, ya hace mucho tiempo desde que juntaron las manos para dar gracias.
La vida ruda los ha alejado violentamente de eso.
¿Y qué es lo que quiere hacer esa mujer con sus almas?
La comida es buena aquí, no cuesta un centavo, pero ¿encima rezar?
Uno mira el suelo, otro se pregunta cuánto faltará mientras juega con los dedos.
Crisje mira a los hombres.
Pero esto no funciona así.
De rodillas, de rodillas, y deprisa.

—¿Así quieres darle gracias a Nuestro Señor?
Eso Él no lo acepta.
¿Y tu respeto?
¡Cómo no sufrió Él por nosotros!
La gente lo crucificó, por eso este mundo es tan miserable, ¡esos tontos!
Crisje preside la oración para los hombres.
Reza, suplica por esa persona, por que ese hombre pueda volver a su casa y por que su mujer se arrepienta.
Crisje piensa en todo, es una oración más que sencilla, pero sale desde muy dentro de su corazón.
También es inmaculada, el señor párroco no sabría hacerlo mejor; su confesor lo sabe desde hace ya mucho tiempo.
Crisje también dice en la oración que no quiere echar margaritas a los puercos, que siempre, como pasó ahora por medio de Jeus, se le conceda ayudar a los que de verdad son pobres, y que no entren a su casa rateros, borrachos o gentuza.
Que no quiere ayudar a ningún diablo, a ningún satanás, por más que la visiten semejantes “reyes de pulgas”, eso no le importa nada, mientras sean buenos y honestos.
¡No quiere tener nada que ver con ladrones de cárcel!
Este hombre sufre de epilepsia y eso es grave, Señor Nuestro, ¡es grave!
Si es posible, Tú puedes quitársela, ¡para ti todo es posible!
Y entonces se escucha el amén, y los hombres se pueden levantar.
Ya pueden volver a respirar, pueden volver si no quieren engañarse a ellos mismos ni a este mundo.
De lo contrario, más vale que se larguen.
Crisje no cocina para un mundo de hampas.
Los hombres desaparecen uno por uno, dando las gracias a Crisje de corazón.
Crisje recoge todo.
Cuando entra el Largo, todo está otra vez perfectamente en orden.
El Largo nunca oye nada de esto, ¡porque es parte de su propia vida, su alma y su mundo!
El Largo puede cantar y tocar el violín, Crisje cocina para los pobres y es todo lo que tiene en su vida, nada más, nada del todo.
Pero esto es su gran felicidad.
Sus ojos irradian alegría.
Levanta por un momento a Jeus, qué rico.
Él le da la vida.
Vive debajo de su corazón.
Donde esté Crisje, encuentra a su Jeus.
Cuando el niño la sigue, a veces sus pequeños labios dicen:
—¿Estás contenta, mamá?

¡Entonces es como si fuera el mismo Señor Nuestro que ve cómo ella se sabe alegrar porque otras personas puedan olvidar un momento su miseria gracias a lo que ella hace y deshace!
—Bien que lo viste, ¿no es así, Jeus?
El niño responde:

—Sí, mamá.

No viene nada más.
El chico no tiene conciencia de lo que es, no siente que esto sea algo particular.
Todo es tan normal, pero Crisje sabe que eso no es así.
Es oro, es luz, es más incluso que mil florines.
Esto no está a la venta, no se puede aprender, es de Nuestro Señor y una enorme gracia.
¡Crisje sabe que por él no se tiene que preocupar en esta vida!
Ve un camino abierto para él.
Es seguridad.
¡No hay oscuridad que tumbará ni aplastará a esta vida!
Esto es luz.
Es vida, sosiego, amor, y no es misterioso en nada.
¡Basta que uno mismo quiera el bien!
Y eso Crisje lo sintió en ella misma.
Entonces, cuando vivía esa unión, cuando podían hablarse de corazón a corazón, cuando podía planear, vivir el silencio, rezar y agradecer a la vez, de modo que la vida podía llamarse bella.
Para nada había dureza, incomprensión, malos pensamientos acerca de una persona.
¡Solo sentía un amor que lo abarcaba todo!
Cuando Bernard y Johan irrumpen en la casa, todo está en orden.
Bernard ya está riñendo, pero cuando Crisje lo mira y le dice algo al niño, incluso Bernard inclina la cabeza y dice:

—Sí, mamá... Lo recordaré.
Crisje ve que Bernard no tarda en aceptar.
Johan, que no sabe juzgar, lo percibe de otra manera.
Crisje compara a los niños a través de cada acto.
Los niños ya están teniendo una opinión propia, se muestran como son, así que Crisje ve que su vida habla.
—Mira, Bernard, esa gente es pobre.
—¡Sí, mamá!
—¿Puedes entender, Bernard, si fueras viejo y no tuvieras qué comer, que tú también serías feliz si hubiera gente que te diera algo de comer?
—¡Claro, mamá!
—Y sobre todo, Bernard, si te sacaran a patadas, si te engañaran delante de tus narices, si te fastidiaran, tanto que no te quedaría otra que huir, entonces le agradecerías a Nuestro Señor que alguien te sirviera una cucharada de comida.
—Sí, mamá, es horrible, ¿no?
—¡Así es, Bernard!
Y así siempre tenemos que pensar las personas.
¿Pensabas, Bernard, que teníamos tanta seguridad acerca de nosotros mismos?
—¡Claro que no, mamá!
—¿Pensabas, Bernard, que podíamos vivir sin la oración?
—No, mamá, eso sí que no tiene un carajo de bueno, ¿verdad?
¡Está muy mal, mamá!
Crisje habría querido decirle a Bernard que por el nombre de Dios no pronunciara esas palabras estando Jeus presente, pero a Bernard ya se le volvió a olvidar, y Jeus no oyó nada.
Crisje se rinde, Bernard puede decir lo que quiera.
A Crisje y él los separa el sótano, y no le gusta nada a Bernard, ¡nada, Madre Crisje, nada!
—¿Qué hiciste, Bernard, todo este día?
—Estuve jugando un poco, mamá.
—¿A qué, Bernard?
—Un poco de todo, mamá.
No sé decirlo así como así.
Jugué a las canicas.
¡Y bien que gané, además, mamá!
¡Nada más!
A nada más, aparte de eso, a nada, Crisje.
Bernard juega bien, Johan también.
Pero nunca sabes lo que hicieron.
Johan sí, porque se delata a sí mismo.
No está mal, van bien las cosas, no tienes de qué quejarte.
Pero cada día están más grandes.
Aprenden mucho, adoptan mucho de la gente, ven cosas ricas que no puedes darles y que sin embargo desean tener.
No roban, solo hacen travesuras, ¡nada más que eso, más que eso nada!
Cuando llega el Largo, están todos juntos.
La comida está rica, comen con apetito.
El Largo tiene que ir con su cuarteto.
Crisje tiene toda esta noche para reflexionar gloriosamente.
Una cosa todavía la desconoce, que la próxima semana podrá darles a los cerdos todas esas ricas papas.
La mayor parte ya no volverá.
Su estómago rechaza aquello por lo que debes rezar y lo que debes agradecer.
¡Todo!
Para la mayoría, es demasiado difícil.
Dos vendrán, y luego ya vendrá otro más.
¡Los demás sucumbieron!
Y también ahora los ángeles velan por que a Crisje no se le engañe descaradamente.
Jeus miró a través de los ojos de otro y ese otro tenía la misma perilla que el Largo...
Solo que este llevaba una bella melena larga y se le llamaba de otra manera, por lo menos de otra manera entonces, cuando él también era todavía una persona de verdad.
Donde vive ahora no hay personas, por lo menos no como la gente se las imagina y de las que sabe que un triangulito se hacía cuadrado o esférico.
Pero aquí, ¿quién entiende de las leyes dimensionales?
Algún día, Jeus se las aclarará a Crisje, e incluso entonces seguirá siendo la sabiduría de otro, de este.
El que... es solo luz y que quiere el bien para todos.
¡El hombre con la bella perilla y los hermosos bucles largos!
Las palomas también lo saben... porque vuelan, y todo lo que sabe volar se acerca mucho...
Sube más, mira a tu alrededor.
Cada paso cuesta un esfuerzo, Crisje.
Pero ¡vale la pena!
Ten el valor de seguir avanzando...
Jeus está allí siempre, siempre.
Ya nunca estarás sola, ¡nunca!
¡Lo verás por ti misma!