Hendrik, di lo que quieras, pero yo te digo: ¡este también es niño!

Febrero de 1898.
La gente dice que nunca ha vivido un invierno como este.
Les gana a todos, pues no pasa un solo día sin que hiele intensamente y se den temporales de nieve sin precedentes; este tiempo no lo aguanta ni un perro.
Y para los hombres que trabajan en Emmerik es sin duda muy duro, porque ayer el tranvía de vapor entre Zutphen y Emmerik no pudo completar el viaje: se quedó varado en el camino.
Durante hora y media tuvieron que vadear chapoteando por la nieve.
Llegaron a su trabajo convertidos en carámbanos siberianos, y solo los más fuertes, pues los más débiles habían renunciado.
Entre los voluntariosos también estaba Hendrik el Largo, el esposo de Crisje, a quien un inviernito de estos no espantaba en lo más mínimo.
Al contrario, era quien iba soltando las tonterías que hicieran falta para arrastrar a los demás.
Así fue como esos tipos duros superaron su miserable viaje.
Por la noche tuvieron un golpe de suerte: el tranvía Zutphen-Emmerik los llevó de vuelta donde sus mujeres e hijos, lo que obviamente también estos valoraron sobremanera.
El Largo ya está levantado.
Crisje todavía está en la cama, aunque no sea su costumbre, pues ella siempre es la primera en levantarse.
Pero ahora tiene una muy buena razón.
Espera su tercer hijo y esa joven vidita sigue prolongando el tiempo de espera.
Sin duda que la diferencia entre esta y la llegada de sus dos primeros niños es muy curiosa, se podría incluso empezar a creer que este niño no quiere nacer.
Crisje piensa una y otra vez ‘ahora va a pasar’, pero un poco después los dolores vuelven a atenuarse y tiene que volver a quedarse a la espera.
Mina, la partera, dice:
—Los niños que se hacen esperar suelen tener un carácter especial, Crisje, y si además nacen en domingo, aún menos tienes de qué quejarte.
No saben si efectivamente es una verdad incuestionable.
Y por lo tanto mejor lo dejan así.
Cuando el Largo, que está metido en su laboriosidad, le pregunta cómo va todo ahora, Crisje le contesta:
—Ni yo misma lo sé, Hendrik.
Es tan distinto que cuando Johan y Bernard...
Si te digo la verdad, el dolor no quiere imponerse.
A cada rato pienso que va a pasar algo, pero luego vuelve a bajar.
Y es que no está en mis manos.
Efectivamente, así es, Crisje.
Son las leyes de Nuestro Señor.
Son las leyes que los seres humanos no alcanzan a controlar.
Hendrik pone café mientras canta un poco.
El Largo canta muy bien.
Está dotado de una preciosa voz de tenor.
En todo el vecindario y hasta en muchas leguas a la redonda se conoce la voz del Largo.
A las seis de la mañana ya puedes oír su ‘Ave María’.
Pero hoy no le sale del corazón.
Esta mañana, Hendrik canta porque está que se lo lleva el diablo.
Todavía se come el coco por la miseria de la mañana del día anterior, y se lo quiere ocultar a sí mismo.
Y tal vez por otra cosa más.
Y es que hace no tanto tiempo tuvo que tomar una decisión muy seria y difícil.
Le propusieron cantar en la ópera, después de haberse formado, poniéndolo ante uno de los momentos más duros de su vida.
Mucho, muchísimo tuvo que reflexionar sobre esta seductora oferta.
Durante meses sopesó las ventajas y desventajas.
Crisje observó con temor y angustia la lucha interior, muy consciente de que, si aceptaba la oferta, junto con él saldría por la puerta también su felicidad.
Hasta que Hendrik finalmente tomó la decisión, haciéndola infinitamente feliz cuando una noche llegó a casa con la noticia:

—Cris, no voy.
Me quedo contigo y los niños.

Crisje abrazó efusivamente a su amor, al padre de sus hijos.
Este fue un poderoso regalo que le dio para la vida, por el que ella tenía un sagrado respeto.
Hendrik ha adquirido un cierto respeto y una determinada superioridad, también entre sus paisanos.
Toca el violín, canta en el coro y fundó su propio cuarteto.
Es muy amigo del señor párroco.
Por nada del mundo quisiera este cura perder al Largo.
Por lo tanto, cuando el reverendo se enteró de que Hendrik sacrificaba el honor y la fama, y que su iglesia no lo perdía, le dijo a él y a Crisje:
—Hendrik, Nuestro Señor los bendecirá a ti y a Crisje, ¡tenlo por seguro!
¡Eso sí que no es ninguna insignificancia!
El buen señor párroco sabe cómo es su Largo.
También conoce el carácter increíblemente bello de Crisje.
Casi destaca por encima de la torre de su iglesia.
¡También sabe que Crisje tiene contacto con los “cielos”!
¡Y es la verdad!
Que a Crisje no le vengan con chismes sobre otra gente.
Ni que intenten lanzarle fango a nadie en su presencia.
¡Cada ser humano tiene sus errores y Nuestro Señor perdona todo!
Entonces ¿por qué la gente le complica tanto la vida a los demás?
¿No es una vergüenza?
Crisje valora la vida recibida de Dios y conoce a la gente.
También conoce a su Largo y su alma.
También sabe que Hendrik está cantando porque se ve ante una superioridad que ahora se llama “invierno”.
Ahora al Largo por todos lados le están dando una buena tunda.
Sin duda puede con eso, pero no es sencillo, porque a Hendrik no le es fácil inclinar la cabeza.
Crisje pregunta:
—¿Qué tal está el día esta mañana, Hendrik?
El Largo mira afuera, y se asusta.
Crisje oye que se queja:
—Maldita sea, Cris, ni un caballo podría pasar por esto.
La nieve está amontonada contra la puerta.
Crisje también se sobresalta, pero por otra cosa que su Largo.
Cuando Hendrik oye:
—¿Y esa es razón para maldecir, Hendrik? —También él lo sabe—.
Vergüenza te debía dar.
¿No sabes acaso a lo que estamos esperando?
Lo ves, Largo, esa es tu Crisje.
Pero él enseguida tiene preparada su respuesta.
—¿Y eso qué tiene que ver con este miserable invierno, Cris?
No me hagas reír.
Crisje es suficientemente sensata como para mejor quedarse callada ahora.
De todas formas, el Largo siempre quiere tener la última palabra.
Pero a ella maldecir le parece espantoso; para su vida, alma y personalidad es casi peor que un asesinato.
Aun así y como siempre, le dan risa las rarezas del Largo.
Hendrik nunca se muerde la lengua.
En él, mofar y bromear son cosas que se dan solas.
Su espíritu es inagotable, y su juicio y comentarios son siempre atinados.
Y por eso es que Hendrik tiene tantos amigos.
Es el rey incontestado del pueblo; el hombre del entusiasmo y del inspirado progreso.
Tiene una cabeza pensante, no se cansa nunca y siempre agarra el toro por los cuernos.
No tiene límites.
El ser humano necesita tener una fuerte voluntad; de lo contrario tiene que aceptar su perdición.
Y así además honra la concepción: ¡que la Vida le ponga enfrente lo que quiera!
—Aquí está tu café, Cris.
Pero ¿cómo vas ahora?
¿Sigues con dolor?
—Qué te diré, Hendrik.
¡El dolor no quiere imponerse!

Hendrik se queda pensativo por un momento, para luego decir:
—Qué raro, ¿no?
Los otros dos no nos dieron problemas, ¿o sí, Cris?
—Para nada, Hendrik, cuando Johan y Bernard todo fue diferente.
Cuando Johan, no llevaba ni un día en cama cuando aquel ya estaba llorando.
¿Recuerdas?
Bernard vino un poco después y también fue el que me causó más dolor.
En mi vida lo olvidaré.
Pero ahora ya no sé, Hendrik.
Un día en que el Largo está en la cocina, su café y su pan en la mesa para empezar a comer, oye a Crisje gimiendo y se apresura a la habitación.
—¿Qué pasa, Cris?
¿Ahora sí va a llegar?
¿No será mejor que me quede en casa hoy?
—No —dice Crisje tajantemente—, tú vete a trabajar, el dinero nos viene bien.
Ya me las arreglo yo sola.
Ves, Hendrik, ¡otra vez tu Crisje!
Ella sabe arreglárselas sola: no le haces falta para esto.
Otras mujeres se sentirían en el séptimo cielo al tener a su marido en casa; ella no.
Piensa en todo.
¡Tu lana hace falta!
La vida exige demasiado.
Naturalmente, el Largo tiene que decir algo más, y añade:
—Pues tú sabrás.
Solo te quiero ayudar, ¡nada más!
Una sonrisa embelesada le invade la cara a Crisje, los sentimientos de cálida gratitud y cariño que irradia llegan hasta Hendrik.
Son las pequeñas orquídeas de su bello y amoroso corazón, que ahora le ofrece a su Largo.
Y el Largo las agarra, apretando a su Crisje con tanta fuerza contra su pecho que esta por poco se asfixia, y esta maúlla:
—Tampoco me aplastes hasta matarme, Hendrik, loco larguirucho.
Vete, si otra vez tienes que ir caminando pierdes medio día.
Crisje es la única que le puede decir “loco larguirucho”, y a Hendrik le parece que el mismo Padre lo dice, tanto le acaricia la vida.
Le llega directo al corazón, no le cabe duda y lo siente a conciencia.
Aun así, añade bromeando:
—¿Así que lo que quieres es que me largue, verdad?
—Sabes que no es cierto, Hendrik.
Pero ¿qué querías hacer aquí?
¿Estar mirando, estorbando nada más?
Ahora el Largo ríe de diversión.
Esa Cris, hay que ver.
Se sienta un momento, con prisas devora su pan y se toma su café en lo que se prepara para salir.
Pero en el momento en que el Largo está inclinado sobre su ángel, dándole un beso, Nuestro Señor les lanza una sorpresa, un golpecito de suerte, una mano fuerte, también, pues se hace oír el tranvía “Zutphen-Emmerik”.

—Las cosas que pasan, Cris.
Se lo agradeceré a Nuestro Señor.
Que todavía nos tenga compasión a nosotros, pobres humanos.
Si hubieras escuchado las palabrotas de todos estos hombres, Cris, lo entenderías.
A la hora de la verdad, resulta que es Él quien lo controla todo.
Como siempre, Crisje suaviza sus palabras, diciéndole en tono de regaño:

—¿Te has vuelto loco de verdad, Hendrik?
Mejor vete volando o se te va el tranvía, y eso ya sería el colmo.
No hace falta que para todo eches mano de Nuestro Señor.
—Si de Él no dependen el verano y el invierno, ¿entonces, de quién, Cris?
—No lo conviertas en una feria, Hendrik, y apúrate ya o tendrás que correr.
Ahora el Largo sale volando, diciéndole a Crisje:
—Hasta la noche, Cris.
—Pues espero, Hendrik, que entonces podré ponerte en las manos al niño.
Adiós, Hendrik.
—Adiós, Cris.
Ya se fue el Largo, y Crisje se queda pensando en la cama.
Ya por la mañana vive una comedia con el Largo.
Siempre es así, nunca está de mal humor.
Nunca anda cabizbajo.
Siempre es fuerte y consciente, y sabe lo que quiere.
Cómo podrá algún día darle las gracias lo suficiente a Nuestro Señor por todo lo bello que se le ha concedido recibir.
Lo sabe bien, le tocó luchar por ello, su felicidad no le fue regalada.
Sus pensamientos vuelven al pasado, cuando hacía lo que fuera para tener al Largo.
Sus padres estaban muy en contra, porque él no les caía bien.
Pero a Crisje le gustaba su bella voz, su cordialidad natural y su carácter alegre, su audacia y su gran fuerza de voluntad.
A los padres de Crisje les iba bien.
Pero los del Largo no importaban tanto, eran solo personas de lo más normales, muertos de hambre, según los padres de Crisje, y a estos un compromiso no los ilusionaba en lo más mínimo.
Por todos los cielos, ¡cuánto se rio entonces!
Qué tormenta fue.
Menudo Hendrik.
El milagro se dio en la feria.
Crisje estaba controlada por sus padres.
Le habían prohibido siquiera mirar a Hendrik, pues ¡este noviazgo no valía un comino!
Pero Crisje no quería a nadie más que a él y Hendrik pensaba exactamente lo mismo.
Para él tampoco existía nadie más en este gran mundo.
Crisje lo era todo para él.
Paseaba por la feria con sus padres.
De pronto tuvo al Largo frente a ella.
Primero la miró a los ojos, para luego dirigirse a sus padres.
Se decidió en un abrir y cerrar de ojos, y espetó a sus padres:
—¡Ahora vuelvan (volved) a intentar meter una cuña entre nosotros, y les cuento otra cosa muy distinta!
Ante los ojos de sus padres y demás presentes, Hendrik besó a su ángel y desapareció con ella.
—Y ahora, Cris —había dicho el Largo—, vamos a disfrutar la feria.
¿Quién quiere hacernos algo?
Crisje se acordaba perfectamente.
Habría podido escribir un libro sobre el asunto, tan conmovedor era su Hendrik para su vida y para la felicidad que recibía.
Su príncipe azul la había ceñido con sus fuertes brazos y ni sus padres ni ningún ser humano, nadie ni nada había sido capaz de sacarla de esa euforia.
Cuando llegó a casa tarde por la noche, Dios mío, cómo tuvo que luchar por su amor.
Pero entonces sus padres vieron a otra Crisje.
Ahora lo sabía, y para siempre.
Era el Largo.
Hendrik la tendría, y ningún otro.
Ahora ya no recuerda de dónde había sacado las palabras.
Pero sus padres se quedaron mirando pasmados cuando Crisje dijo:
—Ahora tomo las riendas de mi propia vida, ¡que les quede claro!
Solo entonces a Crisje se le abrieron los ojos de verdad, y se fue dando cuenta de lo torpes que eran sus padres en realidad.
Esas personas no estaban vivas.
Eran muertos en vida.
Eran exigentes, mezquinas y soberbias.
Y la soberbia lleva a la perdición.
Nuestro Señor no quiere saber nada de eso.
Y es casi lo peor que hay.
Entonces te acecha el diablo.
Cuando Crisje se casó, el regalo de bodas de sus padres fue una fuerte pelea, pero el Largo la terminó en el momento con las palabras:
—Ven, Cris, aquí no tenemos nada que buscar, no son seres humanos.

La valiente Crisje dejó a sus padres sin volver a preocuparse por ellos y siguió a Hendrik, lo que este sigue agradeciendo intensamente hasta el día de hoy.
Claro, ella también sabe lo que está escrito: “Honra a tu padre y a tu madre”.
Pero cuando unos padres van en contra de todo lo que es bueno y siempre intentan imponer su propia voluntad, la cosa cambia.
Crisje habló al respecto con el señor párroco, y sabe que obtuvo a su Largo porque el señor párroco habló en su favor con sus padres.
A ella le dijo el buen pastor:
—Crisje, tienes que seguir la voz de tu corazón.
Claro, tus padres ya no tienen nada que decir, nada de nada.
Eso fue decisivo, y se bendijo su matrimonio.
Crisje no dudó ni un segundo.
Su felicidad es completa.
Desde entonces, en todos esos años, no ha vuelto a ver a sus padres.
Obviamente, eso también va en contra de los mandamientos de amor y justicia, pero Crisje sabe también que sus padres son tan estrechos de espíritu que no hay manera de tratarlos.
Además, ¿qué pueden decir ellos de su Largo?
¡Nada!
No, en esto sus padres tendrían que haber actuado de otra manera.
No le dieron un centavo, y por lo demás, Hendrik no quería nada de ellos.
Podían quedarse con su felicidad.

—Que se guarden su dinero —dijo Hendrik—, para que más tarde puedan comprar un hermoso ataúd, esos pelagatos, esos hipócritas zoquetes.
Cuando el Largo despotricaba así, Crisje no podía evitar rebelarse, y lo moderaba un poco.
Finalmente, seguían siendo sus padres, y no se tira a la basura a un ser humano.
Con mucha seguridad sabía para sus adentros: sus padres lo tendrían que enmendar.
Ahora Crisje tiene tiempo de pensar.
Todas esas cosas se le vienen encima.
Aun así, tiene razones para estar agradecida.
Hay tanta belleza por la que puede darle las gracias a Nuestro Señor.
Imagina solamente que el Largo hubiera cedido ante la tentación y hubiera ido a la ópera.
Entonces habría ido por el mundo, dejándola a ella y los niños solos.
Entonces su imponente felicidad se habría desbaratado, irreparablemente destruida, porque no había dinero que pudiera pagar algo así.
No, entonces prefería mil veces no tener dinero.
Prefería matarse trabajando para mantener esta bendición obtenida de Dios.
Su Hendrik es un bonachón.
En esos días, cuando Hendrik ya se veía en el escenario, le pintaba a Crisje los palacios más hermosos, pero —ella lo veía muy bien— que carecían de valor vital, porque el ruidoso contenido era incomprensible para almas sencillas.
La gente a su alrededor hablaba del asunto a diario y pensaba que el Largo era un tonto.
¿Cuánto ganaba ahora?
Una miseria, claro.
Pero como cantante de ópera, podría disfrutar de todo.
¡Por Dios! París, Londres, Berlín, Viena, Nueva York.
El Largo simplemente lo tiraba al suelo y lo pisoteaba hasta dejarlo añicos.
¿Estaba loco de remate?
Lo recibirían reyes y emperadores.
Las puertas de los ricos de la tierra se le abrirían de par en par.
¿Acaso no lo sabía Hendrik?
Crisje sabía que no era así.
Esos tontos no entendían sus vidas ni conocían su amor.
Las personas solo veían el dinero y la fanfarronería, pero no el vacío que había detrás.
No, hasta allí no alcanzaba su mirada.
Eran personas sin cabeza.
Pero por su negativa, Hendrik empezó a ser muy respetado.
Se atrevía a decirle al mundo: no me hacen falta tu coche ni tus palacios.
A pesar de eso, de vez en cuando, para sí mismo, volvía allí.
Entonces se recostaba en una rica silla, fumando finos puros de a veinticinco centavos y... sí, entonces sus pensamientos eran: ‘¿No me has visto?
¿No me has oído cantar aún?
Pues a ver si vienes un día a escucharme.
He estado por todo el mundo.
Y conozco a mi gente, créemelo’.
Qué gloria.
Entonces, también Crisje tenía que oír lo increíblemente rica que veía la vida para sí mismo y para ella.
Pero ella era lo suficientemente inteligente para no entrar al trapo.
Y efectivamente, tenía que admitirlo honestamente: no era sencillo.
Pues finalmente, un ser humano no dejaba de ser un ser humano.
Para el Largo fue la única manzanita del verdadero paraíso y la dejó colgada.
Esa fue la obra de arte que llevó a cabo.
Justo frente a los ojos de todos esos pobres diablos cerró el portoncito, y cuidadosamente.
Fuera de aquí, tontos.
Hay que conocer la vida.
Y cuando en casa Hendrik puso su problema sobre la mesa, Crisje, sin embargo, se quitó de encima lo que aquello tenía de sagrado y se lo devolvió al Largo con las palabras:
—Tú mismo, Hendrik.
Yo te digo, esto que tenemos ahora no se compra con dinero.
El Largo ya no pudo objetar nada contra eso.
Le atenazaba la garganta y el mundo de sus pensamientos por completo.
Ahora estaba con la boca abierta y sin saber qué decir.
Crisje consiguió que le diera razón y Hendrik inclinó la fuerte cabeza.
Cuando el Largo iba donde Hent Klink para tomarse su licor de hierbas, los tipos habladores siempre tenían una cosa nueva para su vida y la de Crisje, y obviamente sus idas siempre eran mucho mejores.
En tabernas de estas se trastocaban vidas humanas, se les engaña y se reducen conscientemente a polvo.
Si acaso el mundo todavía lo ignoraba, era allí donde se reunían los genios.
Y cada uno lo sabía mejor que los demás.
Pero para ellos mismos no sabían nada.
Los ratones se morían en sus alacenas, sus casas eran pobres.
Crisje lo entendía demasiado bien.
¡Esos hombres!
Ese licor de hierbas les daba todas esas inspiraciones.
Solo sus propias vidas no sabían nada de eso y permanecían muertas en vida.
Esas no salían del guardapolvo azul.
Lo que el Largo desgraciadamente no pudo alcanzar para sí mismo, ahora lo ve para sus chicos, porque Johan y Bernard cantarán.
A Crisje hasta le dan ganas de llorar.
Hendrik construyó para ella y los niños una imponente felicidad y siempre sigue adelante.
No se deja desanimar.
Si de vez en cuando la vida se le atraviesa, se flagela contra el suelo de la vida, pero no tira la toalla.
Hendrik es fuerte y lo sostienen un par de piernas que pueden cargar su vida inconstante.
Y al lado de ella y de Hendrik está Nuestro Señor, la iglesia, el coro y el cuarteto.
Ella lo ve con su violín y su carácter imponente, por el que recibe esas muestras de amor y al que su vida debe su brillo esplendoroso.
—No, Nuestro Señor, para nada estoy descontenta.
Soy feliz.
¿Cómo te lo puedo agradecer?
Que hayas mantenido a mi Hendrik en casa, eso sí que es un milagro.
Porque fuiste Tú y nadie más.
¿Oye Nuestro Señor su oración de agradecimiento?
‘Hendrik puede tomar el tranvía’, piensa Crisje.
Otro pensamiento agradable.
Ahora solo falta Jeus y luego puede volver a empezar.
Porque esto de estar acostada y esperar no le gusta nada.
Jeus..., Jeus..., es como si el niño le hablara.
Sabe con toda seguridad que es niño.
Cuando Hendrik no lo quiso creer, la respuesta que obtuvo no admitía objeciones de ningún tipo:
—Hendrik, di lo que quieras, yo te digo: este también es niño.
Es como si ya desde ahora el niño tuviera algo que decir.
Es diferente y tan completamente nuevo para la vida de ella.
Le resulta imposible expresar en palabras lo que es en realidad, pero ¡allí está!
Con Bernard y Johan también lo había sabido de antemano.
¿Que de dónde viene esa seguridad, que le da esa verdad a su vida?
Es extraño.
Vive en su ser.
¡La misma vida lo dice!
Crisje posee esa sensibilidad.
No sabe cómo otras madres experimentan el imponente proceso.
Ella sabe hablar con la vida.
No, no es eso.
Lo siente.
Ahora este sentimiento es elocuente y se arrastra solo al lugar donde en realidad empieza la reflexión humana.
Así debe de ser; tampoco sabe decir si es así en realidad.
Para eso es una persona demasiado normal, una mujer de la campiña, un ser iletrado, pero con unos sentimientos por dentro como se encuentran solo rara vez.
Alguna vez Mina dijo:
—¡Los sentimientos, Cris, lo son todo!
Y tú tienes sensibilidad para estas cosas.
Otras madres están muertas en vida.
Mina pudo llegar a ver y oír esta verdad, pues Crisje ya les había dado la bella vida a dos niños.
No eran niñas... ¡Eran niños!
Percibido de antemano por ella, o bien se lo había dado a saber Nuestro Señor.
Qué raro era que no se impusieran los dolores.
¡Qué extraño!
Y aun así, puede esperar la vida en cualquier momento.
Ahora los niños se despertaron y llegó Trui para ayudarla.
Trui, su hermana, siempre lo hace.
Si bien no es una Crisje para los niños, ni tampoco tan religiosa como a Crisje le gustaría, ya no hay manera de cambiarlo.
Hay ayuda y el ser humano debe agradecerla.
Cuando el Largo llega a casa y se encuentra a Trui, de inmediato hay tensión en el aire.
Esos dos apenas si se pueden soportar.
Hendrik le ha sondado el carácter y ahora sabe exactamente qué esperar de su cuñada.
Si Crisje quiere evitar una fuerte pelea, esto pide su completa atención; a la más mínima se agarran o se dicen cosas duras.
No ceden un palmo, y también Trui está a la altura de él.
Crisje siempre tiene que servir de tope y amortiguar esas dos personalidades, de lo contrario no habría un momento de paz en casa.
Sabe que la vida no le ha dado a su hermana lo que ella había esperado y que a ella también le encantaría tener hijos, pero desgraciadamente no se le ha concedido todavía este privilegio.
El Largo muchas veces la hería con eso.
A Crisje le parecía duro, muy duro, además de feo.
Hay que respetar la tristeza de los demás.
En una ocasión, el Largo había dicho:

—Trui, esa amargada muerta, es demasiado tiesa para tener hijos.

En esa ocasión, Trui no apareció durante meses, a pesar de que casi fueran vecinas.
En otra ocasión las cosas se desbordaron tanto que el tío Gradus, el marido de Trui, tuvo que intervenir, llamando al orden al Largo, para gran sorpresa de toda la familia, pues Gradus era un bobo de hombre que nunca se metía en asuntos ajenos.
Pero cuando Crisje está embarazada, Trui vence toda la montaña de problemas y a Crisje le parece maravilloso.
Para Crisje es la prueba de que Trui aprendió a inclinar la cabeza humana.
Y el Largo tenía que estar muy agradecido, porque entonces la hermana de Crisje volvía a aceptar la derrota.
También esto le parece una oración para Nuestro Señor.
Estas horas son gloriosas para Crisje, para reflexionar sobre todas estas cosas.
Cuando volvió a ver entrar a su hermana, habría podido llorar de felicidad.
Y cuando Hendrik, testarudo, se había opuesto, su Crisje le propinó unos buenos golpes, y no le había quedado más que aceptarlo.
Lo remojó en unos licores de hierbas y llegó un poquito tarde, tambaleándose demasiado sobre las piernas.
Pero ¿qué estaría pensando el Largo?
¿Que podía apisonar su vida, así sin más?
Trui había inclinado la cabeza y ahora Crisje deseaba que hiciera lo mismo.
Hendrik recibió una advertencia muy seria:
—Si vuelves a hacerme eso, Hendrik, ya te diré otra cosa, y me voy.
El Largo se cayó de espaldas del susto; nunca había oído amenazas por el estilo de boca de su Cris.
Tenía que andarse con paños calientes, y Trui llegó para ayudarlo.
Claro, Trui tenía sus errores, pero era un ser humano.
Y el Largo tampoco era infalible.
No tenía por qué meterse esas tonterías en la cabeza, de cualquier manera no habría quien lo creería.
La paz y el sosiego en casa eran todo; hacían un muy buen fundamento.
Las peleas y las riñas, al contrario, socavaban todo y destruían la felicidad de los corazones.
Y a ella eso no le apetecía nada.
El camino de Crisje no era uno lleno de hoyos y baches, en todo quería ver aparecer la imponente luz y solo la veía por fe, amor y confianza.
Para eso cada uno tenía que esforzarse por completo.
Quien no lo podía o quería hacer, que aceptara la consiguiente “mierda”.
¿O no era cierto?
En una ocasión en que el Largo para variar estaba molestando a Trui, esta le lanzó en tono de reproche:
—¿Qué quieres lograr con el chirriar de tu tenor de cerdo?
Pumba, punto a su favor.
Aun así, Crisje pensó que Trui no debía haberle espetado eso, pues el Largo sí que sabía cantar.
Pero eran dos polos opuestos, ¿qué se le iba a hacer?
A Crisje le parecía una historia muy triste.
Aun así, luchaba por ambas vidas.
Para ella, todos los seres humanos eran iguales, ¡porque todos eran hijos de Nuestro Señor!
Ahora Johan y Bernard perturban su pensar y sentir, porque quieren ver a su madre.
Los chicos quieren hablarle de la hermosa nieve blanca, pero su tía Trui los ahuyenta.

—No nos deja hacer nada —se queja Johan.

No quieren a su tía.
Y es que la diferencia con su madre es demasiado grande.
Trui le pregunta a su hermana cómo se siente.
Crisje no puede evitar reírse un poco por dentro, porque entonces Trui adopta la actitud de saber todo al respecto.
Ahora Crisje recibe buenos consejos.
Las recomendaciones del médico no tienen nada que ver con estos.
Trui está realmente viva ahora.
Cuanto más habla al respecto, más disfruta.
De esta manera está enfocada la vida de Trui en este imponente acontecimiento, que sin embargo la deja completamente fuera, porque a ella no se le dieron hijos.
Lo que Trui puede vivir ahora con Crisje es para ella una irradiación de un pequeño sol, del que se calienta.
—¿Todavía no quiere llegar el dolor, Cris?
—No, Trui, sin duda esta vez está tardando mucho.
Ya no entiendo nada.

¡Vaya que Trui está disfrutando!
Crisje percibe muy bien a su hermana, dos años mayor, y la entiende por completo.
Es una triste pérdida.
Ni a tu peor enemigo le deseas algo parecido.
Trui siempre dice en tono compasivo:
—Ya se me pasó la edad para tener hijos. —Pero Crisje sabe muy bien que son tonterías, porque Trui ni siquiera ha rebasado los treinta.
Entonces Crisje habla con su hermana como si esta hubiera tenido diez hijos y entonces está alegre por dentro.
A cualquiera le gusta que le concedan algo y si siempre le das aquello que su vida anhela, las cosas siempre salen bien.
Crisje siempre navega con sigilo entre los caracteres.
No choca con los escollos, para nada tiene ganas de eso.
La misma gente tiene que encargarse de esas cosas molestas.
Pero Trui no lo hace.
Al contrario, siempre hace alarde de esas cosas y cuando ve que su vida se estrella contra ellas, la reacción es: “¡Ya no estoy en edad para tener hijos!”.
Pero échale ahora un buen vistazo a ese barquito humano.
¡Pobreza, eso es!
Crisje lo sabe muy bien: en el caso de Trui tiene las velas mal orientadas al viento y su barquita navega hacia el lado “contrario”.
Eso suele entonces resultar en malhumor y en que se golpea la cabeza humana.
Cuando esos asuntos alteran el corazón de Trui, empieza el lío con ella.
Y Crisje sabe que el Largo se las arregla más que bien para hacer que Trui baile al son de su música, cuando él quiera e incluso sin que ella se dé cuenta, con lo ingeniosa que puede ser ella.
En cuanto Crisje empieza con sus frases bíblicas, Trui ya no puede seguirla.
Ni tampoco quiere saber nada de eso.
Pero entonces todavía queda Nuestro Señor y ante Él Trui tiene que inclinar la cabeza, de lo contrario nunca habrá hijos.
Cuando entonces Crisje le aclara las palabras de la Biblia, dice:

—Rezar y ser sencilla, Trui, eso es todo.

Pero ella tiene una aversión a los cayos en las rodillas.
Crisje no, estaría agradecida incluso si tuviera que arrastrarse a la iglesia, y el señor párroco también está muy bien informado de eso.
Crisje va a la iglesia todas las mañanas; se confiesa y comulga.
Trui piensa que exagerar nunca es bueno.
Así no complaces a Nuestro Señor.
Es como si dijeras: quiero estar allí mismo, contigo.
Quiero estar cerca de ti.
Eso es soberbia.
Estas vidas son tan diferentes una de otra, que una hace todo por medio de la fe y la otra por la desapasionada razón humana, con la obstinación y los interrogantes de “por qué y para qué” en el pecho humano.
¿De verdad pensabas poder forzar algo así, Trui?
Si Trui opina que no capta lo suficiente la atención de Crisje, empieza a hablar del acontecimiento que se avecina.
Entonces llegan los consejos.
Una bolsa de agua bien caliente también es muy buena, y “cambiar de postura”.
Crisje no puede averiguar lo que Trui quiere decir exactamente con eso, pero es bueno para las contracciones, según ella.
La leche caliente también es muy buena.
A Crisje le es un misterio de dónde saca Trui toda esa sabiduría, así que espera tranquilamente hasta que llegue Mina.
Y porque Mina se ríe de ella para sus adentros, a Trui tampoco le cae bien.
Crisje sabe que así es como ocurre que la gente termina sola, porque no sabe qué hacer con ella misma ni con la bella vida.
—Mina no tarda en venir, Trui. —Y como si Crisje lo hubiera sentido, Mina está en la cocina y oyen sus “buenos días”.
—Hola, Mina.
—¿Qué pasa Cris, solo te dejan allí acostada?
¿Cómo vas?
—Todavía no quiere, Mina.
Trui pensaba que tenía que cambiar un poco de postura, pero preferí esperar un momento hasta que hubieras llegado.
¿Eso me ayudará, Mina?
La partera ya lo entiende y sabe dónde aprieta este zapato.
Ella también conoce a Trui.
—Sí, Cris —termina diciendo—, veamos.
Se sienta al lado de la cama, toma el pulso, palpa el abdomen, aprieta un poco aquí y allá, piensa un momento y luego dice:
—No, no, Crisje, de ninguna manera hagas malabares, quédate tranquilamente acostada, todo estará bien y ya se arreglará solo.
Y Mina no sería Mina si no supiera que a Trui le duele cómo le está llamando la atención.
Pero estas cosas le son demasiado sagradas a Mina y no aguanta opiniones de ignorantes al respecto.
Ahora se dirige a Trui:
—Y ahora solo faltas tú, Trui.
Ya es hora, que lo sepas.
Esta disfruta de lo lindo.
Oyen su famoso: “Ya no tengo edad”, pero el alma de Trui brilla.
Mina también sabe que Trui es un alma apaleada.
Su corazón maternal quiere vivir, pero no puede.
Su naturaleza está en flor, pero no llegan el fruto ni la flor ni las espinas, nada.
En su caso sigue siendo una planicie rasa y árida.
Ahora ambas le mandan una carga llena de bondad y una carretada de comprensión, pero también el “y tú qué sabes”, esos “cambios de postura” tuyos son buenos para el muñeco de una niña.
Y a Trui se le puede leer en la cara: detrás de ese brillo están las espinas.
Pero Mina no intenta agarrarlas, está por encima de esto y Trui ya no sabe qué decir.
Entonces para Crisje ha llegado el momento de forzar el alma humana a inclinar la cabeza y le da su sermón a Trui:
—No eres la única en este mundo, Trui.
Pero ¡la fe puede con todo!
Para Trui, la fe significa lo mismo que medio kilo de legumbres de a cuatro centavos el kilo.
¿Las oraciones?
Valen menos que el peor papel tapiz.
¿Todavía no lo sabías?
¿Y aun así participas en “ciencias del parto”?
Eso no hay que esgrimirlo, Trui.
Sobre todo no con Mina, porque entonces te tocará aguantar un par de golpes.
Pero en cuanto Trui siente que está del lado equivocado y que ya la calaron, gira hacia el otro lado.
Entonces te das cuenta de que quiere ocultar su vida y de que se pone una máscara.
—Hablé con el señor párroco, Mina, y sé que estos son regalos divinos.
¡Y recé!
Cuando Trui habla así, más vale no dejarse engañar, como tampoco lo hacen Crisje y Mina, por lo bien que la conocen.
Verdades como,“¡En la iglesia es donde hay que buscar la felicidad!
¡Allí está!
¡Tienes que rezar, es lo único que cuenta!
Y también agachar la cabeza” zarandean la personalidad de uno, pero Trui las considera meros disparates.
Mina, a su vez, lo dice de otra manera:

—Ay, qué quieres que te diga, Trui.
Por qué no lo dices tú misma.
Creo que puedo decir que tengo experiencia, ¿no?
Pero te digo, en todos lados pasa algo.
En casa de los Schroete los niños están en cama con esa terrible tuberculosis.
Donde los Janse son las pústulas, que no se les van a quitar en la vida.
Unos tienen una cosa y otros otra.
De hecho, Trui, sin hijos es como mejor se está.
Pero, pues sí, ¡eres madre o no lo eres!
Y tú sí que tienes ganas.
Oyen una sola palabra, pero no la pronunciarán.
No obstante, está en este mismo espacio.
Mina lo saborea por un momento y luego se oye:

—¡Está en celo!
¡Muy mal, Mina!
Trui no está en celo, ni tampoco tiene consciencia para la maternidad.
Está encima del tejado y difunde lo que ha captado de otras madres.
Si es cierto lo que las otras mujeres sienten y ven.
Aquí está el médico, Crisje.
¿Qué dice el erudito?
—Buenos días a todas.
—Hola, señor doctor.
El erudito mira un instante y luego vuelve a desaparecer tan pronto como había llegado.
—¿Entiendes tú a esta gente, Mina?
—No, Cris, es imposible comprenderla.
Qué gente más rara es.
Aquí nunca estará en su casa, eso tenlo por seguro.
Ahora que Mina y Crisje no entienden por qué ese hombre es tan extraño, Trui cree que debe pronunciar una palabra de aprecio por él:
—Pues por lo menos son eruditos, ¿o no?
Luego desaparece, porque si no, seguramente que algo le habrían dicho.
Ahora Mina expresa su extrañeza ante Crisje.
Pero qué persona tan extraña es.
Cómo es posible, dos hermanas y luego tan diferentes.
Crisje lo suaviza.
Es que Trui es así.
La verdad es que lo pasa muy mal.
Cuando Crisje recibe otra patadita, Mina vuelve a prestar atención.
Mira por un momento y luego dice:
—Quiere venir pero se queda en casa.
Y el erudito tampoco nos enseña nada.
Tampoco a él lo necesitamos.
Mina se va.
Trui está ocupada con los niños y Crisje otra vez está pensando.
¿Cómo quiere tener hijos Trui si es tan rebelde?
No hay que llegar donde Nuestro Señor poniendo una cara contrariada.
Las oraciones de Trui son demasiado pegajosas, por demasiado pesadas y materiales.
No tienen ni una pizca de alegría.
Claro que Nuestro Señor no está loco.
Exactamente, Crisje, así es.
La razón por la que Trui no puede tener hijos es un misterio grande e imponente para ella misma y muchas otras mujeres.
Pero ahora llega al mundo un “Jeus” y más adelante, él lo aclarará.
Revelará las leyes de Nuestro Señor y las desmenuzará para la humanidad.
¿Lo oyes, Crisje?
Por eso vives esos gloriosos sentimientos por dentro.
El espacio en el que vives está ahora debajo de tu corazón y en un rato más, en unas cuantas horas, querrá nacer.
Debido a que esta vida transmite los fenómenos necesarios para ello a tu corazón y a tus sentimientos, no tiene nada malo aceptarlo, dado que es algo especial.
¿Sientes este silencio, Crisje?
No tenías palabras para describirlo, pero ¡es “silencio”!
Y ese silencio a su vez es profundidad, es sentimientos.
¡Te hace planear!
Te haría llorar.
¡Cuando tengas a Jeus ya lo sabrás, o después!
Johan y Bernard están detrás de la ventana, mirando el espantoso tiempo que hace.
Pero a ellos les parece un paraíso.
Miran a los chicos y todo lo demás que capta su atención.
Johan, que entiende mucho y le enseña a Bernard cantidad de cosas, dice:
—Cuando sea grande, Bernard, voy a tirar bolas de nieve... ¡y a patinar!
Pero qué oigo, ¿se fue la tía Trui?
—Sí, Johan, se fue.
Johan piensa en Crisje.
Adora a mamá.
Bernard también, pero sí que Johan es más sensible.
Cuando Johan ve que la nieve se va haciendo más abundante y que sigue nevando todavía, pregunta:
—¿Cómo va a querer pasar por esto la cigüeña, Bernard?
Esto es terrible, por no decir imposible.
¿Y no has oído gritar todavía a mamá?
—¿Qué dices? —Quiere saber Bernard—.
¿Tiene que gritar entonces mamá?
El niño de cuatro años se convierte en el profesor universitario de su hermanito.
Bernard quiere saber más, y pregunta:
—¿De dónde sacas eso, Johan?
—Es lo que dice la gente, Bernard.
¿Sabes qué?
Voy a echar un vistazo en el tejado.
Tal vez veamos allí a la cigüeña, y allí se ve más que aquí.
Johan se va arrastrando hacia arriba por las escaleras.
Bernard tiene que esperar un momento.
En el ático hay una caja.
Johan se encarama a ella.
No, todavía no ve nada.
Le grita a Bernard:
—Por esto jamás pasará esa malparida.
¡Dios mío, Bernard, mira cómo nieva!
No va a poder encontrar nuestra casa.
¿Oyes lo que te digo, Bernard?
Johan no lo entiende, ¿por qué Bernard no dice nada?
Pero quien sí dice algo es su tía Trui.
—¿Qué buscas tú aquí, mocoso?
¡Rápido, para abajo!
Johan siente que lo agarran por el cogote y está de nuevo abajo.
Todavía intenta decirle a su tía lo que quería hacer, pero esta no tiene tiempo.
No es como Crisje, Johan.
¡No posee esa sensibilidad que vive en mamá!
Ahora que los niños están otra vez abajo, Crisje pregunta:
—¿Qué querían los chicos, Trui?
—Ver si todavía no llegaba la cigüeña.
¡Eso era todo!
A Crisje ya no le hace falta preguntar nada más.
Ya lo sabe.
Los niños ya se han vuelto a olvidar de su tía.
Y es que a ellos les da exactamente igual.
Para una madre, la suya, y no su tía Trui.
¡Esa no los deja hacer nada!
Que venga papá, ya le preguntarán a él entonces.
Papá sabe todo.
Pero Bernard quiere saber más.
Pensaba en algo, pero no sabe qué era en realidad.
De pronto lo sabe, y le pregunta a Johan:
—Me dijiste, Johan, que la cigüeña le muerde a mamá en la pierna.
¿Es cierto?
—Pues solo escucha, Bernard.
No tendrás que esperar mucho para oírlo.
—Pero ¿cómo lo sabes? —Sigue inquiriendo Bernard.
—Pero si ya te lo dije, lo dice la gente.
Cuando trae al niño, la cigüeña le muerde a mamá en la pierna y entonces empieza a gritar.
—¿Y eso quién te lo dijo, Johan?
—Me lo dijo... Me lo dijo..., pero si tú no sabes de estas cosas —dice Johan para salir del apuro.
Los niños miran cómo la gente tira bolas de nieve.
Las horas van pasando.
Esperan al Largo.
No pueden hablar con mamá, tiene mal aspecto.
‘Algo le pasa a mamá’; no saben qué.
Pero tiene que ver con la cigüeña.
Crisje ya sospecha que al rato todavía no podrá poner al niño en los brazos del Largo.
Hay tanta tranquilidad por dentro.
Mina, que acaba de volver, tampoco está segura.

—Solo la naturaleza lo sabe —dice Mina, y tiene razón.
Por el alboroto que hacen los niños, Crisje sabe que algo está pasando.
Johan entra volado.
El niño corre hacia su madre, temblando de nervios, porque ya llegó su padre.
Crisje no lo puede creer.
Apenas son las cinco y el Largo siempre llega alrededor de las siete.
Trui no lo cree, pero cuando entonces se abre la puerta y su marido aparece en el quicio, la felicidad vuelve a Crisje.
A Trui le presenta una cara un poco enconada y la sensación de “¿qué quieres?”.
El Largo tiene sus actitudes, pero también respeto para la gente de buena voluntad.
Claro, también él, el larguirucho, puede ser cuentista, pero además sabe valorar las cosas buenas; también sabe inclinar la cabeza, aunque no tan de pronto.
—Hola, Trui.
Se oye un malhumorado:

—Hola, Hendrik.
De inmediato, el Largo está al lado de su mujer.

—¿Todavía nada, Cris?
—No, Hendrik, esta vez está tardando.
Pero tampoco puedo remediarlo.
—¡Qué cosas, Cris, por Dios!
—Pero ¡Hendrik!
—Esa no es una palabrota, Cris.
¿Es una palabrota, Trui?

No contesta directamente, sino que masculla algo, que sin embargo carece de suficiente fuerza y voluntad para permitir que los sentimientos salgan de su boca.
Están por dentro, negros y comprimidos, sin dar señal de vida.
El Largo no se deja importunar por Trui.
Manosea un poco en su largo cuerpo y cambia algo en su ropa.
Luego saca algo de debajo del pantalón y lo alza triunfante.
—¿Qué me dices de esto, Cris?
¡Ya te ayudaré yo con el trabajo, eh!
¡Esto me está durando demasiado!
¡Te voy a servir un vaso de vino caro!
El Largo pone la botella en la mesa.
Lo primero es besar a Crisje.
Mientras tanto, Trui quiere descorchar la botella, pero ya está Hendrik encima de ella, y dice, otra vez sin el consentimiento de Crisje:
—¡No la toques, Trui, no me quites eso, lo hago yo mismo!
Trui se controla y siente que aquí ya no tiene nada que hacer.
Trui se luce ante el Largo, cuando lo deja allí parado y le dice a su hermana como sin querer la cosa:
—Cris, creo que ya me voy, ¿no?
Si me necesitas, ya sabes dónde estoy.
¿Necesitas algo más?
—No, Trui, ya me ayudará Hendrik.
Pero se agradece.
—De nada, Cris.
Hasta mañana temprano, o si acaso fuera a pasar algo, me mandas llamar.
Trui se va; su cuñado la acompaña a la puerta.
Este enmienda algo.
Le parece glorioso a Crisje, nunca se ha portado así con Trui.
El Largo sigue a su cuñada hasta la puerta.
Pero luego los tablones de la puerta se cierran con demasiada fuerza al parecer de Crisje, y lo primero que le tiene que decir cuando vuelve es:

—Ahora que te portas tan bien con Trui, ¿por qué lo echas todo a perder dando un portazo detrás de ella?
¿Pensabas que no lo siente?
Pero ¡pué pena!
El Largo se queda un poco desconcertado.
Si no lo hizo a propósito.
La puerta se le fue de las manos.
Fue el viento.
Pero Crisje sabe que no es así.
—Eso no hay quien se lo crea, Hendrik.
Para otras cosas eres diferente y la puerta no se te va de las manos.
Ahora el Largo se da cuenta de que Crisje lo ha calado y que el amor y cordialidad que ha desplegado hacia Trui fueron todo menos sinceros.
Mientras, este ha superado su bajón, y dice:
—Trui no es una reina, ¿o sí?
—Hendrik —sigue Crisje—, eso no tiene que ver nada con ser o no reina.
¡Nada!
¡Se hace por educación!
Trui no tenía por qué venir aquí, lo hace por amor.
—Cris —monta ahora en cólera el Largo—, ¡el amor y Trui, son dos cosas distintas, eh!
Y ya déjate de esos sermones tuyos.
Hoy ya me golpeó lo suficiente Nuestro Señor.
Toma, bebe esto, por favor, así podrás entrar en labor y llegará solo.
Pero Crisje no quiere beber mercancía robada y cuando lo dice sin tapujos, el Largo se hace el indignado y le responde:
—No querrás decir ahora que la robé, ¿no, Cris?
No querrás contarme ahora que todo este mundo tiene que ver con Nuestro Señor, ¿verdad?
¿Quieres decirme que yo, si tengo mil botellas frente a mis narices, no puedo agarrar una, porque no tengo dinero para comprarme una botella?
No, Cris, mi patrón me dijo hoy: “Largo, parece que tienes que invitar a tu Cris a una botella, le gustan las buenas.
Y salud, por la felicidad de tu hijo”.
Crisje simplemente se queda escuchando tranquilamente; sabe que no tiene caso objetar.
Aunque le replica rápidamente:
—Sí, decir tonterías sí que se te da bien.
Y andarte con habladurías, también para eso eres muy bueno.
Pero yo no tomo vino robado, más te vale saberlo.

Un poco después están brindando y bebiendo por la salud de Jeus, que a ver si ya viene por fin.
Cae la noche, fuera sigue azotando el temporal.
Crisje dormita y de vez en cuando gime.
Los chicos ya están dormidos.
Hay silencio y un apacible sosiego.
El Largo se acomoda las piernas debajo de la estufa y de vez en cuando mira hacia el lecho.
Con el carácter inquieto que tiene, no sabe cómo podrá aguantar la velada.
Finalmente, a él también lo invaden las ganas de irse a dormir.
El frío hace que se canse uno.
El invierno, fuente de complicaciones y miseria para muchos, también a su vez es un placer para el organismo cansado, cuando uno puede acurrucarse junto a la estufa encendida para calentarse.
Ahora tampoco el Largo puede ya resistirse al sueño, y se acuesta al lado de su querida Cris.
Hablan un ratito, pero entonces se le cierran los ojos, y deja completamente de sentir y de pensar.
Por los ronquidos, Crisje oye que su larguirucho disfruta de un delicioso descanso.
Junta las manos y le reza intensamente a Nuestro Señor para que se lo proteja.
Sí, que su Largo siempre pueda seguir sano, para poder cuidarla a ella y a los niños.
‘Qué bella es la vida’, piensa Crisje.
‘Lo hermosa que es la vida’, siguen sus pensamientos, pero entonces siente un empujón por dentro, un aviso de que también tiene que acordarse de eso, de que por eso debe rezar y estar agradecida.
Ella y su Largo son unos benditos en comparación con miles de personas en este mundo.
En un silencio puro y pleno de un agradecimiento profundo y humano, Crisje eleva sus oraciones.
Sabe que ascenderán y que las captarán los ángeles, porque se conoce a sí misma y es consciente de ser una hija de Dios, puesto que Él quiere todo para Sus criaturas si son capaces de inclinar la cabeza humana.
Un poquito más, y luego Crisje se hunde en un saludable sueño reconfortante, para que en las horas venideras pueda dar todo para el nacimiento de su Jeus, ¡porque es niño!
En toda la casita reina ahora un silencio casi sereno, interrumpido solo por el sonido regular del tictac del antiguo reloj frisón, que hace que Crisje vaya transitando suavemente de su duermevela al sueño y... por el tictac dentro de su vida, debajo de su corazón, aquel por el que vive ahora y por el que quisiera darlo todo, por el que incluso quisiera morir, para poder volver a hacer feliz a su Largo.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El amén ya no cruzó sus labios.
Crisje está dormida o sueña.
Descansa.
Su alma y gloria le pertenecen a Nuestro Señor.
¿No lo sabrían los ángeles?