Si no te burlas de mí, Hendrik, te contaré un milagro

Jeus va creciendo bien y ya empieza a decir de todo, lo que a Crisje, siendo su madre, hace muy feliz.
Su hijo menor es un niño especial.
A su parecer, tiene algo particular.
Día y noche está ocupándose de él, lo sigue y vive todo a su lado.
Se puede aclarar a sí misma: “Sí, Señor Nuestro, te doy las gracias y soy feliz.
No necesito nada más”.
Pero aun así, a veces puede hacerse la pregunta: “¿Qué será lo que tiene Jeus?”.
A veces, el niño puede mirar a algo cuya realidad Crisje no ve.
Entonces mira fijamente algo que Crisje no puede ver.
Y sin embargo debe haber algo, porque el niño mira y ríe y por lo visto se siente feliz.
En efecto, Jeus está ocupado con algo que está en el aire, pero no tiene nada que ver con este mundo.
Eso sí que le da un poco de miedo a Crisje.
¿Qué irá a resultar de allí?
Jeus empieza a entender las cosas materiales que ve.
Empieza a usar sus pequeñas manos y piernas.
Gatea por la cocina, luego de pronto mira hacia arriba y empieza a hacer gorgoritos.
Crisje está fuera de eso, ya lo sabe desde hace mucho tiempo.
Sabe desde hace tanto tiempo que Jeus posee algo que ella no puede captar.
El Largo no ve nada y se ríe de ella.
Así que es algo de lo que no puede hablar con él.
Todavía oye las palabras de Mina.
“Jeus es especial, este niño tiene unos ojos como cielos”.
Y ahora esos ojos empiezan a mirar en un mundo que ni Crisje ni otros pueden percibir, pero que sin embargo debe de estar allí.
Ya quisiera estar más informada, pero no puede enterarse.
Esta mañana se asustó mucho.
De manera totalmente inesperada, Jeus dijo:

—Largo, Crisje.

Lo alzó, apretándolo contra su corazón.

—¡Dios mío, Jeus! —exclamó—. ¡Qué feliz me haces!

El niño se deja mimar un rato, pero cuando dura demasiado, quiere que se lo vuelva a dejar en el suelo.
Quiere gatear y mirar todo lo bello que percibe.
Cuando Crisje le cuenta a Trui de ese milagro, a ella no le parece nada particular.
Pero Crisje sabe: ¡Quien no tenga hijos propios, no conoce esos sentimientos!
Claro que Trui no puede comprender lo que algo así significa para una madre.
Y es que cuando los niños logran pronunciar con esos delgados labios los nombres de sus padres, parece como si te hablara Nuestro Señor.
Y esto salió, además, de manera tan milagrosa, que pensaba enloquecer de felicidad.
Pero cuando le dice a Trui que es como si esto hubiera venido de Nuestro Señor, de inmediato esta la desengaña por completo.
Entonces mejor se calla y ya no habla más sobre su felicidad.
—Por más que lo digas —según Trui—, también puedes hacértelo creer a ti misma, no siempre es cierto.
Qué frío y duro suena eso.
Y es que Trui nunca puede ser afectuosa.
‘Si algún día tuviera niños’, piensa Crisje, ‘los pobrecitos no serían tan felices’.
Luego sigue una historia de Trui que Crisje ya ha tenido que escuchar tantas veces y en la que principalmente arguye que tener hijos tampoco lo es todo.
—Lo recordarás, ¿no, Cris?
Esa muchacha de Klink, también estaba tan feliz cuando el niño pronunció su nombre, pero ¿en qué terminó?
No me hagas reír.
Crisje sigue observando el comportamiento de su hijo.
A veces está en el centro de la cocina, y entonces se queda dormido de una manera particular.
Cuando lo vio por primera vez, pensó: ‘¿Dónde más he visto ese dormir así?’.
¡Duerme con los ojos abiertos!
Si Crisje quiere alzarlo en esos momentos, el niño empieza a soltar unos gritos y chillidos tan horrendos que le entra miedo.
Entonces pensaba para sus adentros, ‘Ya sabe lo que quiere’.
Eso de dormir en el suelo no era normal.
Sin duda tenía algún significado.
A Hendrik le daba risa y le decía que no tenía que contarle disparates, dormir y dormir era... dormir.
Al Largo solo se le hacía extraño que a ella le pareciera bien.
Por más que Crisje hablara, el Largo no lograba entenderlo.
Pero entonces ¿por qué no lo pones en la cama?
Pero no se podía, Jeus quería estar echado en el suelo.
Pues bien, eso entonces ya quería verlo el Largo.
Alzó al pequeño, lo acostó en el suelo y quería forzar al niño a que se durmiera.
Jeus puso el grito en el cielo.
Entonces el Largo pudo decir:
—Ya ves, Cris, tú también sabes exagerar.
No vengas con chismes de viejitas, quédate con ambas piernas en el suelo y sé feliz.
Nada de cotorreo.
Así, el Largo se excluía a sí mismo.
Crisje siguió observando con mucha atención al niño y el Largo ya no oyó nada más sobre el asunto.
Crisje tenía los pies sobre la tierra y no se imaginaba nada.
Pero Jeus tenía algo, veía algo que sobrepasaba la capacidad de comprensión de ella, algo que ella no veía y en lo que el Largo no podía creer.
En la cocina hay un calorcito agradable.
Ha vuelto a pasar el invierno y Jeus ya empieza a ser todo un muchachote.
Es primavera y viene en camino el nuevo verano.
No podían quejarse del invierno pasado.
Había sido un invierno verdaderamente inestable.
Mucha lluvia, mucho viento, poca nieve y nada de hielo, lo que había alegrado mucho a la gente.
Un invierno crudo acarrea muchas complicaciones.
Hoy Jeus se acostó otra vez en el suelo y quiso volver a dormirse.
Ella le puso un cojín debajo de la cabecita, pero entonces el niño empezó a gritar otra vez.
Lo alzó, pero eso le pareció todavía peor.
Quería dormir y Crisje tenía que dejarlo en paz.
Finalmente, decidió volver a ponerlo en el suelo, aunque siguió sin quitarle ojo.
‘¿Qué quiere?’, pensó.
‘¿Qué será lo que quiere hacer?’.
Jeus se quedó dormido y allí en el suelo estaba tan tranquilo como si durmiera en su camita.
Crisje vio que, aunque respirara normal, sí que era un poco extraña la manera de dormir.
Pero no lograba comprenderlo.
Se sienta al lado de la gran estufa y sigue mirando.
Poco a poco siente que le va entrando la pereza, se le van cerrando los ojos y en pleno día se hunde en un profundo sueño.
Le parece como si Jeus la hiciera soñar.
Sigue al niño, se libera y planeando entra al espacio.
Jeus también está en ese espacio.
Por todos los cielos, ¿qué vivirá ahora?
Crisje siente que le va entrando el mismo silencio sagrado que tenía cuando todavía estaba embarazada de Jeus, y que nunca olvidará.
La tierra se va hundiendo debajo de sus pies.
Se encuentra en otro mundo y de inmediato se acuerda del “Atrio de Nuestro Señor”.
El silencio que Crisje siente ahora a su alrededor es como el —¿se atrevería a decirlo...?— como el del Tabernáculo cuando el señor párroco toma en sus manos la Hostia Sagrada.
Lo ha dicho, y por lo visto sigue viva.
Habría podido morir, piensa.
Jeus la precede volando y va tirando de ella.
De pronto se asusta, porque tocan a la puerta.
Es un mendigo.
Crisje toma cualquier cosa, se lo pone al hombre en las manos y vuelve a sentarse en su rincón.
De inmediato vuelve al mismo estado y prosigue su sueño.
Ahora ve hermosos árboles y cientos de flores diferentes en un mundo radiante, que solo puede ser de Nuestro Señor.
Crisje mira a su alrededor para buscar a Jeus, porque no lo ve, aunque siente su cercanía.
Cuanto más camina, más bella se va haciendo la naturaleza, con las flores y la luz.
De repente se acuerda de sus zuecos y su delantal, y se asusta al pensar que de ninguna manera puede seguir así.
Llega a un arroyo con el agua de un bello color azul.
Nuevamente algo tan hermoso, que sin duda solo se puede encontrar en el atrio de Nuestro Señor.
Cuando Crisje mira en el agua, se sobresalta. ‘¿Esa soy yo?’, piensa al ver qué hermosa vestidura lleva.
La perturba por completo y casi no lo puede procesar.
Es una bella túnica azul, en los pies lleva unas bellas zapatillas plateadas.
Tiene el cabello rubio y en el pecho le brilla una pequeña cruz de luz dorada.
Una cruz que anhela desde hace ya tanto tiempo, pero que el Largo todavía no le ha regalado.
La cruz incluso parece de oro macizo, lo que está viviendo es un milagro sagrado.
¡También parece un poco más alta que normalmente!
‘¡Sí!’, se oye dentro de ella con júbilo, ‘¡Estoy en el atrio de Nuestro Señor!’.
El señor párroco ya le ha contado tanto sobre esto y también le ha dicho que a veces ciertas personas pueden verlo brevemente cuando todavía viven en la tierra, porque para Nuestro Señor todo es posible.
Entonces atrae brevemente a Él a los buenos de corazón, a las personas buenas y sencillas, mostrándoles el “atrio”.
Una gran felicidad y una gracia imponente.
Allí no entra cualquiera.
Para eso hay que vivir como un santo.
No hace falta ni decirlo, porque aquí es donde vive Nuestro Señor.
Este es Su mundo, Su cielo y Él ve cualquier pensamiento erróneo, y entonces tienes que salir.
Por eso hay solo pocas personas a las que se les concede admirar Su atrio mientras todavía viven en la tierra.
La gente tampoco se esfuerza por ello, ni siquiera quiere esa gracia.
Y aun así, Crisje sabe, pues se lo contó el señor párroco: si el ser humano trabaja en sí mismo y ama la vida de Nuestro Señor, ese milagro está al alcance de todos.
Y es que Él es un Padre de Amor y le complace darles algo a Sus hijos de lo que ya se han ganado.
Qué árboles tan hermosos.
Estos son mucho, muchísimo más bellos que los de la tierra.
Es asombroso.
Se ve a sí misma como una mujer bella.
Oh, Señor Nuestro, si tan solo Hendrik la viera así y pudiera admirarla.
Qué felicidad sería.
¿Cómo sería entonces el Largo?
No cabría en sí de felicidad.
Pero el Largo no quiere esto, Crisje.
Al “larguirucho” le da risa.
¡Tiene los pies en la tierra y se cree todo un hombre!
¿O será que esto no está al alcance de los hombres?
Claro que sí, Crisje, pero también un hombre se lo tiene que ganar.
Y eso, normalmente, un hombre no lo quiere.
Un hombre no es como una mujer.
Cuando Crisje piensa en el Largo, se le llenan los ojos de lágrimas.
¡No le puede regalar esto a su Largo!
Pero qué velocidad le daría esto, y qué altura.
Ella siente que entonces su voz sería todavía más bella.
Pero ¿qué puede hacer?
¡Nada!
Con Jeus tiene un contacto sagrado, es Jeus.
“¡Jeus se aleja de este mundo volando!
¡Puede salir caminando de su cuerpo e ir hacia los cielos!”.
Qué cosas esas, ¿no es así, Crisje?
Jeus tiene alas.
Puede salir del mundo y permanecer aquí; aquí, donde la vida es divinamente bella y con la que tiene sintonización.
Es decir, donde viven sus ángeles, porque ellos son los que lo hacen planear.
Y ahora, Crisje, el ángel quería que lo acompañaras.
¿No es un milagro y una gracia?
Y mira ahora por unos instantes las catedrales.
¿No son imponentes?
Nuestro Señor no vive aquí, sino que este es solo un mundo de los millones que creó para nosotros, los humanos.
De verdad que es la antesala del paraíso.
Créelo, Crisje, es la sagrada verdad, ¡aquí ya no se dicen tonterías ni mentiras!
¿Y pensabas que Jeus podía hacer esto por sus propias fuerzas?
¿De verdad pensabas que no todas las personas quisieran vivir esto?
¿Y también pensabas que no sabemos lo que queremos y lo que se nos concede hacer y lo que somos capaces de hacer?
Eso también pertenece a lo que ya has vivido y a lo que todavía falta por venir.
Lo que ves en ti misma ahora, Crisje, es tu posesión espiritual, así serás cuando luego dejes la tierra para siempre, para entrar a la vida eterna a través de “la muerte” y tu ataúd.
Este es tu cuerpo eterno, pero te irás haciendo todavía más bella.
Esta vestidura, que de todos modos ya es tan bella, lo será todavía más.
Serás como una reina en este paraíso, estarás radiante y tu felicidad será tanta que no podrás vivirla toda.
¿Oyes cómo te cantan los pájaros?
Todo para ti.
Te lo has ganado, Crisje.
Y sigue así, sigue a Jeus y Nuestro Señor te dará todavía más, siempre más y más, porque sabemos lo que podemos darte.
Pero ahora pon atención.
Crisje despierta.
Jeus también, el niño está allí en el suelo, alzando la mirada hacia ella.
Lo alza y se lo aprieta contra el corazón.
—Vaya, mi Jeus, ¿puedes mirar dentro de los cielos?
¿Te sabes soltar de este maldito mundo?
¿Tienes fuerzas de Nuestro Señor en tu cuerpo?
Dios mío, ¡qué feliz soy contigo!
Besa a su hijo por todo su cuerpo.
Luego cambia de opinión.
Esto ya va siendo demasiado.
No puedo besar al niño así.
Jeus recibe comida, Crisje lo sigue; no puede creerlo, pero es la sagrada verdad.
Jeus es particular.
Puede mirar en el “atrio” de Nuestro Señor y jugar y caminar allí, hablar con los pájaros y las flores.
¡Y así es como juega Jeus!
Se acuesta en el suelo y juega.
Crisje no ha oído ni visto algo así en toda su vida.
‘Jeus’, piensa Crisje, ‘bien se ha ganado su comida’.
Le da de comer muy bien, observa el milagro.
Ahora habla para sus adentros, que nadie lo oiga.
La gente solo se burla de ella y para eso es demasiado sagrado.
Pero lo tiene que saber el señor párroco.
Si por una vez Hendrik llegara a casa más temprano.
Mejor sí se lo va a contar.
Pues que el Largo diga lo que piense del asunto, ¡ella sí se lo contará!
Y si el Largo se vuelve a reír, ya verá lo que hace.
Pero sin duda ¡es un milagro!
Y eso nadie se lo podrá quitar.
Nadie en este mundo.
Es un regalo de Nuestro Señor.
Crisje alza su delantal y mira los zuecos y la ropa que lleva ahora.

—¡Dios mío, qué bella era allí! —sale de su boca, y ya piensa que eso está mal.
Imagina tan solo que lo hubiera oído Trui.
Entonces se arma la de Dios y tal vez toda la calle hable de ella.
Trui quisiera quitarle esas ideas de la cabeza, no se lo desearía y hablaría tanto hasta que Crisje dijera: “Las cosas que me imaginé, ¿verdad, Trui?”.
Solo entonces Trui quedará contenta.
Pero eso le va a salir caro.
Esta vez mantendrá la boca cerrada.
Crisje sabe para ella misma: ninguna madre de todos los alrededores vivirá algo parecido por medio de sus hijos.
Qué brillante había sido la pequeña cruz.
Y luego esa magnífica vestidura azul.
Pone a Jeus en su camita.
Ya está dormido.
Eso también es un milagro para ella.
Este sueño y aquel otro dormir son diferentes.
‘Lo puedes ver fácilmente’, piensa Crisje.
Ojalá viniera ya el Largo.
Tarda mucho, pero allí oye sus pasos.
La puerta se abre como un vendaval y el Largo ya la tiene agarrada.
Crisje vuelve a planear entre el cielo y la tierra.
Piensa como en un rayo que ahora también este planear por medio de su Largo es diferente que el planear de esta tarde, por medio de Jeus.
El Largo la sienta en sus rodillas y luego siguen las preguntas:
—¿Cómo se portaron los chicos, Cris?
—Ninguna queja, Hendrik.
—¿Algo más, Cris?
El Largo la mira a los ojos y ve algo.
‘Esos ojos brillan de alegría’, piensa el Largo.
‘Algo vive en esos ojos.
Pero ¿cuál es la causa?’.
—Algo te pasa, ¿no es cierto, Cris?
—Sí, Hendrik, algo me pasa.
—¿Qué es, Cris?
—En primer lugar, Hendrik, seguramente te alegrarás, hoy Jeus dijo “Crisje” y “Largo”.
—¿Qué dices, Cris?
¿Es cierto?
¿Ya ha dicho mi nombre?
Qué pronto, hay que decirlo: qué listo, Cris.
—Sí, Hendrik, y tan claro como podemos decirlo tú y yo.
Sonó como si fuera un adulto.
Ya podrás entender lo feliz que me puse.
Claro que Trui se burló de mí, no le pareció nada especial, pero ya la conocemos.
—Entonces ¿por qué fuiste a verla, Cris?
—Ay, Hendrik, cuando se es feliz, también se quiere ver felices a los demás, pero ellos no quieren ser felices.
Volví a casa pronto.
Pero ahora otra cosa, Hendrik.
—¿Tienes más entonces, Cris?
—Falto lo más hermoso.
Si no te burlas de mí, Hendrik, te hablaré sobre un milagro.
Al Largo le entra curiosidad.
Ya le pide que empiece.
Primero, Crisje tiene que pensar un momento, pero entonces viene la historia:
—Empezó aquí en la cocina, Hendrik.
Jeus estaba aquí, dormido.
Y no importa lo que yo haga, él quiere dormir en el suelo.
Lo alcé y empezó a llorar.
Pensé: ‘¿Qué será lo que quiere?’.
Entonces me senté en este rincón y me quedé dormida, pero empecé a soñar.
Jeus también estaba dormido.
Y luego volé, con él, alejándonos de este mundo.
Te lo juro, Hendrik, no sé mentir y no estoy loca, pero vi el atrio de Nuestro Señor.
Estuvimos donde no va casi nadie.
Jeus estaba cerca de mí, lo sentía en todas partes, Hendrik.
El Largo se tiene que esforzar para no reír, pero logra mantenerse serio.
¿Sería verdad?
—No te habrás imaginado nada, ¿verdad, Cris?
—Nada, Hendrik, nada; oh, Hendrik, allí era tan bella, de veras.
Si me hubieras visto, Hendrik.
Pero el Largo piensa que esto sí que va un poco demasiado lejos.
Cuando pregunta:

—Cris, sigues en tu sano juicio, ¿verdad? —Esta ya siente que el Largo se está burlando de ella y vaya caída que es.
Ya llora en su corazón y algo se rompe allí.
Ay, si tan solo el Largo fuera como ella.
¿Si pudiera creer, por un momento, solo una fracción de todo esto?
Dios mío, gime Crisje, si, si... Si él fuera así, entonces ¿qué?
Sí, entonces ¿qué?
Entonces... Sí, entonces... planearían los dos y la felicidad sería más fuerte aún, el amor más profundo.
Ahora el Largo se tiene que quedar atrás.
Pero no sería Crisje si no supiera controlarse.
Le dice al Largo:
—Lo ves, Hendrik, ya me lo temía.
Piensa lo que quieras.
Te digo, ¡estuve allí!
A Crisje se el olvidó decir que le dio algo a un mendigo, pero ya no piensa en eso.
Aunque ella lo verá más tarde, o mañana, en su monedero, porque le dio un marco, y es demasiado para un vago así.
Aun así, el Largo se le vuelve a acercar, y pregunta:
—¿Eso lo sientes, Cris?
¿Eso es sentir?
¿Sentir te puede hacer mirar dentro del cielo?
—Sí, Hendrik —dice, y para salvar lo que se pueda—, sí, sintiendo recibes todo.
—Entonces voy a buscarlo, Cris.

Y antes de que Crisje pueda hacer algo para impedirlo, el Largo ya está con el niño, y saca a la pequeña vida de su cuna.
El Largo le habla a Jeus.
Bien que a este le gusta.
Ni siquiera llora, sino que le sonríe un poco a su padre.
—¿Ahora también a mí puedes hacerme sentir algo, Jeus?
Ven, mira a tu padre.
Vamos.
Yo también quiero sentir algo.
Jeus mira a su alrededor y quiere agarrar todo.
El Largo espera, Crisje mira al padre y al niño.
De pronto el Largo se empieza a reír tanto que sin duda pueden oírlo hasta fuera.
No se tranquiliza.
Crisje no sabe lo que pasa, aunque se siente un poco ofendida.
¿Por qué se le ocurrió contárselo al Largo?
Pudo haberlo sabido, esto no es nada para él.
Hendrik sigue riendo.
Hasta que por fin ella le pregunta:
—¿Por qué es que te ríes, Hendrik?
¿Hay tanto de qué reír entonces?
—Cris... —dice el Largo—, ¡ya basta...! Me matarás de risa.
¡Me hizo sentir algo, Cris!
Mira tú misma, ¡me meó todo el pantalón!
¿No es suficiente todavía, Cris?
Eso sí que es algo en lo que tampoco Crisje ha pensado.
Esto también le llega al corazón.
También le da risa y le suaviza un poco su tristeza.
Agarra a Jeus.
Le pone un pañal limpio.
El Largo se puede encargar de sí mismo.
‘Los dramas que vivimos’, piensa el Largo.
Cada día hay algo nuevo.
Pero no vio el atrio.
Lo que sin embargo hizo reír a Crisje fueron las palabras del Largo, que le gritó a Jeus:
—¡Por más que sientas, por más que seas lo que eres, por más que hagas lo que quieras, también sabes mear, solo te lo quería... decir!
‘Ese Largo’, piensa Crisje, ‘además te hace reír, lo quieras o no, ¡nunca te puedes enojar con él!’.
A la mañana siguiente, Crisje está en la iglesia ya temprano.
Ahora el señor párroco escucha toda su historia.
Pero él no se ríe.
El señor párroco escucha con plena atención y cuando ella ha contado su experiencia, el pastor de almas dice:
—Crisje, eso es una gracia de Nuestro Señor.
Oh, Crisje, qué feliz me haces, por hacerme saber que tengo feligreses que recibieron esta gracia.
Oh, Crisje, esto es especial.
Pero por todos los cielos, no se lo cuentes a nadie más.
Solo te va a causar disgustos.
Y eso sí que es una locura, para eso es demasiado sagrado.
¿Qué te dijo Hendrik entonces, Crisje?
—Se rió, señor párroco.
—Ya me imagino, no es nada para él.
Pero tú sí puedes comprenderlo, ¿no es cierto, Crisje?
—¡Sí, señor párroco, obviamente!
—Pues mira, Crisje, no es tan obvio como tú piensas.
Otros no pueden hacerlo y entonces no queda nada de todo esto sagrado.
Mejor enciérralo en tu corazón, ya no lo vuelvas a mencionar, Crisje, y dale las gracias a Nuestro Señor por todo.
Ya me lo imaginaba, Crisje, cuando vi a Jeus por primera vez, ya sentí algo yo también.
Sentí ese silencio y ahora tú has visto lo que es.
¿Qué más nos esperará con ese niño?
Rezaré por él y se lo encargaré a los ángeles.
Lo tienen que proteger.
Ahora reza cinco ‘Ave Marías’, o ¿quieres que sean más?
A mí me parece bien, ¡Nuestro Señor te bendijo!
Cuando el Largo se entera de que Crisje se lo contó al señor párroco, pregunta:
—¿Qué dijo, Cris?
Pues entonces que Hendrik escuche un momento.
Crisje no añade nada, le da la plena y pura verdad.
Pero ¿cómo escucha el Largo ahora?
¿Qué te parece, Cris?
—Si él lo puede entender, Cris, yo ya no digo nada.
Yo no puedo entenderlo porque todavía me encuentro lejos de Nuestro Señor.
Soy alto, Cris, me llaman Largo, pero esto no me ayuda ni de broma.
Ya lo ves por ti misma.
Pero ¡tú sí que lo has vivido!
Un niño de solo unos pocos meses mira... en el paraíso.
Cuando un niño gatea hacia una trompeta y sabe tocarla fuerte, se puede oír y ver.
¡Lo crees!
Había más niños en este mundo que veían algo antes de que empezaran a mirar de verdad, pero esos niños eran apáticos.
La mayoría de las veces, se los pone tras las rejas o estaban embrujados.
Ahora Crisje sabe que tiene que callarse, o ese será el camino de su Jeus.
¡Callará!
¡Será una tumba!
Pero sabe ahora que podría haberle regalado al Largo una pequeña orquídea de belleza desconocida.
¡Habría podido darle un beso de belleza desconocida!
Y el Largo habría podido ver a una reina.
Ahora no ve ni oye nada.
¡Otra vez falló, y mucho!
‘Qué pena’, piensa Crisje, ‘¡habría podido ser tan imponentemente bello!’.
No, su Largo todavía no recibirá ese beso.
Aunque ese beso viva en ella.
Puede dárselo enseguida, pero el Largo todavía no lo siente...
Aunque el “mua” se oiga desde fuera, en la calle.
¡No siente ese beso!
Y eso también se puede sentir, se puede oír.
Pero ¿existe, ese beso?
El Largo dice:

—No, no me hagas reír.

¿Qué te dije, Largo?
¡Aquí estás ya!
¿No recibirás nada de esto!
Nada.
Tal vez más adelante, pero ¡todavía falta un poco!
Crisje piensa en su pequeña cruz...
¿Podría...?
Tal vez... nunca se sabe.
Siente cosquillas en el corazón...
Y ve las mismas cosquillas en los ojos de Jeus...
Ahora, uno más uno equivale a seis.
Pero estos son millones de ojitos, ¡ojitos y besos!
Cuando termine el día, ¡llega otro!
¡Quiere mirar en ese, y nunca hacia atrás!
¡Nunca!
¡Seguimos!
¡Aunque ande con zuecos, hasta su andar ha cambiado ahora!