El coro viene a cantar

Los días pasan volando.
Los días, uno tras otro, parecen una verdadera fiesta.
Crisje se siente fuerte de nuevo, pero Mina quiere que disfrute de su tranquilidad hasta el último día y la última hora.
Esta noche vienen los cantantes y vivirán el arte del Largo.
Jeus ya tiene siete días.
Grita bien y el Largo piensa que seguramente se convertirá en una voz que podrá aprovechar.
Pero Crisje se burla de él.
El Largo no tiene que exagerar.
Se ha vuelto a recostar, los hombres pueden llegar en cualquier momento.
Gerrit llega primero.
Infla los acontecimientos de la vida como si fueran globos de feria, hasta que explotan y los jirones caen al suelo revoloteando.
Y así como los globos, también las historias se ponen a disposición del público, en muchos colores vivos.
Y la diversión y la juerga de los espectadores muchas veces no son menos que un auténtico jolgorio de feria.
Además, después de tomarse su quinto o sexto trago, le entran los nervios a su complejo lingüístico francés e italiano y este pide con insistencia ser aireado.
Pero los amigos, cuyo fuerte tampoco es la lingüística, como le pasa al mismo Gerrit, creen que se las arreglaría bastante bien si se encontrara en el país en cuestión.
Solo el Largo sabe que no es así, pero obviamente no dice nada.
Así como Crisje, piensa que Gerrit es un tipo estupendo para tratar y además sabe que su bajo también tiene sus momentos serios y que entonces también sabe decir muy bien las cosas.
Como si acabara de entrar, aunque ya lleva algún tiempo sentado en la mesa, de pronto se levanta y vuelve a empezar:

—Primero hay que saludar a Crisje, y luego a tu corazón y riñones, Hendrik.
A fin de cuentas tú eres el escultor de esa carne y esos huesos.
¿No es cierto, Cris? (—pregunta.)
¿Qué puede contestar a eso?
Crisje se ríe un poco para sus adentros.
Gerrit no espera una respuesta y ya se está sentando otra vez en la mesa.
Esperan a los demás.

—Maldición —se oye entonces de repente—, ¡y ahora se me olvidó Jeus!
¿Cómo va el niño, Crisje?
—Bien, Gerrit.
—Ahora le voy a enseñar lo bien que sé cantar, Crisje.
Quiere dormir, ¿no es así?
Pero puede decirnos lo que quiera.
Ya le enseñaré cómo sabemos cantar aquí.
O si no, que regrese al lugar de donde haya venido.
Cuando tenga más años, Largo, puede pedirme que lo deje cantar de primer tenor.
Mientras tanto, Peter y Jan también han llegado.
El otro dúo, que cantará la parte del bajo, y el segundo tenor, Jantje van Stien, todavía faltan.
Peter recibió una petición para ir a cantar a Wezel.
Y sin duda lo harán.
Conocen Wezel, ya han tenido varios éxitos allí, y en Meiderich se hicieron tan famosos que les llegaron invitaciones de lugares muy hacia el interior de Alemania.
Peter y Hendrik son los ases del coro.
La voz de Jan no es de las más potentes, pero la de Gerrit puede crecer tanto en volumen que él solo se encarga de toda la parte del bajo.
Peter es sajón, nunca aprenderá a hablar holandés ni dialecto.
La jerga compuesta de alemán y dialecto con la que intenta darse a entender te pone una presión sobre el estómago, te da cosquillas y, como los disparates de Gerrit, resulta inevitablemente en que te den ganas de reír.
Pero Peter tiene una hermosa voz y todos están de acuerdo en que cantando podría ganarse muy bien el pan.
Por fin están todos completos.
Empiezan a sintonizar unos con otros.
Incluso esto ya le parece muy bien a Crisje y para ella tiene su propio encanto.
Los hombres se aclaran la voz.
Crisje sabe distinguir bien cada sonido, las voces agudas, el bajo de Gerrit y el tenor de su Largo.
Sumándolo todo, un sonido para volverse loco.
En la calle, la gente ya está a la expectativa de lo que oirán.
Les atrae bastante una función de canto gratuita.
Y seguro que aplaudirán.
—Ahora tenemos que empezar —oyen los hombres que dice Peter—, para contar chismes ya habrá tiempo después.
Crisje sonríe.

—Sí, Peter, para los chismes sí que son buenos.
Gerrit no hace otra cosa toda la noche, toda la semana, incluso todo el año.

Los hombres se colocan.
Y mira, justo lo que pensaba.
Crisje ya sospechaba que el Largo andaba con alguna ocurrencia.
El Largo entra a la habitación y saca a Johan de su camita.
Pero Crisje no aprecia esa tontería, así que de inmediato dice lo que piensa al respecto.
¡Qué tiene que ver este niño con su canto!
Pero Hendrik pretende no oír nada y se pone frente a Peter con su hijo mayor.
—Mira, Peter, mira a este niño.
Johan sabe cantar.
La semana pasada lo oí cantando.
Vamos —le dice a Johan—, deja que oigan tu voz un momento.
Canta la de ‘Noche de paz, noche de amor’.
Johan, a quien se le ha sacado de la cama inesperadamente y probablemente no de la manera más delicada, está temblando y tiritando sobre sus piernitas que se tambalean de sueño.
Gimotea un momento y luego empieza a llorar.
El Largo termina metiendo al niño otra vez en la cama.
Los hombres saben que pueden esperarse cualquier cosa del Largo, pero les alivia que el niño vuelva a estar en su cama.
—Entonces —pregunta Peter—, ¿listos?
Primera estrofa.
‘Im schönsten Wiesengrunde’ (’En el prado más bello’).

Siempre es la primera canción que cantan los hombres.
Ahora se van soltando las voces y la cosa se pone seria.
El Largo está frente a sus hombres.
Alza los brazos.
En este momento ya no hay nada que pueda sacarlos de su concentración.
Ahora a los hombres les ha entrado una seriedad sagrada.
Ni al guasón de Gerrit se le ocurrirá ahora soltar tonterías.
Antes llegaba a pasar alguna vez, pero el Largo los mantiene alineados con sus ojos.
Ahora echa chispas por los ojos.
Por su preponderancia y su hermosa voz nace el contacto y la unión del cuarteto, y el deseo general de dar lo mejor que haya en ellos.
¡Ya empezaron!
Esto es hermoso.
Crisje acompaña a los hombres tarareando.
Pero entonces de pronto se detiene.
Cambia de idea.
El Largo lo detesta y ya se lo dijo muchísimas veces.
—Entonces —decía—, mejor únete a nosotros.

De esta manera no podía mantener el orden.
Y ese tarareo sonaba como el chillido de un ratón en la ratonera, y que además tuviera la cola atrapada en el cepo.
Eso le tenía que bastar a Crisje.
‘Im schönsten Wiesengrunde’.
Cómo suena.
La baja voz de Gerrit retumba que es una maravilla.
Si Crisje mirara a Jan Maandag, le daría risa.
Por lo que, sabiamente, mejor no lo hace.
Jan alza todo su raquítico cuerpo y baila como una gallina sobre zancos.
Es cuando canta con los pies.
Canta con todo el cuerpo, poniendo una cara como si quisiera empezar a repartir regalos, pero se da cuenta de que no queda ni un solo bizcochito en la bolsa.
También el Largo cambia como la hoja de un árbol.
Se convierte en otro, se podría casi decir que en un ser humano más bello.
Peter apaga su voz y Hendrik lo sigue.
‘En el fondo, estas dos voces sostienen todo el coro’, piensa Crisje.
Casi te haría llorar, tan conmovedora es su belleza.
Pero cómo canta el Largo.
Tienen la voz de los dioses en la garganta y poseen mil veces más que los demás.
Cuando oyes a estos dos, desde luego que no te hace falta ir a la ciudad para oír un canto aún más bello.
Se acabó la canción.
Ahora van a hablar de cómo les salió.
—Tú —ya empieza Peter—, tú hiciste que desapareciera esa última estrofa.
Eso sí que es “Kugelhupf”.
—Lo que eso significa no lo sabe nadie—.
Y tú, Gerrit, tu bajo, tu acompañamiento fue demasiado grave.
¿Tú que piensas, Hendrik?

El Largo también dice lo que piensa.
Gerrit se imponía demasiado con su bajo, de modo que los demás tenían que cantar más fuerte que él si querían brindar aquel brillo que le corresponde a las proporciones y el carácter del conjunto.
—Otra vez más —dice Peter—, y ahora a conectarse, y ahora a sentir hacia dónde va.
Así que a cerrar bien afinados.
Esto está en manos de Peter.
Claro, el Largo es el director y se para frente a todos, pero esto lo trata Peter con él.
Si siente que Peter se equivoca, aunque pase muy rara vez, ya se lo dice.
Peter, que tuvo un coro propio con el que en Alemania cosechó grandes triunfos, conoce las voces y sabe cómo la gente se tiene que entregar.
Y Crisje vuelve a oír ‘Im schönsten Wiesengrunde’ (’En el prado más bello’).
Pero ahora hay otro cantando el sexto tenor, sin preocuparse por el compás o el ritmo, y ni siquiera el Largo es capaz de hacer callar esa voz.
Jeus se despertó y empieza a llorar.
Crisje le manda sus pensamientos al niño y como si la pequeña vida la sintiera y el niño tuviera conciencia de que se canta en honor suyo, guarda silencio y ahora está mirando tranquilamente.
Gerrit no puede evitar decir rápidamente, antes de que vuelvan a abrir las bocas:

—¡Y más le vale, Cris!
Vuelven a cantar.
Ahora Jeus no dice ni pío.
Pero Crisje está con el alma en un hilo, porque mientras tanto también se despertaron Johan y Bernard, y miran a su madre como si quisieran decir: “Ahora ¿qué se le ha metido a papá en la cabeza, y qué quiere? En esta casa no hay un momento de tranquilidad.
Ni siquiera se puede dormir como Dios manda”.
Ahora incluso parece que canta todo un coro de la ópera, así de potente y lleno suena.
Hasta Jan Maandag es diferente y no está tan inquieto.
Y hay una fuerza que desde el Largo y sus hombres fluye hacia Crisje y recorre la casa entera, que les da animación a las vidas presentes, que acelera los corazones y que fuerza incluso a los niños a escuchar con atención.
Los sonidos etéreos, presentes en esas fuerzas, y las voces que se encuentran dentro de ellas abren un boquete en tu vida y escarban en tu personalidad; incluso te provocan un nudo en la garganta, porque poseen una nitidez y una sonoridad de las que oyes inconscientemente, por más poco musical e insensible que seas para la pureza de ese canto, que se acercan a lo inmaculado.
Llega la admiración desde la habitación, particularmente de Johan:
—Diablos, papá, ¡qué bello es eso, eh!
Con un salto, Hendrik ya está junto a Crisje.

—Vaya cumplido, ¿no, Cris?
Gracias, Johan, gracias.
Ahora Johan puede decir algo así, y eso también lo percibe el niño.
Pero que no se atreva cuando su padre no está de buen humor o cuando toca el violín.
El Largo no permite que los niños juzguen si algo es o no es bello, eso les atañe solo a los mayores.
Johan tiene suerte de que su padre está de humor para un poco de alegría y diversión y que están los hombres y que su padre también es muy consciente de que él mismo ha sacado a los niños de su sueño.
—¿Cómo estuvo, Cris? —pregunta Hendrik.
—Hermoso, Hendrik, estuvo bello.
—¿Lo oyen, hombres?
Ahora estuvo mejor.

Peter ríe para sus adentros, y dice:
—Y ahora nuestra canción nueva, para Crisje.
El Largo ya va volando a la habitación otra vez.
En unos cuantos pasos está junto a Crisje, porque colindando con la gran cocina, que es la sala de estar y el salón y muchas cosas más, está la pequeña pieza en la que duermen.
—Ahora sí que vas a oír algo, Cris.
Tienes que escuchar bien y decirnos lo que piensas.
—Sí, Hendrik —dice Crisje—.
Escucharé bien y les diré con honestidad lo que pienso.
¿Cómo se llama la nueva canción?
Peter ya está juntando los papeles.
Ahora todavía lo tienen que hacer así, pero obviamente, pronto la cantarán de memoria.
‘Zum Stolzenfels am Rhein’, se llama.
Una canción hermosa.
Crisje ve que el Largo tiembla.
Pareciera que sus largas piernas la saludan por la izquierda y por la derecha, aunque no puede ser así, pero es un hecho que cuando se trata de algo nuevo, el Largo siempre es un poco diferente.
Entonces sus nervios le hacen una mala jugada.
Alza los brazos.
Ya se les dio un golpecito a los corazones masculinos.
Invisible para alguien de fuera, pero muy perceptible para aquellos a quienes iba destinado.
Ya van sonando por la casa las primeras voces de timbre un poco contenido.
Peter canta como un ángel; Crisje no sabe si también en los cielos habrá voces así, pero esto es espléndido.
El Largo está imparable.
Su voz suena bella.
Es una canción gloriosa.
A Crisje se le atenaza la garganta, y cree que incluso Jeus está escuchando.
Johan y Bernard cuelgan fuera de la cama, temerosos de que se les vaya a perder algo del canto.
Piensan que su padre es todo un as, que ahora sabe hacer literalmente todo lo que quiera.
‘Esta bella canción les traerá éxito a los hombres’, piensa Crisje.
Pero no solo en la casa se está disfrutando el concierto, también fuera sigue escuchando la gente.
No les es posible pasar de largo sin más.
Se quedan escuchando, fascinados, las piezas que se están interpretando allí en casa del Largo.
Vaya que es bello esto.
Esto es arte.
Te da un calor debajo del corazón con el que te puedes reconfortar deliciosamente.
Amas este canto porque lo puedes entender y percibir a fondo.
Oyes que aquí se está dando más que un simple canto de aficionados.
Por cierto, tanto el Largo como Peter ya se han ganado sus galardones hace mucho.
Terminó la canción.
Los hombres se miran.
Ellos mismos no saben cómo habrá estado.
Pero entonces oyen fuera unas palmas entusiasmadas.
En el aire etéreo y frío atraviesa las paredes casi sin perder en fuerza.
Allí fuera quieren oír más.
Cuando el Largo espía por entre las cortinas, ve que hay más de veinte personas, que gritan por más.
—¡Vamos, Hendrik, otra vez!
—¿Y, Cris?
—Debo decir, Hendrik: algo así no te había oído aún.
Eso es canto, mis cumplidos para todos ustedes.
El Largo no puede evitar abrazar un momento a Crisje.
Entonces se lo dice a los hombres.
Gerrit no puede con su felicidad y obviamente tiene que decir algo al respecto.
—¿No es un canto, Cris, que podría escuchar Nuestro Señor?
Cuando me metan al ataúd, más tarde, todavía tendré mi voz conmigo y podré hacer allá lo que quiera.
¿O no?
Crisje no deja las cosas así.
Gerrit debe dejar a Nuestro Señor fuera de esto.
Gerrit siempre la molesta con ese Nuestro Señor de ella, y él opina que no le queda más que aceptarlo.
Pero eso no lo hace Crisje nunca jamás.
—Dime, ¿qué tiene que ver Nuestro Señor con tus gritos, Gerrit?
—¿Qué?
Pero ¿qué dices?
¿Nos quieres tomar el pelo, Cris?
Sí, Gerrit, a Nuestro Señor no hay que tocarlo.
Nada que ver con tu canto, ¡es demasiado sagrado!
El Largo conoce a su Cris, pero también a Gerrit, que con toda intención le tira de la lengua a su mujer.
Crisje vuelve a caer una vez tras otra, porque siempre está lista, día y noche, para defender a Nuestro Señor.
Pero el canto fue bonito.
—De verdad, Hendrik, fue bonito —dice Crisje por lo tanto.
—¿Lo dices en serio, Cris?
—¡De verdad, Hendrik!
Eso sí que se llama cantar.
Otro par de abrazos cariñosos, porque el Largo sabe que ella tiene una sensibilidad por la música y el canto que solo algunas personas más pueden considerar suya.
Muchas veces el Largo también comenta con ella los diferentes matices de las voces.
Y también ahora hay que oírla hablar.
Le da una paliza a la voz grave de Gerrit y a Jan también le toca su parte, incluso tanto que el Largo casi se deshace de la risa.
Pero sabe que los comentarios de Crisje son acertados y que además les dice qué otras cosas hacen falta.
—¿Por qué, Cris, te parece tan bello esto?
—Ahora las voces son una, Hendrik.
Una porta a la otra.
Ya sabes lo que quiero decir.
Todavía no me sé expresar así, pero algún día te lo diré.
Es la verdad.
Porque justamente en esto insistieron siempre el Largo y Peter.
Las voces tienen que ser una sola, una por completo, un sonido, solo entonces se puede hablar de un conjunto armonioso y también solo entonces es un placer escucharlas.
Los hombres en la calle vuelven a aplaudir tan fuerte que parece que están con ellos, dentro, y vuelven a pedir que se repita la canción una vez más.
—Sí —dice el Largo—, les daremos otra tanda, por lo menos si pueden tener un poco de paciencia.
‘Ese bullicio entre todos’, piensa Crisje, ‘ya es una alegría y una felicidad.
Parecen niños chiquitos’, sigue pensando un poco, ‘a los que les metes un pedazo de regaliz en la boca para que lo vayan chupeteando’.
Pero ni así les quita el aprecio por lo que logran los hombres.
A fin de cuentas, no es jocosidad lo que oye aquí, no es el canto de los arenques en un palito que chillan cuando se les ahúma, como me dijo hace poco ese hombre, asegurando que todavía estaban buenos, pues seguían chillando, y que se los podía servir al Largo sin problema.
Con todo, era una agradable reunión que no te daba piojos.
Ahora en varias casas están abiertas las puertas para poder escuchar el canto y disfrutarlo también.
Y toda esta fiesta se da en su casa, justo delante de ella.
Una felicidad que sin duda no les toca a todos.
Es que hay que verlo.
Peter está rojo como un tomate, las mejillas de Gerrit están a punto de estallar y Jan casi se ha hecho tan grande como el Largo.
Incluso hay unos que están pálidos como un muerto.
Solo falta envolverlos en una sábana para meterlos al ataúd.
No sabe por qué es así.
Pero así cada uno tiene algo diferente.
Johan, que sabe que su madre le perdona lo que sea, piensa tener que aumentar todavía un poco más la diversión, y empieza a silbar una musiquilla en la cama.
Pero así, sin embargo, rebasó el límite de lo que está permitido, y mucho.
Ya no es la tarde, por lo menos ya son las diez y cuarto, y entonces tiene que estar callado, incluso si quiere silbar.
Pero piensa que no debe privarlo de una palabra de aprecio.

—Qué voz la que tiene papá, ¿no es así, mamá? —Se oye todavía desde ese rincón.
Pero entonces sí que le dan, aunque sea figuradamente, una buena tunda con el palo de escoba o con el látigo, y se le da a entender que todavía no es demasiado tarde para que le den unos buenos azotes con el de verdad, que está allí en el rincón, debajo del reloj.
Un regalito del Largo al que Johan le tiene un respeto sagrado.

—Tú te callas, Johan.
Sabes que papá no lo quiere, no entiendes de eso y tampoco quiero oír tus silbidos ya.

Pueden escuchar, pero no decir palabra; pretender disfrutar o irse a dormir.
Sacarle brillo al mundo con betún o, como lo llama Crisje, sentarse debajo de un árbol, a la sombra veraniega de Nuestro Señor, y agradecerle todo tipo de cosas.
Pero ya no tiene mucho tiempo para refunfuñar.
Los hombres ya están otra vez en fila y las cabezas se enderezan.
A Peter le lagrimea el ojo izquierdo, siempre le llama la atención a Crisje, pero no logra entender por qué será.
Así es una y otra vez, y será por la tensión.
Pero cuando a Peter le lagrimea y le llora el ojo, el hombre tiene una voz que no desprecian los ángeles.

—Si Peter le cantara a Nuestro Señor, Éste no se alejaría de él.

En su sencillez, Crisje casi se atreve a poner en duda si los ángeles en el cielo sí tendrán una voz así en su coro.
Se hinchan las venas, también las del Largo ya están coloradas.
Se nota de inmediato que ni a Peter ni a Hendrik les cuesta mucho trabajo hincharse como si fueran pavos para sacar de sus cuerdas vocales todo lo que hay en ellas.
Se nota, sale como si nada.
Otra vez suena ‘Stolzenfels am Rhein’, que podrían incluso cantar en la iglesia, así de bello suena ahora.
Qué dirá el señor párroco si le cantan esta canción.
Qué feliz se vuelve a sentir.
Y qué semana se le concedió volver a vivir.
Mientras cantan, se abre la puerta y el tío Gradus entra en la cocina.
Del todo inesperadamente, también él pasa para una visita rápida.
Se cuela hasta donde está Crisje, le toma la mano, saludándola amablemente con la cabeza y dirigiéndole una mirada de entendimiento.
Él también oyó la nueva canción y con su visita quiere decir que eso vale la pena.
Y a la vez aprovecha la oportunidad para ver otra vez al niño y enterarse de cómo está su cuñada.
El coro termina, el bajo de Gerrit suena un momento más, muy a lo lejos, para luego extinguirse con un suspiro como de una persona que expira.
—Eso sí que se llama cantar, Hendrik, caray.
Los hombres rebosan de orgullo.
El cumplido los hace felices.
La alegría y sus ojos irradian satisfacción.
El tío Gradus no es el único que llegó a darles las gracias, también algunos oyentes de la calle tocan la puerta, agradeciendo ellos también el bello canto que han disfrutado.
Tuvo tal impacto que incluso donde Hent Klink los hombres salieron de la taberna.
Para Hent no estuvo tan bien, porque obviamente entonces no se consume.
Aun así, Hent no intenta mantener a su gente allí, porque a fin de cuentas sabe: cuando canta el cuarteto, todos escuchan.
¿Habrá más?
No, ya van a terminar, pero todavía no se puede, ¿no?
Quieren oír más.
Cantan un pequeño extra.
Oyen algunos sonidos breves; ya te hace reír la manera tan loca en que salen de las bocas.
Gerrit los llama bocetos o pretextos.
Una mezcolanza de sonidos que siempre te hacen reír, porque siempre van acompañados de guasa.
A Gerrit no se le oye cantar más que bam... bam... bam... bam...
Saca esos sonidos con el hocico inflado y el morro abombado.
El Largo y Peter siguen el reflejo que así se crea, captan el que produce el otro y hacen que el conjunto se vuelva a fundir.
El chasquido de la lengua entre los labios produce un sonido tan risible que en su cama Crisje se parte de la risa.
En este número es donde Gerrit más se luce.
A veces parecen como instrumentos de viento que intentan tapar el sonido de los demás y que sin embargo están exactamente a la misma altura, pero que ni así quieren tirar la toalla.
Un poco después se tranquilizan y parece que se han dormido, reina un silencio casi absoluto, para luego de pronto volver a revivir como un fuego intenso y hacer que la historia vuelva a empezar desde el principio.
Crisje no entiende nada.
Peter lo llama Zusammenbruch von Notenspielerei y Gerrit lo llama “feria en Stokkum”.
Jan Maandag no lo llama de ninguna manera, sino que le da su risita, las sacudidas de sus hombros y sus pies nerviosos.
Jan nunca es capaz de mantener los pies quietos, y mucho menos de no levantarse; “ese tiene ‘aftas’ en las glándulas”, dice Gerrit, “y una parte del cerebro debajo de la planta de los pies”, de modo que Jan siempre tiene picor allí.
También tiene tres pulmones, dos para respirar y uno para prender su puro, que siempre está chupando.
Gerrit siempre lleva encima algunos puros de los más baratos, especialmente para Jan.
No vale más.
Jan siempre se come la mitad de sus puros.
Los hombres sacan tres de esos exitazos.
Son canciones sentimentales alemanas, piezas cortas y ruidosas, pero aun así con sentido.
Crisje se agarra la panza de tanta risa que le dan estas canciones, aunque prefiera las canciones más tranquilas.
Puede escuchar el ‘Ave María’ una y otra vez, también cuando el Largo lo toca en su violín, solo.
Siempre la vuelve a conmover y hechizar, también le gusta escuchar siempre a Händel y su ‘Largo’, o como se llame.
Con todo, la música sagrada siempre tiene para ella el mayor encanto.
Esta noche de domingo volvió a ser una para no olvidar pronto.
Pero ahora de verdad se acabó.
A fin de cuentas también hay niños en casa.
El Largo mira a Crisje y esta le indica con los ojos que ya basta por hoy.
—Sí, Cris —dice—, ya paramos. —Y entonces también los demás saben que “sanseacabó”.
El cuarteto se separa.
Si vuelven a venir, llegado el caso pueden seguir cantando hasta las cuatro de la madrugada, si hace falta.
Pero ya basta por hoy.
Mañana será otro día y hay un niño de siete días.
Es asombroso, pero no hay nada que despierte a este niño.
Los chicos también se quedaron dormidos, escucharon hasta cansarse y Crisje siente que tampoco ella es capaz de oír nada ya.
Adiós, Peter; adiós, Gerrit y Jan, y también adiós a los demás.
Muchas gracias a todos.
De verdad valió la pena mantenerse despierta y escucharlo.
También se va el tío Gradus.
Qué bien, tío Gradus, que hayas venido.
El Largo también siente lo cansado que está.
Tiene ganas de acostarse y cerrar los ojos.
Mañana nuevamente será un largo día para él y para Crisje.
Mañana Crisje quiere volver a hacer valer sus derechos, como de costumbre, y marcar el rumbo.
Entonces volverá a estar al timón con el barco en la rompiente y le harán falta todas sus fuerzas para que el barquito la atraviese sin peligro.
Aun así, el Largo no puede ir a dormir enseguida.
Se sienta en el borde de la cama y habla un poco sobre lo ocurrido con Crisje.
Solo ahora se entera bien de lo que le pareció y cómo lo disfrutó.
Le gusta, porque esto es nuevamente su unión.
Esto les vuelve a dar una fuerza multiplicada por mil contra la que todo se estrella y también le da a una persona la posibilidad, si lo quiere y si posee los sentimientos necesarios, de crear y producir arte del nivel más elevado.
Entonces, en pensamientos el Largo se vuelve a ver a sí mismo en el escenario en Wezel.
Otra vez no se cansa de hablar del tema.
En el caso de Crisje los sentimientos se manifiestan de manera diferente.
Repasa lo que ha sentido y vivido en todos esos meses.
Ahora se le cierra un periodo tan poderoso que nunca podrá olvidarlo, aunque cumpliera cien años.
Cuando luego esté nuevamente en pie, perderá esos bellos sentimientos, porque la vida cotidiana, con su trajín, le volverá a exigir toda su atención.
Aunque lleve solo una hora levantada y haya prendido la estufa, los perderá irremediablemente.
Pero a pesar de todo, en sus pensamientos vivirán debajo de su corazón, porque se han convertido en parte de su personalidad.
Es una sensación tan imponente y respetable que no le queda más remedio que comunicársela a su Largo.
—Lo ves, Hendrik, ¡eso es!
Ahora soy otra vez yo misma.
Pero esto ¡nunca lo olvidaré!
Y por eso disfruté tanto esta noche, Hendrik.
Qué bellas eran las voces.
Qué lejos has llegado.
Es increíble.
Hendrik vuelve a ser como un niño.
Ahora el larguirucho mira a Crisje como mira el espacio azul una paloma en vuelo.
Ahora es su reina en un carruaje dorado.
Allí está con ella como si solo conociera todavía una hora de su vida, y ahora la admira como si fuera una noble.
Y eso es lo que es en cuanto a su carácter.
Es gloriosa esta satisfacción, estos momentos son deliciosos; clic, clic, Crisje —¿oyes su mua, clac, clac?— atrapa todos estos besos, estos besos de amor.
Pero cuidado, que no te deje moretones a mordiscos en el morro, porque entonces la gracia habrá acabado de golpe.
Ese Largo.
Hendrik se sirve otro trago y está bien a gusto chupando junto a Crisje.
Pero lo que más le gustaría sería largarse un momento corriendo, para saber qué les pareció donde Hent.
Pero no llega a hacerlo.
Para él, esta hora es de una belleza imponente.
Ya se enterará mañana.
Y entonces también puede estar contento.
Media hora más tarde, está acostado al lado de su Cris.
Ronca un momento, aunque no mucho.
Entonces llegan los sueños, y el Largo está nuevamente frente a sus hombres; en su sueño balbucea imitando a Peter, hablando una mezcla de alemán y dialecto.
Si Crisje no fuera capaz de forzarse a sí misma a dormirse, volvería a vivir todo con él.
Pero por suerte se queda dormida, porque en un rato Jeus volverá a jugársela.
Otro eco la despertará entonces de golpe.
Esa también es una canción, a saber la canción del espacio.
Si puedes escucharla, Crisje, no solo volverás a verte a ti misma, sino también a aquel que depositó esa canción del espacio y del silencio en ti y que te dio aquella otra vida, que igual que el Largo deja oír ese pequeño clic.

—Toma un poco más, niño mío, mamá tiene suficiente, lo que le agradezco a Nuestro Señor.
Que lo sepas.
En el nombre del Padre... y del Hijo... y por los siglos de los siglos, ¡amén!
No vi ni una salpicadura en este vestidito blanco, ni tampoco los ángeles que habían oído cantar al Largo.
¡Créanlo, ellos también disfrutaron de las voces de Peter y del Largo!
Pero ¡Nuestro Señor sabe exactamente lo que quiere!
Señora De Man, ¡ay, señora De Man!
¿No ve el purgatorio?
Crisje reza mientras duerme.