Hendrik, cuánto respeto te tengo ahora

En ocasiones, una persona puede sentirse tan grande y poderosa que le da a otra la impresión de que en efecto posee esas fuerzas interiores.
Normalmente, se percibe después de un tiempo no demasiado largo que esa grandeza era solo apariencia y se ve cómo el personaje se cae rodando de su pedestal.
Pero llegará el día en que uno deba asimilar esa fuerza del espíritu y entonces recibirá su primera flor, destinada para el otro corazón.
Entonces habrás echado un fundamento para ti mismo, no solo para tu pedestal social, sino sobre todo para tu personalidad.
Hay personas que aseguran “puedo hacer esto, puedo hacer aquello, y no me cuesta ningún esfuerzo del todo.
Quiero, si hace falta, poner en juego mi vida por ti y estoy contigo en las buenas y en las malas.
Soy capaz de eso”.
No lo creas con demasiada facilidad, pero espera hasta que hayan dado las pruebas.
A diestro y siniestro te encuentras con esta gente en tu vida.
Esta jactancia se encuentra por todas partes y ya ha destruido muchas cosas bellas en la vida.
Cuando de verdad importaba, solo quedaban trozos y pedazos de una pequeña personalidad así.
La consecuencia conocida: un florero roto, caído y hecho añicos, que tiró un perro furioso.
Entonces descubrías la pobreza espiritual deteriorada.
No te habían regalado una orquídea, sino un ramito de flores de diez centavos.
Y aun así te aseguraban que te daban en manos una orquídea, de la que probablemente creían ellos mismos que su vida natural no se marchitaría nunca.
Nunca jamás.
Eran imponentemente fuertes en el momento de ofrecer su fe.
También el Largo le dio una orquídea a Crisje.
Y blanca, además, al dejar pasar su oportunidad de poder ir a cantar en la ópera, quedándose con su mujer y sus hijos, prefiriendo la tranquilidad y el amor inmaculado por encima de la riqueza y la admiración, y una bella vida social.
Pero Crisje sabía que al Largo todavía le faltaba mucho para vencer a ese diablito; ciertamente, se había rechazado el primer ataque, pero ¿era tan seguro que no seguiría un segundo?
¿Y entonces?
Entonces esa orquídea era una flor cultivada en un estercolero.
Una cosa maloliente, de la que apartabas la cabeza y que irradiaba un olor que te aturdía, que te ponía mal, y que solo había llegado a la vida gracias a disgustos.
Pero Crisje no quería tener una flor así, destruiría su vida.
‘¿Por qué la gente se regala orquídeas?’, se pregunta Crisje.
‘¿Por qué directamente esas flores caras con las que se regala tanta belleza?’.
Una orquídea es una flor de tu corazón, que quiere representar amor, deferencia, confianza, respeto y verdad.
Eso es esa flor para Crisje.
¡Una orquídea representa a Nuestro Señor, cielos, luz y justicia, todo lo que es bello, también el matrimonio!
Una orquídea no puede servir para mentir, engañar, destruir, contagiar y mancillar, esta flor es demasiado inmaculada para eso, demasiado espiritual.
‘¿O’, piensa Crisje, ‘estaré equivocada?’.
Crisje es una personalidad excepcional.
No solo porque casi todas las mañanas comulga y reza para todo el mundo, sino que también vive según su fe y actúa de acuerdo a ella, aunque no quiere ser engañada por otros.
En ningún caso por su Hendrik el Largo.
También lo sabe el señor párroco, lo saben en los alrededores, incluso hasta en los cielos.
Pero ¿qué piensa el Largo al respecto?
Si Crisje supiera con seguridad que el Largo pudiera regalarle una orquídea así, este —que de todos modos no puede con todo el amor de ella— viviría una felicidad que lo haría sucumbir.
Pero Crisje siente que no puede alegrarse antes de que el Largo haya probado que ha rechazado el ataque del diablo por el resto de su vida.
¡Solo entonces aceptará Crisje su orquídea!
Aunque para ella misma sea de manera inconsciente, Crisje tiene un carácter con una tendencia psicológica.
Es tan natural y fuerte que ninguna ciencia está a su altura.
Por eso su psicología, nacida del respeto y del amor, le da una comprensión correcta de todas las cosas que tienen que ver con el alma y los sentimientos.
Y Crisje no permite que se enturbie esa nítida comprensión.
¡En este punto tiene mucho cuidado!
Crisje no se deja engañar fácilmente, tampoco por Hendrik.
Puede intentar hacerle creer lo que quiera; muy dentro en la vida de los sentimientos de ella hay una puerta, custodiada por un par de centinelas que observan cuidadosamente que todo lo que pretenda entrar sea verdad pura y con intenciones sinceras, de lo contrario volverá a haber líos y eso hay que evitarlo a toda costa.
Su psicología le dice: mantén tu felicidad pura e inmaculada y no permitas que se mancille.
La morada de tu corazón pertenece a Nuestro Señor y quien quiera ser admitido en ella tiene que dar primero las pruebas de que pueda entrar allí.
No se toleran los chismes.
¿Acaso pensaba Hendrik que podía prenderle en el pecho un “botón de oro”, haciéndolo pasar por una orquídea?
Si quisiera intentarlo, le lloverían los golpes.
Esos centinelas son también para él, más bien precisamente para él, a quien ella se ha unido, por quien quiere vivir y morir.
Algo así no puede carecer de significado, ¿o sí?
Crisje no sabe cómo piensan al respecto las personas que viven en la ciudad, pero para ella lo principal es que la orquídea ofrecida sea pura e inmaculada y que se den las pruebas de ello.
Crisje espera pacientemente.
El Largo le dijo que se ha despedido de la propuesta de ser cantante de ópera.
Pero ella también sabe que la orquídea que se le ha ofrecido a ella como regalo todavía no ha florecido del todo.
Crisje sabe, sin embargo, que el Largo no ha superado por completo su deseo.
Cuando hace algún tiempo volvió de Wezel, donde el cuarteto había tenido un rotundo éxito, el Largo se volvía a ver en el escenario, volvía a tener dinero y riqueza para su mujer, y flores que podía ponerle en los brazos todas las noches.
Crisje lo escuchó solo un momento.
Entonces supo bastante.
Si bien la orquídea había sido regalada, ya se había marchitado y podrido antes de que hubiera podido desarrollarse plenamente.
Por más que Hendrik le asegurara con énfasis que le importaba un rábano, Crisje sentía que todavía había gato encerrado.
Su afirmación del año pasado, de que había acabado con sus deseos de la ópera, eran mera apariencia.
Todavía no los había vencido.
No, Largo, Crisje se burlaba de ti interiormente.
Todavía no te cree, todavía no podía creerte, porque sabía que el mismo diablo volvería a aparecer.
¿De verdad creías que no acometería más que una vez?
¿Y pensabas que rechazando ese único ataque habías probado lo que sabes hacer y lo que quieres?
No, Largo, no puedes hacerle creer eso a Crisje.
Pasan meses.
Crisje espera y todos los días viven como en un paraíso.
No puede con su felicidad.
Pero está alerta y espera a que llegue el ataque.
Si queda rechazado, ella recibirá una orquídea nueva que podrá prender en su abrigo.
Entonces lo besará hasta que él sienta su sangre vital.
Ahora ya puedes darme tu vida, Largo, así le regalaremos una nueva vida a un alma.
Pero la prueba del Largo no llega.
Todavía tiene que esperar, y la espera es larga, aunque no para el concepto de la eternidad.
Aunque espera a que el Largo le dé pruebas, pero entonces que vengan por completo de él mismo, no impuestas por una súplica, eso no, sino por voluntad propia y amor.
Crisje mira el reloj, la comida ya se estaba cociendo demasiado.
Hendrik no llega.
¿Dónde andaría tanto tiempo?
Johan y Bernard tiran de sus faldas.
Tienen hambre y quieren comer.
¿Dónde se habrá metido Hendrik?
¿Pasaría algo?
No está preocupada, al contrario, una sensación de alegría la va llenando por dentro.
No sabría decir de dónde viene, pero le alegra el corazón.
Hace que empiece a tararear.
Les da algo rico a los chicos.
Hoy se puede, porque va a ser un día especial.
Crisje no sabría decir por qué, pero sabe que tiene que ver con su Largo.
Es Hendrik.
Su sensibilidad y la unión que siente con esta burbujeante vida, que es su marido y el padre de sus chicos.
Son sus sentimientos espaciales.
Le llega a su vida directamente desde Emmerik.
Crisje daría su vida por eso.
Tan segura está de su sentir y pensar.
Y eso, lo sabe también, lo tiene todo el mundo.
Todos sienten a veces algo del ser al que se ama.
Te entra entonces algo para lo que no puedes encontrar palabras.
Pero ¡allí está!
Aun así, todavía no se involucra directamente.
Primero quiere estar segura.
Pues bien, esa seguridad va llegando a la casa, oye como cruje la grava.
Los chicos salen disparados a la puerta, gritando:
—¡Ya llegó papá, mamá, ya llegó papá!
Los chicos se cuelgan de su abrigo y se dejan arrastrar.
Luego, ya lo saben, le toca a mamá.
Ahora carga a Crisje y esta planea entre cielo y tierra, y el Largo le da el tratamiento completo.
Johan y Bernard miran la escena riendo.
—Cómo sabe besar papá, ¿cierto, Bernard? —dice Johan.
El Largo ríe.
Lo oye y pone a Crisje en el suelo.
Lo devolvió un momento a la realidad.
—¿Tienes algo que confesar, Cris?
—No, nada, Hendrik, nada.
—¿Y los chicos?
—Ellos, Hendrik...

Johan y Bernard ya miran a sus padres.
Saben que esta es la pregunta de cada noche.
Y la respuesta puede ser la orden para una buena tunda.

—Mamá, mamá, haz la vista gorda.
Voy a portarme mejor.

Pero Crisje no sabe mentir.
Aunque ahora de verdad no hay nada.

—No, Hendrik, ninguna queja sobre ellos.
Bernard y Johan están felices.
Ya se les puso en la balanza, y por hoy dieron la talla.
Ay de los chicos, ay de ellos si hacen travesuras con las que ya se pasan de la raya.
Entonces les da el Largo, que quiere convertir a sus hijos en hombres, y fomentar en ellos el respeto por su padre y madre y por la humanidad entera.
El Largo vuelve a empezar su jugueteo con Crisje y con un tirón la sienta sobre sus rodillas.
Ella grita:
—¡Suéltame, loco, estás demente! ¿No tienes tú mismo nada que confesar?
Hendrik se queda callado.
Crisje piensa: ‘Allí está’.

—¿Qué pasa, Hendrik?
Pero este sigue sin poder hablar.
Ahora lo que quiere es por una vez contar esta felicidad en palabras bellas y claras.
Quiere acentuarlo y darle una bella figura a esta gran felicidad, con la que Crisje será muy feliz.
Pero aunque ella lo haya sentido desde hace un buen rato, quiere oír todo de su boca.
No le quitará nada a su Largo.
Tiene un criterio tan amplio.
Él también recibe su orquídea.

—¿Qué pasa, Hendrik?
—Tranquila, Cris, ya estoy aquí.
Ahora tienes que escuchar bien.
¿Recuerdas que fuimos a Wezel para cantar?
—Claro, Hendrik.
—Ahora viene, Cris.
Esta tarde hubo dos hombres en el negocio.
Y me preguntaron...

Crisje ya está brillando, y mira sus ojos sacándoles la luz.
Disfruta.
La orquídea ha llegado...

—Si no quería estar en el escenario a pesar de todo.

Lo ha sacado.
El Largo hace un ruido con la boca y la mira.
Crisje espera, ya puedes sacarlo a relucir, Largo.
Se le acerca.
—¿Y, Hendrik?
—Cris..., te vas a alegrar mucho.
Le dije: “Púdrase con su escenario.
Quédese con su dinero y sus tonterías.
Puede...”.
Por Dios, Cris... ¡Cómo me enojé!
Ya lo ha sacado.
El Largo le acaricia el pecho y el rostro a Crisje.
Su delantal vuela por encima de su cabeza.
Le revuelve la melena negra, lo sacude y lo aprieta contra el pecho.
Simplemente, no termina nunca.
No están solos, los chicos están allí.
Hendrik, oh ese Hendrik.
—Hendrik, ¡cuánto respeto te tengo ahora!
—Rechacé todo, Cris.
Y soy feliz ahora.
El Largo hasta suspira.
Crisje llora.
Qué día, por Dios.
¿Cómo tiene que agradecerle esto a Nuestro Señor?
La vida es una bendición, la vida es un cielo en la tierra, si tan solo quieres verlo.
Crisje se da una vuelta por donde Hent Klink.
Quiere tres copitas.
Quiere invitar a su Hendrik a algo.
Luego van a cenar.
Más tarde se sientan tranquilamente para hablar un rato.
Los chicos se han ido a la cama.
Hendrik toma su violín, aunque cuando apenas lo tiene en las manos, entra Gerrit.

—Qué suerte la mía —dice Gerrit—.
Qué bien le va a uno cuando tiene buena nariz.
Y licor de hierbas, además.
Alivia el dolor de panza y llevo un par de días con molestias, Cris.
Crisje lo conoce y sabe muy bien lo que hay de esta molestia.
Va a ser otra noche muy buena.
¿Ya lo sabe Gerrit?
No, ¿verdad?
Entonces ya le dirá algo ella.

—Por la salud de Hendrik, Gerrit.
Allí se entera Gerrit del brinco que dio el Largo.

—Eso sí que vale la pena, Hendrik.
Vaya diablo.
Qué bien que en nuestra familia tengamos a personas tan fuertes.
¿Qué nos importa el dinero, una casa linda, qué nos dice un millón?
¡Nada!
El mundo nos importa un bledo.
¡Salud, Hendrik!
Y para adentro se fue el licor de hierbas.
Gerrit suspira, sube la barriga y empieza a hablar italiano y francés.
Así, la vida es buena.
Los chicos pueden cantar en la cama.
Johan ya está silbando, se contagian y tienen que participar.
Ahora se puede, un momento, la vida es para todos, y también la felicidad.
No tienes que compartir el malestar con los niños, son demasiado jóvenes para eso.
¡Salud!
También viene llegando Jan Maandag.
Jan también piensa que es toda una proeza.
Conoce al Largo y piensa que no es cualquier cosa.
Y otra vez, aunque ahora diferente, en su imaginación, vuelan de verdad por encima del escenario, viajan por Italia y Francia, y besan el mundo como si nada.
Están en Londres y París, porque allí también el Largo sale al escenario.
También llegan a Nueva York, miran a todas esas otras personas y llegan a casa con carretadas de flores para Crisje.
Habitaciones repletas.
Toma, Crisje, bellos regalos para ti y los niños.
Toma, esto es de parte mía.
Fanny, el perro de Johan y Bernard, que empezó a vivir con ellos un poco después de que naciera Jeus, olfatea el pantalón de Gerrit y piensa que trae olor a perro.
Gerrit nunca trae a su preferido.
Sabe que eso resultaría en una pelea.
Fanny no tolera a otro perro en casa.
El animal ya se ha hecho muy amigo de Jeus, aunque sean Johan y Bernard quienes juguetean con él fuera.
—Tú vete, Fanny —le dice al perro—, si detestas a mi Nico, yo tampoco te soporto.
Gerrit toma carrera, traga saliva un par de veces y chasca la lengua.
Eso sigue así durante un rato y siempre ocurre con algunas variaciones.
A Gerrit le gusta tomarse una buena copa.
Lo hace con una actitud particular y todos siempre miran cuando se pone el vasito en los labios para tomar un traguito.
Cuando un día Johan lo vio, le dijo a su madre:
—Es simplemente, mamá, como si el alcalde se tomara su trago.
—Al no entender Crisje lo que Johan quería decir realmente, prosiguió—: Bueno, míralo, mamá, cuando sea grande, me tomaré mi trago así también.
Ese Johan.
Cuando Crisje se lo contó al Largo, este se partió de risa.
Johan y un trago no pegaban ni con cola.
Gerrit también lo sabe y se rio con ellos.
Sabe que todas estas cosas aumentan la tensión y que entonces su pequeña historia tendrá éxito.
—Primero... —se oye—, empiezo contigo, Cris.
Si yo también quiero alegrarte, ¿no me crees?
Pensé para mis adentros: ‘Qué tal si alegro a esa Cris’.
Siempre estás aquí empinando el codo.
¿Qué pensarías, Cris, de Francisco y de Fasís?
Crisje no permite que alguien mancille los nombres sagrados.
De inmediato está encima y corrige a Gerrit.
—Se llama de Asís, Gerrit.
—Ya te diré yo algo, Cris.
Conozco a todos esos santos y ellos me conocen a mí.
Ayer mismo me dijo uno: “Gerrit, tienes que concederte un poco más de descanso, trabajas demasiado duro”.
Pues Cris, hubieras visto la mirada que me dio ese niño santo.
Pero ya lo sé, tú quieres tener a Nuestro Señor en la cruz.
¿Tengo razón o no?
Crisje está en el séptimo cielo.
Este es un regalito.

—¿Si quieres hacer eso, Gerrit?
—Claro, Cris, de lo contrario no lo mencionaría.
A veces Gerrit cuenta chismes, pero siempre cumple su palabra.
Puede tardar un poco, pero llega.
Un buen día, Crisje recibirá su Nuestro Señor tallado en madera.
Pero Gerrit todavía no acaba.
Tiene la palabra, los demás escuchan.
¿Y ahora qué irán a oír?
Hendrik ya está riendo entre dientes, por supuesto que vendrá otro cuento chino lleno de mentiras.
Crisje ya recibió algo.
Ahora siguen los demás.
Primero, Gerrit mira la fila.
Quiere tomarles el pelo a los amigos de Crisje y empieza a reírse entre dientes.
—¿Oíste, Hendrik, lo que Casje ha hecho esta vez?

Las miradas se dirigen a Crisje.
Gerrit sigue:
—Me lo contó Hent.
—Ese perro traicionero —reacciona Crisje ya—.
¿Él?
—Espera un poco ahora, Cris.
No lo sabes todo de tu Casje.
Le crees a la gente con demasiada facilidad.
A ti también te tengo que avisar, Hendrik.
—Dices mentiras, Gerrit.
—Nada de eso, Cris, ¡espérame un momento!
La semana pasada, Casje llega detrás del Kom.
Quiere venderle algo al cazador furtivo de conejos.
Ya sabes quién es, ese ratero, que no deja nada donde está, que usa lo que sea.
En la fábrica de escobas robó miles de florines, también lo sabes, ¡y es él!
Esa mujer está en casa, pero no tiene un centavo para comprar algo.
¿Qué pasó entonces?
A Casje le da un ataque y se tira al piso.
Sabes tan bien como yo que a veces le da un ataque (—dice).
Esto ya es demasiado.
El Largo tiene que hacer callar un momento a Crisje; él sí quiere oír los disparates que Gerrit va a soltar esta vez.
Pero Crisje ya no quiere escuchar.
—Eso es deshonrar a la gente, Gerrit.
—No sabes lo que sigue, Cris.
¡Espérame un momento!
Incluso me darás la razón.
—Ya quisieras.
—Y ahora viene, Cris.

Gerrit los deja en suspenso un momento.
Primero un traguito, que dura una eternidad.
Crisje cae en la trampa, dice:
—¿Y qué pasó, Gerrit?
—Ves, Cris, ahora sí que te está empezando a interesar, ¿verdad?
Y es lo que quería, o no tiene gracia.
Pues Casje se tira al piso y le grita a esa mujer...: “Mire ahora en mi manzano!”
—¡Santo cielo —Crisje se parte de la risa—, qué montón de mentiras!

Hendrik y Jan casi se mueren de la risa.
El Largo no puede parar, Crisje no sabe qué decir y Gerrit siente su victoria.
Exagera otro poco más.
—Y ahora, Cris, viene lo peor.
—¡Ya no quiero oír nada de eso, Gerrit, nada del todo!
¡Son mentiras!
—¿Mentiras?
Hendrik, tú pregúntaselo a Hent, ya te dirá.
En ese momento llega a casa el marido, Cris.
Casje está en el suelo y esa vieja se parte de la risa.
El ratero mira un instante, agarra a Casje del pescuezo y lo tira a la calle.
Casje se va, no sabe ni dónde ir tan de pronto y olvida su caja de mercancía.
Hent todavía me dijo, y eso le parece a Hent lo peor, que ahora ese bandido anda vendiendo la mercancía de Casje.
Hent dijo: tenemos que impedirlo entre todos.
Que no pueda vender nada.
Así que si ahora viene aquí, Cris, ya estás avisada.
¡Eso es todo!
—Estás más loco que el peor loco en un manicomio, Gerrit.
—¡Vaya ingratitud, Hendrik!
¿Te lo habrías imaginado?
Te digo, ¡estén al pendiente de ese tipo!
Al Largo le parece una broma excelente y le sirve otra vez a Gerrit.
Pero a Crisje todavía no le cuadra.
Gerrit continúa:
—Ya ves, Cris, tú siempre quieres proteger todo, pero no se puede.
Tienes que saber distinguir el bien del mal.
Y no es tan fácil.
Quieres proteger todo, pero, eso también me lo dijo el santo, ¡está mal!
Pero ahora otra cosa.
¡Dios mío, los líos que tuve esta semana con Hanneke!
Ya se vuelven a acomodar, viene nuevamente una cosa bella.
Crisje también escucha, cuando Gerrit mete a Hanneke, se arma la feria.
—Crisje, conoces a esa Hanneke, ¿no es cierto?
No es culpa de ella que sea un poco seca.
Y que todavía no tenga hombre es exactamente lo mismo, y tampoco es culpa de ella, porque Hanneke no es cualquiera.
También lo sabes.
¿Cierto o no, Cris?
Crisje no dice nada y aguarda; Gerrit sigue:
—Me estoy cambiando y tenía una cita en Emmerik con un hombre de la iglesia, para cambiar algunas cosas del ornamento.
Pero cuando me estaba mirando allí a mí mismo, Cris, pensé: ‘Gerrit, Gerrit, buen hombre, ¡qué guapo que eres!’.
Qué pena tan grande que no tengas una bella mujer’.
Le pregunté a Hanneke: “¿Cómo estoy?”.
“¿Te quieres casar, Gerrit?”, preguntó.
Y no había pensado en eso todavía yo mismo, Cris.
¿Y qué crees ahora que me preguntó Hanneke?
No lo sabes, ¿verdad?
Ni tampoco lo podrás adivinar.
Hanneke me dijo: “Gerrit, cuando estés otra vez en Italia, fíjate si no encuentras a un buen hombre para mí”.
Y resulta, Cris, que no soy el tipo de persona para mandarle a Hanneke otros hombres, y encima hombres extraños.
Pensé: ‘¡Si todavía nos queda Jan Maandag!’.
Jan no contaba con esto y se pone colorado como un tomate.
Ahora Gerrit empieza con Jan, y le dice al Largo:
—¿Sabes, Hendrik, lo que es eso?
¿Por qué a Jan siempre se le ponen así de rojas las orejas cuando hablamos de mujeres?
¿No lo soporta Jan?
Jan ríe como si tuviera dolor de muelas.
No sabe dónde meterse.
Su timidez les da risa a Gerrit y al Largo.
También a Crisje le parece una broma bastante buena.
Qué gente tan rara vive en el mundo, esto no es más que muy normal.
Gerrit apuró su copa y quiere que le sirvan otra.
Ya tiene listo otro buen pretexto para lograrlo.
Mira su vasito y empieza otra historia nueva.
—La semana pasada tuve un sueño, Hendrik, que no fue cualquier cosa.
En ese sueño, volé para llegar donde Pedro.
Pedro es el que hace guardia donde Nuestro Señor, Cris.
Y de vez en cuando tiene que examinar a las personas, también cuando todavía viven aquí en la tierra.
Me dijo, Cris: “Gerrit, tienes mal aspecto.
¡Tómate de vez en cuando un buen licor de hierbas!
¡Es bueno para todo!”.
Le digo: “Vaya, hombre, tú sí que sabes lo que le hace falta a uno”.
El Largo mira su vasito, ríe tanto que casi se cae de la silla y le llena el vaso.
Gerrit lo toma y sin perder tiempo sigue:
—Sin esto, Cris, no puedes contar, ¿verdad?
Pero ahora, ¡Dios mío, cómo no lo pensé antes!

Ahora incluso Gerrit se ríe y entienden que vendrán más disparates aun.
—¡Óyeme, Hendrik, el drama que viví esta semana!
Hanneke se pasó toda la semana con dolor de dientes.
Cuando llegaba a casa de noche, allí estaba con un trapo amarrado en la cabeza, maullando.
Yo ya no lo soportaba, entienden.
Le pregunté: “¿Por qué no vas a ver al dentista?”.
Pero se cagaría de miedo.
No se atreve, esa lela miedosa, no quiere saber nada de eso.
Pensé, ‘pues tú misma’.
Pero cada noche me sacaba de la cama.
Le di un trago, pensando que solo a mí me gustaba.
Y cuando se hubo tomado tres, Hendrik, estaba perdidamente borracha.
Entonces se quedó dormida, pero al otro día, tres cuartos de lo mismo.
Cuando dije: “Ve donde Manus”.
Conoces a Manus.
“Ve adonde Manus”, dije, “él te puede ayudar”.
Pensé: ‘Ya veremos qué pasa con esos dos’.
Me preguntó: “¿Y él qué hace, Gerrit?”.
Le digo: “Sabe magnetizar.
Lo hace con el pulgar.
¡Así!”.
Le enseño, porque sé cómo lo hace Manus.
Debo decir, por más que beba como un cosaco, sí que sabe magnetizar, Manus.
Y es lo que es, Hendrik, aunque ahora te dé risa, puedes burlarte, puedes decir: “tonterías, imaginación”, o lo que quieras, pero Manus sabe magnetizar.
Sí, caray, si lo piensas bien, Hendrik, es algo muy particular, ¿no crees?
—¿Y fue, Gerrit? —pregunta Crisje tensa.
—¿Me crees, Cris?
¿En serio crees que digo la verdad?
—¿Si dijiste ya hace mucho tiempo que tenía problemas con los dientes?
—Gracias a Dios, Cris, que te acuerdes.
Sí, fue.
Pero me tuve que esforzar, ¿sabes?
Fue, pero tuvo que volver por la tarde, Manus tenía que herrar tres caballos.
Y por la tarde: Hanneke otra vez camino a Manus.
Hombre, ¡me parto de la risa!
Todavía lo veo ante mí.
Manus dijo: “Siéntate aquí”.
Hanneke mira a Manus.
Entonces le toca la cara con el pulgar, haciendo sus crucecitas.
Primero le preguntó: “¿Sabes rezar, Hanneke?”.
Dijo que obviamente.
Yo también voy a la iglesia, ¿o no?
Comulgo cada semana.
“Mejor”, dijo, “porque entonces se va a quitar solo”.
Manus empieza a rezar.
Hanneke cierra los ojos un momento; se le hace que Manus la roza demasiado tiempo y lo mira un segundo.
Le pregunta: “Dura mucho, ¿no, Manus?”.
Dijo, me contó Hanneke, Cris: “Este es muy grave, Hanneke.
Hay que tratarlo bien”.
Manus sigue rezando, con el pulgar hace el resto.
Pero cuando Hanneke cierra los ojos, Manus la agarra de la ropa y la está manoseando.
Hanneke se quita a Manus de encima de un empujón y se va volando.
Cuando llegué a casa en la noche, Hanneke estaba llorando.
Ni siquiera había entrado cuando ya empezó:
“Tú también eres un fresco.
¿Cómo puedes mandarme a ver a un tipo tan asqueroso?”.
Le pregunto: “¿Qué pasó?”.
“Ese tipo asqueroso me estaba manoseando.
¡Qué vergüenza!
Me puso de los nervios.
¡Cómo puedes hacerme eso, Gerrit!”.
Y ahora, Hendrik, por más raro que parezca, Hanneke se ha liberado de su dolor de dientes.
Al otro día me dijo: “¿Sí me habrá ayudado ese tipo entonces, a pesar de todo?”.
“Si te lo había dicho”, le dije.
El dolor de dientes se había ido y puedes pensar lo que quieras, pues, recuperé la tranquilidad en casa.
Pero es para volverse loco.
Todavía le dije a Hanneke: “Manus siempre busca dónde están los nervios.
Y no siempre están en el mismo lugar, no siempre están debajo de los dientes, sino que a veces también en la panza o incluso en otra parte”.
Y luego dijo Hanneke: “Al diablo contigo y tu Manus.
Menuda pandilla de borrachos, tú y tu Manus, están (estáis) locos de remate.
Tú y tu Manus...”.
Pero entonces, Cris, pues ya mejor me fui, porque eso no lo aguanta nadie.
Dejaron que Gerrit terminara su historia tranquilamente y otra vez se desternillan de risa.
Crisje piensa que en efecto ocurrió así.
Crisje cree sinceramente que es la verdad.
—¿De verdad estuvo donde Manus, Gerrit?
—Sí, Cris, tanto como yo estoy sentado aquí, ella estuvo allí.
—¿Lo dices en serio? —pregunta Jan.
—Si ya lo dije.
Puedes pensar lo que quieras, pero Manus sí que tiene algo en las manos.
Por más negras que estén, ¡sabe curar el dolor de dientes!
¿A cuántas personas no habrá ayudado ya?
Incontables.
Y con eso se toma un buen trago.
Ni dos minutos después ya lo puedes ver donde Hent Klink.
Pero bromas aparte: Hanneke se quitó de encima su dolor de dientes.
Y de eso ya hace un par de días.
¿Acaso será brujería eso, Hendrik?
No lo saben.
Pero sin duda que Manus puede quitar el dolor de dientes.
Manus Reusel tiene algo y así hay más gente, que sabe sanar.
No sabrían decir lo que es todo eso, pero en cualquier caso pasaron un buen rato con la historia que Gerrit contó.
Qué pena que no esté Peter.
Entonces podrían reírse de su chistosa jerga, y él podría participar también.
Estas veladas son de las pocas cosas que tienen para divertirse.
Todos los días trabajan hasta partirse el lomo y de vez en cuando un poco de distracción como esta.
Gerrit, Peter y Jan son los mejores amigos del Largo.
Claro que tiene otros, pero la amistad de estos cuatro es sin duda mucho más grande y profunda.
Forman el “cuarteto” y se encargan de que una semana de dura labor no dure demasiado tiempo.
Sin Gerrit, esta vida ya no tendría mucho valor.
Jan pasa con frecuencia.
Juegan a las cartas, mascan tabaco, fuman, tocan música, se toman un trago de vez en cuando y no saben nada sobre la vida en la ciudad.
Ni tampoco quieren tener nada que ver con ella, y aun así son felices.
Al Largo siempre se le ocurre algo nuevo, trabaja duro, siempre con ideas para ganar más dinero.
A Crisje le gusta cuando se juntan los hombres.
Los conoce y también son sus amigos.
Si no los tuviera, la vida valdría mucho menos, por más que se apoyen entre ellos, y esa no es la intención de Nuestro Señor.
Gerrit siente que tienen que irse.
Se despiden.
Cuando se han ido, Crisje le dice al Largo:
—¡Qué pena, de verdad, Hendrik, que ese Gerrit no tenga una buena mujer!
De Jan lo entiendo, es tímido como un niño, pero ¿Gerrit?
—Pues allá ellos, Cris.
¡No saben lo que es besar!
El Largo vuelve a abrazar a su mujer hasta casi ahogarla.
Pero ella es feliz a más no poder y está orgullosa de él, y no se cansa de decir que ahora el Largo ha vencido a su diablo y que este ya no tendrá oportunidad de destruirles la vida.
Porque ¿en qué habría terminado y qué debía haber hecho ella?
¿Ir a vivir a la ciudad, seguirlo?
¿Andar volando por este mugriento mundo?
Crisje nunca podría acostumbrarse a la ciudad, se moriría de la nostalgia.
Le son totalmente ajenas las costumbres de vida de esta gente.
Viven a la buena de Dios, y les da igual Nuestro Señor.
No, eso no es nada para Crisje.
¡Y es que el Largo sabe que habría asesinado conscientemente esta vida!
Así, Crisje, las cosas están bien.
Ya no hace falta que hables más de esto.
Esto es.
El Largo no quiere saber nada de escenarios.
No se puede comprar la felicidad por dinero ni joyas, por lo menos no la felicidad que posees ahora.
Lo que hace feliz a la gente en la ciudad es algo muy distinto que aquí en el campo, aunque “los ratones se mueran de hambre en la alacena”.
Además, aquí no le falta nada a Crisje.
Si pudieras mirar detrás de todo eso hermoso y bello, las casas grandes, el bullicio y la supuesta alegría de esa gente de ciudad, verías que no solo los ratones, sino también las ratas están muertas en la alacena.
Ahora, Crisje recibió su “orquídea” del Largo.
Ahora la casa está en silencio.
Sienten que los va invadiendo una tranquilidad y es como si el cielo les sonriera.
No se pronuncia una sola palabra.
De pronto les llegó y es como si los hubiera abducido de este mundo.
Hendrik y Crisje están en el paraíso, sentados allí debajo de un árbol.
Mira, Crisje, ese pájaro que viene volando hacia nosotros.
Veo que el animalito lleva un papelito en el pico.
¿Qué mensaje contendría?
Deja caer el papelito delante del Largo.
Hendrik lo recoge y lee:
“Ya no tengo preocupaciones por ustedes dos.
Pero ¡cuídense!
¡Saludos de Nuestro Señor!”.
Crisje sabe ahora que el siguiente niño se llamará Gerrit.
No por este Gerrit, sino por su propio hermano.

—¿O ya tienes otro nombre para él? —le pregunta al Largo.
¡Donde sea que miren crecen las orquídeas!
No las tocan, solo miran.
Crisje mira al espacio.
Empieza a volar, el Largo la sigue, pero ahora se le van cerrando los ojos, se cierra la rejilla del paraíso.
Nuestro Señor vela.
¡Siempre vela, día y noche, por la gente de buena voluntad!
Gerrit y Jan no entienden de estas cosas.
¡Tienen que volver a nacer otra vez!
—Pero gracias, Señor Nuestro, gracias de verdad.
¡Tú lo hiciste!
¡Lo sé!
¡Te estoy tan agradecida, espero que lo sepas!
Seguiré esforzándome. ¡Te lo prometo!
En estos alrededores nadie entiende lo que es.
¡Eso vive aquí!
Y cualquiera también se lo puede dar a los demás...
No cuesta nada.
Solo hay que hacer algo para eso.
¡Eso es todo!
—Y un gorrión muerto también tiene un poco de eso, ¡y no es más que un gorrión!
¡Y nosotros somos personas!
¡Personas!
¡Hombres y mujeres!
¡El Largo es un rey!