Oh, Bernard, ¡qué agradecida te estoy!

Cuando por la mañana el Largo y Crisje comentan algunas cosas antes de que Hendrik se vaya, Jeus siempre mira desde su rinconcito de la habitación a esos dos allí en la cocina, porque siempre hay algo adicional que se puede ver y oír, y para él es una verdadera fiesta.
Las bromas que sabe gastar papá.
Nunca ve a su padre con actitud seria; enseguida, cuando esté listo para partir, alzará a mamá por las alturas y esta recibirá tres besos, ya lo sabe Jeus.
¡Siempre es así!
Cada mañana, papá no lo olvidará nunca.
Y entonces Jeus oye que Crisje lanza pequeños chillidos, parecen unas risitas tontas...
Claro que le hace bien a mamá y más adelante también lo va a intentar, solo que primero tendrá que ser más grande y fuerte.
Le parece que debe valer la pena y lo hará también cuando luego esté casado con su propia mujer, porque para él todo eso es imponentemente hermoso.
Cuando Jeus habló de estos asuntos con Bernard, diciéndole que le parecía tan imponente y tan bello, convencido de que Bernard seguramente no veía ni sabía nada de todo eso, en realidad Jeus se sorprendió bastante cuando resultó que Bernard ya lo sabía todo, y que incluso lo entendía mejor.
Cuando Bernard dijo:
—Ya lo he estado mirando toda mi vida, ya lo he olvidado... —Qué cráter hizo en el mundo de sus pensamientos, tenía que reflexionar un momento sobre esto.
A Johan no tenía que preguntarle nada sobre el tema, siempre se reía.
Pero Bernard respondía a lo que fuera; para él, Bernard era el gran hombre que lo sabía todo y que le podía dar una respuesta clara a todo.
‘Tan solo mira a papá’, piensa Jeus.
Esta mañana, papá está de un humor excelente, probablemente le parezca bien que se vaya a asomar allí un momento.
Gerrit, que duerme al lado de Jeus, está quejumbroso, porque este, al colgarse tanto fuera de la cama, le quita todas las mantas y el calor, lo que a ese chiquillo engreído y de prontas reacciones le parece absolutamente innecesario.
Gerrit también le pega de inmediato, por más pequeño que sea todavía, pues no lo tolera.
Crisje ya sabe que Gerrit no se deja avasallar; está listo enseguida, y patea y pega donde pueda darle a su adversario.
Jeus le perdona mucho a Gerrit, porque ¿qué va a poder hacerles ese lelo?
Es buen amigo de Bernard, a Johan lo tienes ganado de entrada, a él lo tienes siempre, se parece un poco a mamá.
A Johan puedes hacerle lo que sea, si lo dejas en la oscuridad día y noche, en el sótano, por ejemplo, el niño se sienta tranquilamente a esperar.
Aunque Crisje no quiera de ninguna manera que los niños estén enojados, le preguntó un día a Johan:
—¿Será que nunca te enojas, Johan?
—No, mamá... —salió por esos pequeños labios—, ¿por qué me enojaría?
Y allí dejó a Crisje.
‘Ese niño es demasiado bueno’, pensó, ‘y conocerá muchísimas dificultades en esta vida.
Este niño es tranquilidad, agua quieta, nunca te dice una palabra dura.
Nunca llega a perder los estribos; ¡una diferencia con Bernard como el día y la noche!’.
El Largo también lo sabe, lo sabe de sobra, y le irrita enormemente, porque Johan no tiene nada de él y si quieres cantar, también tienes que tener algo más por dentro o te aplastarán contra el escenario.
Hace ya algún tiempo, Crisje le dio a entender al Largo:

—Mejor sácate eso de la cabeza, ese solo es capaz de agarrarse de mis faldas.
¡Aunque sea uno de los mejores que tenemos!
Y no había nada que el Largo pudiera oponer a eso, porque Crisje decía la sagrada verdad.
A esto no había nada que oponer ni era posible cambiarlo.
Era como si el interior siguiera durmiendo y no despertara nunca.
Y es que el Largo molestaba demasiado al niño, según Crisje, pero ni eso servía.
Johan seguía siendo tranquilo y siempre él mismo.
El niño no reaccionaba a nada.
¿Y ese era precisamente su hijo mayor?
Pero había otros tres, y ya venía otro más en camino, del que Crisje sabía, por los sentimientos que le daban y que nunca la habían engañado, que sería otro varón; más en particular de la horma de su Hendrik.
¡Sí, exactamente igual!
—Entonces mejor lo dejamos así —se resignó el Largo.
—Seguro habrá un cantante de ópera entre ellos, ¿no, Cris?
¿Tú qué piensas?
A Crisje le importaban un comino esos cantantes del Largo.
Un buen oficio era mejor.
Pero sabía que lo que el Largo no había podido realizar para sí mismo lo veía en sus muchachos e intentaba moldear algo de esos chicos que, pensaba él, seguramente estaría en sus manos hacer.
¿Cantantes?

—Son muertos de hambre —dijo Crisje—, hoy tienen algo que gritar, ¡mañana se pueden largar!

¿Y no era cierto, Largo?
Lo que Jeus tenía, lo que vivía en Jeus, ¡eso sí que era algo!
Pero eso no estaba a la venta y solo pocos niños lo tenían.
Era lo más imponente que podía poseer un ser humano.
Qué raro, eso sí que no lo veía el Largo, ni tampoco tenía el menor interés por él.
No le llamaba la atención, pues colgaba entre el cielo y la tierra, y para el Largo era demasiado difícil y estaba demasiado alejado de su vida.
No lo controlaba ni podía mirarlo.
¡Para Crisje era lo más elevado que un ser humano pudiera recibir de Nuestro Señor!
Y a eso se sumaba además el carácter cariñoso del niño, esa deliciosa suavidad, los sentimientos cordiales, el pensar puro como de un adulto y el contacto con uno, que penetraba directamente dentro de la vida de uno, y ¡todo eso se le escapaba al Largo!
No veía nada de eso, ¡estaba ciego como un topo!
Esta mañana, el Largo estaba cuchicheando con Crisje ¡como dos palomas en el palomar, que día y noche estaban zureando!
¡El Largo ríe!
Crisje suelta grititos.
Jeus piensa, ahora puede suceder.
Ya le gustaría estar un momento sentado junto al Largo.
Una rica taza de café de mamá, allí entre los dos para absorber esas cosas tan de adultos, exactamente como papá, a quien le molesta su gran bigote.
—¿Puedo estar contigo, papá?
Me quedaré muy quieto.
Es tan acogedor allí contigo, ¿sabes?
—¿Lo oyes, Cris?
¿Desde cuándo ha crecido tanto?
—Las cosas que te faltan por vivir con él, Hendrik.
Si yo fuera tú, me fijaría un poco más en su interior, en lugar de tanto escuchar las voces, ¡esto es algo muy distinto!
—¿En serio, Cris?
—Ya entiende todo, Hendrik.
Puedes hablar con él como si fuera un adulto.
Jeus ya está en la mesa con su padre.
Se toma su rica taza de café.
Crisje le prepara una rebanada de pan.
Se siente grande, en armonía con sus padres, y piensa en cuando llegue el momento en que él también tendrá que ir a trabajar.
El niño desciende profundamente en esa vida y está allí sentado, ve al Largo como si el cielo y la tierra descansaran en su tejado.
El Largo sigue al niño, pero no hay mucho tiempo, casi se tiene que ir.
Jeus solo quiere saborear lo que se siente estando con sus padres en la mesa tan temprano.
Quiere saber lo que siente el Largo, ahora que está a punto de marcharse.
Como jefe de esta casita, con todos esos chicos, una mujer que pone café y que habla contigo; todo sabe tan imponentemente rico, ni siquiera el delicioso caldo de gallina de mamá puede con eso.
En esto siente y ve de todo.
El Largo disfruta su café, empuja su bigote hacia arriba y tampoco quiere ensuciar su perilla.
Jeus lo ve y lo imita por un momento, poniéndose las manitas en los labios y agarrándose la barbilla, aunque no pueda terminar de hacerlo sin quemarse.
El café corre por la mesa y Crisje ya se levantó de un salto para recogerlo todo.
—¡Por todos los demonios... —sale de la boca de Jeus—, qué cabrón seré...!
El Largo casi revienta de la risa.
No se levanta brincando de su silla, sino que tiene algo rico para Crisje.
Cuando él ha terminado de reír, Crisje oye:
—Ahora creo, Cris, que es especial.
Sabe jurar exactamente como yo.
Debo decir, ¡aprendió a rezar!
El Largo le permite a Jeus quedarse sentado.
Crisje mira a Jeus como si tuviera que tirar de él para sacarlo del lodo, como si detrás de la casa, en medio de la pocilga, se hubiera hundido en la mierda hasta el cuello y ahora le tocara a ella sacarlo de allí.
Es un golpe para Crisje, ¡es mucho más todavía!
¿Dónde aprendió Jeus todo esto tan de pronto?
Ya hizo que Crisje se ruborizara, es un golpe, es un agujero en el que por poco se ahoga.
Pero Jeus ya pide más café.
Todavía no ha absorbido en él todo lo de esta mañana.
Gracias a Dios, papá no está enojado.
No sabe lo que esto puede significar.
E hizo reír a papá, ¡así que tampoco es grave!
Pero ante Crisje, Jeus echó a perder todo.
Para salvar lo que se pueda, y evitar que el niño se imagine cosas, le da a Jeus media taza, así podrá seguir disfrutando.
El niño está ahora absorbiendo traguito tras traguito, gota tras gota.
Pero el Largo ha terminado.
Ahora Jeus ve, pues está muy cerca, que Crisje es arrojada por las alturas.
Ahora mamá está suspendida entre el cielo y la tierra.
Crisje recibe sus besos de papá y es tan imponente, algo tan especial, que Jeus no se harta de verlo.
¡Ya se fue el Largo!
Ahora que están a solas, Jeus oye:

—¿Por qué dices esas palabras tan asquerosas, Jeus?
El niño reflexiona, alza la mirada hacia mamá y pregunta:
—¿Son palabras asquerosas, mamá?
—Sí, claro, Jeus, está mal.
—Ah —se oye—, ¿está mal eso?

Pero Jeus aprendió un montón de palabras así.
Si tan solo oyeras a Bernard, Crisje, le enseña de todo a su hermanito.
Hay un momento de silencio, pero entonces sucede.
—¡Cómo sabe besar papá, verdad, mamá!
A Crisje le dan ganas de pegarse en la cabeza.
Qué ideas las suyas, de dejar al niño con ellos en la cocina, tan temprano por la mañana.
Jeus reflexiona y Crisje también sigue cavilando hasta que Jeus la interrumpe.
—Mamá, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro, ¿qué quieres saber?
—¿Por qué la gente dice “demonios”?
Crisje por poco se cae hacia atrás del susto, en pensamientos se persigna como un rayo diez veces y no sabe qué decir.
—Esa también es una palabra fea, Jeus, y ya no debes decirla, porque entonces haces felices a los diablos y más adelante irás derechito al infierno.
—¿Qué es el infierno, mamá?
—El infierno, bueno, es adonde llegan a estar todos los niños malos, ¡es como el sótano!
Jeus reflexiona un largo rato, Crisje también.
Qué cosas, las seis y media de la mañana y ya hay alguien que quiere saber lo que es un infierno.
Y luego además jurar así, es terrible.
Jeus lo entiende, en el infierno hay oscuridad, una oscuridad tremenda.
Y ahora sigue más acerca de lo que Crisje no debe formarse un pensamiento sagrado ni ilusión alguna.
Ella también sabe que los niños aprenden precisamente las palabras que justamente no deben conocer.
Pero esto ya es así desde que existe el mundo, y de todos modos es algo imposible de cambiar.
Solo que ella nunca pudo, aunque de vez en cuando tengas que usar una palabra dura, pero eso no es jurar, es que el dialecto es así.
—¿Por qué la gente dice “por mí, revienta”, mamá?
Por todos los cielos, ¿ahora qué?
Esto sí que es muy grave.
Crisje está indignada, ¿dónde aprendió el niño todo esto?
—Pero mi Jeus, ¡eso es jurar!
¡Es lo peor que hay!

Y como si Jeus sintiera que ahora pronto habrán terminado y ya no podrá preguntar nada más, sale rápido de su boca esto último:
—¿Y por qué la gente dice “vete a la mierda”, mamá?
Crisje está desesperada.
Tendrá que confesarse por lo menos diez veces si quiere enmendar esto.
—Ahora mejor calla, parlanchín.
Tengo otras cosas que hacer.
‘Qué raro, de todas maneras’, piensa Jeus, ‘que los adultos nunca puedan encontrar el momento de hablar contigo tranquilamente’.
Se burlan de ti o no tienen tiempo.
Bernard ya le dijo: “Son pretextos, claro, entonces se dan cuenta de que ya sabes todo sobre eso y se quedan con la boca abierta”.
Y ahora su madre se quedó con la boca abierta.
El montón de cosas que ya sabe Bernard de esta vida.
Bernard sabe incluso más que Crisje, también más que papá, más que todas las personas.
Ahora Jeus también lo sabe, no tiene que contar con Crisje, mamá no le contesta.
Bernard todavía se lo había dicho:
—Ten mucho cuidado, Jeus.
Si les preguntas algo que no quieren decirte, por qué, no lo sé... me falta enterarme, entonces ¡se quedan con la boca abierta o se alejan!
Y Crisje se había alejado.
Ahora mamá no tiene tiempo para él, Crisje tiene un montón de cosas que hacer, pero ¡son cuentos chinos y una gran mentira!
Ahora que aparecen Johan y Bernard están bien a gusto los tres y otra vez pueden charlar.
Crisje oye que los otros dos saben todavía mucho más, y que se han apropiado de muchas otras cosas aparte de jurar, y no le queda más que admitir que ya no puede cambiar esto en nada.
Pero este mundo está podrido, más podrido que el abono apestoso, quien trajo estas palabras al mundo es una mala persona.
¡Irá directo al infierno!
—Vaya —le dice Bernard a Jeus—, ¿quieres saberlo todo?
Entonces hoy te daré una vuelta por la ciudad.
¿Cómo lo ves?

—¿Lo dices en serio, Bernard?

—Claro, si te digo algo, ¡puedes contar con que te voy a cumplir también!
Ves, así es Bernard.
Jeus ya está listo, al rato se irán.
Bernard primero tiene algunas cosas que hacer para sí mismo.
Bernard ya se fue, Johan junta sus cosas y se va a la escuela.
Alrededor de las diez, Bernard está listo para Jeus y se van a escondidas, pues mamá obviamente no lo aprobará, tienen que quedarse cerca.
Bernard empieza a aclararle los alrededores a Jeus.
Ahora están en medio de la calle Grintweg.
‘También vale la pena, sin duda’, piensa Bernard.
—Este camino, Jeus, va desde aquí hasta el lejano Zeddam, y luego todavía más lejos.
Si recorres esta camino, llegas a Aarem, y esa es una gran ciudad.
Allí viven por lo menos mil personas.
Allí es muy diferente que aquí.
—¿Cómo sabes todo eso, Bernard? —pregunta Jeus.
—Obvio, ¿no soy varios años mayor que tú?
—Es cierto.
¿Y te lo contaron a ti, entonces, como tú me lo vas a contar a mí?
—Esa es la cosa más sencilla del mundo, ¿no?, la gente aprende de los demás.
—Eso se entiende.
—Bueno, aquí en realidad no hay nada que ver.
Esta es la casa de Hosman.
Tienen vacas y caballos.
De todo, es granjero.
También tienen gallinas y un perro que puedes montar, pero es peligroso.
Y no quiero tener nada que ver con él.
Esa gente, Jeus, es más avara que nada.
El queso más rico se lo comen solos.
—¿Cómo sabes todo eso, Bernard?
—Ya lo verás más adelante, cuando tengas que ir por leche, como Johan y yo.
¡Si pueden tomarte el pelo con la leche, lo hacen!
Pero a mí no me lo hacen.
A Johan sí, siempre lo engañan.
Tomados de la mano se dan una vuelta por la Grintweg.
Bernard tiene algo en mente, y ya se lo mostrará a Jeus.
Está un poco lejos de la casa, pero sin duda vale la pena.
Bernard espera una admiración respetuosa por todo lo que ya sabe, no pide más.
—¿Ya has escuchado hablar, Jeus, como yo lo sé, de la “Cabaña de Sint de Tien”?
—¿Qué es, Bernard?
—Es más que tus búsquedas por Nuestro Señor, más todavía que todo tu jugueteo con esas pelotas, de lo que por cierto no creo lo más mínimo.
Jeus alza la mirada hacia su hermano.
Ah, vaya, celos, Bernard está que no cabe en sí.
Bernard persigue a Jeus y no lo ha olvidado.
Oye y ve todo y sabe muy bien que mamá es creyente y que Jeus le ha robado el corazón, aunque sepa que ella no distingue entre sus chicos.
Jeus se lo tiene que tragar.
—¿Dónde está Fanny?
Jeus se asusta.

—Qué bueno que no lo trajimos, Bernard.
—Déjalo... —le espeta Bernard—, ya es hora de que se cuide solo.
Nos portamos como locos de remate con ese perro, ¡no tiene que vivirlo todo!
A Jeus le parece una pena.
Piensa en Fanny.
También habría podido vivir un hermoso viaje.
¡Él no hace nada sin su amiguito!
Fanny tiene que estar presente en todo.
El animal es su vida, su pensar, su amor.
Pero cuando Bernard le quiere aclarar a Jeus lo que sabe de esta cabaña, Fanny viene a su encuentro meneando la cola, y a Jeus le parece de lo más divertido.
A Bernard no, ya tiene que decir algo sobre esto:
—Si ya no escuchas por estar mirando al perro, me voy a casa.
Jeus suelta a Fanny, es consciente de que tiene que escuchar.
Ahora los chicos están en (la calle) Zwartekolkseweg.
Y están en medio del bosque, hay árboles hermosos por todas partes, la naturaleza está resplandeciente.
Allí a lo lejos hay una cabaña y Bernard le quiere contar todo sobre ella.
Ahora Jeus se siente como en el paraíso.
Estos sí que son árboles.
Exactamente como allá, donde José.
¡Cómo es posible!
Jeus palpa la gruesa corteza.
Bernard lo sigue.
Cuando Jeus pregunta:
—¡Qué gruesa piel llevan estos! —Bernard no puede evitar reír.
¿Piel?
¿A eso lo llamas una piel?
La gente y los animales tienen piel, los árboles no.
—¡Es madera —dice Bernard—, no es piel!
—Pero... —se le sale a Jeus...

—¡Nada de peros! ¿Me quieres escuchar o lo sabes mejor que yo?
Si no ¡me voy a casa!
Ahora Jeus entiende que Bernard es de armas tomar.
Tiene que seguir a su hermanito, o se larga, dejándolo aquí a solas.
Se sintoniza con Bernard.
Pero a Jeus le gustaría sentarse un momento.
Es tan deliciosamente suave aquí, nunca ha visto todo esto.
Pero a Bernard no le apetece para nada.
Para él, no significa nada.
Bernard le promete que más adelante podrá ir a sentarse en el bosque ¡todo lo que quiera!
—Mira, Jeus, te presento la cabaña de Sint de Tien.
Jeus ve una cabaña, y alrededor una pequeña cerca.
Esa cabañita está protegida.
Pero ¿por qué?
Ahora Bernard está susurrando.

—Dicen, Jeus, que aquí adentro yace un hombre que se suicidó.
Ese hombre tiene que haberse ahorcado.
Y a la gente que se haya ahorcado, se lo puedes preguntar a mamá, no se les puede enterrar en otro camposanto, o contagian a los demás.
Jeus ya está ebrio de sabiduría.
Las cosas que sabe ese Bernard.
Pero ¿qué significará todo esto?
—¿Qué es ahorcarse, Bernard?
Eso sí que hace reír a Bernard.

—¡Qué cosas! —Se ríe con unas carcajadas temerarias—. ¡Qué cosas! ¿No sabes lo que es ahorcarse?
Jeus tiene que confesar que no sabe ni entiende ni torta de eso, y Bernard puede reír todo lo que quiera.
La verdad es la verdad, no lo sabe.
Y ahora Bernard se siente importante.
Lo sabe, ha ahorcado por lo menos diez ratones ya, porque quería saber lo que significa ahorcar.
—Ahorcar, Jeus.
—Ahora viene la aclaración, con aire de importancia—.
Es matar algo.
Y, pues, cuando lo hace una persona y se pone un pedazo de cuerda alrededor de la nuca, entonces es ahorcarse.
Se muere, claro, ¿no?
Y entonces no te pueden enterrar en el otro cementerio.
—¿Lo hace mucha gente, Bernard?
—No, claro que no.
¿Quién va a querer matarse?
—Eso se entiende, queda claro.
Yo tampoco lo haría.
¿Tú, Bernard?
—Claro que no.
Mi vida me parece demasiado bella.
¡Ni loco se me pasaría por la cabeza!
—Pero ¿por qué se le llama la cabaña de Sint de Tien, Bernard?
—No lo sé, y eso no lo sabe nadie, ves.
—Y ¿por qué lo enterraron aquí, Bernard?
—Si ya te lo dije.
Mamá dice que no se les puede enterrar en tierra sagrada.
Jeus a mira la cabaña.

—¿Por qué le pusieron llave a la cabaña, Bernard?
¿Tienen miedo de que vaya a salir corriendo?
Bernard sigue caminando, arrastrando los pies, ya no le contesta a Jeus.
Hay mucho que ver.
—Mira aquí, ven, Jeus, ¡es el cementerio judío!
—¿El cementerio judío, Bernard?
¿Qué es un cementerio judío?
—Tendrías que haberme preguntado qué es un judío, ¿no?
Pero todavía no sabes pensar.
¡Te dieron, Jeus!
Bernard es tu superior, de esto no sabes nada.
Pero ya se lo preguntará a José, ese lo sabe todo.
¡O al Largo!
—Ven, Jeus. —Sigue su camino Bernard—. Vamos al molino, eso también es bonito, ¿no?
Caminan tranquilamente por el bosque y llegan donde está un molino.
Jeus todavía no ha visto una cosa así.
El molino gira, las aspas dan vueltas rápidamente, es una cosa extraña.

—¿Por qué, por qué será que esa cosa tiene que girar, y por qué aquí, en medio del bosque y a una cierta altura?

Bernard no lo sabe.
Jeus sabe ahora que Bernard tampoco sabe todo.
Pensaba que su hermano le contaría más.
Bernard ya se desinfló, el enorme coloso se va haciendo más pequeño para Jeus.
Ya lo sabe, dentro de unas semanas Bernard podrá contarle lo que quiera, y entonces él le enseñará algo a Bernard y podrá aclarar las cosas.
Ahora tiene que aceptar que Bernard repita cada vez:

—No lo sé, pero ya vendrá.

Es falta de sentido común.
Bernard no piensa.
¡Bernard solo sabe decir chorradas!
Cuando Bernard siente que Jeus está mirándolo incrédulo, todavía añade:
—Aquí muelen el pan, ves.
¡Aquí hacen harina y por eso tienen que girar las aspas!
—Eso es otra cosa, Bernard.
—¿Qué es otra cosa? ¿De qué hablas ahora?
—Ahora sé por qué esas cosas dan vueltas.
—Oh, pero eso lo puedes entender por ti mismo. —Oye Jeus, y con eso Bernard quiere decir que tiene que pensar.
Jeus ya siente ‘¿me equivoqué allí un poco?’.
Bernard sí sabe mucho más de lo que él pensaba.
—Ven, vamos al Wetering, es un canal ancho.
—¿Dónde es eso, Bernard?
—Es cerca de la frontera (alemana), ¡entonces sí que te mostraré agua como nunca en la vida has visto!
Bernard va tirando a Jeus por el caminito hacia la frontera.
Cuando ven el imponente convento donde viven los padres, no termina de asombrarse.
—¿Qué casa tan grande es esta, Bernard?
—Es el convento.
Aquí viven los padres.
Ya sabes, esos tipos que siempre andan arrastrando los pies por la Grintweg hacia el bosque, con esos trajes negros.
Eso está claro, Jeus ya ha visto a esos hombres muchas veces.
Ah, ¿ese es el convento?

—¿Qué hacen esos tipos, Bernard?
—Pues obvio, todos son párrocos... ¡O van a serlo!
—¿Lo mismo que nuestro párroco, el párroco de mamá?
—Es lo mismo, y ¡estos no son otra cosa!
‘Qué hermoso es y qué bella casa que es’, piensa Jeus.
—¿Y les hace falta entonces una casa tan grande, Bernard?
—¡Pues supongo...! —dice Bernard escuetamente—.
¡Supongo!
Jeus lo procesa.
Pero... ¿Bernard?
—Son ricos, ¿no es así, Bernard?
—Son ricos a reventar, ¿no te queda claro viendo la casa?
—Claro, lo puedo entender.
¿Y la hicieron ellos mismos, Bernard?
—Será... No lo sé, pero se entiende.
Un poco después, están frente a la pequeña estación Zutphen-Emmerik.
A Jeus se le caen los ojos de la cabeza, y ya pregunta:
—¿Qué es esto, Bernard?
—¡Es el tranvía!
—¿El tranvía?
¿El tranvía...?

Y luego surge una efervescencia en él y pregunta:
—¿Es el tranvía en el que se va papá?
—Ese mismo, aquí es donde debe venir papá cuando tiene que ir a Emmerik todos los días.
—¿Y es cierto eso, Bernard?
—¿Que si es cierto?
¿No están allí los vagones?
—Tienes razón, Bernard.
Pero Bernard ve más cosas.
Le indica a Jeus dónde está el guardia.
Pero eso no le interesa al mismo Bernard, y ya prosigue su camino.
Ahora llegan a la frontera, al canal.
Están en el puente y miran la corriente.
Jeus ve agua hasta donde le alcanza la vista.
Dios mío, ¡cuánta agua!
—¡Aquí te puedes ahogar, Bernard!
—Lógico, ten mucho cuidado.
Yo no sé nadar, ¿vale?
—¿Nadar, Bernard?
¿Qué es nadar?
—Hay gente, también hay chicos que saben hacerlo, y quiero aprenderlo más tarde, que no se dejan ahogar.
Que se quedan flotando encima del agua, pues.
¡Y eso es nadar! (—explica.)
Jeus lo entiende de inmediato.

—Y aquí —prosigue Bernard—, ya tienes la frontera.
Si pones los pies allí, estás en Alemania.
Y allí, que es un buen tramo de camino, está Emmerik, y ¡allí fue a trabajar papá!
Jeus mira, todo es imponente.
Reflexiona y tiene algo que preguntar.
¿Qué era lo que decían los adultos?
—¿Sabes cómo se llama esa gente, Bernard?
—¿Que cómo se llama esa gente?
¿Qué gente?
—¡Los que viven aquí!
Bernard lo mira.
Sí, ya sabe lo que quiere decir Jeus, un momento.
Ya lo tiene.
Aparece un rayo de felicidad en su morrito cuando le puede contar a Jeus lo que siente y sabe:
—Ya sé lo que piensas y quieres saber, Jeus.
¡A esa gente se les llama “boches”!
¡Eso es!
Gerrit Noesthede y también Jan Maandag y papá hablan de ellos.
—Pero ¿qué son boches, Bernard?
—Boches, boches... Sí, ¿qué son los boches?
Yo tampoco lo sé, Jeus.
Mejor pregúntale a mamá o a papá, ¡ellos lo sabrán!
¡Y eso es todo!
Con toda calma, Bernard va de regreso.
Ahora están frente al edificio de la policía, hace un rato también pasaron por allí.
—¿Ves eso, Jeus?
—Sí, Bernard.
—Pues esta es la casa de los gendarmes.
Aquí está la prisión.
Aquí meten a los borrachos, a la gente que se pelea, a los navajeros.
Sí conoces a los gendarmes, siempre pasan con sus caballos por la Grintweg, ¿verdad?
Sí, eso lo entiende Jeus.
Cuántas cosas está aprendiendo hoy, ¿cómo debe asimilar todo eso?

—¿Aquí están los borrachos? —Oye Bernard que se dice a sí mismo.
—Entonces ¿por qué no metieron a la señora De Man en prisión, Bernard?
¡Esa bebe como un cosaco!
A Bernard se le asoma una sonrisa.
Jeus todavía es demasiado mocoso para saber que la señora De Man no anda con una navaja encima, porque solo a los navajeros y a los rateros se les encierra en el “bote”.
Y cuando Bernard le aclara eso, Jeus le está muy agradecido, porque queda claro y se puede entender.
Ahora están frente a la escuela y oyen el murmullo que hay dentro.
Bernard ya está explicando:
—Mira, Jeus, esta es la escuela.
Johan ya está aquí, tiene cosas que aprender, pero pronto nosotros también tendremos que ir a la escuela.
¡Aquí están los maestros!
A Jeus no le faltan ganas de llamar a Johan.
Pero Bernard dice que no debe hacerlo, porque los maestros no lo quieren y entonces les irá mal cuando ellos también estén en los pupitres.
—Escucha cómo cantan, Jeus.
Los maestros los obligan...
—¿Son buenas personas esos maestros, Bernard?
—Johan dice que la maestra es como un gato.
Viene de la ciudad y no tiene pelos en la lengua.
Y no la quieren para nada.
—¿Castigan, Bernard?
—¡Que si lo hacen! O te dejan en el rincón y si te pasas mucho, te mandan al trastero, dijo Johan.
Jeus no quiere quedarse aquí más tiempo, quiere seguir, este vecindario apesta.
Cuántas cosas hay por ver en el mundo.
Ahora, Bernard va tirando de él a través de la villa.
—Aquí —dice Bernard—, está el Bar Ernst, aquí vienen los futbolistas.
Y aquí está Jaspe, el que repara bicicletas.
Tiene bicicletas de sobra, ya lo ves.
Y esas bicicletas puedes alquilarlas.
Los chicos de más edad las alquilan.
—Lo haremos nosotros también, ¿no?
—Claro, y entonces vamos a andar en bicicleta por las murallas, qué gusto.
—¿Es peligroso, Bernard?
—Nada de eso, es muy fácil.
—¿Y no puedes partirte la nuca?
—Eso ya es cosa tuya.
‘Es cierto’, piensa Jeus, ‘es una verdad como un templo’.
Bernard es un as, pues sabe todo, no lo había pensado ni jamás lo habría podido soñar.
—Y aquí, Jeus, vive Anneke Klaredaal, donde mamá siempre consigue esa rica carne.
La mirada de Jeus descubre una tienda preciosa.
Hay grandes cantidades de carne colgada.
Vaya, ¿así que este es el carnicero de ellos?
Bernard dice:

—Los que viven aquí son todos matarifes, Jeus.
Y toda esa gente trae en la bolsa unos cuchillos largos con los que como si nada matan los cerdos, las vacas y las ovejas, exactamente como lo hace Gradus Derksche, sabes, y ¡a él sí lo conoces!
Jeus saca a Bernard de este vecindario a rastras.
No le gusta para nada, toda esa sangre lo oprime y se le sube a la garganta.
Cuando lo ve Bernard, dice en tono triunfal:
—¿Te dan miedo esos matarifes, Jeus?
—¿Acaso a ti no, Bernard?
—No, a mí no, porque no le hacen nada a la gente, ¿o sí?
—Es cierto, cómo no pensé en eso, ¿verdad?
Qué tonto.
Cuando avanzan otro poco están frente a una casa grande.

—¿Qué es esa casa tan grande, Bernard?
—No es una casa, es la iglesia.
—¿Es esta la iglesia, Bernard?
¿Donde mamá siempre viene a rezar?
—Lo adivinaste bien.
Sí, aquí siempre viene a rezar mamá.
—Pero ¿tienen que construir una casa así de grande para rezar?
—Sí, claro, tienen que entrar unas mil personas, ¿no?
—Pues ¿son tantas mil personas entonces, Bernard?
—Si tienes mil canicas, puedes jugar a las canicas toda la vida, tanto es mil.
Jeus asiente con la cabeza, entiende a Bernard.
Luego alza la mirada.
Esa torre le dice algo.

—¿También hay personas allí dentro, Bernard?
—Creo que sí, mejor pregúntale a mamá.
Ella sabe todo acerca de la iglesia.
—¿Ya has entrado allí, Bernard?
—Sí, con mamá, hay mucho que ver allí y es muy diferente de cómo es por fuera.
—¿Y aquí está Nuestro Señor, Bernard?
—Sí, es aquí.
—¿Y también se le puede ver?
—Mejor pregúntale a mamá.
No te lo sé decir.

’Ya nos estamos pasando’, piensa Bernard.
Empieza a tener mucha hambre; fue justo lo suficiente por hoy.
A pesar de eso todavía lleva a Jeus al ayuntamiento, y allí también le cuenta algunas cosas.

—Y detrás de esto —sigue Bernard—, está el agua, y allí van a patinar sobre hielo.
Y allá lejos vive el Barón de Hugepoot.
Mamá sabe todo esto, y papá también.
Y el alcalde vive allí, donde Jaspese, pero viene aquí para ayudar a la gente.
Y ese es el ayuntamiento.
¿Ya lo sabes ahora?
—Lo sé, Bernard.
Bernard avanza tirando de él, siguen su camino tomados de la mano.

—Aquí vive el médico, Jeus, cuando estés enfermo, tienen que venir por él aquí.
—Oh —responde—, me queda claro.

Jeus no quiere saber más del asunto.
Solo la iglesia lo viene persiguiendo, de ella sí quisiera saber más, pero sin duda todavía vendrá.
—Y aquí, Jeus, vive Hanne Schuurman, aquí vienen los chicos grandes a andar en bicicleta.
Lo hacen en la sala grande, me dijo Johan, y son unas bicicletas pequeñas pero resistentes que nunca se rompen, porque Johan vio que estaban subidos encima de una seis hombres a la vez.
—¿Se puede entrar allí, Bernard?
—Claro que no, eso es lógico, no les hacemos falta.
Y aquí —sigue Bernard—, tienes el edificio del Casino.
Aquí se hace la feria, aquí también disparan y es para los adultos.
Entonces le disparan al gallo para bajarlo de un poste y les dan un premio y ¡por la noche bailan y se toman sus tragos!
Jeus lo procesa, tiene la cabeza a punto de reventar.
En el fondo ya tuvo suficiente.
El niño está muerto de cansancio y Bernard también está hecho polvo.
Aun así sigue.
—Este es Jan Hieltjes, Jeus.
Aquí están los hombres, empinan el codo y juegan al billar, una vez lo vi donde Hent Klink, ¿sabes?
Papá también sabe.
Es como... Es como... una tabla... No, tampoco es eso, es una mesa larga, con bolas.
Y esas bolas lo tienen que hacer y para eso tienen un palo.
Ya me gustaría intentarlo.
Ahora van camino de casa.
Bernard pasa por la fábrica de escobas y también eso se lo cuenta rápidamente a su hermano, y entonces Jeus conoce toda la localidad de ‘s-Heerenberg...
Toda esta comarca, todo acerca de su propia ciudad.
—Sí —dice Bernard, cuando Jeus quiere saber si en esa fábrica trabajan muchos hombres.
—Pero entonces, ¿por qué papá no viene a trabajar aquí?
Es cerca de mamá, ¿no?
Si pasa algo, pueden llamar a papá rápidamente, entonces está bien cerca de casa.
Bernard se ríe entre dientes, diciéndole a Jeus:

—¿Acaso papá está loco para venir a trabajar aquí, en esta peste?
¿En la pez?
Eso no es nada para papá.
¡Todas esas personas no valen para nada más!
Ahora le quedó claro a Jeus.
Él tampoco quiere trabajar allí.
No le atrae para nada.
El hedor te da en la cara.
Pero, Jeus, ¿quién puede quitarte eso?
¿Cómo puedes saber con tanta seguridad que más adelante no terminarás en esta terrible pestilencia?
¡Preocupaciones para luego!
Bernard ya está de nuevo en la Grintweg y aclara algunas cosas más.
Jeus ve donde vive Manus Reuzel y mira la reja a la que atan los caballos para ponerles herraduras nuevas.
Oye que allí vive el Zorro, un apodo insultante que le pusieron a un hombre.
Ve a otro matarife que se llama Hendriks.
Se acercan más a casa, y entonces de pronto Jeus dice:
—Bernard, ¡cómo te lo agradezco!

Y Bernard lo cree.
Jeus lo dice con todo su amor.
Bernard puede estar contento.
Jeus aprendió montones de cosas hoy.
El niño ha crecido diez años.
Los chicos están exhaustos.
Lo primero que oye Crisje es:
—Mamá, ¿por qué pusieron una cosa tan grande encima de la iglesia?
¿Es para trepar hasta el cielo, mamá?
Crisje ríe.
Es difícil contestar a eso.
Dice:

—No, pero es para honrar a Nuestro Señor.
‘Eso puede ser’, piensa Jeus, ‘cuanto más alto, más cerca de Nuestro Señor.
Claro que es así de grande Nuestro Señor’.
Pero tiene otra cosa:
—¿Por qué tienes que rezar allí, mamá?
—Pues lógico, Jeus, porque allí está Nuestro Señor.
—¿Y no está en ninguna otra parte, mamá?
¿Ahora qué tiene que decir Crisje?
Jeus se lo está poniendo difícil.
Entonces dice:

—Nuestro Señor está en todas partes, pero en la iglesia está siempre, allí puedes rezar como en ninguna otra parte.

Eso es aceptable.
Pero cuando Jeus quiere saber todavía más, oye a Crisje diciéndole que tiene que esperar un poco más.
Más adelante, será mejor que entonces lo viva él mismo, así lo sabrá de una vez.
Pero a Jeus se le reventaba la cabeza, y fue a echarse una deliciosa siesta.
Crisje oye que entre sueños le hace preguntas a Bernard.
También está la cabaña de Sint de Tien.
¿Qué querrá preguntarle al rato?
Jeus sueña de día y también eso es otra cosa, porque esto tiene que ver con su propia vida.
Esto es lo más normal del mundo.
De vez en cuando, todas las personas sueñan durante el día, y ven torres altas y carniceros con cuchillos largos, pero entonces ¡salen de la cama de un brinco y parecen haber enloquecido de miedo, porque la vida es tan bella!
Si ves el lado bueno de eso, sin embargo, sigue sin haber problema alguno, y ¡estás de nuevo ante la hermosa vida de Jeus y de ti mismo!
No duerme durante mucho tiempo, y sale de la cama de un salto.
¿Dónde está mamá?
Está atrás, en el jardín.
No, allí estaba ella aún hace un momento.
Mamá está donde Theet.
Fue a hacer la compra.
Jeus no puede aguantar y corre hacia el otro lado de la calle.
¿Está aquí mamá?
Sí, allí está Crisje.
Mamá está lista.
Fanny también está allí.
Jeus tiene ganas de tirarse de los pelos.
Durante todo este tiempo olvidó a Fanny.
Fanny, ven aquí, tengo un montón de cosas que decirte.
En la calle, Crisje ya oye:
—Mamá, ¿por qué la gente se ahorca?
¿Por qué lo hace?
—¿Quién te metió esas ideas?
—¿Ideas, mamá?
Lo vi con mis propios ojos.
Crisje se detiene en la calle, en medio de la Grintweg mira a Jeus y le pregunta atemorizada al niño:
—¿Viste cómo se ahorcaba alguien, Jeus?
¿Será que mamá no lo entiende?
Es la cabaña de Sint de Tien, Crisje.
Cuando Jeus le dice:
—Estuve con Bernard donde la cabaña de Sint de Tien, mamá —Crisje da un paso y entra tranquilamente en la casa.
¡Qué susto!
Por todos los cielos, el susto que se llevó.
Es que esos chicos.
¿Ahora qué?
—¿No sabes suficientes cosas todavía por hoy?
—Quiero saberlo, mamá.
—Vaya, y ¿no habrá nada más?
—Sí, mamá, ¿por qué hay judíos en el mundo?
—¿Qué?
—Judíos, mamá.
Crisje piensa, ‘¿Judíos?
¿Ya quiere saber el niño lo que son los judíos?’.
Eso es algo para Hendrik.
Pero no puede permitir que llegue a ese punto.
Hendrik se morirá de la risa y le dará una respuesta equivocada al niño.
Crisje reflexiona, y luego lo sabe.
—Sí, Jeus, claro, son personas que tienen otra religión y esa gente tiene un cementerio propio, lo habrás visto, ¿no?
—Sí, mamá.
—Y si te ahorcas, mamá, te entierran allí, ¿no?
—Sí, Jeus, porque entonces no puedes estar en tierra bendita.
No puedes quitarte la vida, supongo que lo entenderás, ¿no?
—Sí, mamá.
‘Y ahora mejor lárgate’, piensa Crisje, ‘esto ya es demasiado.
No son cosas para niños’.
Y cuando le da a entender a Jeus que tiene mucho que hacer, todavía le dice:
—Es una mentira, mamá.
Son majaderías, no sabes lo que tienes que decir.
Crisje mira al niño y pregunta:
—¿Eso también lo tienes de Bernard, Jeus?
—¡Sí, mamá!
Bernard dice que si te quiero preguntar algo y no es asunto mío, entonces ya no tienes tiempo.
Ahora sí que le da risa.
Crisje lo levanta y lo besa.

—Por qué no vienes aquí, Jeus.
¡Mira!
¿Te gusta, Jeus?
Jeus va mordisqueando su galleta, y Crisje le da un buen abrazo.

—Ahora mejor ve a jugar fuera un rato, Jeus, así puedo trabajar.
Ya no tarda en venir papá.
Ahora Jeus sabe una cosa: Bernard tiene razón.
Si preguntas algo y no quieren contestarte, no tienen tiempo para ti.
Y esta galleta está más seca que nada, y es de las más baratas.
No le parece nada especial.
Así Jeus termina su día con desgana.
El Largo ha llegado a casa y Jeus está en la cama.
No está despierto mucho tiempo, sino que de inmediato se hunde en un dormir sin sueños.
El cuerpo y las pequeñas piernas están exhaustos.
Pero mañana, ya casi, entonces seguirá, adentrándose en la vida, en todo lo que ha recibido.
Le dio la mitad de la galleta a Bernard, pero este fue por otra él mismo, y tuvo así una y media.
Son casi dos.
Bernard siempre toma el camino más seguro, así nunca te falta nada, y la vida es espléndida.
Es bella.
Muy hermosa, ¡entonces ves torres!
Y cuanto más envejece la gente, más inteligente se va haciendo, es lo que dicen; ¡ya investigará Jeus si es cierto!
¡Y ahora tampoco le tomarán el pelo!
¡Y entonces hablará con esos judíos!
¡José sabe todo de esto!
Muy por encima de su cabeza va volando un mosquito, si sube más, se convertirá en una mosca, y más arriba todavía, ese animalito es todo, porque ahora ve a Nuestro Señor y puede ser lo que quiera.
¡Eso también quiere saberlo!
Y una noche no es nada.
Nada.
¡Vuelves a despertar enseguida y sigues adelante!
Y el (camino) Zwartekolkseweg, ¡ya lo conocerá más adelante!
¡Y esos árboles!
También ese suave pasto.
¡Todo!