¡Dios no condena!

Buenos días, mis hermanas y hermanos.
La conferencia anterior los llevó hacia aquello que esta mañana viviremos todos juntos, y es: ¡Dios no condena!
¿Por qué siguen aceptando esta mentira?
Solo detienen su evolución.
Y ahora tenemos que aceptar que el espacio, que la Biblia y esta humanidad están atados de pies y manos por el miedo que han generado los maestros, y a este habrá que volver a quitarlo de en medio.
Las muchas sesiones... el paseo por el espacio que se nos concedió vivir juntos, el inicio de la creación, el sol, la luna y las estrellas, el origen, el impulso, la animación, la manifestación propia de la Omnifuente nos llevaron al paseo y este atravesó este espacio y por fin pudimos tomar en nuestras manos el planeta tierra.
Los millones de personas —les di esta imagen— que tuvieron que seguir este camino, llegaron por fin a la tierra y pudieron completar su ciclo de la tierra.
Hemos hecho un viaje hacia el Omnigrado divino.
Les he aclarado cómo empezó a pensar el primer ser humano.
Cómo entró en él el deseo de elevar hasta su vida al ser humano que se había quedado atrás en la tierra y de decirle: “Estoy vivo, tengo animación verdadera.
Soy alma, espíritu y vida, pero poseo en esto, en este mundo, una personalidad propia”.
Y eso tiene que sentirlo el ser humano, de eso tiene que apropiarse el ser humano; es lo esencial para toda la vida que se ha originado por medio de la Omnifuente.
Esta mañana los conectaré con cuatro escenas que son necesarias para quitarles esa condena.
En primer lugar, he podido hacerlo porque se nos ha concedido seguir las leyes que se han originado por el espacio, por la Omnifuente.
Pudimos vivir un grado tras otro.
Vimos el primer embrión, vimos el estadio de pez y finalmente la vida salió de las aguas y aceptó la posesión terrenal, la conciencia terrenal, un organismo nuevo.
Pudimos seguir, porque la providencia había echado una y otra vez un nuevo fundamento para continuar esa vida, cuya ampliación entraba en nosotros y cuya sabiduría podíamos asimilar después.
Al vivir recibíamos ampliación; y solo por la paternidad y la maternidad —les ha quedado claro— Dios, la Omnifuente, se ha manifestado.
El ser humano alcanzó la esfera detrás del ataúd.
Empezó a pensar.
Siguió construyendo, vio que la vida en la tierra estaba sola.
Son niños, aunque el ser humano fuera un adulto, se siente de verdad hacia y por medio de su esfera, hacia los sentimientos que han adquirido conciencia dentro de él.
El ser humano que tiene que aceptar una autonomía detrás del ataúd, ese ser humano —como empezó Moisés, como llegó otro hijo, Abraham— que empezaba a sentir: “Mis padres viven allí, los hijos que son míos, millones de personas.
¡Y no tienen ni idea, y estoy vivo!”.
Ese ser humano empezó a echar fundamentos para sí mismo, para el alma, el espíritu y la materia y tenía el deseo de por fin empezar a hacer algo.
El resto continuaba, millones de almas están listas, ustedes trabajan allí —quien se había liberado de la materia, del pensar corporal, del mundo, del planeta, tampoco podía acoger ya sentimiento material.
Y eso, otra vez, puede compararlo con su propia vida.
¿Por qué no vuelan por encima de la tierra?
¿Por qué están sentados aquí?
¿Por qué su alma, su personalidad desea la concienciación espiritual?
¿Por qué quieren continuar su evolución por esa sabiduría que entonces les llega desde el espacio?
Es la conciencia, es su deseo; es su fundamento para la vida detrás de ataúd.
Y en eso están listos ahora, para eso han leído libros.
Ya siendo niños estaba en ustedes.
Han asimilado esa sabiduría.
Ya no hace falta que pregunten: ¿Por qué tengo esto? ¿Por qué no lo tiene esa otra criatura?
¿Por qué ustedes ya no pueden alcanzar a su mujer, a su padre, a su madre, a su amigo, a su hermano, a su hermana?
Todavía no han llegado a ese punto y pronto nos quedará claro.
Más adelante podrán insistir con fuerza en esa idea, pueden esculpirla.
Pueden hacer cualquier cosa, pueden entregar sus fuerzas, pero el ser humano se niega rotundamente.
Y es un fundamento ante el que nos veremos pronto.
Es un peldaño que se derrumba debajo de sus pies, de su intuición, de sus sentimientos.
Lo veremos, porque volveremos a la sociedad humana.
Volveremos a la vida a la que pertenecen ustedes y en ella nos liberamos, en ella construimos fundamentos.
Quitamos el ataúd, la muerte desaparece de delante de sus ojos.
Recibirán la providencia inmaculada, universal, para ustedes, dentro de ustedes, ustedes mismos se convertirán en ella.
Y entonces la condena yacerá a los pies de ustedes abatida y hecha jirones, pero ustedes serán victoriosos, ¡siempre, eternamente!
Sabrán lo que hacen, pronto sabrán lo que dicen.
Porque hacia allí nos dirigimos, es hacia donde los llevo, para que por fin se den cuenta de que forman parte de esa Omnifuente, que lo es todo, que en primerísimo lugar quiere ser padre y madre, pero que a la par construye los sentimientos altruistas para cada rasgo de carácter, o todavía siguen sin ser nada.
Ustedes serán como una belleza radiante, como han podido aceptarlo ellos, como han podido verlo ellos.
Darán espacio a sus pensamientos.
Verán que cada pensamiento es una esfera, un mundo, un cielo.
Pero cuando rebajan algo de allí por pensamientos y sentimientos inferiores, de vuelta a las sustancias materiales, ¡entonces ante los ojos de su Omnifuente vuelven a demoler ese fragmento y pueden empezar de nuevo!
El ser humano que había alcanzado la primera esfera, la segunda, la tercera y los mundos consecutivos, y que accedió a la séptima, encontró la armonía con las regiones mentales.
El ser humano pudo decir ahora: “Miren, ¿qué ha producido la Omnifuente? ¿Qué ha producido la Omnimadre?
No ha surgido condena, porque no se nos condenó en ninguna parte".
Y sin embargo, podían vivir sus vidas.
Podían volver la mirada a su pasado.
Sí, ¡no queda más remedio que aceptarlo!
Comienzan con un tiempo que suma dos... que suma mil novecientos cincuenta años, que lo ha construido, que lo ha convertido en un conjunto.
Pero para eso ya han vivido cientos... cientos de miles de eras, y eso también como hombre y mujer.
Han podido constatar esas leyes, esas leyes las hemos tenido que aceptar por el espacio, por los planetas, por la vida y la muerte.
No hay delante, no hay izquierda, no hay arriba, no hay hacia atrás, ¡solo un ir hacia adelante!
En línea recta a través del ataúd.
Están encima de él y se miran a sí mismos, a los huesos.
Hay millones que yacen delante de ustedes sin importancia ya, porque ustedes han recibido este edificio divino en que ahora viven y están viviendo de nuevo, para conducir su vida a la evolución para el espacio.
Solo hace falta un cuerpo, el castillo que es un templo, para poner esos fundamentos en manos de ustedes.
Han tenido que aceptarlo aquellos que han concluido el ciclo de la tierra.
Y cuando hubieran alcanzado la séptima esfera e iban a empezar a construir el cuarto grado cósmico, entonces —se lo conté la vez pasada— surgió este contacto y el más elevado dijo: “¿Qué tenemos que hacer?
¿Cómo tenemos que actuar?
¿Cuál es el propósito de esta vida?
Tenemos que volver a la tierra.
Hemos visto que en el espacio no hay condena, pero ¡hemos anclado a esas personas al estadio 'Inclínense'!
Hemos depositado miedo en estas vidas.
¿Cómo salimos de ese miedo, de esa condena?
Al ser humano, al hijo de la tierra que vive allí, que está atado a la condena, a la demolición y al miedo, ¿cómo podemos volver a elevarlo hasta nuevos sentimientos espaciales, hasta una nueva existencia?".
Y esa existencia es eterna.
Esa existencia tiene sus orígenes en el Omnigrado divino, ¡donde esa vida representará a la Omnifuente, a la Omnimadre, a la Omniluz, a la Omnivida, al amor!
¿Qué es amor?, se preguntaban ellos.
El ser humano habla en la tierra, allí en esa esfera, sobre el amor: "Te amo, te quiero.
Haré todo... y haré también...".
Pero el amor —han podido aceptarlo— es una verdadera ley.
Y esa ley es a su vez una armonía, es un sistema, es un avance, es un fundamento que ven en la paternidad y la maternidad, que viven y reciben por la paternidad y la maternidad.
Y por eso ese organismo en que viven es vida, alma y espíritu.
Un castillo interminable, una interminable posesión divina, espacial; pero que el propio ser humano todavía no comprende.
Aún no pueden comprender lo divinamente bello que empezó a sentirse el ser humano cuando hubo alcanzado la primera esfera.
Lo que es el ser humano —más adelante, por las otras conferencias que vendrán—, lo que es en realidad, todavía no lo entienden.
Aún no entienden los sistemas filosóficos de su propio castillo, no hablemos siquiera de sus pensamientos y sentimientos, que se van haciendo más y más y más etéreos.
Y por fin podrán decir: "Estoy en armonía con esto", como dije: con las flores en el espacio.
Y ahora el animal del espacio es capaz de sentarse en las manos de ustedes y de decir: "Este mensaje es de ella".
Y entonces mirarán a los ojos de un ave, ribeteada de los colores divinos, una túnica como se ha construido a sí misma la Omnifuente, y entonces el animal dirá a su corazón, trinando y cantando: “Acépteme”, y entonces descenderán.
Claro, serán como niños pequeños.
Y ese ser niño significa a su vez: podrán vivir la ley en que han entrado con sentimientos que se inclinan.
Ellos, allí han podido aceptarlo, lo han acogido en ellos, la gente que ha vivido antes que ustedes en la tierra.
El ser humano que les dio la vida, el ser humano que les dio un paso, el ser humano que ha construido un camino para que lo recorrieran ustedes, el único camino que creó la Omnifuente.
En las esferas de luz, en la séptima esfera, en el cuarto grado cósmico, en el quinto, en el sexto y en el séptimo, que es la Omnifuente divina, han tenido que analizar esas leyes.
Han tenido que ocupar un lugar en la naturaleza, tuvieron que vivir ese ser uno solo.
Se han sentado y se han preguntado: "¿Qué tenemos que hacer?".
Y entonces el Mesías —que más adelante sería el Mesías, Cristo— alcanzó la palabra, la unión con su Omnifuente, y pudo decir: “Hemos traído verdadera sabiduría a la tierra.
Hemos hecho en la tierra el inicio para una fe humana espacial.
Pero hemos anclado al ser humano en algo que —si esto no se interrumpe— lo pone directamente en unas tinieblas y no puede desprenderse él mismo de ellas, en caso de que allí no construyamos esos medios".
Y ahora la autoridad divina está ante la condena humana, que no existe.
Entonces Cristo dijo: "Es urgentemente necesario, cuando Yo vuelva allí, comentar estas leyes con los que me seguirán".
Y cuando Cristo...
De eso su Biblia no dice nada, porque no han podido grabar las palabras que habló a Sus apóstoles.
Se quedó en Juan, fue para Pedro, Andrés y fue para los demás.
Pero ¿pueden aceptar esto, que Cristo prosigue aquí, entre Galilea y las pequeñas localidades adorables que se habían fundado allí, Su paseo por la tierra... que continuó Su camino entre el centeno y las leyes de la madre naturaleza, y que se preparó para acoger a esa humanidad...? ¿Que habló de esa condena?
Los demás están aquí.
Pueden verlo allí delante de ustedes, al Mesías.
Paseando, mirando al espacio, a la vida que lo contempla, ¡que lo acepta!
Se detiene con Juan...
Pone la mano izquierda en el hombro de Juan; este mira.
Dice: "Mire, Juan, usted es el más sensible.
¿Puede aceptarme?
Todo esto es revelación, todo esto es evolución.
Por supuesto que Yo no soy capaz de aclarar estas leyes; Mi tiempo, Mi vida es demasiado corta.
Pero otros lo harán.
Juan, tengo mi origen en una fuente con la que soy uno solo.
Provengo de la autoridad divina, del despertar divino.
He llegado a conocer a Dios como padre y como madre.
No nos quedaba más remedio que empezar a dar una fe al ser humano.
Conocen la historia de Moisés, saben cómo se ha originado la Casa de Israel.
Pero este miedo, el miedo de dejar contrahecha la vida, Juan, se ha construido, se ha impulsado.
Se ha representado y deformado, se ha convertido en una figura esbelta y ahora el ser humano estará eternamente atado a una condena eterna.
No seré capaz de volver a quitarle eso al ser humano.
Porque ya comprenderá, Juan: solo puedo echar los primeros fundamentos para lo divino, para su Evangelio paternal.
Solo puedo colocar los nuevos fundamentos.
Pero los otros, que al elevarse representarán y erigirán un templo, esos fundamentos solo llegarán en una era posterior; y hemos vuelto a las esferas de luz, de amor y vida, de felicidad, gloria y justicia.
Juan mira...
Los apóstoles esperan allí.
Pedro piensa, ‘Ahora ¿qué será lo que le pasa al maestro?’.
Y cuando Cristo dice a Juan: “Cuéntalo enseguida... no lo cuentes, Juan, mientras Yo todavía esté.
Cuando se haya acabado Mi tarea, entonces cuenta, y entonces también echa los primeros fundamentos.
Porque ¿eres capaz de pensar y sentir, de ver hasta en el Omnigrado divino, en la conciencia divina, cómo nació el primer empuje?
¿Cómo los primeros pensamientos, originados en la Omnifuente y emitidos desde allí, han podido materializarse a sí mismos?
¡No eres capaz!
¡Para eso tienes que vencer espacios!
Para eso tendrás que acoger en ti el sol, la luna y las estrellas.
Tendrás que cargar el dolor, los sentimientos de millones de personas si quieres ser uno solo conmigo y con Él, por quien existimos:
el Padre en el cielo.
Tendrás que acoger y querer cargar, alojar en tu corazón cada uno de los pensamientos de esos millones de personas.
Un solo pensamiento erróneo y tú mismo te volverás a hundir y te volverás a sintonizar con lo que ya no quieres ser y ya has vencido, pero sin embargo y a pesar de ello vuelves a reconducir, porque lo ves de manera equivocada y lo quieres vivir".
Y entonces Cristo está en la tierra pisándola con los pies y tiene que aceptar que la humanidad se ha colocado en unas tinieblas.
El ser humano está atado a su miedo.
¿A su fe?
¡Por supuesto!
Así lo han elevado, así lo han llevado ellos mismos al espacio; no fue ese el objetivo de esos maestros, de esas criaturas, de esos padres y madres.
Solo dijeron: "Haremos que la gente tenga miedo.
¡No hagan el mal, porque se destruyen ustedes mismos!
Cuando vayan aquí y allí, y quieran aceptar y experimentar esa vida de esa manera, entonces construirán fuerzas y poderes tenebrosos.
Pero cuando quieran ser libres de eso y mantenerse así, entonces condúzcanse a sí mismos hacia los sonidos etéreos, el timbre para la Omnimadre.
Y entonces cada palabra será animadora, interpretará su vida, y terminará el sentido, el sentimiento y el espacio, por lo que habrán echado fundamentos nuevos".
Pero esos seres humanos no fueron capaces de hacerlo.
Les he aclarado cómo se empezó a influir en el ser humano; solo: "No hagan esto" y "Dejen de hacer aquello", porque ustedes se destruirán.
Dios los castigará.
Sí, por supuesto que el espacio los castiga.
Naturalmente, cuando asesinan a un ser humano, cuando lo violan a consciencia de todos sus asuntos sagrados, cuando lo destruyen a consciencia por las tonterías que tienen que decir sobre la vida.
¡Esa es precisamente esa condena!
Eso tenía que disolverse y es lo que ocurriría.
Ese miedo ha creado una figura, se ha convertido en un muro que ya no se puede derribar, que no se puede vencer.
El ser humano lo ha impulsado hacia arriba y lo ha animado.
El propio ser humano lo ha convertido en fuego, por el miedo, por la sensación de "no lo haga, el Señor lo castigará y entonces estará eternamente desfigurado".
Al principio —desde luego— a los maestros les parecía imponente.
Pero ¿no es penoso, no es terrible que haya que golpear al ser humano para poder alcanzarlo?
Si uno quiere alcanzar y proteger al ser humano, hay que pegarle.
Sí, ¿con un látigo?
No, con palabras: "El Señor lo castigará".
Y ¡vaya que es verdad que el propio ser humano ha creado una condena que esos maestros no quisieron para su vida, su sociedad, su iglesia, su religión, su fe!
¡Eso no, no sería eso!
Pero ya lo ven: tan cierto es que el chisme, las palabrerías de su sociedad han puesto en la hoguera a gente que no había hecho nada de nada, que han ahorcado a personas delante de la cara, a la faz del mundo, de su sociedad, que han echado a gente al calabozo, que han enterrado vivas a personas.
Debido a que un solo ser humano empezó a hablar mal de esa persona, las masas han podido desfogarse, porque despertó el instinto animal.
Y allí están, pues, los seres humanos de la primera, segunda, cuarta, quinta y séptima esfera, el cuarto, sexto y séptimo grado cósmico.
Todos esos billones de células de Dios tienen que aceptar ahora que el ser humano se ha arrojado a patadas a sí mismo a las tinieblas.
Pasaron casi dos mil años y todavía —cómo es posible, cómo puede ser— después de dos mil años se sigue aceptando la condena, mientras que al lado yace un fundamento divino que reza: ¡Dios es un Padre de Amor!
¿Cómo han llegado esas personas hasta esa fuente divina, hasta ese amor, esa luz, esa vida, esa sabiduría, esa personalidad?
Conforme empezaron a analizar, a vivir las leyes, los sistemas para el espacio, vieron: si hacemos el bien, si andamos por un solo camino, no a la izquierda, no a la derecha, no hacia adelante ni hacia atrás, sino que experimentamos este camino en dirección a la autoridad divina de manera amorosa, hablando bien de otros, en armoniosa paternidad y maternidad, no nos ocurrirá nada, nada, ¡nada!
Solo recibirán felicidad y gloria.
Solo el espacio les hablará a ustedes mismos: "¡No ocurrirá nada!".
No puede ocurrir nada.
Era la mística, eran los sentimientos.
Era el sacerdote, la sacerdotisa que dijo: "Él... sea quien sea allá arriba y sea quien sea a quien se le llama Dios, Ra, Ré, Amon-Ré, al que se le llama Alá.
Sea quien sea... hemos podido constatar para nosotros mismos, hemos podido determinar para nosotros, debido a que vemos las leyes, debido a que hemos podido sondar la vida: Él es solo luz, vida, paternidad y maternidad, pero ¡quiere ser amor!".
La enorme lucha que han sentido los maestros cuando accedieron a la séptima esfera, los dolores que tuvieron que acoger, porque vieron: "Dios mío, Dios mío, ¿qué hemos hecho?", fueron tan aterradores, tan aterradores e incomparables con lo que más adelante sentirían y tendrían que aceptar los evangelistas.
El miedo se acaparó de sus ojos y les quitó la luz universal.
Ya no podían ver, estaban ciegos de dolor, porque veían y tenían que aceptar: Dios mío, Dios mío, ¿qué hemos hecho?
Dimos unas breves palabras al ser humano: sean inmaculados, por favor, sean cariñosos, sean justos, sean armoniosos.
¡Hemos atemorizado a esas masas y ahora es la condena!
Estar condenado, para la eternidad... ¡es demente!
Ni siquiera un loco en el manicomio de ustedes vive esta realidad.
Ahora pueden hacer lo que quieran; vamos, destruyan, váyanse de putas y hagan lo que quieran, no es tan grave como estar eternamente condenado.
¿De verdad no se dan cuenta ya, como seres humanos, que eso no puede ser?
¿Que eso es lo más... definitivo, que es el colmo cuando nos habla un Dios de Amor?
Dios mío...
Satanás, desaparece entonces de este espacio si quieres golpear así a tu vida.
Es verdad, los maestros anduvieron allí durante años y años, durante siglos uno iba detrás de otro, uno adelantaba a otro: "¡Yo tengo la luz, yo tengo la vida, yo tengo el amor... hay que verlo, allí, miren, vean esto!
¿Son felices?".
Eso empieza en la primera esfera, el ser humano pasea...
“Estar libre es la repera, es una gloria estar libre de la tierra.
Ya nadie puede hacerme nada, porque he vivido la tierra, lo he vivido todo.
Ya no tengo nada que ver con la tierra.
Soy libre, soy feliz.
¿Quién me va a hacer algo?
Tengo luz, tengo las flores, tengo los árboles, tengo una casa propia.
Me siento aquí, me concentro solo un poquitito y allí ya empieza a rodearme un templo, con todos los encantos que siento dentro de mí.
En mis muros ven colgados el arte, la ciencia, la sabiduría, y en el centro de mi sala, la sala de amor, allí estoy sentado yo, allí yazco, rodeado de una hermosa naturaleza, entre las orquídeas del espacio.
Recibo besos de encanto, de armonía; me habla la Madre.
Pero no soy feliz.
¡No soy feliz!
¿Por qué no?
Dios mío, ¿qué se me acerca, qué se abalanza sobre mi vida?
¿Por qué haces que la gente cante y esté alegre?
¿Cómo es posible? ¿Qué viene hacia mí?
Dios mío, soy pobre como las ratas en la primera esfera, no tengo nada".
Otro anda por allí, mira el espacio, tiene luz, tiene vida, tiene amor.
Pero ¡allí es que alguien fue condenado, por ustedes!
Está atado allí.
Esos millones de personas ya no tienen vida; tienen miedo.
¿Miedo de qué?
Del ataúd, de la muerte que no existe, de miles de cosas más, pero tenemos que vivirlas.
Póngale algo en las manos a ese ser humano y dígale, dígale de nuevo al otro: "Convierta ahora este verso en un poema hermoso, conviértalo en una espléndida novelita y comente a la madre naturaleza y pálpela en toda su gloria, en sus leyes definitivas, en sus leyes interiores.
Coméntela para el alma, el espíritu, la vida y la materia, y deje que la personalidad experimente la vida tocando, que la interprete, como sus virtuosos saben hacerlo en el violín, en el piano, en el arpa.
Conviértala en una sinfonía, pero interprete así que no existe ninguna condena.
¡Solo hay vida, luz, amor, gloria divina!".
Millones de personas andan allí y se quedan sin poder hacer nada en la primera esfera, en la segunda.
Esos espacios están completamente llenos de una imponente animación.
El ser humano está preparado, se conoce ahora.
Se ha vencido el espacio, llevamos los planetas y las estrellas debajo de nuestro corazón.
Ya nadie puede contarnos nada, hemos asimilado esa sabiduría.
Hemos completado el ciclo de la tierra, y aun así nos encontramos en la condena.
Acaso ustedes pueden ser felices allí si saben que son madres y que su hijo está allí reventando de miseria, que está siendo abatido, que no posee luz en los ojos ni sentimientos y que una y otra vez, yaciendo allí, tiene que cantar, tiene que gemir: "No hagan el mal porque están condenados".
¿Qué clase de divinidad es esa, que ciñe allí un espacio, que posee un poder divino, que es Omnisciente, Omnipoderoso?
¿También a Él le hace falta una condena?
¿Lleva en Sus manos una espada —porque la condena es más afilada que una espada que corta—, necesita de una espada en Sus manos para pegar, destruir, quebrar, degollar a Sus hijos, a los que se ha dado a luz en amor por Su vida?
Adelante, ahorquen a esa vida, péguenle un tiro, desfóguense, mientan todo lo que quieran, si quieren hacerlo; si de todos modos debe haber condena, entonces igual pueden destruir su sociedad.
Vamos, participen en mentiras y engaños, de todos modos no es nada en comparación con la condena eterna.
¿Para qué viven, en realidad?
Adelante, insúltense unos a otros, róbense, dególlense.
Desvístanse unos a otros, no hay problema, tomen todo lo que tienen de otro, ensúciense, mancíllense y desfigúrense unos a otros.
¿La condena?
No podrán con ella.
Un ser humano en la tierra está encarrilándose para el poder divino y para la madre naturaleza.
El ser humano se está construyendo a sí mismo, se está conduciendo a la evolución, se está pintando, infundiendo animación, se está alabando con cantos y poemas.
Hace un imponente escenario para sí mismo y está sobre él y dice: "Seré como Él, y haré como nos ha contado la claridad.
Sí, ¿saben?, hablaré como las olas de los océanos, como las luces de luces.
Seré como un árbol en la naturaleza, como una fuente, animaré la vida como una fuente vital.
Escribo poemas, toco, me dedico a la música, al arte".
Pero ¿a qué se dedican ustedes en realidad cuando de todos modos está allí esa condena y vuelve a borrarlo todo de sus vidas?
¿Dónde comienza el comienzo y dónde está el final?
¿Dónde comienza a pensar Dios?
Maldito seas, Dios de todo lo que vive, si emana algo de ti por lo que golpeas a Tus hijos, a la luz de Tu vida.
Es lo que representan los maestros, es lo que representan las esferas de luz, los millones de vidas que se han liberado, que son libres de la madre tierra y sus leyes, que desde la selva fueron hacia la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Esos millones de vidas han tenido que aceptar... esas vidas que han vencido las tinieblas, que por fin pudieron decir: “Dios mío, Dios mío, qué hermoso es todo aquí, qué espléndido es todo aquí; vivo aquí el silencio”, pero allí... pero allí, allí viven millones de personas que están atadas a una condena que no existe.
Sí, mejor vuelvan un poco.
Vuelvan un poco, todos ustedes.
Es lo que hemos preparado.
Malditos sean los que empezaron a dar una fe al ser humano.
A mi madre ya no podré sacarla de esa condena; mi padre ha perdonado a mi hijo, porque ese hijo no pudo creer en la condena, ese hijo ya no cree en esas fuerzas y en esos poderes.
Mi padre dijo: Entonces haré que pase la espada de la justicia por las cabezas de ustedes, y ¡cercenó la cabeza de su hijo!
Se originaron millones de asesinatos por esa maldita condena, por el protestantismo, el catolicismo.
Se han combatido porque está allí esa condena.
Se han liquidado, los pueblos de la tierra, únicamente por esta porquería de fe, el fango en que se encuentran, porque están encima de ella con una irradiación sagrada, se han convertido a ustedes mismos en un firmamento.
De su cuerpo cuelgan oro y gemas, pero están encima de la condena.
Y ¿lo aceptan? ¿Lo aman?
¿Es todo lo que poseen?
No pueden pensar, no pueden sentir.
¡No pueden no hacer nada por ayudar a los maestros para que desaparezca esa condena y para que despierte y evolucione hacia la luz inmaculada, animadora un pueblo, esta humanidad!
Sí...
¿Cuándo llegan a estar animados?
Los dolores que se viven y sienten en las esferas de luz son de una profundidad infinita.
Algún día les dijo André: "No tengo nada que ver con las esferas, con el primer, segundo, tercer, cuarto espacio sagrado ni con el amor ni con las almas gemelas.
¡Lo que quiero es luchar!".
Es la condena, la deformidad en la tierra.
No tenemos tiempo para ese goce de quedarnos sentados y mirar en ese espacio.
Tenemos que ver con la vida a la que pertenecemos, porque esa también tiene que desvincularse de esa condena.
Y así es como habla Dios en este momento.
Fue Cristo quien le dijo a Juan: “¿Ves, Juan?”.
Cristo apretó a Juan contra Su corazón.
La inmaculada animación divina, la Omnisciencia de Cristo irradia a través de Juan y las lágrimas le van bajando por las mejillas.
"¿Está llorando, Juan?
Entonces puedo aceptar que he animado verdaderamente su alma".
Pero si no se hubiera emocionado Juan, si Pedro y los demás no hubieran preguntado: “Pero ¿qué dice? ¿Qué es lo que dice?
¿Qué nos tiene que contar Él?”, entonces ¡estos hombres no habrían sido rotos allí!
Allí yacían y gemían, estaban gimiendo, no querían dejarlo solo a Él.
A Juan las lágrimas le bajaban por las mejillas al ver que se metía a las masas al calabozo.
“Sí”, dijo Cristo, “esta es la condena para la masa, porque el ser humano se condena a sí misma con un solo pensamiento erróneo”.
Peor aún, las cosas se vuelven cada vez más intensas.
“Hasta que hayamos resuelto”, dijo Cristo, “esa condena, Juan, entonces eso todavía vivirá en el alma, en el espíritu y la vida y la personalidad”.
Porque todo pensamiento erróneo que ha tenido el ser humano debido a que la Biblia se haya escrito de tal o cual manera —en disarmonía con la realidad, con la naturalidad, con la veracidad divina—, ahora todo pensamiento que se piensa erróneamente, que se siente disarmónicamente es una condena también.
Es una condena para el propio ser humano.
¡Esta es mucho peor!
Quien haya recibido de Dios la imagen vital, la luz... ¿quién animará a Dios como padre y madre —es lo que hemos tenido que aceptar, verdad—, quién animará por fin a Dios para quitar esa condena de la tierra? ¿Quién será?
¿Quién tiene que ser? ¿Quién empezará?
¡El que empiece sucumbirá!
Tendremos que construir montones y montones, montañas de felicidad, de vida, amor, veracidad, para dar un apoyo al ser humano, porque una y otra vez se suman millones más, porque todavía existe la iglesia, porque todavía existe la Biblia, porque el protestantismo, los reformados, todos esos instintos inferiores —¿lo oyen?— todavía existen, no podemos aupar al ser humano y darle el panorama universal, verdadero, divino detrás de esas montañas, encima de ellas.
Ya no tienen visiones panorámicas, en realidad están ciegos.
No ustedes, ustedes no aceptan eso, sino que el mundo está ciego.
El mundo ya no tiene visiones panorámicas, el mundo no tiene nada, nada, nada, nada.
Es la conciencia de millones de personas, de millones de pueblos en la tierra.
El mundo, esta humanidad no tiene nada.
Vamos: recen y canten; si no prestan atención y hacen algo malo —solo un paso, ¿lo ven?—, entonces ya habrán desaparecido.
Nunca más llegarán a la vida, ya no hace falta que hagan nada, ¿lo comprenden?
Pronto volveré a esto, golpearé a la sociedad.
Les golpearé a ustedes, los situaré en la veracidad, porque hay millones de vidas que quieren deshacerse de esa condena, porque viven el dolor de sus hijos.
Un día les conté: cuando entren en la primera esfera, se dormirán allí en sus laureles.
Se sentarán cómodamente en la naturaleza, pueden hacer lo que quieran.
Están allí, holgazaneando, todo les pertenece.
Ya no hacen nada, ya han llegado, ¿no?
¿Que ya han llegado?
Pero hemos aprendido, el ser humano que vive allí ha aprendido que atravesó el espacio y que todo lo que vive en la tierra son los hijos de ustedes.
Ustedes son el padre de millones de criaturas, y su madre.
Y aunque sean la madre, también lo son como hombres.
Allí viven millones de criaturas, ¡es la sangre de ustedes, el alma de ustedes, su espíritu, su cerebro!
Y esa vida todavía no es capaz de pensar.
Tienen que animar a esa vida, guiarla, auparla, porque darán a esa vida un cerebro universal, para que despierte.
Es el dolor de Cristo, es Getsemaní, claro que sí, desde luego.
Tuve que terminar la vez pasada, pero todavía no habíamos llegado a Getsemaní, es lo que estarán pensando, ¿no?
Allí aún no hice sentirles lo que sintió Cristo cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿me has abandonado?”; no: “Dios mío, Dios mío, ¿cómo hago para alejar esa condena de la tierra?
Pero ¿es que no puedes velar una hora conmigo? ¿Será que no puedes escucharme un momento, Pedro?”.
Sí, Juan lloró hasta quedarse sin lágrimas; vivió de verdad el Mesías.
También ustedes lo vivirán, Getsemaní.
Y cuando entonces nos hayan dado una buena tunda, cuando hayan molido a palos nuestro imponente castillo universal, divino, nuestros sistemas corporales, ustedes todavía reirán, sonreirán, porque están dispuestos a cargar el hijo de su corazón que vive en la tierra, a amarlo y a abrazarlo.
Entonces ya no habrá palabras malas en ustedes, entonces ya no habrá pensamientos equivocados, ¡entonces estarán en Getsemaní!
Más adelante, su siguiente conferencia, prepárense, se llamará ‘Quiero ser como Getsemaní’.
Porque entonces yaceremos allí y aprenderemos cómo hemos de rezar, cómo hemos de pensar.
Entonces estaremos ante esos millones de personas que no conocen la felicidad.
El Omnigrado divino no es feliz, porque todavía sigue habiendo condena en la tierra.
Solo entonces la personalidad espiritual podrá descargarse, solo entonces podrá tomar un vuelo en el espacio y decir: “Ahora vuelo, ahora vivo aquí en mí mismo, ahora soy uno solo con el espacio.
Ahora esa cosa de allí, esa cosa dulzona, esa melancolía, ese temor, ese dolor se ha ido de mí".
Porque es imposible que Cristo pueda ser feliz de que allí se ponga en la hoguera Su vida, que allí se ahorque Su vida, que esta se maldiga, se desfigure, se mancille, ¿no?
Es imposible que apruebe eso, ¡no puede hacerlo el Dios de Amor!
Es imposible, son sinsentidos.
Son palabrerías terrenales, humanas, ¡son sus chismes!
¡Ustedes han desfigurado, mancillado y violado al Dios de todo lo que vive!
¿Lo oyen, humanidad, mundo?
¿Para qué viven ustedes en realidad?
La estrechez de miras de un “púlpito”, ese predicador que está allí con un estudio de siete años, dice: “Ah... y el Señor los protegerá”.
Bajen a ese hombre de su púlpito y tapícenlo de providencia y envíenlo a la calle, para que el ser humano vea, oiga y sepa: "¡Soy un inconsciente, soy condena!".
Sí... no tan rápido, mejor ya no lo vuelvan a echar, porque eso tampoco les servirá de nada.
No es culpa de él, porque todavía hay gente que vive en la selva.
Tenemos que tomar en cuenta —lo dicen los maestros— a la criatura que se esfuerza.
La conciencia de Jehová se flagela a sí misma, anda por la calle, llama a una puerta y a otra: “¡Prepárense, porque viene el fin del mundo!”.
Hemos animado a esa criatura, le hemos puesto en las manos las leyes, los escritos.
Nosotros mismos hemos comenzado con eso.
¿Y ahora queremos darle una paliza a esa criatura?
No, no puede ser.
La impotencia...
Ni siquiera puede agarrar a la criatura del cogote y decir: démosle una buena zarandeada.
Ahora se violan a sí mismos.
¿Cómo pueden alcanzar a esta criatura con amor?
El ser humano que ha alcanzado la primera esfera ya no suelta gruñidos ni bufidos.
Ese ser humano lo comprende todo; no pregunta, no pregunta: ¿Por qué abre usted esa puerta?
Comprende, no saca de una patada a un pedazo de naturaleza de su casa, no ofende a una flor, a un animal, a un ser humano.
Ese ser humano es omnisintiente, consciente, honesto, cariñoso, puro, armonioso.
Ese ser humano está radiante, siente los golpecitos desde allí arriba, que entonces es karma —se lo hemos enseñado—, que son líos materiales.
Ese ser humano está abierto y dice: “Gracias, aprenderé”.
Pero el ser humano no aprende nada.
El ser humano rechaza todo lo que es miseria.
El ser humano pasa por encima de sí mismo.
El ser humano lo sabe mejor que Cristo, el ser humano lo sabe mejor que los maestros.
“¿Los maestros?
¿Qué tienen?
Bah, ¡yo soy uno!
¿Qué se creían? ¿Que yo no era capaz de eso?
Nunca jamás me han dejado solo en este espacio”.
Sí, entonces son unos pastores protestantes.
Los maestros de la séptima esfera, los maestros del cuarto, quinto y sexto grado cósmico todavía gimen, yacen postrados, gimiendo, adoloridos, porque portan esa condena.
Y ¿qué saben hacer ustedes?
¿Qué son?
¿Quiénes son...?
Un minuto de silencio por el Mesías.
Pensar un solo minuto en esa bienaventuranza divina vale más que pensar y sentir aquellos que ustedes han degollado a conciencia.
Si aquí nos sentáramos para callar, para por fin pedir al espacio: permítenos vivir y experimentar el silencio del corazón universal, sería mucho mejor que haberse preocupado tanto por la condena.
Ese es el paso... el de La Parca, ¿lo oyen?
Hay gente que ha vivido ese paso así y que han tenido que aceptarlo, y entonces veían una guadaña.
No solo que hemos traído condena, sino que a la muerte, que es evolución, se le ha dado en las manos un pedazo de madera con una espada peligrosa pegada a ella.
Y entonces las cabezas de la gente desaparecerán, directamente a la tierra.
Y cuando entonces decimos: el Juicio Final tampoco tiene importancia, no es más que un juego de feria, es ridículo, entonces tienen que ponerse encima con sus panderetas.
Adelante, toquen ahora, hagan todo el escándalo que quieran; es ridículo.
Adelante, búsquense una cabeza de la era prehistórica y vayan con una costilla de sus antepasados debajo del brazo e ¡intenten ahora ubicarlos en esta pequeña construcción!
Es tan increíblemente ridículo; pero la condena es radiantemente lastimosa, dolorosa, intoxicante.
Pero... existe La Parca: “¿Está usted listo?
¡Ya estoy aquí!”.
“¡No!
Por favor, déjeme vivir, déjeme otro poquito...”.
Desde luego, aquí mismo está la vida.
Debería haber pensado en usted mismo.
Debería haber usado su vida de otra manera.
Debería haber aceptado el espacio.
¿Por qué no empieza a pensar a fondo para ver si de todos modos se puede demostrar?
Aquí está su Biblia.
¡Vamos, abran esos libros, abran esas páginas y vayan al Nuevo Testamento, vayan a Cristo, vayan a Getsemaní, vayan al Gólgota!
¿Por qué aceptan el Antiguo Testamento, a un Dios de odio?
No quieren pensar, ¿lo ven?
Se niegan a pensar.
¿Siguen aceptando ese cacareo de su pastor protestante, de su clérigo?
¿Los cantos desafinados de ustedes?
Virgencita santa, espacio mío, ¿por qué siguen haciéndolo todavía?
Yo, pensándolo bien, prefiero ir a un inmaculado soprano puro y a un contralto.
¿Por qué Dios ha dado esos sonidos imponentes al niño, a la madre, y por qué tengo que ponerme a escuchar su propio poemita?
¿De verdad pensaban que quiere eso Cristo?
El niño nuevo vive en el significado inmaculado para el espacio, en la bienaventuranza para ustedes en la tierra.
Es el nuevo nacimiento para todo pensamiento, para todos los sentimientos.
¡Conviértanse en madre, libérense de la condena, no acepten a La Parca con una guadaña!
Pero sí que existe... han de oírla andando por allí.
Hoy, en este instante, hermanas y hermanos míos, a cada momento, a cada momento los ángeles de los cielos me preguntan: “Maestro Zelanus, ¿cuándo empieza usted con nuestros sentimientos?
¿Cuándo nos quitará los dolores que cargamos, el sufrimiento que sentimos?”.
También soy el portavoz para millones de personas para este espacio, y se me concedió asimilarlo, también André.
Soy la representación de Judas, de Caifás, de Cristo en la cruz —ustedes también lo son.
Nosotros, los judas de este mundo, ya no nos atrevíamos a pronunciar debidamente la palabra, porque ustedes estaban flanqueados por su irrealidad.
Y entonces los ángeles dicen: “A ver, pronuncie por fin mi nombre, nuestro dolor”.
Pero los maestros, la Omnifuente me ha encargado aclarar las primeras leyes divinas.
La Omnifuente me ha encargado llevarlos a ustedes a Getsemaní, al Gólgota, para que lleguen a conocerse a sí mismos.
Y solo entonces comprenderán para qué viven y morirán.
Pero millones de personas —lo dije hace un momento— millones de personas murieron en este segundo.
Y entonces La Parca está con igual alegría al lado de estos hijos de Dios y da hachazos, voluntariosa, amorosa... se prepara con unos deliciosos desvaríos.
Y por fin llega el golpe, un estertor: la persona dejó de ser.
¡Ya te gustaría, mundo!
Ya les gustaría a ustedes.
Meter a la gente, un producto divino, en la tierra, arrojarla, dejar que se reduzca a huesos, dejar que se desfigure, que se pudra.
“¡No!
¡Hendrik el Largo todavía sigue vivo!
También Peter Smaling con su hermosa voz”, dice Jeus.
“Y allí está Fanny, y también José.
Pero con ellos ya no tengo nada que ver, porque quiero trabajar.
No tengo tiempo, tengo una familia.
Tengo que servir para Crisje y los niños”, eran los chicos, “¡estos tienen que comer!”.
Gente, gente de la tierra, de las esferas de luz, ustedes jamás llegarán.
Aunque estén con ambas piernas en ese mundo, ¡volverán a salir corriendo de él!
Al ser humano hay que... nos ponemos malos, se nos revuelve el estómago por el ser humano que se siente feliz y animador, que se siente espiritual.
Eso nos hace sentirnos indispuestos, el ser humano que se atreve a decir: “El Padre ya me lo dirá”.
“¡Vuela, maldito mosquito que eres!”, te exclama la naturaleza, “pero ¿tú de qué vas?".
Viven allí millones de personas a las que se les encoge el corazón, o esos corazones explotan de animación, de dolor.
No de soberbia ni de palabrerías ni de debilidad de personalidad, para ir a sentarse y servir a Nuestro Señor y al espacio en su casa, con su cafecito y con todas las cosas que tienen en la tierra, sentarse y hablar cómo es que son, hasta dónde no han llegado.
Las esferas de luz están vacías.
María y José, el padre y la madre de Cristo, lloran día y noche, porque allí todavía viven familiares de David.
¡Los hijos de Israel, son ustedes!
Son los millones de personas, es Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos; también Rusia, ¡también Adolf Hitler!
Sufren, María y José, descendientes de la Casa de David.
Sí, allí están, arriba en la sala; son ustedes mismos.
Ustedes no tienen dolor, todavía no pueden alcanzarlo aquí.
Cuando hayan alcanzado la primera esfera, ya no podrán hacer nada, estarán imponentes.

Aunque sean maestros, aunque estén en la séptima esfera, aunque estén en la Omnifuente, aunque sean Cristo, entonces ya no se dejan corromper por cinco céntimos.
André desea dar un templo al mundo, la Universidad de Cristo.
No hay dinero.
“No”, dice André.
¿Qué hacen allí? ¿Qué es, pues, lo que hacen allí?
¿Estar echados día y noche, avinagrarse la vida, admirar al Cristo?
Pero, Dios mío, Dios mío, ¿acaso son daltónicos en las esferas de luz, en el cuarto grado cósmico?
¿Han gastado su aura vital en soñar?
¿La han convertido en un espacio, en un templo?
¿Tienen la música, tienen el arte, están contentos?
¡Entonces yo lo dejo!
“Si dura mucho más”, dice André, “ya no voy a querer esa tortura.
Ustedes me han adentrado demasiado en el yo divino.
¿Quiénes son entonces, santo cielo, maestro Alcar, maestro Cesarino, Ubronus, Damasco y Media Luna, los que conducen esta tierra, que hicieron que el ser humano aguantara la guerra, que han pesado y sopesado todo milagro técnico; y ahora, a su vez, la bomba atómica.
¿Quiénes son?
Ya no me contento con ese comer, con ese beber, con esa animación, con esa inspiración de ustedes, ya no me dice nada”.
Ni yo tampoco, como el maestro Zelanus ni el maestro Alcar.
¡Queremos más!
Queremos ver a Dios, queremos vivir a Dios.
Quiero volver a construir la Casa de Israel, porque esos fundamentos que se echaron no valen.
Los va corroyendo una hormiga divina y se llama la condena.
No es blanca, no es negra, sino ocre, y tiene todos los colores del espacio.
Es el instinto animal.
Es el sentir, el sentir con un cuchillo, con un puñal, con una espada.
La Parca vive en eso, entre eso y está sentada encima con una corona en la cabeza.
¿Lo oyen?
¿Se enfurece el ser humano?
No, está prendido de dolor, desgarrado, se lo deshilacha; el tórax de ustedes explotaría de dolor si empezaran a ver a los maestros, si pudieran postrarse ante los pies de la santa María y de José, del Gólgota, Getsemaní, la Biblia.
No somos salvajes, sino que estamos locos de dolor, porque ustedes aún tienen el deseo no solo de condenar la vida con sus universidades, sino que, también ustedes aquí, desfiguran, golpean a diario la vida de Dios.
Debido a una palabra piensan que no golpean... pero ya han privado al ser humano de la luz.
¿Cuándo empiezan a pensar verdaderamente, a amar, a bordear y cargar la vida?
Sí, ¿hacia dónde?
¿Palabrerías?
¿Quieren decir que aman a Dios, a Cristo, Getsemaní, el Gólgota?
¿Quieren hacérselo creer a ustedes mismos?
En la séptima esfera la gente ya no se atreve a hacerlo, tampoco en el cuarto grado cósmico.
En el quinto grado cósmico, pues, aumenta el dolor; ¡no la felicidad, sino el dolor!
Los dolores aumentan conforme vayan ascendiendo, porque van hacia el dolor de Cristo.
¿Es poco claro, falso?
¿No lo comprenden?
¡Váyanse entonces!
Váyanse entonces por fin y no sigan escuchándome, los “sinsentidos”.
Ya no quiero ver sus rostros caídos, sus sentimientos avinagrados, destructores, que deforman.
Ya no quiero seguir viendo los dolores, la desgana, la holgazanería, el no querer, que no les dé la gana aceptar la felicidad para el espacio y para ustedes mismos, para su familia, ya no quiero seguir viendo todo eso.
Me siento mal por la sociedad, por su humanidad, porque en mí vive verdadero dolor.
Verdaderos dolores atraviesan mi sistema nervioso y martillean los sentimientos, pero el cerebro dice: vamos, aporreen todo lo que puedan, ya me las arreglaré.
Cada célula de este organismo mío y de André está abierta al encanto del Mesías y lo defenderá.
Lo defenderá... para hacer que desaparezca esa condena.
Es el trabajo de ustedes, ¡es una tarea para los millones de personas de este mundo!
Seres humanos, seres humanos, más vale que no se imaginen que yo poseo la sensibilidad, que yo les doy algo.
¿Acaso no pensaban que los seguía y que luego no vi que finalmente no empezarán a pensar en la dirección correcta?
En primer lugar van a tener que empezar a pensar hacia el espacio, hacia Getsemaní, hacia María y José, hacia los apóstoles, Juan, hacia las esferas de luz, hacia la séptima esfera, hacia los millones que han alcanzado ese espacio, esa esfera, ese pedazo de tierra.
¡Es que no lo hacen!
Saben hablar y hablar y hablar y animar a la gente: “Oh, qué bello que fue, cómo disfruté otra vez esta mañana”.
¿Que han disfrutado?
¡Que los lleve el diablo con su disfrute!
Vivirán los dolores de Satanás cuando dicen: “¡Qué hermoso fue!”.
Entonces no tienen ni una cosa ni otra; absolutamente nada de sus millones de propiedades y rasgos de carácter me ha quitado un gramo de sensibilidad, y menos aún del espacio, y menos aún para esta humanidad.
Solo miran y sienten para ustedes mismos, para su yo humano, desnudo y pequeño.
No les haré nada, de verdad que no les haré nada, porque tengo miedo de hacerles algo; tenemos miedo de crear aún más miseria.
¿Pensaban que seríamos capaces de abatir a un ser humano cuando vemos que ya hay tanta condena, que está allí una Parca, la muerte con una guadaña como una espada en llamas?
Conocemos Getsemaní, conocemos el Gólgota, nos arrancamos el cabello, nos sacamos el corazón de entre las costillas y dejamos que corra nuestra sangre ante los ojos de ustedes, porque sabemos: pronto, cuando accedan a la primera esfera, aceptarán —ni siquiera se lo hemos contado todavía—, entonces aceptarán su felicidad, ¿no?
¡Ya les gustaría!
No, entonces van a ayudarnos a cargar, ¿lo entienden?
Entonces nos van a ayudar a cargar.
Entonces van a ... entonces van a decir lo que Cristo dijo a Juan, de lo que les di una idea concisa: “Juan, no es eso lo que hemos traído a la tierra, sino que el ser humano ha multiplicado por un millón ese miedo y le ha añadido una condena.
Y son hijos tuyos, Juan, son Míos y de Pedro y de los demás.
¿Han (Habéis) visto las esferas de luz? ¿Han (Habéis) visto a los maestros?
¿Puedes decir, Juan —de vez en cuando te desdoblas corporalmente y se te ha concedido ver los cielos—, puedes decir que es feliz algún maestro en la primera, segunda, tercera esfera?
¿Que son (sois) felices?
Entonces no son (sois) verdaderos, sino falsos”.
Nosotros los desarrollamos a ustedes.
¿Por qué nos deslomamos, se desloma el espacio, se lo dio Cristo a sí mismo, se desloma un apóstol?
¿Por qué Pedro, con sus imponentes sentimientos y alegre entrega, se dejó sacrificar como un cerdo terrenal, material?
Porque es lo que se hizo, lo sacrificaron colgado boca abajo.
¿Por qué siguió siendo feliz?
Porque ahora por fin le entró la sensación de ayudar a poder cargar.
Es lo que es.
¡Eso es lo que es!
Cuando ustedes entren en la primera esfera...
¿Lo sienten? Porque son los libros del maestro Alcar, ¿no?
Porque tienen miedo, temen escuchar la verdad, no pueden aceptar ni una sola palabra de los maestros y no se atreven con la verdad cuando ellos dicen: “Vamos, cierren la boca, sean cordiales y cariñosos”.
¿Son la madre, son el padre... son muchachas y chiquillos, niños pequeños?
No, por la verdad universal, ¡no!
Son hijos de un solo Dios y serán amor.
¿Por qué no comienzan en amor?
‘Una mirada en el más allá’ los lleva a la bienaventuranza, ¿no es así, André?
Y entonces, por fin, el maestro Alcar dice: “Oh, va a ser tan hermoso, será cada vez más hermoso”, y André se desploma.
Y cedió, abrazó a su maestro con efusión; dice: “Maestro, ya no aguanto más.
Oh... ¿Qué es eso...”.
“En una montaña, allí a lo lejos... André ve un edificio majestuoso con una irradiación divina.
Los caminos van hacia este edificio y vio a personas felices vestidas de hermosas túnicas".
Qué gloria, ¿no?
¿Para ustedes, para mitigar?
No, ya les gustaría.
Solo es sosiego, pero escrito para los niños de cuatro años que ustedes son todavía, para prepararlos, porque sabemos: allí detrás, detrás de esa línea de allí, las cosas adquirirán una seriedad sagrada.
Aquí no están más que en la diversión, en el entretenimiento, el entretenimiento espiritual; no hacen más que puntear un poco su pequeña arpa.
Pero entonces las cosas empiezan a ponerse serias, porque allí empiezan a... —es la primera esfera y volveré a esto luego—, ... allí empiezan a ayudar a cargar a Cristo, al espacio.
Ahora las cosas se ponen serias, ahora están ante la condena.
¿Piensan ahora que tienen animación?
¿Las migajas de animación que despiertan en ustedes, esos pequeños insectos?
¿De dónde han sacado el coraje para ponerse aquí?
Entonces me burlé de ustedes a sus espaldas.
Ya lo ven, no les hago nada, hermano B., pero los hago ver: sí, allí van ellos.
Debería haberlos bajado a ustedes de allí, como un padre debería haberles dado a ustedes unas nalgadas.
Si se trata de ustedes mismos, se pondrán salvajes... pero no es así por Cristo, ¡entonces no tienen animación!
¿Cuándo se enfadan? ¿Cuándo se enojan?
Como dice André: “Vamos, ¡pónganse de cabeza para Cristo!”.
Ustedes venden arte, su arte, ponen en equilibrio algo para lo que les hacen falta veinte años.
Pero ¡no lo hacen para Cristo!
Se dejan pegar, son boxeadores, son atletas, y desarrollan su propio músculo.
Sí, ¿para qué?
Para la animalización y el deterioro.
¿Para fortalecerse para la primera esfera, la segunda, la tercera, la cuarta?
Mejor no se asusten.
No lo hacen, el ser humano no es capaz.
Sí que es capaz de hablar, de cantar... desentonado.
¿Que todo va a volver a estar bien?
No, ¡no va a estar bien!
Más adelante recuperaremos a André.
¿Que André va por mal camino?
No, no era cierto.
Pero ustedes, farsantes, ustedes que se aferran a la condena, porque no solo han vuelto a matar a Cristo, a André, a mí, la doctrina de los maestros, a Getsemaní y al Gólgota, sino que estaban en el corazón vivo del Mesías.
¡Mejor cuenten eso!
Ya no nos gustan los perros sarnosos, porque se trata ahora de un ser humano sarnoso y tiene incluso más significado, y la sarna no es tan mala, la peste, la cólera, la lepra no son tan malas, hermanas y hermanos míos, como la condena viva, la eterna desfiguración de un Dios que no es más que amor...
Si me dejo ir, me iré hundiendo.
Allí están.
Sí, porque el jardín del Edén lo han... lo hemos explicado, ¡sin duda que lo hemos explicado, aquí!
Yo lloré, los cielos lloraron...
¡Lo que faltaba!
Como salvajes han arrancado de la tierra el jardín del Edén, ahora que, solo por un momento, nos fuimos, y estas leonas y estos leones empezaron nuevamente a matar la imagen viva del Mesías, de Juan, Pedro, Pablo, María y José, y toda esta humanidad, ¡porque tenían sed!
Ni siquiera lo hace un león en la selva, una tigresa que vela por sus hijos.
Sí... ¿a dónde nos lleva la condena?
¿Cuándo quieren empezar?
Se desfiguran ustedes mismos.
Pero lo retendré hasta la siguiente sesión, porque entonces yaceremos postrados en Getsemaní y daremos un paseo por la tierra, porque habremos llegado hasta ese punto.
Unos farsantes, es lo que son ustedes cuando están gritando encima de sus púlpitos que el Dios condena: “¡No hagan eso, es un pecado!”.
No existen los pecados, no existe la desfiguración, la demolición, la destrucción, no existe la debilidad de personalidad.
Todo es evolución.
¡Evolución!
Podemos acogerlos y volver a apretarlos contra el corazón espacial, porque representamos la verdad, porque somos animadores y porque el Dios de todo lo que vive hablará a nuestras vidas.
¿Esperan ustedes una palabra?
Esperen mejor el silencio.
Entonces ya no darán vueltas en su silla, entonces ya no tendrán nada que ver con sistemas materiales.
Ni siquiera son capaces de entregarse, ni al espacio ni a la sociedad.
De un golpe les quito las manos del rostro, para por fin sentarme alguna vez en la sensatez, en respeto, y dar las gracias al Dios de todo lo que vive.
¿Qué tenemos que hacer con el mundo, qué tenía que hacer Cristo con la humanidad, qué tenían que hacer los apóstoles con su tarea, cuando se encontraron frente a esa eterna condena?
"Dios mío, Dios mío, cómo hemos desfigurado la vida".
Y ahora han llegado otros para desprenderlos a ustedes de la condena, pero también para desprenderlos de su propia dureza, porque toda palabra es condenatoria por un tiempo.
Nunca más tendrán que pensar en dureza, en engaño, en desfiguración, en envidia, o lo que sea, en todas esas particularidades y rasgos de carácter.
Tendrán que dar encanto a cada pensamiento, espacio —en tiempo y espacio— y entonces comenzará su examen psicológico: ¿quién soy?
Tenemos respeto, el espacio tiene respeto por el ser humano que por fin ha recibido la sensación de: voy a comenzar.
Pónganse manos a la obra con esta sabiduría, mi hermano B., pero no lo hagan demasiado rápido.
Allí están sentados millones de maestros sin poder hacer nada, tienen que esperar, tienen que esperar lo que yo haga, yo.
Pueden llamarme maestro, pero pueden alcanzarme mucho más y a mucha más profundidad.
Y entonces vivirán esas fuerzas magistrales, que son encantadoras y que recogen su vida, cuando empiecen de verdad, cuando se hagan madre, cuando se hagan padre, hermano, amigo, hermana, hermano.
Cada uno tiene que encargarse del derecho propio.
Cada uno tiene que encargarse de terminar su tarea en que se encuentran ahora y de no crear miseria nueva.
Ya no esperamos eso de ustedes.
Nada los asusta; viven y aceptan por ahora —lo cerraré mañana—, desde ahora acogen en ustedes el sagrado anhelo de hacer todo, absolutamente todo para vivir la armonía para la palabra, la ley y la sociedad.
Porque son los sistemas de Sócrates, para eso el ser humano Sócrates ha tenido que tomar su copa de cicuta.
Cuando dijo: "Sí, pero hay mucho más.
El ser humano es esto, el ser humano es lo otro, el ser humano es espacio", entonces esa criatura infeliz que nuevamente está atada a la condena —¿digo sinsentidos?—, que nuevamente está atada a la condena, le presentó a Sócrates su copa de cicuta.
La autoridad papal, católica, echó a Galileo al calabozo porque dijo: “La tierra gira alrededor del sol”.
Otra vez una copa de cicuta de estas, porque existe la condena, eso es así.
¿Una falsedad, mundo?
¿Les cuento sinsentidos?
¿Por qué quebraron a Galileo? ¿Por qué se le avasalló?
¿Por qué le quitaron a la fuerza su tarea de las manos?
Al hablar con un clérigo, usted dice: “¿Qué quiere?”.
“Sí, usted tiene que volver a la iglesia”.
“Vaya... ¿tenemos que volver a la iglesia?”.
"¿Sigue siendo un católico bautizado?".
“Eso mismo... sí, está bien”.
Pero si dice a esa criatura delante de usted, a esa criatura, para la madre sagrada... y en ‘La cosmología’ escribí, en nombre de Cristo: “Esa iglesia de ustedes, que es católica”, y si encima ustedes han sido católicos, entonces no quedará más que asustarse, esta mañana, entonces se lo quitan de encima de una vez por todas, “es una puta espiritual”.
Sí, si ella es una madre que alberga un amor divino, ¿por qué entonces ponía a las criaturas en la hoguera?
¿Por qué privaba, esta madre, esta madre eclesiástica, la luz vital de Galileo y Sócrates y millones de otros que han tenido que aceptar las hogueras?
¡Ni siquiera alcanzaba a ser una zorra!
Una zorra llega al despertar y todavía ama, pero ella continúa y sigue avanzando conscientemente.
Pero acicalarse con gemas y túnicas, claro, eso sí.
Una por una estas criaturitas llegan a emerger y son desguazadas.
Entonces están ante los dolores de Satanás, entonces están ante la miseria que Cristo tiene que aceptar; ¡ahora mismo!
Y de la que ustedes no se pueden deshacer, porque una y otra vez golpean a la luz vital de Dios, la luz nueva, en todo el rostro.
¿Y entonces piensan ustedes que la desfiguran por sus chismes, por su debilidad?
Aún vivimos en este tiempo, aún no son diferentes ustedes.
¿Lo han oído?
Vamos, cuéntenselo a sus demás hermanas y hermanos: una madre divina no se hace pasar por puta, ella no es más que amor.
Porque la iglesia, si toman parte en ella y se convierten en cardenal y en papa, y como cardenal estampan su sello, su firma, debajo de ese veredicto, entonces violan a esa madre, entonces son diabólicos.
"Sí", dice el clérigo, "solo eran diez.
Solo fueron diez los que pusimos en la hoguera, no más".
No, ¡fueron diez millones!
Diez millones de hombres y mujeres, niños aún, terminaron en la hoguera.
Juana de Arco es su ejemplo, aunque esa criatura peleara por un leproso, por una bobada.
Su Dios no era más que un arrequive, un feriante, porque a Juana de Arco se la engañó por delante y por detrás, por todos lados.
Y el maestro que la animó, pues ese no estaba allí.
¡No se avistaba ningún Mesías en el espacio para ella!
Era su fe eclesiástica, su sensibilidad de antes; entonces era monja y por lo tanto estaba atada a esa iglesia.
Y ahora quería para el Mesías, pensaba estar animada para el Dios de todo lo que vive.
¡Era obra del diablo!
Vamos, hagan una película de eso y pónganse a vivirlo, entonces ya sabrán cómo un Dios de todo lo que vive animará a Sus hijos, pero no hasta la deformidad.
No les hace falta un Dios para subirse a una hoguera, son demasiado infantiles para eso.
Hablo al mundo, eh, no les hablo a ustedes.
Pero si quieren, llénense los bolsillos de esto.
Con las bolsas tan grandes que llevan.
Conviertan sus corazones en semejante monedero y pónganlo todo en ese corazoncito, y empiecen desde ahora a aprender a andar, vamos.
Conviértanse en Juana de Arco, pero no... pero no jueguen a ser creyentes, no jueguen a ser médiums ni Galileo ni Juana de Arco.
Vengan primero donde nosotros.
Hubo más difusos así que veían esas “caras” sagradas e imponentes, pero no agarraban la espada, entraban en la fosa de los leones.
Eran verdaderos, solo amaban la cruz.
El ser humano que ama ya no desfigura.
Ya no quiere tener nada que ver con hogueras, con dilataciones de sentimientos acorazados.
No recibe un corcel negro o blanco para montarlo, sino que reciben “alas” del espacio.
Esos se sientan encima de un animal imponente, pero ese animal tiene animación espiritual y porta una cabeza de águila al igual que la pirámide de Giza, que se construyó para ustedes los seres humanos y que se edificó para la bienaventuranza posterior.
... (inaudible) Ojalá pudiéramos seguir aclarándoles las leyes, para llevarlos, tomados de la mano, para sentir su verdadera mano como hombre y mujer, como padre y madre.
Pero volveremos; prepárense, hijos míos.
¡Vamos, griten un poco esta mañana!
No nos den a mí ni a André, ya no queremos tener que ver con sus elogios, con sus ternuras, tampoco André.
Hoy se nos acepta y somos ángeles y maestros, hoy recibimos por medio de ustedes —ya hemos tenido que aceptarlo— una túnica blanca alrededor del cuello, y mañana ustedes nos decapitarán...
Pero ¡todavía estamos aquí!
¿Dónde están, sin embargo, esos tiranos, esos conscientes de espíritu que reparten estos perifollos?
¿Por qué ellos mismos no se prenden plumas en los sombreros..., hijos de Dios?
Si albergan amor verdadero, digan entonces que no tengo razón, atáquenme entonces.
Pero eso no saben ni tampoco se atreven a hacerlo, porque no quedaría ni un solo fundamento de ustedes.
Pero no los echaré.
El Dios de todo lo que vive dice: "Ustedes tienen profundidad universal".
Forman parte de Su vida.
Son vida, luz, padre y madre, son todo.
¡Son chispas!
No, son dioses.
No importa quiénes sean todavía, no importa cómo hablen ni quién los ataque.
De aquí en adelante dejen eso y echarán el primer fundamento para las esferas de luz, para su Getsemaní, para su Gólgota, para su travesía, su viaje de regreso al Omnigrado divino, donde representarán a la Omnifuente.
¡Son dioses!
Hoy el ser humano recibe su todo, su amor, y mañana ustedes serán desfigurados.
Pero recuerden esto, para su futuro y para el pasado: no dejaremos que nos reconduzcan desde la muerte en el ataúd.
No nos dejaremos desfigurar por sus palabrerías, ya hay miseria de sobra.
No oirán que salga nada de nuestros labios, ¡los amamos, los amamos, los amamos!
Los amamos, ¡amamos el mundo y esta humanidad!
Pero tampoco nos dejamos elevar ni colocar encima de su campanario, porque mañana no nos desearán esa luz vital ni ese espacio, y nos darán una patada por detrás para tirarnos abajo.
Y lo sabemos.
No queremos agradecimientos, no queremos sentimientos; no queremos nada, pero cargamos los dolores para esta humanidad.
Estamos agradecidos de que estén sentados aquí y de que quieran escuchar a los maestros, y les digo: pueden aceptarlo y entonces será por ahora, por esta mañana, mi última palabra, acompañada de la suposición, el impulso, la inspiración de que pronto se prepararán para Getsemaní.
Cristo estuvo entre ustedes.
Por ahora, por la eternidad, si es que...
¡Él está aquí ahora mismo, están aquí los ángeles, los maestros de la luz y del espacio!
Ahora es cosa de ustedes conservar y recibir en sus corazones la luz vital, esta sabiduría divina, este respeto, esta fuerza sangrante, animadora, impulsora, para ustedes mismos, para su paternidad y su maternidad y para sus hijos y su sociedad.
De ahora en adelante estarán bajo autoridad divina.
Los ángeles sentirán curiosidad por saber hasta cuándo.
Es cosa de ustedes echar los primeros fundamentos para eso.
No construyen para un mundo extraño, sino que van construyendo su realidad divina.
Construyen para el alma, para el espíritu, pero para su personalidad divina, que algún día brillará, que algún día poseerá y representará a la Omnisciencia.
Dioses míos, hasta aquí.