El ser humano y su universo

Buenos días, hermanas y hermanos míos.
Voy a ofrecerles la conferencia ‘El ser humano y su universo’.
Gracias a los libros de los maestros han adquirido una idea concisa de lo que es en realidad para ustedes, aquí en la tierra y para el espacio, el universo suyo.
Pero ¿qué exactamente tienen que hacer para empezar a llevar hacia la evolución el universo para su vida?
Para eso es necesario que conozcamos las leyes de Dios y del espacio.
El ser humano que se desprende de los sistemas materiales —se lo he demostrado más de una vez y se me ha concedido aclararlo—solo empieza a pensar detrás del ataúd.
Los conduje a través de la sociedad, los llevé a la realidad para la vida.
Los conecté con la vida y la muerte, con el nacimiento, la reencarnación, el Antiguo Egipto, con las tinieblas y la luz, los infiernos y los cielos, con la Biblia, con el bien y el mal que les ha dado la Biblia.
Sí, los hemos conducido a la “Universidad de Cristo”, una universidad que aclara las leyes para su alma, espíritu y cuerpo.
Qué sabe la ciencia de todas estas cosas, también eso les ha quedado claro.
¿Qué han hecho los antiguos egipcios para la conciencia de ustedes? ¿Qué les han dado?
¿Qué suerte de conciencia adquirían los templos en el mundo conforme iban pasando los siglos?
¿Cómo está sintonizada la sociedad con el propio yo, la conciencia espacial?
¡De todo esto todavía no se tiene nada!
Todavía no se quieren aceptar las leyes, y sin embargo: de vez en cuando llega a su vida un vislumbre, una sola palabra de un erudito, que aclara entonces que el ser humano empezó como vida embrionaria.
Los alejo de la tierra hacia la primera esfera, porque es precisamente allí que llegamos a conocer el espacio, nuestro universo.
En la tierra ustedes carecen de sensibilidad para desprenderse de esta parte material a la que pertenecen.
Todavía no quieren, y sin embargo: no pueden eludirlo, pues las leyes para el espacio... cada pensamiento significa un universo.
Un pensamiento es universalmente profundo: ha adquirido fundamentos porque el alma encuentra sintonización con Dios, con la Omnifuente.
Hemos comenzado con nuestra vida desde la Omnivida, la Omniluz, la Omnipaternidad y la Omnimaternidad.
Ustedes han recorrido un camino de planeta en planeta.
Atravesaron millones de vidas hacia la definitiva, que todavía sigue siendo “el ataúd”.
Desde la selva han ido hacia una sociedad.
Han tenido que aceptar las razas (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) en la tierra.
Ya no se dicen disparates, las leyes metafísicas les indican el inicio original, el primer paso que tuvieron que aceptar como seres humanos, como padre y madre.
El ser humano en su sociedad se siente imponentemente fuerte y consciente.
Pero ¿qué clase de conciencia es la que posee la sociedad?
¿Qué va a ser lo que puede darle la universidad?
¿Qué puede darles esa universidad para el alma, el espíritu y la materia?
Por supuesto, no es la intención reconducirlo todo hasta la nada.
Pero el mundo, la doctrina metafísica les ha dado esas pruebas cuando Amenhotep, el primer sacerdote poderoso que aún sigue teniendo significado para el mundo de ustedes, recibió su concienciación en el Antiguo Egipto y pudo aceptar sus grandes alas.
Cuando vivía detrás del ataúd y los maestros, esos maestros de allí, esos sumos sacerdotes pudieron pronunciar su primera palabra, pudieron formular su primera pregunta a la vida de él.
“¿Dónde está usted?
¿Está vivo?
¿Tiene el rostro?
¿Hay colores allí?
¿Sentimientos?
Cuéntenos la verdad, sin tapujos, irremediablemente, pues morirá para esta doctrina si la mentira lo asalta, si mancilla su vida”.
¡Los templos de Isis, Ra, Ré y Luxor han tenido que aceptar estas leyes!
Y entonces el sacerdote está detrás del ataúd, pero tiene conciencia viva.
Mira a su alrededor, ve su universo.
La cortesía, el respeto que lo asalta, que le llega desde ese espacio, ¡es impresionante!
Y luego le cruza los labios la palabra imponente, pero también él vuelve a estar inspirado.
Ve una luz, percibe la vida que lo rodea.
Y entonces dice el maestro —un ser humano que ha vivido en la tierra, que vive en el espacio y es consciente allí, que ha dado al Antiguo Egipto un fundamento del Dios de todo lo que vive y para Él, un alma, un espíritu, una personalidad que solo es amor, para aupar al ser humano, para desprenderlo de los sistemas materiales, porque esa personalidad verá que el alma es el infinito, que el espíritu tiene que representar la vida detrás del ataúd y que la personalidad podrá recibir una elocuencia universal—:

—¿Me ve?
—Sí —dice la criatura— ¿dónde está?
—No me pida que me haga visible, no quiera verme, pues mi imagen lo abatiría, la luz de mis ojos lo derribará.
No se aferre a mi personalidad, sino que limítese a escuchar esta palabra, mi sensibilidad, escuche solamente y transmita lo que le digo.
Somos uno solo de alma a alma, somos uno solo de espíritu a espíritu, nuestros sentimientos adquieren significado universal.
Sí, de verdad que ustedes viven en un universo, y ese universo es lo que poseen.
Entonces recibe la primera palabra Amenhotep —el sacerdote que se ha preparado para vivir una animación desde el espacio, para entregarse a sí mismo por Isis para poder servir al mundo, para que Dios pueda imponer Sus fundamentos— y dice, por medio de su cuerpo que yace allí: “Sí, hijos de la diosa, vivo, puedo ver, soy yo mismo”.
Es una sacudida para todos los que viven esto.
Los clarividentes perciben que esa personalidad es ella misma.
Los sanadores emiten sus fuerzas para animar a esta vida, para que el contacto no sea roto, pues va a hablar la diosa.
Sí, para el Antiguo Egipto era aún una diosa, ellos dieron una deidad a cada cosa.
Los maestros empezaron allí con la primera palabra, echaron el fundamento para convertir al ser humano en un yo universal.
—¿Puede desplazarse?
—Sí— dice el discípulo, aquí el maestro, en la tierra el gran alado, pero entre la vida y la muerte el discípulo— puedo desplazarme.
—Entonces vaya —reza la petición— al espacio y cuéntenos, denos la verdad, solamente la verdad, pues ya sabe: el instinto animal lo destrozará si lo asalta la mentira, el engaño.
Y ahora esta personalidad planea por el espacio.
Hay una fuerza que constriñe, que es constringente y que se impone a la personalidad para continuar, para alejarse de la materia.
Y entonces el maestro dice:

—Estar desprendido de la tierra es el ser uno con este universo.
Estar completamente libre de la pirámide, de aquello que vive allí, esos sentimientos suyos, es la unión con Dios.
Claro: no se atrevió a decir “el Dios de todo lo que vive”, pues habría tomado desprevenida a esta criatura.
Y cuando entonces el sacerdote se observa a sí mismo desde el espacio, entre las estrellas y los planetas, y percibe que es una criatura que vive conscientemente, entonces su irradiación vuelve volando al Templo de Isis, entonces deposita las orquídeas de su corazón a los pies de la diosa.
Las deposita para el espacio, para la pirámide, para el faraón, para todos los sacerdotes y sacerdotisas, y dice:

—Estoy vivo, planeo por un espacio imponente y soy yo mismo.
La benevolencia de mi alma está diciéndole la verdad.
Doy todo lo que veo y siento, pues a mi lado vive el yo imponente.
Siento cómo entra en mí este silencio enorme.
Mi palabra adquiere alas.
Seré como este espacio.
Cada pensamiento de mi personalidad tiene animación portadora.
Los sacerdotes no se atreven a hacer más preguntas.
Ignoran de dónde proceden estas palabras, pero penetran hasta el yo humano, van sintiendo agarre en la personalidad.
Cuando el sacerdote sintoniza su yo deliberado con las nebulosas y con la luz, cuando ve que la tierra es como una hoz, cuando hay noche en la tierra y puede elevarse por encima de esa oscuridad y vive allí la palabra y la ve delante de sí, entonces las lágrimas le caen por las mejillas, el corazón le sangra de ardiente deseo, entonces solo se afana en poder acoger en sí esa poderosa animación.
Entonces allí se inclina y yace postrado a los pies de su Dios, la Omnifuente, la Omnivida, la Omnialma, el Omniespíritu, la Omnipaternidad y la Omnimaternidad.
Después de un breve tiempo los sumos sacerdotes llegan al punto en que formulan sus preguntas.
Y ahora todo es muy rápido, ahora cada palabra tiene animación.
Los escribanos están listos, tienen los corazones desbocados.
Cuando la animación es demasiado vigorosa y, mientras se concentra, se anima a sí mismo desde el espacio, la sangre brota de los labios del gran alado.
Los órganos humanos ya ni siquiera son capaces de procesar esa fuerza.
Se piensa en trastornos, pero han vivido cientos de sesiones, ¡conocen el peligro!
Saben también que hay un apoyo, que hay un medio que los portará, que puede acogerlo a él: ¡la diosa vela!
Lo hace siempre.
—Aquello en lo que vivo es luz, es vida, y me siento feliz.
Aquello en lo que vivo me pertenece —dice la voz del espacio—.
Aquello para lo que vivimos servirá para toda esta humanidad.
Aquello en lo que vivo es esta luz.
Me dicen mis sentimientos que formo parte de todo esto y que por mis pensamientos y sentimientos, mi trabajo, mi servir, podré ganarme todo esto por lo que ahora entregaré mi vida.
De esta manera, el Antiguo Egipto recibió las pruebas de que había vida después de la muerte.
Cientos de sacerdotes perecieron, únicamente porque ellos atravesaron las leyes para la paternidad y maternidad.
Pero conocieron el sueño, descendieron en su personalidad y fueron hacia ese ataúd, fueron hacia el alma, hacia el espíritu, y en estas tinieblas volvió a haber vida, pensamiento nuevo, sentimiento nuevo, entendimiento nuevo.
Todos se colocaron ante el primer fundamento.
Y también supieron que habían depuesto millones de vidas y que el alma posee una personalidad propia detrás de esta vida, con el espacio como un sentimiento en el que vive la criatura, con un espacio que se alimentaba de manera animadora con cada pensamiento.
Cada pensamiento —le pudo dar el Antiguo Egipto a la criatura occidental— es un universo.
Y esos millones de pensamientos tienen que aceptar el color del espacio y se colocan a sí mismos en la báscula para todos esos sistemas, para todos esos pensamientos, todas esas leyes, toda esa paternidad y maternidad, para la que vives y por la que hemos podido vencer esas leyes como seres humanos.
—El lugar en que vivo —dijo el gran alado— es un espacio para mí y para toda la vida, en el que están ustedes, con el que se encuentran.
Aquí está la verdad, estoy conectado con ella.
Pero con que, aunque sea solo un momento, piense de manera equivocada, o sea, materialmente, según las vivencias de usted, allí, empiezan a rodearme las tinieblas.
Eso significa, por tanto, que mis pensamientos pueden ser animadores cuando asciendo por ese espacio.
Avanzo paso a paso.
Veo allí un mundo que no es el nuestro.
Veo un mundo para el animal, para una flor, pero los seres humanos somos universales, llegamos antes que todo esto.
Pienso.
Y ahora la palabra vuelve a la diosa.
Sí, porque si esto podría haberlo sabido Ramakrishna, si podría haberlo impulsado a través de su vida, entonces habría recibido la conciencia macrocósmica universal.
Pero no quiso ser ningún adepto, fue un adepto para sí mismo; lo mismo Pitágoras.
Aunque hayan podido sondar las profundidades de sus vidas, millones de ellos vivían detrás de su personalidad, cuyos rasgos de carácter y cuyos mundos aún tenían que asimilar.
Ocurrió en el Antiguo Egipto.
Echó los fundamentos para esta sociedad, para esta humanidad.
Lo que posee es verdad.
El Antiguo Egipto, los templos de Ré, Ra y Luxor, se han dado a sí mismos para la “Universidad de Cristo”, ¡para la sociedad de ustedes!
Y ¿qué entrega Occidente a cambio de eso?
Los templos de Ra, Ré e Isis han vivido la benevolencia de una personalidad divina, se han beneficiado de la justicia.
Estaban postrados, se hicieron uno solo con la madre agua.
Vivieron la paternidad y la maternidad no solo de manera humana, sino también con una profundidad espacial, pues sabían: por sus buenas acciones atraerían el bien.
Eran uno solo, siempre uno solo, con una sacralidad por la que vivían y morirían.
Por cada pensamiento había un sacerdote entregando su vida.
Por la amistad y la benevolencia iban hasta el infierno.
Se dejaban pegar y maltratar, aceptaban la lucha con una bestia salvaje, una serpiente, un tigre, un león.
No tenían miedo, a nada, porque querían llegar a conocer esa sabiduría, porque querían servir al Dios de todo lo que vive —sí, luego al Mesías.
Cientos de miles de sacerdotes fueron destruidos en esa época.
No tenían miedo de aceptar la demencia durante un tiempo —no la enfermiza, sino la consciente— para llegar a conocer una ley, para vivirla.
Se pegaban a sí mismos día y noche, se frenaban a sí mismos, se animaban, se guiaban.
Cada palabra era sentida plenamente y reflexionada a fondo antes de que viviera la materialización.
Han hecho frente a la vida y la muerte, podían hacerlo, porque habían despertado interiormente, porque sus vidas querían hablar.
Eso es lo que era el Antiguo Egipto.
¿Y sigue siéndolo?
No, ¡es lo que vive ahora en Occidente!
Han pasado tres mil ochocientos, tres mil novecientos años, y la sociedad sigue encontrándose ante el yo muerto en vida de la criatura occidental.
Occidente ha erigido una universidad, pero de este universo no se sabe nada.
El ser humano todavía está en la tierra por primera vez, la criatura que nace ahora aún no ha vivido nada.
Esta criatura cristalina e inmaculada llega a la tierra desde Dios, desde la Omnifuente, y cuando la vida tiene siete, ocho, nueve meses, ya empieza a maldecir, entonces ya empieza a insultar al padre y la madre, se ven embrollos y destrucción.
Y cuando el niño tiene dos, tres, cuatro años, ya posee la sociedad.
Entonces ya se les patea a la sociedad, al padre y la madre, a las hermanitas y los hermanitos.
Y ¿es divino ese niño? ¿Llega así desde la Omnifuente?
Esta vida, ¿no ha conocido nunca antes una vida (anterior)?
Después de tres mil ochocientos años la criatura occidental todavía vive en las tinieblas.
Al parapsicólogo se le despide de su universidad, sin que vea.
De Moisés se acepta que haya hablado con Dios.
La Biblia empieza con sinsentidos, pues la creación ya tenía millones de años antes de que los autores fueran siquiera capaces de escribir la primera palabra.
¿Es ese el universo que tiene que darles el Dios de todo lo que vive?
Cuando un sacerdote tiene que poner cada una de las palabras en una báscula divina y espacial, y tiene que llevarse a sí mismo a la armonía, ¿cómo es posible entonces que un Dios, que debe ser entonces amor, pueda odiar?
¿No despertará jamás la sociedad de ustedes?
¿Quieren continuar en este mundo inconsciente?
¿Quieren continuar demoliendo la vida, destruyéndola?
¿Viven solamente por su pequeño círculo, su sociedad, y quieren destruir conscientemente su felicidad universal?
¿Qué se ha hecho en el Antiguo Egipto por la criatura occidental de este tiempo? ¿Qué han podido hacer esos sacerdotes allí?
¿Cómo han servido, cómo han trabajado, cada día, cada hora?
¿Qué han hecho por ustedes, por el espacio, por todos los pueblos en la tierra?
Han construido pirámides.
¿Qué dice ese bloque de piedra allí?
A la gente le preocupa la pirámide.
Claro, es un fundamento material.
Es el propio ser humano, que no solo es animal, material, espiritual, sino espacial, incluso divino; el ser humano y su universo interpretados como un bloque de piedra.
Pero ¿qué hacen ustedes?
¿Cuándo comenzarán con la construcción de esa pirámide humana?
¿Solo van a quedarse sentados, escuchando?
Volar por el espacio no tiene misterio si poseen ese don.
Pero ¿qué asimilan para ustedes mismos, para su marido y su mujer, sus hijos?
¿Cuándo empiezan a pensar como pudo hacerlo el Antiguo Egipto?
Por supuesto, el libro ‘Entre la vida y la muerte’, que se les puso en las manos, a mí me conduce nuevamente al Antiguo Egipto, porque allí fue que se nos concedió conocer la veracidad sagrada.
Vivimos amor allí, nuestros corazones latieron allí.
Éramos verdaderos, queríamos vivir, queríamos morir, pues una muerte no la hay.
Cuando nos sentábamos allí, postrados a los pies de la diosa —sí, es la maternidad, es el amor, la luz, la vida, el espíritu, el alma, su personalidad— mientras yacíamos ante esa personalidad, para entonces por fin poder abrir nuestros corazones para recibir una imagen verdadera... un beso...
¿Cuándo empezarán ustedes a echarse?
¿Cuándo empezarán a edificar su universo?
Porque ¡son eternos y divinos!
Cada palabra equivocada los arranca de esas anclas divinas.
¡Cada destrucción les trae tinieblas!
Empiecen con esos fundamentos y llévense a ustedes mismos a la primera esfera, al mundo de verdad, al mundo de justicia, al mundo de comprensión, al mundo de la capacidad de captar, para poder absorberlo todo, con abundancia y conciencia, naturales como niños, adultos como seres humanos, pero sobre todo como padres y madres, hasta que ese amor se desboque bajo sus corazones, hasta que les dé latidos en las gargantas.
Sí, a ver si entonces se derrumban, si el universo quiere radiar desde sus pechos, si quieren ser capaces de echar los primeros fundamentos para después de esto.
Cuando allí nos asaltaba el amor humano, el sumo sacerdote decía:

—Usted, dotado, continúe y pronto será como la luz de esta vida... una flor.
Cuando a nosotros y a ustedes nos recibía el faraón y nuestras hermosas túnicas adornaban nuestras personalidades al entrar a ese templo, entonces sí que estaba el espacio a nuestros pies, entonces ese preciso instinto carecía de importancia, pues nosotros lo superábamos y estábamos listos para contestar, pero se nos recibía.
La diosa dijo:

—Vayan a él y demuéstrenle lo que les he enseñado.

Sí, eso salía de la boca de un sacerdote.

—Ustedes, grandes alados, mídanse con el faraón.
Sabrán qué respuestas les dará.
Y entonces llegaban las preguntas capciosas, se nos fustigaba con palabras.
No íbamos en línea recta a la personalidad, al yo humano.
No, eso atravesaba primero el instinto de hiena y luego paseábamos por una fosa de leones, pasábamos por la vida de una serpiente, para finalmente ubicarnos delante del ser humano.
Pero mientras tanto teníamos que vivir esas palabras, teníamos que hacer un análisis durante el segundo que era espacialmente profundo, sí, que podía ceñir un universo.
Y allí yacíamos, postrados a los pies de un faraón, un rey, pero una criatura hermosa, pues nos amaba.
—Cuénteme esta mañana, o esta noche, qué momentos se le concedió vivir con la diosa de Isis.
Fue cuando llegaba el gran adepto, el Alado... y allí estaban sentados la reina, las princesas, la corte, los sumos sacerdotes, los miembros del consejo, listos para captar la palabra del ser humano que sabe, el ser humano que posee sabiduría, el ser humano que vive una unión con los planetas y las estrellas.
Sí, eso es una deidad, y así fue como se le aceptaba.
Entonces los ojos del sumo sacerdote irradiaban la luz del espacio: ¡ahora hablarían sus hijos!
Y sabían que en el espacio había millones de personas que captarían estas palabras, que las dejarían por escrito.
La diosa había dicho:

—Cada palabra, cada pensamiento que usted vaya a materializar lo acojo en mi vida: ¡yo lo conozco a usted!
Y cuando pronto muera, entonces les mostraré todas estas cosas como fundamentos; entonces estarán ante su propio derecho, pero también ante su falta de justicia.
—Denme una idea de su vida, denme una idea del espacio.
¿Qué han aprendido en esta semana, en estos días?
Luego llegaba el sumo sacerdote, le daba la palabra al gran alado.
—Cuando tengo que dirigirme a sus vidas —dice este— entonces es para mí felicidad, entonces es para mí la gloria contemplarlas mientras se van elevando, se van dilatando, y entonces sé que tengo que darme como un ser humano verdadero a la personalidad de ustedes.
—En aquello en que me encontraba, allí estaba la luz, me encontraba allí encima de la pirámide, desde ese mundo miraba el punto más elevado de este, me reconduje hasta el preciso instante en que todavía no había reflexionado.
—¿Y había allí vida, y había allí luz, y ha podido amar allí?
—Sí —dice el gran alado— allí hay luz y también allí hay amor, y también allí hay benevolencia y justicia.
Sí, allí está todo.
—Y ¿tienen ustedes espacio?
—Sí, tenemos espacio.
Todo lo de aquí arriba, todo en lo que nosotros vivimos lo llevamos a la materialización; no, a eso hacemos la transición y nos tendemos allí para aprender a pensar en cómo podemos recibir esa unión.
Se han escrito miles de libros sobre las leyes, sobre la vida del Antiguo Egipto, pero de la conexión y el ser uno solo, sobre esas cosas Occidente todavía no sabe nada.
Es ese imponente regalo que tienen ahora en sus manos y que se llama ‘Entre la vida y la muerte’.
El ser humano para Occidente que aún siente algo de ese viejo instinto —que hemos tenido que aceptar nosotros, usted, ustedes, cada uno en el Antiguo Egipto— llega ahora mismo al despertar espiritual, llega ahora hasta las esferas de luz o hasta las tinieblas.
Y ahora se abre un abismo entre el Antiguo Egipto y el estadio actual, al que pertenecen ustedes.
La sociedad de ahora aún no tiene nada de eso, aún no ha asimilado nada de lo que los sacerdotes han recibido allí —se lo dije hace un momento—, de lo que para ellos, para los cientos de miles de personas, era verdad.
Todavía no pueden aceptarlo la criatura psicológica, la universidad de ustedes.
Y no obstante: desde ese momento han pasado tantos cientos de años, la criatura occidental sigue estando todavía en un punto muerto; las ciencias espirituales no pueden avanzar.
Y todo esto es ciencia, es una ciencia espiritual, que se le da desde la “Universidad de Cristo”, que es su universo.
“Un ser humano no reencarna”, no lo sabemos.
“El ser humano solo ha llegado... solo ahora ha llegado a la tierra, no tenemos nada que ver con esa selva”.
“Moisés habló a Dios.
El Señor dijo: ‘Moisés, ve y destruye a esa persona’”.
Sabemos cómo vivió Moisés; pero antes de que comenzara todo esto —estas son las profecías para su vida, para su sociedad, para la conciencia occidental— ¡la creación ya tenía millones de años!
Ustedes no pueden comprar su libertad aceptando a Cristo; ¡lo vivirán a Él!
No pueden ir a Jerusalén como turistas, llegarán allí como adeptos universales.
Para eso han de inclinarse, han de arrodillarse a los pies, no de los maestros, sino ante la autoridad divina, la verdad, justicia y benevolencia, el amor humano, o jamás tendrán su universo en las manos.
¡Conviértanse en verdad, conviértanse en amor, sean justicia!
Empiecen ahora mismo, pues pronto ya no tendrán nada que decir, y entonces todo será mucho, muchísimo más difícil.
Pronto se verán ante su yo desnudo y ¿cómo quieren entonces acceder a la verdad, si no se sienten sedientos?
¿De verdad quieren sentirlo? ¿De verdad quieren tomar posesión del universo?
¡Entonces será mejor que pongan atención a cada pensamiento!
Cuando detrás del ataúd accedan conmigo a la vida, los llevaré hacia un ser humano verdadero y entonces volveremos a estar ante el Templo de la verdad, ante el templo de su maternidad y paternidad y entonces podrán verse a sí mismos.
Porque es un edificio vivo, son ustedes mismos.
Es su universo, pues ahora entenderán de todas las leyes que ha creado el Dios de todo lo que vive.
Aceptarán de inmediato que han nacido en la luna, y también sabrán —podrán sentirlo— por qué esta ha muerto.
No se encuentra lejos de su vida, esa luna vive debajo de su corazón: ustedes mismos la son.
Es su maternidad, es su paternidad.
¿Qué sienten por la madre y cómo es su pensamiento?
¿Es su vida radiante, igual que la paternidad para el espacio, igual que lo es el sol, siempre y eternamente?
Es allí donde está su templo: los fundamentos que ustedes han echado aquí.
Eso solo fue posible por sus buenos pensamientos, por sus acciones.
No hay importancia en las oraciones —pues ustedes asimilarán las leyes del espacio— ni en rezar por el ser humano que ha de morir, porque eso solo es evolución; ahora escuchen bien: vivirán detrás del ataúd o volverán a la tierra y entonces los conectaremos con el mundo de lo inconsciente, el mundo de antes del nacimiento.
Por todo eso echarán fundamentos que solo serán aceptados cuando en ellos esté depositada el alma de la veracidad de su vida interior.
Están delante de ustedes, son sólidos, es una materia que el espacio puede cargar, y vemos los caminos que llevan a este imponente edificio.
Sí, hay entre ellos quienes poseen miles de caminos, pues este ser humano también está abierto a todos en la tierra.
Un solo pensamiento equivocado —por favor, créanlo— y ¡se derrumban su Isis, su Ré, su Ra, su Luxor, su espacio, su universo!
¿Qué vamos a hacer?
¿Cuál es el propósito de esta vida, cuál es la intención de estar aquí en la sociedad humana?
Despréndanse de toda esa dureza, esa demolición, esa destrucción, sean exigentes con su personalidad.
Si no quieren servir aquí, ya no les hablaremos así del otro lado, detrás del ataúd.
No habrá uno solo que se parta el lomo, que se acerque a ustedes dando animación para desprender su vida de la materia.
Ahora ustedes son un espíritu, tienen que aceptar cada palabra, tienen que inclinarse ante cada palabra: cada una es ahora una ley.
Si no pueden aceptarla, entonces tampoco recibirán fundamento.
Una palabra es una ley y una ley es un fundamento para su universidad.
¿Abarca este universo?
No, ¡hay más!
Ustedes se elevan más y profundizan más, van hacia el cuarto, quinto, sexto y séptimo grado cósmico.
De eso el Antiguo Egipto no sabía nada, ni Sócrates ni Platón ni Aristóteles ni Pitágoras, de eso no sabían nada.
Esto llega a su vida solo ahora.
Ahora es posible darles la verdad, el poder del espacio, para acogerlos y decirles, decirles en voz alta: “¡No lo hagan así, háganlo de otra manera!
Háganlo mejor, háganlo con más sencillez, pero ¡sean verdaderos, sean cariñosos!”.
Una sola palabra equivocada —por favor, créanlo— y se derrumba su universo, volverán a destruirlo todo.
Sigan viviendo en ese silencio, en esa armonía.
Empiecen a pensar, empiecen a sentir y construyan los primeros fundamentos para sus vidas detrás del ataúd, para “entre la vida y la muerte”.
Comprendan: son personalidades universales, cada pensamiento forma parte de su universo.
Ustedes son un templo, ya se lo dije.
Los primeros peldaños se colocan para la justicia; otro, que todavía forma parte del primero, es el sentimiento benevolente.
Cuando estamos allí, encima de esos fundamentos, nos vemos ante un yo verdadero; esta vida encarna la verdad, y luego continuamos o esos fundamentos no estarían allí.
Y ahora todo el conjunto es como el universo, el templo que tenemos que construir para la humanidad, para el que ahora reciben la sabiduría, porque esa es la intención.
Y solo entonces se echan, empiezan a explorarse a sí mismos: “¿Ese soy yo?”.
Sí, es usted.
Si se dedican al arte, entonces volverán a ver su arte inmaculado en su templo.
Y si tienen amistad para la humanidad, entonces tendrán allí las habitaciones, los rasgos de carácter, los espacios para esa amistad; podrán recibir a la gente, la sentarán en una hermosa pérgola.
Sí, yacen a los pies de esta vida como dueños y están agradecidos de que puedan ayudar a estas vidas a cargar.
Ha despertado un hijo, una célula, una parte de su sangre, una parte de la luz de sus ojos, y entró a las esferas de luz, ese hijo ha construido un templo propio.
Entonces ya estarán viviendo en la primera esfera.
Sí, entonces estarán allí, tendrán conciencia verdadera, serán una personalidad poderosa, pero sabrán que el Antiguo Testamento maldice a la gente en la tierra.
Y entonces sabrán también que Cristo no suplicó en el Gólgota: Padre mío, ¿me has abandonado?
¡Eso es imposible!
¡Es una falsedad!

Saben ahora que han depuesto millones de vidas y que ustedes formaban parte de todos los pueblos.
También estuvieron en la selva.
Formaron parte de la conciencia de los esquimales (véase el artículo ‘Ser humano o alma’ en rulof.es).
Fueron médicos, fueron eruditos, sí, mil veces no fueron nada.
Ser rey o emperador ya no les interesa, ponerse a hacer de juez, eso no lo hacen, pues aquí, en esta concienciación inhumana, en esta sociedad inhumana no pueden aplicar la justicia, porque tienen que aceptar ese poder judicial por el engaño.
Cuando se encuentren ante su universo, Cristo también estará presente.
Se deja ver, les dice: “Por fin han alcanzado el primer peldaño, y ¿volverán ahora a la tierra para separar a golpes a la gente de tanta falsedad?
¿O todavía son capaces de beber Mi sangre, Mi propia sangre?”.
Cuando la jefa de la séptima esfera —también una diosa— descienda a la vida de ustedes, será una gran felicidad.
Los maestros se agolparán ante su vida para que se les conceda acogerlos, para que se les conceda darles la mano para llevarlos por el espacio y decir: “Miren, volvemos a la luna, allí fue que nacimos”.
Descenderemos en el estadio embrionario, atravesaremos el estadio de pez, viviremos lo definitivo para el planeta.
Como también a la tierra se le concedió construir un estado propio, como algún día se ha desprendido de ella misma, pero entonces ustedes habrán completado el ciclo de la tierra y para este espacio.
“Recuérdenlo, ¡mi palabra es ley!”, dice el maestro.
Y ¿qué es una ley?
Ustedes son nacimiento, son padre y madre; han depuesto miles, millones de vidas.
Eso lo tienen que aceptar ahora, o jamás llegarán...
“O me voy, entonces ya no recibirán mi palabra”.
No podemos sentarnos a esperar; ustedes tienen que estar sedientos, tienen que querer, tienen que conducirse ustedes mismos a la animación, solo entonces Jerusalén estará abierta a ustedes.
¿De verdad pensaban que dentro de poco, detrás del ataúd, podrían vivir Jerusalén, así sin más?
¿De verdad pensaban ascender el Gólgota, así sin más?
En cinco segundos, en dos días ya habrán olvidado su amor.
Nosotros conocemos la sociedad humana.
Hoy todo tiene conciencia y animación espacial, y mañana ya no tendrá importancia, y entonces ese conjunto se volverá a derrumbar.
¿No les importa en lo más mínimo lo que pronto ocurrirá?
Entonces vivirán en ese “me vale un pepino”, pero es una desgracia, es miseria, es niebla, es un país de odio, un mundo de destrucción.
¿Eso quieren?
El universo humano comprende millones de grados y leyes.
El universo humano es el firmamento en el que viven ustedes.
Sí, tiene contacto y sintonización con la Omnifuente.
Reconduzcan sus pensamientos a la Omnifuente, a la Omnivida, a la Omniluz, y recibirán amor.
¿Piden ustedes amor?
¿Imploran un poco de amor?
Sintonícense entonces mil veces, sintonícense ustedes mil veces con la sintonización macrocósmica; no en la humana, pues ahora esa carece de importancia.
Conviértanse..., conviértanse..., conviértanse en felicidad... no, ¡séanla!
Sean amor... no, conviértanse en él, séanlo en todo, en todo, en todo... si quieren allanar su camino para pronto poder seguir.
¿Qué es el universo humano?
¿Qué significa para su vida el Antiguo Egipto?
¿Para qué han servido todos esos grandes en la tierra?
¿No se colocan jamás a sí mismos una copa de cicuta en los labios?
¿No se atreven jamás a acoger la verdad?
Beban de esta fuente, pues beberán de la creación divina.
Coman este pan y acéptenlo, jamás les caerá mal, pues es el pan de la vida.
Cuando Cristo vivía en la tierra, cuando iba por los pastizales con Sus apóstoles... por los trigales... de vez en cuando se detenía un momento...
Y entonces los apóstoles no lograban saber qué era lo que sentía, qué era lo que ocurría en Su vida.
Cuando duró demasiado y Juan pensó: ‘Tal vez ahora pueda hacer una pregunta’, y le preguntó a Cristo: “Maestro, ¿le duele algo?”, el Mesías dijo: “Sí, Juan... porque me has hecho esa pregunta, Juan, me lastimas.
¿Por qué no me dejaste en este silencio?
Yo era uno solo con el trigo, uno solo con la madre tierra.
Daba alas a Mi alma.
Volando volví un instante al Omnigrado divino de Mi Padre.
¿Por qué no me dejaste un momento en este silencio?
Cuando me vaya a sentar, Juan, durante semanas y meses... ¿poseerás entonces la fuerza, la plena confianza de que a mí no me pasa nada?
Porque Yo no puedo estar enfermo.
Y si lo estuviera, si algo me molestara, Juan, entonces sería cosa mía y cargaría con ella Yo, y la procesaría Yo.
Seguiré con esto, continuaré con esto, de la noche al día, pero cuando tenga que hablar Mi vida, hablaré Yo, y cuando tenga que aclarar las leyes de Mi Padre, ocurrirá por sí solo.
No, Juan, cuando veas que estoy con la mirada perdida en el espacio o miro en el suelo, cuando toco la madre tierra, entonces me adentro en este universo, desciendo otra vez en aquello de donde he venido”.
A ver...
“¿Acaso no puedes velar conmigo un poco, una horita?”, oyeron los apóstoles más tarde, y más tarde, pero entonces ya se encontraban ante el peligro.
Sí, entonces estaban ante la destrucción.
Ahora algunos lloraban, preguntándose por qué no habían podido entregarse por completo.
¿Por qué no fueron capaces?
“¿Será que no puedes velar una hora conmigo?
No, ¡que no puedes dejarme completamente solo una hora!
¿Piensas de verdad que tienes el derecho de asaltarme siempre con tu desconfianza, tu incomprensión?”.
Sí, así se precipitaban los sentimientos del Mesías a Jerusalén, a los pueblos de la tierra, a la raza judía (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
¡Él sabía!
¿Qué vive la criatura occidental en este tiempo —1949— de Jerusalén, de la vida verdadera de Cristo?
¡Nada!
“Nuestros pecados los has quitado Tú”, así se reza ahora.
“Con Tu sangre nos has asegurado la felicidad”.
Sin duda, ya le gustaría a la humanidad, ¡esos fundamentos se disolverán enseguida!
‘Los pueblos de la tierra’ les dieron la idea de que pronto se romperá esa fuerza católica, que no hay condena y que ustedes no serán más que amor, y que tendrán que ganarse cada paso entregando su personalidad para las leyes de Dios, para el renacer, para la paternidad y la maternidad, para el amor, la vida, la luz, la confianza.
¿No me creen?
¿Acaso sigo siendo un satanás proveniente de Jerusalén?
Ojalá hubieran podido escuchar a Pitágoras.
Sentir la pureza de Ramakrishna.
Esta criatura pudo hablar solo quince días después de su desdoblamiento, después de sus vivencias en el mundo y en su espíritu.
Y entonces volaba la sangre por sus labios, y los apóstoles suyos tenían miedo de que algo fuera a pasar con el maestro.
Entonces se levantó y dijo: “Déjenme (Dejadme), por favor, déjenme (dejadme) que muera, quiero morir por estas masas.
Amo a una mujer pública, pues es madre.
¿Por qué miran (miráis) esta vida con tanto menosprecio, ¿ha hecho algo malo?
¿Por qué frenan (frenáis) esta conciencia?
¿Por qué vuelven (volvéis) a deshacer esos fundamentos que se me concedió echar gracias a esa sabiduría?”.
¿Es este el camino a Jerusalén?
Les pertenece a ustedes.
Todo para Occidente.
La criatura occidental también puede vivir esa unión, también pueden jugar a ser Ramakrishna, pueden volver a vivir el Antiguo Egipto.
Vivan entonces, experimenten, acepten la vida y la muerte, pero sepan: detrás de eso tendrán animación nueva, detrás de esto accederán al espacio nuevo.
El ser humano y su universo han sido preparados para la concienciación divina.
Cada pensamiento quiere ser un universo, pues cada uno de ellos los representa a ustedes a su vez en el Omnigrado divino.
Allí ustedes serán lluvia, viento, fuego, agua.
Cada sabiduría del espacio vive ahora debajo de su corazón, cada pensamiento los conecta con la paternidad y maternidad espaciales, con la luz, la vida y el amor.
Cuando a Ramakrishna se le concedió terminar su vida es cuando lo acogí.
Cuando despertó me miró y dijo:

—Ahora lo sé.
Siempre oía una voz durante mis desdoblamientos.
Usted no se mostraba, maestro”.
—No.
—Es usted.
¿Incurrí en errores? ¿Cometí errores?
—No lo hizo, pero podríamos haberlo dirigido al Omnigrado, ¡usted se negó tajantemente!
Quería empezar usted mismo.
No, debería haber aceptado querer ser un gran alado y lo habría sido; sí, para este mismo espacio.
Y entonces lo llevé de regreso, de regreso a las primeras revelaciones de todas, como también Cristo recondujo a los apóstoles cuando habían completado su vida material, y entramos al mundo de antes de la creación.
Allí fue que Ramakrishna se tendió y dijo: “Dios mío, Dios mío, lo he abandonado.
No lo quise, fui demasiado tonto, demasiado obstinado.
Quería serlo yo mismo, yo mismo quería vivir algo, quería hacerlo todo yo mismo.
No, debería haberme dejado guiar, debería haberme dejado animar, solo entonces llega a mi vida la fuerza divina y solo entonces anima Usted la parte que es Suya”.
“Ábrase, entréguese por completo y acepte por fin, por favor”, llegó del espacio, “que en esto mismo vive la verdad”.
Después de su muerte, Ramakrishna atravesó el espacio y todavía está haciéndolo.
Pitágoras...
Sócrates...
Ojalá vieran a Sócrates, que día tras día está ocupado en ello, está de camino, está de viaje, solo ahora está conociendo las leyes de Dios.
Otros vuelven a la tierra, porque la universidad de su sociedad aún no posee concienciación, ustedes siguen siendo más pobres que las ratas.
No se acepta una vida detrás del ataúd, un templo del otro lado carece de importancia.
La luna, el sol y las estrellas, sí, ¿qué importa? ¿Qué significa todo esto?
¡Ustedes mismos lo son!
Ese espacio Dios tuvo que crearlo para su personalidad, o no recibirían jamás una conciencia espacial, forman parte de Su divinidad.
Son luz de Su luz, vida de Su vida, esencia de Su esencia, padre de Su paternidad, forman parte de Su amor.
Él les dio este universo para representarlo a Él como padre y madre en el Omnigrado divino.
¿Cómo viven ahora, qué es lo que hacen para ello?, siempre se lo he preguntado.
Es lo que les suplicamos, porque sabemos qué míseros son detrás del ataúd.
Porque allí ya no pueden hacer las cosas con sus flores, allí solo pueden hacerlas con su palabra, con su sabiduría.
Empiecen inclinándose por su amor, consideren al ser humano como una parte divina, y cuando lleguen a ustedes el odio, la destrucción, entonces váyanse.
Nosotros también lo hacemos.
No queremos tener que ver con esa destrucción.
La destrucción y la aniquilación no le interesan a nadie, ninguna flor, ninguna planta, a ningún ser humano que posea la verdad y haya asimilado las leyes del espacio.
Conviértanse en verdad: se lo pedimos una y otra vez.
Conviértanse en animación.
¡Empiecen ahora!
Dentro de cinco minutos estarán en nuestro mundo y entonces les será forzoso empezar, ¿o quieren aceptar esos disgustos, ese estar solo?
¿Quieren mandar el espacio a Cristo y decir: “Me conozco a mí mismo, soy suficientemente fuerte para valerme por mí mismo”?
No pueden velar por ustedes mismos ni una hora, ni diez minutos, ya entonces empiezan a suplicar: “¿Dónde está, dónde está, pues?
¿Dónde ha estado?”.
Solos no son capaces de nada, siempre quieren que se les cargue.
Pero de esa manera no se originaron las leyes.
Primero tendrán que cargar la ley, la vida, tendrán que tomarla en sus manos, y solo entonces se los cargará a ustedes.
Entonces la ley será amor.
Ustedes volarán, recibirán alas, sí, vivirán en sosiego, gozando.
Cada pensamiento es un beso del espacio, es un fundamento, es un sol, ¡es veracidad humana!
¿Cuándo despierta el yo humano para el espacio y el tiempo?
Por supuesto, detrás del ataúd volverán a vivir su tiempo, aunque aceptarán que nunca más habrá noche, si poseen la luz.
Entonces ya no habrá más tiempo, vivirán en una infinidad.
De verdad que podrán sentarse durante mil siglos en un mismo lugar y a pesar de ello, vivir.
Estando sentados, escuchando —pero con plena entrega— podrán recibir la palabra divina.
Y si vieran lo hermoso, lo imponente, lo amoroso que es un ser humano.
Ahora podrán ver que el universo encuentra sintonización en el organismo humano.
Sabrán entonces que la esencia de Dios está en ustedes y que esa esencia ha creado el universo para su vida.
Entonces ustedes formarán parte de ese corazón.
No, ¡en eso se habrán convertido!
Ustedes siempre latirán, nunca se dormirán, siempre estarán en vela, pasarán a un pedestal fijo.
Ya no querrán tener que ver con sinsentidos, con destrucción.
Sabrán que millones de personas han muerto por este espacio, por su felicidad, por el Mesías.
Porque ustedes quieren vivir a Cristo, quieren acoger en sí al Mesías, cargarán Su cruz.
Es su propia concienciación, su conciencia, su amor por el espacio... por el Omnigrado.
Todo esto les pertenecerá si quieren portar, si quieren comenzar.
En la tierra encuentran al ser humano y su universo en cada grado de vida.
Cada pensamiento —les dije— es una parte de ese universo y como seres humanos lo llevan a la concienciación por medio de su paternidad y maternidad.
Lean los libros de los maestros, pero asimilen las leyes.
¡Empiecen ahora!
Empiecen por fin a luchar, a servir y empiecen por fin a aceptar.
Díganse a sí mismos: si estoy abierto, me animará Dios, el Dios de todo lo que vive, y recibiré verdad.
¡Conviértanse en verdad, conviértanse en luz, conviértanse en vida, pero sean amor!
¡Vayan construyendo su concienciación universal!
Hermanas y hermanos míos, hasta dentro de quince días.
Les doy las gracias.