La Biblia empieza con falsedades

Buenos días, hermanas y hermanos míos.
Esta mañana hemos llegado a ‘La Biblia empieza con falsedades’.
¿Es cierto eso?
Sí lo es, pero ¿por qué?
No teman, no les quitaré nada.
Al contrario, ¡recibirán algo!
Gracias a los viajes que hemos hecho juntos al Omnigrado divino —lo han observado brevemente— les debe haber quedado claro ahora que tenemos que volver a la tierra para empezar a pensar para ustedes mismos, para el mundo, la humanidad.
Por eso los reconduzco al momento en que nosotros —estando despegados de la tierra— hemos empezado a pensar para las criaturas de la tierra, hemos empezado a sentir para esas criaturas y a amarlas.
Hemos hecho un viaje a través del espacio.
Nos bajamos de la luna y fuimos a otros planetas.
Llegamos a la tierra y hemos completado nuestro ciclo de la tierra.
¡Ustedes lo saben!
Los maestros les trajeron libros, pero en ese tiempo todavía no los había.
En ese tiempo, en que vivimos ahora, no había más que personas, existía la tierra.
No había fe, no había sentimientos, había sintonización animal.
El ser humano estaba pensando para la sociedad, sobre cómo podía edificarse una vida propia.
El ser humano hizo una familia, había padres y madres e hijos.
De esto que poseen ahora, en ese tiempo todavía no se sabía nada.
¡Y en todo vivía Dios!
Cristo todavía no estaba conocido, la Biblia todavía tenía que escribirse.
Y en ese tiempo empezamos ahora a pensar y sentir.
Solo hay vida.
Existe la tierra, la naturaleza, más no hay.
No hay arte, nada de lo que poseen ahora en su sociedad vivía en esos tiempos.
Todo eso todavía tendría que nacer.
El ser humano no sabía nada de Getsemaní ni del Gólgota ni del Padre ni de Dios ni de la Omnifuente, nada del sol, la luna y las estrellas.
Todavía se originaría la doctrina metafísica.
No existían los templos.
Sí, en esos tiempos empezó el desprenderse de la selva.
Ahora bien, comparen esa vida con la que poseen ahora, lo que sienten, lo que han llegado a conocer y lo que se ha generado en esos siglos.
Pronto llegaremos desde la selva, volveremos desde ese tiempo a su propia sociedad.
Y entonces nos encontramos ante esta imponente realidad.
Y entonces ven y constatan para sí mismos cómo es la conciencia de esta humanidad de hoy.
Tenemos que retroceder millones de años, millones de eras, antes de que volvamos a experimentar este pensar y sentir.
Vuelven hasta el punto en que estén libres de su sociedad, de las posesiones del ser humano.
¿Los han hecho felices las posesiones de este mundo?
No trajeron más que caos, animalización, odio, duelos, demolición, injusticias.
Se han amontonado miles de problemas; el ser humano no sabe avanzar ni retroceder.
Y eso vive ahora en el siglo veinte.
Tenemos que volver millones de años para constatar, para ver, para experimentar cómo ese ser humano se ha edificado a sí mismo.
Gracias a ‘Los pueblos de la tierra’ hemos adquirido la mirada acerca de cómo el ser humano se liberaba del universo.
A través del sistema planetario avanzaba paso a paso y pudo asimilar esa sabiduría, por medio de la paternidad y la maternidad.
Cuando esas primeras personas llegaron al otro lado en el mundo astral, pudieron constatar que la vida interior era una personalidad astral.
Podían pensar, se valían por sí mismos.
Volvieron la mirada a la tierra, vieron la materia.
Podían hacerse uno solo con esas personas.
También descendieron en los sistemas materiales y al organismo humano, y —desde aquel mundo— ahora los volvieron a vivir.
¿Tan extraño es esto?
Por supuesto que preguntaron: “¿Dónde está el sol?”.
Por fin... los primeros que empezaron a pensar.
Yacen allí, millones de seres humanos, buscando, vociferando: “¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayúdenme!
¿Dónde están mis padres?
¿Dónde están mis hijos?
Sí, estuve enfermo, estaba mal”.
A algunos los despedazó una bestia salvaje, otros vivieron de manera normal su proceso de muerte, el desprenderse de los sistemas materiales.
Pero empezaron a preguntar: “¿Por qué vivimos ahora en un mundo en el que ya no hay luz?”.
Esa gente tuvo que construir la luz.
La luz, reforzada por un acto, consolidada, fundamentada, los llevó a un sentir y pensar más elevados.
Por los actos que hacían, primero se desguazaba el ser humano.
Descendían en esas vidas, el ser humano era susceptible.
El ser humano tenía sintonización, uno con otro.
Les entró hambre y sed, y querían saciarlas.
Y naturalmente, estos seres volvieron a llegar a una unión natural.
Y ¿qué vivimos ahora?
¡Lo que están viviendo ustedes en este preciso instante!
Lo que pueden constatar ahora y se ha convertido en su psicología.
Sus casas, sus manicomios todavía están llenos de personas que viven esa unión.
Uno se siente para sí mismo psicopático, otra vida está posesa por completo, de forma directa y natural, al pleno cien por cien.
¿Y también ahora se dicen desvaríos?
Sí, se habla... esas personas hablan de cosas que en realidad no poseen mentalidad, conciencia.
Y cuando uno desciende en esos seres, entra en un mundo que nosotros desconocemos.
Si el ser humano no hubiera acogido tanto de la sociedad que ustedes conocen ahora —se lo expliqué una vez—, no habrían existido los dementes religiosos.
Los sistemas dogmáticos han roto el ser humano, el yo humano, el interior, la personalidad.
El ser humano comenzó a desvariar.
Se liberaba de su propio estadio, de su asidero, de la mentalidad consciente en que vivía, las leyes para el organismo, el alma, el espíritu y la vida interior, porque empezó a buscar, porque quiso elevarse más de lo que poseía en fuerza, conciencia y sensibilidad.
Estas imágenes las volverán a tener pronto y entonces constataremos cómo es la mentalidad, la conciencia, el pensar en este estadio actual.
Y entonces estaremos ante su universidad, ante su erudito como pastor y clérigo, ante el protestantismo, la iglesia católica.
Sí, entonces constatamos, irrevocablemente, que millones de personas siguen enfrascadas en un dogma y que desconocen las leyes de Dios.
No les quitamos nada a estas personas; al contrario, ¡las reconducimos hasta Dios, hasta la naturaleza, hasta la vida y la muerte, la paternidad y la maternidad, hasta el alma, la vida y el espíritu!
Averiguamos un poco cómo el ser humano empezó a pensar detrás del ataúd, cuando accedió a su vida y a su personalidad astrales.
Por la impresión que adquirieron en ‘Los pueblos de la tierra’, el libro del maestro Alcar, el libro de Cristo, el libro del espacio, de los maestros, de su paternidad y maternidad, se hicieron una idea... vivieron eras y pudieron constatar cómo se originaron esas tinieblas.
El ser humano vivía en tinieblas.
Había tinieblas, había luz, había un sol y había una noche.

Pero había un mundo astral para el alma, un mundo inconsciente, porque se sintonizaba con el ser humano interior.
A medida que el ser humano se desarrollaría, ese mundo se ampliaría, se haría la luz.
Un infierno —lo que llaman ahora infierno— no lo hay; solo hay inconsciencia.
Las tinieblas, el infierno es inconsciencia para el ser humano.
El ser humano no conoce ese mundo.
El ser humano no conoce su personalidad ni la sintonización, no conoce el espacio ni el mundo para su alma y su espíritu.
Y eso es todo, no hay más.
Pero son las leyes fundamentales sobre las que nos encontramos, creadas por el espacio, por la Omnifuente.
¡Y ahora aprendemos a ver a Dios!
¿Que si Dios pudo manifestarse como el Señor?
¡Podrían haberlo llamado “Papá”!
Podrían haberle dado un nombre de “Wayti”, Mahoma, Alá, Ra, Ré, Amon-Ré.
¿Por qué se originaron semejantes palabras? ¿Por qué el ser humano ha inventado tantas palabras para representar al Dios de todo lo que vive?
Para la conciencia y los sentimientos europeos, ¿solo el Señor, el Dios de todo lo que vive, es capaz de conducirlos a ustedes a los cielos, a Su conciencia y carácter, a Su personalidad, Su luz, vida, amor y paternidad?
¿No vuelve acaso la criatura de Oriente a la Omnifuente y tienen solo ustedes el derecho, por sus tesis dogmáticas, de llamarse seres humanos e hijos de la Omnifuente, de Dios?
¡Tonterías!
¿Que si es duro?
¡Dios es un Padre de Amor que no condena!
A la condena la hacemos añicos a patadas.
¡La Parca estira la pata, la muerte no existe!
“Sí”, escribiremos pronto en los libros de Jeus, “¡le quitaremos la corona de la cabeza a golpes!”.
¡Y eso lo harán ustedes por medio de las leyes!
No por las palabras, sino por las leyes, pues detrás del ataúd vivirán y verán, algún día recibirán “alas”.
Y entonces el ser humano se inclinará ante lo más sagrado de todo que hay dentro de él, el despertar, el animar, el inspirar, el sentir y pensar para poder elevarse más.
Así el ser humano que había completado el ciclo de la tierra se preguntaba: “¿A dónde voy ahora?”.
Y entre ellos estaba el primero que, con una sensación imponente, una sensibilidad, con otras antenas, que se preguntaba: “Continuaremos.
Nos desprenderemos de este estado.
Alejémonos un poco de esta esfera y constatemos si es que en realidad hay un final”.
Y entonces echaron a andar.
Fueron los primeros seres humanos que habían acogido en sí y completado el ciclo de la tierra, el organismo material, las leyes para la tierra como planeta.
Más claro, imposible.
Solo tenían que llegar a conocerse a sí mismos.
Tienen sed, tienen hambre.
Se meten a rastras dentro de un ser humano, descienden en él.
Esa vida interior atrae los pensamientos del ser humano, y también el hambre, también la sed.
Son uno solo, se van de nuevo a dormir, sienten el organismo; las auras, las auras vitales se funden.
Se elevan más y más, atraviesan el plexo solar, el centro afectivo, perciben el latido del corazón, la circulación de la sangre, el sistema nervioso.
Por fin vuelven en la conciencia diurna.
Miran a través de los cristales de este castillo.
Empiezan a ver: “De verdad, vivo de nuevo en la tierra, tengo otra vez un cuerpo nuevo, esto es materia”.
Empiezan a palparse, sienten que ha pasado algo que ciñe todo este espacio, pero también a ellos mismos.
Y ahora es cuando ocurren dramas, cuando los problemas se abalanzan sobre la vida.
Toda esta humanidad, la humanidad vive todavía en la selva, solo tiene alimentos, cubierta con la piel de un animal salvaje, se protege un poco del frío, del calor... pero está demente.
Cada grado en la tierra que vive aquí —hay siete grados de surgimiento, de despertar— está poseso por la propia sintonización, que por lo tanto ha abandonado la tierra y vuelve ahora para tomar posesión de esos seres humanos.
Porque no hay nada más, porque piden luz, vida y trabajo.
¿Qué habrían hecho ustedes si no?
¿Tenían esos seres humanos el tiempo para rasgar un violín, tenían tiempo, tenían la conciencia, tenían la sensibilidad para declamar un pequeño poema, para hacerles un Rembrandt, un Tiziano?
¿Tenían los poderes y las fuerzas y la sensibilidad, la conciencia, poseían esa personalidad para interpretar a Beethoven, a Bach y Mozart?
Eso todavía tenía que llegar, ¡todavía no existía!
Y ahora... solo había posesión en la tierra, demencia, la unión del ser humano astral y el material.
El ser humano que tiene hambre y sed, el ser humano que busca el despertar, la luz, porque se le ha privado del sol.
No hay más, es la totalidad, la humanidad entera, es la conciencia de las masas.
Millones de seres humanos no saben de ningún Dios, de ningún Cristo, de ningún espacio, ni del sol ni de la luna, de ninguna ciencia ni psicología, nada, nada, nada.
¡Eso es todo!
¡Es el único fundamento que conoce la humanidad y que vive en el espacio!
Y existe un Dios, se ha originado una Omnifuente.
Las primeras nebulosas —se lo he mostrado, se lo he aclarado, fuimos uno solo con ellas, los llevé a esos sistemas— han emitido aura.
Y esa aura empezó a densificarse, ese espacio surgió.
Esa aura, esas leyes vitales se desgarraron como una luz dorada.
Los planetas empezaron, la luna empezó, apareció vida embrionaria.
Una tras otra, estrellas y nebulosas, en forma material densificada.
Y es entonces que los seres humanos vienen a la tierra.
El planeta tierra está preparado como el hijo del sol y la luna, y puede continuar la vida.
Vivimos en un mundo tenebroso, no tenemos luz.
Volvemos a la tierra y cuando hemos vivido esas personas allí, sentimos y pensamos que no podemos hacer más que comer y beber, saciarnos.
Sí, hacemos mucho más, vivimos la unión.
Empezamos a sentir que dentro de esa madre en que estamos algo se va generando.
Nace un bebé y nosotros mismos estamos encima.
Ahora empezamos a preguntarnos: “¿Qué va a ocurrir con nosotros?”.
¡Estas son las leyes!
Estas personas de golpe quedaron listas para empezar a pensar, para empezar a sentir: ¿En qué vivo?
Tienen que poder vivirlo, tienen que poder percibirlo, solo entonces llega el nuevo despertar.
Empezaron a terminar una frase, un pensamiento, vivían realmente ese pensamiento.
No solo vivían el organismo —una mano, un pie, una pierna, se palpaban, sentían de verdad el latido del corazón— sino que eran uno solo con la vida, con el alma, con el espíritu.
Y por medio de su personalidad, la conciencia de la tierra y la vida allí de la que formaban parte llegarán a ser un asidero para ellos.
Ahora empezaban a pensar.
Les conté hace un momento: los pocos que estaban listos, decían: “Vengan, vamos, veamos lo lejos que está este mundo, lo profundo que es”.
Y se desprendieron de la masa.
“Volveremos pronto”.
Para uno de ellos es como si sintiera hacia dónde irá.
Planean por el espacio.
Según la tierra, según el tiempo de ustedes ya llevan diez, veinte años de camino, y no quiere llegar el final.
Se mantienen en la oscuridad, van hacia arriba y hacia abajo.
Sienten que llega la densificación y cuando la empiezan a ver, se encuentran en el centro de la tierra.
Empiezan a ver, empiezan a mirar: “Pero ¡Dios mío, santo cielo!”.
Esas palabras ni siquiera podían formarlas y materializarlas.
Si quieren experimentar esos seres, si quieren vivir cómo está construida la sociedad, tienen que desplazarse por completo fuera de su tiempo, fuera de su sentir y pensar.
Y solo entonces se convertirá en posesión para ustedes mismos, recibirán nuevos fundamentos.
Y esas personas han echado para sí mismas nuevos fundamentos al irse de viaje, al empezar a explorar, a ver, a sentir que vivían más cosas entre el cielo y la tierra que lo que ellos habían llegado a conocer en su existencia material.
Durante siglos y siglos están en camino.
Siglos y siglos —¿lo oyen?— van de camino y todavía están en la tierra.
Finalmente, se elevan más, han llegado a conocer la tierra.
Vieron otras tribus, otras personas.
“¡Miren, allí”!
¿Se habían imaginado ustedes que allí y allá y donde sea que lleguen viven seres humanos?
Esas personas son diferentes, tienen otro color.
Claro que sí, todavía están presentes esas leyes, ustedes aún conocen el negro, blanco y moreno.
También en esos tiempos aparecieron esos fenómenos.
Esas personas estaban haciendo cosas.
La tierra construía el organismo humano.
El sol adquirió fuerza.
Puede empezar la vida.
Constataban grados, grados que solo después aprendieron a ver, por el asidero que eran ellos mismos y que se había puesto en sus manos, que había puesto allí el Dios de todo lo que vive, pero al que aún no conocían.
Algunos dicen: “Creo que aquí está presente una fuerza que piensa, una fuerza que lo sabe todo y por la que nos hemos originado.
Vamos, desprendámonos de la tierra, ¡desprendámonos de esto!”.
Porque de la tierra, de la tierra no entendían, ¿lo comprenden?
Cada palabra que ustedes conocen en su diccionario, gracias a su diccionario, todas esas las desconocían por completo.
No tenían más que ellos mismos y su sensibilidad para ir, para explorar, para anhelar llegar a conocer aquello a lo que pertenecían.
Y ahora atraviesan el espacio.
Vuelven, llegan a la unión con planetas, con el sol, la luna y las estrellas.
La luna aún está funcionando, la luna provee su vida y la completa.
Ellos ven el estadio de pez y ven el primer principio.
Vuelven hasta lo más profundo, hasta que también eso a su vez se disuelve.
Pueden seguirlo, porque una ley tras otra, un grado tras otro es como un cordón que los conecta, y pueden constatar los movimientos, las densificaciones, las leyes de dilatación.
Vuelven a entrar en un mundo vacío y están ahora ante la Omnifuente.
Antes de la Omnifuente...
Nuevamente, se hacen las tinieblas, porque las creaciones todavía tenían que empezar.
Y ahora hacen preguntas.
“¿Qué siente?”.
“¿Que qué siento?
¡De todo esto se originó absolutamente todo, hemos nacido nosotros!
Porque mire allí, justo allí... por todas partes se ven nieblas tenues, pensamientos tenues.
Y esos pensamientos empiezan a densificarse, esos pensamientos son paternidad, maternidad, luz, vida y amor”.
Pero ¿qué saben ellos del amor?
Sí, de alguna manera han sentido y vivido esa ley, cuando todavía estaban allí donde los suyos, donde sus hijos, sus padres y madres.
Cuando eran uno solo y vivían esa posesión para la materia, para el alma y el espíritu.
No podemos... no hace falta que nos detengamos en esto; conocen el libro ‘Los pueblos de la tierra’.
Volvieron.
Volvieron a donde los demás, que aún yacían allí, y preguntaron: “¿Qué han descubierto?”.
“Hemos descubierto que vivimos en un espacio.
En realidad no existe ningún final, sino que llega un final cuando hayan vivido esto.
Y después de su muerte —cuando muera esto, esto mismo— continuarán.
Porque son ustedes, la fuerza de pensamientos en esto, quienes determinan la vida.
Que dicen: ‘Soy luz, soy vida, soy espacio.
Soy aquí padre y soy aquí madre, pero pronto triunfaré sobre todo’”.
Esas personas, hermanas y hermanos míos, fueron las primeras que habían completado su ciclo de la tierra.
Empezaron a servir a esas personas, les dieron pensamientos hermosos: construyan alguna otra cosa.
Empezaron a sentir al acoger en sí las leyes, al saber distinguir la luz y las tinieblas, y les dieron un poco de fuego.
Empezaron a ver cómo esas leyes elementales llegaron a la densificación y pudieron dar a esas personas una corta y pequeña técnica, un milagro.
Y entonces, en ese momento, se originó el fuego.
Rasparon unas piedras con otras —ustedes tienen, conocen esas cosas— y luego continuaron.
Millones de personas estaban infundiendo animación a esos seres humanos, llevándolos ya al desarrollo.
Había millones de personas que en ese grado...
El más elevado solo quería ampliación, quería despertar.
El primero, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y el sexto, esos grados todavía estaban viviendo el organismo material.
Vivían la demencia, la paternidad y maternidad, la unión con la materia.
Los demás siguieron con su desarrollo, empezaron a servir, y al llevar una acción hacia las alturas, hacia el espacio, al darle animación y lo etéreo —¿lo comprenden?— lo etéreo, sensibilidad, en armonía con el mundo en el que vivían, llegó la ampliación, llegó más luz.
Y por fin, después de millones de años, millones de eras —compréndanlo bien— pudieron constatar y decir: “Hemos alcanzado el primer grado para la luz, para la armonía, la realidad de cómo se ha originado todo esto”.
Y esa es, pues, la primera esfera, es la primera armonía, es justicia, amor, es paternidad y maternidad.
¡Es la unión con la ley metafísica, la armonía para el espacio, como él, como esa madre —o lo que sea— ha creado todo esto y lo ha provisto de un alma, la vida de ella, su paternidad, su maternidad, su justicia, sus leyes armoniosas, es avanzar de modo que se acceda a aquello donde por fin se vivirá entonces el Omnigrado!
¿Ya lo sienten? ¿Comprenden ahora lo sencillo que se vuelve todo en realidad?
Y aún no hay Dios y aún no hay Señor ni Cristo ni Biblia, nada, nada, nada.
Ya vivimos en la primera esfera, hemos adquirido armonía con la realidad, con la acción, con el pensamiento.
Ya podemos despedirnos de allí y acceder a la sociedad en el ahora.
Pero no lo hacemos, porque todavía echaremos fundamentos primero, y constataremos dónde hemos comenzado a considerar escribir esa Biblia para que el ser humano recibiera una fe.
Porque en la tierra aún sigue siendo un follón salvaje, allí solo vive el mal, la pasión, la violencia, la destrucción.
Algunos quieren más que otros; el fuerte sale vencedor.
No hay conocimientos, no hay conciencia, solo la fuerza triunfa sobre todas las cosas.
Los grandes, los gigantes, los que son imponentes en sentimientos, son ellos los que se hacen pasar por rey y emperador, lo que los demás harán más adelante para después colgarse una imponente túnica.
Lo que los seres humanos todavía poseen interiormente en la tierra es un desierto, es una vacuidad.
Claro que sí, la madre naturaleza continúa.
Hay flores, hay especies de animales, todo está allí, en cuanto a forma todavía no como lo viven ustedes en su tiempo, en su propia vida.
Todo existe allí, pero lo que no existe está todavía por llegar, y reconducirá —y podrá hacerlo— a esta humanidad hasta el Dios de todo lo que vive.
Y de eso se encargarán estas personas.
Cuando alcancen la primera esfera, desde luego que llegarán a pensar y sentir y comprender.
Los primeros dicen: “¿Sienten ahora lo que la tierra, lo que necesitan las personas allí, nuestros padres y madres?”.

Han vivido ley tras ley, han constatado la paternidad y la maternidad, se han conectado con el mundo de lo inconsciente.
Sí, entraron en él y llegaron hasta el estadio de chispa, la conciencia celular, y descendieron con esas células en la madre, vivieron esa transición.
Entre el tercer y cuarto mes pudieron seguir, pudieron desprenderse, lograron desprenderse, lograron liberarse y tuvieron que aceptar: de verdad, el ser humano vuelve a la tierra, existe la reencarnación.
“No”, dijeron —renacer, esa pequeña palabra todavía estaba por llegar— “pueden volver otra vez, pueden volver y volviendo es como continuamos”.
Eso ya hace millones de años era sabiduría.
Esa gente todavía no se lo pudo contar, todavía no se le pudo dar en la tierra, porque cuando empezaban a hablar y cuando empezaban a infundir animación a los seres humanos, no se los oía.
Tenían que ser completamente uno solo con el ser humano material, con esta vida interior, pero entonces la tierra ya quitaba otra vez la materia.
El ser humano vivía aquí, tenía asideros aquí, no sentía ni veía nada de aquella cosa invisible.
Sí, ya había algunos que sentían: “¿Qué será eso que vive a mi alrededor?
¿Dónde estoy?
Oigo voces”.
Eran los sensitivos, eran los Pablos, que llegarán pronto, ya eran profetas.
Porque ya lo sentirán: el desarrollo sigue.
No solo para los cuerpos materiales, no solo para esa sociedad que está emergiendo, que está en construcción.
Pero los maestros allí —ya son conscientes, ya pueden llamarse maestros— dicen: “Cuando nos armonizamos para servir a esa gente, para hacer que se desarrolle la vida en la tierra, en ese espacio de allí, entonces tienen que desear, tienen que convertirse en eso, recibirán entonces ese nacimiento”.
Y ¿nacen ahora seres humanos que han alcanzado la primera esfera?
No, el ser humano de la tierra crepuscular, justo un poco por debajo, que ya ve la luz, que ya observa la luz y la acoge, esas personas empiezan a desear.
Pueden impulsar, animar, pueden hablar, tienen una intuición elevada, son mentales, tienen animación etérea.
El ser humano en la primera esfera está libre de pasión y violencia, de demolición y destrucción y injusticias.
El ser humano debajo de la primera esfera, que todavía no ha llegado hasta ese punto, pero que está preparado para llevarse a sí mismo al despertar, a esa gente se la necesita para animar al ser humano en la materia.
Y esa gente se siente, puede preguntar: “¿Qué vive aquí?
¿Hay más?
Aun así veo algo, aun así siento algo, lo atravieso con la mirada”.
Sí, ven allí esa niebla, un mundo crepuscular, está en todas partes.
Desde la materia se ven a sí mismos.
Vuelven la mirada al momento en que eran allí astrales y espirituales.
No hay diferencia, solo se ha... solo se ha echado un pequeño fundamento, una seguridad también, que ahora se tiene que adaptar a las leyes materiales, que tiene que acoger la verdad material, porque esta pertenece a la vida orgánica.
Los demás continúan y cuando la segunda, la tercera y la cuarta esfera —¿lo sienten?— han sido vencidas como espacio, cuando se ha tomado posesión de ese espacio, solamente pensando, sintiendo, haciendo el bien y experimentando la armonía... ahora ya no hay pensamientos erróneos en el ser humano.
Allí no se habla, no se sueltan palabrerías, no se chismea.
Allí son abiertos y conscientes.
Lo saben: un solo pensamiento erróneo ya nos reconduce a esos seres materiales, y no queremos eso, queremos avanzar más, ir más alto.
Un solo pensamiento erróneo los estampa contra la tierra y puede significar un suicidio, un asesinato, puede ser la destrucción del hijo en la madre.
Un solo pensamiento erróneo —ellos lo saben ya— nos reconduce a las tinieblas.
Con ambos pies pisan muy firmemente el suelo, y ese suelo es luminoso, consciente.
Ese suelo es amoroso, es armonía, es justicia; son ellos mismos.
Hasta ahora se les ha concedido asimilar esa sabiduría, pero tienen que ir aún más allá, porque les falta mucho para volver al Omnigrado, a la Omnifuente.
Y ahora pueden aceptarme, pronto podrán verlo, les mostraremos las leyes y después las aclararemos, una por una.
Entonces se produjo la cuarta, la quinta, la sexta y por fin la más elevada de todas para este espacio, y los primeros seres humanos accedieron a la séptima esfera en la vida después de la muerte.
Entonces vieron una luz dorada y plateada, desde allí volvieron al espacio.
Pero ¿cómo es que se ha originado ese mundo?
¿Cómo es que surgieron la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta... incluso la séptima esfera?
Pudieron vivir siete grados.
Cada grado recibía animación, cada pensamiento recibía satisfacción, concienciación, vida, alma, maternidad, paternidad.
Tenían que aupar cada pensamiento, cada sensación —y ustedes poseen millones; adelante, detengan los que emitan en un solo segundo, ustedes piensan en continentes en solo un segundo.
Ahora ese pensamiento recibía más sensibilidad, más amor, más armonía, más justicia, más paternidad y maternidad inmaculados.
Iban a hacer que ese organismo se dilatara, ese organismo fue adquiriendo forma.
Cada tejido era animado por el sonido etéreo, inmaculado, espacial, por lo que se originó el universo, toda esta vida.
Empezaron a ver conscientemente que cada pensamiento se convertía en un mundo, que es un espacio y que tiene que representarlo.
Cada pensamiento recibía más sensibilidad, más maternidad, más paternidad y armonía.
Se podía llevar a cada pensamiento a la primera, a la segunda, a la tercera.
Más fuerza, más animación para la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima esfera.
Más intensidad, más conciencia, más sensibilidad, más claridad... claridad inmaculada.
Pudieron vivir y constatar esas leyes porque la vida empezó a revelarse a las vidas de ellos.
Y esos eran los fundamentos, ¿lo comprenden?
Cuando se hubo alcanzado la séptima esfera, o sea, pensando, actuando, sintiendo, por medio de la paternidad y la maternidad, absolutamente todo en el espacio.
Conforme se vivía esa armonía en la madre naturaleza, el ser humano llegaba más allá y más arriba.
Y no había Dios, no había Cristo ni Biblia ni arte.
Sí, en la primera esfera ya se sabía que se podía obtener un tenue sonido de un trocito de madera, porque con las cuerdas interiores sintonizadas, afinadas, sus sentimientos sintonizados en una flor, oían imponentes cantos espaciales, porque ahora la vida empezaba a hablar.
Vivían un arpa universal.
La vida punteaba lo interior, ese sistema infinito dentro de ellos, el plexo solar, que los conectaba con la materia, el alma y el espíritu, por lo que cada palabra recibía forma y después un timbre espacial, universal.
Y el primer ser humano oía un canto, una musiquita, que después, siglos y siglos, millones de años más tarde, interpretarían en la tierra Bach, Beethoven y Mozart, como criaturas de ese mundo.
Entonces llegó un Rembrandt, llegó un Tiziano, entonces llegaron los demás.
Entonces llegó la sabiduría, la sensibilidad, analizar el espacio.
Sí, más tarde también la fe llegó.
Primero la fe, primero el sentir y pensar, porque los maestros, la gente allí, los padres de ustedes que han accedido a esa séptima esfera, dijeron: “Tenemos que ir a trabajar allí.
¿Qué necesita esa gente?
¿Cómo podemos asustar a esas masas salvajes?
¿Cómo podemos unir esas masas al espacio, a Dios?
¿Hay un poder que podamos unir nosotros, que podamos ceñir por una pequeña palabra breve, por lo que las masas empiecen a sentir que hay más?
¿No podemos infundir miedo a esas masas por algo que les gustará poseer, que quieren poseer?
Claro que sí, pegaremos a esas masas, ¡tenemos que alcanzarlas, o con violencia blanda no obtendremos, no alcanzaremos nada!”.
Y entonces el primer ser humano en la séptima esfera dijo a esos maestros: “Adelante, péguenles, muélanlos a azotes, cuélguenlos, destrúyanlos, pónganlos en la hoguera, mátenlos a golpes, a millones de personas; ¡no avanzarán ni un paso!”.
Lo han intentado, descender en esas personas para alimentarlas; no pueden avanzar más.
¿Qué tenemos que hacer?
¿Qué tenemos que hacer para llevar esas "bestias" salvajes al despertar elevado, para conducirlas allí, animarlas?
¿Cómo nos arreglamos para desprender a esa gente de esa sociedad, de la selva, de esos líos salvajes, para darles aquello en que vivimos nosotros?
¿Con unas charlitas, unas cuantas palabras huecas?
Adelante, hablen, canten, griten: “Estamos aquí, ¿no nos oyen?
¡Aquí estamos!”.
El ser humano atraviesa tranquilamente estas vidas invisibles.
El ser humano no dice: vete, yo estoy aquí.
No, a esos seres no se los ve.
Estas vidas son invisibles.
Aún no ha despertado el ojo interior, todavía no se ha originado el clarividente.
Y sin embargo se vive allí.
La gente tiene dolor, la gente tiene sentimientos: hay que llevar esta humanidad al despertar.
“Pero ¡tienen que saber que estamos vivos!
Detrás del ataúd no hay muerte.
Tenemos que... ¡nos sentimos con profundidad espacial!
Todo esto nos pertenece, ¡en realidad ya soy como esta Omnifuente!”.
Lo sentía cada ser humano, el hombre, la madre.
Pueden dar a luz, pueden entrar en contacto con esas masas, pero ¿qué podemos alcanzar nosotros?
¡Nada, nada, nada!
Entonces el maestro, los “ángeles”, el respeto espacial y espiritual, y esa concienciación llegan a la unión.
Empiezan... están reunidos y analizan para sí mismos cómo llevar esa conexión a la tierra.
¿Cómo debería haber reflexionado el ser humano en esos tiempos?
¿Qué tenían que haber hecho esos maestros, qué tenían que haber hecho esos padres y esas madres nuestros para elevar esas vidas en la tierra hasta esa inconsciencia y para dar a esa gente la sensación de que existe una Omnifuerza, una Omnifuente, un trozo de vida, una fuerza que piensa, que siente, que anima, que es padre y madre, que nos lo da todo, que es luz y tinieblas?
¿Cómo llegaremos a esa fuente?
¿Cómo podemos conducir a esa gente a la animación, al saber?
Nuevamente van y tienen que ir a la tierra para volver a intentarlo otra vez más, porque lo saben: anclan a la gente a la falsedad, a las mentiras y al engaño, porque la realidad todavía no se puede vivir ni aceptar.
Ahora ¿qué?
¡A intentarlo otra vez!
Por lo menos miles de veces, horas y horas, días y meses —según el tiempo de ustedes— se ha pensado, sentido y hablado sobre este desarrollo, sobre este contacto, para elevar al ser humano, para conducirlo hasta el Dios interior, porque son dioses interiores, espirituales.
Hasta allí...
Ellos saben con precisión que pueden seguir desarrollándose, que despertarán un grado tras otro, porque lo saben: por mi pensar, por mi sentir, por mis actos he traído luz a ese espacio.
Luz, luz, luz... allí, allá, en todas partes.
Por cada pensamiento traen luz, porque forman parte de ese espacio, porque cada pensamiento ha salido de la Omnifuente y esa Omnifuente no ha hecho otra cosa.
Aquellas manifestaciones de esa Omnifuente —todavía no tienen un nombre para ellas—, esa fuerza, ese empuje, no han hecho otra cosa que lo que ellos hacen ahora.
¡Y eso está ahora en manos del ser humano!
Pronto les quedará claro.
Entonces sentirán el poder de su sociedad, entonces sentirán la conciencia de los millones de personas en la tierra.
Entonces no podrán decir: Dios mío, Dios mío, qué lejos estamos.
Pero a la vez vuelven a ser pobres como las ratas, porque ustedes, o sea: esas masas, el teólogo, los millones de personas que están atadas a las tesis dogmáticas, aún tienen que aceptar las tinieblas, porque ¡sigue habiendo alguien aquí arriba o en el espacio que condena!
¡Y eso es lo que destruiremos a patadas!
A eso sí que le derribaremos a golpes la propia corona de la cabeza, porque eso simplemente no existe.
Es lo que han podido vivir y han tenido que constatar estos millones de personas, ¡es lo que han tenido que aceptar!
No es posible, en la tierra no es posible.
A esos millones de personas se los puede alcanzar; pueden descender en ellas, pueden hablar y beber en ellas.
Pueden impulsar esos sentimientos hacia arriba, pero allí hay miles de rasgos de carácter, de peculiaridades —son muros— que ustedes tienen que vencer.
E incluso así: si alcanzan a un solo serecito humano —es decir, el ser humano en el séptimo grado para el sentir y pensar terrenales en la materia, en el organismo humano— entonces se ven allí ante otros millones y a esos no los pueden alcanzar.
“¿Cómo hemos de comenzar?
¿Qué tenemos que hacer?”.
Llega la decisión, no queda más que una posibilidad: ¡uno de nosotros regresa!
“Uno de nosotros a la tierra, a ese planeta, para edificar un núcleo y desde ese núcleo tendremos que vencer a la humanidad, a todos esos millones de seres humanos”.
Y ahora los maestros descienden hacia la tierra crepuscular.
Porque les dije: la primera esfera no es capaz de hacerlo, esa gente simplemente lo sabe, ya no pueden vivir en la falsedad, en tonterías, en el engaño; esa sensación ya no está presente.
Están en armonía con la naturaleza, hablan con el espacio y con la luz.
Solo pueden servir, trabajar, dar su fuerza, su animación, su sensibilidad a todo, pero no para la demolición, no para tonterías, ni para ni por esa vida que vive debajo de esta, entonces se quedan sin poder hacer nada.
Porque lo saben: vuelven hasta la ignorancia y ahora están vacíos en cuanto a sentimientos.
Por lo tanto, la máquina humana no termina por reventar.
Esa máquina humana solo puede funcionar cuando esas máquinas, cuando esos tejidos, cuando esos sistemas están en armonía con el infinito, con el universo, con el alma, el espíritu y la materia.
Naturalmente, hay personas que están listas en la tierra crepuscular.
Hay allí quienes preguntan, imploran: “Pero ¿por qué no puedo volver?
Allí yace mi padre, allí yace mi madre.
¡No me conocen!”.
Y uno de ellos es el padre —el primer padre— Abraham.
Este es, pues, Abraham, que pide, que implora: “Déjenme volver, denme un nuevo cuerpo, ya elevo yo rápidamente esas masas.
Tengo vida, tengo animación y luz, tengo todo y allí no se sabe nada.
Allí yace mi padre; véanlos, fíjense en mi madre, allí están mis hermanitos.
Dios mío, estoy en ellos, vivo de verdad en ellos, ¿es que no me oyen ustedes?”.
No, nadie lo oye a usted.
No nos hacen falta que ustedes estén escuchando.
Esas vidas atraviesan la materia desnudos, dando bandazos, tienen sus alimentos, sus pequeñas temeridades, su carpa de circo, su placer.
Sí, ¿qué placeres había en esos tiempos?
¡Ninguno, ninguno, ninguno!
Tenían vida, podían ser uno solo con la madre naturaleza.
Iban a bañarse, iban a nadar, iban de caza, no había más.
No había más.
Tampoco podían asimilar ni vivir nada más.
Entonces este ser humano empezó a desear, un hombre, una fuerza creadora.
Este se eleva, entra en un estado tenebroso.
Oye que se habla, oye “sentir y pensar”, y en este silencio oye: “¿Me oye?
Soy el Señor.
Vuelva allí y libere a su padre y madre de estas tinieblas.
Le daré la sensibilidad para unir esta masa, para traerla a mí siendo una sola.
Soy un maestro”.
Pero este maestro se llama dueño y Señor por encima de todo.
“De verdad, soy el Señor, tengo la sensibilidad, soy luz, soy vida, soy amor”, no habría hecho falta contárselo a este Abraham, pues ¡eso no lo habría creído esta criatura, no lo habría sentido!
¿Qué sabía Abraham allí de la segunda, la tercera, la cuarta o la quinta, de la sexta, de la séptima esfera?
Mientras tanto, ya habían vuelto a pasar eras.
Los primeros maestros se separan, se liberan, alcanzan la armonía con las regiones mentales, nacen, empiezan a funcionar.
Allí están listos nuevas personas, nuevos firmamentos, sistemas universales, sintonizaciones como un sistema planetario.
El cuarto grado cósmico los acoge, allí se vive un nacimiento para la dilatación elevada, para animar y dar, para la paternidad y la maternidad.
Aquí en la tierra llega el despertar, porque el primer ser humano en la tierra crepuscular pregunta: “¿Cómo puedo conducir a mi padre y madre a la concienciación espiritual en que vivo, a la que pertenezco y con la que he recibido mi sintonización?”.
¿Puede ser más claro?
¡No!
Este ser humano nace, despierta.
Este ser humano empieza a pensar, se va a casar.
Y eso, pues, hermanas y hermanos míos, cuando este niño crece en una madre que todavía no sabía nada, que no tenía sentimientos de este niño, sino que sentía dentro de ella: algo vive allí, pero ¿qué es?
Todavía no se pueden interpretar esas palabras, aún no se tenía la psicología, se desconocía el alma, los sentimientos.
En ella una fuente ha llegado a dilatarse.
Esta vida es despertada, naturalmente, los maestros la mantienen despierta.
Con este sentimiento despertará esta criatura, y se llamará padre Abraham.
Abraham llega a la tierra.
La Casa de Israel recibe una base fundamental, se han dado los primeros pasitos, han llegado los primeros sentimientos.
El niño Abraham gira y salta y baila por la tierra y tiene una misión que cumplir.
Esta primera criatura de la tierra crepuscular, de la vida después de la muerte, vuelve y dice: “Sí...”.
Cuando tiene siete, ocho, cuando tiene nueve años, la madre ya siente: ¿Qué hay en este niño?
Este niño es diferente.
Y entonces llega a despertar el sentimiento: unión.
Se han echado los primeros fundamentos.
En la Biblia no se ha escrito nada sobre el primer pensar y sentir del padre Abraham, pues esos sentimientos ya no pudieron ser capturados.
Más adelante solo fueron adaptados este primer sentir y pensar a los pensamientos del ser humano que luego sería el evangelista, que juntaría estos poemas, estas pequeñas historias y que los convertiría en un inicio.
Es el drama de la humanidad, es el inicio y el origen de la Casa de Israel.
Abraham se casa, llegan niños.
Llegan...
Abraham, Padre, Isaac y Jacob, la casa se manifiesta, se dilata.
Unas vidas hacen la transición, otras vuelven.
Las historias se dispersan, el Señor que habla.
Se recibe, experimenta, emite y acepta la primera sabiduría.
Veinticuatro, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, adelante, así podemos seguir, treinta y cinco, sesenta y cuatro personas ¿creen a esta persona que hay una vida detrás del ataúd?
No: que existe un Señor que lo ha creado todo.
Y: no hagan eso, o estarán perdidos, y: no vayan allí, porque el Señor dice...
Y ahora, palabra tras palabra, se llega al despertar, llegan hermosas historietas.
Ha nacido la escuela infantil para la Biblia.
La clase infantil que se llama humanidad está sentada allí y tiene que aceptar las primeras palabritas.
En la tierra viven billones, millones de personas, pero todavía no están listas.
Aquí se ha echado un núcleo.
¡Y así ustedes pronto podrán aceptar y ahora pueden vivir —cuando contactamos un momento con el tiempo de ustedes— que ahora son los primogénitos para la Casa de Israel en cuanto a vivencia cósmica, sentimiento cósmico, sintonización cósmica!
Pero allí había que echar los primeros peldaños, allí se acepta el inicio, allí se acepta el primer pensar, el primer contacto con el mundo astral, que es un maestro, que es el Señor.
Que dará lo que Él mismo conoce y pudo asimilar para sí mismo.
Así se originó, así nació el primer pensamiento, la Casa de Israel —Israel, que significa despertar, concienciación espiritual.
Los maestros ven que las cosas van bien.
Pero hacen falta siglos y siglos para mantener unidos esta pizquita de sentimiento, este par de almas, estas criaturillas humanas.
Poco a poco también llega la otra vida, porque se habla de felicidad, se habla del espacio, se habla de tinieblas y luz, de infiernos.
“No hagan el mal, porque sucumbirán si lo hacen”.
Porque es lo que han experimentado, han podido vivirlo.
Y ahora, miren, por favor, cómo esa Biblia acoge verdadera y universalmente la verdad sagrada, espiritual de la personalidad astral y la transmite y analiza y consigna.
“No cometan pecados, porque vivirán unas tinieblas.
No lo hagan, pues arderán eternamente, y se destruirán eternamente”.
Sí, ¿no se viene abajo el ser humano durante siglos cuando peca, cuando hace el mal?
El ser humano, la vida despierta.
Han comenzado las primeras clases universitarias.
Aquí se interpretaban y aceptaban verdades en una clase increíblemente insignificante, infantil.
Pero el ser humano desde el espacio y “detrás de su ataúd” sabe lo que hace.
Les mete miedo: “¡No lo harán!”.
Cuando roban y engañan —es que eso lo han vivido, ¿no?— vuelven a descender en el lodo, en el fango, en la pasión por la vida material.
“Pasión y violencia, robar a otra conciencia, violar a una madre los lleva a otra violación, y vivirán allí y arderán eternamente”.
Sí, ¡por dentro!
¡No dijeron que era fuego!
Más adelante el mismo ser humano lo añadió, porque ¡entonces va todavía mejor!
Entonces están anclados con aún más fuerza a esa miseria.
¡Entonces están esposados a la cadena divina!
Entonces ya no pueden mover un dedo, ¿verdad?
Nada de eso: “Estarán ustedes allí y arderán si no observan las leyes del Señor”.
Así la vida en la tierra terminó cascada, anclada en una verdad, en una verdad espiritual, que más adelante —porque el ser humano, el evangelista, todavía no entendía las leyes espirituales— fue materializada y ¡quedó enredada, averiada, mancillada!
¡No tenían idea!
Adelante, péguenles a estos seres.
Sí, viven ahora en la tercera y cuarta esfera, estos pobres, porque ¡quedarán anclados en la tierra hasta que la última criatura se haya liberado de la condena y de la quema eterna!
Y solo entonces podrán aceptar y cambiar su paso espiritual.
¿O no creen en estos “sinsentidos” como justicias?
Desde el mundo astral, el ser humano deja constancia de la vida material.
La tormenta llega rugiendo y con la intensidad de un relámpago impacta en el corazón humano, y este se siente suspirar y gemir.
Llega el miedo, gracias a Dios; al ser humano en la tierra le entra miedo para hacer el mal.
Y este es el fundamento más imponente por siglos, por siglos, ¡por siglos!
¿Se echan aquí fundamentos por el azote, por el látigo, por un trozo de acero?
No, ¡por pensamientos que encierran espacialidades!
Por la palabra que conecta al ser humano con verdades que puede ver con sus propios ojos, que puede palpar, sentir, porque lo sabe: ¡el Señor me desfigurará!
Y pueden aceptar lo que se realiza ahora: una palabra suscita la otra, se representa una acción, eso todavía lo hacen; cuando el ser humano dice algo de otro, dos semanas después es un suceso mundial.
¡Aún desfiguran a cada instante toda palabra divina, inmaculada, natural, todo pensamiento!
Lo patean, de una patada lo mandan al espacio y por encima de la tierra.
¡No saben dónde se ha originado el primer pensamiento que llevó a cabo la condena, la demolición, el chisme, el palabrerío, la destrucción, la violación de un ser humano, de todo lo bueno en el espacio!
Ya no lo saben.
Debido a eso, en este tiempo la conciencia universal lucha contra los chismes, la palabrería y la destrucción, porque es fuego demoníaco, satánico, que se dispersa por la tierra y por el espacio.
Porque André dijo: “No se preocupen, cometan un asesinato, pero no digan cosas malas, pensamientos malos de un ser humano”.
Eso lo adoptan algunos seres humanos, a otros los lleva a las tinieblas.
No, pasa a través de la sociedad.
Pronto... sí, más adelante, por las siguientes sesiones, vivirán que sus palabrerías, su condena, su destrucción le golpearán de manera destructora a la sociedad.
Les golpeará el Dios que condena y que ha construido un sistema de infiernos hasta que por fin ya no sabrán si tienen que avanzar o retroceder, ir a la izquierda o a la derecha.
Son ciegos como un topo, pobres en sentimientos; algo que todavía pertenece a esta sociedad y sigue siendo su propio tiempo.
Pero ellos tienen que hacerlo, no les queda más remedio.
Sin embargo, algunas personas los ayudan aupando la otra vida e infundiéndole miedo, porque ahora el ser humano se siente fuerte.
La madre dice al hijo: “Y si no dejas de hacer eso, llamaré al Señor”.
Y el hijo dice a la otra vida, a la hermanita, al hermanito: “Deja eso, porque el Señor mira”.
Y ahora las cosas van por sí solas.
El ser humano está inspirado, ¡ha nacido la inspiración, el sentimiento, el desarrollo, el despertar!
Unos adoptan lo que la otra vida recita, amplía, contempla.
Surgen animaciones, han nacido inspiraciones.
Cada día se hace más hermoso.
Los maestros pueden estar contentos.
Las masas, esta humanidad, millones de chavales y niñitos, hermanitas y hermanitos empiezan a tener miedo, no hace falta más.
Existe el respeto.
Y allí en el espacio hay un Señor, un poder, una fuerza, una animación que lo sabe todo, que puede hacer que a uno lo condenen, que uno quede desfigurado.
Sí, esa fuerza te acecha, está en la luz y en las tinieblas, está delante y detrás de ti, a la izquierda y a la derecha, arriba y abajo; proviene de la tierra.
“¿No oyes cómo crepita allí en el espacio?
Son los truenos y los relámpagos, pero ¡es el Señor!
¿Acaso has hecho algo malo?
¿Has engañado vilmente?
¿Por qué vas a robar entonces, por qué vas a destruir esa vida?
¿Por qué has violado esa mujer?
¿Por qué has asesinado esa hermanita? ¿Por qué no le deseas a otro la vida en la tierra?
¿Por qué quieres condenarte tú mismo y llevarte a ese eterno fuego interior?”.
El ser humano ve el infierno, el ser humano ve una hoguera, pero se trata del fuego aquí, dentro de ustedes, de los pensamientos inconscientes.
Esos malditos sentimientos malparidos que no ven más que mal y destrucción.
Es ese tenebroso, satánico infierno ardiente al que pertenecen estas personas y con el que tienen sintonización.
Es, pues, Abraham, es Isaac, ¡es la Casa de Israel!
Y si ahora seguimos un poco más, solo un poco, porque ahora empiezan a pensar y sentir.
A la gente le parece que vale la pena asimilar y consignar estas pequeñas historias, este sentimiento, las cosas que el Señor dice.
Y ahora van saliendo las primeras novelas cortas, vemos las primeras páginas de la Biblia, y esta dice: el Señor dijo tal y cual cosa.
Pero ¡era un inicio!
A la tierra llega un niño listo.
Hay algunos que piensan y sienten con más agudeza que las otras vidas, y dicen: “Tenemos un día, tenemos otro día más, tenemos otro día nuevo, la luna... hay luz y tinieblas.
¿Cómo tenemos que aprender a pensar? ¿Cómo tenemos que describir esto?”.
Se reúnen unos cinco, unos siete; se sientan... se sientan juntos, estos hijos de Jehová.
Estos son ahora los Jehovás.
Van a analizar lo que aún desconocen, pero desde allí mismo se les infunde animación.
No pasa nada, que escriban; con que escriban, con que sientan, con que transmitan lo que sabemos nosotros.
Y aunque sea torpe y mezquino, aunque de todos modos no sirva y aunque vaya en contra de la verdad divina, espacial, espiritual, amorosa, maternal y paternal de esa vida, adelante, que escriban, que sientan.
Que traqueteen y tengan miedo, con que despierte el ser humano, con que el ser humano adquiera sensibilidad, con que el ser humano empiece a sentir: hay más en el espacio que nosotros no conocemos.
Hay un Padre que puede darnos miedo y un Padre que nos aúpa.
Cuando hacemos el bien, se nos permite sentarnos en Su mesa, a Su lado derecho comemos gachas con azúcar buena, salen a relucir las cucharas de oro.
Sí, esta clase infantil, estas primeras criaturas lo aceptan todo y están contentas de que por fin puedan soltar el respeto terrenal, material.
Les entran felicidad y gloria, porque empiezan a saber que ese demonio de allí no lo decide todo, sino que allí está el Señor que le pegará y que pronto vivirá sus tinieblas.
Eso se acepta, se experimenta, lo acogen estas criaturas ¡y es el estadio actual!
Han pasado ahora millones de años, sí, cuando llegaron los primeros fenómenos, las primeras novelitas.
Se difundieron entre la gente, estaban en el corazón humano.
Cuando llegaron los primeros seres humanos, estos nacieron para ese edificio, para el propósito de comenzar con la Biblia.
Nuevamente, llegan criaturas desde la tierra crepuscular y solo tienen la sensación: ojalá pudiera atar a esa gente a eso, ojalá pudiera convencer a esa gente de eso.
Todo sale de una misma fuente, todo tiene que provenir de la fuente de verdad, de benevolencia, de luz y de vida, de saber.
Desde la tierra crepuscular todo entraba en contacto directo con la primera esfera, con los primeros cielos, con la primera sabiduría, la verdad, la armonía, la paternidad y maternidad inmaculadas, la concienciación, el despertar y la justicia.
Los primeros pensamientos provienen de allí y tendrán lugar en armonía, adquirirán imágenes y echarán fundamentos.
Forjarán contacto para algún día describir esto.
Y bien, cuando estas personas se deciden a sentarse y acogen esos sentimientos del Señor, de Abraham, de Isaac y Jacob —poco después: llega Moisés, lo hará todavía mejor— entonces de todos modos ya se ha consignado aquello por lo que no se perdió el primerísimo sentimiento.
Pero cuadra con todo, está en armonía con la verdad detrás del ataúd; sin embargo, se ha materializado.
Lo que dentro del ser humano es el arder espiritual, es el fuego en las tinieblas.
Lo que se convierte en la deformidad por el mal, por una violación, por la mancilla del ser humano y de la vida en la tierra, para la maternidad y la paternidad, para la Biblia, para esa criatura material se convierte en la deformidad eterna de sí misma de cara al Señor, de cara a esas leyes, de cara a todo lo que allí pueda pensar, por lo que han nacido.
Los cielos y las tinieblas, lo que es inconsciencia en este ser humano, se convierte en un infierno que alberga un fuego ardiente.
La sabiduría se convierte en miedo, la idea opuesta para el despertar se convierte allí en destrucción.
Ya lo ven: destrucción y despertar, pasión y amor, odio y desarrollo, injusticia y justicia, mentira y engaño y cordialidad y benevolencia son opuestos y se convierten en los primeros fundamentos donde andan, pasean y se detienen lo universal y los maestros de la cuarta, quinta, sexta y séptima esfera; eso es un templo.
Un templo para el ser humano en la tierra, que algún día será una universidad, porque ¡eso también llegará!
Ahora los seres humanos llegan a la tierra y comienzan con el trabajo verdadero y escribirán la Biblia, escribirán la historia para la humanidad.
La historia para Abraham, Isaac y Jacob, para toda la vida que piensa y siente, y que quiere despertar de cara al Señor, que servirán para el bien o para el mal.
Todavía lo son ustedes, todavía lo es esta humanidad.
Nada ha cambiado.
Se ha comenzado con el trabajo de consignar pensamientos y sentimientos.
Esas personas provenían de la tierra crepuscular.
Los maestros de la primera y segunda esfera incidían en esas vidas, pues no podían elevarlas más, estaban ancladas en los sentimientos, en la personalidad de esas personas.
Ese fuego interior en ellos —que habían vivido cuando iban a desprenderse de las tinieblas, cuando vivían un viaje por el espacio— no podían dárselo a esa gente, pues allí no sabían nada del alma ni del espíritu.
Ese fuego dentro de ellos, ese miedo de hacer el mal, se convirtió en fuego ardiente, en materia en llamas.
Los maestros pensaban: hagan lo que quieran, mientras siga habiendo miedo.
Con que siga habiendo miedo para destruirse ustedes mismos y la vida del espacio, nosotros, pues, habremos visto como sabiduría los fundamentos en un grado de vida animal, preanimal, basto material, sí, basto material.
Y esa sabiduría, definida de cara al Señor como sentimiento espacial, es una migaja de ganancia.
Y con esta se contentaban.
Y entonces el Señor dijo: “Ha pasado el primer día.
Estemos contentos, así está bien”.
Entonces llegó el segundo día, el tercero, el cuarto, el quinto... —curioso, los maestros han constatado siete grados para el espacio— y ahora hacían uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis.
“Y el séptimo día vivirán y sentirán alegría, lo festejarán como un suceso sagrado”.
Sí, para pensar y sentir, para meditar lo que han acogido en esos cinco, en esos seis días y horas que han transcurrido.
Esa era la intención.
Era la primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta esfera, para lo inferior, las tinieblas.
Pero una vez en la tierra crepuscular, el ser humano empieza a penar, a sentir: tengo que elevarme más, quiero avanzar.
Desciendo y haré lo que sea, pero quiero ver la luz.
Quiero poseerla, porque en ella me siento feliz.
Ese séptimo día es para pensar.
¿Para trabajar?
Claro, trabajen, pero piensen, mediten lo que han hecho esa semana.
Es un grado, es una concienciación, es la vivencia más elevada para lo último de todo, lo definitivo, para que puedan decir: lo tengo, ahora me pertenece.
Esto es lo definitivo, es el cien por cien para su sensibilidad.
Pronto, cuando accedamos al grado espiritual, a la concienciación para su sociedad, esto será lo último de todo que los obligue a actuar en conformidad, por el bien y el mal, la vida y la felicidad, la cordialidad y la benevolencia; sí, ¡por Getsemaní y el Gólgota!
No pueden eludirlo, nunca, ¡nunca jamás!
¡Porque vivirán las leyes en amor y armonía, como lo quiso la Omnifuente!
Y del Señor llegó “Dios”.
Sí, ¡del Señor llegó Dios!
El Señor se convirtió en Dios, porque el Señor en realidad había adquirido un avance en la tierra, y los maestros pensaron: ahora podemos echar un paso nuevo, un pequeño fundamento nuevo, una mirada nueva.
Hay que poner una pequeña ventana en este instrumento para mirar hacia allí, y allá: a la izquierda y a la derecha y adelante.
Entonces llegó Moisés.
No les relato... no les cuento ni siquiera sobre la historia de Noé, que Noé pasó por la tierra y que empezó a llover y ya no existía nada.
Son palabrerías, es una bella historia para ustedes.
Hubo un hombre que trajo animación, que lo sintió: algo va a pasar —otra vez más una simbología, una verdad—, que entró en contacto con la verdad, al que se le conectó y que viviría otra parte del mundo para echar allí los fundamentos para una nueva autoridad, un nuevo saber, un nuevo sentir.
Entonces va a comenzar la sociedad, el desarrollo del ser humano, de la humanidad.
Ven que llegan las calles, ven el pavimento, ven los fundamentos.
Pueden decir: sí, tendremos una universidad, tendremos una iglesia.
Tendremos una religión, una fe.
El ser humano ya tiene una fe, el ser humano está atado a un dogma, a sentimientos dogmáticos.
Un dogma significa: los ha atrapado un cuento chino.
La Biblia tiene cuentos chinos, son intenciones dogmáticas que los conectan a ustedes con la sociedad, con la felicidad, con la vida y el amor, con el espacio, con su Señor, su Dios.
No hay más.
Y ahora viene la Biblia, la gente va a empezar.
¿Qué saben estos seres humanos? ¿Qué saben estos primeros seres humanos que juntan esas historias del espacio, de la luna, del sol y las estrellas?
¿Qué saben del origen, cuando la Omnifuente empezó a manifestarse?
¡Nada, nada, nada, nada!
Ya lo sienten, ya pueden empezar, vamos, lean ahora la Biblia, se comienza en la tierra, pero en un estado en que la tierra ya tiene millones de años, está terminada.
Hay millones de seres humanos, el espacio está habitado.
El cuarto grado cósmico se ha densificado, ya viven personas allí.
El ser humano se prepara para someterse al quinto y sexto grado, la Omnifuente, para alcanzar la Omnifuente, la Omniconsciencia con el Dios de todo lo que vive, el ser uno solo, para ahora representarlo a Él en todos esos grados y para todos esos mundos.
Sí, allí es donde los llevé la vez pasada.
Estuvimos ante el Omnigrado divino.
Ahora podemos dar un salto hacia atrás, directamente al espacio.
En la tierra hay trabajo, en la tierra habrá conexión.
En la tierra se publican libritos que los conectan con el Señor, que los conducen hacia luz nueva, vida nueva, pensar nuevo, bienaventuranza.
Porque ustedes no reciben golpes; el Señor no pega, no existe el fuego eterno.
Eso está aquí, vive debajo del corazón de ustedes.
Es el engaño que ustedes cometen de cara a sus prójimos, de su hermana y hermano, de su padre.
Es el odio que sienten por otro ser humano, es el fuego que arde en ustedes.
El fuego que arde, el fuego material no existe en el espacio, aunque la tierra haya tenido que aceptar una era de incandescencia.
Aunque a toda ley elemental se le haya dado a vivir ese proceso de crecimiento y florecimiento.
El fuego ardiente de la conciencia humana, el alma y el espíritu, la materia, la paternidad y la maternidad están en el interior de ustedes, arden en su interior, porque sienten mal, porque destruyen y abaten conscientemente el bien que Dios ha creado.
De acuerdo, lloren, viertan sus lágrimas, pero recuerden: pueden ser felices, pues esas cosas no existen allí; no hay condena, no hay infierno ardiente.
La Biblia comienza con falsedades, porque, cuando empezaron los evangelistas, la creación ya estaba terminada desde millones de años atrás.
Y la tierra estaba poblada, también el espacio, también el más allá.
Hay renacer, hay luz.
Sí, también hay una muerte, pero esa no la hay, porque los maestros, las criaturas que recibieron la conciencia en el mundo astral y a quienes se les concedió asimilarla han podido constatarlo: la muerte solo es evolución, solo es... explorar y aceptar universalmente frente al Dios de todo lo que vive, frente a la Omnifuente.
Existe la reencarnación; una y otra vez pueden recibir un nuevo organismo, una nueva vida, ¡porque en una sola vida no pueden alcanzar nada!
¿Se ha inventado esto para sí mismo el Dios de todo lo que vive?
No, ¡son las leyes, es la verdad, tuvo que ser, tenía que ser, no podía ser de otra manera!
¡Punto, signo de exclamación!
No podía ser de otra manera, porque ¡el espacio nació por esas leyes, experimentó esas leyes de densificación!
Hemos recibido un estadio embrionario, hemos recibido un estadio de pez.
Desde las aguas nos pasamos a la tierra.
Desde la selva nos pasamos a la ciudad, fuimos teniendo casas.
Sí, ya en este tiempo vive un faraón egipcio, han surgido pueblos, nos hemos desprendido de la selva.
El Señor planea y planea por encima de la tierra para despertar las criaturas de una sacudida.
Y lo más elevado, lo más elevado, lo más elevado que vendrá ahora tiene y siente mística... mística, las leyes ocultas, la vivencia de la muerte, la aceptación de la vida.
La maternidad, la paternidad es ahora una ley mística, es un fundamento de realidad para el espacio, para este suceso.
Eso cambiará pronto.
Ahora cada palabra también recibe su espacio, su significado, su contacto directo y el análisis universal como verdad, que algún día se convertirá en la ciencia.
Entonces llegarán a ustedes Sócrates, Platón y Aristóteles.
Entonces nacerán los templos en China, en Japón, en el Antiguo Egipto, entonces se enterarán de Ra, Ré e Isis.
“Amon-Ré, vive en mi corazón y quiero seguirlo, únjame.
Si experimento las leyes de su espacio, vivo la vida y la muerte, y estoy preparado para experimentar todas esas fustigaciones, el suicidio, la destrucción.
Estoy listo para descender en sus aguas y contemplar su ojo, por lo que me ve y puede dejarme desfigurado.
Pero quiero vivir y quiero ser luz.
El amor quiero darlo absolutamente siempre a aquellos con los que vivo, que me pertenecen a mí y a ustedes”.
¡Eso se convirtió en Egipto!
Pero los evangelistas tenían que atenerse a esa cosita llamada Biblia, a esos cuentos.
Y ya lo ven, ahora pueden empezar.
“Y Dios dijo: ‘Hagamos seres humanos’”.
Esos pobres, pobrecitos párvulos allí de la Biblia comienzan con un poco de barro y de soplo vital.
Ponen al Señor al lado suyo, porque Él sabe hacerlo todo, Él es un soplo, viento, lluvia, relámpago y trueno; el Señor truena en ese barro.
Desciende, da soplo vital a ese barro y dice: “Pfff, ese es el primer ser humano”.
Con eso aquella criatura de cuatro años —según la concienciación humana— comienza a escribir su Biblia en la escuela infantil para el espacio.
“Y de un poco de barro y de soplo vital, Dios hizo un ser humano”.
Pero la manera en que su interior... ni siquiera lo siente; no sabe ese ser humano cómo recibió la vida.
Sí, también él nació a partir de barro y soplo vital, pero tiene un aspecto muy bueno.
Tan bien que en realidad no puede comprender qué pinta ese barro, qué significa, porque el barro, en realidad, no es más que materia, ¿no?
Sí, están reunidos junto a una fogata en la tierra.
Toman la tierra en sus manos y uno dice al otro: “¿Acaso crees que hemos nacido de esta cosa?
Y es que también esto es barro, ¿no? Así que adelante: infúndele un alma”.
Hace “ffff”... —es lo que hizo el Señor— y sopla y sopla y sopla y sopla, incluso produce una tormenta, pero no ocurre nada.
El barro sigue siendo barro y el soplo vital es soplo vital; pero hay sentimiento y ese sentimiento es lo que le faltaba a este ser humano.
No tiene concienciación para infundir alma al barro.
Dios también lo pudo hacer.
Pero no es así para el ser humano; sería la tierra, la materia sobre la que andarían.
Se convertiría esto en un planeta transitable.
Nada más, pero ¡tampoco nada menos!
¿Lo ven?
Si ahora soy claro, tendrán que aceptar —digo yo— que esta sociedad... ahora han pasado tantos miles de siglos, la palabra de Dios, del Señor, se ha desarrollado.
Por medio de las conferencias anteriores pueden ahora acoger en ustedes este imponente regalo universal, y pueden decir: “Esta es, realmente, la verdad.
Nuestros teólogos dicen tonterías.
Todavía está atada —esa criatura universitaria— a la Biblia y hablan en el siglo veinte de condena y de arder eternamente”.
Qué miedo.
Los maestros han terminado su trabajo con tanta conciencia, con una fuerza tan fantástica, que después de miles de siglos la gente todavía continúa en la miseria, en el inconsciente y ya ni siquiera quiere perder esa destrucción, esa condena, ese arder eterno.
Es el siglo veinte, se llama La Haya, se llama, pues, Ámsterdam, París, Roma, Berlín, Nueva York, China y Japón; se llama humanidad.
Sí, hay quienes —gracias a Dios— se han liberado de la quema y la condena eterna.
Recibimos la doctrina metafísica.
Recibimos las Biblias, las Biblias, digo... recibimos los templos del Tíbet, de China, de Japón —ay, gracias a los dioses— recibimos el Antiguo Egipto, porque el ser humano continuó.
El ser humano planeaba, patinaba por la tierra y por encima de este planeta dando vueltas alrededor de esa Biblia, de esas tesis dogmáticas, y buscaba las leyes metafísicas, buscaba la verdad, buscaba los sentimientos: ¿Quién soy yo?
Soy humano.
Ahora unos pocos —que tenían que venir, otra vez recibían animación del otro lado—ahora unos pocos empezaban a preguntarse: ¿Qué es lo que soy como ser humano? ¿Por qué soy madre? ¿Por qué soy diferente de él?
¿Por qué yo soy esto y él aquello?
¿Por qué tengo que recibirlo a él y él tiene que darme a mí?
¿Por qué tengo que dormir, por qué tengo que dormir?, se preguntaba el ser humano en esos tiempos.
Esquivando al Señor, ¿entienden?
Porque los maestros veían: así no vamos a llegar, tenemos que empezar a construir allí.
Y cuando el primer ser humano —nuevamente originado de esa luz y venido a la tierra— se preguntó: “¿Quién soy por dentro?
¿Qué soy? ¿Qué hago cuando me voy a dormir, cuando estoy acostado allí, por qué tengo que dormir?”; este descendió en la mística, y leerán en los libros ‘Dones espirituales’ cómo nació el primer mago, el faquir, el yogui, y elevó su aura vital en su mano izquierda y luego en la derecha.
Se liberó y se acostó en su calabozo.
Ya no tenía nada de comer ni de beber, se condujo a sí mismo fuera de su organismo, fuera de este mundo y se dijo: “Ahora tengo que ver cómo hago para colocar allí también mi cerebro, mi cabeza, y luego me iré a dar un paseo”.
¿No es de lo más sencillo aceptar todo esto, esta claridad inmaculada, de cara a la condena, la demolición, la destrucción y la quema eterna?
¿Qué hacen ahora?
¿Por qué viven?
El primer mago, el primer yogui se trajo a sí mismo al mundo astral y daba vueltas en él, pero ahora se le olvidaba pensar, estaba feliz.
Alguien desciende en esta vida rápidamente —lo leen en ‘Dones espirituales’—, y tiene que aceptar la posesión.
Pero se despierta a sí mismo, emerge, se eleva en la conciencia diurna y en su yo.
¡Y de pronto piensa y toma impulso y pega un salto!
Quiere vivir en las aguas el desprendimiento de la demencia.
Y ocurre, después de lo cual tiene lugar la liberación, y su eternidad está en sus propias manos, pero él regresa.
Regresa nuevamente, vuelve miles de veces para vencer esa muerte, el desprendimiento de los sistemas materiales.
También él tiene que representar un espacio.
El ser humano recibió su Biblia, el ser humano recibió al padre Abraham, a Isaac y a Jacob, y luego a Moisés y después a muchos otros, a Isaías, a los profetas.
Pero el ser humano logró dar un contacto a la vida entre la materia y el alma.
Los maestros, los ángeles de las esferas de luz lo comprendieron: ahora vamos a empezar a llevar la vida interior, el alma y el espíritu al despertar espacial.
Ahora surgió Egipto.
Ahora ustedes —en el siglo veinte— son los hijos para esta infinitud.
Ya no son los párvulos de las clases inferiores, sino que han adquirido otra conciencia y es lo que se me concedió aclararles.
¡Hace poco tiempo pude decir, por encargo de los maestros, del espacio, del alma, de la vida, de la paternidad y la maternidad, que podía aceptarlos a ustedes como adeptos!
Esto se convertirá en la concienciación para esta humanidad.
La condena, el fuego eterno se disolverá y desaparecerá, porque el ser humano vuelve a su Omnigrado como padre y madre, para representar allí al Dios de todo lo que vive en todos Sus grados y leyes, para predicarlo y explorarlo.
Y entonces por tanto puede decir: “Cuando prive a este espacio de mi luz, habrá tinieblas”.
Ahora ya no tenemos que ver con el barro y el soplo vital, y sí con la animación dentro de ustedes, que vive debajo de su corazón.
Hablamos con los maestros, cargamos a la madre a través de esta infinitud.
Recibimos la veracidad universal, la justicia y la benevolencia, porque hemos llegado a conocer a Cristo más tarde y Él llegó a la tierra desde Su Omnigrado divino, se arrodillo en Getsemaní para ascender el Gólgota y vencer en él el mal, el inconsciente para este mundo, para esta humanidad.
¡Para ustedes mismos, para los maestros, por medio de la doctrina metafísica, por medio de André-Dectar y ustedes mismos, por su sentir y pensar, dan vueltas a cada pensamiento y lo llevarán de regreso a la diosa de Isis, a los templos en el Tíbet, a Cristo, a Dios!
Echarán fundamentos para su futuro, para la Universidad de Cristo, para esta humanidad que seguirá existiendo eternamente, porque ustedes y otros en esta tierra han aceptado la luz vital para la realidad, para el amor, para el ser uno con Dios como Padre y Madre, en benevolencia y en humildad.
Han dejado de creer, ¡saben!
Saben... saben.
¡Eternamente!
Hasta aquí.