El ser humano y su sintonización divina

Buenos días, hermanas y hermanos míos.
Supongo que han acogido en sus corazones lo que han recibido en las conferencias anteriores, de modo que podemos continuar el viaje hacia su sintonización divina.
La sintonización que vivirán pronto, que es importante para sus vidas y por la que irán conociéndose, no solo se encuentra aquí en la tierra, sino que —ya debe de quedarles claro— tiene contacto con el espacio en el que viven y que pronto, más adelante, a través de muchas eras, del sistema planetario, irán asimilando.
Hemos hecho un viaje desde la luna hacia una conciencia nueva y elevada.
Nos hemos liberado de la tierra, de las leyes materiales, y hemos continuado, hemos seguido conscientemente, hacia esa concienciación elevada, que entonces pronto se depondrá en sus manos, si es que hacen todo para lograrlo.
Cuando hayamos hecho ese viaje volveremos desde el Omnigrado divino a la tierra.
Y entonces empezaremos a ver, viviremos cómo se han montado esas leyes, qué tiene que asimilar el ser humano antes de poder decir: soy espiritual, soy espacial, cósmico, tengo conciencia divina.
Imaginamos, y sabemos, cuándo el ser humano empieza a pensar en realidad, cuándo comienza a pensar para qué vive realmente.
Millones de personas, los grandes aquí en esta tierra, todos han tenido que aceptar que eso no es tan sencillo.
No es sino hasta detrás del ataúd que la conciencia espacial habla a nuestra personalidad adquirida.
Y solo entonces será posible hablar a la vida, apretársela contra el corazón, darle la sabiduría que ustedes han asimilado.
De eso se trata, ese es el objetivo, es la esencia, es el saber, es el sentir, es el pensar, para los que vive el ser humano.
Pueden preguntarse dónde empieza la vida y dónde termina, y entonces estarán enseguida ante miles de problemas.
No solo están ante ustedes mismos, ante la sociedad, las leyes que viven y tienen que aceptar a diario.
En este momento están ante el alma, el espíritu y la vida, de los que las universidades no conocen grado ni fundamento, porque todavía tienen que ser echados.
Regresaré rápidamente con ustedes donde terminamos la vez pasada.
Esta mañana no volveremos a la tierra... tal vez un momento.
Ahora ustedes salen de su organismo, todos poseen las grandes alas.
Empezamos a aceptar un viaje hacia el Omnigrado divino desde detrás del ataúd, desde su personalidad astral, su espacio espiritual.
Queremos vivir ese viaje.
Hemos visto que existen mundos tenebrosos.
Ustedes los llaman infiernos; el ser humano ha convertido ese mundo en un infierno.
Les he aclarado y explicado con claridad y sencillez que a todo lo que poseen en la tierra —pronto también les quedará claro— le han puesto un nombre.
Cuando practican el arte, les aclararemos en qué grado de sensibilidad, de timbre, para qué personalidad vive su arte.
Cuando vivan detrás del ataúd, la luna habrá perdido su nombre, no habrá “sol”; en el espacio solo hay fuerza creadora y que da a luz.
Los nombres de Gerardito y Pedrito —como ustedes les han puesto— y absolutamente todo lo que les pertenece ahora se alejan de golpe de ustedes.
Ya no tendrán nada, solo ustedes mismos.
Su sagrado, divino yo mismo, eso todavía lo tendrán —pronto les quedará claro— y tiene importancia universal, espacial, cósmica, pues dura para la eternidad.
Cuando lleguemos desde el Omnigrado divino y miremos entonces esas leyes, esos nombres, esos fundamentos, solo entonces su vida como hombre y mujer adquirirán relevancia e irán hasta ustedes mismos, podrán decirse a sí mismos: “Dios mío, gracias por pertenecer a la vida”.
Y cuando entonces conozcan las leyes —han visto los espacios— también podrán aceptar que poseen una sintonización divina, que son una personalidad espacial.
Son alma de Su alma, vida de Su vida.
No, se convertirán en alma y son vida, con conciencia; eso está en sus manos.
Como seres humanos, como un dios humano tendrán que representar ahora Sus espacios.
Entonces la vida será diferente.
Desde las tinieblas vamos hacia la luz y ahora estamos en la luz.
Vemos ese espacio, vemos cordialidad, benevolencia, amor y felicidad, vemos los templos, vemos la naturaleza.
Nos convertimos en uno solo, podemos hacernos uno solo, pues hemos llegado a conocer esas leyes, hemos llegado a conocer esas vidas.
Atravesamos el Gólgota, hemos conocido la Biblia, hemos visto el bien y el mal.
Las artes y las ciencias viven debajo de nuestro corazón.
Albergamos la sabiduría.
Somos eruditos, pues hemos depuesto diferentes facultades y absorbido en nosotros su sabiduría.
Nos hemos hecho terrenalmente conscientes.
El planeta y sus sistemas en este espacio, eso vive en nuestras manos, podemos deponerlo aquí mismo, con la palma de una mano tapamos este espacio.
Este espacio —de verdad, pueden aceptarlo— ya no tiene importancia alguna para nuestra vida, hemos vencido ese espacio.
Y ahora estamos sobre un suelo que no quiere ser otra cosa que vida de los sentimientos.
Estamos en la primera esfera.
Amamos —es lo que quiere ser esa esfera— la justicia, la fe y la confianza, la cordialidad, la benevolencia.
Ya no creemos, pues ¡sabemos!
La fe, la esperanza y la justicia son una parte, son fundamentos del templo que hemos construido para nosotros mismos.
Conocemos el diccionario de la tierra y vive debajo de nuestro corazón.
Hemos vivido a Moisés, estuvimos en Getsemaní, por supuesto.
Allí hemos visto Jerusalén, la percibimos, poco a poco... paso a paso hemos seguido la vida de Cristo.
¡Íbamos hacia arriba!
Lo vimos a Él cuando lo fustigaron, crucificaron, cuando el ser humano nos puso —a través de Él— una corona de espinas en la cabeza.
Tomamos la cruz, habíamos venido por Pilato, habíamos venido por el rey, habíamos venido por Caifás.
Fuimos objeto de burla, nos desfiguraron, se nos azotó, pegó y escupió encima.
Llevábamos —y la llevamos aún— una túnica de belleza imponente, calzamos las pequeñas sandalias plateadas.
En nuestras manos hay un cáliz, una flor, una flor inmaculada, una orquídea, nívea...
Y no obstante: todos los colores del espacio, de Su reino, que Él ha creado, que llegaron a desarrollarse, a materializarse, los volvemos a ver en ella.
Fuimos ascendiendo, con la cruz sobre nuestros hombros.
Ni siquiera queríamos que alguien llegara a ayudarnos a cargar, exigíamos todo esto para nosotros mismos, porque ahora lo sabíamos: cualquier ayuda es fatal.
Cualquier ayuda nos lleva a la comodidad humana, material, terrenal, a la pereza, la destrucción, la aniquilación.
Hemos visto, hemos vivido, aceptamos ahora que viviremos esas leyes al pleno cien por cien, o la esencia definitiva, cuando entonces ese grado empiece a vivir, no nos pertenecerá.
Y entonces hemos llegado arriba.
Nos desplomamos; no tres veces, no veinte veces, no mil veces, sino cada vez, a cada paso perdíamos esa dureza debajo de nuestros pies y nos tiraban al suelo.
Sentíamos la paliza detrás de nosotros, los demonios con la fusta humana.
Soportamos esa fustigación, sentíamos gratitud porque se nos pudiera pegar.
Aceptamos esos latigazos en gratitud, porque sabemos para qué vivimos y para qué moriríamos, sí, por qué abandonaríamos ese castillito material, el organismo humano.
Y entonces nos tendimos, entonces nos posicionamos para el ser humano que es rudo, el ser humano que escupe, que enloda, que salpica, que termina con todo lo que no comprende, que no puede abarcar.
Nos colocamos en el suelo y dijimos: “Hagan conmigo lo que quieran, soy entrega total.
Ya no habrá palabra dura que cruce mis labios, ya no habrá denostación ni mancilla.
No soy capaz de acoger la vida de ustedes en mí.
Quiero ser como Él, a donde sea que me dirija.
Y entonces llegaron los verdugos.
Desnudos, salvo por un paño de pureza, nos tendimos sobre la cruz humana.
Extendimos conscientemente las manos, extendimos los pies para hacer que el verdugo, el verdugo humano, pudiera llevar a cabo su tarea.
Con alegría relajamos los brazos, las manos, y luego sentimos el primer picor del metal humano apretado contra nuestra carne caliente, inmaculada, abierta, benevolente.
Y entonces se dio el primer golpe, el primer dolor latigueó nuestro corazón, ya fluía la sangre.
Nuestros ojos se hicieron borrosos y detrás de todo esto, la figura aparente del yo material.
Pero un poco detrás de la cuarta autonomía dimensional, a la que pertenecíamos y a donde nos dirigiremos; detrás de esta, la irradiación de la vida interior del alma, el espíritu y la personalidad que acepta.
Y mientras tanto el verdugo humano hacía su trabajo y nos fijó de forma materialmente terrenal y con cálculo consciente a golpes en la cruz, como también pudo aceptarlo el Mesías.
Por supuesto que no es una imagen hermosa, pero esto forma parte de la realidad, pues algún día tendrán que aceptar la muerte en la cruz, y solo entonces tendrán conciencia humana.
No solo lo dice una flor en la naturaleza, sino que todas las cosas se lo susurran cuando ustedes posean las fuerzas y el valor para seguir, para descender más en la realidad para sus vidas, para sus rasgos de carácter, para su personalidad, para su paternidad y maternidad.
Si quieren seguir ahora, entonces ascenderán el monte Calvario.
Serán crucificados, son ustedes, están colgados allí y esperan ahora el final, el momento en que se rompa el cordón interior espiritual que los conecta corporal y espiritualmente.
Entonces oyen, sienten que Cristo no fue falsedad, no fue un demente, no fue mezquino, porque ahora ustedes mismos lo son.
Ahora no pueden implorar a Dios: “¿Por qué me has abandonado?”.
No pueden enviar sus sentimientos al espacio, porque son ustedes mismos.
Son sentimientos, son vida, son alma, son espíritu.
Se han convertido en verdad inmaculada, en una autonomía que quiere pegar al ser yo para el mundo, que lo hará desfallecer, porque ese espacio ha despertado ahora en su vida.
Y así llegaron y continuaron los primeros de todos los seres humanos que habían completado la tierra, su ciclo en la vida de un mundo espiritual.
Y entre ellos estaba Cristo, el Mesías, el Maestro, los primerísimos sentimientos que estuvieron listos para desplazar los pasos para el ser humano de manera espiritual, para darles un fundamento, para vivir esa continuación y desde la que y para la que pudieron asimilar esa sabiduría.
Así salieron de las tinieblas —porque todavía no había luz— para llegar al mundo de lo inconsciente, de lo consciente inconsciente.
Porque vivían, solo habían perdido su materia, los sentimientos materiales, sus alimentos, pero seguían construyendo.
Y eso todo ser humano lo tiene que aceptar, todo ser humano lo tiene que vivir, porque esta es la realidad para poder vencer su personalidad divina.
Para llevar a la conciencia la esencia que vive dentro de ustedes, que es su sintonización divina, por medio de sus sentimientos, de su trabajo, de su tarea, pero sobre todo de su paternidad y maternidad.
Desde la primera esfera vamos a la segunda.
Ven cómo cambia ese mundo, cambiamos nosotros, cambia el arte, cambian los sentimientos.
Sus pensamientos los harán...,
los verán de otra manera, harán que sus pensamientos se envuelvan con su posesión obtenida.
Tienen miedo de decir una palabra, solo dicen la verdad.
Y de lo que hablarán, lo han aprendido y se lo demuestra la naturaleza.
Los fenómenos que observan tienen fundamento, es posesión espiritual.
Cada pensamiento es una realidad del cosmos al que pertenecen y que pronto conocerán.
Vamos hacia la segunda, tercera, cuarta esfera.
Hemos vivido que la primera, la segunda, la tercera son todavía estados, que han de ser mundos que tienen sintonización con nuestros sentimientos terrenales.
Esa materia todavía no ha desaparecido de nosotros, aún tenemos el organismo en nosotros.
Queremos usar las manos, pero ya no las necesitamos.
Queremos ir, queremos andar; todavía tenemos tiempo... tenemos el sentimiento del tiempo, pero tiempo ya no lo hay.
Tenemos conciencia espacial, estamos eternamente listos y sobre todo para lo que vendrá pronto.
Allí hacemos todo por medio de los sentimientos, una mirada de los ojos de ustedes dice a la otra vida lo que quieren, lo que ven, lo que sienten, y enseguida se acepta esa sabiduría.
Les he aclarado que después de la cuarta esfera —la Tierra Estival— accederemos a la quinta, la sexta y la séptima esfera como mundos, cuyo espacio asimilamos.
Nos hacemos más etéreos, más espirituales.
Lo hacemos todo de otra manera, solo vamos pasando gracias a esa infinitud; también eso es un universo.
Hay personas, hay templos, hay sabiduría.
La naturaleza se hace cada vez más hermosa, lo que allí era plateado tiene ahora una radiante iluminación azul, veteada de un brillo dorado.
Las túnicas de la gente poseen la luz universal del espacio, las figuras coloradas que creó Dios, por medio de Sus revelaciones.
Ese empuje que tienen es lo que irradia semejante túnica.
En los ojos del ser humano vemos la luz viva para esta belleza, esta verdad, pero sobre todo esta maternidad, esta conciencia paterna, la luz viva que nos portará y dará empuje, ascendiendo hacia una autonomía que también asimilaremos ahora.
Y entonces, cuando llegue el final, llegaremos a las regiones mentales.
De nuevo nos disolvemos, porque estamos listos para vivir y aceptar un nuevo sistema planetario.
Y ¿qué y cómo será esta vida?
¿Qué tiene que contarnos esa vida, ahora que estamos ante un ser humano donde ya no existen los líos?
En esas esferas de luz —ya lo hemos vivido— pudimos deponerlo todo.
Nos hemos convertido en felicidad, sabemos cómo se puede vivir y alcanzar.
Ya no somos falsos.
No tenemos vileza, no la conocemos.
Sabemos exactamente cómo tenemos que pensar y para qué hemos recibido nuestra propia vida.
Conocemos la paternidad y la maternidad, conocemos todos los idiomas, las posesiones del mundo, todas las artes y todas las ciencias.
Sabemos que pronto el instinto de la selva entrará en la conciencia blanca y que dentro de poco —después de esto, después de nosotros— aupará esa sociedad con sus manos.
Sabemos, hemos aceptado, hemos depuesto lo que se nos ha concedido asimilar.
No, hemos dado esa posesión a otros, porque son vidas de nuestro yo.
Después de esto nos irá quedando claro, nos deberá ser posible aclararlo, podremos aceptar esto: que absolutamente todo lo que vive me pertenece, les pertenece.
En el Gólgota hemos experimentado... debido a que aceptamos la muerte en la cruz, a que yacimos allí.
Y en la primera esfera se sellaron esas leyes, una vez más volvieron a nuestra vida.
En la primera, segunda y tercera esfera volvimos a vivir esas leyes y constatamos solo entonces: Sí, lo que hice fue normal, fue natural, fue consciente, fue sagrado, fue espiritual, fue hecho con el alma.
Ahora puedo seguir.
He absorbido los dolores de las personas.
He vivido cómo era Cristo, cómo fue.
No, lo he vivido, sé ahora lo que quiere de mí la Omnifuente.
En la tierra acogí en mí esos dolores, esa pena; soy pena, soy dolor, pero también soy felicidad, ¡porque soy una deidad!
No puedo desprenderme de la sociedad si veo que mis padres perecen por dolor espiritual.
No puedo poseer felicidad si mi hijo no sabe que estoy vivo, que la muerte no existe.
Tengo que aniquilar esa muerte.
Y la hemos aniquilado, hemos acogido en nosotros esos dolores de Satanás, lo hemos vencido.
Ya no nos hace falta un diccionario, los diez mandamientos; nos hemos convertido en el décimo, el primero, el sexto, el séptimo.
Ya no hay nada que pueda interferir en nosotros, ya no nos da miedo quedar desfigurados, mancillados.
¡Aquella vida que no nos conoce es la que está desfigurada!
Fuimos atraídos por un mundo nuevo.
Son regiones mentales, mundos mentales, y eso significa que lo etéreo de ese mundo es más elocuente, benevolente, amoroso que el anterior en el que hemos vivido.
Presenciamos un nuevo nacimiento.
En ese mundo llegamos al sosiego, nos sumimos hasta lo embrionario, porque nada ha cambiado en las leyes de revelación divinas ni para ellas.
Seguimos siendo padre y madre, porque cuando estamos en el Omnigrado, la Omniconsciencia nos lo demostrará.
Los primeros seres humanos...
Ahora continuamos desde nuestro propio tiempo, desde el siglo de ustedes, desde este momento.
Pero los primeros seres humanos a los que antes que a ustedes y antes que a nosotros se les concedió acceder a esos mundos y que pudieron vencer, colocaron una piedra tras otra.
La luna, el sol y las estrellas, las nebulosas han creado los cuerpos universales.
Debido a que hemos hecho las primeras divisiones, el primer viaje, sabemos que cada embrión vuelve a crear una nueva vida.
Y así vemos que el sol y la luna, las estrellas y los planetas han creado una nueva casa para nuestra vida.
Un mundo en el que podemos vivir, para continuar nuestra vida, para volver a Dios, a la Omnifuente, y para representar allí a la Omnifuente en todo, para todo, para el alma, el espíritu, la luz, el amor, la paternidad y maternidad.
¡Y entonces somos dioses!
Estamos ahora en ese mundo, recibimos el nacimiento, vamos creciendo.
La conciencia que conocimos en la tierra ha sido vencida.
En la primera esfera, lo sabemos, allí el ser humano ya era consciente, clarividente, clariaudiente, clarisintiente.
No hace falta que se desplacen para hablar con la vida en la tierra, en caso de que esa vida posea esa conciencia; es lo que ustedes son capaces de hacer.
Hemos podido asimilar la telepatía natural, espacial, el ser uno solo con otra vida para nuestra propia conciencia; es lo que tenemos, ¡es nuestra posesión!
No nos hace falta desplazarnos, porque donde estemos, allí está todo, nos hemos convertido en todo.
No me hace falta seguir esa vida, ese amor, esa bienaventuranza.
Cuando hablamos de absolutamente todo, entonces eso incluye su diccionario, también la Biblia —lo bueno de la Biblia.
Entonces las esferas están presentes en nuestra vida.
Entonces planeamos, somos viento, somos lluvia, somos luz.
Nos hemos convertido en fuerza servicial, material y espiritual.
Alimentamos las aguas, damos la luz al espacio, porque mi luz es la luz para el sol.
Mi fuerza es la animación para poder practicar el arte.
Cuando el ser humano en la tierra se sintoniza con nosotros y yo soy el conocimiento, entonces me manifestaré allí como sabiduría.
Cuando la conciencia de arpa, la conciencia de arpa despierte en ustedes, entonces su vida punteará hacia el respeto divino.
Si son violinistas, entonces los sentimientos interpretarán los dolores, la felicidad, la benevolencia, el amor, la justicia para el espacio, o tocarán el nacimiento humano.
Empezamos ahora a aceptar todo esto.
Conforme absorbíamos la séptima esfera, conforme nos preparábamos para las regiones mentales, para el cuarto grado cósmico, nos dimos cuenta de que ahora somos absolutamente todo.
Hemos absorbido en nosotros este espacio, en el que hay tantas cosas; esa posesión está en nuestras manos.
Desde ahora podemos analizar la conciencia terrenal, ya no queda nada que no conozcamos.
Vemos delante de nosotros todos los líos para el mundo —pueden enumerarlos tranquilamente—, los miles de aberraciones y degeneraciones.
Conocemos la demencia, conocemos cada enfermedad, somos catedráticos para el cáncer, para la tuberculosis, para la lepra.
Somos Mozart, Beethoven, Tiziano, Van Dyck, Rembrandt...
Tenemos conciencia cósmica.
Ya no hay nada que no conozcan, se han convertido en omniscientes para este espacio.
Y eso les irá quedando claro cuando pronto —ese “pronto”, siempre lo digo, siempre hablo de pronto, pero ese pronto todavía está miles de siglos detrás de nosotros, y sin embargo está cerca—, cuando volvamos desde el Omnigrado divino y aceptemos ese pronto, entonces veremos cómo el ser humano se ha desfigurado a sí mismo.
¿Qué ha pasado en todos esos siglos?
¿Qué ha ocurrido en las eras en que las revelaciones materiales todavía tenían que manifestarse?
Llegamos a conocerlo.
Estuvimos en las selvas y en las aguas.
Pronto empezamos a analizar, a descomponer; no para nosotros mismos, sino para la criatura humana que todavía no ha alcanzado esas alturas.
En las esferas, en el mundo en el que ahora nacemos —despertamos—, en el que la madre nos ha portado... ahora solo toma siete meses, el tiempo según cálculo terrenal dura ahora solo siete meses, no nueve, antes de que nazcamos.
Porque el hijo dentro de la madre...
Lo sabemos ahora, lo hemos asimilado, el médico, el erudito de su mundo tendrá que aceptarlo todo, lo llegará a conocer, sus eras, los grados conscientes para el desarrollo material.
Lo vivió el hijo en la madre y ahora está abierto y consciente para nuestra vida.
Es lo que asimilamos, se ha convertido ahora en ciencia.
Todavía no hemos... no llevamos ni cinco segundos despiertos.
La criatura vive allí, el crecimiento material toma menos tiempo.
Lo que ahora te toma treinta y cinco años, veintiún años —nosotros lo vemos— ocurre allí en solo quince, veinte días, porque vamos hacia el desarrollo completo divino.
Ya no hay trastorno presente en la vida por lo que se frenan los sistemas materiales, los tejidos para el proceso de crecimiento y florecimiento.
Ustedes lo viven aquí en la tierra, porque en la madre hay inhibiciones.
Lo anormal en la criatura desfigura el crecimiento completo, que tiene que ocurrir de manera natural.
Allí ya no hay nada, aquí vivimos en crecimiento y florecimiento naturales, todo está abierto.
Ya no hay fuerzas opuestas de nuestra personalidad, somos abiertos y conscientes.
La madre nos recibió en amor.
Sí, ella ya hablaba con nosotros cuando aún vivíamos en ella, y entonces decía: “Anda, hijo mío, cuéntame: ¿de dónde viniste?”.
No hace falta que me den esas palabras materiales, pues yo lo veo.
Les doy una vida nueva, un nuevo nacimiento, acepten mi beso inmaculado.
Seguro que saben que, antes de entrar en mí, vivieron en la primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y séptima esfera, ¿no?
¿Pueden volver la mirada, ahora que todavía viven en mí, al problema tierra, al tercer grado cósmico, donde estábamos?
¿Pueden volver a la luna, a los planetas de transición?
¿Pueden volver en la sociedad, millones de años?
Sí, ¡allí vivíamos entonces!
¿Pueden sintonizar con eso y pueden comprender ahora lo que pronto... lo que pronto poseerán?
¿Lo que pronto emanará hacia ustedes cuando se les vuelvan a abrir los ojos materiales, que tienen conciencia espiritual?
La madre habla con el hijo dentro de ella, y cuando este nace y abre esos ojos, entonces es consciente.
Entonces ríe, es sabedor, puede contar enseguida y de inmediato a la madre lo que quiere.
Todo se ha depuesto, lo malo; se hará que despierte lo nuevo.
Y ahora habla la vida, ahora hablan los sentimientos, porque la madre dice: “Vamos a volver al Omnigrado, estamos ahora en el cuarto grado cósmico.
Aquí tenemos que deponer miles, millones de vidas, porque ven allí el segundo, el tercer, el cuarto, el quinto y el sexto grado cósmico, interpretados por una transición, un planeta.
Aquí, donde pronto estaremos, está el cuerpo materno.
Experimentaremos, hijo mío, juntos, usted con su alma, con su vida, con su paternidad, su maternidad, también este espacio lo acogeremos en nosotros.
Vivirá todas esas figuras sagradas, absorberá la sabiduría, al ser padre, al convertirse en madre, al representar siempre, una y otra vez, la vida.
¿Sienten que yo, que ustedes, los millones de hijos de Dios, en este espacio somos solo luz?”.
Sí, ahora como seres humanos podemos comprenderlo y aceptarlo.
El ser humano aquí en este mundo pasea por la naturaleza, el primer planeta en que vivimos como seres humanos, otra vez como seres humanos.
Contemplen esas figuras materiales, con ellas los he conectado en el pasado.
Durante un momento percibieron que estos eran seres humanos, pero de verdad se dan cuenta... cuando volvemos, cuando hacemos una comparación con la materia, todo esto lo vemos; experimentamos, vivimos esta sacralidad y ahora hacemos nuestras comparaciones materiales y terrenales..., pero volvemos a Dios, volvemos a la Omnifuente.
Ya no tenemos que ver con el mal, con la miseria, con la enfermedad, esas cosas miserables se han vencido.
Aquí ya no hay mentira, ya no hay engaño, ya no hay una sociedad que eleva unas vidas y desfigura a otras.
Aquí ya no hay reyes ni emperadores.
De las medallas que reciben en la tierra se ríen ahora, aquí ya no se otorgan.
Un rasgo de carácter es su sentido del honor, porque todos sus caracteres irradian, a ustedes los representan miles de personalidades.
Cada rasgo de carácter —ustedes lo han vivido ahora, lo están viendo— es un universo, es una deidad.
Aquí ya no hay escándalo, nada de tedioso escribir.
Aquí ya no se escribe, aquí ya no hacen falta los libros, porque ustedes han despertado el “libro de la vida”.
Son conciencia viva.
Su figura es un libro impreso, construido por los fundamentos universales.
Ustedes están encima del Yo vivo de Cristo, ¡lo son ustedes mismos!
Ya no les hace falta practicar el arte, porque ustedes son arte.
Ya no hace falta que practiquen la sabiduría, porque son sabiduría por su figura, por estar aquí, por ser madre, por ser padre, por pasear por aquí.
Debido a que aquí puedan elevar en ustedes el pensamiento, a que puedan materializarlo, espiritualizarlo —eso no importa— se desplazan en este espacio; se levitan ustedes mismos, con lo sagrado, lo divino, lo materno cuya mano perciben.
Esa presión la llegan a tener debajo del corazón.
“Sí”, dice la Omnisciencia allí, “ven, hijo, ven, mi vida, mi amor, mi luz, ven”.
Hacemos un viaje a través de este espacio, y ahora ven que delante de ustedes caminan personas.
Pasean por la naturaleza, aún no han vivido ese planeta.
Primero tienen que experimentarlo, tienen que vivir el estadio definitivo, este tiene que vivir debajo de su corazón.
Todavía no son capaces de eso, pero el segundo grado, el tercero, el cuarto, el quinto, el sexto y el séptimo, esos sí saben hacerlo.
¿Se desplazan y se disuelven delante de sus narices?
No, ¡los ven planeando allí!
Esos son, pues, los ángeles como seres humanos, a los que en la tierra se les daban alas en sus libros ilustrados, pero esas alas viven debajo de este corazón humano, espiritual, espacial.
Es la personalidad.
Aquí ya no hace falta estigmatizar, aquí ya no hacen falta las alas materiales —sus motores.
Gracias a su voluntad divina, adquirida, entran planeando en el espacio, y pueden decir: “Ven, seremos uno solo con una estrella”, estas también vuelen a estar allí, “seremos uno solo con estas luces.
Seremos uno solo con la paternidad, pues yo soy la fuente bendita, la vitalidad.
Soy el fundamento esencial para este espacio, esta luz, esta vida, este amor, pues soy la autoridad divina”.
Hagan, por favor, una comparación con el amor que poseen ahora y el amor del ser humano que tiene conciencia espacial.
Volvemos hasta la sintonización divina, somos dioses.
No hay sueño, siempre estamos despiertos, porque seguiremos conscientes eternamente.
Estar despierto en la tierra pertenece a la sensibilidad inconsciente.
Estar despierto, tener que dormir siguen siendo inconsciencia, siguen siendo destrucción, producen cansancio.
Ya no conocemos el cansancio.
Ya no estamos cansados, porque somos vivos, animadores, radiantes; ¡nuestra voluntad, nuestra personalidad sirve!
Somos serviciales porque miramos, somos serviciales porque paseamos aquí.
Vamos paseando porque poseemos la sensación de tener que representarlo todo en este espacio.
La gente se ríe, habla.
Pueden hacerlo, pero nosotros somos uno solo de sentimiento a sentimiento.
Los templos delante de nuestros ojos irradian luz, la mía y la de ustedes.
Las túnicas de las personas se las han construido, las visten gracias a sus sentimientos hermosos.
Pero gracias a la luz suya y mía, gracias a los conocimientos suyos y míos, gracias a su sintonización divina portan esta túnica, han recibido esta maternidad y él es padre y ella, madre, y es ese el hijo, es ese el Cristo, es ese el Dios.
Y detrás de eso, pues, detrás de eso vive la Omnifuente definitiva para todo, a la que iremos para volver enseguida y ver nuestra concienciación humana, que, a su vez, tienen que aceptar en su propia sociedad.
Y si entonces todavía quieren ser malos, duros, destructores respecto de la otra vida de Dios, entonces no solo pulverizarán a golpes su propio yo, no se pegan a sí mismos, no solo se desfigurarán a sí mismos, sino que estarán condenados siglos y siglos, porque ustedes mismos elevan esa condenación.
Ustedes que están presentes ahora aquí en este espacio serán felices, podrán asentir: aquí ya no queda nada que nos moleste.
Allí ya no hay bien y mal, en este mundo solo existen los sentimientos alegres, naturales.
Y eso lo son ustedes mismos.
Comparen las universidades.
En este mundo ya no hay máquinas de vapor, todos los milagros técnicos de la tierra los han vencido ustedes.
No les hacen falta bebida ni comida.
¿Entienden a dónde nos dirigimos?
Todo, la túnica de la tierra, todo eso que pertenece a la sociedad, a su mundo material, ya no lo volveremos a ver; y sin embargo ustedes visten una túnica.
Tienen ojos, tienen una cabeza, tienen pelos, tienen dientes, lo tienen todo, porque el organismo humano también estaba presente en las esferas espirituales.
También la personalidad astral tiene pies y manos, ese organismo no cambia, solo despierta la vida interior.
Y ahora vivimos en el cuarto grado cósmico.
Les he aclarado un poco que los planetas son irradiados por un mismo número de soles creadores, de modo que allí ya no existe la noche.
Solo hay una tenue sombra.
Cuando el planeta, el cuerpo materno gira un momento, recibe la nueva autoridad desde ese espacio, pues allí está el segundo grado, el tercero, el cuarto, el quinto y el sexto.
Siempre hay luz, siempre hay vida, nunca más hay noche, tampoco para el alma.
Ya lo dije hace un momento: durante la atracción, durante el despertar en el mundo de lo inconsciente ya sabemos que es un hecho que se nos atraerá.
Y ahora podrían... ahora también empiezan a hacer preguntas para ustedes mismos.
Empiezan a hacer comparaciones materiales, que ya no existen para ese mundo, quiero decir los órganos destructores, las leyes vitales, la psicología humana desde el mundo material, que la tierra posee, ya no existen.
Esas leyes han pasado, han sido vencidas, ¡nos pertenecen!
La madre —se lo dije— ya está en contacto con su vida, con su hijo antes de que llegue esa alma.
Y ahora el nacimiento... y ahora el nacimiento, ahora el despertar.
Ahora el proceso de muerte, el desprendimiento de la materia.
Allí van a morir, tienen que continuar.
La muerte es evolución.
¿Cómo morirán? ¿Cómo se disolverá ese cadáver?
Allí ya no hay cadáveres, pues allí no tenemos enfermedades, no tenemos que vivir procesos de putrefacción en ese espacio.
Todo es sagrado, abierto y consciente.
Todo ha aceptado y recibido la definitiva esencia sana.
Van a la vez, ya no puede ser que uno vaya antes que el otro, son el padre y la madre.
Padre y madre, estas almas gemelas continúan juntas.
Hemos llegado a conocer las leyes porque los maestros, durante su vida terrenal, les han dado ‘Los pueblos de la tierra’ y ‘El origen del universo’, porque ustedes saben que allí se han cargado a la gente, la han asesinado, que han destruido, abatido conscientemente a esas vidas.
Debido a que había odio en ustedes, en su vida, y a que no sentían amor, han creado falsedades, han echado fundamentos disarmónicos.
Ahora ya no los hay.
Ahora siguen conscientemente, no hay interferencias.
En la tierra una vida destruye a la otra, esa vida tiene que volver a la tierra.
Pronto volveremos a esto, por supuesto.
Primero tenemos que ir al Omnigrado divino, primero a conocer rápidamente esas leyes, para entonces constatar estas falsedades, para que ustedes ya no asesinen.
Para que ya no odien, para que de una vez acepten por fin la vida, sin importar cómo sea ese estado humano.
Entonces aprenderemos... entonces aprenderemos a pensar, entonces de una vez aprenderemos por fin a actuar.
Entonces sabremos que no tenemos que entrar en esa falsedad, esquivamos esas vidas.
Ya no queremos tener que ver con el mal, con demolición, con mancilla, destrucción, pasión y violencia.
Aunque vivan en las tinieblas, la vida sí que es felicidad, a pesar de esas tinieblas, a pesar de esa destrucción.
Cuando pronto entremos en esas leyes, ustedes se habrán convertido en una personalidad consciente.
Sabrán actuar con su vida, sabrán introducir su vida en algo, serán serviciales.
Es lo que obtenemos por medio de este viaje.
¡Es lo que obtienen ustedes por aprender a ver a su deidad!
Debido a que en la tierra hay guerras, debido a que el ser humano no comprende esto, el ser humano frena su avance divino.
El ser humano frena su evolución divina, porque no sabe aceptar la vida de otros.
Tampoco llegarán ustedes con rezos y hermosos cánticos, pronto les quedará claro.
Estarán al lado de Moisés, ustedes mismos escribirán pronto la Biblia.
Se convertirán en evangelistas y sacarán de un plumazo lo que esté mal.
Pronto podrán verlo.
No hace falta que se lo pregunten a otro.
Esos infelices no pueden darles esa veracidad divina.
Ustedes son verdad, han empezado a ver.
¡Poseen todos los dones que Dios pueda dar al ser humano, a Su vida!
Ya no son psicópatas.
Tienen conciencia divina, con sintonización para el... con el cuarto grado de vida cósmico, al que pertenecemos ahora.
Les he aclarado que los seis y siete grados para el universo al que pertenece la tierra están presentes ahora en un solo espacio.
En este espacio hay siete soles y siete planetas maternos.
Son el primero, el segundo, el tercero y el cuarto, el quinto, el sexto y el séptimo en la materia.
Un planeta es ahora una esfera, es un mundo, ¿lo comprenden?
Detrás del ataúd, ahora que accedemos al mundo astral, el universo espiritual empieza a revelarse a nuestra vida.
Ahora ese espacio habla a nuestra vida, ahora somos benevolentes, amorosos, nos hemos convertido en vida, en luz, por la paternidad y maternidad.
En el cuarto grado cósmico ustedes caminan juntos y dicen: “Mi amor...”.
Allí se convierten en todo, allí se convierten en amor, son amor.
Tienen su nombre, no hacen más que mirarse a los ojos.
Continuamos tomados del brazo.
¿Queremos morir aquí en la tierra? ¿Queremos disolvernos aquí?
Ya sabemos que dentro de poco naceremos allí, dentro de unas horas.
Los siete grados para el espacio, las leyes de desarrollo, los estadios de evolución —¿lo entienden?— que hemos hecho desde la luna, que hemos conocido, que viven ahora debajo de nuestro corazón, nos reconducen nuevamente a la tierra en lo que contamos hasta siete, en siete segundos —según sus cálculos son siete horas de allí.
Al ser humano, a la materia, para el nuevo nacimiento, porque nos convertiremos en madre, porque seremos padre.
No vamos...
La muerte anterior, la transición anterior, el desprendimiento de la materia los hemos vivido mientras paseábamos, ¿verdad?
No, antes de eso, millones de veces antes de eso nos hemos recostado en la naturaleza, tomados de la mano, y nos disolvimos, nos liberamos del cuerpo.
“¿Todavía está allí, hijo?
¿Todavía lo siente?”.
Hablamos de manera humana, somos humanos porque son dos figuras.
Esas figuras no pueden desaparecer, estamos allí.
La madre está aquí, yo estoy aquí, yo soy padre, ella es madre.
Ella tiene mi mano, a ella la percibo.
Llegamos a la unión, a la unión que es espacial.
Nos abrazamos y ahora entramos en “la muerte”, nos disolvemos.
El ser humano que todavía está aquí ve cómo desaparecemos.
Nos hacemos borrosos, ya no hay proceso de putrefacción.
Nos hacemos borrosos ante los ojos de la madre naturaleza.
Esta dice: “Vengan, hijos míos, devuélvanme eso.
Vuelve allí de donde vino y pronto lo volverán a ver cuando accedan al Omnigrado divino”.
Nos disolvemos ante los ojos de la madre naturaleza y recibimos una nueva existencia.
Y por fin... por fin, después de millones de vidas, hemos de ser nuevamente padre y madre.
Ahora sé como fuerza creadora que pronto seré madre, entonces acepto mi fuerza creadora.
Ahora recibo...
Ahora recibo su amor, pero soy madre, soy padre.
Sé que poseo ese amor, cómo tengo que materializarlo, cómo puedo darlo.
Ella también lo sabe, ella lo es, yo lo soy.
¡Somos uno solo para la luz, la vida, el amor, el espacio, el empuje, la justicia, la benevolencia, el beso espacial!
¿Por qué deseamos tanto volver a Dios?
¡Para quitarle de los hombros allí la carga de la vida y del trabajo!
Dijo, cuando empezó con Sus revelaciones: “Vuelvan a Mí y represéntenme por todo lo que les di”.
La Omnifuente tuvo que esperar durante millones de años y eras hasta que pudimos entrar a ese estadio.
Ahora ya vamos de camino, desde el cuarto grado cósmico ya miramos al quinto.
El espacio se va haciendo más etéreo, más limpio, más espiritual.
Los templos irradian una meditación inmaculada.
En todas partes pueden tenderse y postrarse para meditar, se han convertido en meditación.
Su oración, sus sentimientos están en armonía con todo.
Detrás de eso en el espacio clamo por mi hermano, por mi padre y mi madre.
Sé que mi padre y madre viven también allí, pero ahora somos hermanas y hermanos, somos unión.
Y digo: “Por favor, elévenme un poco, elévenme un poco hasta su vida y déjenme disfrutar de este espacio”.
Y entonces vamos.

Ahora se hace verdad lo que pueden leer en ‘Entre la vida y la muerte’.
Ahora el deseo en nosotros se hace consciente, cuando Dectar le hizo este ruego a Venry: “Venry, dame una pizca de animación, una parte de las grandes alas, para que pueda dejarme planear en una nube por encima de la tierra y mirar las pirámides.
¿Por qué tengo este deseo, Venry?
Porque sé que entonces seré omnipoderoso.
Porque entonces podré olvidar la pequeñez de mí mismo, de mi yo insignificante, de mi lastimosa personalidad.
Para que alguna vez pueda asaltar el momento para elevar en mí el sentimiento espacial, de modo que despierte en mí el amor, para que pueda recibir también ese beso.
Solo entonces seré vida, solo entonces seré consciente, solo entonces seré sensibilidad, solo entonces me habré vuelto verdadero de forma resplandeciente.
Creo que solo entonces podré vencer la muerte, podré derribar un tigre, podré obligar a una serpiente a convertirse en una especie alada.
Sí, entonces los sumos sacerdotes podrán acercarse a mí y entonces los frenaré y les diré: hasta aquí y no más.
Solo entonces, Venry, creo que podré seguir mi estudio, entonces alcanzaré las verdaderas grandes alas y las asimilaré como sabiduría”.
Lo vivirán en el cuarto grado cósmico, es lo que serán en el cuarto grado cósmico.
Allí se habrán convertido en Ra, Ré, Isis, Luxor, el Tíbet, la India colonial, Getsemaní y el Gólgota.
Allí son una flor, un sol, una luna, una fuerza impulsora, que funciona, que anima con una concienciación que no puede abatirlos, sino que los impulsa, que de verdad lleva a través del infinito estirándose hacia el cielo.
Que los portará a través de la benevolencia de la conciencia del yo que vive en ustedes, que les dio, que los impulsó, que les envió: “Vengan a mí y vivirán”.
Y entonces se habrán vuelto elocuentes.
Saben ahora lo que es la inspiración, ahora ya no tienen que buscar las palabras.
Se dejan ir, se desprenden, se entregan y andan, son un poema andante, el amor andante, elocuente, la bienaventuranza que los eleva mientras alimenta, tiembla, refuerza.
¡Mientras alimenta!
Déjense vivir conforme les llegue la autoridad.
¿Como un demente?
No, como un consciente universal se disuelven para todo el movimiento y el entorno.
Andan allí y proclaman el dolor sagrado de su luz interior.
Y el ser humano escucha.
Pueden vivir allí su comedia, sí, su comedia como autoridad espacial.
Andan allí como unos dementes, como unos conscientes cósmicos, disueltos en un propósito, para un fundamento que puede ser animación, que es sabiduría, que es arte, que es luz, que se convierte en vida, ¡que representará amor!
Compárense con ese espacio.
Andan mientras hablan, vuelan, planean, sienten la hermosa tierra suave bajo sus pies.
Su corazón hierve de deseo para poder volcar todo esto.
En la tierra se representa una comedia.
Se busca inspiración, se quiere interpretar a un ser humano, pero ¡allí interpretamos la vida, la vida de Dios, la luz, Su gloria, Cristo!
Visto una túnica igual de hermosa que este espacio.
Entonces planea por encima de sus labios: soy feliz como es la felicidad aquí, soy padre y madre, como se ha hecho eso, estoy planeando, tengo alas.
Sí, de verdad.
¿Qué fue Isis, qué fue Luxor, qué fue el Tíbet?
¿Qué aprendí en la tierra cuando accedí a una universidad?
Cuando me convirtieron en un ateo, en una víbora, en un canalla que impulsaba la desfiguración de la autoridad divina para dar la condenación al yo humano de Dios.
Para eso he tenido que estudiar.
¿Que yo quisiera demolerlos aquí?
No, quisiera llevarlos conmigo para darles el testimonio: estén donde estén, vivan donde vivan, eso es yo inmaculado, conciencia inmaculada, vida inmaculada, amor inmaculado.
En esto vive todo, me he convertido en un verdadero ser humano, ¡nunca más me derrumbaré!
¿Dónde vivo?
Y nadie se ríe de mí.
Y todos me miran y dicen: “Mira, ven a nosotros”, y nos da los radiantes sentimientos de la madre naturaleza, del sol, la luna y las estrellas.
Continúo.
Así planeamos de planeta en planeta.
Así vamos del primer, segundo, tercer, cuarto, quinto grado cósmico hacia el sexto.
Y cuando entonces hayamos vivido el sexto y nuestra túnica se vaya haciendo cada vez más hermosa, cuando las pequeñas sandalias sean divinamente ligeras, ya no tendremos fuerza de gravedad.
Nuestros sentimientos habrán vencido todo, nuestros rasgos de carácter serán espiritualmente conscientes, acogedores.
Cada cosa nuestra, cada algo, cada tejido, cada presión sanguínea que pertenezca a nuestra vida habrá recibido el fundamento divino.
Tendrá empuje, tendrá animación, tendrá funcionamiento, ya no tendrá lepra, tendrá veracidad, será sentimiento, habrá vivido la revelación para dar el siguiente paso.
Para dar el siguiente paso que daremos entre la vida y la muerte.
La vida y la muerte son solo un paso; la vida y la muerte están en nuestra mano izquierda, en la derecha el amor, la concienciación.
Para desde la vida material acceder allí a lo interior, a lo espiritual, hay un solo pensamiento: quiero, soy, voy.
Recibir desde allí la vida nueva para acceder al Omnigrado divino son ahora solo unos pasos.
¡Son sentimientos, es la continuación, el planear, el saber, los cánticos, los rezos, la meditación!
Y después de ese sexto grado cósmico llegamos al Omnigrado divino.
Ahora nos acercamos a nuestro destino divino.
Andamos allí como seres humanos, a mi lado una diosa con el rostro tan radiante, tan milagroso, con respeto tan inmaculado.
Tan maravillosa, tan increíblemente hermosa es la madre ahora, ahora que el ser me pertenece.
Una deidad pasea a mi lado y dice: “Todo esto me pertenece, nos pertenece.
¿Dónde hemos vivido?”.
Desde el sexto grado cósmico accedemos al séptimo y estamos ahora como alados divinos en el Omnigrado divino.
Aquí la luz dorada nos pertenece.
Hemos despertado, como el ser humano ha despertado del otro lado.
Veníamos desde un mundo que hemos depuesto, que hemos vencido.
Ahora estamos en el Omnigrado divino, todavía no nos atrevemos a mirar.
En las puertas, en la primera frontera —accedemos a siete fronteras, siete profundidades, siete mundos—, allí nos postramos, nos arrodillamos y plegamos las manos.
No hay oraciones, solo pensar y sentir.
La tomo de la mano.
Pensamos, cerramos los ojos y vemos, porque nuestra conciencia ve.
Interiormente vemos esta luz dorada que lo es todo, que lo lleva todo, que también ha construido nuestro corazón, que ha cristalizado nuestra conciencia, porque de lo contrario no podíamos procesar esto, de lo contrario no podíamos cargarlo.
Dios mío, Dios mío, ¿somos dioses nosotros?
Entonces abrimos los ojos y empezamos a explorar.
¿A dónde vamos ahora, a la derecha o izquierda, hacia adelante o hacia atrás?
Cuando miramos hacia adelante nos irradia la túnica dorada, cuando nos damos la vuelta la luz dorada del espacio es exactamente igual.
Demuestra ahora que cambia de pronto lo que hemos vencido por medio del cien por cien del amor, entonces lo anterior se disuelve en el ahora.
Y el ahora es lo anterior, porque podemos volver la mirada a nuestro pensar y sentir en la tierra.
Aquí esperamos, aquí estamos preparados para poder pasear, para poder absorber este mundo.
¿A dónde vamos? ¿Qué haremos?
Sentarnos y rezar.
Con precaución nos elevamos a nosotros mismos, sostenemos bien las manos y damos nuestro primer paseo humano, divino en el Omnigrado divino.
Vamos a hablar con las flores, las aves se nos acercan.
Allí también hay templos y edificios.
Sí, ahora un templo se ha vuelto espacial, inconmensurablemente profundo; todo este mundo es un gran templo.
Allí vemos pilares, vemos los fundamentos, vemos las torres.
Vemos las túnicas, vemos la irradiación.
Lo que irradia de allí es amor, lo que viene a nosotros es bienaventuranza espiritual, divina.
Empezamos a sentir...
Empezamos a sentir ahora que cuando queremos poseer la concienciación para este Omnigrado divino, todavía tenemos que acceder a siete grados.
Aquí el ser humano vive en la infinitud divina.
Somos infinitos y sin embargo podemos seguir todavía más.
Primero vamos a pasear, primero vamos a pensar.
Primero vamos a palpar la vida; somos hombre, somos mujer.
Dejamos por escrito en este espacio —solo un momento, cuando puedo sintonizarme, entonces esa animación imponente me llega en un fogonazo y me envía hacia arriba y también a ella—, queremos escribir: “Estoy aquí”.
Y vemos: cada movimiento que hacemos adquiere materia formal.
Cuando escribo mi nombre de la tierra entonces lo veo de verdad, es la caja de resonancia del timbre divino, ya nada es lo que hacemos nosotros, todo tiene autoridad y sintonización y destino divinos.
Ustedes ya no pueden hacer nada sin que adquiera significado.
Cada pensamiento, cada acto está bajo autoridad divina, bajo una voluntad divina.
Me he convertido en padre y madre por formación divina, por meditaciones divinas.
He divinizado mi esencia divina, que recibí en la luna.
Somos dioses, como hombre y mujer.
Somos luz, somos vida, somos sexto, quinto, cuarto, tercer grado cósmico.
Somos sociedad, somos instinto selvático; desde la tierra volvemos, volvemos a ese espacio, volvemos a los planetas.
Volvemos a la luna, llegamos al estadio de pez, nuevamente nos volvemos a ver, regresamos hasta donde empezó la primera vida embrionaria.
Ahora seguimos todavía más.
¿Qué hace un ser humano, qué hacen ustedes, qué quieren hacer cuando acceden a su Omnigrado divino?
Entonces van de viaje y volverán a hacerlo.
Eso entró en nosotros, eso entró en Cristo.
Cuando entró en el universo, en la conciencia divina con Sus primeros hijos, entonces surgió en Él: “¿Qué hemos vivido, de dónde hemos venido, Madre?
¿Qué tenemos que hacer?”.
La tierra solo tiene la conciencia más elevada para el tercer grado cósmico.
No nos hace falta mancillar la vida en la luna, ni en esos planetas de transición.

Júpiter, Saturno, Urano, Venus —lo hemos vivido— son bolas de gas, no les hace falta desarrollo ni autoridad humana, no les hacen falta el sentir y pensar humanos.
Tenemos que volver a algo, a la tierra.
Tenemos que ir a la tierra para dar una fe.
Tenemos que arrancar la tierra, la madre tierra y sus hijos, el tercer grado cósmico, de la concienciación preanimal.
Andaremos por la naturaleza, en primerísimo lugar viajaremos.
Volveremos al primer estadio de todos, cuando Dios comenzó con Sus revelaciones materiales y espirituales, con Su manifestación.
¡Es lo que haremos!
Entonces empezó Cristo, y ahora empezamos nosotros.
Entonces Cristo volvió con Sus primeros hijos hasta el primer estadio de todos en la luna.
La luna todavía estaba funcionando... todavía estaba funcionando, estaba ante su muerte cuando el primer ser humano alcanzó el cuarto grado cósmico —Cristo lo sabe, la gente lo sabe, millones de almas lo saben—, entonces la luna empezó a necrosarse.
Su última vida, su última fuente, su última chispa había alcanzado lo más elevado de todo, su concienciación definitiva, que es el estadio de pez.
Allí Cristo pasea en el espacio de Dios.
Tiene conciencia divina.
Con Él hay millones de personas más, padres y madres.
Llama a los hijos para que todos se unan: “Vengan”.
Y ahora Cristo hace millones de viajes con los Suyos.
De vuelta de grado en grado, volver a vivir, volver a vivir, volver a vivir.
Miles de veces, millones de veces hacen esos viajes de regreso al primer principio de todas las creaciones divinas.
De regreso al momento en que la Omnifuente empezó a irradiar su vida, con la que los conecté cuando vivimos y experimentamos estas primeras sesiones.
Volvamos al primer instante, volvamos a la demolición, la destrucción, la mancilla, la deformidad del yo material, de los sistemas materiales.
Volvamos a la fuente primigenia, volvamos al principio de todo, para experimentar ahora lo definitivo para nosotros mismos.
¡Estamos en el Omnigrado!
No podemos abandonar este Omnigrado divino, porque de inmediato los vuelve a conectar con lo social.
No pueden abandonar así como así este Omnigrado, porque aquí se sienten felices.
Ahora miran a través del sol, la luna y las estrellas, de todos los sistemas materiales.
Saben ahora lo que significa la luz en los ojos del ser humano en la tierra, lo que les dice, lo que les da.
Cómo es cuando se acerca a ustedes el odio, la falta de comprensión, los sentimientos inconscientes.
Ahora ya no se atreven a hablar en términos de: “Demonio, Satanás, te odio, te dejo solo, no me fío de ti”.
Son fieles, o volverían a perderlo todo.
Ahora ya no gruñen, no saben lo que es.
Tienen miedo, quedarían aplastados —por más que sean ahora una divinidad— si se acercara a ustedes el demonio de las tinieblas y tuvieran aunque fuera una pequeña reacción.
Si pensaran, aunque solo por un momento: ‘Ven, acércate a mí por favor, entonces ya te demostraré quién soy’, entonces ya usted mismo a golpes se dejaría fuera de esta sacralidad, entonces los fundamentos se harían borrosos, la autoridad divina se disolvería.
Los reinos de los cielos alcanzaron el oscurecimiento humano, odioso, destructor, porque ustedes aceptaron esa oscuridad.
Pueden comprender ahora lo que significa, lo que quiere decir ser una persona, convertirse en una persona, absorber la posesión divina y representar la propia sintonización de uno.
Ustedes son ahora luz, vida, amor, espacio, fuerza.
“Omnifuente...”, dijo el maestro Alcar a André en 1944.
“¿Lo graba un momento? ¿Me oye?”.
“Sí, maestro”.
“Grabe entonces un momento lo que voy a dictarle.
Estamos en (19)44.
El mal azota el mundo, lo desfigura y lo mancilla.
La gente pasa hambre.
El ser humano se ha sintonizado con destrucción y demolición completa.
Ya no hay un Dios, no existe ningún Dios de Amor.
¿Quién cree todavía en un Dios de Amor, en Cristo?
Ya no pueden alcanzarlo, rezar de todos modos no sirve de nada.
La apisonadora de la guerra pasa por encima de los pueblos y lo aplasta todo.
Hay hambre y miseria, las personas son como ruinas vivas.
Irradian el edema del hambre.
Hay esqueletos humanos pidiendo diez céntimos, para poder comprar un pedazo de pan que no pueden alcanzar ni con treinta, cuarenta, ni con cien florines.
La desesperación humana se ha engalanado rompiendo... destazando la felicidad humana.
Los perifollos que el ser humano se ha colgado valen ahora miles de florines más.
Pero ahora en estos años se ha comprendido que finalmente sí significan algo esos alimentos, y que el ser humano posee una voluntad, una voluntad de poder hacer bien, de seguir el bien.
Cuando ahora habla con la gente, se burla de usted, porque un Dios de Amor ya no existe.
Un Dios no existe.
Cristo es una leyenda.
Adolf Hitler y los de su calaña quieren poseer el mundo.
Adolf creó ya ahora un rasgo de carácter que —hasta lejos de su país— asfixia la vida de Dios.
Las ciudades son arrasadas.
Hay que meter los cadáveres a la tierra sin más, desnudos, porque ya no hay madera para los ataúdes, ni lino, ya no hay mortajas para vestirlos.
¿Hacia dónde lleva esto al ser humano?
¿Qué significado tiene aún la vida en la tierra?
¿Cuál fue la intención de Dios al crear al ser humano, al hacerlo?
¿Cuál fue Su intención al ponerles en las manos a los seres humanos la felicidad y el espacio?
¿Cuál fue Su intención al decir: ‘Cuando pierdan eso recibirán lo Mío’?
¿Al mandar a Su hijo a la tierra para que acabaran con Él?
En esa liquidación, esa destrucción, esa aniquilación vivimos nosotros, vive el ser humano.
Y ahora un loco, un demente se acerca a un ser humano, a un ser humano de la tierra, que está allí en su humilde cocina con una mechita.
El ser humano que ríe por la destrucción y la aniquilación de las masas, de los miles, los millones de personas en este mundo, y dice: ‘Aunque lleguen con cientos de miles de aviones, me da igual.
Ya no tengo nada que perder.
Pueden matarme, pueden acabar conmigo, si es que lo tengo todo’.
Entonces llega un loco, un leproso, un psicópata de otro mundo y dice a esta criatura de la tierra: ‘Escúcheme un momento.
Tengo algo para usted, se lo dictaré.
¿Me ve, me oye?’.
Y esa vida dice: ‘Sí, maestro.
Lo oigo y lo veo’.
‘Tome entonces lápiz y papel y escúcheme, rápido’.
Y esa criatura escribe y oye:
‘La Omnifuente...
Dios.
Dios como padre.
Dios como madre.
Dios como alma.
Dios como espíritu.
Dios como vida.
Dios como luz.
Dios como amor.
Dios como fuerza mental.
Leyes materiales.
Dios como armonía.
Dios como justicia.
Dios como autonomía.
Dios como la chispa, la chispa de Dios.
Y por ahora es todo.
Pero pronto, André, lo liberaré de los sistemas materiales y entonces recibirá, conmigo y junto al maestro Zelanus —por encargo del Omnigrado divino, del Mesías, del mentor Jesucristo, del Amor— la cosmología para esta humanidad y estableceremos la Universidad de Cristo en la tierra.
Pronto serás uno solo conmigo.
Y entonces comenzaremos con la cosmología para la vida de usted y de esta humanidad, porque será usted quien tendrá que representar el Omnigrado divino, Gólgota, Getsemaní, las esferas de luz, el espacio divino, la Omnifuente, porque este siglo ha recibido esa elocuencia.
Y si entonces no puede aceptarlo, entonces pronto, más adelante, le daré esas pruebas.
Hasta más tarde, André’.
André se prepara.
Ahora tiene que hablar su personalidad, ahora su personalidad lo tiene que ser absolutamente todo, si quiere vivir la cosmología de su vida y para esta humanidad, si quiere portar e interpretar esta cosmología.
‘Sí’, le dice a Jeus, ‘no lo creerás, pero me convertiré en profeta.
¿Quién era el que vio a papá en el ataúd y habló con él?
Fui yo, y no tú.
Ese roce que me dio el maestro, Jeus, fue una ley oculta, fue concienciación, fue vida, luz y amor.
Fui yo, porque fue entonces cuando recibí un rasgo de carácter para mi tarea espiritual, mi personalidad espiritual.
Me convertí en vida, luz y amor, ¡y no tú!
Tú te quedaste allí, no hablabas más que dialecto.
Cometías sinsentidos, eras juguetón, ¡claro que sí!
¿Quién fue, Jeus, quién, el que allí en la calle Grintweg lo vio a “Él” y habló con “Él” y que anduvo con el Largo detrás del ataúd para enterrarlo?
¿Para quién eran las peras y las manzanas que en invierno bajaban como lluvia a través del tejado?
Eran para mí.
¡Era mi maestro!
Es el maestro que pronto nos llevará, que nos reconducirá hasta la Omnifuente para ver esa vida y traer la sabiduría a la tierra.
Y ahora tú...”.
Y ese viaje han podido hacerlo por estas pocas conferencias.
Vayan ahora también a sentarse a oscuras y escuchen el espacio para ver si les habla el maestro.
Son los fundamentos para continuar.
Pronto, por las siguientes sesiones y nuestra siguiente unión, volveremos juntos a la tierra, para ver lo que está bien y lo que está mal.
Para ver cómo nació Moisés, para contemplar cuándo empezaron los evangelistas, para comenzar a ver quién creó justicia en el Gólgota y quién es amor.
Y quién acepta y representa la demolición, la destrucción, la mancilla, la putrefacción de este mundo.
Hasta aquí...
Hasta aquí...