El ser humano y su nacimiento divino

Buenos días, hermanas y hermanos míos.
Esta mañana recibirán la conferencia ‘El ser humano y su nacimiento divino’.
¡Es lo que son ustedes!
Las conferencias anteriores nos llevaron desde el Omnigrado divino hacia el nuevo paso, hacia las nuevas leyes para comenzar con la vida divina.
Hemos hecho un viaje por el espacio, fuimos de planeta en planeta.
Por fin llegamos a la tierra para concluir nuestro ciclo terrenal.
Hemos desencadenado frenos, hemos desvelado mundos.
Hemos descendido en el alma, el espíritu y la materia.
Hemos aprendido cómo llegamos desde la selva, a través de las siete leyes materiales, corporales, que posee el organismo, hasta la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) y pudimos despedirnos del instinto selvático.
Porque las ciudades, lo que poseen ahora mismo, todavía no existían.
Seguimos a los primeros seres humanos que habían concluido su ciclo de la tierra.
Y a esas personas hemos podido seguirlas, una vez más por medio de los libros que han recibido, ‘El origen del universo’, ‘Los pueblos de la tierra’, los regalos espirituales de la Universidad de Cristo.
Hemos visto y vivido las leyes.
Llegamos desde las tinieblas, porque en nosotros todavía no había luz.
Nos preparamos para las esferas luminosas.
Sí, para el bien, para los rasgos de carácter en el ser humano, para la confianza, el respeto, la justicia, el amor.
Porque por medio de las características elevadas —lo hemos sentido, tuvimos que constatarlo— recibimos nueva vida, llegó nueva luz.
En esas tinieblas en que vivíamos, en que nos faltaban el sol de la tierra y este universo, llegó un sol a nuestras vidas, debajo de nuestro corazón, porque empezamos a servir a la vida.
Después más allá, más allá, más allá...
Fuimos construyéndonos y gracias a eso despertó en nuestra vida la personalidad divina para nuestra autonomía como ser humano, como padre y madre.
Hemos ido colocando piedra tras piedra.
Sabíamos que en la tierra, en el planeta tierra, vivían solamente —en ese espacio hemos podido constatarlo— el bien y el mal, el bien y el mal verdaderamente conscientes.
Los otros planetas solo tenían que aceptar los sentimientos animales.
Lo sabemos ahora, pero tenemos que seguir.
Hemos construido la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima esfera como grados de luz, de vida, de amor.
Ahora estamos, estuvimos, ante las regiones mentales; nos volvimos a convertir en vida embrionaria, pero permanecimos conscientes.
Los he hecho intuir ese camino... esas vidas, les di fundamento, les di animación.
Les di una nueva perspectiva para la paternidad y maternidad, para el alma, el espíritu y la personalidad.
Entramos en contacto con el cuarto grado cósmico, con el sexto, el quinto... sistemas universales.
Y entonces, una mañana, accedimos al Omnigrado divino.
Vivimos en un mundo divino, en una luz dorada con templos.
Sentimos que éramos vida, que irradiábamos luz.
Si hubiéramos podido renunciar a nosotros mismos, si hubiéramos podido sustraer la vida a ese espacio, entonces habríamos visto que este firmamento dorado, este Omnigrado divino, se oscurecía por un instante y habríamos sido nosotros mismos.
Representamos ahora a Dios en todo, para el alma, la vida, los sentimientos, las leyes elementales, el nacimiento, la paternidad, la maternidad, la justicia.
Ya no hay fe, ¡sabemos!
Es lo que hemos vivido; y en el último momento de pronto los volví a conectar con el instante en que los maestros empezaron a dejar constancia de la cosmología para su vida y para esta humanidad, y enseguida nos volvimos a desplazar a la tierra.
Hicimos la transición a pena y dolor, y de repente supieron: “Sí, he sentido el Omnigrado en mí, he vivido un nacimiento divino”.
Pero ¿qué es lo que en realidad quiere decir ese nacimiento divino a sus vidas?
Cuando Cristo y Su gente —Cristo todavía no existía, solo eran personas— tomaron posesión del Omnigrado, cuando habían alcanzado el Omnigrado —sí, antes se lo he aclarado— llegaron al pensamiento y sentimiento, a la comprensión de que había una fuerza que representaba el principio materno, pero que como autoridad paterna determinaba el camino para ascender y avanzar más.
Cuando esas personas —eran personas, personas como dioses— empezaron a sentir y comprender su nacimiento divino, cuando fueron a dar un paseo, más allá, más allá, más allá... para darse a sí mismos luz visible y saber, para poder servir a la otra vida, la primera vida sensible se dio cuenta de que tenía que aupar la otra vida para hablar con ella, y en el Omnigrado divino siguió la pregunta: “¿Qué saben ahora, hermanos y hermanas Míos, de su nacimiento divino?
¿Para qué vivimos? ¿Para qué servimos?
¿Por qué hemos tenido que recorrer ese largo camino?
¿Por qué Dios, por qué la Omnifuente ha...?”.
Existía la palabra; enseguida los conectaré con ese estado, de cómo Cristo, cómo esas primeras personas se hablaron entre ellas, cómo han intuido la vida, porque de Cristo todavía no había cuestión.
Cuando los primeros seres humanos alcanzaron el Omnigrado divino, tuvieron que vivir ese nacimiento divino.
Habían alcanzado esa autonomía y ahora tenían que aceptarla.
El maestro supremo dijo, cuando hicieron el viaje por este universo —lo pueden leer en ‘Los pueblos de la tierra’—, y cuando le preguntaron los demás: “¿Por qué siente esto?”, fue cuando llegó la palabra y pudo decir: “Sí, tal vez haya nacido antes que ustedes”.
¡Y así era!
Todavía se pueden vivir sistemas por los que el ser humano es sondable, palpable, por los que es visible desde la selva.
Y en la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) ya son ustedes eruditos y pueden decir: “Sí, he avanzado más que usted”.
Viven personas en las esferas, hay quienes a su vez han avanzado más de lo que ustedes poseen y sienten ahora.
Hay quienes han vivido la séptima esfera, los grados cósmicos.
Hay personas que representan como dioses el Omnigrado divino.
Y en él vive Cristo, en él vivió el primer ser humano.
Cristo, el primer maestro para este espacio, el divinamente consciente dijo: “¿Qué hemos de hacer?
Saben que los sistemas planetarios representan la paternidad y la maternidad.
Uno de nosotros tiene que volver a la tierra, porque esta posee la conciencia más elevada para este espacio, para el tercer grado cósmico.
Uno de nosotros debe volver para aupar a esos seres humanos en esta autoridad divina, si ese ser humano quiere vivir una intuición y un pensar divinos, si quiere vivir el nacimiento divino”.
Llegaron todos... llegaron todos y pidieron: “Déjeme ir, maestro”.
El primer maestro dice: “¿Cómo puede irse cuando Yo tengo que aceptar que poseo justo esos sentimientos para servir a este espacio?
¿En qué manos se encuentra la seguridad?
¿Quién posee las fuerzas para poder cargar todo esto?
Por supuesto, lo sé: ustedes entregarán sus vidas, lo entregarán todo y saben cómo hemos abandonado la tierra y cómo es la conciencia de todos esos millones de criaturas que pertenecen a nuestras vidas”.
Cristo y los Suyos, el primer maestro divino y los Suyos estaban reunidos y establecieron contacto, de vuelta a la tierra, de vuelta al sexto grado cósmico; este se va a conectar con el quinto, el cuarto, el tercero, y ahora la palabra llega a la séptima esfera.
Los maestros de la séptima esfera están reunidos, los maestros supremos, los sacerdotes de allí, hijos, padres y madres.
Están reunidos en la naturaleza, en un templo imponente... rodeados, ceñidos por la vida de la Omnifuente y se preparan para poder vivir y recibir lo definitivo.
Todos son clarividentes, clarisintientes —¿qué es eso?—, tienen conciencia cósmica para este espacio.
Pueden captar un sentimiento que les habla interiormente, que tiene que hablarles.
Ellos pueden vivirlo.
Sí, pueden darle cuerpo, pues ven desde dónde han venido esas palabras.
Y ahora llega el mensaje: “Prepárense.
Prepárense y echen los primeros fundamentos para la tierra”.
El maestro más elevado de todos, el Consciente Primigenio, se prepara para recibir un nuevo nacimiento, para dar a la tierra la autoridad divina, el evangelio espacial.
Eso significa: las leyes que yacen abiertas para poder sondar la esencia, el amor, la verdad.
Al ser humano en la tierra le hace falta un Dios.
Al ser humano en la tierra, al hijo de la madre tierra le hace falta la divina fuente primigenia.
El ser humano en la tierra ha de vivir el nacimiento divino, solo así esta humanidad, esos millones de criaturas tendrán un asidero y esa vida aprenderá a ver y aceptar la Omnifuente.
Los maestros de la séptima esfera han absorbido estos mensajes, llegaron desde el espacio, como ahora, y ellos tuvieron que aceptarlos.
Lo sabían: la verdad, el amor, la benevolencia, la justicia vivían allí debajo de estos corazones.
Y ahora comienza el mundo astral, los maestros empiezan a establecer contacto en la tierra.
Ya estaban ocupados en ello, ya han traído a la tierra eso y esas cosas.
Han creado fuego; han frotado entre ellas unas pequeñas piedras, se originó una llama.
Pero la verdadera sociedad, el desarrollo humano todavía tiene que tener lugar.
Al ser humano le hace falta una fe, al ser humano le hace falta respeto, el ser humano desconoce todo lo que esto significa.
Al ser humano hay que reconducirlo al nacimiento divino, a Dios, por medio de la paternidad y la maternidad.
Se irán levantando universidades.
Surgirá una ciencia.
Llegará una fe a la tierra, y más adelante, dentro de siglos, será... ¡conocimiento!
Hay millones de personas que comenzaron con la construcción de esta humanidad.
Millones de personas viven en la tierra en grados animales, materiales, basto materiales.
La raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) ya se ha revelado.
La madre tierra continúa, la madre tierra va construyendo este organismo.
Desde las aguas el ser humano ha llegado al suelo transitable.
Se siente, caza, muere por sí mismo.
No sabe nada de un amor más elevado.
Come, bebe y esos “salvajes”, esas hienas humanas, esas criaturas tienen que recibir una fe, tienen que recibir una sabiduría, recibirán una ciencia.
Porque exactamente así es como comenzó.
Fueron los primeros fundamentos que tuvo que echar el Omnigrado divino antes de que se pudiera establecer la Casa de Israel en la tierra.
Y ahora que ustedes han vivido ese Omnigrado divino gracias a nuestra unión anterior, pueden seguir todo esto.
En la tierra están con eso, en las esferas se está trabajando.
Todo aquel que ha vivido la luz, que ha accedido a las esferas de luz, comienza sirviendo a la otra vida, y sabe: esa vida es mía, este es mi padre y esta es mi madre.
Si esa vida no viniera a la luz, me sería imposible vivir felicidad, porque esas células pertenecen a mi organismo, mi espacio, mi vida, mi alma, mi espíritu, mi Omnigrado divino.
Ahora vamos a poner una piedra encima de otra, vamos a ir construyendo un templo universal.
Nos encontraremos con sabiduría, fuerza y amor.
Millones de grados de vida se revelarán a nuestra vida, cuya sabiduría absorberemos en nosotros y habremos de asimilar.
Llegará el momento —lo ven las criaturas allí en el Omnigrado divino— en que el maestro más elevado tendrá que prepararse.
Los profetas ya han estado en la tierra.
Llegó Moisés; desde las esferas de luz una criatura pidió servir a la vida en la tierra, en una luz crepuscular directamente debajo de la primera esfera, del saber consciente, del servir.
Donde pueden ocurrir las revelaciones luminosas, allí vive un alma, y esta le pregunta a un ser humano: “¿Qué puedo hacer por mis padres, por mis hermanos en la tierra?
Veo, vivo, puedo hablar, puedo sentir, puedo pensar”.
Y en esta luz crepuscular aparece una chispa de luz, un maestro de la séptima esfera, una vida consciente, y dice: “¿Me oye? ¿Me ve?
Llego a usted, preguntando.
Usted está abierto para las leyes del espacio.
Quiere servir a su padre y madre, así que yo le serviré a usted y lo conectaré con su conciencia divina.
Vivirá ahora su nacimiento divino”.
Nadie sabe cuál será el nombre de esta criatura.
Pero desde el espacio, en línea recta, se ha originado un contacto que ya nunca jamás se podrá interrumpir.
Las esferas, los maestros, aquellos que tienen estas leyes en sus manos, aquellos que tienen que construir las ciencias, que tienen que echar fundamentos para aupar a la criatura terrenal hacia la autoridad divina, están en contacto con lo más elevado de todo, con el ser humano que ha alcanzado las leyes divinas.
Y ahora Cristo, ahora el maestro más elevado se prepara.
Se han echado fundamentos.
Moisés llega a la tierra.
Primero intenta descender en la vida humana.
Quiere vivir el nuevo nacimiento: “Dame una vida, dame un nuevo nacimiento.
Déjame vivir otra vez, quiero servir”.
La fuerza de esta vida es tremenda.
Con la animación que tiene, se arroja al suelo en la naturaleza e implora una vida nueva, un organismo nuevo.
Naturalmente, el último sentimiento, la pizca de conciencia tendrá que llegar a la animación para este ser humano si quiere convertirse en nacimiento y reencarnación, en paternidad y maternidad.
Es lo que han... es lo que ha vivido esta criatura, pero aún no conoce las leyes.
Hay ahora leyes metafísicas hablando a esta conciencia.
Y por fin, a lo largo de este ir, de este sentir y pensar, del dolor de querer servir, de querer vivir, de querer trabajar para elevar hacia algo mejor a esas personas de allí, a su padre y madre, a sus hijos, a esta vida se le da desde el espacio una ley para que la viva y experimente, y esta conciencia se disuelve para los demás.
Ya se ha establecido un contacto en la tierra.
El primer ser humano, el primer hombre, la primera madre para la fe, el saber, el espacio, la Biblia, Dios, el universo, todo lo que sienten y pueden aceptar y tienen que vivir en el espacio... esa vida se está creando a sí misma.
Se trata de un solo comprender, un solo sentir, un solo pensar.
No hay nada más en el espacio que elevar al ser humano al Omnigrado divino.
Y por eso se nos da a ver a Adán, se nos da a ver a Moisés, a Abraham, a Isaac y a Jacob, llega a surgir la Casa de Israel, profeta tras profeta.
Se los llama profetas; son rebeldes.
Su saber aún no puede más que eso, sirven al mal, sirven al bien.
Tienen la fusta, tienen el amor.
Interpretan una flor y el reino animal.
Solo hasta allí alcanzan sus capacidades y son los primeros fundamentos basto materiales para lo que pronto será lo divinamente universal, la Universidad de Cristo.
El ser humano que sirve para Dios vive en un agujero en la tierra.
Entonces llega una casita, se erigen un par de postes.
El ser humano toma posesión de este entorno y le da la sensación de despertar a la demás vida a sacudidas, de obligarla a levantar la mirada, porque esto nos pertenece a nosotros; pero no es así.
Tenemos que asimilar estas leyes, este espacio.
Ustedes conocen el nacimiento de la Casa de Israel.
Por fin en la tierra se ha llegado al punto en que se puede recibir la autoridad divina.
El Primer Consciente, que entonces enseguida se llamará Cristo, sabe lo que le espera en la tierra.
Miran a ese animal salvaje de allí, la vida inconsciente.
Miran a través del espacio y saben cómo se los recibe allí.
El ser humano no está listo para una conciencia sobrenatural, para el consciente divino; y cada uno para... las flores, todo lo que vive, la luz y la vida, todo habla de destrucción, de demolición, tortura, fustigación, miseria.
Pero ¿qué es la miseria? ¿Qué significa ser fustigado?
¿Qué significa cuando uno muere? ¿Cuando sufre por algo por lo que despierta?
Ellos han vivido esos dolores, han depuesto millones de vidas en enfermedad, por demolición y miseria, conocen la miseria y la felicidad.
Los hijos de la madre naturaleza rodean al maestro.
Lo rodean millones de hermanas y hermanos, lo acompañan y poco a poco Él se va disolviendo delante de sus ojos.
Ha aceptado el viaje a la tierra.
Esto es un nacimiento divino.
¿Qué viviremos ahora, cuando sigamos a esta vida?
Los fundamentos —ya se lo dije— están listos.
Se ha construido un pequeño sendero que Él pisará, pero tendrá que reforzarlo.
Desde este pantano tendrá que construir una vereda transitable por medio de Su personalidad y sabiduría, de Su contacto divino.
Todo esto le espera y para eso servirá.
Sabe que desde la luna atravesó el espacio y que vivió en la tierra como conciencia animal.
Sabía, conoce absolutamente todos los billones de vidas anteriores Suyas.
Ya no hay nada en el espacio que no le pertenezca a Él.
Él es ligero, es una autonomía, se siente portado por las fuerzas y las leyes elementales del espacio.
Es sol, es luna, es tinieblas y luz a la vez.
Es lluvia y viento, es relámpago, ¡es absolutamente todo!
Debido a que es armonía, Su vida representará el amor espacial y el ser humano en la tierra sabrá cómo se acepta ese amor, cómo se recibe ese amor cuando uno absorbe en sí un conjunto armonioso.
Todo eso lo traerá Él.
Sí, tiene muchísimas cosas, pero tiene que empezar a despertar a sacudidas a esa criatura para la autoridad universal elevada, divina.
En la tierra viven dos personas que tienen sintonización con Su grado.
Todavía viven personas que desde la primera esfera —ya se encontraban en la primera esfera— han vuelto para servir a la humanidad en la tierra, recibieron ese nacimiento y atraerían juntas esa autoridad divina.
Ahora enseguida recibirán una idea sobre de dónde han venido María y José antes de que vivieran esta gracia divina, este empuje divino.
Así constata el espacio, y pueden aceptar ustedes, que el ser humano se preparó para atraer a la Omniconsciencia, para servir y parir.
El padre y la madre están en la tierra.
María y José se encuentran y llegan a la unión.
Llega un silencio en esta vida en la madre...
Cuando ella vivía entre el tercer y el cuarto mes, esta conciencia habló a su yo, y ella empezó a intuir que portaba algo imponente, de lo que hablarían las estrellas.
Entra en un sentir y pensar elevados y oye voces invisibles, que sin embargo son armoniosas al oído.
Ella oye, comprende, a través de ella hablan a su vida, por medio de su propio idioma, y dice: “Será una sola con el Omnigrado.
Dará a luz a la vida, lo más elevado, lo más elevado de todo que dará al mundo una fe, que dará al mundo un Evangelio”.
Lo que en ese tiempo oyó María como madre, de eso todavía no se ha consignado ni una sola palabra, ninguna palabra ni ninguna oración.
Nadie ha podido escuchar lo que ella experimentó durante su unión con su Hijo, con el espacio.
Se le contó —la estaban preparando— que pronto contemplaría la luz viva.
Y así como todavía nace el ser humano en la tierra, estas cosas, estas leyes se han interpretado, se han proyectado estos sentimientos que se elevaban desde el Omnigrado divino y la esencia de esta vida hasta la autoridad de parto materna, para que ella pudiera comprender.
Y ahora, después de algunos meses... esa historia preliminar, la unión de madre e hijo fueron revelaciones imponentes para esta humanidad.
Pero es que esta humanidad y la humanidad de entonces no podían comprender esos sentimientos.
Se les llama ángeles, llegaron a María y le dijeron: “Mira, Él se revelará a tu vida.
Siente, Él está dentro de ti y mira qué camino tiene que recorrer para que estés preparada para enseguida poder servirle.
Para pronto poder tomarlo en tus brazos y poder decir entonces: ‘Vaya, porque has venido desde el Omnigrado divino, has venido desde la fuente divina para servirnos a nosotros, a mí y a la vida en la tierra’.
Antes de que llegara el nacimiento, la madre ya estaba lista para poder desprenderse de esta criatura.
Los otros hermanitos no se daban cuenta de esta unión de madre e hijo.
Esta criatura andaba al lado de ella y mandaba los sentimientos propios a la madre, de los que la otra vida no comprendía, no sentía nada.
Había más hermanitos.
“¿Por qué”, dice uno de ellos, “mamá, eres tan una con Él y por qué a mí no puedes darme esos sentimientos?”.
Un hermano de Cristo, ¿el mundo habla de un hermanito de Cristo?
La criatura ve que esta criatura vive en el silencio del espacio.
Hay algo, sí... ¿Qué es?
La madre lo sabe, no puede interpretar estos sentimientos.
Y lo han vivido más madres que traerían al genio al mundo.
Han sentido, estas madres —y ahora pueden hacer su comparación material— que en su interior portaban algo glorioso, algo elevado.
Millones de madres han hablado después y en este tiempo a su... a la vida interior y estaban conectadas con esa esencia, la esencia para el arte, para la música, para la sabiduría.
María lo vivió, María lo experimentó y cuando esta criatura despierte, cuando al jugar palpe la tierra, las eras prehistóricas llegarán a la conciencia.
Y es entre los cinco y seis años —el séptimo año dio a su vez otros sentimientos a la vida del Mesías— que esta criatura vive en la reencarnación.
Esta criatura empieza a percibir la edad que tiene, empieza a comprender.
Juega, pero juega de otra manera, se acuesta y contempla un espacio.
Se queda dormida, está fuera, está dentro, está en todas partes.
Cuando la madre la busca, está postrada frente a las flores... ante las flores en la naturaleza.
Se envuelve, se rodea de estos tesoros.
En ocasiones María la vuelve a encontrar, a esta vida, rodeada de aves.
La vida en la naturaleza trina y ella se pregunta: ¿Qué ocurrirá con este niño?
¿Qué? ¿Qué tarea tiene que aceptar y llevar a cabo esta vida?
Dios mío, Dios mío, ¿para qué sirve todo esto?
El maestro supremo —del que y sobre el que los profetas han contado que la conciencia divina despertará, despertará en la tierra— ya vive en los sentimientos de Jesús.
El nombre de Jesús no significa nada más que lo que han recibido ustedes.
Su representación social tiene que efectuarse por una autonomía, o la sociedad no vería más que disarmonía.
Esta vida recibe un nombre como a muchos allí se les ha dado uno.
Pero en esta vida vive el respeto divino, la conciencia divina, que tiene que representar a la madre tierra, al principio servicial.
Y ahora despierta la sensibilidad espacial en Jesús.
Conforme va creciendo esta criatura, adquiere forma universal.
No ocurre nada, pero cuando Jesús como ser humano va experimentando un pensamiento tras otro, siente que aquí acontece el nacimiento divino.
Hemos podido seguir esa vida.
Desde nuestro mundo vivimos este nacimiento, que ustedes llaman Navidad.
El tiempo que ustedes experimentan no está en armonía con la realidad, porque era pleno verano cuando nació Cristo, o —créanlo y acéptenlo— allí fuera en ese pesebre el Mesías se habría congelado.
Era pleno verano cuando el Mesías abrió los ojos y la vida hubo comenzado para este mundo.
Nos hemos conectado con ese nacimiento y estábamos postrados a los pies de la autoridad divina.
Nuestra Navidad ya se ha quedado atrás.
Ya nos estamos preparando de nuevo para la muerte en la cruz, para entregarlo absolutamente todo.
Nos preparamos para Getsemaní, porque este tiene que hablarnos, como si fuera una oración verdadera, por la que se despierta la personalidad divina y el Omnigrado puede manifestarse de manera humana, espacial, divina.
Millones de personas están postradas de nuestro lado cuando tiene lugar el primer pensamiento para este nacimiento.
Cuando vemos...
Cuando nos preparamos para vivir ese nacimiento, verán a millones de personas paseando del otro lado.
Van pensativos, tomados de las manos, estos padres y madres.
Estos hombres y mujeres, con los niños que hay allí, que les pertenecen, y se sintonizan con el momento en que el espacio se fue desvaneciendo.
Cuando son uno solo, cuanto más se acerquen al momento, cuanto más de cerca vivan y vean —al cien por cien— el nacimiento, se van abriendo las esferas, se va abriendo el espacio, y cada mundo, cada ley se va haciendo etérea.
Y cada ley le pide: venga, despiérteme, vívame, porque puedo servirle.
Y ahora una ley es un mundo, ahora una ley es luz, vida, espíritu, alma, amor.
Cuanto más amor, cuanta más comprensión, cuanto más despertar haya en ustedes, tanto más el ser humano podrá vivir ese espacio mientras se va elevando.
Y ahora es posible, desde la primera, la segunda y la tercera esfera, desde el cuarto, el quinto y el sexto grado cósmico —pero desde la primera esfera—, de pie, echado, en la naturaleza, ser uno solo con la flor, el ser humano y el animal, acceder al Omnigrado divino para asimilar las leyes para este nacimiento divino en la tierra.
Ahora ustedes se convierten en Cristo, se convierten en una personalidad divina y la son; aunque todavía no alberguen la sabiduría, aunque todavía no alberguen las leyes, pueden sintonizar con lo elevado, con la comprensión.
Un solo pensamiento erróneo en este ser humano lo blinda contra el ir más arriba.
Aquí en nosotros, en esas personas ya no hay mal, ya no hay pensar ni sentir erróneos.
Uno se ha desprendido de la sociedad.
Quien todavía piensa terrenalmente, materialmente, pertenece allí a un mundo crepuscular, o se sintoniza con lo animal.
Esas personas saben que allí viven las tinieblas, que esos son los infiernos por los que el ser humano... a los que se ha abierto el ser humano, a los que sirve el ser humano, que quiere de verdad el ser humano.
Nosotros lo sabemos, esas personas lo saben: todo pensamiento debe estar ahora en armonía con el espacio, tiene que ser una ley, tiene que significar vida, aceptará el alma, el espíritu y la materia, estará en armonía con el espacio, al igual que pudieron manifestarse —a través de la Omnifuente— las leyes elementales, las eras de densificación.
Los maestros en la primera esfera están abiertos para acoger esta vida.
La primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima esfera, el cuarto, quinto, sexto, séptimo grado cósmicos impulsan la vida hacia arriba.
Pero ahora ustedes tienen que “ser nada”, tienen que querer perderlo todo.
Ya no son madre, ya no son padre, solo son vida.
A ustedes no se los puede molestar.
Allí no ven maldad, allí no sienten engaño.
Las personas que buscan lo inferior viven debajo del corazón de ustedes.
Ustedes encierran en su soplo vital al ser humano que haga el mal, y lo alimentarán, lo protegerán.
El ser humano que posee la luz lo sabe: aquí no se demuele, aquí no se detesta a las personas.
El ser humano y el animal son chispas divinas de una infinidad, han nacido de la Omnifuente, de la Omnialma, de la Omnipotencia, del Omnisentir y del Omnipensar.
En la primera esfera pueden ver ahora a personas libres de repugnantes, asquerosos pensamientos terrenales, materiales.
Ahí no hay chismorreo, no hay palabrería que los eche abajo.
Todo son bendiciones y felicidad, solo hay servir, solo hay saber.
Porque nosotros lo sabemos, ellos lo sienten: ¡el Mesías siguió un camino idéntico!
Pronto se nos pegará, y ahora lo único que ha llegado es el instante en que nos sintonizamos con ese suceso.
Pero ahora la realidad, ahora lo verdadero, ahora el seguimiento del Getsemaní, el seguimiento, la vivencia de esa ley.
¡A través de Getsemaní al Gólgota!
Sí, pronto estaremos colgados allí, estaremos colgados aquí y suplicaremos, estaremos agradecidos de que sea posible que se nos pegue, porque ¿sufriremos entonces una muerte en la cruz?
No, entonces viviremos a la criatura consciente de la tierra que busca lo equivocado, la pena, el dolor y la miseria.
Millones de seres humanos —ya se lo dije— yacen allí y ahora son bellos, ahora son verdaderos.
¡Ahora pueden hablar con un ser humano y recibirán un beso universal desde este interior!
Como una palabra, como una mirada de los ojos, como una sonrisa.
¡Oh, qué imponente es!
Ay, Dios mío, Dios mío, cómo es posible que yo pertenezca a Tu vida.
¡Qué imponente es y quiere ser experimentar a seres humanos!
Y cuando estos millones de criaturas estén listos para vivir el drama, la ley, el espacio, el yo divino, que se llama el nacimiento divino, antes de que esos millones estén listos para descender hacia la tierra —porque allí sucede— caen al suelo otro instante, yacen allí, se arrodillan, duermen, tapándose los ojos con las manos.
Algunos seres humanos se tratan de esta manera a sí mismos, otros tienen aspiraciones diferentes, tienen una animación diferente y allí en ese espacio no hacen más que remolonear y estar de ociosos, pero cada uno tiene una conciencia que lo atormenta, aguanta la tortura propia para vivirla lo mejor posible, lo más inmaculada posible, lo más espiritualmente pura posible.
El ser humano quiere pegarse para estar listo, para poder servir.
Solamente estamos experimentando.
“¿Cuándo”, imploran esos millones de seres humanos, “recibiremos el honor de que se nos conceda ser pegados?
Ay, Dios mío, fustígame, cuando yo pueda elevar la otra vida”.
Pronto, cuando estemos en el monte Calvario —porque eso es lo que es— sentirán y comprenderán lo que significa la vida en la tierra para su paternidad y maternidad.
Entonces ya no derribarán a nadie y entonces ya no dirán disparates sobre los seres humanos.
Entonces lo más bajo de todo en la sociedad y del inframundo será un grado de su personalidad, y tendrán que aceptarlo y servirán.
Cuando esos sentimientos lleguen a la conciencia, empezarán a comprender para qué viven en realidad.
Es lo que hemos tenido que asimilar nosotros, es lo que han tenido que asimilar millones, billones de criaturas, chispas de Dios.
Y ahora... ¡ahora están listos!
Ahora siguen la vida de Cristo.
Vemos, vivimos el contacto entre Cristo, la vida dentro de ella, entre esta criatura y María.
Seguimos a José como padre, al sentimiento servicial, a José como la fuerza creadora; acogemos en nosotros los sentimientos representados por María.
Vemos aquí a un padre verdadero.
Ese hombre, esos sentimientos, es abierto y consciente y sirve, siempre listo para acoger lo maternal.
Nunca hay desavenencias, vienen de la primera esfera.
Una sola palabra, una sola palabra equivocada del padre y la madre habría asfixiado la autoridad divina en la madre, y se habría originado una disarmonía.
La madre y el padre están en armonía con este nacimiento, con la ley material, con el empuje.
Porque si quieren saberlo: las primeras semanas en que la madre está embarazada del hijo, con su rabia y enojo puede asfixiar a esa vida, aunque sea solo con un pensamiento equivocado.
Pero debido a que la criatura es a su vez animal, a que el nacimiento es a su vez animal, basto material, en disarmonía con el espacio divino, ha vuelto a haber armonía entre madre, padre e hijo.
Pero para el Mesías todo fue armonía aquí, se había hecho un camino abierto.
Esas vidas estaban listas para poder acoger esa autoridad, esa conciencia de los sentimientos.
Nos levantamos con el Mesías y con esta vida pasamos por encima de la tierra.
Dormimos con Él, vemos al Niño acostado allí.
Vemos a los maestros alrededor de esta criatura.
Vemos que los maestros del Omnigrado divino despiertan la conciencia, la vida interior.
Mientras que María estaba embarazada de su hijo entre el tercer y el cuarto mes, los maestros despertaron a esta vida.
Solo sintonizaron sus sentimientos con esta vida y dijeron: “Estamos aquí, maestro”.
No les hacía falta tocar a Cristo, tocar esta vida.
No hacía falta que dijeran: Vamos, elevemos esta aura.
Lo hizo esta autoridad divina, esta conciencia, por medio de fuerzas propias, pasó por sí solo, pero allí estaban.
Le hicieron sentir a Él, le hicieron sentir a esta vida que estaban allí.
Y luego llegó: “¿Me oyen y me ven?
Hablo...
Hablo a ustedes desde el templo de la madre.
Vivo en la Omnifuente.
Mi padre y Mi madre, he llegado a amarlos.
Hermanas y hermanos míos allí en el Omnigrado divino, veo ahora que todavía hemos de escalar siete grados antes de que accedamos a la Omnifuente.
Y entonces volverá a haber tinieblas.
Después del final de Mi tarea volveremos al Omnigrado divino para experimentar el verdadero nacimiento divino.
Esta es la concienciación material.
Debido a esto traemos una tarea, vivimos una tarea, pronto continuaremos para representar a la Omnifuente.
Ahora somos todavía seres humanos, pero seremos omniscientes.
Iremos tan lejos, hasta tanta profundidad, tan lejos hasta que las chispas salten de nuestras vidas.
Y vemos que nuestra luz en los ojos ha adquirido la autonomía de lo que se hizo visible en el espacio.
Seremos la fuerza para las aguas, viviremos concienciación enérgica que se eleva al explorar los árboles, las hojas y las flores.
Impulsaremos un flujo por la faz de la tierra.
Poblaremos los mares con vidas, porque ahora despierta el Omniinstinto debajo de nuestros corazones y solo entonces habremos alcanzado la Omnipotencia y podremos decir: ahora somos como es Dios.
¿A quién se le puso nombre?
No, entonces podemos decir: somos empuje, somos vida, somos luz, somos amor.
Eso aconteció y ocurrió durante la unión de María y Cristo entre el tercer y el cuarto mes.
Entre el cuarto y el quinto, el quinto y el sexto llegaron nuevas revelaciones.
Y cuando nace el niño, entonces el otro lado en su totalidad —ya no hay... ya no hay mundo, o está vacío—, todo lo que vive está al lado del consciente divino y ¿lo ayudará a cargar a Él?
No, esa vida lo seguirá a Él.
Después de unos años llegamos a Jerusalén con el Mesías, con Cristo, y estamos ante los fariseos y los exegetas.
Ahora Cristo cuenta a los exegetas, esta vez por medio de su unión con Jesús, cómo hay que hacer las cosas y cómo pueden ser, lo que está bien y lo que se ha descrito mal, lo que se ha hecho con malas intenciones.
Ya pone al mundo ante los hechos.
Pone la autoridad terrenal ante el espacio, ante el alma y el espíritu, pero no es aceptado.
Ya se han vivido los primeros pasos equivocados, y Él ya ha tenido que aceptarlos.
En este mundo se han escrito libros que empezamos a sentir, ya los empezamos a ver; se han cometido errores.
Y lo sabemos: la otra humanidad, dentro de siglos y siglos, más adelante, describirá esta vida y dirá: ¿dónde ha recibido esta vida, dónde ha recibido Cristo Su concienciación?
Cuando en este momento los conecto con su sabiduría terrenal, hay libros en circulación —y esas personas se ven ante el cadalso espiritual, ante sí mismas— que han mancillado la vida de Cristo.
Se escribe, se habla de que Cristo ha experimentado un estudio en tal y cual lugar.
Ahora podemos aceptar, ustedes pueden vivir que esto no es así, porque la revelación divina, la conciencia divina llega con el paso del tiempo.
Cada hora da una nueva vida, un nuevo sentir, un nuevo pensar.
Y así vemos que Él vive Jerusalén.
Que con Su padre y madre vuelve a casa.
Sí, que ya ha abierto las cortinas, los velos del espacio desgarrándolos y que a María y José se les concedió escuchar la palabra divina cuando Él dice: “Sirvo a Mi Padre.
¿Por qué están preocupados si saben que el Padre vive en mí?”.
A la madre no le queda más que decir sí y amén.
Cristo, después de doce años, vive un mundo hermoso en la tierra.
Pasea por la naturaleza, habla con Sus amiguitos.
Siempre tiene una palabra hermosa, pero juega como un niño normal.
En ocasiones, siente cómo le llega... entonces hay algo que despierta, entonces se aísla.
Está... entonces se adentra en la naturaleza y vuelve a echarse cerca de las flores, habla con los animales.
Pero cuando ha asimilado todo eso, entonces llega el relajamiento terrenal del cuerpo.
De lo corporal que exige: que no sea demasiado ahora, o pronto explotarás; tenemos que poner una piedra encima de otra.
La vida se corrige por sí sola, despierta conforme los sistemas materiales, el sistema nervioso, el cerebro puede cargar más.
Ya llega la pesadez del espacio, pero la visión definitiva, el Omnigrado divino vuelve a auparlo todo en sí.
Ya ahora podemos constatar, tenemos que aceptar: esta vida despierta por sí sola.
No hace falta hacer nada, aquí no hace falta ningún maestro.
La tarea, la verdad, la armonía presente en esta vida dice: “Sal de mi vista, Yo me represento a mí mismo.
Mi yo divino despertará, llevaré Mi yo divino a la gente.
No puedo ir a la izquierda ni a la derecha, recorro un solo camino, de frente, en línea recta a esta humanidad y entonces me desprenderé”.
No es posible detenernos mucho en estas escenas.
Entonces tendríamos que analizar libros enteros y escribirlos, si quieren vivir y verse ante la juventud de Cristo.
Pero cuando Él cumple diecisiete, dieciocho años y delante de ustedes tienen a un ser bello, que solo alberga amor; cuando habla la tierra, el suelo sobre el que vive y anda; y cuando cada paso que da, cantando por Su fuerza, por Su deseo de servir, toca el timbre divino del espacio y vuelve a la tierra un sonido, una sinfonía de palabras y sentimientos que todo ser humano puede contemplar, que todo ser humano puede sentir, entonces sabemos que el arpa divino está afinándose.
¿Toca la Omnifuente esta vida?
No, es un ser humano que se ha preparado para representar a la Omnifuente.
Un ser humano que está listo para traer la vida a la tierra desde el Omnigrado divino y para manifestarse allí por medio de la edificación de la armonía de este espacio para cada ley, de su materialización, su espiritualización y dando a esa ley un espacio vital para después de esto, el después de esto detrás del ataúd.
Cuando Cristo despierta en Él, cuando acepta a los apóstoles y alcanza la edad de veintiún años, cuando la sensibilidad espacial, lo masculino, las fuerzas creadoras cruzan Sus labios y cada palabra habla con más claridad, en un tono más consolador, con más universalidad, hay un temblor dentro del ser humano en la tierra, porque estas palabras, estos sentimientos nunca antes se habían interpretado.
Y ahora Él anda por la tierra como ser humano, como hermano, como un ser humano normal y sencillo con Sus hermanos y hermanas.
De vez en cuando saca a una criatura del espacio y pasea con Su amigo por la naturaleza.
La humanidad desconoce quiénes fueron esos, pero Él ya tenía amigos, ya tenía Sus amigos antes de cargarse en los hombros su tarea y antes de que los apóstoles se vieran ante su trabajo y su vida y su tarea.
Muchos pasearon con Él a lo largo de las aguas, y entonces hablaba de cosas hermosas.
A muchos se les concedió vivir que la naturaleza era Su maestro.
Ahora todos podemos seguir estas cosas.
Allí habla a las flores y dice: “¿Dónde han nacido ustedes?
Allí de donde vine Yo ustedes poseerán una túnica más hermosa que esta.
Serán entonces irradiación dorada, poseerán la conciencia dorada, y eso significa: la omnisciencia.
Juntos seremos uno solo en sentir y pensar, y, siempre, eternamente, interpretaremos escrupulosamente todos estos espacios.
Ser uno solo en vida y felicidad, para alma y espíritu”.
Ojalá estas palabras... ojalá vieran al Cristo en eso, entonces verían al ser humano, verían al joven, verían la felicidad natural, lo juguetón, lo alegre.
De vez en cuando Él se permite reír, sonreír.
De vez en cuando dentro de Él la vida hierve y es un ser humano normal, una persona común de la tierra, con dentro de Él, en su subconsciente, el Omnigrado divino, albergando los billones de vidas que ha depuesto y para pronto llevar todo eso a la revelación.
Y entonces llegan los apóstoles.
Entonces Él empieza a pensar.
Se libera —lo vemos, lo seguimos—, se libera de la naturaleza.
Vemos su vida interior en Su rostro.
Mira a través de todo, palabra a palabra adquiere ahora significado.
Palabra por palabra —es lo que sabemos, más adelante lo oirán, las verán y oirán millones de personas que lo siguen— se nos da a vivir ahora un nacimiento divino.
¡Porque cada palabra es una ley divina!
Cada pensamiento tiene que experimentar un nacimiento divino.
Y entonces da Su primera conferencia, da a la gente Su primera palabra.
Ahora empieza a interpretar, a materializar la verdad que vive en Él, el espacio del que forma parte.
Todas las mentiras y engaños han zarpado, Él ha vencido esas leyes, esas tinieblas.
Ya no puede pronunciar desvaríos, falsedades, ¡Él está libre de la tierra!
Su alma, Su espíritu, Su personalidad son los que llevan y portan la violencia material, pero ha vencido cada célula, ya no hay tejido alguno que lo moleste.
Ahora les doy a oír lenguaje retórico que conecta directamente la vida de ustedes, Su vida, la humanidad con la vida en la naturaleza, pero que adquiere concienciación social, que tiene que aceptar fundamentos sociales, porque el ser humano se mantendrá en pie para los siglos venideros, para poder vencer las tinieblas, lo otro, el yo inferior, la disarmonía.
Lo seguimos con el primer discurso que da a las masas.
Y entonces está allí y siente que tiene que empezar a dar algunas lecciones, porque Su doctrina, Su sabiduría, Su palabra tienen que continuar.
“Vengan”, dice a los pescadores, “los haré pescadores de hombres... vengan a mí”.
Y cada uno al que dirige Su mirada está perdido, no, se entrega.
Todas esas vidas ya no tienen nada que desear, han sido acogidas por el amor, por la verdad y la veracidad.
Ahora Él pasea por la tierra.
Continúa con los apóstoles, cada vez más.
Los va preparando.
Puede dar sabiduría espacial a estas criaturas, pero tiene que acogerlas en ese pequeño silencio verdadero en que viven.
Empiezan a sentirse a sí mismos, empiezan a ver lo que Él quiere.
Cuenta a estas personas terrenales cómo pasarán al lado del otro, cómo bordearán al otro como haría un hermano o una hermana.
Les aclara que a la mujer, a las madres...
“¡Sí, pero mi madre... mis hijos ya dicen...!”.
¿Pensaban que los apóstoles se habían entregado así como así?
¿Pensaban que allí en esos cuartos de estar no tenía nada que decir la otra vida, la autoridad materna?
“Aquí mismo te quedas”, dice una de ellas.
“¿Qué tienes que ver con ese loco?”.
El hombre dice —porque ha sido tocado—: “Me voy y lo seguiré a Él”.
¿Jamás se han preguntado, jamás se ha preguntado la humanidad de estos tiempos qué era lo que habían pensado esas madres?
¿Cómo se han hecho preguntas cuando habla la autoridad divina?
¿Quién dio de comer a estos hijos, a estas madres?
“Vengan conmigo”, dice la autoridad divina, “los haré pescadores de hombres”.
Y entonces estos hombres pequeños, estas criaturas pequeñas pensaron: ‘Pero Dios mío, pero cielo mío, pero mundo mío, ¿cómo va a recibir aquellos alimentos allí?’.
Empezamos a ver ahora que esas madres se han cuidado a sí mismas.
Empezamos a ver que la concienciación que los hombres recibían de Él pasaba a las madres.
Y ellas decían: “Ve, hijo mío.
Ve y vuelve y cuéntame lo que has visto, lo que has vivido, ¡porque Él es verdadero!
¡Él es verdad!
Quiero darme.
Anda, ve, Pedro, Juan, ve y síguelo, pero vuelve y mándame una nueva de vez en cuando.
Por medio de él viviré el espacio y el beso suyos”.
Tenemos que constatar y aceptar ahora que estas madres también ya estaban listas para servirlo a Él.
Sí, nacieron; en esto ya no había fundamentos destructores, ya no había respeto elemental que los lleva a las tinieblas.
Esas madres comprendían, aceptaban y se entregaban.
Incluso los hijos de Pedro y Juan decían: “Papá, vaya.
Iré después de usted”.
¿Quién fue el Pablo tardío? ¿Quiénes fueron los demás que pusieron en práctica la palabra después de los apóstoles de Cristo?
La autoridad divina lo calculó todo.
Para esta tarea no se echaron fundamentos equivocados.
Pedro viene de la primera esfera, de la tierra crepuscular.
Todavía no ha alcanzado la primera esfera, pero volverá como lo hizo Moisés.
Los demás provienen de la tierra crepuscular y están listos para querer servir.
Han probado, han degustado cómo ese vino puede conmover el corazón humano desde el espacio, como puede reforzarlo, darle una inspiración, un regalo vital, para que esta vida despierte.
Porque esa vida se alimenta, se anima, se prepara para lo que vive allí, para el ser humano de la sociedad material.
Las madres... las mujeres de Pedro, Juan y los demás, tienen hijos y se desprenden.
Madre e hijos, su padre está listo... están listos para seguir al Mesías, a la luz viva del espacio.
No conocen destrucción, no conocen duda.
Solo está presente la aceptación, la sensación: ¡esto es!
El mundo necesita esto.
¿Por qué la Biblia no cuenta nada de todas estas cosas?
¿O fueron personas con gracia divina?
No eran diferentes de cómo se sienten ustedes.
Han de prepararse como madres y padres para la sociedad, o no tendrán que comer.
¡Adelante, sigan ahora la autoridad divina y a ver si demuestran de lo que son capaces de cara a Cristo, Pedro, Juan, Andrés, su paternidad y maternidad!
Cuéntenle, por favor, a su marido, denle como madre la fuerza animadora y díganle: “Ve, cariño, represéntalo a Él, y no al mal, a la destrucción de este mundo...”, ustedes son una parte de María.
No tienen preocupaciones ni miedo, porque han recibido dos manos para cuidarse a ustedes mismas.
¿Dónde viven los grandes de la historia humana que estaban en la calle y que interpretaban la luz vital, los sentimientos del espacio por medio de un pequeño instrumento?
Cuando la madre sabía que al hombre lo ahorcarían, entonces ella hacía el trabajo de él y representaba la tarea de él.
En esto no hay abismos.
Aquí no hay demolición, no hay refunfuños, no hay reniegos.
En esto no hay lepra.
Madres y padres, el hombre como el apostolado representado está listo, y la madre para cargarlo y servirle, para acogerlo en amor.
Porque Cristo no construyó agujeros en un templo.
Su espalda trasera, Su pasado estaba listo; no podía aceptar puñales en la espalda.
Ponía una piedra encima de otra.
Por medio de hombres, mujeres y niños iba construyendo la universidad de Su vida.
Y ahora mejor nos vamos rápidamente a Jerusalén, porque el tiempo se va acortando, por desgracia.
Entonces ustedes tienen que ir rápidamente con Él a través de las praderas, de los campos de cultivo.
Tenemos que vivir, experimentar millones de conversaciones.
En la fiesta de Navidad tardamos nada menos que siete meses, según el tiempo de ustedes.
No una noche, no una hora, no un día, porque tenemos que aceptar y absorber cada pensamiento de Cristo.
Es solo entonces cuando empezamos a comprender nuestra propia vida, el espacio, los animales, las flores y la naturaleza, Dios y todo, la Omnifuente.
Y ustedes duermen, despiertan y depositan algo en la tierra y le dan una lucecita y es su fiesta de Navidad.
Comen y beben mucho.
Pero decir una palabra hermosa, tener un pensamiento bueno... vaciarse alguna vez por completo, cascarse ustedes mismos alguna vez por completo...
Hoy el espacio pregunta, Cristo pregunta, pronto las leyes divinas les preguntarán cuántas veces han hablado mal de esta humanidad, de la vida, de su padre, su amigo, su madre, su hermana.
Él llega con Sus seguidores, que lo siguen en las buenas y en las malas, por la noche y las tinieblas, con lluvia y con viento —porque han llegado a conocerlo— así es como llega a Jerusalén.
Cada mañana hay notitas que parten hacia las mujeres de Nazaret y Galilea, las mujeres de Pedro y Juan: “Hija mía, todo va bien.
Sabemos... ya sabemos una cantidad tan asombrosa de cosas.
¿Tiene nuestro amor? ¿Siente nuestra personalidad?
Despertamos cada segundo.
¡Oh, es tan poderoso!”.
Las mujeres quieren seguir a sus hombres.
Quieren besarle los pies a Él y lavárselos.
“No”, dicen ellos, “nos prohíbe tocarlo.
Quédense en casa y trabajen y sean felices, es lo único que Él quiere de nosotros.
Cuiden a los niños, cuiden su entorno.
Tengan luz, tengan amor.
Perciban, perciban, perciban hacia dónde van las cosas.
El mundo recibe amor divino, el mundo recibe una visión divina.
Él es el Mesías.
Si pueden hacer eso, amadas mías, si pueden hacer eso, todo estará listo, podré seguir, podré perdonar.
Y recen por mí, mándenme su sensación de que yo no sucumbiré, porque sentimos, sentimos de verdad que ocurrirán cosas imponentes”.
En este momento les pregunto: ¿qué sabe la Biblia de esto?
¿Qué sabe la Biblia, qué sabe esta humanidad de los sentimientos que Pedro y Juan tuvieron que experimentar, procesar, representar y vencer de cara a su propia familia —antes de que tuviera lugar Jerusalén?
¡Nada, nada, nada, nada, nada!
Todavía no saben nada de las concienciaciones interiores que sufrieron los apóstoles y las mujeres y los niños, todo ese entorno, de eso ustedes aún no saben nada, porque todo esto se vivió interiormente.
Tampoco que el ser humano conoció al Cristo a la edad de diecisiete años.
¿Qué fue de Él entre los doce y los veintiún años?
Nada sabe de eso la humanidad, nada.
Los experimentó en la naturaleza para sí mismo.
Estamos —lo conocen, lo saben— con los apóstoles en Jerusalén y ahora Él ofrece Sus profecías.
El momento en que se tiene que escribir la Biblia, el Evangelio divino, eso va a ocurrir.
¿Por medio de qué escribió Cristo Su Evangelio divino?
Ese par de palabras, esas pocas que pronunció, ¿son el universo divino?
A diestro y siniestro reparte Su sabiduría.
Cuando los apóstoles, cuando las personas le piden: “Sí, pero él me ha engañado... y ha hecho tal cosa.
Quiero que se haga justicia”.
Y cuando la gente llega, Él dice, pregunta: “¿Qué es lo que ha hecho usted?
¿Quién empezó aquí? ¿Quién puso el primer fundamento para la destrucción, el engaño, la calumnia, el palabrerío?
¿Usted?
Entonces usted aceptó y atrajo el diablo, el mal; entonces usted lo volverá a enmendar”.
No tomaba al que engañaba al cien por ciento, tomaba al ser humano que echaba los fundamentos para hacer que tuviera lugar ese engaño.
Eso es retar el mal, y lo dice Pedro, lo dice Juan, lo dice Andrés.
Se encontraban en la naturaleza y podían hablar con Él.
Dice: “Échense.
Él allí a la izquierda, otros aquí, él allá.
Pregúntenme lo que quieran y así se harán... se harán fuertes.
Las cosas, las leyes de Mi Padre les sobrevendrán a sus vidas”.
Llegará un tiempo —podría haber dicho Él— en que tendrán que demostrar lo que quieren.
Después llegará un tiempo, Pedro, en que habrán de jugarse el cien mil por cien de su conciencia corporal, de su alma y espíritu, para aceptarme y representarme a mí, a ese espacio, a Mi palabra, Mi vida y la de su Dios.
Ahora tendrán que poner las cartas sobre la mesa.
Llegan a los alrededores de Jerusalén, se sientan, allí en ese entorno hermoso.
Sí, yacen postrados en el Getsemaní.
Es allí un jardín imponentemente hermoso.
Pedro se siente feliz y dice a Juan: “Tal vez al final no ocurra.
¿No tiene miedo, no tienes miedo?
No sé lo que entra en mí, pero estoy, me siento triste.
¿Irá a ocurrir algo con Él?
¿Seremos fuertes?
Juan, ¿qué es lo que sientes?”.
Juan es el sensitivo, dice: “¿Qué quiere, Pedro?
¿Qué quieres ahora?
Ya que sabes ahora que de todos modos Él lo hace todo como Él lo siente, ¿quieres empezar a hacerte el maestro entonces?
Cuando entra en mí ese miedo, la sensación de que algo ocurre...
Sí, yo también lo siento.
He entrado en Él, empiezo a sentir lo que puede pasar, pero entonces algo dice a mi ser: es para Él.
Todavía no he llegado a ese punto.
No puedo empezar a hacerme el Cristo, el Mesías.
Pero tengo que seguirlo, tengo que cargar, empiezo a comprender cómo he de hacerlo”.
Y ahora los... y ahora los apóstoles, los hijos de Cristo, están echando ellos mismos los fundamentos para más adelante.
Empiezan a comprender: no deben poner las manos en lo que le pertenece a Él.
Pero lo que ellos mismos poseen y ya han asimilado, lo impulsan hacia el espacio y en cualquier momento pueden dárselo a la criatura de esta tierra, como un regalo divino.
El miedo, el dolor... la demolición, la destrucción... Dios mío, Dios mío, la miseria se acerca más y más.
Cristo llega a meditar.
Sí, ni siquiera hemos podido seguirlo cuando Él se encerró cuarenta días —porque eso es verdadero.
Ya ni siquiera quiere ver a esos apóstoles Suyos.
Ya no los soporta.
Dice: “Váyanse, no me frenen más, tengo que representar a Mi Dios, al Omnigrado.
Váyanse con esos pequeños pensamientos lastimosos, quiero estar solo”.
Ahora se encierra.
Cuarenta días —era una era— vive en soledad.
Las flores se acercan a Él; la leche, el alimento divino fluye sin más a Sus manos, las flores dan sus jugos.
Los bebe, la vida pide poder darse a sí misma, para que Él se mantenga en vida.
Cuando toca una flor, esos jugos vitales vienen a la mano de Él y ahora ese líquido divino le gotea directamente en la boca.
Pero la vida muere.
Antes de que su propia voluntad la metan en un ataúd, la vida dice: “Volveré, o iré hacia aquello de donde vine.
¿No sabes que nací por ti?
¿De verdad no sabes que queremos servir?”.
Y todas esas florecitas reciben rostros, reciben caras, llevan una túnica, tienen alma, tienen espíritu, tienen una personalidad.
Él ve: ¡Son templos!
Templos... es sabiduría, fuerza y amor.
Allí Él llega a la unión con el espacio.
Vive Sus nuevas vidas, Su reencarnación, Su subconsciente.
Hace un viaje que nosotros hemos hecho ahora y que pronto continuaremos, desde la luna a través de los planetas de transición.
Se hace uno solo con la madre luna, vive los estadios de pez.
Se ve a sí mismo en las aguas, en la selva.
Se vive a sí mismo como conciencia animal.
“Sí”, dice, “porque no hay pecado.
A mí, y a los Míos, no nos quedaba más remedio que atravesar estas fases vitales.
Tuvimos que continuar y elevarnos más, porque representaríamos al Dios de todo lo que vive, a la Omnifuente.
Si Yo quería asimilar esa sabiduría, ese espacio, si quería vencer ese grado de concienciación, viviríamos como una revelación esas primeras leyes, la concienciación, el despertar para el cuerpo, el alma, la materia.
Sí, de cuerpo en cuerpo, a través de un cuerpo hacia otro recibimos la ampliación”.
Lo vive y por fin, por fin ha alcanzado la tierra.
Vuelve a estar ante el momento en que le hace falta el sol, pero en que despierta como personalidad astral.
Pregunta: “¿Dónde está la luz del sol?
Recuerdo que estaba enfermo...”.
Ahora esas visiones fluyen a través de Él.
Conoce las leyes, porque volvieron millones de veces desde el universo antes de que Él apareciera en la tierra como el Mesías.
Volvieron desde el Omnigrado divino, hacia el séptimo, el sexto, el quinto, el cuarto grado cósmico, el tercero...
De que volviera al primer instante en que empezó como vida embrionaria.
Miles de veces concluyó e hizo, con los millones de personas que están con Él, este viaje, cuyas leyes viven debajo de Su corazón.
Ahora regresa otra vez, regresa al Omnigrado divino.
Vive, experimenta el espacio.
Entra al universo con sus hermanas y hermanos y ve que establecen un contacto para la tierra.
Se conecta una esfera con otra, un grado con otro, un mundo con otro, un espacio con otro, un alma con otra, un espíritu con otro.
Y entonces está ante el momento en que se disuelve.
Entonces tiene que aceptar que entrará al espacio y que podrá prepararse para María y José.
¡Israel ha despertado!
Vuelve, despierta y cuando llega así a los apóstoles, a Sus hijos, entonces puede decir: “Estoy listo”.
Ahora ha nacido de manera divina.
Nacido para Su tarea divina.
Nacido para la concienciación divina, la justicia, el amor, el saber, la armonía... por lo que se originó todo.
Ahora yacen postrados en Getsemaní.
Los apóstoles se quedan dormidos, están exhaustos los chicos.
Pero ¡ustedes sí que...!
Es lo que Él sabe, no lo sabe nadie, ¡solo Él!
Todavía tienen sintonización terrenal espiritual con cosas materiales, con el sueño, con los sentimientos.
Están exhaustos, pero todavía les quedaba el cinco por ciento, el tres, el cuatro, el dos, todavía un solo por ciento y de este habían perdido el noventa y nueve por cien.
Todavía un uno por ciento de los cien mil, el cien por cien de sentimientos y esa seguridad en el interior de ellos —eso todavía lo conservaban, los apóstoles— y así habrían podido mantenerse despiertos.
Pero esa voluntad se debilitaba y toda esta pequeña compañía se quedó dormida.
“¿Acaso no pueden (podéis) velar una hora en Mi compañía?”.
Cristo estaba bien despierto.
Yace postrado en Getsemaní.
Dice al espacio —porque Dios, la Omnifuente, el Padre, la Madre como dios, ya está...
Ya han despertado dentro de Él, envía a la Omnifuente: “Estoy listo, estoy despierto y consciente.
Yo ... pero Mi palabra recibe alas”.
Allí yace en Getsemaní y dice a los chicos, a Sus hijos: “¿Por qué no pueden (podéis), pues, velar una hora a Mi lado?”.
No hacía falta que lo dijera, pero dice algo y se comprende, se acepta.
Se asustan, se pegan a sí mismos, Pedro y Juan.
Se fustigan, lloran, imploran: “Dios mío, ¿por qué no nos mantuvimos despiertos?
¿Por qué, pues, no podemos velar por nosotros mismos?”.
Sin embargo habían podido experimentar los sentimientos, la concienciación, esa sabiduría.
Ahora lo han perdido.
Habían podido intuir a su maestro, habían podido ver a Dios.
Habían podido ver la Omnifuente... habían podido verla en Getsemaní, habían podido vivirla, porque Él los conectaba con la Omnifuente.
Ustedes conocen el drama.
Se elevan más, continúan más, llegan a Pilato.
Cristo reta al mundo, reta a la humanidad.
Sabe... (inaudible), por una sola palabra puede decir: “Aléjate de mí, Satanás.
Soy Yo quien te manda e impulsa y anima.
Soy la Omnifuente, soy la concienciación divina.
En mí cada palabra recibe el nacimiento divino.
¡Aléjate de mí!”.
Pero Él es amor.
Él es armonía.
Vuelve para el escándalo que poseen estas masas, debajo del que viven estas masas.
Él sabe: viven siete grados animales; algunas personas en este mundo solo tienen conciencia y pueden aceptar la sensibilidad, son quienes tienen la conciencia más elevada.
Que lo sirven a Él, que provienen del mundo astral, pero el ser humano que todavía tiene que vivir los sistemas materiales, que todavía tiene que cumplir el ciclo de la tierra, ese ser humano vive en tinieblas y violencia.
Y entonces, cuando Él llega ante Caifás, cuando Pilato dice: “Me lavo las manos en inocencia...”.
Sí, ahora ustedes tienen que hacerlo una vez más ante Cristo.
Quisiera quedarme detenido aquí durante millones de años.
Pero ya llegaremos, por las siguientes sesiones que viviremos juntos.
Entonces, como Pilato, los haré gritar y temblar.
Pero después de eso por fin, sí, por fin también aceptarán la veracidad, por Su palabra, Su alma, Su espíritu, Su vida, Su amor, y dirán: “Me niego a seguir haciendo de Pilato”.
Ahora aprenderán cuándo tienen que decir la palabra “sí” y la palabra “no”.
Por fin empezarán a aprender cuándo el bien es verdaderamente bien y cuándo ustedes mismos representan el mal.
Entonces por fin podrán decir: “Sí, vaya y sirva.
Somos uno solo.
Yo todavía tengo que asimilar esta sabiduría, estos pensamientos”.
Cuando pronto estemos ante Pilato, entonces su sociedad humana se derrumbará, también la de Pilato.
La criatura elevada, el sentir y pensar elevados como madre, la mujer de Pilato (dice): “No violes esta vida, he tenido una visión imponente”.
Ahora desde esta vida, desde este sentimiento hermoso, desde esta autoridad materna todavía llega una carta, una letra, una palabra.
Como pudieron hacerlo los apóstoles para sus mujeres, aquí todo el que entre en contacto con Cristo recibe un mensaje.
También a Pilato todavía se le advierte: no viole esta vida.
“Hombre, no la violes, he tenido una visión imponente”.
Pero esta criatura infeliz que piensa terrenalmente se lava las manos en inocencia y dice: “No quiero tener que ver con lodo ni con bondad”.
Se lava en inocencia; ¡debería haber participado en esta autoridad!
Él, que representa lo más elevado para ese instante, dice: “Sí, he alcanzado ese punto”.
Si no, cállese la boca, no viole entonces las tareas materiales.
Dice: “No quiero tener que ver con eso”, pero sí que quiere la túnica.
Sí, pronto subirá el Gólgota, con la espada del lado izquierdo y la cruz del derecho, y quiere representar a la Omnifuente...
¡Engaño, Pilato!
“Sí”, dice la otra criatura del espacio, de la madre tierra, “voy con ustedes, Pedro y Juan, voy con ustedes por el lodo y el fango.
No temo perder mi vida”.
Pero cuando llega un poco de niebla, la gente sale corriendo porque piensa que se acerca la hoguera.
Pronto les mostraré por medio de las siguientes sesiones la traición de Jerusalén, la demolición y la destrucción que vivimos y tenemos que aceptar allí.
Y entonces los coloco ante Pilato, ante Getsemaní.
Vamos subiendo el Gólgota.
Aceptamos la fustigación, la corona de espinas.
Estamos agradecidos de que se nos pueda pegar.
Y la gente que lo sigue a Él se siente agradecida de que por un buen pensamiento puedan arrancar una espina de Su cabeza.
Pronto experimentaremos en el Gólgota que por cada pensamiento erróneo ustedes vuelven a crucificarlo, que le vuelven a poner una corona de espinas y que otra vez le clavan el cuchillo de su personalidad en el corazón.
Es lo que viviremos, lo que veremos, lo que sentiremos.
Es lo que ustedes empezarán a comprender.
Y solo entonces sabrán que la sociedad y esta humanidad viven en las tinieblas, y que cualquiera que eleve los sentimientos equivocados pertenece a esa cosa satánica.
Y que finalmente, después del bien tendrá que poner las cartas divinas sobre la mesa y tendrá que aceptar.
Sí, ustedes van con ellos, pronto serán crucificados.
Se entregarán como madre.
Ya no estarán allí gritando, llorando, elevando la mirada entre sollozos porque su hijo esté allí colgado.
Ustedes mismos serán crucificados.
Quieren de verdad, están listos, porque saben que así despiertan.
Ya no tienen miedo a la causa y el efecto, no tienen miedo a una palabra equivocada.
No tienen miedo a permitir que sus vecinos los calumnien, les escupan, eso ha quedado atrás.
Lo aceptan con alegría.
Primero el ser humano tiene que haber recibido golpes, si quiere despertar.
Cristo arrastra Su cruz hacia arriba.
Allí están.
Allí Él se echa.
Se crucifica al que tiene conciencia divina.
Los clavos le entran en las manos y —lo siente, lo vive— en los pies.
No puede moverse, está clavado en Su propio Yo.
Pero la cruz es la humanidad, los clavos son las actitudes odiosas, el (clavo) es el odio, la envidia, la demolición, el instinto de puta de su sociedad, que permite que se desangre Su luz vital.
Son ustedes, es la humanidad, y si no quieren tener que ver con ello, nunca jamás les cruzará los labios otra palabra equivocada.
Entonces dirán, como Pedro y Juan: “Querida mía”, como la mujer, como la madre, “dame las cartitas de tu corazón”.
Y dirán: “¿Qué han inventado, qué han vivido?”.
Para esto no hacen falta campanas navideñas.
Para esto no les hacen falta biografías que se tengan que escribir para las vidas de ustedes.
Todo eso vive en los corazones de ustedes.
Ustedes forman parte del que tiene conciencia divina.
Permiten que se les pegue, permiten que se les fustigue, todos dicen “sí” cuando sienten y saben que poseen esa verdad.
Y si no, solo nieguen e inclinen la cabeza, y digan: “No lo sé”.
Pero ya no lleven la contraria con nada.
Ahora festejan la navidad, pero a la vez un Gólgota.
Se convierten en hombre, en padre y madre, solo se fijan en sus amigos.
Y cuando esperan que ellos también sean felices, sienten gratitud y les aparece una verdadera lágrima en el ojo.
O su día, su fiesta de Navidad, su Gólgota, su espacio no significan nada.
¿Qué quieren?
Tengo que... tenemos que soltar a Cristo.
Por más que me habría gustado haberme quedado aquí meses, años, siglos, les aseguro: el espacio me oye.
Detrás del ataúd seguirán con los maestros y los reconduciremos hasta este momento.
Entonces me verán sentado aquí, se verán a sí mismos sentados aquí.
Entonces iremos... experimentaremos la muerte en la cruz, pero así recibiremos la conciencia divina.
Vivimos y animamos el nacimiento divino para una sola ley y para un solo grado, para la paternidad y maternidad, para representar al Omnigrado, a la Omnifuente por medio de la que nos originamos.
Si acogen esto un momento en su corazón y si miran al lado derecho de Cristo, ustedes mismos estarán colgados, solo por unos segundos, en la cruz.
Y escuchen entonces al asesino a la derecha y al otro a la izquierda, y sientan hoy, sientan en los minutos, en los instantes que vendrán ahora, a cuál pertenecen.
Que si necesitan al Cristo, que si todavía ahora dejarán que les cruce los labios: contigo no quiero tener nada que ver, ya me encargo yo de mí mismo.
Pero el otro dice: “Acógeme en Tu paraíso.
Me inclino, me inclino, porque Tú eres el Mesías”.
Que todo pensamiento interprete hoy, y en las semanas venideras, al Mesías.
Conviertan todo pensamiento en un paseo por los campos, por el desierto.
Enciérrense en meditación, vivan el silencio de su alma interior, de su vida, su espíritu, su personalidad, y nunca más digan desvaríos.
No produzcan nunca nada malo, pues absolutamente todo tiene importancia y es verdadero; los pecados no se crearon.
Cuando los expulse, hoy, entonces lo haré por encargo de los maestros.
Recuérdenlo y acójanlo eternamente en ustedes, pues detrás del ataúd poseerán felicidad, sabiduría vital.
Nunca más hablen mal de la vida de Dios, no lo odien.
Nunca se sientan el que ha recibido golpes, no digan nunca: “Esa tipa hace esto y hace lo otro, y yo...”.
¿Qué son?
Ustedes mismos son ahora la demolición, se lo enseñé por medio de estas sesiones, de esta unión.
Que les cruce los labios el silencio de su alma, la taciturnidad, el honrado sentir y pensar.
Por más que se torturen hasta quedar destruidos, por más que allí por dentro todo se retortije, porque las compuertas de su personalidad quieran abrirse para decir esas cosas feas.
Si quieren acceder al Getsemaní, al Gólgota, si quieren explorar y aceptar y experimentar Su vida, asesinen primero lo que vive en ustedes y lo que puede mancillarlos.
Seres humanos, ¡conviértanse en seres humanos!
En 1947, hermanas y hermanos míos, los maestros los abandonaron en un paraíso, en Getsemaní.
Esta mañana, supongo...
Entonces les dije: “Con rudeza han arrancado de la tierra las criaturas divinas”.
Los abandonamos en el paraíso, en Getsemaní, y pudimos sentarnos.
Palabra tras palabra di flores, ramos de flores desde el espacio.
Supongo que ahora han vuelto a edificar el paraíso, el Getsemaní para sí mismos, para su paternidad y maternidad, para sus hijos, para el Mesías.
Sí... para esta humanidad.
Les agradezco los colores, las flores, estas criaturas.
Agradezco que se les hayan abierto los corazones y que hayan querido escucharme con tanta disposición.
La bendición de Cristo, la bendición de los maestros.
Conviértanse de verdad en padres, conviértanse en madres, pero más que nada: conviértanse en los hijos del Mesías.
Solo entonces vivirán una Navidad gloriosa, alegre, armoniosa.
Que los cielos estén con ustedes.
Gracias.