Tomé posesión de mi propia esfera; formación espiritual

Cuando desperté me encontraba sobre un lecho de reposo.
A mi alrededor había flores y la naturaleza era como de ensueño.
Estaba en el paraíso y yacía en una vivienda abierta y decorada con las flores de las esferas.
Contemplé toda esta belleza a mi alrededor.
¿Qué era eso? ¿Lo estaba viendo bien?
Dios mío, cómo es posible.
Tenía enfrente a Marianne, esculpida en mármol níveo.
De un salto me acerqué a la estatua y la palpé desde todos los lados.
Era auténtica, era puramente terrenal, pero esta estatua irradiaba luz.
Aún no me había recuperado del primer asombro cuando entró mi líder espiritual.

—¿Descansado, hijo?
—Sí, padre, ¡estoy tan feliz!
—Soy su hermano, ¿lo aceptará?
—Con mucho gusto —dije.
—Vamos, siéntese, cuántas cosas tenemos que contarnos.
¿Durmió gloriosamente?
—Sí, maestro, gloriosamente.
—¿Sabe cuánto tiempo durmió?
—No —contesté.
—Según la tierra estuvo durmiendo diez días.
—Casi no lo puedo creer, pero me habló de ello en las tinieblas.
—Ahora está despierto y consciente y vamos a hacer largos paseos.
Tengo muchas cosas por aclararle y después le esperan otros milagros.
Puede hacerme todas las preguntas que quiera, se le aclarará todo.
Por fin estaba entonces listo.
¡Qué reencuentro en las esferas de luz!
Después empecé a hacer preguntas.
Me senté cerca de mi Marianne.
Le había asignado un lugar en medio de mi vivienda espiritual.
Qué sorpresa tan grande.
Mi primera pregunta fue:

—¿Estoy en mi propia vivienda, maestro?
—Sí, Lantos, esta es su vivienda espiritual, su propia posesión.
Su casa es como su sintonización espiritual, según el amor que usted porte y que sienta por todo lo que vive, que es la vida sagrada de Dios.
El hombre se construye una morada espiritual en la tierra y el lugar donde se encuentra usted ahora es la habitación del amor, si quisiéramos hacer una comparación terrenal.
De modo que una morada espiritual es como siente el hombre y según lo que posea de fuerza del amor.
Quien entre aquí tiene y encuentra su posesión, y esto es así para todas las esferas.
En la primera esfera encontramos moradas donde hay reunidas miles de personas, pero a medida que el hombre se desarrolla, se construye su propia casa.
Ya lo ve: aquí tenemos flores y pájaros, y la naturaleza, el hombre y todo lo demás que vive cambian, porque siempre seguimos avanzando, siempre hacia mayores alturas, hasta que alcanzamos las esferas divinas.
¿Cómo sería nuestra vida si de este lado tuviéramos que echar en falta nuestros amigos los animales, la naturaleza, las flores, el agua, los árboles y todo lo que Dios ha creado en la tierra?
A fin de cuentas, entonces no sería perfecto.
Las personas que han entrado en el más allá, las que han alcanzado las esferas de luz, se sienten felices.
Todas nuestras viviendas son abiertas.
Aquí no tenemos ni conocemos secretos.
Esto, hermano mío, todas estas cosas hermosas e inmaculadas, son sus posesiones.
En su vivienda hay habitaciones donde puede conectarse.
Está la habitación de la oración, de la fe, de la esperanza y de la confianza, en suma, la de todos los rasgos que posee el hombre.
Hay partes que también le son invisibles, pero usted continuará desarrollándose.
En otra esfera, más elevada, se le harán visibles y así irá conociéndose.
Cuanto más avance, más avanzará por tanto también su vida interior y todo a donde entre.
Su posesión, su crecimiento interior, cambiará de continuo.
Así que este es su cielo.
La primera, segunda y tercera esfera ya son cielos, aunque todavía son de purificación, pero cuando el hombre entre en la cuarta —que es la tierra estival—, entonces se siente liberado de su vida terrenal.
Esa es la primera esfera feliz de este lado.
Ahora usted se siente feliz, cree estar en un paraíso, todo le parece milagroso, pero nosotros conocemos otra felicidad, aún más elevada.
—¿De dónde sale esta estatua, maestro? ¿Me permite que se lo pregunte?
—Pues claro, escuche.
Mandé que le hicieran la estatua de Marianne, y esto se hace para todo el mundo, cuando es posible.
Quiero demostrarle con eso que ella es el alma con la que usted está conectado cósmicamente.
Ustedes dos son almas gemelas.
—Es asombroso, maestro, me ha hecho usted muy feliz.
¿Entonces podré continuar aquí mi arte?
—Podrá hacerlo, Lantos.
Aquí tenemos maestros en todas las artes: de música, que luego escuchará, de pintura, de las artes plásticas y de todas las que el hombre sabe crear con su ímpetu interior.
Podrá desarrollar sus sentimientos artísticos, pero eso ya vendrá después, ahora tenemos que hacer otras labores, más útiles.
—¿Cómo consiguen aquí ese mármol níveo?
Es radiante, despide luz.
—Explicárselo de manera terrenal es imposible.
Puede palpar la estatua y sentir que es de mármol, pero es tan radiante como lo que el ser posee de fuerza del amor, como la esfera en que viva.
En todo está la vida sagrada de Dios, y debido a que es vida, emitirá y tiene que emitir su luz interior.
Usted vio en la tierra y en las tinieblas templos y edificios, pero en las tinieblas todo se erige en un estado animal.
Lo que allí lleva a cabo el hombre irradia una luz destellante de un color rojo óxido.
Su vida y su irradiación es salvaje.
Pero a medida que usted se eleve más, más hermosos serán el arte, el hombre, la naturaleza, las casas, los edificios y los templos.
—Es imponente, maestro.
—Todo, como ya lo vivió en la tierra, viene de este lado.
Los maestros a los que se le concedió asistir en la tierra descendieron de la segunda y tercera esfera para dar allí al hombre lo más elevado.
Su Marianne está por tanto radiante porque usted se encuentra en esta sintonización.
Pero no solo usted, sino que ella también entrará aquí cuando muera.
De otra manera no sería posible darle un lugar a su efigie en su morada.
Aquí nos rodean todos nuestros seres queridos.
Cuando todavía viven en la tierra y de este lado ya están el marido o la mujer, la hermana o el hermano, o el hijo, entonces embellecemos su morada y la preparamos para quienes vayan a venir.
Pero cuando a uno de ellos le esperan las tinieblas, entonces ya sentirá que pasarán años antes de que esto se pueda conseguir.
Por eso ustedes son uno y seguirán siéndolo por los siglos.
—¿Ya sabe usted si ella está en la tierra?
—No, aún se encuentra en el mundo de lo inconsciente.
—¿Tanto tarda en establecerse la conexión con la tierra? Quiero decir: ¿no es posible que sea antes?
—Depende de la vida interior del ser humano.
Pueden transcurrir siglos antes de que tenga lugar el regreso.
—¿La veré allí, maestro?
—La verá.
La visitaremos, cuando haya llegado el momento.
Todo eso pertenece a mi tarea y cuando usted haya aceptado su esfera, y haya tomado posesión de ella, empezaremos con nuestro trabajo más importante.
Pero primero, como ya dije, daremos paseos; porque hay mucho que tendré que aclararle.
—¿Vive usted en la quinta esfera, maestro’?
—Sí, Lantos.
—¿Y usted viene a mí?
—De aquí parte nuestro trabajo.
Quien lo acompañó hasta aquí ya le habló de ello.
—¿Vuelve el maestro a esa esfera?
—No, tiene que cumplir una misión en la tierra, así que recibe otro cometido.
—¿Nace allí?
—No, su ciclo concluyó (—contestó).
Me quedé contemplando el ir y venir de los pájaros.
Se posaron cerca de donde estaba yo y me mimaban sentándose encima de mis hombros.

—Vienen a visitarlo sus amigos los animales.
Sienten el amor del ser humano que vive aquí.
Todo aquel que entra aquí procedente de la tierra o las tinieblas, es recibido y saludado por la vida.
No hallé palabras para este gran acontecimiento.
‘Qué alejado se encuentra el ser humano en la tierra de toda esta belleza’, pensé.

—Venga, ahora vamos a dar un paseo (—dijo).
Salí junto a mi maestro.
Por donde mirara veía gente, en todas partes.
Qué imponente es esta vida.
Me quedé en silencio de lo feliz que me sentía al ver todos esos hermosos templos y edificios.
Arte por doquier, erigido en un estilo incomparable.
Hicimos una visita al templo de las artes plásticas.
No puedo describir lo asombrado que estaba por ver un arte tan hermoso en la vida después de la muerte.
No se me habría ocurrido en la tierra, y aceptarla, aún menos.
Vi esculturas desconocidas en la tierra.
Me quedé mirando a los maestros en silencio, pensativo.
Había hombres y mujeres.
El hombre creaba milagros, inspirado por el amor de su alma.
También oí música y cánticos, y vi seres vestidos en preciosas túnicas.
Eran como ángeles.
Sin embargo, no me encontraba más que en la segunda esfera.
Uno siempre seguía elevándose y avanzado.
Cómo lo intuía.
Por este arte había que sentir respeto.
Me arrodillé y di gracias a mi Padre por todo lo que se me había dado.
Me quedé mucho tiempo sumido en mi oración.
Por fin pude liberarme.
Qué grandioso era lo que veía.
Me sonreía el amor de toda esta gente.
La mujer, eso lo sentía claramente, era quien animaba todo esto.
Esa animación era el amor.
Ay, si solo hubiera podido poseer esto en la tierra.
Pero también sentí que no era posible, porque hacía falta haber alcanzado esta sintonización espiritual.
En la tierra aún no estaba preparado y allí no habría sabido intuir este arte.
Vi imponentes grupos escultóricos.
Como artista todo esto me atraía enormemente.
Nos quedamos allí mucho tiempo; después volvimos a adentrarnos en la naturaleza.
Mirara por donde mirara veía amor y felicidad.
Todo lo que percibía era celestial.
Seguimos caminando durante horas, todo me sonreía y mi interior estaba abierto a todas estas cosas inmaculadas.
A través de mi maestro viví este acontecimiento, grande e imponente.
Después volví a hacer preguntas.

—¿Tiene final cada esfera, maestro?
—Si, hermano Lantos, hay un final.
¿No desea entrar a la tercera y cuarta esfera?
—Sí, sí que quiero.
—Pues bien, cuando le sea posible entrar en ellas y pueda llamarlas sus posesiones, algún día todas esas esferas situadas bajo la primera sintonización espiritual feliz se disolverán.
Solo entonces se sentirá espiritualmente feliz.
—¿Puedo entrar ya a la tercera esfera?
—No, no es posible, y sin embargo todas esas esferas están enlazadas y comunicadas entre ellas.
—Así que puedo seguir avanzando, siempre más y más, ¿y sin embargo no entraría en una esfera más elevada?
—Así es.
Usted ya lo vivió en las tinieblas, cuando quiso seguir a esas sombras.
—¿Está usted al corriente de eso, maestro?
—Pero si le seguí en todo.
‘Qué asombroso’, pensé, ‘qué grandes son las fuerzas de estos seres’.

—¿Puedo planear también aquí?
—Puede hacerlo, pero todavía tendrá que aprenderlo en su propia esfera.
¿Por qué no lo intenta?
Me sintonicé, pero no pude desplazarme.
Pregunté:

—¿Y esto?
—Está claro.
No puede elevarse más allá de las fuerzas que haya en usted.
—Pero ¿no estoy sintiendo claramente otra esfera?
—Eso sí es posible, porque está sintiendo cada vez más profundamente, y eso significa que ya entró en comunicación con una esfera más elevada.
Aun así, tendrá que asimilar estas últimas fuerzas, y solo entonces podrá desplazarse en su propia esfera.
—¿De modo que puedo ir a donde quiera, pero no elevarme más?
—Así es, como en las tinieblas.
Entendí.

—Si lo siento bien, me imagino cada esfera como el universo; ¿está bien la comparación?
—Lo siente muy bien.
Una esfera es como el universo.
Su morada, la esfera en la que vive y usted mismo tienen una sintonización cósmica.
—¿Cuántas sintonizaciones existen en el universo?
—Siete.
—¿A cuál de ellas pertenece la tierra?
—Al tercer grado cósmico.
—¿Venimos del primer grado?
—Sí.
—¿Cuántas veces estuvimos allí antes de hacer la transición al segundo grado?
—Es algo que no se puede determinar, sino hasta que poseamos esa esfera en nuestro interior.
—Ahora siento que me entra el tercer grado, ¿es porque he terminado mi ciclo?
—Exactamente, Lantos, así es.
—¿Es todo esto cósmico?
—Todo esto tiene un significado cósmico.
El hombre en la tierra —usted ya lo vivió— tiene una sintonización material, espiritual y cósmica.
Pero ya en la tierra yace en él, muy hondo, ese grado cósmico, es decir, tiene sintonización con Dios y puede volver a su Padre.
Si no estuviera en él, entonces el hombre viviría eternamente, allí y en esta vida, pero no podríamos avanzar ni elevarnos.
—Pero entonces, ¿dónde se encuentra el cuarto grado de la vida cósmica?
¿Es un planeta?
—Sí.
El cuarto grado de la mentalidad cósmica es un planeta, que es centenares de veces más grande que la tierra.
Este también ocupa su sitio en el universo, igual que muchos otros.
—¿Hay gente viviendo allí?
—Sí, pero han avanzado más que nosotros, así que también en lo espiritual.
—¿Allí ya no matan?
—No.
¿Usted todavía sería capaz de matar?
—No, me es imposible, eso ya no.
—Así ya ve que el hombre avanza siempre más, al menos la vida, para asimilar lo más elevado, es decir, el amor divino.
—Cuando allí muere el hombre, ¿a dónde va entonces el alma?
—El hombre que fallece en ese planeta se va a la tierra del otro lado, o sea aquí.
—¿Aquí, dice?
—Sí, Lantos, aquí, nos son invisibles.
—¿Y los más elevados también?
—Exacto, también el hombre divino.
Ya siente que el alma o la vida que es el hombre vive entre la esfera preanimal y la divina.
Hay en el universo siete grados de mentalidad y nosotros nos encontramos en el tercero.
Pero todos los hombres que viven en la tierra, toda esa vida, y también nosotros que ya depusimos nuestro cuerpo material, nos encontramos en en el tercer grado cósmico, hasta la última y más elevada esfera, que es la séptima.
—¿Para usted tampoco es visible ese cuarto grado cósmico?
—No, tampoco para mí.
Pero los maestros que llegaron hasta las regiones mentales ya tienen conexión con la cuarta mentalidad.
Igual que usted tiene conexión con la tercera esfera, sintiéndola en su interior, y con la que ya desde aquí puede sintonizar, ellos pueden conectarse con ese grado y sienten la vida que vive en él.
—Es casi incomprensible, maestro, pero qué profundo es todo.
—Mire, allí, delante de usted.
Miré hacia donde me señalaba el maestro, pero no sabía lo que quería decir.
Quise preguntárselo, pero me asusté al ver que había desaparecido.
¿Qué significaba esto?
Pero en el mismo instante oí decir:

—¿Me oye, Lantos?
—Sí, maestro —dije.
—Pues bien, ahora soy invisible para usted y del mismo modo a mí me son invisibles las esferas más elevadas que se encuentran por encima de la mía.
De este modo, para todos nosotros son invisibles la cuarta, quinta, sexta y séptima mentalidad cósmica que es la vida cósmica, y todos esos problemas y milagros solo se resolverán cuando hayamos llegado a ese estadio de desarrollo.
Incidí en usted cuando vivía en la tierra.
Allí lo conecté con el pasado.
Así que me resultaba posible mostrarme en su celda.
En todos esos otros estados le hice sentir la vida, y también incidí en usted cuando conectó al monje y a esa mujer infeliz.
Le ayudé en todos sus trabajos, es decir, desde mi propia esfera.
Conservé mi conexión y lo conecté con su propio hijo.
Allá donde fuera usted y siempre que necesitaba ayuda y se la pedía al Padre Omnipoderoso, se la daban los maestros.
Ya ve, mi Lantos, que el hombre siempre es uno, y que seguirá siéndolo cuando él mismo quiera la conexión.
También verá y sentirá que ningún milagro podrá resolverse antes de que el hombre haya entrado en ese estadio de desarrollo.
Cuando vivía usted en el infierno, no pude convencerlo respecto a un Padre de Amor, pero ahora, habiendo constatado que hay un ir hacia lo más elevado, podrá aceptarlo todo e inclinará la cabeza.
Me retiré para prepararlo para milagros aún más grandes, que vivirá más tarde.
Puedo conectarme con usted, hablar con usted, y aun así le soy invisible, aunque sea la realidad.
Así, los que se llaman los despertados al cosmos podrán y deberán ver más que nosotros de la continuación más elevada, y así es posible que nos conecten con el milagro más elevado.
Ese es el ciclo del alma, la reencarnación, el volver a nacer en la tierra.
Vivirá este milagro, es decir, a través de los maestros cósmicos.
Le hablo desde la tercera esfera y ahora volveré a usted.
Atención, Lantos.
Entonces vi cómo se me acercó una tenue emanación, y cuando la tuve a una decena de pasos, se hizo más densa, igual que en mi celda, y vi claramente a mi maestro.
El proceso se desarrolló gradualmente, hasta que aceptó su estado anterior, en el que vivía yo.
—Es asombroso, maestro.
—Puede hacerse suyos estos milagros.
Muchos de esos milagros ya están en usted, y sin embargo siempre vuelve a ser milagroso cuando uno lo percibe.
Ya puede hacerse invisible para varias esferas.
De modo que le habrá quedado claro que no podemos percibir la cuarta mentalidad cósmica.
Pero todos esos seres viven en nosotros, y en torno a nosotros, y nos incitarán también a nosotros a seguirlos.
Así que Dios no solo creó la tierra, tal como pensaba usted en la tierra.
Hay muchos planetas en los que viven seres humanos, y toda esa vida es Dios.
A mí se me ha encargado, ya se lo dije, convencer al hombre en la tierra de nuestra vida y de su propio ciclo.
Puede contar todo esto a la tierra, le ayudará otro maestro.
A través de un instrumento terrenal contará usted entonces todo sobre su vida, lo que haya vivido de su nacimiento y muerte en la tierra, pero también sobre lo que aún vivirá.
Esa es mi tarea, y la suya, hermano Lantos.
—Esa es una gran gracia, maestro.
¿A qué la debo?
—Usted es parte mía, como ya dije, pero su vida tiene diversos aspectos.
Allí están todas sus preguntas respecto al “por qué y para qué” que ya vivió, después su transición y entrada especial en este mundo, pero sobre todo porque cósmicamente es posible.
Todo eso guarda relación con la tierra, porque el hombre se encuentra en un estadio espiritual, y porque se avecina el siglo del progreso espiritual.
Eso todavía no se nota en la tierra, pero aun así está determinado.
Concluyó el siglo del arte, ahora la vida en la tierra recibe alimento espiritual, y allí conocerán a su verdadero Dios.
Hay miles que están de camino junto a nosotros, intentamos establecer conexiones en todos los rincones de la tierra.
Quien en la tierra se abra a una vida más elevada recibirá alimento espiritual.
Desde nuestro lado intentamos convencerlos de nuestra vida, de un eterno avanzar, de amor y felicidad, de su ciclo de la tierra, de leyes y problemas y milagros.
Dije que miles, no: millones ya se encuentran en la tierra, y todos nosotros hacemos un solo trabajo, sentimos un solo amor, no conocemos más que a un solo Dios y nos entregamos de lleno a las personas, que son nuestras hermanas y hermanos.
Usted ha sido elegido en verdad, y eso lo somos todos, para hacer este trabajo en la tierra y poder contar nuestra felicidad.
Pero a eso se añade todavía su conexión con Marianne, su alma gemela, y que en la tierra la verá a ella y a Roni, así como a sus padres.
Todo esto dará fuerza al hombre para prepararse para este gran amor.
Es una enorme gracia poder hacer esto para los maestros, que esto no se le olvide nunca.
Ahora ya estamos trabajando, porque su entrada, su despertar y todos los paseos que vayamos a hacer, sus propios pensamientos y vivencias pertenecen a este trabajo.
Nada de ello se echará a perder.
Todo lo podrá contar en la tierra, pero de forma concisa.
—¿Tengo suficiente fuerza para poder hacerlo, maestro?
¿Podré describir todo esto con palabras?
—Ya le dije que se le ayudará, también esto le supondrá un milagro.
—¿Cómo debo darle las gracias, maestro?
—No debe darme las gracias, agradezca a Dios esta gracia.
Ahora proseguiremos y solo le aclararé lo que tenga que ver con nuestra misión.
Así que me atengo a un plan fijo.
Sobre la eternidad podría escribir libros enteros, pero no es esa la intención.
¡Mire allí!
Aquí delante tiene el templo de la música y allí es donde entraremos.
Entré a un precioso edificio y me quedé en silencio cuando oí esta música.
¡Qué poderosa era, qué celestial, qué divina!
Me senté y escuché con atención.
Qué asombroso, aún después de la muerte: música, pintura y artes plásticas, flores, árboles, pájaros y miles, no: millones de otras cosas que hacen feliz al hombre.
Lo que oía era una sinfonía de la vida, como me decía el maestro.
Aquí es donde se interpreta la vida.
Se empieza en la tierra, e interpretando todos esos estados vitales se obtiene este conjunto.
En ello sentía amor, soledad, meditación, fe, oración, confianza, pasión, destrucción y muchos otros rasgos que posee el hombre.
Todo esto hay que vivirlo si uno quiere poder percibir su hondura y sacralidad.
Nos quedamos un buen rato junto a los maestros de la música, después continuamos.
Todo esto lo vive todo aquel que entre a las esferas de luz.
Todo ser humano, todo lo que vive en la tierra lo recibirá.
Pasaron semanas y meses, no, años hasta que regresé a mi morada espiritual.
Fue ahora cuando tomé posesión de mi propia esfera.
Ahora sabía hasta dónde podía ir y que no era necesario intentar entrar a la tercera esfera.
También aquí había una fuerza invisible que me detenía en seco.
Se me paraban los pies en el límite de la tercera esfera y lo que tocaba era obedecer.
Así es como nuestro propio interior nos asigna un lugar, a saber, el lugar que nos corresponde.
No podía avanzar ni un paso más allá de la fuerza interior que poseyera, y es el amor que el hombre siente y posee por la vida que vive en todo.
Cuando entré a mi morada espiritual volví a ver todo de otra manera.
Me senté a los pies de Marianne para meditar.
Mi maestro regresó a su propia esfera.
Todo lo que se me había comunicado lo sentí, y muy en profundidad.
Me esperaba una gran tarea e iba a prepararme.
Mucho me quedaba por aprender, pero algún día vería a mi Marianne, y de este lado continuaríamos tomados de la mano, hacia las esferas divinas.
Dios creaba al hombre y en él había el bien y el mal.
El hombre tenía que intentar despojarse de esos rasgos malos y nocivos y transformarlos en buenos.
Eso era evolucionar, eso era ir más allá y más alto, eso eran las sintonizaciones y mentalidades.
Ahora lo entendía, porque lo sentía en mí.
¡Cómo encajaba todo!
Tenía yo una edad de miles de años, quizá de millones.
Estuve meditando largo tiempo, y cuando terminé pensé en mi maestro.
No tardó en entrar a mi morada.
—¿Está listo y me llamó, Lantos?
—Pensé muy intensamente en usted, maestro.
—Pensar así hace que se conecte conmigo.
Capté esos pensamientos.
Ya lo ve, siempre conexiones, hacer la transición a otras fuerzas.
Los hombres son uno, porque son vida y porque tienen significado.