Puse fin a mi vida y la entrada en el mundo espiritual

Todo lo que aquí vivía era emocional, pero ahora sí que estaba empezando a desear mucho la muerte.
Todos mis deseos habían dado paso a ese único pensamiento: la muerte.
Roni era más feliz que yo; ojalá me hubiera aplastado el cráneo a mí, en lugar de yo a él, porque este sufrimiento era insoportable.
El día estaba terminando y se acercaba la noche.
Quería intentar dormir un poco.
El viento volvió a silbar contra el postigo, pero eso ya no me daba miedo, me había acostumbrado.
Ya solo deseaba poder morir, nada más.
Por dentro me sentía un poco más tranquilo, pero aun así no pude conciliar el sueño, por lo que sin querer empecé a mirar de nuevo a mi alrededor.
Sí, allí estaba viendo otra vez algo que se movía, así que estaban por llegar.
En mucho tiempo no las había vuelto a ver.
De modo que no me había imaginado cosas.
Seguía sin saber si eran seres humanos o animales.
Seguí todos sus movimientos y me asombró que hubiera dejado de sentir el miedo de antes.
Fueron adquiriendo más nitidez, pero seguían envueltas como en una emanación.
Las seguí en todo.
‘Ciertamente’, pensé, ‘son seres humanos’.
Pero ¿de dónde vienen estas personas?
Ahora escuchaba un sonido susurrante e intenté captar su significado.
Pero era demasiado tenue.
De improviso pregunté:

—¿Son personas?
¿Son seres vivos?
Me quedé esperando, pero no oía nada, aunque había cada vez más vida a mi alrededor.
De forma inesperada sentí que me brotaba algo incomprensible.
Era como si me estuvieran hablando.
Volví a preguntar si había seres humanos.
Otra vez oí voces, pero no las entendía y pregunté:

—¿Realmente es usted una persona?
De pronto oí decir muy claramente:

—Igual que usted.
¿Cómo yo?
Pero si eso no era posible.
Yo estaba aquí encerrado y solo.
Pregunté:

—Entonces, ¿qué fuerzas tiene usted?
—Las suyas. —Oí que se dijo.
—¿Las mías? —repetí.
—Las suyas —Volví a oír.
—¿Es usted un ser humano o un animal? —pregunté.
—Un ser humano, como usted.
—Y, ¿dónde vive?
—Aquí, cerca de usted, alrededor de usted y dentro de usted.
No entendía nada.
¿Dentro de mí?
¿Estaba conectado con un mundo invisible? ¿Con el más allá?
¿Sí existiría entonces la pervivencia?
Volví a preguntar:

—¿Ha muerto usted?
—No —oí—, porque vivimos.
Ahora seguía sin saber nada.
Junto a mí, vi diversos seres.
Podía percibir sus cuerpos y vi que eran seres humanos.
De modo que decían la verdad.
Me miraban y me sonreían.
Repetí la pregunta, pero no obtuve respuesta.
Entonces pregunté:

—¿Son de la tierra?
—Sí —oí que dijeron—, pero en otro mundo.
Entre la tierra y el más allá.
Tampoco comprendí nada de eso.
Me pareció que me estaban tomando el pelo, ¿o era algo que estaba sugestionándome yo mismo?
Pero en el mismo instante oí decir:

—Digo la verdad, ¿o es que no nos está viendo?
—Sí, los veo.
—Pues acérquese a nosotros. —Oí que se dijo, lo que me estremeció sin querer.
—¿A ustedes? —pregunté.
—Aquí no sufrirá ningún tormento.
Aquí hay vida y puede divertirse.
Esto me ofuscó, porque sabían lo que yo ansiaba.
Entonces tenían que ser personas, porque pensaban como yo.
Pero ¿por qué no daban una respuesta directa a mi pregunta de si habían muerto en la tierra?

—¿Han muerto? —pregunté.
Entonces me pareció oír unas risotadas diabólicas.
¿Eran diablos?—.
¿Me dicen quiénes son? —volví a preguntar.
—Imposible. —Oí.
—¿Por qué? —pregunté, y oí:

—¿Usted le dice a todo el mundo quién es?
Esa respuesta era clara, así solo sabían hablar y pensar los seres humanos.
Después pregunté:

—¿Saben pensar como yo?
—Igual que usted.
Durante bastante tiempo ya no oí nada, pero los veía claramente.
Primero quería asimilar esto, porque seguía sin entender nada.
Aun así, hice varias preguntas más, pero ya sin obtener respuesta.
Fue pasando la noche y se acercaba el día, pero aún no había averiguado la verdad.
Durante todo el día me quedé dándole vueltas, deseando que llegara la oscuridad, porque vivía cosas de las que no había oído en la vida.
Una cosa me había quedado clara: eran terribles esos seres.
Eran siluetas, seres humanos, pero más bien diablos.
De día, cuando había luz, no los veía ni los oía nunca.
Por lo visto no soportaban la luz del día.
Sin embargo, suspiraba por que llegara la noche, porque me despojaba de mis otros sentimientos, de mi dolor, hambre, sed y deseos.
Ahora eran los días los que se me hacían años.
Ya no sabía cuánto tiempo llevaba aquí.
Pero por las estaciones, cuando el calor daba paso al frío, sabía que había transcurrido otro año más.
Seguía sin entender cómo era capaz de resistir mi pobre cuerpo.
El frío casi me congelaba y el verano a veces me asfixiaba.
Pero ninguna de las dos cosas ocurría, seguía vivo, por miserable que estuviera.
Podía distinguir todos esos diferentes sentimientos que me habían atravesado.
Lo que más me había hecho sufrir eran todos aquellos sentimientos de temor, al igual que mis deseos.
Ahora se avecinaba una nueva ocupación y con ella me divertiría, la deseaba, de modo que ahora se me hacían eternos los días.
Quizá solo ahora descubriría la verdad y se resolverían numerosos misterios.
Todo cambiaría en mí, con tal de que primero supiera todo de sus vidas.
Por fuera ya no hacía falta que cambiara.
Si me presentara ante mis amigos tal como era ahora, ya no me reconocerían.
Tenía una larga barba y el pelo me había crecido hasta los hombros, blanco como la nieve.
Tenía aspecto de sabio, como un ser humano honorable, y sin embargo era un asesino.
Por dentro y por fuera había sufrido un gran cambio.
Como de costumbre me senté en mi rinconcito y me quedé esperando la noche.
Según iba oscureciendo iba viendo cómo se acercaban.
Todavía estaban envueltos en una emanación, pero ya sabía cuándo podría hablarles para que me respondieran.
A su alrededor vi ahora una luz rojiza, pero atravesada de destellos verdes, e involuntariamente tuve que pensar en una calamidad inminente que se me venía encima con ellos.
Pero cuando se acercaron más ya solo pensé en mí mismo y en las preguntas que podría hacerles.
¿Lo veía bien?
Sin duda, estaba viendo a una mujer.
¿De dónde venía?

—¿Hay mujeres aquí? —pregunté.

Ninguna respuesta.
Pero había visto claramente los contornos femeninos, eso lo ve un artista.
El ojo de un artista ve mejor que el de un ser humano corriente.
Volví a ver mujeres, no una, sino decenas.
Veía como se movían sus cuerpos, elevándose y descendiendo, como si estuvieran haciendo un juego, al igual que harían miles de mosquitos.
Planeaban con garbo hacia arriba, pasándome de cerca.
Eran tangibles, pero no me atrevía a moverme.
¿Estaba soñando o estaba despierto?
Me palpé, di un puñetazo contra la pared, me pellizqué las escuálidas mejillas y comprobé que estaba despierto.
Sí, eran mujeres, ahora las veía claramente.
Intenté oírlas y vi que estaban abrazándose.
Era extraño, pero estaba muy tranquilo, observando.
De pronto oí una voz que no tardé en reconocer, y al mismo tiempo me quedé convencido de estar oyéndola en mi interior.
—¿Quiere hacer preguntas? —Oí decir.
—Ah —respondí—, por favor, desde luego.
—Y pregunté—: ¿Lo veo bien? ¿Son mujeres?
—Lo está viendo bien —dijo la voz, y me sentí feliz.
—Dígame, ¿de dónde vienen estas mujeres?
—De la tierra —dijo la voz.
Me pareció una respuesta clara.
Después oí decir:

—¿Me ve?
—No —dije—, todavía no. —Pero me di cuenta de que algo se hacía más denso muy cerca de mí—.
Sí, ahora la veo —exclamé muy contento.
Me miraban unos ojos que irradiaban una luz verde y que me observaban de forma penetrante.
Después oí decir:

—¿Soy un ser humano?
—Sí, usted es como yo, un ser humano, le doy gracias.

Después se retiró y pregunté:

—¿Hay diversión allí?
—Aquí hay de todo.
Vivimos como queremos nosotras mismas.
—Fenomenal —dije.
La conversación despegó, iba como por sí sola—.
¿Qué debo hacer para llegar hasta ustedes?
Entonces oí muy claramente:

—Ponga fin a su vida, no se quede en el calabozo, venga con nosotras.
—¿Lo dice en serio? —pregunté.
—Sí, sí, lo digo en serio.
—Pero, dígame primero: ¿ha muerto usted?
El ser parecía tener que pensárselo y después de un rato oí:

—Todos hemos muerto.
—Vaya —dije, y añadí—:
O sea, ¿existe el más allá?
—Algo así.
—¿Así que no hay muerte?
—No. —Oí que se dijo, pero me sonó duro.
—Qué gloria —dije—, ¿de modo que viven al otro lado de la tumba?
—Sí. —Oí, pero la respuesta había tardado en llegar.
—¿Hay algo que nos esté molestando?
—Sí —dijo la voz.
—Ya me parecía —dije—.
Pero ¿viven en el infierno?
—No —dijo—, aquí se está en la gloria.
Entonces oí risas, pero no entendí por qué la pregunta les producía risa; es que yo hablaba en serio.
—No se están riendo de usted —oí—, están divirtiéndose.
—¿Divirtiéndose? —repetí.
Y yo que me aburría como una ostra.
Allí estaban teniendo diversión, estaban juntas y yo siempre estaba solo.
Entonces oí decir mis pensamientos:

—¿Por qué no vienes donde nosotras?
—Lo meditaré a fondo —contesté.
Después pregunté aquello a lo que más vueltas estaba dando—: Dígame, querida amiga, ¿existe Dios allí?
—Oí unas tremendas risas y sentí que mi pregunta estaba mal planteada.
Sus risas me sonaban satánicas.
A pesar de ello, pregunté—: ¿Se están riendo de mí?
—No —dijo.
—¿Es que entonces conoce a un Dios?
—Yo no ni nadie de nosotras. —Oí que dijo.
Esa era una respuesta clara, tampoco conocían a Dios.

—Dígame, estimada amiga, pero responda claramente: ¿Es usted una maldita?
Escuché con atención y oí que dijo:

—Ninguna de nosotras sabe nada de eso.
—Así que allí, donde ustedes, ¿no existe la maldición?
—Aquí no.
Si era así, quería irme a ese mundo.

—Otra pregunta más, a la que me tiene que dar una respuesta clara.
—Pregunte cuanto quiera. —Oí.
—Gracias, muchas gracias.
¿Hay fuego ardiendo donde ustedes?
—¿Fuego, dice?
—Sí, fuego.
¿No hay fuego ardiendo en el infierno?
—Aquí no hay fuego.
‘¿Eso tampoco?
¿Será entonces que los clérigos en la tierra están dementes, o lo estoy yo?’, pensé.
—Están dementes —oí que dijo, y repitió—: Aquí no hay fuego.
—Qué feliz me hace usted, querida amiga, qué feliz me siento.

Se me escapó un profundo suspiro.
Si eso era así, podía volver a sentir amor por Dios.
Me quedé pensando un largo rato, sin que me dijera nada, como si supiera que tenía que hacerlo.
Después de mucho tiempo pregunté:

—¿Es que todos aquellos clérigos, y eso que hay muchos, están mal informados?
—Sí —oí—, debe de ser así.
—¿Y el Santo Padre?
—Él también.
—Qué terrible —dije.
Entonces se estaba engañando a millones de personas.
Si no lo sabían ellos, entonces, ¿quién?
¿No eran los representantes de Dios?
Ay, qué Dios tan incomprensible.
Todos esos sabios, que conocían a Dios, iban mal encaminados, no sabían nada de Dios, como yo.
Quedé muy agradecido a mi amiga, pero el problema iba complicándose cada vez más, ahora ya sí que no entendía nada.
¡Qué misterio!
—Ven con nosotros —lo oí decir—, y su pena y dolor habrán terminado.
Todo quedará anulado, venga, venga rápido, queda poco tiempo.
—¿Estaré con ustedes?
—No lo dude.
—¿Existen la noche y el día donde ustedes? —pregunté—.
¿No me ha oído? —volví a preguntar, porque la respuesta se estaba haciendo esperar.
—Sí, sí —dijo después de un rato—, pero no se lo puedo explicar.
—Pero ¿tan difícil es mi pregunta?
—Eso no, pero no se olvide de que estamos en otro mundo.
Era cierto y se me había olvidado.
Aun así, se me hacía extraño.
Mi pregunta no era profunda, sino humana.
Incluso los niños más pequeños conocían el día y la noche.
¿Será tan incomprensible ese mundo?
Debía de ser así, porque nadie en la tierra sabía nada de aquello, ni siquiera los clérigos más altos, como decían.
—Dígame —le dije—, ¿tienen suficiente comida y bebida?
—Tenemos todo lo que se le antoje.
—Qué felices son allí, yo no tengo nada de nada.
—Venga, pues, y no espere más.
Ahora volví a preguntar:

—¿Así que sí murieron?
—Sí —dijo.
—Gracias, ahora me ha quedado claro.
¿En la tierra?
—En la tierra. —Oí.
—¿Puede contarme más cosas?
—Solo lo que me pregunte.
Me quedé pensativo, pero no se me ocurrieron preguntas.
Sin embargo, tenía miles en mí.
Después de un tiempo volví a preguntarle:

—¿Sabe que estoy esperando aquí mi muerte?
—Sí —oí—, ya me lo ha dicho.
Igual hasta me volvía loco, porque mezclaba todo.

—¿De modo que está muerto y vive? —pregunté, y me alegró mi aguda pregunta.
—Sí —oí—, estamos muertos y vivimos.
Ahora ya sabía lo que tenía que saber.
O sea, no había muerte.
Vivían en otro mundo y yo entraría en él.
Entonces la muerte era una cosa gloriosa y no había razones para que tuviera miedo.
Pregunté:

—¿Usted también puso fin a esta vida terrenal?
—Yo no, pero muchos aquí, sí.
—Qué gloria, iré pronto, pero primero tengo que meditarlo bien —dije.
Me parecía un gran paso, pero así me libraría de toda la miseria.
—¿Qué piensa hacer? —Volví a oír.
—Primero pensaré y se lo diré mañana por la noche.
Después oí algo parecido a un gruñido, pero pensé que no sería para mí y que lo que me había llegado lo habría hecho algún tipo de ser.
A continuación oí:

—Le recomiendo que se decida pronto, no queda tiempo.
Era la segunda vez que se me decía esto, y respondí:

—Me daré prisa.
—Bien —oí—, muy bien, porque todavía posee las fuerzas para hacerlo.
Después su cuerpo famélico ya no lo podrá hacer.
—Claro, no había pensado en eso —dije.
Tenía razón, pronto ya no tendría esas fuerzas.
Le di las gracias, pero aún me apresuré a hacerle otra pregunta, porque ya estaba empezando a clarear:

—¿Están ayudando a otros presos aquí?
—Sí, a otro más.
—¿Y los demás? —pregunté.
—Esos ni nos oyen ni nos ven.
—¿Así que soy un privilegiado?
—Lo es —contestó—.
Usted tiene dones —añadió.
Era cierto; qué respuesta tan clara.

—¿Sabe usted que soy artista? —pregunté todavía.
—Lo sé.
—¿Quién se lo ha dicho?
—Lo veo y lo siento.
—Fenomenal —dije—, conoce la naturaleza humana.
El otro al que están ayudando, ¿también tiene dones?
—No.
Usted es más sensible que él. —Oí decir.
Eso también lo entendí y me alegró.
Todavía oí:

—Ahora me voy, piénselo bien; hasta la noche.
—Hasta la noche, y muchas, muchas gracias —dije.
Los seres se disolvieron delante de mí, porque la noche estaba dando paso al día.
Ahora tenía muchos problemas para reflexionar.
¿Me decidiría a hacerlo?
Todo me parecía curioso.
Era muy interesante.
Lo que más me alegraba era que los clérigos de la tierra no supieran nada de todos estos problemas.
¡Cómo presumían de sus conocimientos!
¡Qué sabias eran todas esas personas!
Eran los elegidos y, sin embargo, no sabían nada de nada de esta vida.
Me sentía muy feliz y había olvidado todas mis miserias.
Estuve pensando durante todo el día.
Dios no maldecía, no había fuego, de modo que ya tenía la respuesta a dos grandes problemas.
Allí había comida y bebida, se vivía y cada uno podía ir donde quisiera.
No podía ser más hermoso.
Acabaría con mi vida, sin duda.
Pero ¿cómo lo haría?
¿Colgado de las rejas?
Era el único lugar que se prestaba a ello.
Lanzarme de cabeza contra la pared no era tan seguro.
Aquí no quería quedarme más tiempo, porque deseaba rodearme de gente, de fiestas, de comida y bebida, de amor y de felicidad.
Allí se juntaban hombres y mujeres, no podía ser más glorioso y todo me dejaba contento.
Aquí no poseía nada y podría pasar mucho tiempo todavía antes de morir.
No quería vivir de nuevo esas terribles noches que me habían tocado al comienzo, me volvería demente.
Ahora aún poseía las fuerzas, dentro de algún tiempo ya no, porque iba debilitándome.
¿Tendría que estar tumbado aquí, enfermo?
No, estaba determinado a acabar con mi vida, y ya deseaba que fuera de noche para poder decírselo.
No me apetecía nada que todos esos bichos me fueran comiendo.
¿Estaba Roni también en ese mundo?
Entonces no lo habría matado, sino que solo le habría quitado su vida terrenal.
Me embargó una sensación de alivio.
Así que Roni vivía y sabía ahora más que yo; incluso volvería a verlo.
¡Y también a Marianne!
Entonces seguiríamos juntos, tomados de la mano, y podríamos amarnos.
Oh, qué felicidad me esperaba allí.
Si ella ya estaba, tal vez la vería de inmediato.
Pero si todavía viviera, esperaría.
En cualquier caso, yo vivía, ella vivía, no había fuego y allí se desconocía la maldición.
Me esperaban muchas cosas hermosas.
Pronto podrían ir a enterrar mi cadáver.
Ya me gustaría ver sus caras.
Si me fuera posible escribir aquí, dejaría una sabrosa notita, agradeciéndoles todas las cosas de las que había podido disfrutar en todo este tiempo.
El sol estaba poniéndose y en breve sería de noche.
Pensé en todas las preguntas que me quedaban por hacer, quería estar preparado.
Tenía que intentar pensar de modo puro.
La pasada noche casi me había sido fatal.
Me había hecho un lío en la cabeza, pero aun así había recordado las principales preguntas.
Eran las preguntas por las que suspiraba mi alma entera.
Me senté como de costumbre y me quedé esperando.
Ya empezaba a ver movimiento a mi izquierda.
Enseguida hice una pregunta, pero no obtuve respuesta.
Tendría que esperar más.
Pero mirara donde mirara veía vida, en todas partes.
Emergían desde las profundidades, lo cual realmente era divertido.
De pronto oí decir:

—Buenas noches, amigo mío.
—Buenas noches —contesté—, me alegro de que hayan venido tan pronto.
¿Saben que es de noche? —pregunté.
—Se lo oí decir —contestó.
—¿Es que no lo sabe usted mismo?

Me quedé escuchando, sin oír nada.
Después, unos minutos más tarde, dijo:

—Qué tonterías.
—¿Qué tonterías? —repetí su frase.
Sí, me dije, es que son tonterías.
Como si no tuviera otras preguntas que hacer—.
Querido amigo mío, ¿me oye?
—Lo oigo y lo escucho.
—Gracias, y escúcheme bien ahora, le tengo que decir algo.
Voy a poner fin a mi vida.
—Muy bien, pero no tarde.
—¿Me ayudará?
—Sí —oí—, lo ayudaré.
—¿Me hará usted feliz?

Me asusté mucho, porque sonaron unas risotadas satánicas.
‘¿Serán diablos?’, me pregunté.
Por debajo de todas esas risotadas me pareció oír unos chillidos horribles.
¿Dónde los había escuchado ya?
Ah, sí, cuando murió Roni.
Se me había olvidado la pregunta que quería hacer.
—¿En qué está pensando, querido amigo? —Oí que dijo.
—¿Por qué se ríe de mi pregunta?
—¿Cómo se le ha ocurrido eso? No me reí.
—¿Es desconfianza mía?
—Sí —dijo—, esto no es asunto suyo.
—Entonces, ¿por qué se reían?
—Se divierten.
—Ah, eso cambia la cosa.

Ahora veía a muchos seres juntos que estaban alborozados.
Había algo que me repelía, que me daba asco, pero me lo quité de encima.
Sus intenciones para conmigo eran buenas y no debía ser ingrato.
Sin embargo, volví a sentir ese asco y me dio miedo.
Por eso le pregunté:

—¿Qué es lo que me está dando miedo, lo sabe?
Su respuesta fue tajante y oí:

—Su conciencia.
—¿Mi conciencia?

Pero tuve que asentir, el hombre decía la verdad.
Yo era un asesino, había matado.
—¿Tiene alguna pregunta más?
Me quedé pensando, pero no se me ocurrió ninguna más.
—Tengo poco tiempo. —Oí.
—Vaya, qué lástima.

—Lo ayudaré.
—Muy bien —dije—, qué gloria.
—¿Así que mañana?
—Mañana —dije.
Sí, mañana lo haría.
Me fui quedando aturdido, su mundo se me iba volviendo invisible y me quedé dormido.
Ya era de día cuando me desperté, me sentía gloriosamente descansado.
‘Eso es algo que ellos me han dado’, pensé.
Me sentía fuerte y enseguida me dispondría a irme de aquí.
Dejé de lado los alimentos que me trajeron como siempre.
Ahora ya no me hacían falta, recibiría otros, solo tenía que unirme a ellos.
No sometería mi cuerpo famélico a nuevas cargas, ya había sufrido lo suyo.
Me dirigí a mi pobre cuerpo y le dije que iba a recibir otros alimentos y muchas otras cosas, pero de repente me quedé trabado en el razonamiento.
Cuando este cuerpo muriera, ya no le harían falta alimentos, ¿no?
¿Qué problema me estaba surgiendo?
Mis pensamientos eran curiosos.
¡Que no se me hubiera ocurrido antes!
¿De dónde venían esos pensamientos tan repentinamente?
Empecé a sentirme mareado.
Se me fue nublando la vista.
¿Me estaría quedando ciego?
Me incorporé de un salto y me puse a andar de un lado para otro.
Poco a poco fui recuperando la vista.
Iba quedándome débil, muy débil, se estaba agotando el tiempo para poner fin a mi vida.
En breve prepararía todo.
Con la paja haría un palo largo para fijar una cuerda detrás de las rejas.
Pero me faltaba la cuerda.
Pues entonces rasgaría la manta.
Me puse a trabajar tranquilamente en el palo de paja, pero me quedé pensando en ese problema, en el de morir y los alimentos, porque no entendía bien su significado.
Ah, por qué no habría pensado en eso antes.
El espíritu, claro, ya no necesitaba alimentos.
Aunque tampoco de eso sabía nada, no me sonaba de nada, pero suponía que así sería.
¡El espíritu, el espíritu!, repetí.
—El espíritu. —Oí decir de pronto en mi interior.
¿Quién me hablaba?
Se estaba hablando en mi interior.

—El espíritu vive, el espíritu sigue viviendo.

Me entró miedo, esto me estaba ofuscando, ya no era yo mismo.
Maldije mis propios pensamientos.
Locuras, nada más que locuras.
Tenía que apresurarme, ya me lo había advertido.
Rápido, Lantos, adelante, estás enloqueciendo, estás quedándote ciego y muchas más cosas.
Enseguida moriría, entonces ya no me haría falta pensar.
—En esto no, sino en otras miles de cosas. —Oí.
—¿Es usted? —pregunté—.
¿Puede llegar a mí de día?
Qué gloria.
Enseguida estoy —dije.
Até todos esos estrechos jirones, los até al extremo superior de mi palo de paja e intenté pasarlos por detrás de las rejas.
Mientras lo estaba intentando, me empezó a latir el corazón tan fuerte que pensé que me derrumbaría y que la muerte se haría cargo de mí por su propia cuenta.
Y ahora, ¿qué significaba esto?
Sentí que me atravesaba una fuerza que no era la mía.
Tuve que apoyarme en algo para no caerme.
También se me debilitó la vista, por lo que tuve que renunciar momentáneamente a mi plan para recuperar el aliento.
‘Solo falta que me quede ciego’, pensé.
‘Ya va siendo hora, ya basta de tanto hablar’.
Pero había pensado que sería más fácil.
Parecía que me estuvieran obstruyendo en lo que hacía y dejaba de hacer.
Mientras estaba allí descansando, de repente oí que tocaban a la puerta de la celda.
Eso nunca había pasado.
¿Estaban haciéndose corteses los guardianes?
Lo volví a oír.
‘Bueno, bueno, te quedarás loco de remate si no vas allí a la de ya’, pensé.
Pero primero tenía que recuperar un poco el aliento.
La vista se me iba debilitando cada vez más, porque veía lo que me rodeaba como envuelto en una emanación.
Pero empecé a ver movimiento en esa emanación.
¿Eran mis amigos?
La emanación se fue haciendo cada vez más densa, y ahora vi una aparición, que fue tomando cuerpo igual que lo habían hecho ellos siempre.
Solo que ahora veía luz, alrededor de este ser radiaba una intensa luz.
Pude ver con claridad sus formas.
La aparición tenía un hermoso rostro.
¿Qué es lo que me tocaría vivir esta vez?
Oí que me hablaban.
—Escuche, amigo mío, escuche, hermano.
—Su voz tenía otro sonido, jamás lo había escuchado—.
No ponga fin a su vida.
El sufrimiento que ya ha vivido no tiene ni punto de comparación con lo que recibirá entonces.
—¿Quién es usted? —pregunté.
—Soy un espíritu de la luz.
—¿Por qué no se acerca un poco más?
—No es posible.
Repito, vengo a avisarle.
—¿A mí?
—A usted.
Padecerá terribles sufrimientos y soledad, así que no ponga fin a su vida.
No puede destruir su vida, porque el espíritu sigue viviendo en la eternidad.
—¿Tiene conocimiento de una eternidad?
—Vivo en la eternidad, amigo mío.
—Ya lo sé —dije—, sus hermanos ya me lo dijeron.
—Son mis hermanos, pero diablos del infierno, que lo destruirán.
—¿Que me destruirán, dice?
—Observé el ser y pregunté—: ¿Ha venido para amargarme mis últimas horas?
—No, para ayudarlo.
Ya le hablé anteriormente, pero me repelió.
Soy el espíritu que le habló hace unos instantes, y quiero impedirle que se mate.
—¿Fue usted?
¿Ni siquiera me desea mi propia muerte?
¿Quiere mortificarme más tiempo?
—Guarde silencio, hermano —dijo, retomando la palabra—, estese un poco callado, tranquilícese.
Me estuvo observando y una poderosa corriente hizo que me tranquilizara.

—¿Qué desea? —pregunté.
—Piense, estimado hermano, que Dios le dio la vida.
Nuestro Padre que está en el cielo, el Padre que es suyo y mío, le dio la vida, y usted no puede destruir esta vida.
Es la voluntad de Dios que esto no suceda.
Dios es amor, hijo mío, nunca lo olvide.
Cuando haya cumplido su castigo, empezará otra vida.
Pensé: ‘Dios es amor. ¿Dios?’

—¿Quiere decirme que Dios es amor?
—No pude controlarme y empecé a reírme—.
¿Dios es amor?
¿Sabe usted cuánto he sufrido y suplicado? —dije—.
¿Sabe usted por qué estoy aquí?
¿Sabe usted, estimado amigo, cómo me han tratado?
¿Sabe usted que aquí me están devorando los bichos, que hay algo que me corroe por dentro y que esa soledad me está volviendo demente?
Me habla de soledad, pero ¿no cree que basta ya de estar solo aquí?
Le pregunto: ¿No me desea mi muerte, mi felicidad?
Allí sí que tendré felicidad, allí me espera comida y bebida.
Allí me esperan la diversión y amigos, mujeres, hombres.
Aquí sucumbo, física y mentalmente.
Largo de aquí, espíritu luminoso.
Váyase por donde ha venido, ya no escucharé más su voz consoladora.
Váyase, le digo, rápido.
Déjeme en paz, no me moleste en mi trabajo, déjeme hacer lo que quiero, no necesito sus consejos, ni ahora ni nunca, ¡váyase, ya!
—Cómo me enfurecía este ser humano—.
Usted es diabólico.
Un clérigo de la tierra.
¿No será que lo envía su amo?
—Pensé morirme de la risa cuando se me ocurrieron estos pensamientos.
Mis amigos ya me lo habían contado, y comprendí.
Tenía delante de mí a uno de esos seres—.
¡Regrese de donde vino! —dije.
Allí seguía y no me quitaba la mirada de encima—.
Si dispusiera de herramientas y piedra, lo representaría —dije.
Pero no se iba y sentí que me estaba entrando un enorme sosiego.
Era alguien curioso—.
¿No quiere marcharse? —pregunté.

—Una cosa más, amigo mío.
Ahora usted resulta inalcanzable, pero llegará el día en que necesite ayuda.
Cuando lo asalte la soledad, cuando el silencio lo entristezca, entonces es posible que necesite ayuda.
Si me resulta posible llegar a usted, lo ayudaré.
Invoque mi nombre, me llamo Emschor.
¿Me oye? Emschor.
Volveremos a vernos, algún día, algún día.
Se cree que estoy desvariando, pero todo esto lo vivirá.
La sed y el hambre lo atormentarán.
Usted maldice a Dios, pero maldice su propia vida.
Irá cada vez más lejos, porque esto no acaba.
Entrará en otra vida y será en la vida del espíritu, allí donde vivo yo.
Me voy, pero antes de hacerlo, querido amigo, quiero añadir lo siguiente: vine para ayudarlo, pero usted no quiere que se le ayude, no quiere ayuda.
También yo puse fin a mi vida terrenal, muchos siglos atrás.
Pensé que me destruiría, pero seguí viviendo y tuve que pagar por ello al otro lado de la tumba.
Por eso le digo: esta miseria no tiene ni punto de comparación con lo que le espera allí.
Sepa que soy un hermano y que le digo la verdad.
Adiós, hijo mío, piense lo que vaya a hacer.
Que Dios lo acompañe —dijo.
El espíritu desapareció ante mis ojos.
La emanación en la que había venido fue desvaneciéndose y volví a estar solo.
Había sido un acontecimiento curioso.
Tenía el palo de paja en las manos y me quedé sin palabras.
¿Dónde estaba?
Lo llamé por su nombre, esperé mucho tiempo, pero no oía nada.
Volví a llamarlo, sin respuesta.
¿Estaba volviéndome loco?
¿Me había acercado al punto en que perdería el juicio?

—Dónde está, si quiere ayudarme, venga entonces y dígame algo —grité.
No, no me llegó sonido alguno, nada, nada.
Aporreé la puerta, me palpé todo el cuerpo, di puñetazos contra la pared, recorrí la celda un par de veces, me hablé a mí mismo y regresé al lugar donde me sentaba.
Conservaba la cordura, porque sabía y entendía lo que hacía.
Y después, ¿qué?
¿Mis ojos?
¿Estaba quedándome ciego?
Solo serían imaginaciones mías, pues ¿por qué no lo veía ahora?
No hacía más que entretenerme.
Pondría fin a mi vida sin perder más tiempo, porque me estaba quedando ciego, ya no veía bien, así que había llegado la hora.
No quería volver a la soledad, quería ver a gente y verme rodeado de vida.
Aquí me ponía enfermo.
Aún conservaba las fuerzas para hacerlo; más tarde, ya ciego, sería demasiado tarde.
Me incorporé de un salto y levanté el palo.
Sí, ahora lo conseguí.
Tiré del cordel e hice una horca por donde meterme.
Miré a mi alrededor, pero no había ningún ser.
Primero probé si era bastante fuerte para aguantarme.
Sí, por fortuna aguantaba, pero me estremecía a cada acto.
Empecé a sentirme febril, me latía el corazón en la garganta y se me doblaban las rodillas.
¿Qué es lo que me tocaría vivir esta vez?
Sentía como que la sangre se me iba del cuerpo.
¿Es que era tan difícil morirse?
Ahora junté todas mis fuerzas, metí la cabeza y me dejé bajar.
El cordel me cortaba la carne, del pecho me salía un sonido ronco y sentía que me asfixiaba.
La cabeza me estallaba del esfuerzo, los ojos se me salían de las órbitas y el pecho se me henchía.
De repente pensé en Marianne.
Entonces mi vida terrenal se me fue pasando por el espíritu, como en un fogonazo, y sentí un acontecimiento horrible.
Sentía cómo iba desgarrándome, como si me estuvieran haciendo jirones.
Después hubo algo que me alzó y oí risotadas satánicas a mi alrededor que me estremecieron el alma.
Sonaron falsas y ruines.
¿Dónde estaba?
¿Vivía?
Oía hablar, pero lejos, muy lejos de mí.
Sin embargo, entendía cada palabra.
Oí:

—Ahora está usted aquí, con nosotros.
Verá vida, mucha vida, muchísima.
La vida animal le corroerá el alma.
¡Venganza!
Por fin llegó mi hora, la venganza es dulce, Lantos Dumonché.
La venganza es dulce, ¿entiende?
Ahora se separarán nuestros caminos.
Que sepa que una vez me torturó, me robó y me hundió.
¡Maldita sea su vida!
Malditos sean usted y los suyos.
Adiós, ha pagado su deuda.
¡Venganza!
¡Venganza!
¡Que se lo lleve el diablo!
¡Qué monstruo tan horroroso!

—Los gusanos encontrarán su morada en su alma.
A mí ya no me volverá a ver.
Venganza, venganza. —Oí muy lejos, y entonces se hizo el silencio.
¡Pero vivía!
¿Me encontraba donde los muertos?
¿Qué demonios le pasaba a ese ser?
Era la voz que siempre me había estado hablando.
¿Le había hecho algo malo?
¿Había sucumbido yo?
¿Aún vivía en la tierra?
Pero ¿dónde vivía?
Podía ver y oír y sin embargo me rodeaba la oscuridad.
¿Dónde están ahora todos esos seres?
Qué chocante, qué terrible.
¿Había muerto?
Apenas conseguía respirar.
Una tira me ceñía la garganta, tenía la cabeza tensada.
Miré a mi alrededor, ¿qué era eso?
A mi lado colgaba mi cuerpo material y vi que era yo mismo.
Mi cuerpo material colgaba allí de las rejas y yo colgaba junto a él.
Intenté apartarme, pero algo seguía sujetándome y volvía a tirarme hacia la vestidura material.
Aun así, quería alejarme de ese cadáver, pero había una fuerza superior a mí, y de golpe me vi arrojado de nuevo en mi cuerpo material.
Era horripilante.
Vivía en el espíritu pero no podía ir a donde quería.
¿Estaba soñando o estaba loco?
Ahora sentía un intenso frío.
Pero ¿dónde estaban?
¿Por qué ahora me dejaban solo?
¿Estaba en la eternidad y había dicho la verdad esa figura luminosa?
Esos otros, ¿eran demonios?
¿No había sufrido bastante ya?
Había sido engañado y estallé a llorar.
Fue mi primera decepción, pero ¡una que era horrible!
Me habían arrojado nuevas miserias.
Miserias que tendría que descubrir y de las que sentía que serían aún más terribles que las que ya había vivido.
Odio y nada más que odio es lo que me esperaba de este lado.
“Venganza”, me había gritado el ser, “la venganza es dulce”.
¿Le había causado algún mal?
Ni siquiera lo conocía, no sabía de nada.
¿Lo había destruido, engañado y torturado?
Estuve llorando mucho tiempo, porque me encontraba soliviantado y profundamente conmovido.
Todo esto daba miedo y su odio me estremecía.
Quería saber lo que me retenía, pero primero tenía que recuperar la calma, mucha calma.
Vi un cordón que salía de mi cuerpo y que me conectaba con mi cuerpo material.
El cordón era elástico.
Rodeaba mi vestidura material entera y me era imposible romperlo.

—Dios mío, pero ¿qué he hecho?
¿Cómo es posible que esto te parezca bien?
Ojalá hubiera hecho caso a aquel espíritu luminoso, ese había dicho la verdad —grité desesperado.
Me sentía aún más miserable que en mi celda.
Qué falsos eran, qué ruines para desearme esto.
¿Estaba en el infierno?
No veía fuego, así que en eso no me habían engañado.
Volví a intentar soltarme dando tirones, pero me fallaron las fuerzas y tuve que desistir.
Se me cerraba la garganta cuando me resistía a mis ataduras.
Ya me había dado cuenta de que cuando me quedaba tranquilo, era soportable y podía respirar.
Pero a la más mínima que me resistiera me volvía todo el horror y sufría terriblemente.
¿Pesaba una maldición sobre mí?
No lo entendía.
Pero una cosa sí sabía: que no había muerte y que ahora vivía en la eternidad.
Ahora me mantuve tan tranquilo como pude, porque quería reflexionar.
Por fin había descubierto que no había muerte, pero estaba solo, muy solo.
Era un mundo vacío en el que vivía.
Intenté comprender mi situación.
¿Era esto el más allá?
Me acosté para ir a dormir, pero sentí que esto tampoco lo iba a conseguir.
Sentía un fuerte empuje en mi interior que me mantenía despierto.
‘Qué he hecho’, pensé, ‘qué tonto has sido’.
Sentía, oía y pensaba como en la tierra, no había cambiado en nada.
Sentía cómo me latía el corazón, tenía hambre y sed, pero no poseía nada, ni comida ni bebida, y eso que suspiraba por ellas.
Me empeñé en volver a intentar liberarme de mi cuerpo material.
Me embutí por completo en mi vestidura material e intenté moverme.
No, no era posible, la atravesaba.
Estaba muerta, allí colgaba mi cadáver, había vivido en él, esa vestidura me había mantenido y servido hasta el momento en que puse fin a mi vida.
Yo, este de aquí, era Lantos Dumonché y eso de allí no era más que algo accesorio, una obra de arte de la fuerza creadora, que sin embargo carecía de valor en esta vida.
Luego enterrarían esta vestidura y yo seguiría viviendo, quizá hasta en el infinito.
Pero era curioso, porque cuando pensaba en otras cosas, ya no sentía mi miseria con tanta intensidad.
Pronto entendí que esta ya no me atormentaba tanto si me entregaba por completo a esos pensamientos.
Esas fuerzas, ¿pertenecían a esta vida?
Me fijaría bien en todo e intentaría asimilarlo, tal vez me aliviaría el dolor y aquellas cosas que todavía me tocarían vivir.
Esta vida, lo sentía muy claramente, era tan diferente a la terrenal.
En esta vida pensaba y de inmediato estaba entregado a esos pensamientos.
En la tierra había que pensar antes de actuar.
Aquí ya había sucedido, lo que me había llamado la atención poderosamente.
Estaba descubriendo ahora un terrible problema.
Ya conocía la muerte y la vida eterna, aunque supiera tan poco de ellas.
¿Descubriría a Dios también?
Cómo lo estaba deseando, y sin embargo temblaba al pensar en Él.
Pero me quedaría a la espera, tomaría buena nota de todo para asimilarlo.
Tenía la sensación de estar planeando entre el cielo y la tierra, porque como ya dije, este mundo estaba vacío y no sentía suelo bajo los pies.
¿Puedes imaginarte algo así?
Estaba empezando a sentir más cosas todavía, y ahora sabía que yo mismo había concluido mi vida terrenal, que había querido destruir lo que era imposible destruir.
El espíritu Emschor había dicho la sagrada verdad y me acordaría de su nombre, quizá algún día iba a necesitarlo.
Él estaba rodeado de luz y de esa forma reconocí la verdad.
Si lo hubiera aceptado estaría todavía en mi cuerpo material.
Pero todo ese dolor y todos esos problemas, toda esa miseria y tanto estar sentado en soledad me habían traído hasta aquí.
Cómo me había olvidado de mí mismo.
Pero no tenía ni idea.
Sin embargo, también aquí había soledad, frío y profunda oscuridad.
El silencio que sentía aquí era aterrador.
De nuevo seguí el cordón, porque seguía sin poder aceptarlo.
Pero cuando sentí mi estado, me embargó una profunda pena, porque me parecía estar comprendiendo esta cosa horrible.
No, no era posible, no podía asimilarlo, porque me destruiría por completo.
Ahora comprendí que primero tendría que haberse descompuesto mi cuerpo material, antes de poder apartarme.
El proceso durante el que se consumiría lo tendría que presenciar yo mismo.
Se me encogió el alma cuando lo sentí.
Ahora entendí sus palabras, que los gusanos encontrarían su morada en mi alma.
Ay, qué horrible era esta verdad.
Por eso sentí ese empuje en mi interior, toda esa vida incomprensible.
Era indudable, esa verdad tenía que aceptarla, porque lo veía y sentía en mí mismo.
Me quedé completamente ofuscado, era una verdad aplastante.
Ninguna tortura, ninguna miseria en la tierra, por cruel que fuera, era comparable con este horror.
Ojalá que mi padre me hubiera apaleado hasta matarme, con cuánto gusto me habría entregado a él.
Lo que sentía y percibía me daba asco, porque el proceso ya había comenzado.
¿Cuánto tiempo duraría?
Iba a ocurrir algo inhumano y me tocaba vivirlo.
Me entró un olor horrible, y también eso lo entendí.
Había conservado en esta vida hasta los órganos olfativos.
Mis dolores terrenales y toda esa pena en el calabozo eran nimiedades en comparación con este nuevo dolor espiritual.
Si al final sí hay un Dios, un Padre de Amor, si hay justicia y misericordia, si existe la compasión que sienten los hombres y animales, si hay un Padre Todopoderoso en el cielo que cuida de todos Sus hijos, entonces me pregunto: ¿Cómo es que puedes aprobar todo esto?
Tenía que estar en el infierno.
Aunque no viera fuego, esto era peor.
Ay, Dios mío, después de tanto dolor, encima esto.
Era algo completamente desconocido en la tierra.
Qué profundos son estos problemas, qué terrible es el dolor espiritual.
Oh, hombre, no pongas fin a tu vida terrenal.
No te cierres a la luz del día, acepta, acepta todo, de lo contrario te encontrarás, de este lado, ante tu vida fracasada.
¡Cómo quisiera gritárselo a la gente en la tierra, a pleno pulmón!
Pase lo que pase, vivas lo que vivas, por terrible que sea tu dolor en la tierra, no lo hagas, aguanta hasta el final, porque todo llega a su fin.
Tienes luz, ves a gente, puedes ir a donde quieras, tienes tu voluntad propia, lo tienes todo.
Pero yo estaba aquí atrapado, tenía que vivir cómo se consumía mi cuerpo, sintiéndolo todo, porque sucedía en mi interior.
¿Qué es un amor roto, qué es perder a un ser querido, perder tus posesiones, tu dinero y otras miles de cosas, cuando sabes que hay una pervivencia?
Muchos ponen fin a su vida terrenal por tristeza o por otras cosas, pero entonces les tocará vivir esto, este horror, el proceso durante el que se consume su propia vestidura.
Aquí llegaba a reflexionar, descubrí estos problemas en el silencio de mi propia tumba.
Oh, ojalá pudiera contárselo a la humanidad, ojalá fuera posible que un día se me permitiera.
Si existían esas leyes y fuerzas, depositaría en ellas mis fuerzas del alma y describiría toda mi miseria para salvaguardar a la gente en la tierra de este terrible proceso.
Quizá sería posible.
Ya había descubierto tantas leyes y tantos problemas, tal vez esto también sería posible.
Sentí que tenía que centrarme en descansar, porque si no este dolor sería inabarcable e insoportable.
Ya sentía que cuando conservaba la calma, no me dolía tanto la garganta y que podía respirar.
Pero me resultaba imposible sentarme tranquilamente.
Siempre quería moverme, tenía que estar en movimiento, porque así no sentía el empuje al que estaba sometido mi cuerpo.
Tampoco podía rebelarme, tenía que estar tranquilo y pensar, así descubría todos estos estados.
Empecé a sentir cada vez con mayor nitidez la vida que habitaba en mi vestidura material.
Cuando intentaba irme de él, todo volvía a mí en toda su gravedad, pero aun así lo intentaba sin cesar, porque pensaba que sería capaz, de cualquier forma.
Pero era imposible, estaba atado, sin remedio.
Estaba viviendo la ley de causa y efecto.
Pequeñas causas tienen grandes consecuencias, y me pareció que esta era la consecuencia más grande, y última.
No podría haberme causado mayor desgracia.
Sentía que esta era la miseria más profunda.
Había violado una ley que es inviolable.
Ahora entendía lo que había querido decir el espíritu luminoso.
Sentía y veía esa ley, no, la vivía en cuerpo y alma.
Cuando esto hubiera terminado, ¿podría irme entonces a donde quisiera? ¿O se me volvería a echar encima pena y dolor?
¿Cuánto tiempo llevaba de este lado?
Me pareció sentir un movimiento.
A mi lado vi sombras, eran como quienes me habían tendido la trampa de venir aquí.
Sentí cómo me llevaban de este lugar, y también eso lo entendí.
Iban a enterrar mi cadáver.
No podía ver a la gente ni oírla hablar, y aun así sabía a dónde iba yo, lo que me estaba sucediendo.
Me esforcé por oír, pero no, no oía nada, no me llegaba ni un rumor.
Estaba cerrado a ese mundo y eso lo había provocado yo mismo.
Sentí cómo iba descendiendo y me calmé, pero no veía el ataúd en el que sin embargo debía encontrarme.
Lo que pertenecía a la materia me era invisible.
Todo era invisible, menos mi cuerpo, porque vivía en él, estaba atado a él.
Mi cuerpo y yo éramos uno por ese maldito cordón.
Cuando hubiera transcurrido mi hora, ¿se rompería entonces ese cordón?
Estaba volviendo a hacer preguntas.
Cuando mueren los hombres, ¿se dividirían entonces estos cuerpos, entrando unos a la tierra y perviviendo los otros?
No parecía haber manera, porque lo estaba viviendo aquí.
Yo era espíritu y este pervivía hasta en el infinito.
Así me lo dijo el espíritu de luz que me había advertido.
Menudo recorrido que me tocaría hacer, pues.
¿Dónde estaba Dios?
¿Aquí?
Pero esto no podía ser Su cielo, ¿no?, porque era de lo más triste.
Se fueron las sombras que acababa de ver.
Mi vestidura material estaba ahora en la tumba, pero yo mismo vivía al lado, teniendo que vivirlo todo.
Tenía que volver en mí en este terrible silencio, y así es como me puse a pensar en toda mi vida terrenal.
Volví a ver pasar todo lo que había hecho, hasta en los detalles más pequeños, todos mis pensamientos y actos.
Entonces llegué hasta Roni, a él lo había matado.
Roni, amigo mío, ¿dónde estás?
¿Vives en este mundo, o tienes uno diferente al mío?
¿Tú también estás tan triste, y has recibido también tanto dolor como yo?
Ay, Roni, ¿podrás perdonarme?
Seguí pensando largo rato en él y no lograba deshacerme de estos pensamientos.
No dejaba de pensar en el asesinato y en él, en mi amigo, cuya vida yo había destrozado.
Qué terrible es un asesinato, despojar a un ser humano de su felicidad, de su luz y todo lo que sea.
No tenía yo derecho a ello.
Qué acto tan insultante y contrario a todas las leyes.
Cuánto mal había hecho.
Ay, le supliqué con toda mi alma que me perdonara.
Ahora que yo mismo vivía todo esto y me regresaban las ansias de vivir, ahora que sentía la gloria de poder vivir en la tierra, de poder hacer algo, lo que fuera, ahora era cuando estaba tomando conciencia de mi crimen.
Roni, amigo mío, gritaba yo, le pediré perdón.
¿Dónde está?
Ven a mí, se lo suplico; quíteme esto, perdóneme y lo enmendaré, pagaré por todo.
Daré mi vida si quiere perdonarme.
Horas, no, semanas en tiempo terrenal pensaba en él.
No podía hacer otra cosa, lo único que me ocupaba era él.
Me preguntaba: ‘¿Por qué tengo que pensar tanto en él?’.
Algunas veces mi pensamiento se debilitaba, pero entonces todo se me venía encima y comparaba estos problemas con su vida, que yo destruí.
De pronto pensé ver más luz, ¿o solo me lo imaginaba?
Había recuperado la serenidad, pero seguía pensando en mi amigo, esos pensamientos y sentimientos no me abandonaban.
¿Lo oí bien?
Escuché con atención, pareciera que oía algo.
¿Una voz?
¿Un sonido suave?
Volví a escuchar y sí, oí una voz suave, capté un susurro.
Me llegaba como de la lejanía y me pareció que esa voz la conocía.
Adquirió más nitidez y oí en mi interior y a mi alrededor que se decía:

—¿Me despierta?
—No me diga, ¿es usted?

No osé pronunciar su nombre, pero tenía que hacerlo y pregunté:

—¿Es usted, Roni?
—Sí, soy yo, me despertó.
—¿Yo? —pregunté.
—Sí, usted, Lantos, nadie más.
Pero son otras fuerzas las que le dan la fuerza para despertarme.
Ay, cuánto sueño tengo, qué profundo es, qué profundamente me quedé dormido.
—¿Dónde está, Roni?
—No lo sé.
—¿Podrá perdonarme, Roni?
—No. —Oí que dijo.
—¿No? —repetí—.
¿Cómo puede ser tan duro?
Lo suplico, Roni, se lo suplico, perdóneme.
He sufrido tanto.
—También yo, porque se me cercenó la vida y eso lo hizo usted, Lantos.
—Perdóneme, Roni, vamos, perdóneme.
—Ya me gustaría, Lantos, pero no es posible.
—¿No es posible, dice?
—No es posible.
Su acto sigue siendo un acto suyo.
—¿Cómo tiene ese conocimiento?
—Lo sé, porque lo tengo dentro, entiende, muy dentro.
Es una fuerza más fuerte que yo mismo.
Esa fuerza lo dice, es la que se me impone.
Tengo que escucharla, porque es esa la que me lleva a este estado.
—Qué despiadado es usted, qué duro es.
—No soy duro, Lantos, quiero perdonarlo, pero no es posible.
Solo lo será cuando todo esto se disuelva y esas leyes hayan recuperado la armonía.
Hemos perturbado esas leyes, usted y yo.
Nosotros dos, Lantos, tendremos que enmendar todo esto, antes es imposible que lo perdone.
Pero ¿por qué me despertó?
—¿Yo?
—Sí, usted.
—No soy consciente de ello.
¿Dónde ha obtenido esta sabiduría, Roni?
—La llevo dentro, así lo siento.
Es como si estuviera soñando y le hablara desde mi sueño.
¿Quién me da la fuerza para hablar con usted?
¿Lo sabe?
¿Sabría responderme?
Vamos, Lantos, respóndame.
—No lo sé, no puedo responderle.
Primero tiene que resolverse todo, ¿dice usted?
—Así siento que será.
—¿Qué está haciendo ahora, Roni?
—Tengo que dormir, pero viviré.
—¿Sabe algo de Marianne?
—No, pero la veré, me encontraré con ella.
—¿Usted?
—Sí, Lantos, yo, porque tiene que ser así, ya que lo percibo.
—¿Me sigue haciendo rabiar en esta vida?
¿Se atreve a odiarme todavía, canalla?
¡Es un granuja!
Usted con Marianne, ¿y yo aquí?
¿Cómo se atreve a decirme eso todavía?
Qué cruel es usted, qué diabólico, escúcheme: diabólico.
Su odio es diabólico.
Usted...
—Sentía que me iba hundiendo, pero después de un instante regresé a mi estado anterior—.
Roni, ¿me lo dice en serio? —le grité.
Escuché, pero no oía nada.
Pero poco después oí que dijo:

—¿Por qué está llamándome de nuevo?
Me roba mi descanso, déjeme dormir.
—Dígame, Roni, si está diciendo todo esto en serio.
—Lo llevo dentro que viviré y que volveré a ver Marianne.
Pero ¿por qué despierta esto en mí?
¿Quién le da ese derecho?
—No lo vuelvo a llamar, Roni —dije, y pregunté—: ¿Me ve, Roni?
—No —oí que dijo—, pero lo siento, solo puedo sentirlo.
Está usted aquí conmigo.
—No es verdad —dije—, yo estoy aquí.
—Sea como sea —dijo—, lo siento y oigo cómo me habla.
—También yo lo oigo y siento —le dije.
—Me quedé dormido, pero cuando me despierto siento que viviré.
—¿Cree usted, Roni, que es a través de otras fuerzas que vivimos esto?
—Me parece que así es, porque lo odio, ¿me oye?, lo odio.
—Qué duro es usted.
—¿Quién ha puesto en mi interior esos pensamientos llenos de amor por usted?
Lo repito, Lantos: lo odio.
La voz me llegaba de lejos, sentí cómo él, Roni, regresaba a su mundo.
Pero ¿dónde es que vivía?
Otra vez un problema nuevo.
Él iba a ver a Marianne, ¿y yo no?
¿Por qué él?
¿Y esto qué tendría que significar?
Ay, ¡qué rufián!
Me odiaba hasta después de la tumba.
¿Lo había despertado?
¿Es que entonces estaba dormido y tenía que dormir?
Volvía a ser muy extraño.
¿Quién lo iba a ayudar? ¿Y a mí?
Había sentido yo algo, vi más luz, pero habían vuelto las profundas tinieblas.
¿Habría sido aquella figura luminosa?
¿Emschor?
¿Era él?
Tenía que serlo, parecía.
Se le despertaba a Roni, hablaba conmigo como en un sueño y yo sentía que había algo que lo hacía posible.
Roni me parecía duro, por seguir odiándome.
Pero yo le había pedido perdón y ahora me sentía aliviado.
Ahora él ya sabría lo que tenía que hacer.
Me arrepentía de haber vuelto a enfadarme, pero él había sido como un diablo y aún no había cambiado en nada.
Yo quería enmendar todos los pecados, pero él no, él quería vivir, odiaba y seguía haciéndolo.
¿Quería vivir de nuevo?
¿O tenía que ser así?
¿Era una ley?
¿Él y Marianne?
Pero yo a ella no la sentía.
¿Por qué él sí y yo no?
¿Tenía derecho a ella?
¿A razón de qué?
Ay, ese diablo, me hacía rabiar, se imaginaba que incluso aquí podría mortificarme todavía.
Pero me obligué a pensar otras cosas e intenté volver en mí.
De tanto pensar me había cansado y quería probar si conseguía dormir.
Pero tuve que abandonar, el proceso de descomposición me mantenía despierto.
Ya había perdido la noción del tiempo, porque había dejado de anotar los días en mi celda y aquí no podría hacerlo.
Mis sentimientos me decían que habían pasado meses, pero lo mismo eran años.
Seguí pensando y pensando y cada vez intentaba librarme.
Pero ya pude alejarme algo más de mi vestidura material, por lo que entendí que algún día llegaría el fin, aunque pudiera faltar mucho todavía.
En mi interior sentía muchos otros sentimientos, que me llegaban directamente de mi cuerpo material.
No podía detener esos dolores ni ese sentimiento, esa vida proseguía, tenía que proseguir, si no seguiría estando aquí para la eternidad.
Cuanto más rápido se completara este proceso, mejor me resultaba.
Como ya dije, obtuve cierto alivio de mi pensamiento, porque así hacía la transición a aquello en lo que pensaba.
Así comprendí que si era capaz de sintonizar con otras cosas no sentiría tan intensamente mis dolores ni todos los tormentos que estaba viviendo ahora.
Aquí todo es concentración, y aprendí a asimilar todas esas sintonizaciones de los sentimientos.
De repente me sentí traspasado por una fuerte sacudida.
Me pregunté lo que significaría.
Procedía de mi vestidura material.
Me concentré y entendí el significado de este acontecimiento, lo sentí y vi con nitidez.
Mi vestidura material había iniciado el segundo estadio de descomposición, ya había sentido una vez semejante sacudida.
Debido a que lo sentí y percibí, entendí este problema, grande y poderoso, por terrible que fuera.
Empezaría a vivir esta miseria cada vez con mayor intensidad, hasta que se descompusiera mi vestidura material.
Tenía que atravesar esto, asimilar todo hasta el final.
Fue un proceso terrible.
¡Inhumano!
Pero una vez que quedara libre, podría ir a donde quisiera, y me darían buena comida y bebida y podría divertirme.
¿O también eran mentiras y engaños?
El proceso de descomposición no dejaba de molestar mis pensamientos y el estadio en que se hallaba mi cuerpo me recordaba que seguía sin poder avanzar.
Esto me llevó hacia otros pensamientos.
Así empecé a conocerme a mí mismo.
Entendí de esta manera que en mi vida terrenal yo mismo había estado al mando de todo, que “yo” dirigía mi cuerpo y que lo había hecho actuar.
Si yo mismo no lo hubiera querido, mi mano no habría agarrado ese trozo de mármol, Roni seguiría en vida y me habría librado de toda esta miseria y de lo que ya había vivido.
Yo era Lantos Dumonché, el artista, mi vestimenta era mi vehículo, pero el espíritu también era el cuerpo sintiente que pervivía tras la muerte.
Yo mismo era el ser antinatural e incomprensible, en la tierra no me había comprendido a mí mismo.
Qué insondable era yo.
Pero ¿cuál era mi final, el de este cuerpo?
¿Continuaría siempre lo que yo era en estos momentos?
¿Siempre hacia estados aún más incomprensibles y lugares más extraños?
¿Nunca más volvería a la tierra?
¿Qué objetivo tenía el Creador? Porque entendía y aceptaba de buen grado que debía haber habido alguien que habría creado esto y que sabía de antemano cuál sería el principio y cuál el fin.
De lo contrario, la creación entera no tendría valor alguno y si yo tuviera que seguir viviendo aquí sería un estado miserable.
Entonces no era un creador, sino un destructor.
Sea como fuere, me quedaba muy claro que de haberme controlado a mí mismo en la tierra, todo habría ido de otra manera.
De qué manera tan perfecta se compenetraban estos cuerpos, de qué manera tan natural trabajaban en la vida material, qué sencillos eran, pero qué profundamente misteriosos para el hombre en la tierra, que no lograba mirar a través de ellos.
Si le fuera posible, entonces el hombre en la tierra estaría ante posibilidades ilimitadas.
Entonces su capacidad sería ilimitada, los clérigos de la tierra sabrían que nadie terminaría maldito y así podrían quitarle al hombre sus miedos.
Entonces ya ningún ser humano pondría fin a su vida terrenal, porque sabría que era imposible y que en ese caso le esperaba más miseria, aún más animal e inhumana.
Me alegró entender todo esto y me suavizó el sufrimiento.
De nuevo intenté alejarme y noté que ahora conseguía avanzar unos metros.
También me pareció estar percibiendo algo nuevo.
Era muy peculiar: cuando me miraba el cuerpo material veía tinieblas, pero por encima de mí había algo más de luz.
¿Estaría allí arriba el espacio?
Di vueltas a gatas, pero no sentí nada.
Solo veía esas tinieblas y aquella luz, no era posible palpar nada.
Pero quería saberlo y reflexioné sobre ello.
De manera inesperada sentí lo que significaba.
De pronto me vino ese pensamiento.
Aquellas tinieblas, donde yacía mi cadáver, allí estaba la tierra, y aquí, encima de mí, estaba el espacio.
De modo que al sentir con nitidez me encontraba en el borde de mi propia tumba.
El cordón iba estirándose al descomponerse mi cuerpo.
El mundo material estaba entre las tinieblas, y el universo se separaba, podía verlo claramente.
Aun así, era tan etéreo que yo seguía y seguía atravesando la materia.
¿Alguna vez se haría esto más denso y me permitiría moverme como en la tierra?
Con qué lentitud se desarrollaba este proceso, y sin embargo tendría que llegar el “final”.
Me quedaba esperando con muda resignación y cuando ya no era capaz de controlarme, volvía a pensar.
Siempre tenía que volver a intentar otra cosa, porque de lo contrario no lo soportaría.
De nuevo sentí y vi pasar ante mis ojos mi vida en la tierra.
Ya había seguido varias veces todo, pero después empezaba a pensar otra vez del principio al fin.
No quería olvidarme de ningún pensamiento.
Seguía una y otra vez mis errores y cada acto, por muy insignificantes y pequeños que fueran; lograba acordarme de todo.
Pero una sola cosa de mi juventud no la entendía: hubo una fuerza en mí que me había apartado de mi casa, incitándome a romper con mis padres.
¿Había sido también en eso yo mismo, o eran otras fuerzas, para mí desconocidas, que habían incidido en mí?
¿Eran ellas las que me habían atraído con engaños hasta este mundo?
¿O sería el que me había estado esperando y al que yo habría destruido?
Ves, eso no lo entendía y aun así sentía que también esto significaba algo.
Y había algo más que no comprendía, pero que debía ser una sola fuerza.
Es que quería separarme de Roni, pero me era imposible, de cualquier forma que lo intentara.
Estaba encadenado a él y se me obligó a irme de la casa de mis padres.
¿Quién me apartó de mi casa?
¿Por qué no lograba separarme de Roni?
¿Eran leyes, fuerzas de la naturaleza?
Ya en la tierra me lo preguntaba y seguía sin averiguarlo.
Me di por vencido porque me mareaba.
Volví a sentir una de esas repentinas sacudidas y entendí que tenía que ver con mi cuerpo.
Mi pobre vestimenta aún no se había deshecho.
Ay, y si la hubiera cuidado, ¿cuánto tiempo habría tomado en ese caso?
Me sentía feliz de que no hubiera sido así.
El sueño que sentí había desaparecido ahora y bajé a las tinieblas para ver si se aproximaba el fin de este proceso.
Al comienzo era una densa emanación, que me envolvía la vestimenta entera y me unía como un cordón a mi cuerpo, pero ahora era traslúcida.
Me alegró mucho, porque significaba que faltaba poco para que recuperara la libertad.
Volví a descubrir otras leyes y fuerzas.
Si quería ir hacia arriba, dejando mi tumba, tenía que desearlo y solo entonces podía moverme.
Aquí todo es lo que tú mismo quieres, según me parecía, si no, no pasa nada y sigues donde estás.
Así aprendí a sintonizarme y esa sintonización suponía hacer la transición a otra cosa.
Pude avanzar de nuevo, y eso me hizo feliz.
Ya podía alejarme una decena de metros.
Estaba volviendo a sentir esa somnolencia, pero aún desconocía su significado.
Por mucho que buscara e intentara sentirlo, no lo averiguaba, pero el silencio se hacía más intenso y mi sueño más claro.
Estos fenómenos solo empecé a sentirlos después de esa última sacudida.
Ya me había acostumbrado algo a ese silencio y empecé a pensar en otras mil cosas que haría luego.
Con tal de estar libre, luego ya vería qué hacer, entonces ya habría pasado mi dolor y podría ir a donde quisiera.
Ahora no tenía que perder el ánimo, tenía que ser fuerte y valiente y aguantar todo.
Sentía que se acercaba el final, porque el sueño estaba haciéndose más profundo y me penetraba ese silencio.
Estos dos sentimientos siguieron atormentándome, pero dado que el final estaba próximo supe controlarme.
La naturaleza casi había completado su trabajo, quedando descompuesta mi vestimenta material, y yo, liberado.
Cómo se cuidaba esta vestimenta en la tierra, cuánto se la quería.
Pero fue ahora cuando entendí lo poco que significaba en esta vida.
Aquí solo tenía valor el cuerpo espiritual.
Aquí lo esencial era lo espiritual, que vive y debe vivir.
En esa vestimenta se pensaba muy poco y sin embargo era lo más hermoso y poderoso en que podía convertirse el hombre como vida que siente, piensa y trabaja.
En la tierra mi cuerpo material tenía valor y significado, aquí quedaba reducido a la nada.
En la tierra la vestimenta material se envolvía en seda y terciopelo, pero debajo latía una profunda tristeza, porque el cuerpo espiritual iba en andrajos.
El hombre era pobre, porque no se conocía a sí mismo.
De qué manera tan diferente sentía y veía yo ahora la vida terrenal.
Si se me concediera todavía vivir algún día en la tierra, me haría creyente, porque ahora sabía más.
Viví cosas terribles, y sin embargo aprendí y asimilé una sabiduría que no se conocía en la tierra ni jamás se podría aprender o experimentar allí, porque era parte de la vida espiritual.
Toda esa sabiduría me dio el valor y la fuerza de no bajar los brazos, sino de asimilar todo, por triste que fuera.
Regresé otra vez a mi vestimenta material y quise saber cuánto había avanzado.
El hedor me dio náuseas, pero la emanación ya no me era visible.
No obstante, vi todavía mi vestimenta, pero en otro estadio, iban apareciendo los huesos.
Me alegré de sentir que el cordón estaba perdiendo fuerza y que podía alejarme cada vez más.
Pero al mismo tiempo sentía que el silencio y el sueño se hacían más intensos en mí.
Seguí avanzando a trompicones, fui alejándome más y más de mi cuerpo material, pero el sueño me forzó a descansar.
Sentía cómo iba hundiéndome, cada vez más profundamente, hasta que me caí, quedándome dormido.
Aún estaba en sentimientos junto a mi vestimenta terrenal, pero predominaban el sueño y el silencio, y perdí la noción de todo.