A mi calabozo

Vi ante mí un edificio que conocía de mi época anterior.
‘Vaya’, pensé, ‘¿estuvo aquí mi primera celda?’.
Había estado encarcelado en una antigua arena.
Accedí por el portón, pero en el mismo instante que entré oí unos llantos terribles y gente que se lamentaba.
Ya había visto una escena igual en la calle y entendí de inmediato lo que ocurría.
Vi muertos y heridos, estaban tirados a diestro y siniestro y oí las maldiciones de personas terrenales.
Así es como se maltrataba a los creyentes.
Pero en este momento todo esto no me interesaba.
Estaba demasiado sintonizado con mi propia vida, de modo que no quise ocuparme de ello.
No me concernía, porque vivía en la eternidad.
Que lo resolvieran a palos los de la tierra.
Pero no era una escena cristiana, porque llovían maldiciones y golpes.
No tardé en llegar a mi celda.
Allí había estado encarcelado, esperando mi sentencia.
Había ahora otros en mi lugar.
Conté siete, aunque el espacio fuera para uno solo.
Podía ver claramente a tres de estas personas terrenales, pero las demás eran sombras para mí.
Las paredes de mi celda me eran ahora transparentes, por lo que pude ver que las otras celdas también estaban ocupadas.
El hombre de la tierra estaba rebelándose.
A los creyentes se los destruía.
Tendrían que morir muchos, porque cuando los encarcelaban les esperaba la muerte.
Aquí es donde yo había cumplido mi pena.
Después me habían trasladado a otro lugar y allí había muerto.
Aquí fue donde hablé con Marianne.
Me daba pena haber perdido entonces la conciencia.
Pero ahora no veía ni sentía ninguna influencia extraña.
Seguía siendo yo mismo y no me sucedía nada.
Me quedé esperando, pero no ocurría nada.
Ahora que no podía percibir nada de mí mismo me puse a mirar a la gente que me rodeaba.
Alrededor de uno de los presos vi un espíritu, que podría ser su madre.
Cuando me sintonicé sentí que así era.
¿Sentía y sabía que a su hijo le iba a ocurrir algo terrible?
¿Cómo lo sabía?
¿De dónde le venía ese conocimiento?
Volvían a ser nuevos misterios para mí.
Pero no me enfrasqué demasiado, sino que me atuve a mi propia vida.
Aquí no conseguía aclarar gran cosa, por lo que decidí ir a mi otro calabozo.
Me concentré mucho en el pasado, y vi y sentí que abandonaba la ciudad.
Ahora iba planeando por encima de la tierra y sentí que llegaba a un entorno donde jamás había estado durante mi vida en la tierra.
¿Era un lugar para los presos?
Tenía delante de mí un gran lago con una isla.
Alrededor del lago había montañas.
De allí nunca habría conseguido escaparme.
Se parecía más a una caverna subterránea o a las catacumbas que conocía.
Sentí con mucha nitidez que me encontraba en el lugar donde había estado encarcelado y donde había muerto.
Fui planeando por encima del agua hasta la isla.
Se me hacía curioso este planear que no cesaba.
Allí, en ese edificio horrendo, había muerto, allí había estado conectado con diablos.
Fui adentro, vi dónde me encontraba y que tenía que bajar.
Los peldaños habían sido cavados en la roca y me acordé de que los había contado.
Volví a hacerlo también ahora.
Ciertamente eran treinta y dos.
Después llegué a una plazoleta, pero delante de mí vi un sendero que ascendía serpenteando y que me condujo a las celdas más altas.
No, desde aquí no pude haberme escapado.
Primero quería ir a mi propia celda, después visitaría las demás.
Esta debía de ser la isla de los muertos, de la que había oído hablar.
Por fin accedí a mi celda.
Me había sustituido otro en esta chabola medio cuadrada.
Qué cuchitril tan miserable.
Qué terrible era el destino de este ser humano, porque estaba esperando su fin.
Era un hombre joven y flaco, yacía justo donde yo también lo había hecho siempre y donde había entrado en conexión con los demonios.
Es donde descansaba, pensando como yo: ‘¿Cuándo llegará mi fin?’.
¿Estaría conectado también?
Ya estaba completamente agotado y no podría tardar mucho más.
Entonces vendría a buscarlo la muerte, la muerte que no era muerte, sino que significaba vida.
Yo mismo era la muerte y aquí estaba delante de él, sin que él supiera nada.
¡Pobre hombre!
Me senté cerca de él, pero no me sintió.
Después lo atravesé, pero eso tampoco lo sintió.
La persona invisible podía acercarse mucho a la persona terrenal, influirle, hacer lo que quisiera y sin embargo esta última no sentía ni sabía nada de ello.
Uno tendría que ser muy sensible para poder verlo, oírlo y sentirlo.
Qué sencillo había sido para esos diablos venir a mí.
En esta vida se podía ir a donde uno mismo quisiera y hacer lo que le interesara.
Tenía que intentar asimilar esta conexión.
En concreto quisiera saber cómo se podría alcanzar al hombre en la tierra, porque entonces lo preservaría de su propia transición si quisiera poner fin a su vida terrenal.
Por encima de mí vi una sombra, una sombra que poseía más luz que yo.
Era el hombre astral.
El hombre astral tenía una luz muy diferente, fue lo que me permitió ver que lo era.
¿Estaría este ser velando por él?
La luz que yo percibía era muy tenue y aun así supe que era un hombre más elevado que yo.
¿Estaba este ser aquí para influir en él?
Sentía que me percibía.
Era una figura femenina, lo vi por los contornos de su silueta.
Sentía con aún más claridad, dado que me entraba con nitidez, por qué había ido hasta él.
Era un espíritu protector, un ser humano que velaba por el bien de un familiar, quizá él fuera además hijo suyo.
Esto, sin embargo, no lo sabía a ciencia cierta, pero en cualquier caso, ella había venido con buenas intenciones.
Ella lo protegería de los demonios y entonces sobraba mi ayuda.
Además, ella sabía más de esta vida que yo y podría alcanzarlo de otra manera aún del todo desconocida para mí.
Entendí por qué sentía y comprendía yo todo esto tan pronto, porque de nuevo estaba sintiendo aquella otra incidencia.
Era como si se depositara en mí.
Fue así como sentí y reconocí a mi propio espíritu guía, y entendí que tal vez me serían aclaradas otras verdades.
¿Me había seguido hasta aquí?
¿Era Emschor?
Pero no obtuve respuesta a mis pensamientos, así que me quedé a la espera.
Sin embargo, entendí que en esta vida se aprendía a través de otros.
Esta vida era intuir, conectar y proteger.
Ella, allí por encima de mí, me inspiraba respeto, igual que lo hacían los sentimientos que me habían llegado.
Ella seguía allí, y sentí cómo bajaba su mirada hacia mí.
Volví a conocer otras fuerzas, diferentes a las que ya había vivido.
Pero ¿qué había venido a hacer yo aquí?
Aquí me había conectado con los demonios.
¿Dónde estaban ahora?
¿No eran capaces de alcanzarlo a él?
¿Había venido esa aparición hasta aquí para mí? Porque sentía que me miraba.
Si fuera posible ver en otra vida y sentirla, entonces ella sabría que yo estaba aquí para conocer mi propia vida.
Me había abierto completamente a ella.
Yo veía en la vida de otro y ella, que a fin de cuentas era más elevada que yo, sabría hacerlo sin duda alguna.
Me puse a pensar en la época en que estuve aquí.
¿Cuánto tiempo había estado encerrado?
Casi había llegado a la edad de treinta y ocho años cuando me encerraron.
Me concentré en esa época y sentí que había estado aquí durante cuatro años y medio antes de poner fin a mi vida.
¿Cómo fui capaz de aguantar todo ese tiempo?
Volví en pensamientos a quien había ocupado mi sitio, quería saber por qué estaba aquí.
Al conectarme, me sentí atravesado por una intensa influencia y entendí esa fuerza.
¿Se me estaba ayudando con esto?
Él también había matado.
Le mandé el mensaje de que no acabara con su vida, que así solo recibiría más dolor y pena que los ya padecidos hasta el momento.
Todo esto aún era soportable, pero aquello otro era mucho más terrible.
Al pensarlo, la aparición por encima de mí desapareció.
¿A dónde iba este espíritu?
¿Sentía peligro?
No me parecía que hubiera peligro alguno, porque me encontraba a solas con él.
De nuevo me sintonicé con él.
Ahora hice completamente la transición a él.
Me metí como pude en su cuerpo, igual que había intentado con mi propia vestidura material cuando me encontraba colgando junto al mismo.
Quería ver y vivir si me sentía.
Tendría que ser alcanzable, a fin de cuentas era un ser humano.
Lo obligué a que se levantara, lo que hizo, pero después ya no lo tuve en mi poder y se fue a una esquina de la celda, donde ya había anotado los días, las semanas, los meses y los años.
Lo seguí en pensamientos e hice un cálculo con todas esas cifras.
Ya habían pasado siete años.
Qué inhumano era su sufrimiento.
¡Siete años de soledad, del todo solo en este horror!
Me parecía muy milagroso poder adoptar todo esto de él.
Me puse a enviarle lo que ya sabía de esta vida, pero tampoco esto resultó necesario, porque él, por ser una persona creyente, sabía de una pervivencia eterna.
Entendí que no se le podía alcanzar para que él mismo acabara con su vida.
Era cristiano y llevaba su cruz con resignación.
Tenía una fe poderosa, que me parecía admirable.
De pronto hizo algo que me tomó por sorpresa.
Se arrodilló y empezó a rezar.
Cómo me avergonzaba ahora que lo estaba viviendo.
Ni en mi vida ni aquí había rezado jamás.
Pero seguí siendo uno con él y así es como me atravesó una gran felicidad.
¿Era posible que un ser humano fuera tan feliz por rezar?
Qué sentimiento tan hermoso me estaba entrando.
¿Sería la fuerza de su oración?
Entonces yo era un hombre pobre.
Qué feliz era él, a pesar de estar viviendo aquí en este infierno.
Era lo más horrendo que un ser humano pudiera recibir en la tierra.
¿Y esta criatura piadosa había matado?
Cómo pudo matar, porque cuando se cree no se mata.
Entonces vi por qué había matado.
Quiso proteger a su propia hermana.
Un pagano quiso mancillar su cuerpo y él lo evitó abatiéndolo.
¿Quién me ofrecía esta visión?
Él pensaba en todo eso y pedía perdón a su Dios.
Rezaba así: ‘De buen grado quiero expiar mi pecado, Dios mío, pero protege a mi hermana.
No es fuerte, es tan débil y no puede protegerse a sí misma de esa fuerza.
Apóyala, Dios mío, y estaré encantado de expiar mi pecado’.
Ya entendí todo.
Pobre hombre, usted se sacrificó.
Y ahora está usted encarcelado, teniendo que morir aquí.
Pero qué fe tan poderosa posee usted, tan joven todavía.
“Protégela”, oí que decía, “ahora que mamá ya tampoco vive”.
De modo que la aparición había sido su madre, yo la había sentido bien.
¿Estaría su padre ya de este lado?
Aquí, en todo caso, no estaba.
Qué diferentes éramos los dos.
Yo buscaba conectarme con la vida, con demonios, dejaba que me mintieran y engañaran, y él buscaba, acercándose a su Dios.
Interiormente, estaba muy por encima de mí.
Había vuelto a conocer otro tipo de ser humano.
Pero ¿para qué quedarme durante más tiempo aquí?
Quería irme, pero sentí que se me retenía.
Había sentido esa misma fuerza al entrar en este mundo, cuando hice la transición al mundo astral desde el silencio.
También ahora sentí esa fuerza y por eso volví a concentrarme en el preso.
¿Me retenía?
No, y sin embargo había sentido claramente la incidencia, era imposible que me equivocara.
¿Tendría que rezar yo también?
Sentía respeto por este infeliz, pero todavía era incapaz de rezar como él.
No sabría rezar así, porque mi interior se negaba.
No obstante, mucho me gustaría poder hacerlo, porque sentía respeto por todo lo que había vivido hasta el momento, también por Dios.
Pero ponerme a rezar como él, no, eso era imposible, para eso había sufrido demasiado.
Sentía respeto y para mí eso ya era muchísimo.
¿Tenía que ponerme a creer en Dios?
¿Quería esa fuerza invisible que me arrodillara?
¿Sería eso lo que deseaba el ser que me había hablado?
Sería incapaz todavía, aunque sentía que debía asimilarlo.
Al vivir la vida me elevaría, empezaría a amar.
Pero ¿es que yo no amaba?
Cuánto no amaba a Marianne, ¿no era eso amar?
Quise irme de nuevo y por segunda vez se me detuvo.
El preso había regresado a su rincón.
Pero ¿qué es lo que se quería de mí?
Volví a mirar al hombre que tenía sentado allí delante de mí y lo sentí sumido en una profunda oración.
Allí estaba, con los ojos cerrados.
Lo veía como a un santo.
Empecé a sentirme inquieto y era por su oración.
Me consideraba a mí mismo basto e insensible.
Con su oración él me metía en otro mundo, en el de la fe, el amor y la entrega.
Ese mundo aún me era desconocido.
Aquí, en mi celda, conocí otra vida.
Una vida de felicidad, de sacrificio y de amor puro.
Él estaba aquí por haberse sacrificado por su hermana.
Yo también habría podido hacerlo.
Podría dar mi vida por quien fuera, con tan solo saber si conseguía algo con eso.
Porque no había una muerte, uno continuaba eternamente.
Me quedé mirándolo mucho tiempo, y al estar viviendo todo esto, llegué a otros pensamientos.
Si esta era la intención, entonces algo se había conseguido, pensaría en ello, y seguiría haciéndolo.
Intentaría convertirme en un cristiano como él.
En medio de su batalla, de pena y dolor y mucha otra miseria, quería expiar su pecado, y aún pedía a Dios fuerza para otros.
Así es como me descubrí a mí mismo.
Había lanzado imprecaciones y maldiciones.
Había tildado a Dios de ser injusto.
Aquí aprendí cómo se debe vivir y también descubrí otros infiernos y cielos.
Aquella que acababa de irse vivía en su propio cielo y el cielo que él poseía era de una gran confianza y fe.
El mío eran las tinieblas en las que vivía.
Vivía entre esos dos estados y quería ver cómo asimilar mi propio cielo.
Me sentía muy feliz de que se me hubiera concedido vivir esto.
Quería irme de nuevo, porque aquí ya no tenía nada que hacer.
Quise irme entonces a las otras celdas, pero se me detuvo una tercera vez.
Pero no vi ningún ser, nada de esa fuerza que me impedía marcharme.
El preso tenía la mirada perdida y había dejado de rezar.
Allí estaba, como si estuviera muerto, no parecía estar respirando.
Pero cuando lo hacía le silbaba el pecho, tanto que yo lo oía hasta en mi mundo.
De pronto volvió a incorporarse, dio unas vueltas por su celda y regresó a su sitio.
Yo había hecho lo mismo, pensando que me volvía loco.
Entonces me conecté con él y quise tranquilizarlo, pero hizo lo que él quería y sentí que no me era posible alcanzarlo.
Cuando se incorporó de mi primera concentración fue porque él mismo lo quiso.
Así es como aprendí que el hombre en la tierra se cerraba para protegerse contra otros estados extraños, que le eran desconocidos.
Dios depositaba en el hombre una voluntad propia y según su sintonización, y el hombre material era influenciable en su sintonización, sentimiento y personalidad.
Pero empecé a intuir que el hombre sí era dirigido por Dios, sin que aquel pudiera remediarlo.
Entonces pensé en Emschor.
Si era él quien me hacía vivir esto, entonces quería agradecérselo con toda mi alma.
Si era él quien me dirigía, entonces quería pedirle que tuviera paciencia conmigo, porque me esforzaría por asimilar todo esto.
Para mí este acontecimiento era sabiduría vital.
Así descubrí la vida en la que vivía ahora y aprendí a aceptar la mía propia.
Volví a sentarme junto al preso, obligado a hacerlo por otra fuerza.
Apenas me había sentado cuando me pareció ver delante de mí una emanación luminosa.
Era el mismo acontecimiento que cuando estuve encarcelado aquí.
Ahora vi movimiento en esa emanación, que iba adoptando formas.
Vi claramente que en su interior ya iba formándose algo que ganaba en claridad y densidad, hasta que pude distinguir a un ser humano.
Pero el hombre a mi lado no se daba cuenta de nada.
¿Era esto solo para mí?
Ciertamente, lo había visto bien.
‘Emschor’, dije en pensamientos, ‘es Emschor’.
El espíritu que me había hablado un siglo antes estaba regresando a mí.
Me miraba un rostro radiante y me inundó una fuerza elevada.
—Lantos —oí que dijo—, Lantos Dumonché.
—¿Me conoce? —pregunté.
—Ya oye que lo conozco, pero ahora escuche.
Vengo a usted para decirle algunas cosas y le agradezco mucho los hermosos pensamientos que me envió hace unos instantes.
—¿Lo sabe? —pregunté.

—Ya oye que lo sé.

‘Qué curioso’, pensé, ‘hay que ver las fuerzas que posee este hombre’.
—Hace unos instantes le impedí que se fuera y lo conecté con quien está sentado a su lado, y con muchos otros estados aún incomprensibles para usted.
Escúcheme: desde aquí se le conectará con la vida.
Hace muchos años le hablé aquí y le aconsejé que no pusiera fin a su vida terrenal.
Ahora vengo hasta usted para convencerlo de nuestra vida.
Lo sigo en todo, Lantos, y soy la conexión con seres aún más elevados que lo dirigen a usted y a mí.
A mí se me concede conectarlo a usted con el pasado, pero esta no es mi voluntad, sino la de quienes viven en las esferas más elevadas y que consideran que han despertado al cosmos.
Por eso lo sigo por todos sus caminos, porque ambos formamos dos eslabones de una formidable cadena que nos conecta con esta vida, con el pasado y con el universo.
Usted seguirá su camino paso a paso y yo lo ayudaré.
Por eso vivirá milagros y todas sus preguntas sobre el por qué y para qué serán respondidas.
De esa manera entrará en esta vida, aceptándola como una posesión.
Usted salvará abismos y asimilará las fuerzas necesarias para hacerlo.
Ya se habrá fijado usted en que cada uno sigue su propio camino, tanto en la tierra, como de este lado.
Pues bien, todos están de camino para ir a ayudar a la humanidad y enmendar para sí mismos lo que tengan que enmendar.
Todos están al servicio de una fuerza más elevada y están listos para procesar lo más duro que encuentren por su camino.
Están al servicio de la vida, trabajan en su sintonización interior y hacen la transición a esta vida.
Su camino es el de usted, es el mío y de quienes ya han alcanzado la sintonización más elevada.
Algún día estará conmigo en las esferas de luz.
Allí le espera trabajo.
De modo que debe aceptar todo, por milagroso que sea.
Debido a que está viviendo estos milagros, aceptará después milagros aún mayores, por tener relación con su vida en la tierra y con sus vidas anteriores.
Todo esto pertenece al ciclo de la tierra.
Es el ciclo del alma que prosigue su camino hacia lo más elevado.
Usted va a terminar su propio ciclo, debe seguir por eso la voz de su corazón.
Lo llevará al lugar donde se le disolverán estos milagros y problemas.
Cada pensamiento y acontecimiento le hará conectarse con la verdadera realidad.
Así que le asistiré en todo y solo más tarde podrá entender bien por qué sucede.
Esto se me ha encomendado, es su cometido y el mío.
Tengo cosas extrañas que contarle, siga escuchándome, Lantos.
Ambos pertenecimos a la misma estirpe.
Yo llevé en el pasado su nombre, el que usted lleva ahora.
Se lo explicaré en el lugar donde nació.
Pero han transcurrido muchos siglos desde que yo vivía en la tierra.
Estuve esperando siglos y siglos este momento de conexión.
Hace un siglo le dije que también yo acabé con mi vida.
Usted lo hizo por su incapacidad de esperar a su propio final, porque le enloquecía esa soledad.
Su curiosidad por conocer esta vida lo condujo a este estado.
Pero yo lo hice por remordimiento, por robar a otros lo que poseían.
Eso lo tuve que volver a enmendar en otra vida.
Tuve que pagarlo con mi propia vida.
Aun así, pude liberarme de las tinieblas, por buscar el bien, por querer seguirlo, por haber sido convencido de mi propia vida.
Usted también tiene abierto este camino.
Por esta razón le aconsejo que busque lo más elevado, porque es una pervivencia y le esperan hermosas regiones.
Allí poseerá luz y felicidad.
Ya le dije que me asisten seres más elevados para explicarle los problemas más profundos, y que trabajaremos para ellos.
Todo esto sirve para convencer al hombre en la tierra de nuestra vida.
Yo le sirvo, usted a mí: todos servimos.
Ahora puede hacerme preguntas.
De inmediato pregunté:

—¿Es usted de mi estirpe?
—Pertenecí a ella, por eso lo conozco a usted y llevé su nombre.
—¿Podría contarme algo más sobre eso?
—No, aún no es el momento, más tarde, en el lugar donde nació.
—¿Fue suya esa incidencia en mi taller?
—Mía fue.
—¿Qué significaba la luz verde destellante que percibí?
—Lo que percibió fue su conexión con los demonios.
—¿Entonces sí que sentí bien?
—Sí, pero eran mis pensamientos, se los hice sentir.
—Gracias —dije, y pregunté—: ¿Por qué me envió él aquí?
—Usted tenía cosas que enmendar ante él, lo perseguía a usted.
Él lo ayudó para que se quitara la vida.
—Y no lo conocía.
—Ni siquiera hace falta, pero todo esto ya se lo explicaré más tarde.
Es parte de la ley de causa y efecto.
Se me hacía extraño todo esto y pregunté:

—Esa estatua que cayó en mil pedazos, ¿fue obra de esos demonios?
—Sus fuerzas son en realidad tan intensas que son capaces de hacerlo.
—¿Tengo que ver con esa estatua?
—También eso se lo aclararé, pero en otro lugar: allí donde vivió algún día.
Es parte del pasado.
Volví a pensar en quien me había enviado aquí y pregunté:

—¿Conoce a ese demonio?
—Sí, Lantos, es alguien de su familia.
—¿De mi familia?
No lo conocía, no tenía familia y yo era el único de nuestra estirpe.
¿Cómo es posible?
—Y sin embargo es así, lo conocerá.
‘Todo esto es asombroso’, pensé, y seguí preguntando:

—¿Sabe usted dónde está mi amada?
—Sí, vive de este lado.
—¿Puedo ir a donde está?
—No, vive en el mundo de lo inconsciente.
De eso también le hablaré cuando haya llegado el momento.
—¿No puede venir a donde estoy yo?
—No, no es posible.
—Qué lastima —dije—, pero le estoy muy agradecido.
—De nada, estoy dispuesto a ayudarle en todo.
—¿Marianne no es consciente?
—Se lo explicaré luego, siga por su camino.
—Una pregunta más: ¿Por qué sigue usted en su estado, en su cielo?
—Porque a usted le toca vivir su propia vida.
—Ah, ahora le entiendo.
—Me voy, Lantos, pero continuaré siguiéndolo.
Adiós, busque el bien.
Su Emschor.
El espíritu se disolvió ante mí y volví a quedarme a solas con mil pensamientos.
Pero no lograba pensar, porque esto me había tomado por sorpresa.
El hombre a mi lado se había quedado dormido.
Me tumbé a su lado, porque no tenía fuerzas para marcharme.
Sabía más que antes y sin embargo todo estaba en tinieblas.
¡Seguiría custodiándome!
Marianne estaba en esta vida y a pesar de eso era invisible para mí.
Sentía mucho y a él lo entendía, pero no sentía nada de todos esos problemas y milagros.
Pero tenía que seguir, aquí no podía quedarme.
Si seguía avanzando se manifestarían todos esos milagros y conocería esta vida.
Quería trabajar en mí mismo y conocer mejor el secreto de mi vida y el de Marianne, y el de tantas otras cosas.
Reuní todas mis fuerzas y de un salto me incorporé del sitio donde estaba sentado.
Fuera de aquí, lejos de esta miseria.

—Adiós, que su Dios le permita que pronto le llegue su hora.
¡Pobre hombre, pobre! —dije.
Después me fui.
Ahora fui pasando de una celda a otra.
Estaban encerrados por encima y debajo de mí.
Vi gente mayor y joven.
Este era un lugar de la muerte, aquí vivían la muerte y la vida.
El ser humano deponía su vestimenta material y a cambio recibía otra.
Esa vida estaba en ellos, pero ni la sentían ni la conocían.
Era la vida en la que yo vivía y a la que también entrarían ellos.
Ya había visitado muchas celdas y contemplado escenas horribles.
Muchos destruían su cuerpo terrenal y el espiritual, y sucumbían por completo.
‘Gracias a Dios’, pensé, ‘que esos pensamientos jamás se me hubieran ocurrido’.
¿Acaso tenía yo entonces otra mentalidad que ellos?
¿Me había liberado de ella?
Pues tenía que ser así, porque no atentaría contra mí mismo.
Era algo aún peor que matar a alguien.
Estos estaban mentalmente locos y torturaban la vestidura material.
No pude procesarlo y me fui.